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Se acostumbró a escuchar mentiras. Las mentiras aderezaban su entorno, maquillaban sus sentidos, diseccionaban sus pensamientos.
Mentiras amargas, ácidas, vacías, oscuras, piadosas, irrepetibles...mentiras a fin de cuentas. Penetrando el alma, lacerándola.
Aquel día, él le dijo la verdad más profunda y amorosa que hubiese podido pronunciar, pero ella no le creyó.
Prefirió el zarpazo en su oído que la caricia en su alma. Y dando media vuelta se fue en busca de una mentira que sostuviera el hilo de su respiración.
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