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━━━ PARTE III - [001] Me gustara vivir aquí

Anna se sentó en el asiento delantero del Impala sintiéndose tan saludable como siempre. Habían abandonado la iglesia y no recordaba nada después de que se había retorcido de dolor. 

Entonces, de repente, se despertó en el auto sintiéndose como nueva. Estaba mirando a través de los sitios locales de noticias para ver qué decían acerca de la caída de los ángeles, lo cual según Dean, era obra de Cas.

—Esto no tiene sentido —se quejó Anna—. Quiero decir, ¿cuántos ángeles han caído? ¿cientos, miles? Y nadie ve nada. Esto es... mira esto. Lo llaman una lluvia de meteoritos. ¿En serio? —miró a Dean en busca de una respuesta, pero él seguía serio en el asiento del conductor. Sus nudillos estaban blancos por la fuerza con la que sostenía el volante—. ¿Qué pasa, Dean? ¿Estás bien?

Él la miró. —¿Yo? Sí. Estoy bien. Solo...

—Es solo que tenemos un gran festival de mierda entre manos. Sí, lo sé —se burló—. Miles de idiotas super-poderosos tocando tierra y no tenemos idea por dónde empezar.

—Los ángeles ahora mismo no son problema nuestro, ¿está bien? —gruñó Dean—. O los demonios o Metatron o lo que sea que le ha pasado a Cas.

Le dio una sonrisa confundida. —¿Porque nos reconciliamos en esa iglesia y ahora vamos a Disneylandia? Dean, tú mismo lo dijiste... no vamos a dormir hasta que terminemos con esto.

—Lo sé.

Anna se encogió de hombros. —Entonces, ¿cuál es el problema? —frunció el ceño y miró hacia el asiento trasero. Una sensación incómoda se apoderó de ella—. ¿Y dónde demonios está Sam?

—Tú eres el problema —afirmó Dean—. Mira, no hay forma fácil de decir esto, ¿bien? Pero algo sucedió allí en la iglesia. Y no sé qué fue. No sé por qué. Estás muriendo, Anna.

De repente, su corazón quería salir de su pecho y una sensación incómoda se convirtió en náuseas. Se movió en su asiento incómoda. —Cállate.

****

Sam nunca se había sentido tan aterrorizado en su vida. Anna había muerto una vez antes y eso lo había destruido. Pero ahora ella estaba en la cama de hospital aferrándose a su vida. De alguna manera parecía más real que la última vez. Más doloroso.

Esta vez tenía un cuerpo para llorar y no un recuerdo.

—La resonancia magnética muestra quemaduras internas masivas afectando a muchos de sus órganos vitales —explicó el médico. Dean apartó los escáners cerebrales para mirarlo—. El oxígeno que va al cerebro ha disminuido severamente. El estado de coma es el resultado del cuerpo haciendo todo lo que puede para protegerse de más daño.

—Esto no tenía que pasar —Dean murmuró mientras arrastraba sus pies hasta el final de su cama y la miraba.

—Si su esposa continúa con esta trayectoria, las máquinas podrían mantenerla con vida, pero...

—Estará muerta —terminó Sam.

El doctor lo miró con simpatía. —Técnicamente, sí. Me temo que sí.

Dean lo miró y Sam observó con dolor cómo el labio inferior de su hermano se estremecía y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Así que... ¿no hay recuperación? —dijo Dean—. Digo, no hay vuelta atrás. No hay nada.

El doctor apretó los labios. —Me temo que está en manos de Dios ahora.

La rabia floreció en el pecho de Sam ante el sonido de esas palabras, pero logró contenerse. Sabía que no era culpa del doctor, solo estaba tratando de ofrecerles consuelo y ayuda.

Dean, por otro lado, no tenía ese control. Cuando se trataba de Anna, su autocontrol era inexistente. ¿Y si ella estaba en peligro? Bueno, Sam sintió lástima por quienquiera que se interpusiera en el camino.

—Eres doctor —gruñó Dean enojado—. Eres un médico profesional. ¿Estás intentando decirme que la vida de mi esposa está en manos de Dios? ¿Qué, se supone que eso es un consuelo?

El doctor levantó las manos para tratar de calmar a Dean. —Señor Dougherty...

—No, Dios no tiene nada que hacer aquí en absoluto.

—No fue mi intención... 

—Eso no basta —espetó Dean. Sin esperar otra respuesta, salió furioso de la habitación del hospital.

El doctor le dio a Sam una mirada de disculpa.

—Está bien, doctor —dijo Sam—. Mi hermano, él solo... es un momento difícil para nosotros. No está listo para dejarla ir. Ninguno de nosotros lo está.

El médico asintió. —Entiendo. Nadie está listo. Especialmente cuando la persona es muy joven. Y tan amada.

Sam asintió agradecido y se sentó a su lado cuando el doctor se fue. Él se llevó la mano de Anna a los labios y cerró los ojos. Nunca fue de orar, especialmente cuando conocía a los ángeles, pero rezó por un milagro.

****

Dean se arrodillo en uno de los bancos de la capilla del hospital. Estaba cansado. La pena apretó alrededor de su corazón cuando juntó sus manos e inclinó su cabeza sobre ellas. Todo lo que podía oír eran los gritos de dolor de Anna. Y todo lo que pudo ver fue su cuerpo tendido en la cama de un hospital. Tan tranquila.

Y ella nunca había sido una persona tranquila o silenciosa. Le molestaba verla de esa manera. Ella siempre había sido ruidosa y llena pasión.

Nadie que entrara en una habitación, en la que ella estaba, la ignoraría. Ya sea por su personalidad o su belleza. Su existencia gritaba llamando la atención. Gritaba para ser oída.

A Dean le encantaba eso.

Cerró los ojos y se aferró a ese recuerdo. Al recuerdo de la mujer ardiente que sabía cómo presionar cada uno de sus botones. La única mujer que podría ponerlo de rodillas con una sola mirada.

—Cas, ¿estás ahí? —Dean lo invocó—. Anna está herida. Gravemente herida. Y... sé que piensas que yo estoy enojado contigo, ¿está bien? Pero no me preocupa la caída de los ángeles. Así que cualquier cosa que hiciste o no, no importa, ¿de acuerdo? Lo arreglaremos. Por favor, hombre, te necesito aquí. Anna te necesita. No puedes dejarla salir así, no ahora. Sé que la amas. Entonces, por favor... 

Dean levantó la cabeza con un profundo suspiro. No tenía palabras para expresar cómo se sentía. Cuánto necesitaba que Cas estuviera allí para realizar un milagro.

Nada funcionó. Estaba seguro de que el ángel aparecería si supiera que Anna se estaba muriendo, pero cuando no lo hizo, la determinación de Dean se endureció. Ahora era el momento de poner todo en juego. 

Arriesgar la vida de todos solo para salvar la de ella.

—Al diablo —inclinó la cabeza otra vez—. Esto va para cualquier ángel que esté escuchando. Soy Dean Winchester y necesito ayuda. Este es el trato... Linwood Memorial Hospital, Randolph, Nueva York. El primero que me ayude, consigue mi ayuda a cambio y ya sabes que eso no es poco. No es ningún secreto que no siempre hemos estado de acuerdo. Pero tú sabes que cumplo mi palabra y no estaría pidiendo, si no lo necesitase, así que...

Se detuvo de nuevo cuando se le escapó un sollozo. Sus lágrimas cayeron y enterró la cara entre sus manos. Esperando contra toda probabilidad que alguien lo estuviera escuchando. Que este no era el final para Anna. Porque si era su final, también era el final para él.

Dean estaba bien. Él estaba satisfecho con su vida. Entonces ella apareció y dio vuelta su mundo. Ahora no podía imaginar su vida sin ella, pero sabía que no era una que quisiera vivir.

****

—Mira, solo porque te estés muriendo no significa que ya estés muerta, no todavía, ¿está bien?

Ella estaba estupefacta. Él le estaba haciendo una broma. Tenía que ser. No había forma de que estuviera muerta. Lo sabría si fuera cierto, ¿verdad? Todo se sentía igual. Olía igual. Incluso Dean era... Dean. Hasta el ceño fruncido en su rostro era el de siempre. Lo único extraño era que Sam no estaba allí. Pero cada vez que pensaba en eso se mareaba.

—Hemos salido de cosas peores —dijo Dean—. Lucharemos contra esto. Tengo un plan. Tú solo aguanta. ¿Me escuchas?

—Absolutamente —contestó.

Él la miró. —¿Crees que estoy mintiendo?

Ella sonrió. —Probablemente, sí.

Dean rodó los ojos y gruñó. —Entiendes que realmente no estamos en este coche ahora mismo. Estamos en tu cabeza y tú estás en coma, muriéndote.

La pelirroja exhaló un suspiro. Había una cosa que estaba mal en Dean. Primero, él no bromearía con algo así. Segundo, él no estaba volviéndola loca. 

Después de lo que sucedió en la iglesia, sus instintos de protección deberían haber llegado al máximo. Debería haber sido más afectuoso y aferrado que nunca, pero no fue así. Simplemente se sentó allí como si fuera cualquier día normal.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó.

—Porque yo soy tú y tú eres tú. Todo esto eres tú —contestó Dean—. ¡Estamos en tu cabeza!

—Hablas en serio —Dean le dio una mirada exasperada. Ella sacudió su cabeza—. La única razón por la que paré de hacer las pruebas fue para no morir.

Dean asintió. —Y la próxima vez que veamos a Naomi o a Metatron o quién sea que tenga la culpa de esto, haremos justicia, pero ahora tenemos que luchar contra esto, cariño.

Anna asintió. Si Dean tenía razón, entonces tomarse el tiempo para entender la situación no era una opción. —De acuerdo. Bien, ¿cuál es el plan?

Dean le dio una mirada de costado y se movió en su asiento. —Estoy trabajando en ello.

Ella frunció el ceño. —¿Qué significa eso? Estoy muriéndome, por lo visto.

—Significa que estoy trabajando en eso, ¿de acuerdo?

Se movió hasta que estaba frente a él con una rodilla en el asiento. —La cosa es, si me estoy muriendo y te creo. Lo hago. Pero si tú eres tú, pero en verdad eres yo y eres una parte de mí que quiere luchar para vivir...

Dean asintió. —Sí. No tengo ni idea de lo que dices, pero continúa.

—Pero si no tienes ni idea de cómo tengo que luchar, entonces ¿se supone que debo pelear?

Dean la miró con dureza. —¿Hablas en serio?

—Sí, Dean. Ella habla en serio.

Anna saltó al sonido de la voz de Bobby. En un minuto no había señales de nadie y al siguiente el viejo cazador estaba en el asiento trasero.

—Y si me preguntas —continuó—. Creo que tiene razón.

Dean lo miró con una mirada incrédula. —Anna quiere morir, ¡¿y tú crees que tiene razón?!

—Está bien —dijo ella—. No quiero morir. Pregunté si quizás se supone que tengo que morir.

—Cállate, Anna —Dean gruñó. Miró a Bobby—. Tú vete. Y, antes de que me tires debajo del autobús, de nada, por el rescate del infierno. Maldito, traidor.

El viejo rodó los ojos. —Oye, para empezar, tú no rescataste a nadie, imbécil. Ella lo hizo. En segundo lugar, Anna, estás en coma. Y por más que sea un asco, las cosas a veces son así.

—¿De qué estás hablando?—dijo Dean—. Siempre hay una manera. Tú nos enseñaste.

—¿Te refieres a cómo tu y tu hermano hacen alguna locura estúpida para vencer a la muerte? ¿Cómo cuando vendiste tu alma?

—Exactamente como vender mi alma.

Bobby se burló y Anna se frotó la sien con los dedos. Había esperado que al morir ella no tuviera que escuchar más peleas. Error.

—Sí, porque funcionó muy bien la última vez —contestó Bobby.

Dean gruñó con frustración y levantó una mano con desprecio.

—¡Basta! ¡Ambos! —gritó—. ¡No puedo oír mis pensamientos!

Se quedaron en silencio por un momento y Dean la miró. —Bueno, no te crees esto, ¿verdad? —gruñó mientras movía su pulgar hacia Bobby.

Ella suspiró cuando el cazador mordió el anzuelo.

—Perdona. ¿Estás muerto? —gruñó Bobby—. Porque yo lo estoy y quizás estoy aquí porque soy parte de Anna que realmente sepa de qué diablos está hablando.

—Estoy en el asiento delantero porque me puso aquí porque quiere pelear —respondió Dean. Él la miró—. ¿Verdad?

Bobby apareció en el asiento delantero entre ella y Dean antes de tener la oportunidad de responder. Si ella había tenido alguna duda antes, ahora no.

—Bien, adiós, Dean —Bobby se burló.

Los ojos de Dean se dispararon hacia ella justo cuando la persona que era como su padre puso una mano sobre su hombro. —Anna, no te atrevas...

Ahora estaba en un bosque. Era la mitad del día y ni Dean ni el Impala estaban a la vista.

—Simplemente no sabe cuándo callarse —murmuró Bobby.

Ella lo miró. —Honestamente, Bobby, yo... no sé qué es lo correcto.

Él presionó sus labios mientras la miraba.

—Vamos —contestó mientras la acercaba a su costado.

****

Dean se apoyó contra el marco de la ventana en la habitación de Anna en el hospital, mientras la miraba a ella y a Sam. Su corazón se rompió por el dolor de su hermano, más aún porque él sentía el mismo dolor.

Siguió esperando que ella se despertara. Solo quería ver sus ojos verdes abiertos. Él quería verla sonreír otra vez. Sería feliz solo por escucharla regañándolo por hacer algo estúpido.

Pero todo lo que pudo hacer era quedarse allí y escuchar a Sam contar sus historias. Historias de su vida con ellos. Él le contó cómo se conocieron en el instituto de salud mental. Acerca de cómo solía llamarlo Jirafa y regalarle una ensalada. Él contó cómo ella y Dean no se llevaron bien al principio, y que a pesar de que él había actuado como si ella fuera su ruina, Sam sabía que le gustaba en secreto.

Que hubiera deseado poder tenerla de la manera en que Sam la tenía. Él le contó sobre el momento en que él y Dean hablaron por primera vez de compartirla. La primera vez que la besó. Que hicieron el amor. Cuando le dijo "te amo". Incluso habló y se rió de la vez que Garth los había entrado juntos cuando sabía que ella estaba con Dean.

Al principio, Dean no lo entendió. No podía entender por qué Sam volvía a contar todos esos recuerdos cuando todo lo que traía era dolor. La cara de Dean estaba manchada de lágrimas, y también la de Sam. Entonces, ¿por qué se sometía a eso?

Entonces se dio cuenta. Todo lo que Dean tuvo que hacer fue mirarla y recordar la primera vez que la había visto. No importaba cuán dolorosos parecían los recuerdos. No importaba cuánto lo hicieron llorar.

Se dio cuenta que prefería pasar por el dolor de recordar sus mejores momentos con ella, que no recordarla en absoluto.

—Dean.

Dean respiró profundamente cuando el sonido de la voz de su hermano lo sacó de sus propios recuerdos. Le dolió pero logró apartar los ojos de ella y mirar a su hermano. Sam estaba parado junto a su cama ahora. La mujer que estaba mirándolo tenía una sonrisa paciente.

Dean se apartó del marco de la ventana y avanzó. —Voy a romper el hielo. ¿Eres un ángel?

La mujer dejó escapar una risita emocionada. —A veces desearía serlo. Mi nombre es Kim Schortz, soy una consejera de duelo aquí en el hospital.

Su corazón se hundió y la breve esperanza que acababa de tener murió. Vio la cara de Sam caerse cuando se apoyó en su cama, su mano automáticamente buscó la de ella. Excepto que Dean sabía que no había consuelo en sostener su mano sin vida. La comodidad solo estaba cuando ella le devolvió el apretón y susurró palabras tranquilizadoras con esa voz tan especial.

—Bien —dijo Sam—. Lo siento. Solo estamos cansados. Y con todo respeto, pero no estamos en duelo, al menos no todavía, así que...

Kim asintió con la cabeza. De repente, su mirada paciente irritó a Dean. Trató de mantenerse calmado. Se sintió culpable por explotar antes en frente de Anna, y aunque probablemente no podía oírlo, él todavía sabía que ella no querría que se enojara y le gritara a la gente que no se lo merecía.

—Me temo que, por duro que sea, este podría ser un buen momento para hablar... sobre lo inevitable —insistió Kim.

—Mira, seguro que eres una persona estupenda y que tienes buenas intenciones, pero "inevitable"... de donde vengo, es una palabra contra la que se lucha. Siempre hay una manera —contestó Dean.

Kim presionó sus labios. Su paciencia también irritó a Sam. No la culpó, pero eso hizo que se acordara de la pelirroja. Ella no era una persona paciente. Nunca lo había sido. Su temperamento era malo y tenía una mecha corta.

La paciencia no era uno de sus dones. Y mientras que algunas veces lo molestaba y le recordaba a Dean. En ese momento, no quería nada más que verla despierta y rodando los ojos con impaciencia.

—Y yo soy una mujer creyente que cree en milagros tanto como cualquiera —dijo Kim—. Pero también sé leer un encefalograma. Y a menos que me digas que puedes contactar directamente con esos ángeles a los que buscabas...

—Sí, no... supongo que no —dijo Sam. Miró a Dean cuando se le ocurrió algo—. Pero quizá tengamos algo mejor. Al Rey del Infierno en el maletero.

Sin una palabra de explicación, Sam y Dean salieron corriendo de la habitación.

****

Sam hizo una mueca y se frotó el hombro mientras Dean encendía el aro de aceite sagrado que rodeaba al ángel que habían atrapado.

Cuando se dirigieron al Impala, algunos ángeles les tendieron una emboscada, otro apareció y se salvó, ofreciendo su ayuda antes de desmayarse. Sam y Dean no se arriesgaron. Mientras estaba inconsciente, ambos vertieron un anillo de aceite sagrado a su alrededor.

Él se despertó justo cuando Dean llegó al lado de Sam.

—¿Quieres ayudar? —preguntó Sam—. Empieza con un nombre.

El ángel permaneció arrodillado en el suelo mientras miraba el anillo de fuego sagrado. —Ezekiel.

—De acuerdo, Ezekiel. ¿Cómo sé que no estás cazandonos o a Castiel como los otros ángeles? —Dean lo cuestionó.

—Seguro que hay muchos ángeles que lo están haciendo —contestó Ezekiel—. Y lo más probable es que haya muchos más viniendo aquí.

—¿Cómo sabes eso?

—Para rezar en abierto así...

—Debo estar muy desesperado—dijo Dean.

Ezekiel se puso de pie. —Lo creas o no, algunos todavía creemos en nuestra misión. Y eso significa que creemos en Castiel... y en ustedes.

—Dijiste que fuiste herido en la caída —comentó Sam.

—Así es. Pelearme con mi hermano no me hizo un favor. Pero la fuerza que me queda, te la quiero ofrecer a ti.

Sam y Dean compartieron una mirada. Ninguno de los dos tuvo que decir nada para saber que ambos estaban lo suficientemente desesperados como para poner la vida de Anna en manos de un extraño.

****

Las manos de Dean estaban húmedas, Sam con las suyas mientras los dos miraban a Ezekiel colocar una mano sobre el pecho de Anna.

—¿Todavía puedes curar cosas después de la caída? —preguntó Sam.

—Sí, debería, pero... —Ezekiel le contestó—. Está muy débil.

El sonido del teléfono de Dean cortó la tensión en la sala. Él respondió de inmediato.

—¿Quién es?

—Dean.

Su cuerpo se relajó ante el sonido de la voz de Castiel. Le hizo un gesto a Sam para vigilara a Anna mientras salía al pasillo.

—Cas, ¿qué demonios está pasando?

—Metatrón me engañó —explicó Cas—. No eran pruebas de ángeles. Era un hechizo. Quería que lo supieras.

—Bien. Eso es genial, pero nosotros tenemos un problema.

—¿Qué pasa?

—Es Anna. Se... —Dean tuvo que tomarse un momento antes de seguir—. Dicen que se está muriendo.

—¡¿Qué?!

La voz frenética y temerosa del ángel hizo que la mente de Dean volviera a la noche en que dejó a Cas en el búnker después de una pelea. Recordó la forma en que él la abrazó. Esa fue la primera vez que pensó que los sentimientos de Cas hacia ella habían cambiado. Y la locura inusual del ángel solo aclaró esas sospechas, pero ahora no era el momento para enojarse por eso.

—¿Qué ha pasado? —Cas preguntó cuando Dean no respondió—. ¿Qué estás haciendo para ayudarla?

—No lo sé —gruñó Dean—. Al principio estaba bien, pero luego ya no. Y... ¿has oído mis plegarias? Te he estado rezando toda la noche.

—Dean, Metatron... se ha llevado mi gracia.

—¿Qué?

—No te preocupes por mí —dijo Cas—. ¿Qué estás haciendo por Anna?

Dean se pasó una mano por la cara mientras intentaba pensar. —Todo lo que pueda. Hay otro ángel aquí trabajando con ella.

—¿Qué otro ángel?

—Su nombre es Ezekiel. Es bueno. Digo, creo que lo es.

Cas guardó silencio por un momento. —Ezekiel. Sí. Es un buen soldado. Podría ayudar hasta que yo llegue.

—Espera, no no, no. Oye, esa no es una opción —Dean le advirtió.

Se calló cuando pasó una enfermera y Cas aprovechó para hablar. —Podría tardar unos días, pero...

—Oye, Cas, escúchame. Hay otros ángeles ahí fuera, ¿de acuerdo? Te están buscando y están enojados.

—No todos, Dean. Algunos solo buscan dirección. Algunos solo están perdidos.

Dean frunció el ceño y se rascó la mandíbula. —¿De qué estás hablando?

—Conocí a una —explicó Cas—. Creo que puedo ayudarla, Dean.

—No, Cas. Sé que quieres ayudar, ¿de acuerdo? —dijo Dean—. Lo sé, pero ayudar a ángeles fue lo que te metió en problemas. Ahora, te suplico... por una vez, cuida de ti mismo. Hasta que averigüemos qué demonios pasa, no confíes en nadie.

—¿Y hacer qué? ¿Abandonarlos a todos?

—Mierda, Cas. ¿Te estás escuchando? Hay una guerra y es contra ti. Hay miles de ellos ahí fue... dijiste que perdiste tu gracia, ¿verdad? Eso significa que eres humano. Eso significa que sangras, comes y duermes y todas esas cosas de las que nunca te has tenido que preocupar.

Cas suspiró. —Estoy bien, Dean.

Antes de que Dean pudiera discutir, se produjo un estruendo en el hospital, las imágenes en las paredes comenzaron a temblar y caer.

—Joder.

—¿Qué pasa? —preguntó Cas.

—Creo que tenemos más compañía. Mira, métete en el refugio tú solo. Te mantendré informado sobre Anna.

—Dean.

—¡Ve, Cas!

Colgó antes de que pudiera seguir discutiendo y se apresuró a regresar a su habitación. Sam estaba de guardia y observando a Ezekiel como un halcón. Dean se sintió agradecido de que no estuviera solo en esto. Se preguntó cómo Sam había logrado sobrevivir a su muerte solo después de que el purgatorio se los tragara.

—¿Uno de los tuyos? —le preguntó al ángel.

—Intentando conseguir un recipiente —contestó Ezekiel—. Tenemos que movernos.

—No, no. Si la movemos, muere —dijo Dean. El pánico se apoderó de él.

—Si nos quedamos, podríamos morir todos —dijo Ezekiel.

Sam se mordió el labio mientras miraba alrededor de la habitación. —Dean —lo llamó cuando vio una serie de marcadores. 

No necesitó preguntar para saber cuál era el plan de Sam, simplemente comenzó a dibujar símbolos en las paredes.

Una vez que dibujo el último parte posterior de la puerta, Dean se giró hacia Ezekiel. —Mientras estas estén aquí, ningún ángel vendrá. Nadie va a salir. ¿Estás bien con estos?

Ezekiel respiro y los hermanos ya podían ver que estaba debilitado por los símbolos.

—Yo me encargo —inclinó la cabeza hacia un lado, como si estuviera escuchando.

—¿Qué?

Ezekiel lo miró. —Están aquí.

Dean asintió y se dirigió hacia la puerta. —De acuerdo. No le abras la puerta a nadie más que nosotros —él la señaló—. Sálvala, ¿me has oído? Ella es la prioridad.

****

Anna y Bobby se detuvieron al final del camino por el que caminaban. Allí había una vieja cabaña.

—Ahí está.—afirmó Bobby.

Dio unos pasos hacia adelante y frunció el ceño. El lugar no le resultaba familiar. No estaba segura de lo que Bobby estaba esperando, así que se giró hacia él.

—Adentro está todo lo que necesites para el camino —explicó mientras señalaba hacia la cabina—. Estaré esperándote con un par de cervezas. ¿O sigues bebiendo vodka como los rusos?

Anna estuvo a punto de contestar, pero se sorprendió cuando el cuerpo de Bobby se sacudió y la sangre salió por su boca. Miró hacia abajo para ver la punta de un cuchillo sobresaliendo de su pecho. Ella gritó cuando cayó al suelo muerto. Dio un paso hacia él pero se detuvo cuando su cuerpo desapareció.

Levantó la vista para ver a Dean y Sam.

Seguía diciéndose a sí misma que no era real. Que Bobby estaba muerto pero que ellos no lo habían matado. Estaba todo en su cabeza.

—Lo siento, viejo —dijo Dean mientras miraba el lugar donde Bobby cayó muerto.

—¡¿Están locos?! —les gritó.

Volvieron a mirarla. —Vamos, bebé. Bobby era la parte de ti que quería morir. Sé que duele, pero tiene que irse.

—No —gruñó mientras caminaba hacia ellos—. Ustedes tienen que irse. ¡¿Cuándo van a darse cuenta de que ha terminado?! ¡No hay nada por lo que luchar!

—No, mira, sé que no crees eso —intentó Sam.

—¿En serio? Entonces, ¿cuál es el plan?

—¿Mi plan? —dijo Dean—. ¡Mi plan es luchar! ¡Mi plan es intentarlo! ¡Mi plan es que me importe! ¿Me estás diciendo que no hay nada? ¿Eh? ¿Me estás diciendo que no hay nada por lo que luchar, que no hay nada por lo que mantener la esperanza?

—No. Te estoy diciendo que hay —afirmó ella—. Puede que no les guste. Puede que no lo acepten, pero está ahí —señaló hacia la cabaña—. En aquella casa.

—¡Sabes qué hay en esa casa! —gritó Dean. Estaba asustado, ¿o era ella? De cualquier forma, él estaba cada vez más desesperado. Ahuecó su cara entre sus manos—. ¡Pero no te puedo ayudar si no estás dispuesta a luchar por ti misma!

Ella apretó los labios y le lanzó una mirada triste mientras apartaba las manos de su rostro. Miró a Sam igual de destruido que él. —Lo sé. Está bien. Es lo que quiero.

Ella retorció los dedos en su chaqueta y se puso de puntas de pie para presionar sus labios contra los de él. Él la envolvió con sus brazos para que pudiera apretar su cuerpo contra el suyo.

Se separó y dando un paso hacía Sam, hizo lo mismo. Era la primera vez que compartían algo así. Siempre habían sido respetuosos. Pero también era la primera vez que iba a morir.

Se apartó antes de que pudiera cambiar de opinión. Ambos desaparecieron cuando dio un paso atrás. La tristeza en sus rostros quedaría grabada para siempre en su mente.

Con una última respiración, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la cabaña. La puerta crujió cuando la abrió. No estaba del todo segura qué esperar cuando entró, pero un un hombre viejo y demacrado, con un traje negro de pie junto a la chimenea, no estaba en sus planes.

Él giró cuando entró. —Hola Anna, soy la Muerte. Te estaba esperando.

****

Los hermanos cerraron sus ojos mientras la brillante luz que señalaba el destierro de un ángel brillaba en todo el pasillo.

Sam gimió cuando se puso de pie. Dean se limpió la sangre de la nariz y se apoyó contra la pared cuando su visión se aclaró. El menor sacó el hacha que estaba incrustada en la puerta de la habitación de Anna y se apresuró a entrar cuando escuchó el pitido de las maquinas.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Sam cuando vio a un debilitado Ezekiel desplomado en la silla junto a su cama.

El ángel hizo un gesto hacia el monitor. —Esto acaba de empezar. Y la protección. Me temo que soy más débil de lo que creía.

Sin otra palabra, Dean recogió uno de los marcadores nuevamente y comenzó a tachar los sigilos.

—Lo siento —dijo Ezekiel.

Dean se giró hacia él. —No. No, no, no. No, teníamos un trato, ¿de acuerdo? Nosotros luchamos. Tú salvas.

—Y lo haría si pudiera. Pero me temo que es demasiado tarde.

—¡¿Estás bromeando?! —gritó Sam, su tranquilidad finalmente cayó.

Todo lo que podía pensar era que no podría volver a una vida sin ella. Lo había hecho durante un año y casi lo había matado. No podía hacerlo de nuevo.

—¿Estás diciendo que no hay forma de salvar la vida de Anna? —gruñó Dean.

—No hay ninguna forma buena, me temo —dijo Ezekiel.

—Bueno, ¿cuáles son las malas? —Ezekiel desvió su mirada—. Nos hemos quedado sin opciones, hombre. Buenas o malas, dímelas.

El ángel le devolvió la mirada. —No puedo prometerlo, pero hay una posibilidad de que pueda arreglar a tu pareja desde dentro.

—Desde dentro. ¿Qué, vas a abrirla? —Dean sabía que era una mala broma. Ezekiel negó con la cabeza—. ¿Qué, posesión? ¿Quieres poseer a Anna?

Sam se pasó una mano por la boca mientras la miraba. Él ya sabía lo que Dean iba a decir.

—Te lo dije—dijo el ángel.

—De ninguna manera —Dean gruñó.

Ezekiel asintió una vez. —Entendido. La decisión es suya.

—No, la decisión es de Anna —dijo Sam mientras miraba a su hermano—. No habría ninguna posibilidad de que dijera que sí a ser poseída por nada.

—Preferiría morir —agregó Ezekiel.

Sam y Dean asintieron con tristeza. Ezekiel se puso de pie y movió su mano a través de la pantalla del monitor. El pitido se detuvo, sin embargo, el silencio fue peor.

—Entonces los dejaré solos —afirmó el ángel mientras se dirigía hacia la puerta.

—Espera —Dean lo detuvo mientras la miraba—. Si considero esto y me refiero a solo considerarlo... necesito algo, hombre. Tienes que demostrarme lo mal que esta.

Sin palabras. Ezekiel se movió hacia ella y le puso una mano en su cabeza. —Cierra los ojos —Dean hizo lo que le dijo y él puso la otra mano en su cabeza.

Cuando Dean vio a Anna sentada en una cabaña viva y bien, su corazón casi estalló de alegría. Todo eso cambió cuando vio que estaba sentada con la Muerte.

—Debo admitir —dijo la Muerte mientras la miraba—. Cuando escuché que eras tú, bueno, tuve que venir yo mismo.

Ella se burló. —¿De verdad? ¿Un ser humano como yo? ¿Cómo obtuve un trato tan real?

Dean sonrió ante el sarcasmo en su voz. Por supuesto, ella no tendría miedo de la Muerte. No como él y Sam.

—Considero un honor ser yo quien se lleva Anna Winchester. De verdad que intento no juzgar a la gente en momentos así. Aunque temo lo que ocurra cuando te vayas. Ya sabes, tú eres... especial.

Ella frunció. —No soy Winchester.

Sí, ella lo era, pensó Dean.

Las cejas de la Muerte se alzaron cuando la miró. —¿Segura? Es posible que no te permiten casarte con los dos hermanos, pero en el mundo de los monstruos, eres su compañera. Has sido llamada Winchester por más tiempo de lo que crees.

Anna sonrió ante eso. Siempre había querido tomar su apellido. Por lo general, aborrecía a las mujeres que perdían su apellido para usar el de su marido. Pero ella tenía el apellido de su padre. Un borracho abusador. Nada la habría hecho más feliz que quemar ese nombre en su vida y reemplazarlo por el Winchester.

Anna Winchester. Sonaba bien.

—Necesito saber una cosa —dijo ella.

La Muerte se inclinó hacia adelante mientras la miraba. Sam y Dean siempre le habían dicho que era aterrador, pero ella no sentía nada más que paz. Él era gentil y tranquilo.

—Sí.

Se lamió los labios y se inclinó hacia adelante también. —Si voy contigo... ¿puedes prometerme que será definitivo? Que si muero, seguiré muerta. Que nadie podrá cambiarlo, que nadie podrá hacer un trato y que nadie más saldrá herido. Sam y Dean... intentarán traerme de vuelta. No puedes dejarlos.

Sus ojos cayeron al suelo por un momento, luego volvió a mirarla y asintió. —Puedo prometértelo.

Dean respiró profundamente cuando Ezekiel apartó la mano de su rostro. Sintió las lágrimas caer mientras miraba a su hermano.

—¿Qué pasó, Dean? —preguntó frenético Sam.

—Ella es... ella quiere morir —Dean se atragantó—. Está haciendo un trato con la Muerte.

Los ojos de Sam se agrandaron. —¡¿Qué trato?!

Dean tragó saliva y volvió a mirarla. —Si ella muere... no hay forma de devolverla. Ni siquiera vender nuestras almas funcionará.

Sam sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Se giró para mirarla. —¿Qué diablos está haciendo?

—Como ven, no hay mucho tiempo —dijo Ezekiel.

—Lo sabemos —contestó Dean—. Maldición. Lo sabemos.

—¿Cómo va a funcionar? —preguntó Sam mientras miraba al ángel.

Ezekiel hizo una mueca cuando se puso de pie. —Beneficio mutuo, supongo. Curo a Anna mientras me curo yo mismo.

—¿Y cuando estés curado?

—Me iré. Es lo mejor de una situación mala, Dean —contestó el ángel.

—Aunque dijera que sí, no significaría arrodillarme —dijo Dean—. Anna nunca diría que sí... a ti no.

—Pero ella le diría sí a uno de ustedes.

****

La Muerte se levantó de su sillón y se giró hacia la ventana. —Es la hora, Anna ¿Vamos?

Ella se levantó siguiéndolo, solo para detenerse cuando Dean apareció en la puerta.

—Espera.

—¿Dean?

—Está bien, bebé —miró a la Muerte—. Habría traído donuts, pero hay poco tiempo, así que...

La Muerte rodó sus ojos. —Desde ya.

—¿Qué pasa? —preguntó mientras daba un paso hacia Dean.

—Encontré un plan —dijo.

Ella negó con la cabeza y levantó las manos. —Es demasiado tarde. Me voy.

Dean caminó hacia ella. —No, no. No, no. Escúchame.

—¿Por qué estás aquí? ¡No voy a luchar más contra esto!

—¡Tienes que luchar! —se acercó a ella—. Puedo arreglarlo, ¿de acuerdo? Pero no si me lo impides —volvió a mirar a la Muerte—. No es su momento.

—Eso tiene que decidirlo Anna.

Un sonido cayó de la garganta de Dean. Fue una mezcla de miedo y desesperación. Él no quería perderla. No podía.

—Anna, escúchame —protestó Dean—. Te hice una promesa en esa iglesia. Tú, Sammy y yo, pase lo que pase —hizo una pausa conteniendo las lágrimas—. Pero tienes que dejarme entrar, bebé. Tienes que dejarme ayudar. No hay un nosotros si no hay un tú.

Frunció el ceño y apretó los labios mientras intentaba contener las lágrimas. Su expresión estaba rota y perdida.

Anna miró a la Muerte por una respuesta, pero su rostro estaba en blanco. Sus ojos volvieron a Dean. Ella sabía qué respuesta le daría.

—¿Qué hago?

La cara de Dean se iluminó. Sus labios se curvaron en una sonrisa de esperanza y sus ojos se suavizaron. Eso la convenció de que había tomado la decisión correcta.

—¿Es eso un sí?

Miró de nuevo a la Muerte, luego a Dean. —Sí.

Dean cerró el espacio entre ambos y colocó sus manos sobre sus hombros. —Vamos.

De repente, la cara de Dean se transformó en la de un hombre extraño. El miedo la atravesó cuando la luz blanca llenó la habitación y ella miró los ojos del hombre.

Entonces todo se volvió negro y no sintió más nada.

****

Dean y Sam intercambiaron una mirada mientras se alejaban del hospital caminando detrás de Anna. Solo que no era ella, era Ezekiel.

—¿Y? ¿Cómo está todo ahí dentro? —Dean preguntó.

—No muy bien. Hay mucho trabajo que hacer —contestó Anna. Ezekiel.

Ella caminaba más recta, más rígida de lo normal. Y la forma en que hablaba era extraña. Sam y Dean querían que volviera, y estaban más que felices de que estuviera viva, pero la querían completa. Todas sus pequeñas peculiaridades. Hasta la forma en que caminó y habló.

—Sí, pero va a despertarse, ¿verdad?

—Lo hará.

—Y cuando lo haga —dijo Dean—. ¿Qué va a hacer, sentirte en su interior, reparando su bazo?

—No va a sentirme, no.

Dean se mordió el labio inferior. Odiaba escuchar a Ezekiel hablar con su voz. La misma voz que le había dicho "te amo" tantas veces. La misma que le susurraba cosas al oído en los momentos más íntimos.

Ezekiel se detuvo y se giró para mirarlos. Sam tuvo que mirar hacia otro lado. Nunca había visto sus ojos tan fríos. —Anna no tiene ninguna razón para saber que estoy aquí —dijo.

—Estás bromeando —dijo Dean—. No, esto es... esto es demasiado grande.

—¿Y qué hará si le dicen que está poseída por un ángel?

—Bueno, tendrá que entenderlo —dijo Sam.

—¿Y si no lo hace? Sin su aceptación, Anna puede echarme en cualquier momento, especialmente estando tan débil. Y si me echa, morirá —explicó Ezekiel.

—Entonces por ahora será un secreto —dijo Dean—. O hasta que Anna esté lo suficientemente bien como para no necesitar un marcapasos angelical o encuentre una manera de decírselo. Y de que estuvo en un hospital, buscaremos una explicación...

—Puedo borrarlo todo, si quieres —sugirió Ezekiel—. No recordará nada de esto.

Dean miró a Sam y vio desaprobación, pero cuando no dijo nada, le dijo al ángel que lo hiciera.

****

Anna se despertó en el asiento delantero del impala. La noche había caído y estaba aplastada entre los hermanos. —¿Dónde estamos? —preguntó mientras parpadeaba.

—¿Anna? —Dean dijo mientras la miraba.

—¿Qué?

Los dedos de Sam estaban debajo de su mentón mientras alzaba su cabeza para que lo mire. Él inspeccionó su cara. Después de un momento sonrió y le pasó un pulgar por la mejilla y el labio inferior.

Entonces la beso. Solo que era el tipo de beso que se reservaba para el dormitorio cuando estaban solos. Él gruñó contra su boca y mordisqueo su labio. Ella lo empujo hacia atrás con una risa. —¿Qué demonios, Sam?

—Tranquila, tranquila, tómalo con calma —dijo Dean mientras movía una mano para apartar el cabello de su cara y acercarla a él—. ¿Cómo te sientes?

Se encogió de hombros y se pasó una mano por la cara. —Cansada. Como si hubiera estado durmiendo una semana.

Dean asintió. —Bueno, más bien un día. Has estado así desde que el cielo escupió ángeles.

—¿Que pasó?

—¿Qué recuerdas? —preguntó Sam mientras pasaba una mano por su muslo.

Ella envolvió las manos alrededor de su brazo y cerro las piernas, atrapando su mano entre sus muslos, acurrucándose contra él.

—La iglesia —contestó—. Sentirme fatal, los ángeles cayendo y eso es todo.

—¿Pero te encuentras bien? —Dean la miró de nuevo.

Se encogió de hombros. —Sí. Bueno... —frunció el ceño—. ¿Has estado conduciendo conmigo desmayada en el asiento del copiloto un día entero?

—Bueno, paré, ya sabes... —dijo Dean—. Para que unos turistas japoneses sacaran fotos. Ninguno te tocó demasiado. Sabía que te recuperarías. Lo que dije en la iglesia iba en serio. Eres capaz de cualquier cosa, Anna. Y demonios, has demostrado que tengo razón.

—Bien —dijo mientras se alejaba de Sam. Agarró la mandíbula de Dean y giró su rostro hacia ella para poder besarlo—. Porque tenemos trabajo que hacer.

Ella cayó contra Sam, él y Dean compartieron una mirada.

Sam envolvió su brazo alrededor de sus hombros mientras besaba la superficie de su cabeza y la dejaba acurrucarse. No le importaba que Ezekiel estuviera dentro de ella. Todo lo que le importaba era que estaba de vuelta entre él y Dean.

Justo donde pertenecía.

****



Hola a todos de nuevo! Feliz 2018! 🎉 

Volvimos y con muchas novedades e ideas. Por suerte Anna se salvó pero ahora es todo mucho peor.  ¿Cómo reaccionara cuando se entere que está poseída por un ángel? ¿Y Cas enamorado de ella?

A mi, particularmente esta temporada me resultó un poco extraña, así que acá le vamos a dar un giro inesperado. Nuevos personajes, nuevos amores 😏

También tenemos nueva portada, de nuevo. 

Bueno, espero que les guste este capítulo. Amo todos y cada unos de sus comentarios, me dan ganas de seguir y me dan nuevas ideas 😘

⚠ Pregunta MUY importante: ¿Les gustan los capítulos así largos como este o prefieren que los vaya dividiendo por partes?  Realmente me gustaría saber, así que por favor, denme su opinión. 

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