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[014] - Sacrificio

—Tienen menos de un minuto antes que un muy querida, atractiva, y ligeramente borracha amiga suya muera.

Anna se frotó los ojos mientras escuchaba la engreída voz de Crowley por el altavoz de su teléfono. Sam se sentó al otro lado de la mesa, con el ceño fruncido mientras reflexionaba sobre el plan. Podía sentir que cuanto más cerca estaba del final, más comenzaba a preocuparse por ella.

Dean estaba demasiado enojado como para preocuparse en ese momento. O al menos usó la ira para ocultar su preocupación. Si ese era el caso, entonces su ceño fruncido significaba que estaba aterrorizado.

—Déjala, Crowley —habló Anna.

—¿Por qué?

—Porque se acabó, hijo de puta —Dean gruñó—. Queremos hacer un trato.

—Treinta segundos —dijo Crowley.

—Nosotros paramos las pruebas y tú paras los asesinatos —la pelirroja intentó convencerlo.

—Quiero la tabla de demonios. La tabla de demonios entera.

Anna se mordió el labio y miró a los hermanos. —Bien, pero entonces la tabla de ángeles viene con nosotros.

—¿Por qué motivos? —soltó Crowley. Ella nunca lo había escuchado estar tan indignado.

Dean le arrebató el teléfono de su mano. —Por los motivos de que eres un imbécil y ningún imbécil debería tener tanto poder. ¿Hay o no hay trato? —gruñó.

—Primero, tengo que oír dos pequeñas palabras... Me rindo.

Dean rodó los ojos y miró hacia un lado. Al principio, Anna pensó que estaba enterrando su orgullo lo suficiente como para decirlo. Pero luego tomó demasiado tiempo. El tiempo suficiente para que Crowley comenzara la cuenta regresiva desde cinco.

Ella saltó de su asiento. —Me rindo —gritó antes de que él alcanzara el uno.

—Buena chica —la halagó—. Siempre supe que mi pequeña dulzura salvaría el día. Te enviaré una dirección, los veo en una hora. No lleguen tarde.

Anna le arrebató el teléfono a Dean con una mueca cuando Crowley colgó. —Sabes que odio cuando me quitas las cosas de la mano.

—Chicos —dijo Sam mientras se ponía de pie.

Las luchas entre Anna y Dean se habían vuelto constantes desde que comenzaron las muertes, Sam estaba aprendiendo a leer el lenguaje corporal más rápido que nunca antes. Una mirada a los dos y él ya sabía que una pelea estaba a punto de estallar.

Dean la miró con el ceño fruncido. —Bueno, odio cuando el Rey del Infierno te llama "miel" y se piensa que es tu amigo. Pero no voy por ahí quejándome, ¿o sí?

—Dean —advirtió Sam.

Dean no notó como los ojos de Anna se ponían brillosos, pero su hermano sí. Y cuando salió furiosa de la habitación sin decir una palabra, Sam se enojó más con él.

—¿Qué demonios? —exclamó Sam mientras Dean se giraba hacia él.

—¿Qué? Ella comenzó.

—¡Por supuesto que sí! Has estado actuando como un idiota con ella todo el día —Dean rodó los ojo e intento irse pero Sam lo detuvo con una mano sobre su pecho—. Hablo en serio, Dean. Tienes que parar con esto. Anna no ha estado bien.

—Sí, bueno, las pruebas hacen eso —Dean intentó pasar pero su hermano lo detuvo de nuevo.

—No son solo las pruebas —mientras Dean lo miraba con impaciencia, Sam se pasó la mano por la boca, eligiendo las palabras—. La escuche hablando con Emily. Y tú sabes que ella no es muy fanática de nosotros.

Dean frunció el ceño. —¿Y?

Sam se encogió de hombros. —Quiero decir, ella es insegura Dean. Lo sabes. Si tú me gritas, sé que cuando me despierte a la mañana siguiente estarás ahí para mí. Sé qué harías cualquier cosa por mí. ¿Pero si le gritas? Despertará la mañana siguiente y pensará que algo ha cambiado. Ella necesita consuelo constante. No podemos arruinarlo así, Dean. Especialmente cuando no sabemos cuánto tiempo más la tendremos.

—No digas eso —Dean gruñó—. Ella no irá a ningún lado.

Sam apretó los labios. —Si estás tan seguro de eso, ¿por qué estás tan asustado por ella?

****

Kevin se puso frenético cuando Anna le había dicho que necesitaba devolverle la tabla demoníaca a Crowley. Sin embargo, se calló una vez que le había contado el plan y estaba más que feliz de guiarla personalmente a ella y a los hermanos hasta donde lo había escondido.

Lo que sucedió por casualidad debajo de una valla publicitaria de "Dave and Paul's Chili Pot Restaurant". Irónicamente, la cara del restaurante era un demonio.

—¿Escondiste la tabla de demonios debajo del diablo? —preguntó Anna sonriente—. ¿En serio?

Kevin la miró mientras sacaba una bolsa del agujero que había cavado en la tierra. —¿Qué? Estaba delirando.

Anna se mordió la lengua mientras él sacaba las dos mitades de la tabla demoníaca de la bolsa y las colocaba juntas para que pudieran volver a unirse.

—¿Estás seguro de que esto va a funcionar? —preguntó mientras le entregaba la tabla a Sam.

—¿Qué otra opción tenemos? —dijo Sam.

Dean sacó la caja que contenía la llave del búnker del bolsillo de su abrigo y se la dio a Kevin. —De acuerdo, escucha, esto es una guarida secreta, ¿me entiendes? Nada de fiestas.

Kevin entrecerró los ojos ante la broma de Dean. —No tengo amigos.

—Sí, bueno, solo relájate. ¿Quién sabe? Serás un mateatleta de nuevo antes de que te des cuenta.

Dean giró sobre sus talones y se dirigió al Impala con Sam siguiéndolo de cerca. Ella miró a Kevin con una sonrisa.

—Gracias, Kev —dijo—. Lo siento. Sé que Sam y Dean no siempre lo dicen, pero están agradecidos por tu ayuda.

Kevin se encogió de hombros y les lanzó una mirada molesta cuando Dean gritó para que se diera prisa. —Sí, bueno, no necesitan ser educados. Ellos tienen que limpiar sus problemas, ¿verdad?

Ella presionó sus labios, no muy segura de cómo responder. Finalmente, optó por no hacerlo, en cambio giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia el automóvil.

—Saben, ustedes están haciendo lo correcto —dijo Kevin.

Ella se giró para mirarlo y solo le brindó una sonrisa brillante.

****

Debido al sentido del humor de Crowley, el punto de encuentro terminó siendo en uno de los viejos edificios en donde solía vivir Bobby. Peor aún, Crowley estaba esperando cerca del viejo automóvil de cazador, que para entonces, estaba invadido de yuyos, tierra y óxido. Incluso había plantas que crecían fuera del motor.

—Hola, muchachos —dijo Crowley. Como siempre, sus ojos se desviaron hacia ella—. Pequeña.

Anna no hizo ningún tipo de movimiento.

—¿Cómo era ese viejo refrán? El éxito tiene muchos padres. El fracaso es un Winchester —Crowley se rió de su propio chiste pero la sonrisa cayó cuando se dio cuenta de que ninguno de ellos estaban siguiendo su juego—. ¿Dónde está la piedra?

—Enséñanos la tuya y nosotros te enseñaremos la nuestra —dijo Dean.

—¿En serio, Dean? Estoy tratando de llevar a cabo una negociación profesional aquí, ¿y quieres hablar de pequeñas cosas colgantes? La piedra —Sam dio un paso adelante mientras metía la mano en su chaqueta—. Oye, oye, oye, despacio.

Sam se detuvo un momento antes de desacelerar sus movimientos y sacar la tabla lo suficiente como para mostrarla a Crowley.

—Ahí está —dijo Crowley. Abrió su propio abrigo para mostrar la tabla ángel escondida en el interior.

—¿Y el contrato? —preguntó Dean.

Crowley sacó un pergamino y tiró de un extremo. Se desenrolló por el suelo para llenar el espacio de al menos dos metros entre Anna y él.

Ella se burló. —Sí, estoy segura de que no hay trampas ocultas ahí.

Crowley sonrió. —Lo más destacado... intercambiamos tablas, se retiran de las pruebas para siempre.

—Dejas de matar a todos los que alguna vez salvamos —añadió Sam.

—De acuerdo.

Dean buscó en su bolsillo y sacó un bolígrafo para firmar. Justo cuando él lo destapó, Crowley retiró el contrato unos metros.

—Buen intento, ardilla. Anna está haciendo estas pruebas. Ella firma.

—No, no, no. Ella no firma nada hasta que yo lea las letras pequeñas —gruñó Dean.

Anna apretó los dientes y tiró el bolígrafo de su agarre, recordando con una punzada de culpa que ella le había dicho antes que no le gustaba cuando le hacía eso.

—Puedo leerlo —afirmó.

Él la miró. Y Anna estaba lista para la pelea, aunque su ceño estaba fruncido no había ira en él. Solo preocupación y miedo. Estaba asustado de una manera que Anna nunca lo había visto antes.

—Oye, me querías aquí. Estoy aquí. Pero que me vaya al infierno si lo dejo jodernos aún más —protestó Dean.

Crowley se rió entre dientes. —¿Qué es esto? ¿Problemas en el paraíso?

Con un asentimiento, Dean cerró la brecha entre Crowley y él mientras levantaba el contrato y comenzaba a leerlo.

Anna nunca se había dado cuenta de lo lento que Dean leía, veinte minutos habían pasado y ella estaba recostándose contra Sam tratando de no quedarse dormida.

—Sé que estás cansada —le dijo Sam al oído—. Solo un poco más y puedes dormir en el asiento trasero en el camino a casa.

—Moverás tus labios todo el camino hasta aquí, ¿no es así? —bromeó Crowley.

Ella levantó la vista justo a tiempo para ver a Dean darle una mirada.

—¿Sabes por qué siempre te derroto? —Crowley continuó—. Es tu humanidad. Es una desventaja incorporada. Tú siempre pones la emoción por sobre el buen y anticuado sentido común. Dejemos que la única persona pensante de tu equipo lo firme ahora, ¿de acuerdo?

Dean apretó los labios y se giró para mirarla mientras se alejaba de Sam. Anna destapó el bolígrafo y se detuvo a unos pasos de distancia de los dos hombres. El hermano mayor la miró como un halcón, después de unos segundos, ella lo miró y asintió.

Eso era todo lo que él necesitaba. La mirada de shock en la cara de Crowley cuando Dean cerró las esposas en sus muñecas era épica.

—¿Es una broma? —protestó Crowley mientras levantaba la mano y sacudía las esposas que lo unían a Dean—. Te das cuenta de todo lo que tengo que hacer es... —chasqueó sus dedos. 

No pasó nada.

Dean sonrió. —Esposas demoníacas, idiota. Sin desaparecer, sin tele-transportarse, sin esfumarse y... sin trato. Lo que prácticamente significa que eres nuestra puta.

Crowley frunció el ceño. —Bien. ¿Quieres jugar a encadenados? Juguemos.

La cabeza de Dean se disparó cuando el puño de Crowley golpeó su nariz.

—Ensillaste al toro equivocado, amigo —gruñó Crowley.

Los labios de Dean se retorcieron con ira antes de que su puño comenzara a balancearse hacia Crowley, Anna sabía que iba a doler muchísimo más que el golpe que le había dado. Y tenía razón. Crowley gruñó mientras su cabeza se inclinaba hacia un lado. Dean tomó las solapas de su abrigo y le dio un fuerte apretón.

—Puedo hacer esto todo el día, ¿sabes por qué? ¡Maldición, se siente bien! —Dean gruñó mientras Crowley se pasaba la lengua por el corte en el labio—. Pero tarde o temprano, vas a tener que enfrentarlo... eres nuestro. Lo que significa que tu trasero demoníaco va a ser un trasero mortal muy, muy rápido.

Crowley frunció el ceño y desvió su mirada a la pelirroja. —¿Qué es lo que está balbuceando?

—Tú eres la tercera prueba, Crowley.

****

Dean se sentó en el asiento trasero del Impala mientras Anna dormía. Él tenía un pie fuera de la puerta abierta. A través del parabrisas, miró la iglesia abandonada en silencio.

Eso era todo. El fin de la línea.

Dean volvió a mirarla y se dio cuenta de que no importaba el resultado, ella no iba a estar bien. Nunca la había visto tan arruinada y quería aferrarse a esa ilusión de que mejoraría cuando todo termine, pero esa ilusión estaba cada vez más lejos.

Él no podía creer lo estúpido que había sido. Lo estúpido que era constantemente cuando se trataba de ella. Se sentía como si siguiera cometiendo los mismos errores una y otra vez. ¿Por qué no podía simplemente hacerlo bien por una vez?

—¿Por qué te estás castigando?

Dean se movió y la miró cuando ella habló. Estaba acurrucada contra la puerta, mirándolo a través de sus pestañas. Hizo que su aliento se estancara en su garganta. Él siempre había amado sus ojos verdes, eran tan brillantes. 

Recordaba haberse sentido culpable la primera vez que la vio. Sabía que Sam tenía algo por ella y, sin embargo, no había podido dejar de pensar en sus ojos cuando la conoció.

También recordó que su primer encuentro estuvo llenó de hostilidad. Siempre fue así con ella. Si solo hubiera sabido entonces lo que sabía ahora. Hubiera sido un hombre mucho más feliz. Él habría sido mucho más inteligente también. Hubiera aprovechado su tiempo junto a ella al máximo. Amándola y siendo feliz, ahora podía perderlo todo.

—Basta —dijo ella.

—¿Basta qué?

—Deja de castigarte por todo. Están pasando muchas cosas Dean, no lo empeores.

Ella salió arrastrándose del auto, sin una sonrisa o un beso. Ni siquiera una mirada tranquilizadora. Se fue. El asiento delantero de su Impala nunca había recibido tantos golpes. Y su corazón nunca se había sentido tan pesado.

****

—¿De verdad piensas que esto me detendrá, que vas a curarme o lo que sea? —preguntó Crowley mientras Sam terminaba de pintar con aerosol el borde de la trampa del diablo a su alrededor.

Sam no dijo nada, tampoco Anna.

Los dos salieron de la iglesia para encontrar a Dean en el maletero del Impala llenando un tarro con aceite sagrado.

—Está preparado —afirmó Sam mientras se detenía junto a su hermano.

Dean asintió y la miró. Anna estaba evitando sus ojos mientras revolvía en el maletero para juntar todos los materiales. —¿Cómo te sientes?

—Estoy bien —contestó sin levantar la vista.

Dean miró a su hermanito indefenso, pero Sam solo se encogió de hombros. No podía obligarla a hacer algo que no quisiera hacer.

—Sabes —dijo Sam en un esfuerzo por disipar la tensión—. Por primera vez en mucho tiempo, se siente como que vamos a ganar.

Él sonrió cuando lo miró.

—Bueno, no hay baile en la zona de anotación hasta que hayamos terminado —comentó la pelirroja.

—¿Qué dice el libro de jugadas del buen padre ahora? —preguntó Dean mientras tapaba el frasco que sostenía y lo guardaba en el maletero.

—Bueno, ahora que tenemos la tierra sagrada, yo solo... —Anna puso una mano sobre su boca y dejó escapar una tos—. Le doy a Crowley una dosis de sangre cada hora durante ocho horas y sello el trato con un sándwich de puño ensangrentado. Eso debería bastar.

Dean asintió y dio un paso más cerca de ella. —Se supone que tu sangre debe estar purificada, ¿no? ¿Alguna vez habías hecho lo del "perdóneme, padre" antes?

Ella pasó una mano por su cabello y dejó escapar un suspiro. —Si, cuando era muy chica. Mis abuelos, ellos eran un poco fanáticos así que me obligaron a confesar mis pecados.

Los ojos de Sam cayeron al suelo y sus manos se tensaron por su confesión. Dean solo podía pensar si ella alguna vez había hecho algo por decisión propia y no porque fuera una obligación. 

Desde que la conoció siempre pensaba en los demás antes que ella misma. La única vez que eligió fue cuando comenzó la universidad y aún así debió abandonar porque los demás la necesitaban.

—Creo que sé lo que voy a decir, sin embargo —dijo mientras terminaba de empacar un bolso con todos los materiales que necesitaba.

—¿Sí? ¿Qué es eso? —Sam preguntó curioso.

Se colgó el bolso al hombro antes de responder. —Creo que empezaré con mi padre. Después deje morir a mi madre, Bobby, Benny. Será fácil.

Anna se dio vuelta y caminó hacia la iglesia. Dean intentó seguirla con palabras de consuelo o algo. Cualquier cosa era mejor que dejarla creer lo que acababa de decir.

Sam lo detuvo con una mano en su hombro. —No lo hagas, Dean.

Dean se volvió hacia él con otra mirada indefensa. —No puede hablar en serio, ¿verdad? —Sam miró hacia otro lado y se rascó la parte posterior de su cuello—. Sam, no dejó morir a nadie. En especial Bobby o Benny, ella nunca hizo nada malo.

—Lo sé —afirmó Sam—. Pero estamos hablando Anna, Dean. ¿De qué no se siente culpable?

Dean abrió la boca para responder, pero se sobresaltó cuando Castiel apareció de repente. —Chicos, necesito su ayuda.

Dean suspiró y se apoyó en el borde del baúl. —Estamos un poco ocupado, Cas. Saca un número.

—Temo que esto no puede esperar —dijo Cas—. Naomi capturó a Metatron.

—¿Y cómo conoces a Metatron? —preguntó Sam confundido.

—He estado trabajando con él en las pruebas de los Ángeles.

—¿Qué? —Dean preguntó mientras metía sus manos en los bolsillos de su abrigo.

—Vamos a cerrar todo. El cielo, el infierno, todo —explicó.

 Ante las miradas perplejas que recibió de los hermanos, Cas suspiró y procedió a contarles el plan de Metatron de encerrar a los ángeles en el cielo y tener una buena reunión familiar.

—Metatron, el tipo que estaba lleno de locura, acaparador de libros, ¿ahora él quiere salvar el Cielo?

—Sí, él quiere salvarlo. Pero soy el único que puede. No puedo fallar, Dean, no esta vez. Necesito su ayuda.

Dean negó con la cabeza y se levantó. —Mira, Cas, eso es bueno pero nos estás pidiendo que dejemos a Anna y tenemos a Crowley allí atado y trenzado. Ahora, si alguien necesita un acompañante mientras hace el trabajo pesado es ella.

—Deberías ir.

Dean cerró los ojos ante el sonido de la voz de la pelirroja. No tenía que darse la vuelta y mirarla para saber cómo ella había escuchado lo que acababa de decir.

Él y Sam voltearon a mirarla.

—En serio.

—¿Qué? ¿Y dejarte aquí con el rey del infierno? —dijo Dean—. Vamos.

—Yo me encargo. Y si ustedes pueden encerrar los ángeles, también... ese es un buen día.

—Mira —comenzó Sam—. Estamos de acuerdo con el envío de los ángeles de regreso al Cielo, solo porque son imbéciles. Pero, ¿los demonios? Esto es por nosotros.

—Sam, ella tiene razón —dijo Dean—. Empieza las inyecciones ahora. Si no regresamos en ocho horas, terminalo. Sin preguntas, sin dudas.

Ella asintió y se dio vuelta para alejarse.

—No deberíamos dejarla así —dijo Sam. Dean lo miró—. ¿Qué pasa si sucede lo peor? No puedo... no puedo dejarla así, Dean.

—No hay tiempo —interrumpió Cas. Sus manos estaban sobre los hombros de Sam y Dean, se habían ido antes de que tuvieran la oportunidad de estar de acuerdo.

****

La inyección fue dolorosa. Desde que las pruebas comenzaron, los nervios de Anna habían aumentado a mil voltios, por lo que ponerse una aguja en la piel y extraer sangre parecía como si se estuviera cortando las venas.

—¿Realmente crees que inyectarme sangre humana me va a hacer humano? —Crowley se burló mientras ella se acercaba a él con la jeringa—. ¿Leíste eso en una caja de cereal?

Anna no dijo nada, él gritó mientras ella empujaba su cabeza hacia un lado y lo inyectaba agresivamente con su sangre.

Él se rió entre dientes y giró la cabeza cuando nada sucedió de inmediato. —Estás kilómetros fuera de tu liga, cariño —ella se alejó y se dirigió al altar donde guardaba el bolso.

—Te veo en una hora.

Justo cuando llegó al altar y bajó la jeringa, apretó los dientes con dolor y vio como sus brazos se iluminaban como lo hicieron cuando completó una prueba, solo que esa vez no fue tan brillante o intensa.

La segunda inyección había sido más dolorosa. No por la aguja, sino porque Crowley la había mordido. En el momento en que ella le inyectó la segunda dosis, él le tomó el antebrazo con las manos y le hundió los dientes en la muñeca.

—¿Qué demonios, Crowley? —gritó. Sin pensarlo, le dio un golpe en la mandíbula—. ¡¿Mordiendo?! ¡¿En serio?!

Crowley no dijo nada mientras la miraba. Ni siquiera parecía culpable. Con un último sonido frustrado, Anna pasó junto a él y salió de la iglesia con la intención de vendar su brazo.

Sin embargo, antes de la sexta inyección las cosas empezaron a salir mal. La pelirroja estaba apoyada contra el altar, adolorida cuando sus brazos se iluminaron de nuevo de color naranja. Crowley era inusualmente petulante con ella, pero no podía decir si era por las inyecciones o tenía algo bajo la manga.

—¿Cómo estamos, cariño? ¿Es ya la hora para la próxima inyección de amor? —comenzó a cantar, una vieja canción que a Anna nunca le había gustado.

Se giró para callarlo con otra inyección, pero se detuvo cuando la habitación comenzó a temblar. Crowley no pareció sorprendido, por lo que ella adivinó que su arrogancia era porque tenía algo planeado.

Las tablas del suelo junto a las puertas de la iglesia comenzaron a resquebrajarse y astillarse hasta que llegaron a la trampa del demonio y rompiéndola. Ahora lo único que detenía a Crowley eran las esposas.

Crowley volvió sus ojos hacia ella. —¡¿De verdad creíste que podías raptar al Rey del Infierno y nadie se daría cuenta?!

Anna apretó los labios y miró hacia las puertas justo cuando se abrieron de golpe.

Estaba preparada para un aluvión de demonios, pero algo mucho peor cruzó la puerta.

—Hola, gatita.

Crowley frunció el ceño e intentó mirar por encima del hombro. —Esa es mi línea. ¿Abaddon? Me dijeron que estabas muerto.

—Para nada —dijo Abaddon. Le inquietaba que sus ojos la siguieran.

Crowley se giró para mirarla. —¿Y el resto de la caballería?

—No, solo yo, un poco vieja e imposible de matar.

Un destello de plata llegó a la esquina de sus ojos y Anna se movió para arrebatar el arma del altar. Salió volando por la habitación antes de poder dispararle.

—Brillante —la halagó Crowley—. ¿Por qué enviar a la infantería cuando puedes mandar un caballero? Escucha, intenta no lastimar a la pobre chica. Ella ha sido llevada por mal camino es todo.

—Créenme —dijo Abaddon—. Lastimarla es lo último que quiero —apretó su mano extendida en un puño y Anna se vio obligada a arrodillarse.

—Eso bastará —afirmó Crowley mientras la veía luchar—. Deshaz esto. Puedo tratar con ella yo mismo.

Anna nunca tuvo la oportunidad de ver lo que Abaddon tenía para decir sobre eso. En un segundo ella estaba de rodillas, al siguiente estaba volando por la ventana de la iglesia y aterrizando contra suelo.

A pesar del precio que le había dolido estrellarse, arrojarla por la ventana era lo mejor que Abaddon podría haber hecho. Por suerte, Dean había llenado varias jarras de agua bendita y había logrado conseguir una caja de fósforos del maletero del Impala cuando se recuperó.

Entrando sigilosamente en la iglesia, encontró a Abaddon de espaldas a ella, Crowley estaba tirado en el piso bastante ensangrentado. Al parecer ella no era la única que tuvo un pequeño problema en el paraíso.

Abaddon se giró, posiblemente para ir a tratar con ella, pero cuando lo hizo la cazadora le arrojó agua bendita en toda la cara.

Anna sostuvo la caja de fósforos encendidos en la mano. —Me encanta el traje —luego los arrojó sobre ella y dio un paso atrás cuando estalló en llamas. 

Gritó y se revolvió antes de que el demonio dejara el cuerpo que poseía y salir de la iglesia en un remolino de humo negro.

Anna no perdió más tiempo. Abaddon o cualquier otra persona podría regresar en cualquier momento, pero no podía mover a Crowley a ningún lado. Entonces levantó su silla de nuevo a una posición vertical.

—Lo hiciste bien ahí atrás, cariño —dijo mientras caminaba de regreso a la bolsa de lona para buscar la pintura de aerosol—. Lo negaré si alguna vez me citas, pero soy un hombre orgulloso. Estoy orgulloso de ti.

Ella se rió entre dientes y sacudió la lata de aerosol cuando lo encontró. —Gracias.

—Espera. ¿Qué es eso? —Crowley preguntó mientras miraba la lata de aerosol.

—Es lo que parece — dijo ella.

Se movió detrás de su silla y dibujó la trampa, usando una pequeña pieza de madera para unir los bordes que habían sido separados.

—¿Estás bromeando? Acabo de salvarte la vida —dijo mientras ella volvía a la bolsa de lona.

Ella rió. —¿En serio?

—¿En serio? Yo, ¿en serio? Recién compartimos una trinchera, tú y yo. Rechazamos la ofensiva del Tet, sobrepasamos la violación de Nanking juntos. ¡¿Y aun así me vas a hacer esto?!

Anna frunció el ceño y tomó la siguiente jeringa mientras dejaba caer la lata. Una vez que se dirigió hacia él y le dio la inyección, dio un paso atrás y escuchó mientras le gritaba.

—¿"Banda de Hermanos"? ¿"El Pacífico"? ¿Nada de esto significa algo para ti? ¿Todos esos moteles, ni una vez miraste HBO, ni siquiera una? ¿Girls? Eres mi Marnie. Y Hannah... ella solo necesita ser amada. Se lo merece. ¿Acaso todos tú, yo... no merecemos ser amados? ¡Yo merezco ser amado!

La pelirroja frunció el ceño mientras escuchaba sus divagaciones. —¿Qué?

Crowley cerró la boca y pareció tan confundido como ella por lo que acababa de decir. Esperó a que él dijera algo, cualquier cosa, pero no lo hizo. 

Anna rodó los ojos y se giro para salir del lugar y tomar un poco de aire. Se apoyó contra el capot del Impala cuando las piernas le temblaron. Retiró el teléfono de su chaqueta y marcó el numero que se sabía de memoria.

—¿Anna? ¿Qué sucedió? ¿Todo esta bien?

La voz de su hermana sonaba frenética. Tuvo que morderse los labios para no comenzar a llorar allí mismo. —Oye, tranquila. Esta todo bien.

Emily soltó el aire que estaba conteniendo. —¿Dónde están Sam y Dean?

—Ellos... están ayudando a Cas.

—¿Te dejaron sola? Los mataré, juro que lo haré.

Anna sonrió tristemente y negó con la cabeza, aunque su hermana no la veía. —Em, necesito que me oigas y que me prometas algo.

—Eso no suena bien Anna, ¿qué sucede? ¿dónde estás?

—Estoy cerrando el Infierno, Em. Y estoy tan cerca. Esto es... grande ¿sabes? pero... —hizo una pausa conteniendo las lagrimas—. No se como saldrá esto Emily y tengo miedo.

—Anna.

—Escucha, si algo pasa quiero que te vayas Emily.

—¿Qué?

—Quiero que vivas la vida que no pude por culpa de papá. Quiero que seas feliz y sigas tu sueño. Enamorate, viaja, estudia, haz lo que quieras pero aléjate de la caza Em. No cometas mis mismos errores —la pelirroja se pasó las manos por las mejillas secando sus lagrimas.

—Anna, detente. Por favor.

Escuchar a su hermana llorar le rompía el corazón pero necesitaba hacerlo. —Te amo Em, nunca lo dudes. Vamos a estar bien ¿de acuerdo? Estarás bien.

—Te amo.

Anna quiso contestar pero su voz falló. Tal vez sería la última vez que escuchara su voz. Cortó el teléfono con una sensación extraña en su estomago. Este era el final y estaba preparada.

—Podría ser posible, cariño —dijo Crowley mientras la pelirroja entraba y comenzaba a sacar su séptima jeringa de sangre—. Me gustaría... pedirte un favor, Anna. Antes, cuando te estabas confesando allá dentro, ¿qué dijiste?

Ella presionó sus labios y apartó la vista de él. Esa no era la información que estaba dispuesta a divulgar. Ni siquiera estaba segura de poder contarle a Sam y Dean lo que había dicho.

—Solo pregunto —Crowley continuó mientras se movía hacia él con la jeringa—. Porque, dada mi historia surge la pregunta... ¿Dónde comienzo siquiera a buscar el perdón? Quiero decir...

Ella levantó la jeringa. —¿Qué tal si empezamos con esto?

Se sorprendió cuando Crowley inclinó la cabeza hacia un lado y se sometió a la inyección. En lugar de dolor, parecía contento.

Dean y Sam finalmente aparecieron justo antes de que terminara la prueba.

Le había dado a Crowley la última inyección y recitaba el exorcismo. Sacó un cuchillo de la parte posterior de sus pantalones y se abrió la palma de la mano. Tan pronto como la sangre brotó, sus brazos adquirieron ese brillo naranja otra vez, solo que esta vez no desapareció. Comenzó a arder por sus venas cuanto más tiempo esperaba.

Caminó hacia Crowley. Él se sentó allí, tan plácido como había estado alguna vez, y esperó a que hiciera lo que debía hacer.

Entonces los hermanos la detuvieron.

Irrumpieron por las puertas, la llamaron por su nombre y le gritaron que se detuviera. Anna frunció el ceño, pero detuvo sus movimientos.

Los ojos de Dean se posaron en sus manos y ella vio su rostro pálido cuando se dio cuenta de lo cerca que estaba de terminar.

Él levantó sus manos y dio pasos lentos hacia ella. —Tranquila. Está bien. Tranquilízate. Hubo un ligero cambio de planes.

—¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Dónde está Cas?

—Metatron mintió —explicó Sam—. Si terminas esta prueba mueres, Anna.

Frunció el ceño mientras miraba alrededor de la iglesia, boqueando como un pez fuera del agua. Pensó en todo lo que dejaría si muriera en ese momento.

Se dio cuenta de que no dejaría nada.

Se había despedido de Emily y se dio cuenta que tendría una vida si ella no estuviera. Bobby estaba muerto. Benny también. Cas estaba volviendo al cielo permanentemente. Rara vez veía a Charlie y Kevin, tal vez la extrañarían un poco pero nada que no pudieran soportar.

¿Y los Winchester? Bueno, ellos ya habían vivido sin ella. Habían tenido una vida podrían lograrlo de nuevo. Ella solo sumaba problemas. Anna les devolvió la mirada. La miraron como si fuera una bomba a punto de explotar.

Ella sacudió su cabeza. —¿Así qué?

Los ojos de Dean se abrieron de par en par y la boca de Sam se abrió. Compartieron una mirada.

—Míralo —continuó Anna. Se apartó de Crowley y se acercó a los hermanos. Era todo lo que podía hacer para mantenerse en pie mientras la sensación ardiente se extendía hasta sus hombros y se intensificaba—. ¡Míralo! ¡Mira lo cerca que estamos! ¡Otras personas morirán si no acabamos con esto ahora!

—Piénsalo —dijo Dean mientras daba un paso adelante. Él mantuvo su voz calmada. Lo último que ella necesitaba era escuchar su miedo—. Sacar almas del infierno, curar demonios, diablos, ¡matar perros del Infierno! Sabemos lo suficiente como para dar vuelta las cosas. Pero no puedo hacerlo sin ti.

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza, casi dejando escapar una risa incrédula. 

—Apenas puedes hacerlo conmigo. Soy solo una carga, estoy lejos de ser la mujer que conocieron. Crees que necesito un acompañante, ¿recuerdas? —las lágrimas comenzaron a brotar—. ¿Quieres saber lo que confesé allí? ¿Cuál fue mi mayor pecado? Fue decepcionar a todos los que confiaron en mí. Ni siquiera sé si eso es un pecado pero lo hice. Los decepcione. ¡A todos! A mi madre, a Bobby, a Emily, a Benny. La mayoría están muertos o encerrados en una vida miserable, viviendo con miedo.

Dean cerró los ojos ante el dolor en su voz. —Anna.

—¿Saben lo difícil que es ver a mi hermana pequeña vivir con miedo por mi culpa? No sabemos lo que hay detrás de nosotros, debe vivir preocupada. No tiene una vida normal, la vida que merece —las lágrimas cayeron por sus mejillas y se obligó a no mirar a Sam y sus ojos de cachorrito. Dean siempre había sido el más fácil de pelear—. ¿Y cuando me encontraste desmayada Dean? No fue mi primera vez y no sé si será la última. No estoy bien y no sé si lo estaré. Vivir con inseguridades es horrible, yo no... no puedo. Siento que cuando algo sea difícil ustedes se irán y no podré superarlo. No otra vez. Así que si yo muero ahora, todo sería mucho más...

—¡Espera, espera! —Dean gruñó.

Ella lo miro y por un breve momento, tuvo la extraña sensación de que los ojos de cachorro de Dean eran tan conmovedores como los de Sam. Ella nunca supo que él podría verse así.

—¿En serio piensas eso? —preguntó Dean—. Porque nada de eso es verdad. Escucha, Anna, yo sé que hemos tenido nuestros desacuerdos, ¿sí? Demonios, sé que he dicho cosas duras. Pero, cariño... vamos. Maté a Benny para salvarte. Estoy dispuesto a dejar que este bastardo y todos los hijos de puta que mataron a mi mamá caminen por ti. No te atrevas a pensar que hay algo, pasado o presente, que me haga perder el amor que te tengo. ¡Nunca ha sido así, jamás! Necesito que veas eso. Te lo estoy rogando.

Los sollozos se abrieron paso por su garganta. Por voluntad propia, su mano se inclinó y vio como la sangre se derramaba. Miró a Crowley, pero estaba demasiado agotado para levantar la cabeza.

¿Qué estaba haciendo?

Ella quería creer que Dean realmente no quería decir lo que estaba diciendo. Que era solo su síndrome de príncipe azul evitando que se sacrificara. Pero Dean no era un príncipe azul. Dejaría morir a gente más importante que ella por la causa. Y sin embargo, él no estaba dispuesto a dejarla ir. Ni siquiera si eso significaba librar al mundo de un monstruo.

—¿Cómo me detengo? —sollozó.

La cara de Dean se llenó de alivió y Sam corrió a su lado para alejarla de Crowley y la tentación.

—Solo déjalo ir —la reconfortó Sam a su oído mientras le agarraba su antebrazo y le tendía la mano herida para que Dean la envolviera con un pañuelo.

—No puedo —dijo con un resoplido—. Está en mí, Sammy. No sabes cómo se siente esto.

—Oye, lo resolveremos, está bien, como siempre lo hacemos —la voz de Dean era amable y sus ojos estaban llenos de adoración mientras le sonreía. La atrajo hacia su cuerpo y la apretó en un fuerte abrazo—. Vamos. Vamos, déjalo ir, ¿bien? Dejalo ir, cariño —murmuró en su cabello.

Anna cerró los ojos e intentó hacer lo que dijo. Ella respiró hondo e intentó alejar la sensación de ardor en sus brazos. Retrocedió cuando la sensación se desvaneció.

—¿Ves? —dijo Dean con una sonrisa mientras observaba cómo la luz naranja se desvanecía de sus brazos.

Ella miró a Sam con una sonrisa. Justo cuando le devolvió la sonrisa comenzó el dolor. Fue peor que cuando completó las pruebas. Anna gritó de dolor cuando cayó al suelo. Todo su cuerpo se sentía como si estuviera ardiendo.

Oyó que alguien gritaba su nombre, pero no pudo concentrarse en la voz mientras dolores agudos latían en su cabeza. Su visión se volvió irregular y lo siguiente que supo fue que estaba siendo cargada fuera de la iglesia.

—Te tenemos, bebé. Estarás bien.

Sintió el suelo debajo de ella de nuevo y se deslizó en el barro. No podía recordar cuándo comenzó a llover. Todo lo que podía sentir era el frío metal del Impala a su espalda y la quemadura de sus pulmones mientras luchaba por respirar.

—¿Anna, Anna? —gritó Sam.

—¡¿Cas?! —Dean gritó cuando su respiración se volvió más severa—. ¡¿Castiel?! ¿Dónde demonios estás?

Volvió a mirarla cuando ella volvió a gritar. Sam se sentó a su lado y la abrazó mientras ella gimió y se retorció.

—Vamos, bebé —suplicó Dean—. Tienes que esperar allí.

Sus gemidos se detuvieron pero sus gritos agonizantes aumentaron mientras se retorcía contra Sam. Dean levantó la vista cuando el viento comenzó a levantarse y las luces comenzaron a aparecer en el cielo.

—No, Cas —dijo Dean mientras veía caer las luces más cerca del suelo. El obstinado ángel había hecho exactamente lo que Dean le dijo que no hiciera. Él le creyó a Metatron.

Una de las luces cayó en el lago junto a la iglesia. Disparando un estallido de agua que la hizo saltar de miedo.

—¿Qué está pasando? —preguntó Anna.

—Ángeles —dijo Dean—. Están cayendo.

****







Bueno, final de temporada. ¿Anna sobrevive o muere?
No quiero imaginarme a Dean o Sam si ella se muere 😕

Pero todo eso lo vamos a saber en 2018. Estoy viajando y por algunas semanas no voy a estar actualizando. Así que la historia vuelve el 10 u 11 de Enero. Igual voy a estar viendo sus comentarios y/o sugerencias 👀

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  Entre los Hermanos; one-shots | Supernatural 

Allí subí one-shots con Jack y algunos edits que estuve practicando. Pasen a dar su opinión.

Dicho todo esto, felices fiestas a todos. Y gracias por el apoyo que siempre le brindan a esta historia. Besos 😙💞 

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