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[012] - Una pequeña ayuda para las madres

—Oye.

Anna presionó sus labios. —Me voy a la cama.

—Espera.

Ella se detuvo. Sabía que no debería haberlo hecho, pero lo hizo. Esta era una conversación que debían tener, sin importar cuánto temiera.

—¿Sí?

—Acerca de lo que dijiste el otro día... —comenzó Dean.

Suspiró con impaciencia. —¿Qué?

—Sabes, salvé tu pellejo allí. Y salvé tu pellejo en la iglesia... y en el hospital. Puede que no piense las cosas por completo. ¿Bien? Pero lo que hago, lo hago porque es lo correcto. Y lo haría de nuevo.

Anna lo miró triste porque solo estaba demostrando su punto.

—Y ese... es el problema —habló la pelirroja—. Crees que eres mi salvador, mi esposo, el héroe. Y viceversa, yo también lo hago. Nos lanzamos e incluso cuando nos equivocamos, creemos que lo que estamos haciendo vale la pena porque estamos convencidos de que hacemos más bien que mal... pero no lo hacemos.

Dean la miró confundido y ella supo que él pensaba que no estaba haciendo nada malo.

—Es decir, Kevin está muerto —continuó—. Crowley está en el aire. No estamos ni cerca de derrotar este asunto de los ángeles. Por favor dime, ¿cuál es el lado positivo de que yo esté viva?

La cara de Dean era de un shock total. —¿Estás bromeando? Tú, yo, Sammy. Nosotros. Peleando la buena batalla juntos.

Anna dejó escapar un suspiro de frustración. No sabía cómo explicárselo. Nunca entendería que ella y Sam no podían ser su principal prioridad. Que ninguno de ellos valía más que nadie.

Entonces casi se fue, casi admitió la derrota, pero con una última esperanza intentó explicar exactamente qué pasaba con los tres.

Se sentó frente a él en la mesa e inconscientemente se apartó de ella. A él no le gustó la repentina determinación en sus ojos. De alguna manera, sabía que ella estaba a punto de decir algo que pondría su mundo al revés, y no quería oírlo.

—No me salvaste por mí—dijo Anna—. Lo hiciste por ti.

—¿De qué estás hablando?

—Estaba lista para morir. Estaba lista. Debería haber muerto, pero tú... no querías hacer esto sin mí. Ninguno de los dos. Y eso es a todo lo que se reduce esto. Ninguno de nosotros puede soportar la idea de estar el uno sin el otro.

—Está bien —Dean gruñó mientras se ponía de pie, listo para finalizar la conversación.

—Ciertamente estás dispuesto a hacer el sacrificio siempre y cuando no salgamos heridos —insistió.

—De acuerdo, ¿quieres ser honesta? —gruñó Dean mientras se giraba hacia ella—. Si la situación fuera al revés y yo estuviera muriendo, tú harías lo mismo.

Anna lo miró triste. —No, Dean. No lo haría. Ya no. Terminé... terminé de lastimar a la gente porque tengo demasiado miedo de perderte a ti y a Sam. Terminé de hacer que nuestra felicidad sea la prioridad. No vale más que cualquier otra persona. Ciertamente no vale más que la vida de Kevin.

Esas palabras. Esa conversación aún resonaba en la mente de Dean, mientras estaba apoyado contra el Impala. Sam estaba a su lado y ambos estaban a una cuadra del motel en el que se alojaba Anna, lejos de ellos.

Después de recuperar la Primera Espada, se mantuvo firme a su palabra y se había marchado. Dean estaba preparado pero Sam... había llegado al punto de que su hermano tuviera que negociar algunos términos para que no la persiguiera e hiciera algo estúpido.

Los términos eran: ella se quedaba en un motel local, ni Sam ni Dean podían contactarla o verla por un mínimo de un mes a menos que ella los llamara. Y lo más importante, no había terminado.

Eso había sido lo más importante. 

La relación no había terminado. La situación que atravesaban sólo era un descanso. Después de dos semanas, Anna debía enviarles a ambos un mensaje para decirles que estaban bien. Después de un mes, tenía que reunirse con ellos cara a cara para decidir cómo seguir.

Dean estaba seguro de que un mes lejos de él y Sam era bueno para todos. No había estado convencido al principio, pero después de ver la forma en que ella trató de protegerlo en la casa de Magnus, confiaba en que esto aún podría ser rescatado.

Que no estaba tan cerca de perderla como había pensado.

Se dio cuenta de que necesitaba ese mes tanto como ella. Necesitaba para comprender lo que había aprendido de Caín y explicárselo a Sam. Él tenía que tratar de ponerse en sus zapatos. Necesitaba pensar si ella tenía razón al pensar que era imprudente y egoísta por poner su relación por encima de todo lo demás.

Quería tratar de entender por qué Anna no quería ponerlo por encima de todo lo demás. Por qué se sintió culpable por hacerlo.

Sam, por otro lado, era un desastre. Pasó la mitad de su tiempo abatido en el búnker y durmiendo con una camisa que la pelirroja había dejado. La otra mitad se la pasó acosandola. Era otra cosa en la que Dean tenía que pensar. Empezaba a preguntarse si su hermano podría seguir sin ella.

El pie de Sam rebotaba contra el suelo cuando vio a un repartidor de pizzas caminar hacia ellos. Se apartó del automóvil en el momento en que el niño hablaba y comenzó el interrogatorio.

¿Se encuentra ella bien? ¿Parece que ha dormido? ¿Comió la pizza? ¿Parece que ha estado comiendo?

Dean suspiró y dio un paso adelante para salvar al niño de la presencia abrumadora y gigantesca de Sam.

—¿Por qué no nos dices cómo está y te puedes ir?

—Bueno. Ella está bien. ¿Puedo tener mi dinero ahora? —Dean rodó sus ojos y sacó un billete de diez—. ¿Diez dólares? Dijiste veinte.

—Tienes veinte —gruñó Dean—. Esa con la que hablaste, es mi esposa. ¿Crees que no sé que te pagó para decirnos que estaba bien? Toma el dinero antes de que me arrepienta.

El niño gruñó, pero tomó el dinero y se fue.

—Dean, ¿qué demonios? ¿De verdad crees que ella le pagó?

Dean miró a su hermano con confusión. —Por supuesto que sí. ¿Acaso no sabes con quién estamos tratando?

Sam rodó los ojos. —Bueno, ¿no estás preocupado? —no esperó una respuesta—. Voy a ir a verla yo mismo.

Dean detuvo a su hermano tomándolo del brazo. —Disminuye la velocidad, hombre. Por supuesto que estoy preocupado. Siempre estoy preocupado por ella. Pero a: apenas ha pasado una semana. Si vas allí ahora estará enojada. Y b: se a ciencia cierta que está bien.

Sam abrió la boca para discutir, pero lo consideró cuando comprendió las palabras. —¿Cómo?

—Cas.

—¿Cas?

—Cas. Se convirtió en la chica invisible. Él está allí ahora mismo.

Sam se burló. —De ninguna manera. Ella sabría al instante que está allí.

—Oh, lo hizo —se rió entre dientes—. Él también tiene un oído. Pero ella no lo ha echado todavía.

—¿Te tomó una semana decirme esto? —se quejó con brusquedad.

—¿Estás bromeando? Parecer un chico emo de 13 años desde el momento en que ella se fue. No puedo decirte nada.

Sam apretó los labios. —Entonces... ¿está bien?

Dean le dio una sonrisa tranquilizadora. —Ella está bien. Tuvo un solo ataque de pánico hasta ahora y aunque no lo creas, Cas pudo calmarla. Todavía tiene pesadillas, sin embargo. Y flashbacks.

Sam suspiró y se pasó una mano por el pelo. —No puedo hacer esto por un mes, Dean.

Dean asintió. —Yo tampoco. Pero... tenemos que hacerlo. Ella no está feliz, Sammy. Y si esto es lo que se necesita para hacerla feliz. Para recuperarla... diablos, compraría un boleto de ida al infierno solo para tenerla de vuelta.

****

Anna se sentó frente a la pequeña mesa en la habitación de su motel. Su mejilla se aplastó mientras descansaba sobre su puño y miraba la pantalla de la computadora frente a ella.

Rodó los ojos cuando sintió un escalofrío que recorría su espalda.

—Cas, ya sé que estás aquí.

Hubo un bufido y entonces Cas apareció del otro lado de la mesa con una típica "bitch face" que, Anna estaba segura, había aprendido de Sam.

—No me mires así —se defendió la pelirroja.

—Realmente creo que es imprudente.

—Eres un ángel. Crees que todo lo que hacen los humanos es imprudente.

Abrió la boca para discutir, pero la cerró de golpe cuando no tuvo palabras para defenderse de su ataque. 

—Eso no viene al caso —gruñó mientras se sentaba frente a ella—. No entiendo por qué tú, Sam y Dean están pasando este tiempo separados. En los miles de años que he estado vivo, he sido testigo de... bueno, nunca he sido testigo de un amor como el que se tienen.

Las palabras de Cas salieron de su boca y tuvo la extraña sensación de que acababa de clavarse una espada a sí mismo en el corazón. Sin embargo, insistió: —Cuando amas a alguien, se supone que debes cuidar de ellos. No los dejas en su momento de necesidad. Sam y Dean deberían estar aquí.

Ella levantó la cabeza y lo miró por unos sengudos antes de responder. —Tienes razón. Tú no entiendes.

Cas apretó los labios. Y sintió la necesidad de decir: —Sí, lo entiendo. Porque te amo. 

Pero no lo hizo.

Las palabras de Dean aún resonaban en su cabeza. —Ella ya ha elegido y dos veces. Ni siquiera sobre mi cadáver o el de Sam va a suceder. Entonces, cualquier pensamientos que tengas sobre ella, lo que sea que crees que sientes por ella. Entierralo. Entierralo tan profundo hasta que olvides que estuvo allí.

—Estar enamorado significa que tienes que hacer lo mejor para la otra persona —explicó Anna haciendo que Cas volviera al presente—. Incluso si no es lo mejor para ti.

Cas asintió y bajó la mirada hacia la mesa. Pensó que ese sería el final de la conversación. Que no iba a continuar, no cuando estaba a punto de confesarle todo lo que le habían dicho que no podía tener.

Pero luego, Anna hizo algo extraordinario. Él no debería haberse sorprendido.

Ella sonrió, una sonrisa gigante en su cara que disfrazaba cada dificultad que estaba viviendo. Y se inclinó sobre la mesa como un niño emocionado. —¿Alguna vez has estado enamorado, Cas?

—Sí.

La respuesta se deslizó de su boca antes de que pudiera incluso pensarla. Y por un momento, se odió a sí mismo más de lo que alguna vez había odiado a alguien. Porque él sabía, que con solo esa palabra, había traicionado a Dean. 

Con esa única palabra, había demostrado que era egoísta. Ese egoísmo que arruinaba las relaciones de las personas. Ese tipo de egoísmo que arruinaba vidas.

Pero luego los ojos de Anna se iluminaron y su sonrisa creció. Y no le importaba una mierda ser egoísta si él podía hacerla sonreír de esa manera.

—¿En serio?

Solo una vez, pensó. Y ella está sentada justo en frente de mí.

—Pareces sorprendida —contestó en cambio.

La sonrisa no abandonó la cara de Anna pero su ceño se frunció levemente, como si estuviera confundida por sus propios sentimientos.

—Supongo que sí —dijo ella—. No debería, ¿verdad? Quiero decir, has vivido durante miles de años. Y Gadreel...

Su sonrisa vaciló y Cas la miró a la cara. Casi podía ver su proceso de pensamiento en sus ojos. La forma en que su mente zumbaba. Entonces supo que estaba guardando un secreto.

De repente su sonrisa volvió a la vida y Cas se sintió atraido una vez más. Era tan fácil enamorarse de ella. 

—¿Cómo era ella? —preguntó la pelirroja—. ¿O él?

Los labios de Cas se curvaron en una sonrisa. Solo Anna podría preguntar ese tipo de cosas, solo una persona como ella no cuestionaría nada.

—Ella —afirmó, porque no podía negarle eso.

Él no podía negarse esto a sí mismo. La euforia que inundó su cuerpo. El alivio fue poderoso. Para finalmente decirle, aunque indirectamente, que estaba enamorado.

Por finalmente hablarlo con alguien.

Dejó escapar el miedo y pensó por un momento en cómo podría describirla. Y luego sus palabras salieron casi sin pensar..

—Ella siempre me recuerda una tormenta eléctrica —dijo—. Ella solo... entraría a donde quisiera. Y no le importaba mucho si la gente la quería allí o no. Se ganaría las miradas de todos en cualquier habitación. Los asustaría y excitaría a todos al mismo tiempo. Y la gente... —sonrió y se movió en su asiento para poder inclinarse hacia adelante—. La gente siempre tenía algo que decir sobre ella, ya sea malo o bueno. Y ella pasaba... dejando a todos impresionados. Cuando los dejaba, no importa cuánto la odien o la amen... todos sentirán esa pérdida.

—Lo siento.

Las palabras de Anna fueron tan suaves que Cas casi no las escuchó. Un producto de su imaginación, pensó. Pero él no se perdió el surco de su frente o la mirada triste en sus ojos. No se perdió la forma en que su boca formó las palabras.

—¿Por qué? ¿Por qué lo sientes?

—Porque ella rompió tu corazón. Y eso... duele. Nadie lo merece —Cas frunció el ceño y ella le dio una sonrisa triste—. Está escrito en toda tu cara, Cas. Ese tipo de desamor... deja cicatrices. Ella suena hermosa —se rió entre dientes—. Maravillosa, incluso. Así es exactamente como me imagino a un ángel. Pero no importa cuán imponente pueda ser... te mereces algo mejor. Te mereces a alguien que te amé —una lágrima rodó por su mejilla pero la secó con el dorso de su mano antes de que terminara de caer—. Te mereces a alguien que te vea de la misma forma en que tu la ves.

Y todo dentro de Cas parecía derrumbarse. Anna, una mujer que estaba siendo miserable en su vida sentimental, se entristecía por su historia de amor.

En ese momento deseó haber escuchado a Dean.

****

Pasó otra semana, una semana en la que la obsesión de Dean por encontrar a  Abaddon había aumentado. Y también llegó el momento en que ellos debían recibir el mensaje de Anna. "Estoy bien". Esas tenían que ser sus palabras. 

Solo que los hermanos recibieron una llamada telefónica. Y no era un mensaje de "estoy bien", era un mensaje de "estoy trabajando en un caso y necesito ayuda".

Ella lo había encontrado en internet. Una maestra de primer grado había llegado a su casa y había golpeado a su marido hasta hacerlo picadillo. Había pensado que era una posesión, pero cuando el EMF y el azufre no dio resultado, estaba perdida.

A eso se le sumaba que la maestra se había colgado en la cárcel, no sin antes dejar mensajes en las paredes escritos con sangre.

Luego tuvo que derribar a un chico en el restaurante local porque se volvió loco con la camarera y la apuñaló con un cuchillo en la mano. Cuando aparecieron tres casos más sin signos de posesión, sabía que necesitaba ayuda.

Para sorpresa de todos, Dean hizo que solo Sam vaya a ayudarla y se enterró en el trabajo.

No era que Dean no quisiera verla. Él quería. Más que nada. Más de lo que quería encontrar a Abaddon, y eso era mucho. Pero Sam la necesitaba más. Y él no iba a poder obtener lo que necesitaba con Dean allí.

Era difícil para el mayor de los Winchester, estar lejos de Anna, pero con Cas dándole actualizaciones regulares y el saber que ella estaría en casa en unas pocas semanas, él podía salir adelante.

Sam no podría.

No importa lo que Dean haya hecho, era invisible. Nunca había visto a su hermano tan miserable. No cuando John murió. Ni siquiera cuando Jess murió.

Al principio, no parecía tan malo, solo lo típico de una relación, pero cuanto más tiempo ella estaba lejos más empeoró. A veces, Dean no lo veía por días. Ya no estaba cazando. Solo comía cuando lo obligaba. Y dormía la mayor parte del día.

Dean tenía miedo de admitirlo, pero Sam estaba actuando de la misma manera que Anna cuando se deprimía. Y, finalmente, se dio cuenta de por qué se había ido. Por qué ella había sido tan inflexible que los tres juntos no era algo bueno.

La relación no era saludable. Dean podía ver eso ahora. Los tres habían caído en un pozo oscuro de codependencia. Y Sam no podría seguir sin ella.

Excepto... que no cambió nada. Saberlo, admitirlo, no cambió la postura de Dean sobre el asunto. No le importaba si su relación con ella arruinó sus amistades. No le importaba si arruinaba el mundo. Ni siquiera le importaba si eso los mataba a él y a Sam.

Él la quería, la necesitaba. Saber lo poco saludables que eran los tres juntos no cambió eso.

Nunca había sido más egoísta que en el momento en que decidió que la retendría, incluso si tenía que perseguirla, sabiendo que era la última persona en la tierra con la que debería estar. Y había enviado a Sam para asegurarse de que sucediera.

Porque no había forma de que Anna pudiera decirle que 'no' a Sam. Ella nunca había sido capaz de decirle eso. Él había descubierto que los ojos de cachorro de su hermano, eran su debilidad.

A veces Dean deseaba que ella no le dijera 'no' a él, pero luego pensó en lo fogosa que era, la forma en que levantó la barbilla desafiante. Como ella lograba que su sangre hierva y la adrenalina recorra su cuerpo.

Y se dio cuenta... que le encantaba cuando ella le dijo 'no'. Le encantaba pelear con ella tanto como a le encantaba reconciliarse. Le encantaba la forma en que tenía que esforzarse. Le encantaba que nunca fue fácil.

Sí, él era un imbécil por hacerla pasar eso, pero era lo suficientemente egoísta como para no importarle mientras la tuviera a su lado.

Y si eso, no lo convertía en lo peor de lo peor... no sabía lo que sería.

Eso, junto con el hambre cada vez mayor de envolver su mano alrededor de la Primera Espada y matar de nuevo, lo tenía sentado en un bar. Tan borracho como podía en ese momento de su vida, dejando una llamada al celular de Crowley.

Estaba hablando por teléfono, recibiendo una actualización de Sam y todo lo que podía hacer era desear que fuera ella del otro lado de la línea. Él extrañaba su voz ronca susurrandole cosas.

—Son todos iguales —dijo Sam—. Agresivos, violentos, impulsivos.

—Parece como que estás en el gimnasio Gold's —bromeó Dean cansado, mientras se pasaba una mano por la cara antes de indicarle al cantinero que le sirviera otro trago.

—Sí. Excepto que es menos causado por esteroides y más... instinto básico. Es como que las cosas más pequeñas pudieran descontrolarlos —hubo una pausa—. Como yo, de alguna forma.

Dean frunció el ceño. —¿Tú? —su hermano pequeño era un montón de cosas, pero impulsivo y agresivo no era una de sus características.

—Sí, mi yo sin alma. ¿Recuerdas eso?

Dean resopló. —Sí, ¿cómo podría olvidarlo? Pero tú no te descontrolaste como estas personas.

—Sí, bueno, tal vez todos reaccionamos diferente a la pérdida del alma.

—Es posible. Entonces, ¿qué? ¿Un demonio de los caminos haciendo tratos y tomando almas?

Dean prácticamente podía escuchar la mente de Sam girando. Él siempre había sido el inteligente. —No, no lo creo. Quiero decir, no es que estas personas estén ganando la lotería. 

—De acuerdo. Bueno, esa era mi mejor suposición.

Sam se burló. —Espero que no, Dean. De verdad nos resultaría útil tu ayuda aquí.

Dean rodó los ojos. —Sam, ambos sabemos que no me necesitas allí. Ustedes son un par de... genios. Lo tienen.

—Dean...

—Mira, Sammy, Anna tenía razón. Yo y ella... necesitamos este mes separados. Eso no quiere decir que se acabó. ¿De acuerdo? Sobre mi cadáver me separaran de ella. Pero... necesitamos esto. Tú y ella... ustedes necesitan estar juntos. Tú la necesitas, Sam. Ustedes tienen otro tipo de relación. Solo... convéncela de que regrese a casa cuando termine.

Sam suspiró y Dean supo que lo había convencido.

—Bien —afirmó Sam—. No lo entiendo... pero está bien. Ella te extraña, ¿sabes? Nos extraña. Incluso me abrazó cuando la vi. Y Dios, Dean. Fue tan... lo necesitaba. Y tú...

—Sí —murmuró Dean—. Lo sé. Yo... también la extraño, Sammy.

—Le diré eso.

—No lo hagas. Ella... ella lo sabe.

Hubo una pausa. —¿Estás seguro de eso?

Esas palabras seguían sonando en su cabeza cuando colgó. ¿Ella sabía cómo Dean se sentía? Él creía que lo demostró lo suficiente, pero tal vez ella tenía tantas dudas como él. Tal vez su inseguridad le había ganado.

Entonces juró, que en el momento en que la viera, las primeras palabras que saldrían de su boca serían: —Te extrañé.

—Estás mintiéndole a Sam como si fuera tu esposa, lo que me convierte en tu amante.

Los ojos de Dean se cerraron ante el sonido de la voz de Crowley. Echaba de menos los días en los que podría haberlo matado sin pestañear.

Y luego se enamoró de Anna. La única mujer que consideraba a Crowley buena persona. Y lo veía como su padre. Él no debería haberse sorprendido de que ella fuera la única con la que se casaría.

A Dean siempre le habían gustado las mujeres rudas, complicadas y oscuras.

****

—¿No dijo la novia de ese niño que fue recogido por una camioneta? —preguntó Anna mientras miraba junto a Sam las imágenes de seguridad frente a ellos.

Fue en el estacionamiento de una tienda de comestibles donde la maestra de primer grado había sido vista por última vez. Había una camioneta negra y ella estaba hablando con quienquiera que estuviera en el asiento del conductor. Las palabras St. Bonaventure estaban impresas en el lateral.

Su primera ventaja.

Sam abrió la boca para responder, pero se detuvo cuando se produjo una conmoción en la recepción.

Una señora mayor marchó directamente hacia el oficial de guardia a los gritos. —Ahora, escúcheme jovencito. Esos demonios han vuelto. Está sucediendo otra vez.

Su segunda ventaja.

Cuando la señora comenzó a enojarse más, Sam intervino y la llevó para que se sentara junto a ella. Su nombre, que graciosamente se lo dijo después de que Sam le preparó un té, fue la Julia Wilkinson.

—Ahora, ¿por qué no nos habla sobre esos demonios, Sra. Wilkinson? —dijo Anna cuando le agradeció a Sam y envolvió sus dedos alrededor de su taza.

—Por favor, llamame Julia. Es muy sencillo, agentes. Ellos... vinieron a Milton.

—¿Y? —preguntó Sam cuando ella no continuó.

Julia frunció el ceño levemente. —Digo "demonios" y ni siquiera parpadeas, cuando todos los que están aquí piensan que estoy completamente loca.

Sam sonrió mientras miraba a Anna. Ella se la devolvió. Y parecía que no había visto su sonrisa en años. Lo extrañaba.

—Tal vez solo seamos un poco más abiertos que la mayoría —explicó Sam cuando miró a Julia.

—Tal vez —se detuvo un momento—. ¿Eres uno de ellos, verdad?

—Perdone. ¿Uno de quiénes?

—Los Hombres de Letras.

Sam la miró, la sorpresa evidente en su rostro.

—Vinieron aquí en 1958 —continuó Julia.

Anna se inclinó hacia ella. —¿Los Hombres de Letras... vinieron aquí?

Julia asintió. —Sí. Era diferente entonces. Yo era diferente. Formaban una pareja adorable. Casi tan adorables como ustedes.

Fue entonces cuando les contó la historia de cuando ella era monja en una iglesia llena de demonios. Y un hombre junto a una mujer aparecieron en las puertas para exorcizarlos. 

La mejor parte fue cuando descubrieron que el hombre era Henry Winchester y la mujer Abaddon... o su cuerpo antes de ser poseída. No descubrieron exactamente lo que ella les había estado haciendo a esa gente en el sótano de esa iglesia, pero cuando los Hombres de Letras llegaron, ella los llevó a su casa con ellos y dejó a sus secuaces detrás para continuar su trabajo.

****

La irritación de Dean creció cuanto más tiempo pasaba Crowley. Estaba en la mesa de billar, acomodando las bolas de billar con los brazos.

—¿Qué quieres? —gruñó.

—Dímelo tú, Romeo —dijo Crowley, con una sonrisa en su rostro y las manos en los bolsillos—. Tú llamaste. Déjame adivinar... ¿me llamaste por accidente?

—Lo que demonios sea eso —murmuró Dean mientras comenzaba a ordenar las bolas de billar—. De cualquier manera, ¿hemos acabado aquí?

—En realidad, ya que estoy aquí, la última vez que charlamos, acordamos que ibas a perseguir la zanahoria.

Dean sacó el triángulo de las bolas y se movió al estante donde se ubicaban los tacos. —Sí, bueno... estoy en ello.

—A menos que a Abaddon le guste las alitas a 10 centavos, la cerveza rancia y la gonorrea, dudo que esté aquí.

—Vete al infierno —las palabras fueron carentes de emoción, mientras sacaba un palo del estante y se movía al final de la mesa para tirar.

—Si solo pudiera. ¿Qué pasa contigo, eh? Me llamas y cuelgas. Quieres a Abaddon, no quieres a Abaddon. Quieres la Espada, no quieres la Espada. Si no te conociera mejor, diría que estás evadiéndolo.

La mandíbula de Dean se apretó mientras apuntaba y disparaba.

—Aquí entre nosotros, chicas —continuó Crowley mientras veía a Dean moverse alrededor de la mesa—. ¿Cómo te sentiste cuando hundiste la Primera Espada en la cabeza de Magnus?

Dean levantó la vista de su próximo disparo. —Ni la mitad de bien de lo que me sentiré cuando sea la tuya — disparó, encestando una bola verde.

—Me encanta cuando me hablas sucio. Pero ambos sabemos que es una amenaza vacía ahora que tenemos un amor mutuo y todo eso. ¿Sabes lo que creo? Creo que te sentiste poderoso... —caminó alrededor del final de la mesa, arrastrando sus dedos sobre el paño verde—. Viril... —recogió la bola blanca y se detuvo frente a Dean—. Y asustado.

Dean se burló mientras se enderezaba. Miedoso no era una de sus características, la gente ordinaria nunca podría darse cuenta. Solo Anna lograba saber cuando estaba realmente asustado.

—¿Asustado? —quitó la bola de la mano a Crowley cuando la levantó.

—No estafes a una artista de las estafas, querido —bromeó Crowley—. Estás evitándolo porque estás asustado.

La charla siguió hasta que Dean se cansó. Regresó directo al bar para beber hasta olvidar. Lamentablemente para él, Crowley lo siguió.

—Adoro esto —habló Crowley mientras el camarero les daba dos cervezas—. De veras que sí. Un par de frías, una buena rocola... el bien y el mal, fraternizando.

—Cierra el pico, Crowley —Dean gruñó.

—Sí, ya dijiste eso. Mira, solo sugerí que podrías estar un poco asustado.

—Sí. No, te escuché la primera vez. Todavía no sabes de qué diablos estás hablando.

Crowley sonrió. —Pero apuesto a que Anna sí, ¿verdad? Sabes que ella estaría diciendo exactamente lo mismo que te estoy diciendo ahora. ¿Sabes lo que sé? Sé que Caín te dio su Marca por una razón. Y sé que en lugar de aceptarla, en lugar de mirarla como el regalo que es, andas taimado como si hubieras perdido tu librito de cuentos. ¿Por qué estás combatiendo lo que de verdad eres?

—Soy un cazador.

—Que es una astilla salida de la vieja Marca de Caín.

El labio de Dean se frunció mientras se inclinaba cerca de Crowley. —No. Cuando mato, mato por una razón. No soy para nada como Caín —se inclinó hacia atrás, dejando una mirada de desconcierto en la cara de Crowley.

—Nada como... ¿a quién le estás hablando? —exclamó—. Sé que no me hablas a mí.

—Muérdeme.

—Los vi. Los vi a los dos juntos. ¿Nada como Caín? ¿Qué hay en esa botella? ¿Delirios? —se detuvo un momento cuando la verdad lo golpeó—. Tienes miedo de que Anna ya no te quiera. Es eso, ¿no? Piensas que si eres exactamente como Caín, ella no te va a querer.

—Cállate.

—Bueno, noticias de último momento, ella ya ha estado enamorada de Caín. Eres su tipo.

—Dije que te callaras —Dean gruñó mientras golpeaba su mano sobre la barra.

El camarero y algunos clientes lo miraron, asintió con la cabeza tranquilizando al hombre antes de presionar sus labios y volver a sentarse.

Crowley se burló. —Ambos piensan que son demasiado monstruosos el uno para el otro. La pareja perfecta.

—¿Por qué no te preocupas por ti? —murmuró Dean mientras se llevaba la cerveza a los labios.

—Lo haré. Porque te guste o no, estamos juntos en esto. Tus problemas, mis problemas... nuestros problemas —se levantó y caminó hacia la parte posterior del bar.

Dean suspiró. —¿Dónde vas ahora?

—Voy a regar los lirios. ¿Te gustaría cruzar chorros? —Dean rodó los ojos y bebió otro trago—. Tan serio.

Cuando Crowley regresó, Dean estaba pagando su cuenta y preparándose para irse.

—Los demonios no orinan —aseguró Dean—. La próxima vez que quieras una dosis, ¿por qué no encuentras una mejor excusa?

Crowley sonrió. —Culpable.

—¿Qué pasó? Pensé que estabas limpiándote.

—Bien, iba a hacerlo —Crowley se encogió de hombros—. Pero después de muy poca búsqueda del alma, decidí aceptar mi adicción. ¿Qué hay de ti? Se necesita un adicto para reconocer a un adicto. Solo quieres tocar esa preciosura otra vez, ¿verdad?

—Quiero matar a Abaddon —Dean gruñó—. Eso es lo que quiero. Entonces, no importa lo que le pase a la Espada, no puedo preocuparme por eso.

—Seguro. Lo que tengas que decirte a ti mismo para poder dormir mejor por la noche.

—Mira, lo que quiero, lo que temo, nada de eso importa un bledo. Porque esta es la única oportunidad que tenemos de matar a Abaddon. Entonces, participo con todo, sin importar las consecuencias.

—La historia de Caín acerca de nuestra pequeña realmente te hizo temblar, ¿verdad?

Dean rodó sus ojos, cansado de ser el único que estaba preocupado por lo que Caín dijo. —¿A ti no?

Crowley negó con la cabeza. —No cambia nada entre ella y yo. De hecho, soy un papá orgulloso. Quién diría que ella estuvo al lado de este hombre todos estos milenios. Déjame adivinar, aún no le has contado. O a Sam.

Los ojos de Dean se cerraron con culpa. Y Crowley se fue con una sonrisa.

****

Abaddon había estado cosechando almas en el sótano de esa iglesia, guardandolas en frascos y no era el único lugar en donde ella lo estaba haciendo. 

El conductor fue fácil de derribar. Pero el otro, el demonio vestido de monja, peleó mucho. Incluso dejó inconsciente a Sam antes de que Anna atravesara su corazón con el cuchillo y la empujara contra un estante.

Los frascos se hicieron añicos debajo del cadáver y las brillantes almas azules flotaron hacia arriba y se fueron a través de los respiraderos, de vuelta a sus dueños.

La pelirroja cayó de rodillas junto a Sam, quien tardó varios minutos en despertarse. Y cuando por fin lo hizo, ella estaba temblando de miedo.

No importaba lo que Anna hacía, no había forma de despertarlo, así que cuando Sam abrió los ojos y se levantó con un gemido, ella presionó sus labios contra los suyos.

El beso los tomó por sorpresa a los dos. Él no lo había esperado y ella no se creía capaz de hacerlo. Pero allí estaban, sus labios coordinaban a la perfección pero a la vez eran desesperado. Era igual que su primer beso.

Anna se retiró con rapidez y él estaba demasiado sorprendido y confundido como para detenerla.

—¿Qué? Yo no...

—No lo sé —dijo ella. Tardó un minuto en darse cuenta de que estaba llorando y fue solo porque sintió que las lágrimas caían sobre sus manos—. No... no te despertabas. Y luego.. no puedes morir Sam. No sin antes reconciliarnos.

Él guardó silencio por un momento mientras contemplaba la situación. Quería tirar de ella y volver a besarla hasta el cansancio. Pero estaba llorando y no podía entender si era por él o a causa de él.

—¿Lo haremos? —preguntó vacilante—. Reconciliarnos, quiero decir.

Anna movió la cabeza. —No lo sé. Pero... te necesito —un sollozo escapó de su garganta—. Te necesito, Sammy.

Y eso era todo lo que necesitaba. La tranquilizó cuando se sentó completamente y la atrajo hacia él. Envolvió sus brazos alrededor de ella, frotando su espalda y sus brazos con sus manos mientras presionaba besos en su cabello. Aún tenía el sabor de sus labios y se sentía bien.

—Estoy aquí —murmuró en su oído mientras ella se aferraba a él—. No voy a ir ninguna parte. Ni siquiera si me dices que lo haga.

****

Los pies de Dean estaban congelados en el suelo mientras miraba a Anna. Estaba parada en la parte superior de los escalones de la biblioteca, su bolso sobre el hombro y la incertidumbre en su rostro.

Él odiaba eso. El búnker era su hogar. Ella nunca debería sentirse incomoda allí.

—Hola —lo saludó mientras acomodaba su bolso sobre su hombro.

—Yo... —las palabras murieron en su boca.

Te extrañé. 

Eso era lo que se había prometido a sí mismo que diría. Eso era lo que debió haberle dicho. Pero la duda se filtró. El miedo al rechazo. Su mente le recordó el momento en el asiento trasero del impala cuando ella le puso la mano sobre la boca porque no soportaba escucharlo.

Anna respiró hondo, la decepción era evidente en su rostro cuando apartó la vista de él. No sería hasta más tarde esa noche cuando se diera cuenta de que ella estaba esperando que dijera esas dos palabras.

Debería haberlas dicho. Pero él era un Winchester.

—He vuelto porque tenemos que encontrar a Abaddon lo antes posible —explicó la pelirroja—. Ella está extrayendo almas para construir un ejército.

Pasó junto a él y en lugar de decirle que la extrañaba, que necesitaba que se quedará esta vez, Dean volvió al trabajo y bebió hasta que no pudo recordar lo estúpido que estaba siendo.

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Todo esos pensamientos de Dean son influidos por la Marca. En el próximo capítulo vamos a ver aún más  cómo afecta su temperamento y su relación con Anna.

Las que shippean a Anna con Cas en este momento me deben estar odiando, pero no se pueden quejar porque les di un gif y todo 😂

Sam y Anna = los amo. Ya necesitaba que estén juntos de nuevo 💞

Gracias por los hermosos comentarios, en serio me hace tan feliz que les guste lo que escribo. Además aunque no lo crean me dan ideas para escribir y para ver qué camino toma la historia. Los quiero 😘

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