[011] - Traficantes de armas
—¿Qué estamos haciendo, hombre? —preguntó Dean mientras apretaba sus manos alrededor del volante del Impala.
Anna estaba dormida en el asiento trasero, exhausta por el último caso que acababan de terminar.
—¿De qué estás hablando? —Sam se giró para mirar a su hermano.
—Nosotros. Anna. ¿Qué demonios estamos haciendo?
Sam suspiró y volvió a mirar por la ventana. —¿Qué se supone que hagamos?
—¡Cualquier cosa! Cualquier cosa es mejor que todo lo que estamos haciendo ahora.
—No hay nada que hacer, Dean. Ella hizo su elección. Todo lo que podemos hacer es esperar.
—¿Esperar? —Dean gruñó mientras miraba a su hermano—. Ella está fuera de control, Sam. Tiene ataques casi todos los días. Y eso es si se molesta en levantarse de la cama. Demonios, tenemos suerte si ella nos habla y cuando lo hace... es como si ni siquiera fuera estuviera ahí. ¿Y me estás diciendo que espere?
—¿Qué quieres de mí, Dean? —Sam casi gritó—. Trato de calmarla cuando sus ataques aparecen. Ella no querrá ir a un psicólogo. Y no podemos obligarla a hacer algo que no quiera.
—Si, seguro que no podemos —murmuró con sarcasmo.
—Dean, obligarla a hacer algo, elegir por ella, es exactamente lo que nos metió en este lío, en primer lugar —la mandíbula de su hermano sonó con enojo pero no podía argumentar en contra de eso. Sam se movió en su asiento—. ¡No sé qué hacer! Tú mismo lo dijiste, ella no nos habla. No podemos ayudarla.
Dean dejó escapar un gruñido de frustración mientras daba vuelta hacia el camino de entrada que conducía al garaje del búnker. —Crowley.
—¿Qué?
—Crowley puede ayudarla.
—Crow... ¿has perdido la cabeza? Él está ausente —Dean se detuvo en el garaje y miró duramente a su hermano—. Lo has estado llamando por semanas. ¿Crees que va a atenderte ahora? Es preferible internarla en un psiquiátrico antes que llamar a Crowley.
—Si quieres que me vaya, Sam, solo dilo.
Los ojos de Sam y Dean se cerraron con culpa cuando escucharon su voz desde el asiento trasero. Se giraron para mirarla mientras se sentaba, el asiento de cuero crujiendo debajo de ella.
Sam la miró suplicante. —Anna. No quise decir...
—Sam tiene razón —dijo—. Crowley no me ayudará. Es conveniente dejarlo solo por ahora, tengo un boleto de ida al infierno. Él conseguirá todo el tiempo de papi e hija que ha estado pidiendo. Pero ya no tienen que preocuparse por mí. Me iré por la mañana.
—Bebé —dijo Dean mientras comenzaba a salir del automóvil. Ella cerró la puerta con fuerza. Él giró sus ojos furiosos hacia Sam—. ¿Feliz ahora?
Sam suspiró y cayó hacia atrás en su asiento mientras veía a Dean salir del auto y perseguirla.
—Bebé, por favor, espera. Sammy no quizo...
Anna giró en el último segundo, cortándole la frase mientras intentaba no chocarse con ella.
—¿Por qué sigues llamándome así? —le preguntó.
—¿Qué? —Dean parecía confundido por la pregunta repentina.
—"Bebé". ¿Por qué sigues llamándome así?
Dean frunció el ceño. No con ira sino con confusión. —Porque no importa cuán malas sean las cosas entre nosotros —gruñó—. Siempre vas a ser mi bebé.
Ella sacudió su cabeza. —No, Dean. No lo soy.
Cinco palabras Eso fue todo lo que le tomó a Dean para que sus pies se quedaran pegados al piso mientras se alejaba de él. El peso de la situación finalmente golpeandolo.
Ella los estaba dejando. A él y Sammy. Ya no había una relación que salvar porque, en lo que a ella respecta... todo había terminado.
****
Anna estaba en la biblioteca en la parte superior de los escalones. Su bolsa de lona colgando sobre su hombro y lágrimas en sus ojos mientras miraba fijamente el pecho de Sam. Sabía que si miraba su rostro, cambiaría de opinión. Escucharía sus súplicas.
—Por favor —le suplicó Sam—. Anna... no te puedes ir. Por favor. Yo no quiero que te vayas. Nunca quise eso, solo quería ayudarte.
—Esto no se trata de lo que dijiste, Sam —explicó olfateando las lágrimas que amenzaban con salir.
—¿Entonces qué? —Sam dió unos pasos hacia ella—. Dime que es, por favor. Lo que sea, lo arreglaremos. Sé que hemos estado en malos acuerdos últimamente, pero podemos superar esto. Lo intentaré más, lo prometo. Solo, por favor... no me dejes.
Sus ojos picaban por las lágrimas retenidas y por fin miró su cara. —No puedo, Sam. Tengo que irme. Es lo mejor.
—No eres la única en esta relación —dijo—. No eres la única que puede decidir lo que es mejor para nosotros.
Ella asintió y presionó sus labios. —Tienes razón. Yo no puedo decidir por lo demás. Pero sí puedo decidir qué es lo mejor para mí .
Sam movió la cabeza en señal de negación. Anna casi estaba esperando que se arrodillara y se agarrara a sus piernas para evitar que se fuera como un niño pequeño.
—No. No, no puedes... después de todo lo que hemos pasado juntos. Después de todo lo que hemos hecho por nosotros... lo que hemos compartido entre nosotros. No puedes simplemente marcharte. No sin una pelea, no te dejaré.
Su labio inferior tembló mientras trataba de tragar su llanto. Porque en el momento en que comenzara a llorar sería el momento en que perdería el valor. Porque Sam no podía quedarse allí parado y verla llorar así. Él la abrazaría. La envolvería en sus largos brazos y le diría que todo estaría bien.
Y ella lo dejaría.
—Déjala ir, Sammy —Dean finalmente intervino.
Sam se giró para mirar a su hermano. Dean estaba sentado a la mesa, mirando la botella de whisky medio vacía frente a él. Su cuerpo estaba relajado y su mirada perdida. Parecía tan miserable como Sam, pero era un tipo diferente de miserable. No estaba desesperado. Estaba resignado.
Anna no sabía qué le dolía más si ver a Sam rogándole que se quedara o ver que Dean había dejado de luchar por ella.
—¿Qué? —Sam estaba sorprendido.
—Déjala ir —dijo Dean de nuevo.
—¿Quieres que se vaya? ¿Qué demonios te pasa, Dean?
Dean miró a Sam y lo que sea que vio en la cara de su hermano mayor hizo que la rabia se derrumbaba.
—Lo dijiste tú mismo —habló Dean—. No podemos obligarla a hacer algo que no quiere hacer.
Los hombros de Sam se desplomaron y ella tragó otro sollozo cuando se giró para mirarla.
—Solo necesito tiempo —aclaró Anna.
Su voz era tranquila y tembló pero logró decir las palabras.
—¿Tiempo? ¿De verdad? Han pasado meses —Sam se burló—. Y puedo contar con los dedos de una mano, la cantidad de conversaciones que hemos tenido desde que todo comenzó. Tuviste tiempo. Eres mi esposa, Anna. No hay más tiempo. Estoy enamorado de ti. Dean tiene razón, no puedo impedirte que te vayas. Pero no puedes evitar que me vaya contigo.
Anna frunció el ceño angustiada cuando le dio una mirada suplicante. —Sam —su tono de llamada resonó por la habitación.
Trató de ignorarlo al principio, pero cuando no se detuvo, suspiró y sacó el teléfono de su bolsillo mientras olfateaba y aclaraba su garganta.
Se burló cuando vio la identificación de la persona que llamaba.
—Por supuesto —murmuró. Olfateó una vez más antes de responder—. Dean te ha llamado durante semanas y no contestaste. ¿Ahora de repente me llamas?
—Encantado de saber de ti también, pequeña —Crowley arrastró las palabras.
Anna rodó los ojos. Ella no tenía ni el tiempo o la paciencia para tratar con él en ese momento.
—¿Encontraste la Primera Espada? —le preguntó.
Hizo una pausa. —No exactamente.
—Bueno, ¿entonces qué, exactamente?
—Estoy en... una situación complicada. Pensé que podrías ayudarme.
****
Anna estaba sentada en un sillón frente a la puerta principal, en el departamento de Crowley, las piernas debajo de ella mientras esperaba que apareciera. Sam y Dean estaban esperando abajo para que ella lo llevara. Habría venido por su cuenta, pero parecía infantil evitar que hicieran su trabajo solo por problemas de relación.
También, podría haber dejado el búnker como había planeado y dejarlos hablar con Crowley, pero el Rey la había llamado. No a Sam o Dean. A ella. Porque la necesitaba. Y hacía tiempo que no se sentía necesitada.
Pareció sorprendido cuando abrió la puerta de su departamento y la vio sentada allí. Sin duda porque habían acordado encontrarse una hora más tarde en un estacionamiento abandonado. Aunque sabía que nunca lo habría atrapado de esa manera.
Se recuperó con una sonrisa y cerró la puerta. —Hola pequeña.
Anna sacudió su cabeza hacia los dos cadáveres en el piso. Había otro detrás de ella, pero parecía como si hubiera sido apuñalada, no drenado de su sangre como los otros dos.
—¿Y cómo le llamas a esto?
—¿Mentas refrescantes?
La pelirroja le lanzó una mirada dura antes de mirar la bolsa de papel marrón que sostenía en su mano. Estaba tratando de cubrirla con el borde de su abrigo.
—¿Qué hay en la bolsa, Crowley?
—Nada —contestó demasiado rápido.
—¿De verdad? —se levantó y se la quitó de la mano, abriéndola en el proceso para revelar una bolsa de sangre—. Qué, ¿ahora estás asaltando bancos de sangre? —gruñó.
Crowley levantó la vista a través de sus pestañas. Nunca lo había visto parecerse a un niño. Bufó de frustración y lo agarró del brazo. Empujándolo en el sillón, sacó un par de esposas demoníacas de su bolsillo trasero y lo esposó a la silla.
—Vamos, pequeña —suspiró.
Anna lo ignoró y tomó otra silla para ella. —Mírate. Estás hecho un desastre —dijo bruscamente—. Sabes, contábamos contigo. Nos decepcionas. Tus babosos seguidores contaban con que tú matarías a Abaddon, y los decepcionaste.
Ella negó con la cabeza y se reclinó en la silla.
Él tintineó las esposas. —¿Qué es esto? ¿Una intervención? —la pelirroja puso los ojos en blanco y negó con la cabeza enojada—. Estas triste.
—Estoy enojada, así es como estoy.
Sacudió la cabeza. —No. Bueno, sí, claro. Pero estás triste —Anna tragó saliva y se movió en su asiento—. ¿Qué pasó?
Se burló. —¿De verdad? ¿Me vas a decir que no lo sabes? Tú eres quien metió agujas en mi cerebro, Crowley.
—¿Crees que quería hacer eso?
—Creo que no te importó si lo hiciste o no.
Él rodó los ojos. —Bien, me tienes. No me importó. Pero no porque fueras tú, nunca podría lastimarte. No me importaba porque era esa rata alada maloliente a la que estaba lastimando. No tú —ella apretó los dientes, mirándolo enojada—. ¿De eso se trata? ¿Por eso estás deprimida?
Se movió de nuevo y tiró de las mangas de su camisa hacia abajo. —No tiene nada que ver contigo —murmuró.
Él entrecerró los ojos. —Son esos malditos Winchester de nuevo. ¿No es así? Necesitas dejarlos. Siempre supe que no eran lo suficientemente buenos para ti. Deberíamos irnos de aquí ahora. Juntos. Te encontraré nuevas mascotas. Mejores.
Ella se burló. —Oh, nos iremos de aquí juntos bien. Pero no será para encontrarme un demonio con quien salir. Será porque esos malditos Winchester están abajo esperándonos —él gimió con frustración y dejó caer la cabeza hacia atrás—. Tienes que concentrarte, Crowley. ¡Contrólate! —no respondió—. ¿Qué? ¿Vas a dejar que el Infierno se vaya al Infierno?
Él bajó la cabeza y la miró con el ceño fruncido. —¡Tú no sabes lo que se siente ser humano! —Anna negó con la cabeza y le lanzó una mirada inexpresiva. Cerró los ojos brevemente por el arrepentimiento ante sus palabras—. Es su ADN. ¡Es mi adicción, mi cruz, mi carga!
—Está bien, tómalo con calma.
Él miró por encima del hombro como si estuviera en una telenovela. —Ahora veo su oscuridad, su Anthony Weiner. Te hace sentir necesitado. Yo la necesitaba —él movió su cabeza sobre su hombro hacia donde la mujer muerta que estaba tumbada junto a la cama—. Lola me usó.
Ella suspiró y se pasó una mano por los ojos. —¿Por qué no me llamaste?
Estuvo callado tanto tiempo que ella lo miró para asegurarse de que todavía estaba allí. —No me amas tanto como yo a ti.
—¿En serio? Hemos pasado por esto, Crowley.
—No lo haces, es verdad. Eres mi hija, haría cualquier cosa por ti —ella lo miró con dureza—. Bueno. Casi cualquier cosa. El punto es que no lo harías, los Winchester son tu prioridad. ¡Nos están destrozando!
Anna rodó los ojos cansada.
—Mira, por más que te cueste entenderlo, los Winchesters siempre serán mi prioridad ¿de acuerdo? Ellos me dan... no sé bien que es, pero ellos me dan lo que necesito. Y por más que nos peleemos o nos separemos, siempre los amare —hizo una pausa, mirándolo—. Como también te quiero a ti —pudo ver la sonrisa en su cara— De manera un poco extraña, claro. Así que ellos no están haciendo nada.
Crowley sonrió con satisfacción. —Me quieres.
Apretó los labios. —Si, como tambien quiero a Cas y un montón de gente más —soltó un suspiro—. No tenemos tiempo para esto.
Él bufó. —Bien. Pero hay algo que debes saber antes de llevarme a la mazmorra. Lola... le informó todos mis movimientos a Abaddon.
Anna lo miró con advertencia. —Crowley... ¿Le contaste sobre La Primera Espada?
Él presionó sus labios juntos culposo. —No lo sé. Las cosas se vuelven un poco borrosas cuando estoy medicado.
—Genial. Si le dijiste a Lola, ella definitivamente se lo dijo a Abaddon —suspiró—. Lo cual significa que Abaddon también está en busca de esta cosa —la simple idea de eso le envió escalofríos por la espalda. Anna se puso de pie—. Muy bien, ¿sabes qué? Esta basura termina ahora. Se te terminó el suministro. Lo dejarás atrás. A rehabilitación.
****
Las cadenas de Crowley se sacudieron mientras miraba alrededor de la mazmorra del búnker. Estaba de vuelta en su silla, aunque esta vez no obtuvo el beneficio de una mesa. Había sido movido al borde del círculo.
Anna se sentó encima de la mesa y Sam se sentó detrás de ella con su computadora portátil.
—De vuelta en el pozo fétido —dijo Crowley—. Al menos podrían haber añadido algunas almohadas.
—Concéntrate —gruñó Anna—. Está bien. Barriste la Fosa de las Marianas. ¿Y?
—Y La Primera Espada no estaba, como esperábamos, en la Fosa. De hecho, fue encontrada por un submarino, del cual la robó un asistente de investigación, quien aparentemente la vendió a ladrones portugueses, quienes eventualmente la perdieron ante piratas marruecos en un juego de póker.
Sam lo miró confundido. —¿Qué?
Crowley le dio una sonrisa despectiva. —Pobre alce. Siempre es un poco difícil seguir el hilo de la charla, ¿no?
Sam rodó los ojos y volvió a su computadora portátil. Ella resopló mientras balanceaba sus piernas.
Miró hacia Crowley y frunció el ceño cuando lo vio mirándola. Había una suavidad en sus ojos que era inquietante. Él nunca la miró así. Tenía sus momentos de afecto, claro, pero nunca fue... gentil. Fue raro.
—¿Qué estás haciendo?
Crowley mordió la esquina de su labio. —Todavía estoy un poco afectado por la humanidad. Me pone sentimental.
—Bueno, detente. Ahora, ¿qué pasó luego de los piratas?
****
—¿Realmente te iras una vez que todo esto termine? —preguntó Sam.
Estaba sentado en el respaldo de un banco en un parque, mientras que Dean se sentó a un lado y Anna del otro. Era de noche y estaban esperando que apareciera su pista sobre la Primera Espada. Los tres estaban vestidos con trajes de FBI.
Ella suspiró. —¿Debemos hablarlo ahora Sam? No creo que sea el momento.
—Anna, esto siempre se puede solucio... ¿qué está haciendo Crowley?
Tanto Dean como la pelirroja fruncieron el ceño ante las palabras de Sam y luego se inclinaron hacia adelante para ver qué estaba mirando el Winchester menor. Ambos suspiraron irritados. Crowley estaba agachado frente a una máquina expendedora, golpeándola mientras su mano se metía por debajo de la parte inferior.
Dean cayó hacia atrás contra su asiento con una sacudida de su cabeza. —Robando caramelos.
—Está... está... robando dulces —Sam suspiró mientras se frotaba las manos sobre la cara.
—Cuando Cas era humano, al menos era un tipo decente. Debería haberme imaginado que Crowley sería del tipo idiota.
Dean se levantó y se giró para mirar a Crowley cuando escuchó otra explosión en la máquina expendedora. —¡Oye! ¡Oye! ¡Basta, hombre! ¡Compórtate! Eres el rey de lo podrido. Actúa como tal.
Crowley le dió una mirada culpable. Anna desenredo sus piernas y se puso de pie, caminando hacia la máquina con los brazos cruzados. Cuando llegó hasta él, sacó un billete de su chaqueta y lo inserto apretando unos botones y dejando que Crowley retirará los dulces que habían caido.
Dean frunció el ceño ante la situación y miró a su hermano. —No se porque lo cuida tanto, quiero decir, él es un idiota.
Ambos observaron a Anna caminando de nuevo hacía ellos.
Sam se mordió el labio antes de contestar. —Te aseguro que no importaría tener de suegro a Crowley, si eso significa no perderla.
****
El líder apareció media hora tarde. Resultó ser simplemente un intermediario entre el comprador y ellos. Sin embargo, su boca se tensó cuando sacaron sus insignias del FBI. Pero todo lo que necesitó fue que Crowley lo poseyera para descubrir que la espada estaba en el Instituto Nacional de Antigüedades.
Dos guardias muertos, una curadora coqueta más tarde y los tres descubrieron que la espada había sido vendido a alguien llamado Magnus. El mismo alias que usaban los Hombres de Letras cuando querían esconderse.
Todos habían ido a Crowley en un esfuerzo por averiguar si otros miembros sobrevivieron a la masacre de Hombres de Letras en 1958. Un montón de lloriqueos y gritos más tarde y él estaba en la biblioteca con una botella de escocés y una revista pornográfica de Dean. Mientras que los tres revisaron los archivos de membresía.
Sam suspiró mientras dejaba caer su parte sobre la mesa. —Está bien, Crowley, hemos visto los registros de todos los miembros en 1958. Cada nombre concuerda con un hombre asesinado.
—Esos serían los miembros activos, ¿correcto? —dijo Anna mientras miraba a través de su propio archivo.
Sam y Dean la miraron. Crowley hojeaba su revista pero la sonrisa en su rostro mostraba que la estaba escuchando.
—Crowley dijo que un miembro rebelde había sido expulsado —continuó mientras miraba a los hermanos—. Eso lo hace inactivo.
Crowley levantó la vista de la revista. —En serio, muchachos, ¿cómo funcionaron sin mí y mi brillante hija?
Sam apretó los labios y Dean rodó sus ojos mientras tomaba una caja y leía la etiqueta en voz alta. —"Infamati et obliterati".
—"Deshonor y olvido" —tradujo Crowley.
Quince minutos después, los tres estaban metidos en los archivos de un hombre llamado Cuthbert Sinclair. Él era el hombre que había diseñado la mayor parte de la protección para mantener a salvo el búnker. Lo llamaron "el maestro de los hechizos" justo después de que fue iniciado.
—Supongo que su trabajo se le fue de las manos —dijo Sam mientras miraba los documentos que tenía delante—. La dirección lo llamó "excéntrico" e "irresponsable".
—Estos son los proyectos que propuso los últimos dos años que estuvo aquí —dijo Anna mientras sacaba un montón de archivos de la caja—. Mira esto... rechazado. Rechazado. Rechazado.
—Tan difícil —suspiró Crowley—. Tan difícil... brillante, adelantado a tu tiempo, despreciado por ello. Créanme, lo sé.
—"Separación formal de los Hombres de Letras... Abril de 1956". —leyó Dean.
—No estuvo en la masacre —afirmó Sam.
Crowley levantó la vista. —Nunca supe su nombre, pero escuché que alguien estaba fuera. Hice hasta lo imposible por encontrarlo. Pensé que podía ser mi camino dentro de esta articulación.
—Entonces, ¿dónde buscarías?
****
¿Finalmente se irá Anna?
Me causo mucha ternura Sam, así que vamos a ver si la deja irse o se va con ella.
Y Crowley robando dulces 😂 no podía no escribir esa parte. Yo lo amo. Y Anna comprandole los caramelos 💞 AMO su extraña relación.
En el próximo capítulo por fin vamos a ver que reacción tiene Anna sobre la Marca de Caín. Y vamos a ver a un Dean enojado.
Gracias por el apoyo de siempre, en serio que me pone muy feliz leer sus comentarios. Me dan ánimos para seguir escribiendo 💞
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