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[009] - Prueba y Error

Anna sonrió y se apoyó en el marco de la puerta, mientras miraba a Dean moverse por su nuevo espacio, en el bunker de Hombres de Letras. Estaba enderezando sus armas en los ganchos colgados en la pared y alisando las sábanas de su cama. La habitación se veía como una de una casa normal.

Se apartó de la puerta y caminó unos pasos mientras Dean colocaba una vieja foto en su mesita de noche. Ella la había visto antes, sabía que era de él y su madre. Esperaba que algún día se abriera y le hablara de ella. Le contaría cuando estuviera listo. Y si nunca lo hizo... bueno, estaba bien también.

—Wow —Anna habló mientras le echaba un vistazo a la habitación, llamando su atención.

Dean se giró hacia ella con la sonrisa más grande que le había visto alguna vez y supo que estaba feliz. El tipo podría ser una roca con quien no lo conociera, pero Anna sabía que era la persona más buena que alguna vez podría conocer. Vio un pequeño destello en sus ojos e hizo que todos los malos momentos valieran la pena. 

Se enamoró de él una vez más.

—Se ve bastante bien, Dean.

Él levantó las cejas. —¿Bastante bien? No he tenido mi propia habitación, jamas. Estoy haciendo esto increíble. Tengo mi tocadisco, tengo este excelente colchón —se dejó caer en la cama y le dio unas palmaditas afectuosas—. Espuma de memoria: me recuerda a mi.

Ella rió mientras caminaba hacia él, esperando que abra sus brazos y sentarse en su regazo. Apoyó la cabeza en su hombro y él besó la parte superior.

—Lo entiendo, ya sabes —dijo ella después de unos minutos.

—¿Qué?

—Tener tu propia habitación. Un lugar para llamar tuyo. Entiendo que es emocionante. Yo... lo tuve. Quiero decir, mi habitación era mi refugio. O más bien mi armario —le dió una sonrisa triste—. Luego fui a la universidad y tuve mi espacio también. Regrese a mi casa y... se siente bien.

La mano de Dean automáticamente se posó en la parte baja de su espalda, acariciándola por debajo de su ropa. Cuando él no habló, Anna cerró los ojos brevemente disfrutando de su toque y ahuyentando todos esos malos recuerdos.

—Lo siento —se rió—. Estabas tan entusiasmado con tu cama y todo esto. Soy una idiota.

—Oye —Dean gruñó mientras apretó el costado de su cadera—. Basta

—¡De! —gimió mientras se frotaba donde él había apretado—. ¿Por qué diablos fue eso?

—Por ser idiota. Soy tu novio, Anna. Soy tu compañero, ¿de acuerdo? Tu compañero de vida, sabía en lo que me estaba metiendo cuando tomé la decisión de convertirme en eso. Sam también lo hizo. Sabíamos el equipaje tenía, pero lo hicimos de todos modos. No me importa lo felices que parezcamos si tienes algo en mente que decir, dilo. Para eso estamos aquí. Tu has escuchado nuestros problemas más veces de las que puedo contar. No te disculpes por eso. ¿Me escuchas?

Ella rodó los ojos mientras le sonreía. —Sí, te escucho.

Él asintió con la cabeza una vez y le dio una palmadita en el trasero, estuvo a punto de decir algo más pero Emily apareció en la puerta, con una cámara de fotos en su mano. 

—Wow, veo que te tomaste en serio el lugar Winchester —miró alrededor de la habitación de Dean.

—Bueno ¿verdad? —le preguntó moviendo las cejas.

—No tanto como la mía pero... esta bien.

—Es bueno que eres hermana de la mujer que amo, sino estarías en la calle —Dean gruño haciéndolas reír.

—Sí, seguro... —Emily rodó los ojos, luego de un segundo levantó la cámara fotográfica que tenía en su mano, mostrándoselas—. ¿Foto?

—¿De dónde has sacado eso? No creo que tengas dinero para una polaroid —Anna entrecerró los ojos mirando bien la cámara—. Y menos para una tan vieja. Emily.

La menor se movió incómoda en su lugar, regañándose a si misma por haber tenido la idea de una foto. —Es un regalo.

—¿Qué? ¿Quién? Habla.

—Charlie —la voz de la pelirroja salió tan baja que Anna y Dean tuvieron que esforzarse para escuchar.

—Wow, eso fue revelador —comentó Dean divertido.

—Cierra la boca —Anna regañó a Dean y luego volvió a prestarle atención a su hermana—. ¿Charlie? Es... esta bien. Supongo. 

—Bueno, bien... la foto. Tómala —Dean animo a ambas pelirrojas.

Luego de mirar a la cámara y sentir el flash una pequeña foto salió impresa. Emily la tomó moviendola un poco y luego se la dio a su hermana. Saliendo de la habitación tan rápido como pudo, evitando más preguntas. 

Anna bajó la vista para ver la pequeña foto en su mano.

—Te amo —Dean habló enterrando la cara en el hueco de su cuello y besándola. 

Anna se estremeció ante el contacto y sonrió como una adolescente enamorada. Tomó su cara entre sus manos besándolo. Hizo un movimiento de piernas, quedando a horcajadas. 

Dean no perdió el tiempo, llevó una de sus manos hacia la parte posterior de su cuello y con su otro brazo abrazó su cintura, pegando su cuerpo aún más se cerca del suyo.

La pelirroja estaba fascinada de la facilidad con la que su cuerpo encajaba con el de Dean, eran como dos perfectas piezas de un rompecabezas. 

Gimió en sus labios cuando sintió sus ásperas manos subiendo su remera y acariciando su piel. Alzó los brazos para que pudiera sacarla con más facilidad, sus bocas se separaron el tiempo necesario para lograr su cometido antes de que volviera a besarla. Esta vez con más intensidad.

Anna hizo lo mismo con su camisa y su remera, aprovechando para acariciar cada parte que pudiera, sintiendo cada cicatriz que podía descubrir. 

Sonrió alegremente cuando Dean se levantó con ella todavía encima suyo y giró acostandola en su nueva cama. Se quedó de pie observándola semi desnuda, su cara se iluminó como la de un niño en Navidad.

—Dean...

La pelirroja gimió su nombre, trayéndole de nuevo a la realidad 

—Dios, estoy tan enamorado de ti —gimió cuando se agachó y presionó sus labios contra los suyos—. Y soy el hombre más afortunado del mundo.

Tiró de su pantalón, retirándolo por completo, Anna levantó sus piernas ayudándolo. Los arrojó al piso antes de volverse a agachar para besarla. 

La pelirroja abrió sus piernas dejándolo que se acomode entre ellas. Gimió cuando sintió la tela áspera del jean rozar contra su zona íntima. 

Dean comenzó a besar su estómago, sintiendo una pequeña cicatriz en su cadera. Amaba cada centímetro de su piel. 

Comenzó a subir lentamente sin dejar de besarla, enterró su cara entre sus pechos, mordiendo con suavidad por encima del material de encaje haciéndola saltar. Lo quitó y ahora era su boca sobre su piel. Chupando y lamiendo como si fuera un dulce. 

Anna gimió ante su toque, tenía una boca maldita que amaba. Cuando Dean volvió a besarla, se separó cortamente y lo hizo girar quedando sentada encima de él, ahora era ella quien tenía la oportunidad de admirarlo. 

Se agachó para besarlo y Dean aprovecho para envolver una mano alrededor de sus hombros, acariciando su piel suave. 

Los dos se besaron por un largo tiempo, lo suficiente como para que Anna no pueda ignorar cómo Dean se endurecía debajo de su pantalón. La pelirroja se alejó, quedando sentada sobre su cintura.

Deslizó su mano hacia abajo, introduciéndola dentro del boxer y tomando su longitud entre sus dedos. Sonrió cuando Dean enterró la cabeza en su almohada, cerrando los ojos y gimiendo su nombre. Comenzó a mover su mano hacia arriba y abajo, jugando con él.

Las manos de Dean se apretaron alrededor de su cintura, clavando sus dedos. No se anima a abrir sus ojos, estaba seguro que si lo hacía llegaría al limite solo con una mirada. 

Anna provocaba cosas en su interior como ninguna otra mujer lo había hecho. Ni siquiera Lisa había logrado algo así.

Tomó su muñeca con su mano, deteniendo los movimientos, por fin se dignó a abrir los ojos. Y allí estaba, desnuda y encima de él. No mintió cuando dijo que era un hombre afortunado.

—Bebé, si sigues así no durare mucho.

Anna sonrió, retirando sus manos. Bajó suavemente sobre él para besarlo y aprovechando para frotarse contra su zona íntima. Dean tomó su cintura deteniéndola y ayudándola a que se levantara, volvió a bajarla pero esta vez deslizándose en su interior. 

Pudo sentirla envuelta a su alrededor. Para él era como morir e ir directamente al cielo.

—Dean... —Anna se enderezó prácticamente llorando su nombre.

A medida que tocó fondo, la pelirroja se deshizo en sus manos. Se sentía llena y feliz. Dean comenzó a guiar su cadera lentamente, quería sentirla y disfrutarla. 

Cuando Anna encontró el ritmo que deseaba, Dean llevó sus manos a sus pechos, tocándola como si fuera a una muñeca de cristal, ella movió sus caderas bruscamente observándolo, logrando que la mire sorprendido.

—De, no me romperé si las cosas se ponen duras. Lo sabes.

Dean gruñó sonriente y  la giró dejándola debajo de su cuerpo, acostada boca abajo. Besó y mordió la parte posterior de su cuello, ganándose varios gemidos de su parte. 

Lentamente volvió a deslizarse en su interior, ahora era todo mucho más profundo. Pasó un brazo debajo de su vientre acercando su cuerpo al suyo. Llevó su mano hasta su entrepierna, estimulándola aún más. Los movimientos suaves habían desaparecido dando lugar lo pasional.

Anna enterró la cabeza en la almohada, una mano enganchada en la cabecera de la cama y la otra enterrada en el pelo de Dean que mordía su cuello, incapaz de contenerse más llegó a su límite temblando y maldiciendo en voz baja.

Dean gruñó, enterrando el rostro en la curva de su cuello. Su núcleo apretando fuertemente alrededor de él fue suficiente para arrastrarlo hasta su propia liberación, derramándose en su interior. Era alucinante. Hubo algunos empujones más antes de que Dean saliera de su interior y se derrumbara a su lado.

La pelirroja no tuvo tiempo a nada porque los fuertes brazos de Dean la rodearon atrayéndola contra su cuerpo. Eran un lío de sábanas y sudor pero también eran felices.

—Eso fue... wow. Lo extrañaba —Dean se pasó la mano libre por su pelo.

Anna sonrió —Bueno, ahora tienes tu habitación propia. Podemos darle un buen uso.

Dean agachó la cabeza para verla acurrucada sobre su costado. La cabeza apoyada en su hombro y una sonrisa brillante en sus labios. —¿He dicho que te amo?

—No lo recuerdo, tal vez deberías refrescar mi memoria.

—Bien, entonces te amo —se agachó lo suficiente para besarla. La pelirroja sonrió mientras la besaba y su mano comenzó a acariciar su abdomen, bajando lentamente a su entrepierna. Pero Dean la detuvo antes de llegar—. Jesús mujer, necesito un respiro.

Anna rodó los ojos sonriente. —Cierto, olvidaba que estoy saliendo con un abuelo. Tal vez deba buscar a alguien más joven.

Dean frunció el ceño enojado, segundos después se acostó encima de ella, sosteniéndola debajo de él. Tomó sus manos y las sostuvo por encima de su cabeza. Entrecerró los ojos, mirándola serio. —No juegues conmigo bebé —gruñó.

—¿O qué? —Anna movió sus caderas provocandolo.

Pero Dean no tuvo tiempo a responder porque su celular comenzó a sonar. La felicidad había llegado a su fin.

****

El llamado había sido de Kevin, al parecer había tenido algo demasiado importante que podía ser dicho por teléfono. Cuando llegaron encontraron a Kevin vomitando en el inodoro de la casa flotante de Garth, Anna deseó no haber comido esa hamburguesa antes de salir. Hacia mucho que no se sentía así de incómoda.

Ni siquiera la nariz sangrando, las ojeras y la piel demacrada podrían hacerla sentir simpatía por el muchacho.

—Wow. Estás hecho una porquería — dijo Dean mientras Kevin se sentaba a su mesa y comenzaba a limpiarse la nariz.

—Sí —respondió el muchacho con voz nasal.

—¿Estás durmiendo?

—No mucho.

—¿Estás comiendo? —Anna preguntó con un poco de preocupación.

—Salchichas casi siempre.

—Si, claro... el desayuno de los campeones. Mira, me voy a sentir mal diciendo esto pero necesitarías una ensalada y una ducha.

—Lo sé —dijo Kevin—. Y he estado teniendo bastante dolor de cabeza y sangrado por la nariz y creo que quizás haya tenido algún pequeño derrame cerebral. Pero valió la pena.

—¿Qué valió la pena? —preguntó Sam.

Kevin se puso de pie y les dio a los tres una amplia sonrisa que parecía fuera de lugar en su rostro enfermizo. —He averiguado cómo cerrar las puertas del Infierno.

Anna y Sam soltaron risitas de sorpresa cuando Dean corrió hacia él. —Ven aquí, apestoso hijo de puta —levantó a Kevin en un fuerte abrazo.

Sam aplaudió. —Bien, bien. Entonces, ¿qué significa esto? ¿Qué tenemos que ver?

—Es un hechizo —dijo Kevin mientras se dirigía a un armario cercano y recogía un pedazo de papel con algo escrito en el—. Y solo son unas pocas palabras en Enochian, pero...

—Allá vamos —habló Anna mientras le quitaba el papel y lo miraba antes de dárselo a Sam.

—El hechizo debe decirse cuando se hayan terminado cada una de las tres pruebas.

—¿Pruebas como en "Ley y Orden"? —bromeó Sam.

—Más bien como Hércules. La tabla dice, "Quienquiera que elija asumir estas tareas no debe temer al peligro, ni a la muerte, ni..." Una palabra que significa tener tu columna vertebral arrancada por la boca para toda la eternidad.

Anna se encogió. —Suena... tranquilo.

—Básicamente, Dios ha hecho una serie de pruebas, y cuando has terminado con las tres, puedes cerrarlas de un buen portazo.

—Entonces, qué... —dijo Sam—. ¿Dios quiere hacernos el examen de admisión?

Kevin se encogió de hombros. —Supongo. Sus caminos son inescrutables.

—Sí, inescrutables e insondables —habló Dean—. Bien, ¿por dónde empezamos?

Kevin echó un vistazo a las notas que había clavado en la pared sobre el armario. —Sólo he podido descifrar uno de los test hasta ahora y es exagerado. Tienen que matar a un sabueso del infierno y bañarse en su sangre.

—Impresionante.

—¿Impresionante? —preguntó Anna mientras lo miraba.

—Oye, si eso significa glasear a todos los demonios, no tengo ningún problema en destripar un perro del infierno y dejar que su sangre me cubra —Dean se defendió.

—¿Dónde vas a encontrar uno? —preguntó Kevin.

—Bueno, a los perros del infierno les gusta coleccionar tratos en los cruces. Así que lo que tenemos que hacer es localizar algún perdedor que firmara sobre su salsa especial hace 10 años, ponernos entre él y Clifford el gran perro muerto... fácil.

—No suena fácil —habló Kevin.

—No lo es —contestó la pelirroja.

—Mira, tú te encargas de la red... a ver hasta dónde puedes llegar. Sam y yo iremos a buscar suministro, porque necesitamos polvo Goofer y el nene necesita comer algo que no esté hecho con pezuñas y ano de cerdo... no es que haya nada malo en ello.

Se fue antes de que ella pudiera decir otra palabra. Sam sonrió y besó su ceño fruncido antes de calmarla diciendo que lo vigilaría.  Anna observó nuevamente a Kevin y forzó una sonrisa.

****

—De acuerdo, ya me siento mucho mejor —dijo Kevin mientras caminaba de regreso al área principal del bote. Se había duchado y ahora estaba recién afeitado y con ropa limpia.

—Oye, Kevin —dijo Anna mientras se levantaba de la mesa y de la computadora portátil en la que había estado trabajando—. Debes bajar la velocidad.

Él frunció el ceño. —¿Qué?

Anna se encogió de hombros. —Échate una siesta. Tómate un día libre. Abre una ventana.

—No. Ustedes dijeron bombardear el infierno... así es como saldré. Así es como iré a casa.

Ella asintió. —Sí, así es, pero no puedes vivir así.

—¿Crees que quiero? —lanzó—. Odio este sitio. No puedo irme porque todos los demonios del planeta quieren arrancarme la piel a tiras. No puedo hablar con nadie excepto ustedes o Garth, cuando se pasa, o mi madre. ¿De acuerdo? Y cuando llama, todo lo que hace es llorar. Yo solo... necesito que esto acabe.

—Lo sé, en serio. Pero créeme en esto... toda esta cosa de "salvar al mundo" es una guerra, no una sola batalla. Tendrás que cuidarte mejor.

Él suspiró y ella le sonrió con simpatía mientras le apretaba el hombro. En ese momento, la puerta se abrió con un fuerte chirrido, Sam y Dean entraron sosteniendo unas bolsas.

—Hola. ¿Sabías que hay, como, 6.000 clases de tomate? —Dean dijo mientras dejaba las bolsas de plástico sobre la mesa. Él le dio un beso de bienvenida a Anna antes de echar un vistazo a la computadora portátil—. ¿Encontraste algo?

—Sí —contestó mientras Sam acariciaba con una mano la parte posterior de su cabeza antes de sentarse frente a su computadora portátil—. Signos de demonio, hace 10 años, todos centrados en Shoshone, Idaho.

—De acuerdo, magia a lo grande significa monstruo a lo grande —dijo Dean—. Entonces, ¿alguien que se topo con demasiada suerte?

Anna se rió entre dientes. —Es una forma de decirlo —se aclaró la garganta y le indicó a Sam que girara la computadora portátil para que Dean pudiera ver el artículo que había estado leyendo—. Conoce a los Cassitys, granjeros de poca monta que dieron con petróleo en sus tierras en febrero de 2003, algo raro porque las inspecciones geológicas...

—Sí, me tenías con "raro" —dijo Dean. Anna y Sam compartieron una mirada—. De acuerdo, ¿estamos pensando en trato?

—La mejor pista que tenemos —dijo Sam.

—Bien, vamos a visitar a Los Beverly Ricos —Dean miró a Kevin—. Tú quédate aquí, trabaja en el paso número dos y, si encuentras algo sobre los perros del infierno, háznoslo saber, ¿vale? Porque entre las... las garras y los dientes y que son totalmente invisibles, esos cabrones pueden ser... auténticos cabrones —metió la mano en una de las bolsas de la compra y sacó dos botellas de píldoras—. Te traje un regalo. Las azules son para el dolor de cabeza y los verdes son para energía —le tendió ambas botellas a Kevin—. No pases la dosis recomendada.

—¿Gracias? —Kevin dijo con una mirada de reojo hacia Anna.

Sam se levantó y los tres se dirigieron hacia la puerta. —¿Estás seguro de eso? —la pelirroja le preguntó a Dean.

—Anna, estamos en primera línea de guerra. Sé que tienes una debilidad por el niño —ella rodó los ojos—. Pero ya es hora de terminar con el dolor.

****

Dean condujo a través de las puertas automáticas de Cassity Farms en Shoshone, Idaho, antes de detenerse frente a la casa principal. Anna estaba segura de que el lugar era un rancho multimillonario.

Dean apagó el motor antes de girarse hacia ella y a Sam. —De acuerdo, mantengan los ojos abiertos. Cualquiera con un perro del infierno en su culo va a hacer señas claras... alucinaciones, enloqueciendo... lo normal.

—¿Y si encontramos alguien? —preguntó Sam.

Dean sacó su cuchillo demoníaco. —Tú los despejas. Yo se lo clavo. La muchedumbre enloquece —volvió a guardar el cuchillo en el bolsillo interior de su chaqueta.

—Genial —dijo ella con una sonrisa—. Bueno, besos para la buena suerte —colocó una mano sobre cada uno de sus hombros y se inclinó hacia el asiento delantero para darles un beso en la mejilla antes de salir del auto.

Sam se rió entre dientes mientras salía detrás de ella, pero ninguno de los dos vio la mirada solemne en la cara de Dean mientras los veía acercarse al tractor. Su ceño fruncido se hizo más profundo cuando vio a Sam tomar su mano y presionar un beso en la parte posterior de la misma.

Cuando los tres llegaron al tractor, vieron un par de piernas asomando por debajo y oyeron el sonido de una llave inglesa.

—Oye, amigo, ¿quién maneja el cotarro? —preguntó Dean mientras dejaba caer un brazo sobre sus hombros. Sorprendentemente, Sam no soltó su mano cuando su hermano la atrajo más cerca.

Una guapa y joven mujer salió de debajo del tractor en la carretilla de mecánico y se puso de pie.

—La estás mirando—contestó.

Anna dejó que sus ojos recorrieran su cuerpo mientras sus labios se curvaban en una sonrisa. Siempre se sentía orgullosa cuando las mujer llevaban a cabo trabajos que la sociedad creía que eran solo para hombres. Y su orgullo crecía más cuando no se dejaban intimidar.

—Tú... ¿eres la propietaria del rancho? —preguntó Sam.

—No, sólo dirijo la propiedad —le respondió—. ¿Vienen por lo del trabajo?

Anna sonrió y pensó rápido. —¿Cómo lo has adivinado?

Ella se encogió de hombros y le devolvió la sonrisa. —Tenemos nuestra porción de vagabundos —miró a Anna de arriba abajo—. ¿Haz trabajado alguna vez una granja antes?

—Aprendo rápido.

Antes de que tuviera la oportunidad de responder, un hombre más grande y pálido se acercó a los cuatro. —Ellie, ¿Quiénes tenemos ahí? —dijo con una sonrisa mientras miraba a Anna, Sam y Dean.

Dean estiró su mano para estrechar la del hombre.—Soy Dean. El es Sam. Y mi compañera Anna.

—Carl Granville. Es un placer.

—Así que, ¿no eres un Cassity? —Sam lo cuestiono.

—No, mi esposa sí. Ella y su familia son los dueños de este lugar. Sólo soy uno de esos... ¿cómo los llaman? —le dio unas palmaditas a su panza redonda y se rió—. Marido trofeo —miró a Ellie—. Así que, ¿contratamos a los chicos?

—No estoy segura todavía —contestó Ellie.

—Vamos. Parecen buenos chicos.

—Bueno, él tiene razón—dijo Dean—. Lo somos.

Ellie los miró a los tres con la ceja arqueada y todos le dieron una sonrisa encantadora.

****



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