[002] parte I
La casa de empeño era... ¿normal? Anna no podía describirla correctamente porque nunca antes había estado en una. Tampoco nunca antes, había perdido una tabla de Dios que decía cómo cerrar las puertas del Infierno para siempre. Ese era un detalle.
Lo que más llamaba su atención era el tipo que atendía el lugar. Estaba vestido con una camisa tipo hawaiana, que podría haber sido aceptable si se encontraba en la playa y no allí, entre un montón de objetos inútiles, a su parecer.
De cualquier manera, su actitud despreocupada y creyendo ser superior a los demás lo convertía en la persona más repugnante del día. Esa fue una de las razones por la que Dean y Sam hablaron cuando todos entraron al lugar.
—Hola, señor. Agentes Neil y Sixx, FBI —Sam se presentó, haciendo gestos entre él y su hermano.
Anna no estaba muy segura de por qué se olvidó de mencionar su alias. Pero se imaginaba que por su actitud malhumorada durante todo el viaje en auto, él había asumido que no estaba lista para jugar a la policía. Sam levantó su falsa insignia del FBI. —Estamos buscando una tabla.
Dean hizo una seña con sus manos, las separó a unos cuarenta centímetros de distancia, como si estuviera midiendo algo. —Más o menos así de grande, tiene una mierda de jeroglíficos.
—Se la vendió un ladrón llamado Clem. ¿Le suena?
El recepcionista sonrió, una estúpida sonrisa diga de una idiota, hizo que Anna quisiera perforar sus perfectos dientes. —No —contestó despreocupadamente, como si el bienestar de todo el mundo no estuviera descansando en la maldita tabla.
Dean y Sam intercambiaron miradas y estaban tratando de mantenerse calmados y jugar al policía bueno. Anna no tenía paciencia para eso. Su irritación iba en subida y el tipo ese no la estaba ayudando.
Empujó a los hermanos y apoyó las manos en el mostrador. — Oye, estoy teniendo un mal día hoy, así que no estoy de humor para perder el tiempo. Si quiere hacer esto por las malas, estoy contenta de ayudar.
Él sonrió de nuevo. Ella incluso estuvo a punto de abalanzarse sobre el mostrador para golpear su rostro, pero la gran mano de Sam en su hombro la detuvo. Lo sacudió y dio un paso atrás, lejos.
—Seguro —dijo el tipo, que se llamaba Lyle, según su nombre en la etiqueta que llevaba. Hizo un gesto hacia los rincones de la habitación y descubrió las cámaras que apuntaban directamente a ella—. Podemos hacerlo así, si quieres hacerte famosa. Agente...
—Agente Voy-a-patear-tu-trasero-si-no-nos-das-la-tableta. Con cámaras de seguridad o no —gruñó.
Lyle se encogió de hombros, restándole importancia. La señora Tran se adelantó. —¿Ese de fuera es tu coche?
El falso surfista frunció el ceño. —¿Y a ti qué te importa, novia por encargo?
—¡Oye! —Anna golpeó fuertemente su mano sobre el mostrador y sintió placer cuando el idiota saltó asustado.
—Lo tengo —dijo la señora Tran con una sonrisa mientras pasaba junto a Anna. Miró directo a Lyle—. He notado que estás conduciendo con matrículas caducadas, quizá porque lo adquiriste en un cambio y supongo que eso significa que aún no lo has registrado, lo que quiere decir que no has pagado los impuestos. ¿Es eso correcto?
Lyle se removió en su asiento, sus pies cayeron del mostrador. —No es asunto tuyo.
Ella miró a su hijo. —Kevin, ¿promedio en un catálogo de un Ferrari F430 Spider de 2010?
El muchacho pensó durante tres segundos antes de contestar. —$217,000.
—¿Y el cinco por ciento del impuesto en Wyoming?
—$10,850 —respondió Anna sin vacilar. Ambos la miraron sorprendida mientras que Dean y Sam se esforzaron por mantener oculta sus sonrisas de orgullo. Ella frunció el ceño y se cruzó de brazos—. ¿Qué? Soy un poco inteligente.
La madre de Kevin asintió con una sonrisa de aprobación, había una pizca de respeto en sus ojos cuando miró a Anna. Como si la hubiera sorprendido agradablemente saber que era más que solo una cara bonita.
La señora Tran miró al empleado con una sonrisa tolerante. —10.000 dólares. Algo me dice que eres del tipo que querría evitar un impuesto tan grande.
Lyle tragó saliva. —¿Qué es esto, una auditoría del FBI?
—No. Pero mi hermano, que resulta que trabaja para la oficina de asesores de impuestos de Wyoming podría organizarlo si pensase que algo lamentable estaba ocurriendo aquí. Entonces ¿qué va a ser, la tabla o esa pieza de mierda de euro-basura que llamas coche?
Por la millonésima vez ese día, Anna tuvo que morderse la lengua y para no decirle a Kevin que su madre era asombrosa, pese a todas las diferencias.
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Resultó que Lyle no tenía la tableta después de todo. Anna casi siguió con su amenaza, pero la señora Tran logró sacarla de la tienda. Sin embargo, la dirección que le había dado a Dean los llevó a un motel verde. Habitación 126 para ser precisos.
Sam llamó, pero no hubo respuesta. Se giró hacia Dean. —¿Seguro que este es el lugar correcto?
Dean se encogió de hombros y volvió a mirar el papel en su mano. —Es lo que dice el recibo de empeño.
—¿Kevin? —los cinco se giraron para ver a un hombre vestido con un elegante traje con sombrero de copa. Anna pensó que podría haber sido la versión mediocre de Willy Wonka, el interpretado por Gene Wilder, no Johnny Depp.
—¿Quién quiere saberlo? —gruñó Dean, poniéndose inmediatamente a la defensiva y atacándolo.
Por el modo en que el hombre sonreía, estaba completamente despreocupado por las tácticas de intimidación de Dean. Y si conocía a Kevin, entonces sabía quiénes eran ellos. Y bueno... Anna no estaba segura de si quería luchar con alguien que conocía a los Winchester y no tenía una pizca de temor o respeto por ellos.
Agarró la manga de Dean y lo empujó hacia ella. Él le lanzó una mirada de asombro, sorprendido de que lo tocara tan pronto después de lo que había hecho. Pero no la cuestionó. Retrocedió para quedarse junto a ella, incluso adoptando su postura habitual.
Parándose delante de ella, ocultándola parcialmente de la vista, aun podía sentir su pecho rozando la parte posterior de su brazo cada vez que respiraba.
Anna todavía podía ver todo lo que estaba pasando, pero en esa posición, Dean podía arrastrarla detrás de él hacia Sam si pensaba que estaba en peligro. Ellos sabían que podía cuidarse por sí misma pero los Winchesters eran muy protectores.
Así que los dejo que saquen a la luz su lado macho Alfa que necesita sentir que mantiene todo bajo control. Necesitaban sentir que podían proteger por una vez a la persona que amaban.
El falso Willy Wonka se dirigió a Dean. —Relájate, Dean. No voy a robarte a tu profeta —miró a Anna—. O tu preciosa futura esposa —antes de que ella o Dean pudieran discutir eso, él miró a la señora Tran—. Y tú debes de ser la madre de Kevin. Beau.
Él dio un paso adelante con una sonrisa y suavemente tomó la mano de la mamá de Kevin en la suya. —Es un gran placer —besó el dorso de su mano, causando un rubor en las mejillas de la señora. Dio un paso atrás y miró a Kevin—. Y, Kevin. Imagina mi suerte. Ahí estaba yo, trabajando tan duro buscándote que nunca me paré a pensar que tú podrías estar buscándome a mí. Tengo algo para ti.
—¿Qué es? —preguntó Dean.
Beau sacó una carta del bolsillo. Tenía el nombre de Kevin escrito con una hermosa letra cursiva en la parte del frente. —Una invitación, querido, para una subasta muy exclusiva.
—Déjame adivinar —dijo Anna—. ¿Dónde pondrás en venta la tabla?
—Bueno, cuando adquirimos un artículo tan bueno como la palabra de Dios, es inteligente descargarlo tan rápido como sea posible. Y estamos desesperadamente necesitados de una estrella para la gala de esta noche.
—Bueno, espero que tengas cuatro entradas extra para tu pequeña fiesta eBay, porque el profeta está con nosotros —aclaró Dean.
Beau sonrió. —Si estás preocupado por la seguridad del profeta, tenga la seguridad de que tenemos una estricta política de "no arrojarlos, no maldecirlos, no estamparlos contra la pared de forma sobrenatural y hacerle el amor con los ojos a su novia".
—¿Por qué sigues llamándola así? —preguntó Sam.
El hombre rodó los ojos como si fuera la cosa más obvia del mundo. —Por favor. Todo el mundo en la comunidad sobrenatural ha oído hablar de la pequeña y eximia cazadora pelirroja que tiene a los hermanos Winchester, a un ángel y a el Rey del Infierno envueltos alrededor de su dedo meñique. ¿Por qué crees que ninguno de los grandes ha intentado ir tras ella todavía? —Sam y Dean compartieron una mirada—. Bueno, ninguna persona pensante se arriesgaría a tal cosa, mientras tenga los guardaespaldas que ella tiene.
Anna de repente se enojó de nuevo. Estaba enojada porque tenía un blanco masivo pintado en su espalda. Enojada porque toda una comunidad de chicos malos sabían y hablaba de ella. Enojada porque pensaban que algunas de las personas más importantes en su vida no eran más que pequeños cachorros que la seguían.
El señor Wonka no podía estar más lejos de la verdad.
Estuvo a punto de adelantarse y comenzar algo que estaba segura que no podría terminar, pero el brazo de Dean envuelto en la parte superior de sus hombros la detuvo y la acercó a su cuerpo. Lo dejó hacer.
Podría haber luchado, sin ningún resultado considerando que era físicamente más fuerte que ella, pero no lo hizo. Anna sabía que su ira era irracional. Pero había estado acumulando tantas cosas, primero lo sucedido con Dean, luego el idiota de la casa de empeños y ahora este falso chocolatero. A eso le sumaba que había algo del purgatorio todavía dentro de de su cuerpo. Una energía distinta.
—Por supuesto —exclamó Beau mientras la observaba—. Su temperamento violento es algo asombroso. ¿Derribando ángeles y vampiros por su cuenta? ¿Cuando los Winchester no pudieron? —se encogió de hombros—. Quiero decir, la gente dice que tienes suerte. Y tal vez la tienes. Pero es mucha suerte para un humano. Déjeme decirte algo Anna, tendrías que haberte mantenido alejada de estos muchachos. Hubieras pasado más desapercibida.
Ahora era Dean el que estaba a punto de iniciar una discusión pero milagrosamente fue interrumpido por Sam. —Mira. ¿Por qué no nos dice cómo haces esas políticas de las que estaba hablando?
Beau lo miró. —Bueno, soy la mano derecha de Dios, después de todo... Plutus, concretamente.
Dean se burló. —¿Ya no es siquiera un planeta?
Todos lo miraron. Incluso Anna le dio una mirada de "es mejor que mantengas la boca cerrada". Él solo se encogió de hombros y no dijo más nada.
—Es el Dios de la codicia —aclaró Beau—. Y mi señor ha guardado este local contra el infierno, el cielo y más allá. Y dicho sea de paso, probablemente el sitio más seguro donde su precioso profeta podría estar. Bueno, ya que el tiempo es esencial, quizás solamente seguiré adelante y añadiré un plus de cuatro a la invitación del Profeta. ¿Bien entonces?
Lanzó el sobre al aire. Todo el mundo lo observó mientras flotaba en la brisa y Beau se había ido cuando aterrizó en el suelo. Anna realmente odiaba cuando hacían eso.
—¡Gracias, Willy Wonka! —gritó enojada al aire, apartándose del agarre de Dean y enderezando su chaqueta con un movimiento de enojo—. ¡Y vete al diablo, idiota!
—De acuerdo —dijo Dean, conteniendo una sonrisa por la actitud de la pelirroja—. ¿Qué tenemos para pujar? —Sam se burló—. ¿Qué? No podemos aparecer allí con las manos vacías.
—Dean, solo tenemos a nuestro nombre una pocas tarjetas de oro pirateadas —le contestó Sam.
—De acuerdo. Bueno, entonces, vamos a tener que ser creativos.
Anna sonrió y giró sobre sus talones para mirar el Impala de Dean. —Bien...
Dean sacudió la cabeza y corrió para colocarse entre ella y el Impala. —No. Dilo y te mataré a ti, a tus hijos y a tus nietos. —Ella dobló los brazos y ahogó una sonrisa.
—¿No serían tus hijos? —habló Kevin, tomando a todos por sorpresa. Se encogió de hombros—. ¿Qué? ¿Los hijos de Sam? Quiero decir que tú y Sam fueron algo la última vez que nos vimos, pero ahora tú y Dean...
Anna, Dean y Sam compartieron una mirada incómoda. Tener hijos no era exactamente en lo que ella estaba pensando en ese momento, tal vez en un pasado lo había hecho pero no ahora. No había hablado lo suficiente de su futuro con los hermanos.
Y estaba más que consciente que el futuro de un cazador se vivía día a día. Pero ¿qué pasa cuando los días se convirtieron en semanas? Y semanas en meses y esos meses en años. ¿Qué hay después de eso? ¿Un futuro? ¿Había un futuro para ella con los hermanos?
Se giró hacia Kevin, mirándolo fijamente. —Mira niño genio, si no quieres perder algunos dientes, cierra la boca —la señora Tran estuvo a punto de decir algo pero ella levantó la mano al aire, detiendola—. Y si piensa que no golpearía a una señora mayor, está equivocada. Silencio. Ambos.
Sam se aclaró la garganta. —Espera un segundo. Ellos en estas subastas... muestran los artículos a los postores antes, ¿verdad?
Anna asintió. —Sí. Y todo lo que tenemos que hacer es tener a Kevin lo suficientemente cerca para memorizar el hechizo.
—Exactamente.
Dean miró a Kevin. —¿Qué te parece, cerebrito? ¿Crees que puedes darles caña?
Su madre se burló. —Por supuesto que puede darle caña... las pegatinas del parachoques de mi Toyota significan algo.
La señora Tran, Kevin y Sam comenzaron a dirigirse hacia el auto. La pelirroja dobló los brazos y sonrió mientras observaba cómo Dean pasaba una mano por el capó del Impala. —Ella no lo dijo en serio, cariño —se giró hacia Anna y la señaló con un dedo—. Eres el diablo.
Ella rió. —No. Pero algún día tendrás que elegir entre ese auto o nosotros, Winchester.
Con una última sonrisa malvada pero juguetona a la vez, se subió al auto. Dejando a Dean boquiabierto y pensando en lo que acababa de decir.
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De todas las cosas que Anna esperaba que hubiera en una subasta, protegida contra todo tipo de magia, un detector de metales ni siquiera estaba en la lista. Y, por la mirada en la cara de Dean, tampoco lo había esperado. Lo miró y tragó saliva.
—Tú también estás armado, ¿no? —preguntó curiosa. Dean asintió con la cabeza. Sam, Kevin y la señora Tran se volvieron para miraralos.
—Aquí vamos. —dijo Dean. Se encogió y encorvó sobre sí mismo mientras pasaba por el detector de metales. Sonó con luces rojas intermitentes y mucho ruido, atrayendo la atención de todos.
Beau estaba de pie junto al guardia de seguridad sonriendo. —Vaya, vaya, Dean. El sistema solo funciona cuando todos participan.
Le acercó una caja a Dean, probablemente para que pusiera sus armas, antes de mirar hacia donde Anna estaba congelada en la entrada.
La pelirroja dejó escapar una sonrisa culpable. —Sí. Tal vez también querrás tener una caja para mí.
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Había varios interesados en la subasta extendidos a través de toda la bodega, moviendo sus ojos en algunos de los objetos sobrenaturales más valiosos del mundo y frotando sus monederos con alegría. Todos se veían tan humanos. Eso era lo que más los preocupaba.
—¿Cómo demonios vamos a saber quién es quién? —preguntó Anna.
Sam sonrió y se inclinó hasta que su respiración rozó su oreja. Odiaba que la hiciera temblar con anticipación. Hizo una nota mental para hablar seriamente con él. Los dos no podían seguir así para siempre.
—Es bastante simple, Anna —dijo. Y la forma en que pronunció su nombre, casi hizo que se derritiera de amor allí mismo—. Todos ellos son monstruos.
—Oye, oye —dijo Dean, corriendo hacia una vitrina cercana. Dentro estaba la Palabra de Dios. Al menos, eso es lo que podían suponer que era. Dos piezas de metal se habían fijado a la parte delantera y trasera de la tabla para que nadie pudiera leerla—. Genial.
—Supongo que no somos tan originales como pensábamos —señaló Kevin, frunciendo los labios.
Anna asintió. —Está bien. Acabamos de llegar al plan "B".
—¿Y cuál, por favor, podría quizás haber sido el plan "A"? —los cinco se giraron al oír la voz de Crowley. Como de costumbre, sólo tenía ojos para Anna. Hizo otra nota mental para hablar seriamente con él también. Tenía que saber qué demonios le pasaba con ella, porque tanto interés—. ¿Traer al Profeta al lugar más peligroso de la Tierra, memorizar la tabla e irse? —ella tragó saliva y Crowley sonrió—. Hola, pequeña.
—Crowley.
—Tú y yo tenemos que charlar más tarde —sus ojos se dirigieron hacia arriba, muy por encima de su cabeza. Y por el calor en su espalda, ella supo que los hermanos estaban justo detrás—. Sin tus perros guardianes, por supuesto.
—No lo creo —y para sorpresa de Anna, el comentario fue de Sam.
Crowley sonrió. —No es realmente tu elección, ¿verdad? Entre un hombre que movió el infierno para liberarla del purgatorio o un ex-amante que no se preocupo en lo más mínimo y corrió hacia los brazos de otra mujer. ¿A quién crees que prefiera? —se giró hacia los Tran antes de que Sam pudiera defenderse.
—Kevin. Es un placer verte. Lo siento por tu amiguita. ¿Su nombre? —se puso un dedo en la barbilla, fingiendo que estaba tratando de recordar a Channing, la pobre chica a la que había asesinado a sangre fría. Se encogió de hombros—. Bueno, si quieres hacer una tortilla a veces tienes que romper algunas columnas —la mandíbula de Kevin marcó en señal de enojo pero no dijo nada mientras Crowley miraba su madre—. ¿Y quién es esta encantadora jovencita? Debe de ser tu hermana.
Fue entonces cuando Crowley recibió su primera paliza del día. El puño de la señora Tran aterrizó lo suficientemente fuerte contra su boca que le sacó sangre. Bastante parecido al golpe que le dio Anna el día que lo conoció.
—Aléjate de mi hijo —gruñó la señora.
Crowley gimió y se limpió la sangre de su labio. —Encantador. Profanar su cadáver acaba de convertirse en el número uno de mi lista de tareas pendientes —Dean y Sam se adelantaron. Sus manos se dirigían automáticamente a sus espaldas donde normalmente guardaban sus armas. Crowley miró alrededor y levantó su dedo detendiendolos—. Nada de violencia, por mucho menos nuestros anfitriones podrían echarlos y eso sería una pena.
—Tiene razón chicos —dijo Anna—. No vale la pena.
—Escuchen a la única persona inteligente en su grupo, Alce y Ardilla —justo entonces, un hombre bastante grande y calvo entró—. Aquí viene nuestro anfitrión.
Un hombre llamó a que todos tomaran sus asientos y Dean habló, a nadie en particular. —¿Este es Plutus? ¿Qué es, el Dios del pasillo de los caramelos?
—Caballeros. Damas —dijo Beau mientras pasaba detrás de Plutus—. La subasta está empezando.
Crowley les deseó suerte y todos lo siguieron a la sala de licitación.
Cuando pasó al lado de la señora Tran, la pelirroja se inclinó y susurró. —Buen gancho de derecha —ella sonrió entre dientes al escuchar el halago.
Anna se quedó junto a la puerta cuando se giró para buscar a Dean y verlo hablando con un muchacho alto y delgado vestido con un uniforme de comida rápida. No podía oír de lo que estaban hablando, pero por el hecho de que Dean parecía afligido y aún no había matado al niño, pensó que quizás era un ángel preguntando por Castiel.
Castiel.
Anna no se había permitido pensar en él por más de unos segundos desde que volvió. Le había roto el corazón verlo soltarse así. Había llorado la primera noche que había pasado fuera del purgatorio. Ni siquiera Dean lo sabía. Lo había conocido por muy poco tiempo, pero el ángel se había portado bien con ella. Nunca la traicionó o abandono. Y ella se culpaba por haberle soltado la mano, literalmente.
Finalmente, el chico dejó a Dean y se dirigió hacia la sala de licitación, deteniéndose primero para poner una mano en su hombro y sonreírle. —Es bueno verte finalmente, Anna. Castiel siempre ha hablado muy bien de ti.
De pronto se sintió muy avergonzada, pero al mismo tiempo curiosa al saber que Castiel hablaba con otros ángeles. Rió nerviosamente. —Espero que no me haya glorificado demasiado. Él tiende a pensar que soy más de lo que parezco. No estoy segura de lo que se le metió en la cabeza.
—Disparates. Muchos de nosotros tenemos fe en que vives a la altura de lo que se espera de ti. Hay una razón por la que has sobrevivido tanto tiempo con los Winchesters. Mi nombre es Samandriel, por cierto. Quiero que sepas que tienes un amigo en mí.
Se enderezó y lo miró sorprendida. Los únicos ángeles que había conocido, además de Castiel, no habían sido las personas más agradables del mundo, así que no sabía qué esperar. Pero no había esperado tanta bondad. Ella le sonrió a Samandriel. —Gracias. Eso significa mucho para mí.
Samandriel sonrió y apretó el hombro antes de pasar por delante de ella.
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