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Prólogo



Lookin' in your eyes
I see a paradise
This world that I found is too good to be true
Standing' here beside you
Want so much to give you
This love in my heart that I'm feeling for you

                     "Nothing gonna stop us now", Starship





Estados Unidos, marzo 2015


Cuando te enfrentas a la partida física de uno de tus progenitores comienzas a cuestionarte tu propia mortalidad, sobre todo si acabas de cumplir cuarenta y cuatro años. Sabes que es hora de mirar la vida de diferente manera y cambiar viejos hábitos.

Suelen invadirte los recuerdos de tiempos lejanos cuando tu padre era joven y estaba lleno de salud, tú apenas habías cumplido diecisiete años y ni te imaginabas que pronto conocerías al primer y único amor de tu vida.

En aquel tiempo la vida era más sencilla, aunque se viera complicada.

—Estaba segura que te encontraría aquí, tío. —La suave voz de Tricia confirmó la presencia de mi sobrina, aunque, segundos antes de escucharla, yo ya había notado su cercanía al sentir su inconfundible perfume —. Papá piensa que fuiste a refugiarte de los devaneos de la tía Brenda Lee a tu cuarto, pero yo te conozco mejor. —Aquella última observación no me resultaba extraña, era cierta. Mi hermano mayor, Benjamín, y yo; antes estábamos muy unidos, pero la situación había cambiado. Tampoco nos conocíamos lo que se esperaba en dos personas que crecieron juntas.

Por otro lado, su hija Tricia y yo siempre habíamos estado muy unidos. Yo la veía como la hija que nunca tuve.

—Últimamente me agobio con facilidad, sera la edad —comenté con la intención de darle un toque ligero, aunque era algo que me pasaba con bastante frecuencia.

Por otro lado, no era menos cierto que mi hermana menor Brenda Lee, algo intensa con algunos temas, en especial con el de la casa familiar en Ohio y la necesidad de viajar hasta allá para encargarse de recoger las pertenencias de nuestros padres, entre otras cosas, y organizar la venta de la propiedad.

Alegaba que uno de nosotros debía de volver al lugar donde vivimos la mayor parte de nuestra juventud y encargarnos de la tarea, según ella, era impensable delegárselo a cualquier empresa.

Cabe mencionar que insistía en que el indicado era yo, decía que debía tomar vacaciones, pues hacia años que no gozaba de unas, y en vez de irme a Europa, irme directo al "estado del castaño de indias".

Demás está decir que yo no compartía la misma opinión.

******************

La terraza de mi apartamento era mi lugar favorito sin importar la época del año, aun cuando el frío y la nieve se adueñaran de cada superficie de ella, incluido el mobiliario.

Solía salir a disfrutar de las vistas, aunque tuviera que abrigarme, casi siempre llevaba una taza llena de café caliente en una de las manos. Años atrás, a esa costumbre la acompañaba un inseparable cigarrillo, pero aquel mal hábito tuve que dejarlo por el bien de mi salud cardiovascular.

A mi querida sobrina no se le hizo difícil la tarea de dar conmigo una vez abandoné la sala y la compañía de mis familiares cercanos.

Tricia dejó frente a mí, sobre la superficie de la mesa, una larga copa llena con vino tinto, nuestro preferido. Los días de cerveza también quedaron atrás, con la juventud a la que ese día le restaba un año más.

—¡Felices cuarenta y cuatro años, Dr. Morell! —manifestó ella por segunda vez en la tarde, antes de tomar asiento frente a mí. Nos separaba la angosta mesa redonda con tope de vidrio y, junto a la copa que habia dejado, Tricia también depositó una caja larga forrada con una tela color rojiza de apariencia suave. —. Estoy segura de que esté será tu mejor regalo de cumpleaños, aunque no sé si te animaras a usarlo. —Podía imaginarme a que se refería aún antes de abrir la cajita.

—No es como si hubiese recibido muchos —mencioné —. Y si es lo que pienso que es, puedes estar segura de que lo llevaré siempre conmigo —añadí. Casi aguantando la respiración, me dispuse a abrir el regalo, Tricia esperaba con expresión expectante.

No pude evitar distraerme unos segundos al contemplar sus brillantes ojos aceitunados, la sonrisa de felicidad y emoción que distendía su boca, y la posición en la que estaba sentada un poco reclinada hacia el frente, impaciente. Tampoco pude pasar por alto el inmenso parecido que había entre Tricia y su madre, Rosario, mi mejor amiga.

Todavía dolía mucho su ausencia.

Mi sobrina mayor se movió algo inquieta sobre la silla, mientras yo sonreía y abría la caja. Levanté la mirada, volví a bajarla y dejé salir una exclamación de emoción, mezcla de nostalgia y asombro, pues mi sospecha inicial resultó ser cierta.

—Lo sabía. —Dejé sobre mi regazo el emotivo regalo. En el interior de la caja estaba el viejo reloj de papá, que antes había sido de mi abuelo y que ahora me pertenecía. Era un reloj de bolsillo que, desde que era un niño, me llamó siempre mi atención, aunque en los últimos años lo había olvidado.

—Valió la pena recuperarlo para ti, tío Alejo. —Tricia pasó a contarme emocionada algunos detalles sobre la recuperación del reloj de una casa de empeño donde su hermano Jonathan lo había dejado a cambio de unos dólares. Ya conocía parte de la historia, mi hermana se había encargado de contármela.

—No sabes cuanto aprecio esto...—Me puse de pie al mismo tiempo que Tricia, los dos buscábamos un abrazo.

—Espero que lo disfrutes, te lo mereces, además de que el abuelo así lo quería. Me dijo antes de morir que ese reloj te pertenecía. —No le dije que mi hermano Ben discreparía sobre eso. Con un nudo en la garganta solo atiné a balbucear medias palabras inteligibles. Lo cierto era que los deseos de mi padre hablaban de nuestra excelente relación en sus últimos años, aunque cabe mencionar que no siempre fue así.

Pese a que nunca dude de su amor o el de mi madre, soy consciente de que para ellos fue difícil entender y aceptar, después de muchos años, mis preferencias sexuales. Durante mucho tiempo nuestra relación fue tensa, en especial con mi madre. Al pasar los años, puede que con la edad, sentí que mi padre poco a poco se acercaba a mí, no así mamá, sus creencias religiosas lo impidieron.

Ahora papá se había ido y mamá era incapaz de reconocer a alguien, la demencia le había arrebatado todos los recuerdos, incluso que su hijo menor era gay.

******************

La tarde refrescó y vi a Tricia cerrar las solapas de su cárdigan de algodón. Todos los miembros de la familia, excepto ella, ya se habían marchado de mi improvisada fiesta de natalicio. 

—¿Puedo preguntarte algo? —Por lo general mi sobrina y yo no teníamos reparos en hablar sobre nuestras inquietudes, entre nosotros existía confianza y nunca antes percibí esa duda en el tono de su voz. 

Sospeché que su inquietud se debía a algo que quizás llevaba tiempo preguntándose sobre mi, sin decidirse a exteriorizarlo porque, de alguna manera, le costaba, y se cohibía.

O puede que no supiera expresarse.

—Puedes preguntarme lo que quieras, querida. —La última palabra la pronuncie con exagerada suavidad y un levísimo y fingido acento francés, quería bromear y aligerar el ambiente.

Tricia pareció desinflarse en un suspiro al tiempo que esbozaba una de sus inocentes sonrisitas.

—Siempre me pregunté por qué la idea de volver a Ohio parecía mortificarte tanto, ¿cuándo fue la última vez que estuviste allá? —De todo lo que pude haber imaginado, aquel comentario me sorprendió y el interrogante me descoloco bastante.

Deslicé el cuerpo hacía abajo, me acomodé mejor en la silla mientras cruzaba mi pierna izquierda sobre la derecha y llevaba ambas manos entrelazadas sobre el estómago. A todo eso, no dejaba de pensar que contestar a esa, en apariencia, simple pregunta.

—Hace mucho tiempo que no voy hasta allá, creo que la última vez fue años antes de que papá enfermara y Brenda Lee decidiera que estaba mejor en el asilo. No había necesidad de volver a Cleveland, sabes que mamá no deseaba que la visitara, según ella yo era un perturbado, un poseído o algo así...—No vi necesidad de reprimir la burla en mis palabras. No mentía, así me llamaba mi madre, para ella yo era solo un miserable sodomita que se dejaba manipular por el demonio de la lujuria.

Mi madre jamás logró entenderme y aceptarme, solo ahora que la demencia pudo sobre su ser, podía ir a visitarla sin temer a sus desprecios.

Por lo común, trataba de evitar aquellos amargos recuerdos que todavía me afectaban a pesar de formar parte del pasado y sin importar a cuantas secciones con mi terapeuta asistiera.

—Perdóname por ser tan curiosa y poco discreta, sé que tu relación con la abuela no fue la mejor.

—No tienes que disculparte, mi relación con mamá fue excelente hasta que supo que era homosexual —mencioné, me encogí de hombros y enderece la postura para alcanzar la copa de vino que aún se mantenía fresco.

Tricia se quedo pensativa por varios segundos, yo sabía que me analizaba.

—Sin embargo, siempre he pensado que no son solo los malos recuerdos con la abuela los que te mantienen lejos de Ohio...—Bebí un buen sorbo del vino que quedaba en la copa hasta casi terminarlo. Después de depositar la copa sobre la mesa me puse de pie para quedar frente a ella.

—A veces me he preguntado cuándo la curiosidad en ti podría más que los modales o la prudencia, querida sobrina. —Tricia frunció el entrecejo y rodó los ojos mientras soltaba una seca carcajada.

—Siempre he sospechado que algo muy intenso sucedió allá, y no me refiero solo a la actitud de la abuela...

Levanté mi mano derecha para sacudirla en el aire, gesto con el que trataba de transmitir que por ahí iba la cosa.

Lo que había sucedido en Ohio hacía veintitrés años formaba parte de los recuerdos que prefería mantener a raya, recuerdos hermosos, memorias de un amor fallido que aún dolía.

—Y en parte no te equivocas, sobrina, los recuerdos que me mantienen lejos de Ohio son intensamente hermosos, son las memorias de los mejores años de mi vida...

Tricia no apartaba sus ojos de mis movimientos o los oídos de mis palabras. Una picara sonrisa se dibujo en sus labios mientras arqueaba su perfilada ceja izquierda, a la espera de mis próximas palabras.

Y supe que no había marcha atrás, era tiempo de volver a Ohio, al año mil novecientos ochenta y ocho, el año en que conocí a Sasuke, el hermoso asiático que puso mi vida patas arriba.

A la época cuando era un adolescente soñador y creía en la magia.

Ese viaje de recuerdos sería largo, intenso y, con total seguridad, doloroso.


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