Capítulo final: Sasuke Takahashi
¿Qué me enamoró de Alejandro?
Nunca lo mencioné, pero el aroma natural de su piel me exitaba como ningún caro perfume jamás logró hacerlo. Que sus abundantes rizos castaños, y las pobladas cejas que eran el marco perfecto de sus ojos oscuros y de casi imposibles largas pestañas, provocaron una especie de hechizo sobre mi y que cuando cerraba los ojos su imagen se proyectaba en mi mente un día si, y el otro también.
Que cuando lo vi la primera vez, quedé encandilado por su sonrisa divertida y ajena a mi escrutinio. La manera en que bromeaba, el sonido de su voz, y las veces que lo escuche hablando con esa mezcla de español y inglés que me parecía tan chistosa.
Amé su carácter a veces jovial, en ocasiones tímido. Sus deseos de ser útil a los demás, y la manera en que estaba en contra de las injusticia. Me gustaba verlo de lejos, admirar su dominio de las matemáticas, lo inteligente que era y con orgullo, siempre estuve seguro de que lograría ser ese médico que soñaba.
Me gustaba su risa, y su forma de mirarme. Sentir sus labios sobre los míos con ese ímpetu que me hacía querer más. El recorrido de sus manos sobre mi piel, sus jadeos que se perdían entre los míos, la manera en que hacíamos el amor. Todo eso y mucho más era y es mi Alejandro.
Y aunque a veces me sentía presionado por la circunstancias, no podía dejar de admirar sus deseos de comerse el mundo y defender nuestro amor contra todos, un amor que muchos juzgaban era equivocado y hasta antinatural.
No obstante, lo perdí gracias a mi inmadurez, a los prejuicios y ese mal entendido sentido del deber que trastornó mis pensamientos orillándome a tomar malas decisiones. Por años estuvimos separados y no hubo una sola noche, con la vista fija en el techo de la habitación en espera de la inconciencia del sueño, que no pensara en ese chico de rizos castaños que tanto me amó, y al que tanto extrañaba.
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Veinticuatro años tuvieron que pasar para volver a mirarme en sus ojos, y tener la oportunidad de mostrarme ante Alejandro Morell tal cual soy, hablarle sobre la fuerza de mis sentimientos por él, y por encima de todo, mis deseos de pasar el resto de mi vida a su lado.
—Unos pasos más, amor.
Con una de mis manos sobre la espalda de Alejandro lo animé a dar unos pasos hacia delante por el camino de gravilla.
—Confía en mi, Alejandro.
—No veo nada, Sasuke...
—Esa es la idea, amor.
Esa mañana aprovechando que Alejandro se encontraba en el baño subí las maletas que ya estaban listas al carro y cuando estuvimos preparados, a propósito le cubrí los ojos a Alejandro, ignorando sus protestas.
Llevaba semanas preparando ese momento, un viaje juntos visitando varios estados. Lo había pensado para estar tres meses lejos, solos. Un encuentro especial con el objetivo terminar de reencontrar ese amor y cercanía que ambos deseábamos, y me encontraba muy emocionado.
Luego de algunos pasos, a una señal mía, nos detuvimos.
—Esperó que te guste mi sorpresa —murmuré sobre su oreja y antes de dejar un pequeño beso sobre la piel expuesta de su cuello, y no me pasó desapercibido su espontáneo estremecimiento.
—Eres muy travieso...
—Tú eres quien tiene la culpa, amor, porque definitivamente no puedo mantener mis manos y mucho menos mi boca lejos de ti, querido Alejandro.
Me detuve a sus espaldas y con delicadeza desaté el ligero nudo que mantenía sobre sus ojos el pañuelo con el que le impedía ver.
Con rapidez me desplace a su lado, mientras él parpadeaba repetidas veces y centraba la mirada sobre el estupendo mobile home frente a nosotros.
Alejandro llevó su mirada sobre mi y luego de vuelta sobre el vehículo, y viceversa varias veces.
—¡Oh, por Dios! ¡Un mobile home! ¡Es un mobile home, Sasuke!
Adoré su efusividad.
Alejandro no dudo en abrazarme entusiasmado y yo le devolví el gesto, mientras lo sentía estremecer de dicha en mis brazos.
—Y es nuestro amor...para recorrer miles de kilómetros, y hacer ese viaje del que siempre hablaste...tú y yo solos, amor...
—Dios santo, Sasuke, no lo puedo creer.
—No lo dudes más, mi Alejandro, hoy comienza oficialmente nuestra nueva aventura, y no solo este viaje por carretera, sino nuestra vida juntos.
—Te amo tanto mi chico de ojos rasgados...
—No tanto como yo a ti, hermoso.
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Esa misma mañana salimos a nuestra aventura, nuestra propuesta era desconectar con el resto del mundo lo más que pudiéramos, para conectar con la naturaleza y con nosotros mismos.
La carretera nos llevó a nuestra primera parada, una reserva natural hermosa, ni él o yo habíamos visitado una desde la última vez hacían más de dos décadas.
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El espacio en el Mobile home era bastante amplio, pero un hombre de la estatura y físico de mi Alejandro sobresalía en casi cualquier ambiente y para mí se convirtió en un placer verlo manejarse con la cena.
—Eres tan atractivo.
Fue algo que me salió del corazón, un cumplido imposible de callar. Alejandro giró un poco la cabeza y me dedicó una pícara sonrisita.
El ambiente olía a cebolla caramelizada, y a carne asada, mientras la fresca brisa se colaba al interior del lugar cargada de los olores del cercano bosque.
Alejandro opto por ignorarme pues sabía, como yo, que si se me acercaba tomábamos el riesgo de entregarnos a las caricias y olvidar la cena, como sucedió en varias ocasiones antes.
Sin embargo, con cada minuto que pasaba, fue más mi apetito por sus besos que por los gruesos cortes de carne que Alejandro tenía sobre el asador.
Y dejándome llevar por la tentación me puse de pie para sorprenderlo por la espalda, llevando mis brazos alrededor de su cintura, y mis manos por debajo de la camisilla que llevaba.
Lo sentí estremecerse mientras le acariciaba su firme estómago con las manos.
—Eres un travieso, Sasuke.
Dejé escapar unas risas sobre su cuello en tanto depositaba húmedos besos sobre la piel de uno de sus fuertes hombros y arrimándome más a él, le mostraba mi excitación con un solo movimiento sobre su trasero.
Alejandro giró rápidamente, tomándome de sorpresa pues no pensé que lograría separarlo de su tarea, pero me equivoque. De creer tenerlo atrapado, pasé a ser yo el atrapado sobre una de las butacas que eran parte del mobiliario de la casa rodante.
—Y quieres jugar...pues juguemos mi querido japonés...
Después de decir eso, con un brillo malicioso en sus ojos, Alejandro no dudo en, con algo de rudeza, despojarme del pantalón que llevaba para dejar a su merced mi erecta masculinidad.
Unos instantes luego, con mis dedos enredados sobre su rizado cabello en tanto miraba como el hombre que amaba abrazaba con su boca mi pene, dejé escapar como un poseso gemidos de placer entremezclados a su nombre, y alcancé el cielo entre estremecimientos.
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Y así, un día a la vez, fuimos construyendo recuerdos, compartiendo momentos, Alejandro aprovecho para que leyera del dichoso diario del que le hablo Kenji, y por supuesto acercándonos más. Hicimos planes, nos contamos sueños, y aunque ya no éramos ese par de ilusos adolescentes que se enamoraron allá por los años ochenta, y que no pudimos vivir nuestro amor como merecíamos, los dos concordamos en que éramos mejor.
Porque éramos dos hombres que aun en la madurez de nuestras vidas conservábamos la suficiente juventud y energía para disfrutar juntos, y amarnos, para vivir a plenitud ese amor lindo de la juventud.
Y como diría la abuela Toña, «nunca es tarde si la dicha es buena»
Y nuestra dicha, era la mejor.
FIN
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