Capítulo 47
Una oración al cielo
La anciana de aspecto frágil que se consumía día a día sobre aquella cama de posiciones en un hogar para ancianos no era ni el reflejo de la mujer altiva y fuerte que se casó en el año mil novecientos sesenta y seis con Humberto Morell, allá en Sabana Grande, un pueblo al sur oeste de Puerto Rico.
Papá solía mencionar lo afortunado que había sido porque una mujer tan hermosa como María del Carmen, con sus cabellos largos y rizados, hubiera aceptado casarse con él, un joven trabajador, pero igualmente sin un centavo en la cartera.
Papá decía que mamá tenía a casi todos los jóvenes solteros del pueblo locos y suspirando por ella, algunos eran estudiantes con un futuro prometedor, sin embargo, María se enamoró de Benito y luego de jurarse amor eterno lo siguió en la aventura de «cruzar el charco», hacia Estados Unidos, como decían en Puerto Rico.
Mis padres tuvieron un matrimonio bueno y estable. De años felices y prósperos, y pudieron superar los malos momentos, las dificultades, aun cuando estas dejaron marcas.
Papá y mamá solo se separaron cuando el primero enfermo y mi madre no pudo, por su condición de salud, hacerse cargo de él. Ya para ese momento la mente de mamá estaba bastante deteriorada y no tardo en seguir los pasos de mi padre hacia Pensilvania, donde Brenda Lee vivía con su familia.
Poco días antes de papá morir, mi madre ocupo una habitación a pocos pasos de la de su esposo, en el asilo de ancianos. Esa tarde de finales de agosto, un poco más de un año después de la muerte de su querido Benito, María se fue para no volver.
Yo pude llegar a tiempo para despedirme de una madre que me amo muchísimo, de eso nunca tuve dudas, a pesar de que nunca acepto o entendió mi naturaleza, mis preferencias sexuales.
Y aunque antes de enfermar con Alzheimer se negaba a recibirme, y no se limitaba en insultos hacia mi, en sus últimos años tuve la oportunidad de acercarme a ella porque ya no reconocía a su hijo Alejandro en mi.
Sin embargo, esa tarde, en su lecho de muerte mi madre abrió sus ojos tan parecidos a los míos y tras mirarme fijamente unos instantes murmuro mi nombre.
—Alejandro, mi niño...
Fueron solo unos segundos de lucidez, mientras yo apretaba con delicadeza una de sus delgadas manos y pude ver en sus ojos una mirada de reconocimiento y más importante, de amor. Horas después ya no estaba con nosotros, había ido a morar con el Señor.
Experimenté que me desgarraban por dentro, apabullado con un sentimiento de culpa, rabia. Y por primera vez en mi vida, me pregunté como hubiese sido mi vida siendo el Alejandro que mamá y papá deseaban.
Fueron dos semanas las que permanecí en Pensilvania con Brenda Lee y su familia, mientras los demás regresaban cada uno a sus ocupaciones. A mi no me esperaba nadie en Nueva York, mucho menos en Ohio.
Con el ánimo por los suelos, recibir una llamada de la oficina de recursos humanos de uno de los hospitales más importantes en Ohio y que estaban interesados en entrevistarme para un puesto por contrato en sala de emergencias, logró ponerme en movimiento y me despedí de mi hermana para regresar a Ohio e iniciar una nueva etapa en mi vida.
La antigua casa familiar se percibía más sola y fría que nunca. Un intenso sentimiento de nostalgia me arremetió no bien entré y poco falto para que saliera corriendo.
Me propuse dos cosas esa noche, la primera, que comenzaría la remodelación de la casa lo más pronto posible, lo segundo, al día siguiente iría a ver a Sasuke para exponerle mis sentimientos con claridad, y aclarar de una vez por todas nuestra relación.
Y eso último fue lo primero que hice aunque no encontré respuestas a ninguna de mis dudas, tampoco pude dejarle saber a Sasuke como me sentía.
—Tiempo sin verte por aquí, Alejandro —Billy era el gerente diurno del Midori y quien salió a recibirme al preguntar por Sasuke. De inmediato pensé que él le había pedido al joven empleado que saliera a recibirme.
—Hola Billy, ¿cómo estas? Me gustaría hablar con Sasuke—Volví a hacer mi petición aun a riesgo de verme como un insistente o un desesperado.
—Con mucho gusto le avisaría al jefe, pero eso no va a ser posible porque no se encuentra, Sasuke se fue de viaje hace casi dos semanas.
Retiré la mirada al darme cuenta de que mantuve mi atención sobre el muchacho más tiempo del necesario.
Y es que estaba perplejo pues no me esperaba nada de aquello. Asi que Sasuke iba en serio cuando dijo querer alejarse de mi. Una incómoda sensación de desaliento me arropo, y luego de balbucear las gracias, pedirle que no le comentara a Sasuke sobre mi visita y un dedicarle un gesto de despedida, abandoné el negocio.
Mientras me alejaba tuve la idea de que quizás Sasuke no se había marchado solo, en ese momento estuve seguro que Marcos lo acompañaba y una fuerte ira fue germinando, junto a los celos.
Aceleré mis pasos enfocado en llegar a mi destino, ósea mi automóvil.
—Alejandro Morell.
Miré hacia el sonido de la voz que pronunciaba mi nombre y mi mirada se encontró con la de Marcos. Intenté continuar, hacerme el loco, fingir que no lo reconocía.
El muchacho prácticamente se cruzo frente a mi, dejando de lado a la persona que caminaba junto a él, sin darme la oportunidad de esquivarlo.
—Seguro que me recuerdas...
—Asi es...
No supe que más decir, tampoco comprendía su intención, sin embargo, verlo allí le produjo un gran alivio a mi alma, pues pude comprobar que el muchacho no se encontraba de viaje con Sasuke.
—Es bueno encontrarte y tener la oportunidad, si me lo permites, de disculparme contigo por el papelon que hice esa noche en el estacionamiento, pensé que jamás podría hacerlo. Esa noche bebí demasiado y perdi la vergüenza...
Lo observe casi dudando de que sus plabaras fueran sinceras.
—Escucha Morell, realmente me comporte como un idiota inmaduro, al día siguiente me sentía tan culpable y mezquino...en especial por todo lo que dije sobre Sasuke.
Marcos trataba de explicarse mientras las palabras se le amontonaban unas sobre otras y yo lo único que deseaba era continuar mi camino lejos de él porque no veía la necesidad de seguir oyendo unas disculpas que pensaba, no era a mi a quien debía de brindarlas.
—Tranquilo, no pasa nada.
Hice un rápido movimiento afirmativo con la cabeza con el que acompañe las palabras.
—Un gusto verte, cuídate.
—Seguro...
No sé que esperaba el joven, pero fue evidente que mi falta de interés y rápida despedida lo desconcertó un poco.
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Una semana después estaba listo para volver a trabajar. Acepte el puesto por contrato en el hospital, me comprometi a tres turnos fijos, más un turno de guardia semanales por seis meses. Volver a ejercer la profesion que tanto me gustaba pinto una media sonrisa en mis labios, no obstante, la ausencia y el silencio de Sasuke no dejaban de afectarme.
—Cada vez que pienso en como se largó siento mucho coraje, Tricia. Sin embargo, no sé porque me espanta pues ese cabrón nunca a mostrado sentir empatía por nadie, y mientras yo estoy aquí a punto de caer en una depresión, sabrá Dios donde esta él, seguramente muy feliz...
Aquella descarga la escuchaba Tricia un día sí, y el otro día, también.
—Quizás se alejo porque fue conciente de que tenias razón, pero hombre testarudo al fin le costo admitirlo. No has pensado que puede estar resolviendo su problema de alcoholismo para luego regresar.
Dos cosas todavía me sorprendían de mi sobrina, una era su predisposición a pensar amablemente de todos, incluso de personas que no conocía, como Sasuke.
Lo otro iba de la mano con lo primero y era convertir una situación con un panorama desolador en una llena de esperanza.
Ante sus dichos yo solo contestaba con algunos soniditos con la boca. Antes yo era un poco como ella, él pasó de los años simplemente me dañó.
—¿Por qué no lo llamas, tío? —Tricia siempre me hacia esa pregunta y obtenia la misma respuesta.
—Yo ya di el primer paso, y no estoy dispuesto a continuar buscándolo, mucho menos cuando no tengo la certeza de que él quiera verme de nuevo.
Luego de aquellas conversaciones con Tricia era inevitable continuar pensando en ese hombre que amaba, haciéndome preguntas que solo él podía contestar, sintiendo la misma incertidumbre que cuando tenía dieciocho años y toda la juventud del mundo por delante.
Ya no era asi, la juventud de antaño se evaporaba entre mis dedos con cada segundo que transcurría, no así la nostalgia y añoranza que se empeñaban en permanecer a mi lado.
Era en esos momentos en que un aterrador pensamiento ocupaba mi mente por unos segundos antes de que, incómodo, lo desterraba lejos.
«Quizás a Sasuke y a mi, ya no nos queden otros veinticuatro años más para perder»
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«El tiempo pasa volando», así decía la abuela Toña, y era cierto. También era cierto que miestras más edad se tiene más cuenta uno se da de ese detalle.
Cuando se es joven el concepto del paso del tiempo no es algo que se piense mucho, solemos vivir con la ilusión de un futuro lleno de nuevas experiencias, casi todo nos asombra y embeleza, y vivimos el momento sin pensar casi nada en un después.
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Cambiar mi oficina en una clínica privada en Nueva York por hacer turnos de ocho horas en la sala de emergencias de un hospital resultó al principio todo un reto, pero pronto fui aclimatándome al nuevo ambiente y al personal, que siempre me hicieron sentir bienvenido.
No me había dado cuenta de lo mucho que extrañaba la dinámica de sala de emergencias, trabajar bajo presión en muchas ocasiones y salvar la vida de un paciente, sentir la adrenalina recorrer el sistema, trabajar a veces contra reloj.
Y aunque regresaba a casa muchas veces cansadísimo, lo hacía también con la satisfacción de haber sido útil. Además, el cansancio me servía para evitar pensar más de la cuenta en cierto caballero japonés del que no sabía nada.
Más de una vez recordé mis días en Akron, el primer año en la universidad, mi trabajo en la cafetería de Andy y sobre todo, mi angustiante espera por Sasuke, que para ese tiempo se encontraba en Japón.
Dos décadas después las circunstancias eran otras, sin embargo, mi espera por el japonés parecía ser una historia que volvía a repetirse.
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—Solo espero que sea un turno tranquilo —Molly Smith, una joven enfermera recién graduada se adentró al área destinada para el descanso del personal, cargando su inseparable lonchera y seguida de Steven Hernández, el radiólogo de turno.
—Buenas noches Dr. Morell —dijeron casi al unísono de camino a la cafetera donde la chica comenzó el proceso de hacer suficiente café para las primeras horas del turno.
—Buenas noches, muchachos...
Yo habia comprado mi café helado y disfrutaba de el y de mis últimos minutos de ocio, antes de comenzar el turno de once a siete. Por lo general mis turnos eran durante el día pero precisamente ese turno lo habia cambiando con una compañera que esa noche tenía un compromiso familiar.
A esas alturas a mi me daba igual trabajar de día o de noche pues al regresar a casa solo me recibía la soledad.
—¿Has pensado en regresar a Nueva York, tío? Lo digo en caso de que Sasuke y tu...
No había necesidad de terminar la frase, yo también consideré en más de una ocasión la posibilidad de no volver a ver a Sasuke, e invariablemente se me estrujaba el corazón.
Me puse de pie y encaminé mis pasos hacia el pequeño cuarto reservado para el personal médico donde me esperaba la entrega del turno a manos del Dr. Rogers.
Sin embargo, un corre y corre indicativo de la llegada de un nuevo ingreso de seguro en condición grave me desvio de la ruta y con una sensacion de anticipación ante lo desconocido, y un inesperado choque de adrenalina, esperé la llegada de la ambulancia segundos después, uniéndome al personal que recibió la camilla con el paciente. Desde mi posición apenas se apreciaban sus facciones cubiertas de sangre que no paraba de fluir de las múltiples heridas en su rostro.
—Hombre de cuarenta y cinco años, envuelto en una colisión frontal a alta velocidad, con posible lesión craneoencefálica e abdominales internas, hematomas y huesos rotos en ambas piernas y brazo derecho —Alcancé a oír la descripción de uno de los paramédicos, mientras el Dr. Rogers se hacía cargo de la situación, de estabilizar al paciente y ordenar una batería de pruebas encaminadas a tener el diagnostico final. Entre tanto, el personal de enfermería se encargó de las primeras intervenciones con el paciente, por ejemplo tomar muestras de sangre, desvestirlo para el examen físico y limpiar sus heridas para tener un amplio panorama de la situación.
Técnicamente pude haber continuado mi ronda, encargarme de los demás pacientes que esperaban ser evaluados en busca de una solución a sus malestares, todos deseaban saber si podían irse a casa con el cuidado correspondiente o si por el contrario, necesitaban quedarse unos días hospitalizados.
Sin embargo, la visión de un anillo plateado con un conocido relieve de dragón en el dedo índice de la mano izquierda del comprometido paciente, me llevo directo sobre él, sobre Sasuke Takahashi que tendido en aquella camilla, inconsciente, luchaba por su vida.
Sentí como si la vida se me fuera en un suspiro y una sensación helada me recorrió de pies a cabeza.
No me atreví a tocarlo, a intervenir en su cuidado, lo único que podia hacer era, presa de un subbito miedo, llevar mi mirada sobre el monitor que velaba sus signos vitales, y de vuelta hacia el rostro magullado de mi amor.
Con la desesperación reptando por todo mi cuerpo alcancé a tomar en mi mano derecha la suya y darle un suave apretón.
—Vas a estar bien, Sasuke.
Entonces los párpados que resguardaban esos hermosos ojos rasgados que yo tanto amaba aletearon rápidamente y Sasuke pareció enfocar la mirada sobre mi por unos segundos.
—Mi Alejandro...
Lo que sucedió después es algo confuso, mis compañeros enseguida se dieron cuenta de lo afectado que me encontraba y no tardaron en hacer preguntas.
—Usted conoce al hombre que acaba de llegar, Dr. Morell ¿Es su amigo?...
—Él es más que eso Molly...
Molly embozo una tenue y compresiva sonrisa.
—Todo va a salir muy bien, doctor Morell.
La seguridad en su tono me sacudió porque yo a ese punto no quería pensar. Como médico y sabía que la situación de salud de Sasuke era complicada y comprometida, y lo único que yo podia hacer era esperar.
A Sasuke enseguida lo llevaron a sala de operaciones pues resulto que efectivamente sufría una hemorragia interna. La radiografía de la cabeza, cuello y espalda solo arrojo leves contusiones, no así los estudios a sus extremidades. Sasuke se fracturo ambas piernas y el brazo derecho.
Esa noche recorrí el turno casi como sonámbulo, pero conciente de que me debía a los pacientes, a mi trabajo. Después de seis horas, casi al finalizar mi turno, Sasuke fue transferido a la unidad de intensivo pues aunque la operación fue un éxito, los médicos deseaban mantenerlo en constante observación.
Solo entonces pude respirar mejor, pero no podia marcharme a casa sin verlo, no me importaba tener que esperar hasta las horas de visita, sentado en alguna incómoda silla.
Sin embargo, mi posición en el hospital me sirvió para cruzar la puerta que separaba a Sasuke de mi.
No sé que esperaba ver, pero observarlo casi hundido, conectado a varias máquinas en aquel colchón sobre la intimidante cama de hospital, fue impresionante y no de la mejor manera.
Con un nudo en la garganta me detuve a un costado de la cama, el cubículo en que se encontraba solo estaba iluminado lo suficiente para que el personal no tropezara con la infinidad de cables reptando el suelo, pero esa ínfima luz basto para mirarlo, para atesorar su imagen.
Y por primera vez en mucho tiempo hice una oración a lo alto, a ese Dios que según dicen algunos no escucha a los homosexuales porque no merecemos misericordia, porque no somos considerados sus hijos.
No obstante, muy dentro de mi yo confiaba en que todos aquellos cristianos que pensaban asi estuviesen equivocados, y que Dios, ese ser lleno de amor y perdón, escucharía mis ruegos y devolviera la salud al hombre postrado frente a mi.
Recuerdo que ese día no quería separarme de Sasuke, y aunque tuve que abandonar el cubículo, pasé las siguientes horas frente a una de las mesas en la cafetería del hospital, bebiendo café y en ocasiones hablando con Tricia.
—Los exámenes toxicológicos arrojaron más del 0.08 por ciento de alcohol en sangre, Tricia. Sasuke perdió el control de la SUV y chocó de frente con un árbol, es un milagro que su situación no sea peor de lo que es.
Por parte de mi sobrina no hicieron falta palabras de ánimo y esperanza.
—Creo que debo avisarle a su familia del accidente, también a Billy, el gerente del Midori.
Y asi lo hice, Billy se encargó de llamar a Akiko, pero esta se encontraba de viaje fuera del país y le dijo a Billy que ella se encargaría de llamar a Kenji y a Melodi, aunque la chica vivía en Europa.
En otras palabras, el único que podía ir a ver a su padre y encargarse de el era Kenji, pero pasaron los días y del jovencito ni sus luces.
La situación de Sasuke fue mejorando poco a poco, pero él no lograba mantenerse lucido y despierto por mucho tiempo gracias a las drogas para el dolor que le administraban cada cinco horas.
Yo siempre lo visitaba cuando dormía pues por alguna extraña razón temía su reacción al verme alli. Fueron días duros, terminaba agotado tanto física como mentalmente, pero no dejaba de estar agradecido de ver como el paso del tiempo y los cuidados del equipo médico hacían su trabajo y mi querido japonés poco a poco se recuperaba.
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