Capítulo 41
Midori Lounge
La mayoría de las cosas en mi antigua habitación estaban destinadas a la tienda de segunda mano. Esa mañana en vez de salir al supermercado como tenía previsto, cambié de idea y pronto me envolví limpiando y acomodando en cajas todo lo que saqué del armario en donde una vez guardé mi ropa.
Precisamente me detuve para admirar y decidir que hacer con un viejo abrigo que use muchísimo en mi adolecencia. Por razones obvias ya no me quedaba, pero la idea de echarlo a la basura o incluso ponerlo en la caja destinada a la tienda de segunda mano, me incomodaba.
Me quedaría con el aunque terminara sus días arrumbado en un rincón de mi enorme walking closet en el apartamento de Nueva York.
Cuando terminé la limpieza pasaban de las once de la mañana y mi estómago no dejaba de protestar, así que decidí salir e ir directo al supermercado, ya iba siendo hora de llenar la despensa.
El supermercado, una enorme tienda que no solo vendía productos alimenticios, bullía en actividad a esa hora de la tarde de aquel miércoles.
Hacer compra no era una de mis actividades favoritas, de hecho, últimamente utilizaba una aplicación donde hacía encargos y me los entregaban a domicilio, pero allí no era una opción.
Caminé empujando mi carrito e inicie por el área de las frutas y vegetales, luego pasé al área de la panadería donde agarré pan, otro de mis placeres pecaminosos, y un pastel de manzana.
A buen di una vuelta por el área de carnes y mariscos, y escogí lo que necesitaba del resto de las góndolas, terminé deteniéndome en el área de los licores pues me hacía falta una botella de vino, algo suave como un Moscado rosado. Ya me estaba disfrutando mentalmente la comida, un fetuccini con brócoli y camarones, que pensaba preparar.
De frente al un largo mueble con tablillas repletas de botellas de vino, me distraje mirando algunas fotos que Tricia recién había subido al su perfil en una de las redes antes de agarrar la botella. No pude ocultar mi sonrisa e incluso una que otra carcajada ante alguna que otra hilarante imagen de ella y Bruno.
No me fijé que le obstruía el paso a una pareja que pretendía pasar, hasta que una de ellas se encontraba casi encima de mi. Era una mujer alta y peliroja, según noté aproximadamente de mi edad.
Me hice a un lado, con una tenue sonrisa de cortesía y disculpa en los labios, asegurándome estar fuera del camino de las mujeres en tanto colocaba la botella de vino escogida dentro del carrito metálico.
—Alejandro Morell...
Escuchar mi nombre no solo me tomó por sorpresa sino que logro azorarme y de inmediato busqué la fuente del sonido. La mujer pelirroja me miraba fijamente con sus enormes ojos azules y una alegre sonrisa, tan alegre que parecía que acababa de descubrir algún misterio del universo.
—¡Dios santo, no has cambiado casi nada! —exclamó ella casi eufórica mientras su acompañante, una chica pelinegra y algunos años más joven, no nos perdía de vista, mostrando una media sonrisa.
La guapa pelirroja de cabellos hasta los hombros se desplazo hasta detenerse frente a mi buscando atrapar mi mirada en tanto hacia gestos con sus labios, mostrando extrañeza.
—No me reconoces, ¿cierto, Alejandro?—Al mirarla directo a los ojos pude reconocer en aquella mujer de cabellos rojos, vestida con jeans y una sencilla camiseta, a la jovencita de cabellos rubios, con flequillo con quien tuve mi primer y desasatrozo beso.
—¡Gwendolyn Harrison! —Ni en mi más locos sueños me imaginé que volvería a ver, de todos mis ex compañeros de escuela superior, a Gwendy. Memorias de nuestra corta historia en común pasaron por mi mente, mientras me vi envuelto en sus brazos y correspondiendo a su abrazo.
Mi parlanchina ex novia me presento a su novia, Britanny, la chica pelinegra, y yo casi no pude disimular mi sorpresa.
—Ya tu ves, la vida cambia muchísimo y nosotros con ella —mencionó sin entrar en más detalles, yo por supuesto no hice más que seguir sonriendo.
Gwendolyn comentó que solo estaban de paso por el supermercado en busca de unas bandejas de galletas para brindarle a un grupo de chicos a quienes Britanny le impartía clases de baile y mi ex compañera, clases de teatro. Gwendy era profesora en un colegio católico del área.
Gwendy y Brittany tenían algo de prisa, aunque me dio la impresión de que mi exnovia hubiese cancelado todos sus planes de ese día para quedarse conmigo un rato y ponernos al día con nuestras historias de vida.
—Tienes que darme tu número de teléfono, así podremos ponernos de acuerdo para vernos nuevamente —No pude negarme y terminé haciéndole una llamada al número que me dio, así ambos podríamos guardar nuestros respectivos números.
Minutos después mientras acomodaba mis compras en el baúl del carro no me sentía muy seguro de que un nuevo encuentro con Gwendy fuera buena idea.
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No había visto a Gwendy desde el día de nuestra graduación de cuarto año, encontrarme con ella de esa manera tan casual trajo a mi mente, con mucha fuerza, una oleada de recuerdos. Mientras preparaba la cena y quizás avivadas por el vino, las memorias de aquella época, incluso las que se habían difuminado casi completamente en el tiempo, volvieron a proyectarse, llenándome de una absurda inquietud.
A pesar del hambre que tenía terminé picoteando la pasta, eso si, me acabé la botella de vino y copa en mano subí las escaleras sintiendo levemente los efectos del alcohol.
Un poco trastabillante entré al dormitorio que una vez compartí con Ben y el recuerdo de aquel pasado día de graduación, cuando Sasuke fue a buscarme luciendo impecable y sonriente, se apoderó de mi psique.
Me dejé caer sobre el colchón, y bebí los restos del vino en la copa pensando en que era tiempo de irme a dormir. Cuando me puse nuevamente de pie reparé en el abrigo que decidí conservar, pero que había dejado tirado encima de la cama.
Lo agarré, lo sacudí un poco, no me había percatado antes de su fuerte olor a ropa vieja y sin razón aparente metí mi mano en uno de sus profundos bolsillos, luego en el otro.
Fue en ese último que tantee algo e intrigado me di a la tarea de averiguar que estaba escondido allí, o mejor dicho, que escondí yo allí, en ese profundo bolsillo, pero justo antes de extraerlo recordé claramente de que se trataba.
Sobre la palma de mi mano derecha había dos objetos; una pulsera de cuero desgastado con el dije deslucido de una pequeña guitarra, y sobre ella, doblada en dos, se encontraba aquella vieja fotografía hecha con una cámara desechable Kodak, aquella fotografía que tanto revuelo causo en su momento, la fotografía del desastre.
En ella, besándose apasionadamente se mostraban dos varones, dos adolencesntes enamorados con tantas ilusiones...
Sin embargo, tuve que corregirme.
La fotografía mostraba un adolescente ingenuo, enamorado de un chico que nunca se comprometió con la relación y que al final tuvo que dejar sin siquiera despedirse.
Un adolescente que creció y se convirtió en un hombre realizado en muchos aspectos, pero que jamás pudo superar ese primer e intenso amor de juventud, y que ha sido incapaz de volver a enamorarse y ser realmente feliz.
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Al no estar acostumbrado a beber, la mañana siguiente desperté con un fuerte dolor de cabeza y la sensación de que necesitaba beberme un galón de líquido.
Después de una ducha y la ingesta de medio envase de jugo de china seguido de un café negro bien cargado pasé casi todo el día sobre uno de los sofás, dormitando.
Casi destruido del estómago me prometí no volver a abusar del alcohol, aunque realmente no fue como si me hubiese ido de parranda hasta el amanecer, pero aun así, luego de una botella de vino, me sentía enfermo.
En los últimos años estaba enfocado en cuidar mi peso y condición física, por eso mi ingesta de alcohol había disminuido muchísimo y también hice grandes cambios en mi dieta.
Ya para la tarde me sentía recuperado y pensando en no perder la costumbre de ejercitarme decidí salir a caminar por el barrio, fue entonces cuando la llamada de Gwendy se vio reflejada en la pantalla del celular.
Por varios segundos dude en contestarle, pero terminé haciéndolo en un impulso antes de arrepentirme. Durante todo mi recorrido estuve hablando con ella, escuchándola hacer un resumen de su vida después de la escuela, y muy interesada en saber como me había ido a mi.
A grandes rasgos le hablé de mis años de estudio en la facultad de medicina y que en el presente residía en Nueva York donde tenía consulta privada.
Gwendy estudio docencia y en la actualidad era profesora de teatro en un prestigioso colegio, también daba clases privadas en una academia de artes donde conoció a Britanny que era profesora de baile.
Mi ex compañera se habia casado con un amigo de su hermano Tobias, se convirtió en madre de dos niñas y luego de quince años de casada se divorció. La familia Harrison continuaba viviendo en el área, sus padres se encontraban bien de salud.
Cuando regresé a la casa, después de una caminata de más de media hora había aceptado la invitación de mi antiguo amor platónico para salir al día siguiente, viernes, casualmente el día de mi cumpleaños número cuarenta y cinco.
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Recuerdo que ese viernes por la mañana hablé con Tricia y hasta bromeamos sobre la salida de esa noche con Gwendy y Britanny.
Tricia mencionó en varias ocasiones sobre la posibilidad de encontrarme con Sasuke Takahashi, porque después de todo el mundo era del tamaño de un pañuelo y todo podía suceder.
—¡Bah!, ¿te imaginas...como debe de verse a estas alturas? No es como que yo he encontrado la fuente de la juventud pero...Además no sería lo mismo, creo que resultaría hasta incómodo volver a verlo, Tricia.—Mi contestación salió atropelladamente, las palabras acumulándose unas encima de otras, casi sin sentido, mientras le daba vueltas a la pulsera con el dije de guitarra que llevaba en la muñeca derecha.
—Tranquilo tio, no tienes que ponerte tan nervioso, más cuando dices que volver a encontrarte con Takahashi ya no te afectaría...—Pude notar la burla en el tono de voz de mi sobrina, pero lo dejé pasar.
—No estoy nervioso y estoy segurísimo de que no me afectaría en lo más mínimo —dije supuestamente muy seguro, pero interiormente dudaba de lo que afirmaba con la boca.
—Dime algo tío, ¿cuántas parejas estables has tenido en los últimos veinticuatro años? —Su pregunta me dio a entender que mi sobrina estaba de muy buen ánimo para fastidiarme— .Tranquilo que yo misma puedo contestarte, has tenido dos, solo dos y con ninguno has querido formalizar algo serio y duradero —añadió con ese tonito que sugeria, «Ves que tengo razón»
—Piensas que no he superado al imbécil de Sasuke —comenté con algo de molestia.
—¿Y no es así?
Me mantuve en silencio por algunos segundos.
—Aunque así sea, eso no cambia las cosas. Además, no sé porque estamos hablando de todo esto cuando las probabilidades de que Sasuke y yo volvamos a vernos son de una en un millón. La última vez que supe de él seguía felizmente casado y vivía en Cincinatti —
—¿Y cuándo fue eso, querido tío? —
—Meses antes de comenzar mi relación con Mauricio —acepté. Para esos momentos pasaba por una especie de crisis donde me sentía muy solo y una noche, aburrido, me dediqué a navegar la internet. En una de esas, por curioso coloqué el apellido Takahashi en el buscador y apareció un pequeño artículo sobre un restaurant japones en Cincinnati con sucursales en Columbus. Sus dueños, el matrimonio compuesto por Sasuke Takahashi y su esposa Akiko.
—Eso fue hace años, tío. Sasuke pudo haberse mudado a Cleveland y, quien sabe si la próxima vez que visites la sección de vinos del super, lo encuentres allí...—Tricia no pudo controlar su estruendosa risa, que era muy parecida a la de su madre.
—¡Ni Dios lo quiera! —dije yo, pero esa posibilidad era bastante real aunque yo quisiera creer lo contrario.
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Gwendy me envió la dirección del lugar. El Midori Lounge había sido inagurado dos meses atrás, su página web lo describía como el lugar ideal para pasar unas horas disfrutando de una amplia variedad de cocteles y cervezas artesanales, además de un variado menú de aperitivos. El lugar ofrecía música en vivo de viernes a domingos.
Con eso en mente maneje hasta la ciudad y me encontré con Gwendy y Britanny en un estacionamiento cerca del lugar. Mi antigua compañera no había perdido la sonrisa, de hecho, me parecio que con el paso de los años Gwendy se mostraba más alegre que cuando era una adolecente.
En el presente la percibí como una mujer segura de si misma, y espontánea.
Su novia parecía seguirle el ritmo y juntas, creaban un ambiente alivianado, alegrándole el entorno a cualquiera. Minutos después de encontrarnos yo ya me sentía en confianza, dejando a un lado la timidez que por lo general me caracterizaba.
Con el paso de los años admito que prefería mi propia compañía a estar rodeado de gente, y no era de salidas nocturnas, a diferencia de Mauricio que amaba salir los viernes de discoteca. Recuerdo que no fueron pocas las ocasiones en que él y yo discutimos por sus constantes juergas con amigos, a las cuales yo prefería no ir.
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Con la ubicación exacta del lugar comenzaron las casualidades, el lugar se encontraba en el mismo espacio comercial donde años atrás operaba aquel club, Studio 89. Al reconocerlo recordé la noche que lo visitamos y la posterior pelea con Kenzo.
Probablemente allí era cuando debi dar media vuelta y regresar a casa, sin embargo, como dije antes yo no creo en casualidades y menos en superticiones, así que del brazo de aquellas dos hermosas mujeres, una a cada costado, entre al Midori Lounge dispuesto a divertirme en su compañía por las próximas dos o tres horas.
El ambiente del lugar era agradable y fresco, de buena iluminación, sin embargo, manteniendo ese toque de intimidad en ocasiones tan apreciado en lugares como ese. Obviamente de Studio 89 no quedaba nada, aunque si conservaba la misma distribución de espacios, como el largo mostrador de bebidas al fondo, donde aquel empleado de nombre Theo me regalo una cerveza aun sabiendo que era menor de edad, pero eso fue en los ochenta, ahora ninguna persona en su sano juicio se atrevería a algo así por miedo a represalias. Antes, algunas personas no le daban mucha mente a ciertos detalles.
Un joven alto y de apariencia hispana nos guió a una mesa para tres, el lugar tenía sus clientes, pero no era algo que incomodara, pues las mesas estaban bien distribuidas.
Después de tomarnos la orden el atractivo muchacho se alejo con una sonrisa.
—Dios santo, Alejandro, viste el parecido que tiene ese chico contigo, podría ser tu hijo...
La idea de ser padre de un adulto de por lo menos treinta años no me parecio muy atractiva, pero entendí a lo que se refería, el chico ciertamente guardaba cierto parecido conmigo, cuando era joven.
Solo sonreí a modo de contestación, pero igual, cuando el joven mesero regresó con nuestra orden no pude evitar echarle un prolongado vistazo, mientras servía las bebidas.
Está vez ordene una cerveza artesanal y la planeaba estirar hasta que me fuera a casa.
Un poco contrariado, pero sin saber el motivo, llevé el vaso helado con la burbujeante bebida a mis labios para tomar un sorbo, la cerveza estaba buenísima.
Miré alrededor, a la izquierda se encontraba la pista para aquellos que disfrutaran bailar la música que alguien, que no estaba a la vista se encargaba de escoger, era música variada.
Nuestra mesa formaba parte de unas cuantas distribuidas de frente a una especie de pequeña y sencilla tarima, Britanny nos aseguro que esa noche habria música en vivo, un artista local se encargaría de tocar algún instrumento y cantar para deleites de los clientes.
A nuestra derecha, al fondo, se encontraba la barra y los aseos. También me fijé que el lugar contaba con espacios especiales, más íntimos, para aquellos clientes que necesitaran privacidad.
Las chicas no tardaron en unirse a las parejas en la pista de baile, mientras yo me acababa la primera cerveza entre puñados de nueces, repantigado en la cómoda silla.
En varias ocasiones me di cuenta que el joven mesero parecía muy interesado en nuestra mesa, más de lo común, al principio pensé que alguna de las chicas había despertado su interés, pero pronto me di cuenta de que era yo el motivo de tantas miradas.
Lejos de sentirme halagado por la atención del joven mesero, comencé a sentirme un poco incómodo y hasta un poco intrigado sobre el asunto, pues no eran las conocidas miraditas coquetas que ya conocía, sino algo más. Me dio la impresión de ser, a los ojos del mesero, un interesante ejemplar de algún animal exótico digno de un exhaustivo estudio.
Aun así traté de relajarme y le pedí otra cerveza, además de unas bandejas con aperitivos, Gwendy y Britanny regresaron acaloradas y dieron buena cuenta de sus bebidas.
A pesar de poder hablar poco entre los tres, la estábamos pasando muy bien pues nos comunicamos con gestos y señas, sin dejar de reír. Cuando el mesero regresó las chicas ordenaron otra ronda de cocteles mientras yo disfrutaba de lo que quedaba de mi cerveza en tanto comía de los nachos bañados en abundante queso, carne, guacamole, sour cream y pico de gallo.
Con disimulo busqué en uno de mis bolsillos el viejo reloj de papá y miré la hora, faltaban unos minutos para las nueve de la noche, me pregunté si el supuesto artista tardaría en comenzar su espectáculo.
Y fue como si me escucharan porque unos minutos después se encendía una luz que daba directo sobre la pequeña y redonda tarima frente a nosotros. Allí había una silla y a su lado el joven mesero, su nombre era Marcos, lo sabía porque alcance a leer la plaquita que llevaba sobre el pecho.
—Buenas noches, es un placer para el Midori tenerlos aquí esta noche, y como todos los viernes, sábados y domingos, nuestro artista los deleitara con música en vivo, música de guitarra, de hoy y de ayer...—La voz del chico evidenciaba que su idioma materno no era el inglés, sin embargo, a pesar de su marcado acento, su pronunciación era casi impecable. Su acento era un detalle que le aportaba un toque de sensualidad a su ronca voz.
—Démosle un aplauso a nuestro talentoso guitarrista y cantante, Sasuke Takahashi —Una ronda de aplausos llenaron el entorno, mientras un hombre alto con una guitarra se acomodaba sobre la silla en el centro de la tarima, la iluminación desde arriba no ayudaba mucho a ver su rostro con claridad, pero yo no la necesitaba.
Con cuidado dejé sobre la superficie de la mesa el pesado vaso casi vacío, mientras sentía el galopar de mi corazón, fuerte y inusualmente rápido, y en el estómago se abrió un conocido vacío.
Mis compañeras de mesa aplaudían con efusividad, totalmente ajenas a mi estado de estupefacción y azoro, un vistazo a Gwendy me dio la impresión de que no asocio ese nombre con uno de sus viejos compañeros de escuela superior.
Las primeras notas de la guitarra acariciaron el espacio y el tiempo viajando por el aire acompañadas, segundos después, por el ronco sonido de la voz del japonés interpretando una viejísima y exitosa canción de la banda Chicago.
Esa que hablaba de dos corazones dibujados juntos y atados por el destino. De inmediato sentí la ridícula sensación de que esa canción, escogida a propósito, iba dirigida a mi y entré en pánico.
No podía quedarme allí, no podía permitir que Sasuke me reconociera y se acercara, pero al mismo tiempo eso era precisamente lo que más deseaba.
Algo confundido, al mismo tiempo que avasallado por una infantil sensación de regocijo que me provocaba a su vez temor, sentía que no podía alejar mi vista de aquel hombre que tocaba la guitarra.
Y mientras él lucia ajeno a todo menos a deleitar con su interpretación, yo trataba de tener una idea clara del camino a la puerta para largarme de allí.
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