Capítulo 40
Avalancha de recuerdos
Primavera, 2016
Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, Queens, NY.
A mis cuarenta y cinco años uno de mis placeres mundanos era disfrutar un café helado siempre que podía, y me atrevería a decir que con el paso de los años se había convertido casi en un consuelo cuando me sentía decaído de ánimos. La cafeína siempre hizo maravillas en mi sistema.
Sentado en uno de los incomodos asientos de la terminal indicada tomé un largo sorbo de la fría bebida disfrutando de su sabor.
Esa mañana como era habitual, el principal aeropuerto del estado de Nueva York bullía en actividad, y no por primera vez, mientras paseaba la vista con algo de hastío por el lugar, me pregunté si había hecho lo correcto, y no me refería solo a ese inesperado viaje a Ohio que estaba por iniciar.
Antes de sumergirme en los recuerdos más recientes de mi vida, específicamente los que tenían que ver con cierto caballero llamado Mauricio, busqué distraerme echándole un vistazo al móvil con una mezcla de emociones, entre ellas la nostalgia y el despecho.
Sin embargo, por sobre todo sentía una enorme sensación de alivio, porque por primera vez en meses tenía la seguridad de haber hecho lo correcto a nivel personal y sobre todo de que no existía posibilidad de volver atrás.
Una llamada entrante encendió la pantalla del celular, y con un rápido vistazo sobre el aparato reconocí el número de mi sobrina mayor, Tricia.
—Hola sobrina bella, ¿cómo estas? Imaginó que vas de camino al aeropuerto en compañía de Bruno con destino a Hawaii —De pronto me pareció que la actividad aumento a mi alrededor, sobre todo la bulla de las personas y esas frías voces por los altavoces dando indicaciones.
—Te equivocas mi querido tío, todavía no salimos, nuestro vuelo es hasta la noche—contestó Tricia— .Sin embargo, el que parece estar en el aeropuerto eres tú, Alejo y me encantaría saber hacia donde te escapas sin decirme...además, de que va todo ese asunto del nuevo número de celular —Su manera de hablar me recordaba tanto a su madre, Rosario.
Tricia y su prometido Bruno Brambilla, planeaban su boda en Hawaii para el próximo año, por eso viajarían esa noche hasta allá para encontrarse con la coordinadora del evento entre otras cosas.
—Dime a dónde te me vas, Alejo —insistió ella con la voz algo entrecortada, la imaginé haciendo ejercicios, de seguro footing.
Sonreí mientras movía la cabeza de lado a lado, me repantigaba en la incómoda silla y volvía a tomar un sorbo del helado café con sabor a caramelo.
—Te sorprenderá saber mi destino, Tricia. Regreso a Ohio, decidí darle gusto a tu tía Brenda Lee encargándome de la vivienda familiar, estaré allá por lo menos tres semanas. En cuanto a mi nuevo número de teléfono...ya habláremos de eso luego—Antes de terminar oí su ahogado grito y una clara exhalación.
—La última vez que te vi la posibilidad de volver a Cleveland no figuraba en tus planes —La última vez que nos vimos fue casi un año atrás, para mi cumpleaños número cuarenta y cuatro.
En aquella ocasión, entre sorbos de vino tinto hice un viaje al pasado rememorando para ella y también para mi, algunos años de mi adolescencia, aquella época de descubrimientos en que conocí el verdadero amor.
Años en que experimenté la perdida de mi mejor amiga y al mismo tiempo, pero por circunstancias muy diferentes, del primer amor.
Recuerdo que esa noche Tricia y yo vimos el amanecer desde la terraza de mi apartamento, todo un espectáculo debo añadir, mientras mis recuerdos se difuminaban.
—Cambié de idea, Tricia. Me he dado cuenta de que necesito alejarme de Nueva York, hace más de un año que no tomo vacaciones y ¿qué mejor que darle una mano a tu tía con el asunto de la casa? No creo que tarde mucho y luego quizás me vaya en una casa rodante a dar ese viaje por carretera que tanta ilusión me causa, sabes que es algo que siempre he deseado hacer —argumenté con seguridad.
—Con tal de que regreses para mi boda —La oí decir y escuché movimientos a su lado de la línea, una puerta cerrarse, tal vez.— .¿Y que hay con Mauricio? —Alli estaba la pregunta que quería evitar, porque lo menos que deseaba era ir sobre lo que había terminado sucediendo entre mi ex pareja y yo. Me incorporé un poco, estiré el cuello echando la cabeza hacia atrás, mientras dejaba salir una fuerte carcajada nada divertida.
—Algo me dice que mi futuro cuñado y tú no están en los mejores términos —La oí decir, pero antes de poder contestar escuché por los altavoces el primer llamado para mi vuelo, que pude verificar de un rápido vistazo en una de las pizarras electrónicas.
—Esa conversación tendrá que esperar, y solo te pido que si él te llama no le digas ni siquiera que hablaste conmigo —En mi mente se cruzo el recuerdo de la ocasión en que le pedí a Chari algo similar con relación a Sasuke Takahashi.
Quizás después de todo hay hábitos tan fuertemente arraigados a nuestra personalidad y forma de ser que es muy difícil no repetir. Tratando de regresar al rincón de los recuerdos retazos de esas memorias tomé las asas de mi pequeña maleta con ruedas para iniciar el camino hacia la salida correspondiente.
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Después de dos horas de vuelo, tocamos tierra en el Aeropuerto Internacional Hopkins, en Cleveland Ohio. No pude recordar la última vez que estuve allí, creo que fue más de diez años atrás cuando tomé un avión de vuelta a Massachusetts después de despedirme de mi querida abuela Toña.
El lugar no tenía grandes cambios, pero si noté algunas renovaciones aquí y allá. Enseguida me dirigí al concesionario de autos de alquiler donde había reservado un vehículo, pues aunque en Nueva York no necesitaba un carro, en Ohio la rutina diaria sin un auto era prácticamente imposible.
Y cometí el error de pensar que mi ausencia de casi veinticuatro años no afectaría mi sentido de dirección en una ciudad que, como mi propia vida, había evolucionado y guardaba poco o ningún semejanza con lo que fue.
Después de perder el rumbo varias veces me estacioné para colocar la dirección de la casa en el buscador, y cuando me encontraba a pocos minutos de llegar a mi destino me detuve a comprar suficiente comida rápida para lo que restaba del día, pues no pensaba salir una vez estuviese en la casa.
Durante el recorrido no hice otra cosa que admirar los cambios a mi alrededor, mientras procuraba no distraerme mucho de la carretera frente a mí.
El barrio, que antaño era uno de clase media, muy bien cuidado y bastante seguro, me dio la impresión de haber caído de alguna manera en el abandono, con edificios con pésima estructura, sucios y abandonados, y casas de familia divididas en múltiples pequeños apartamentos.
En mi antigua calle las cosas parecían ir mejor, pero aun así se notaba la marcada diferencia. Cuando pasé frente a la antigua casa donde vivía Rosario pude ver el mismo patrón, la casa que en el pasado ocupaba una familia, actualmente parecía estar dividida en dos, o quizas más apartamentos.
Con lentintud me acerque a la entrada vehicular de la casa que por muchos años ocupó la familia Morell y no perdí tiempo para bajar del carro. La primavera daba sus primeros pasos ese año brindando un clima benévolo, aun así tuve la necesidad de desabrocharme dos botones más de mi camisa de vestir porque de pronto tuve la desagradable sensación de ahogo.
Apoyado en el carro tomé una larga inhalación, la sostuve unos instantes para luego dejarlo ir. La visión de la casa vecina, allí donde vivía Sasuke cuando nos conocimos inevitablemetne llamó mi atención por unos instantes.
Todo el entorno, desde el primer minuto que puse un pie fuera del carro, no hizo otra cosa que traer recuerdos a mi memoria. Casi con prisa, aunque nadie me esperaba, me hice con el equipaje, y la comida antes de caminar hacia la puerta principal.
Los alrededores de la casa, el patio frontal y trasero que en su mayoría era de cemento lucían bien cuidados, según Brenda Lee una compañía de mantenimiento iba a la casa una vez al mes y se encargaba de limpiar y podar.
—El trabajo más pesado estará dentro —dijo ella, pero yo venía mentalizado para ello. Mis primeras vacaciones en más de un año las pasaría organizando en cajas los artículos de la casa que mis hermanos y yo quisiéramos conservar, lo demás iría a la basura o quizás a unas de esas tiendas de segunda mano.
Hacia más de un año que la casa se encontraba desocupada y en cuanto puse un pie en su interior pude sentirlo, el ambiente era pesadísimo, oscuro, olía a encierro, a moho y al agrio regusto del perfume con olor a jazmín de mamá.
Dediqué los próximos minutos a abrir todas las ventanas de la primera planta buscando que entrara la brisa y se llevara al menos una parte de aquellos desagradables olores.
Una vez le pude echar un vistazo a los alrededores la intensa sensacion de nostalgia volvió a apoderarse de mi, estar dentro de aquella vivienda era como si el tiempo no hubiese pasado y todavía el calendario marcara el año mil novecientos ochenta y ocho.
Mamá no se preocupó en modernizar nada, hasta los televisores en la cocina y sala databan de aquellos años. Y las paredes de la sala aún conservaban el viejo papel de rombos que ran popular fue en aquellos tiempos.
Al pie de la escalera que tantas veces subí y baje, tomé el valor que necesitaba para ascender. Si la parte inferior de la casa se encontraba oscura, al subir desee llevar una buena linterna de baterías porque allí las penumbras eran casi absolutas.
Me apresuré a abrir la puerta de la habitación que compartí por muchos años con Ben, y abrir las tres ventanas antes de sentarme al borde de uno de los colchones, aquel cuarto había sido de Ben y Tricia después que murió Rosario, algunas viejas muñecas atestiguaban el paso de la chiquilla.
Por unos minutos miré a mi alrededor mientras pequeños destellos de recuerdos pasaron por mi mente y por primera vez noté el peso de la soledad que albergaba aquella vivienda que un día fue mi hogar.
Aquel día no fue mucho lo que pude hacer por comenzar a organizar las cosas, estaba cansado física y mentalmente así que decidí procrastinar hasta el siguiente día.
Esa noche dormí en uno de los viejos sofás de la sala pues de solo pensar en dormir en el que un día fue mi cuarto me provoco incomodidad.
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Al siguiente día me despertó una llamada al móvil de mi hermana Brenda Lee, antes de las siete de la mañana, para saber si había llegado bien, y después de ahí no pude volver a conciliar el sueño. Me duche, gracias a Brenda la casa seguía disfrutando de tener agua potable y electricidad pues ella se encargaba de pagar las facturas todos los meses.
Tenia planeado comenzar por la parte superior de la casa, cuarto por cuarto para ir acomodando las cosas, Brenda mencionó que los cuartos más ocupados eran el matrimonial de mis padres y el que ocupaba Ben, pues ellas al mudarse se llevaron la mayoría de sus pertenencias. El cuarto que ocupaba la abuela se encontraba prácticamente vacio porque antes de morir la abuela paso sus últimos días en un hogar de ancianos pues mamá ya no podía ocuparse de ella.
Antes de las nueve decidí que sin comer o beber café no podría ocuparme de nada, así que me fui en el carro y aventurándome calle abajo. Justo cuando pasé frente a la casa donde había vivido la familia japonesa vi salir un joven matrimonio con el que suspuse era su hijo para abordar una jeep en la entrada de la vivienda.
Y mientras manejaba las interrogantes que luché en mantener ocultas en un rincón de mi mente afloraron a la superficie, afectando mi pulso y mi ánimo de inmediato.
¿Qué habría sido de la vida de Sasuke Takahashi? ¿Lograría la felicidad y aceptación familiar que tanto deseaba? o como yo, siempre se quedo con la idea de que todo lo había hecho mal, muy mal.
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Pese a las intenciones de explorar un poco e ir hasta el supermercado a realizar unos encargos, terminé comprando café helado y algo de comer en una famosa franquicia, regresando a la casa poco después.
Las próximas horas las dediqué a lo antes pensado y tuve buen avance antes de que cayera la tarde, cuando vine a ver tenía varias cajas etiqueteadas en el pasillo, listas para enviar.
—¿Cómo va todo, tío hermoso? —La llamada de Tricia entró cuando me disponía a darme una ducha y meditaba en los pro y los contra de salir a comprar algo de comer. Era poco después de las seis de la tarde.
—Por ahora todo en orden, ¿y ustedes? —
Por la siguiente media hora Tricia estuvo hablando sobre su boda y todos los pormenores. Con una sonrisa en los labios escuché y compartí su emoción al contarme.
En ocasiones, cuando escuchaba a Tricia hablarme de sus logros me sentía agradecido con la vida porque la hija de Rosario se había convertido en una mujer feliz y plena a pesar de la ausencia de mi amiga.
Después de la muerte de Rosario, mi hermano Benjamín se mudó con su pequeña hija de vuelta a la casa de nuestros padres. Por esa época Benjamín necesitaba mucho apoyo y la pobre abuela de Rosario, desvastada por todo lo pasado no estaba en condiciones de ayudar a nadie, al contrario, una de sus hijas se encargó de la anciana llevándola con ella a vivir.
El padre de Rosario se descompenso rápidamente volviendo a caer en la bebida y nuevamente se vio sin empleo. Tiempo después vendieron la casa. Del padre de mi amiga se supo muy poco en años por venir.
Todo aquello lo supe por boca de mi padre y de mis hermanas, pues yo me fui muy lejos a hacer mi vida fuera del país, y cuando regrese a Estados Unidos no volví por Ohio, me fui directo a Massachusetts.
Benjamín volvió a tener pareja estable algunos años más tarde, y tiempo después se casó con Anette y pronto se convirtieron en padres de un varón al que llamaron Jonnathan.
Anette fue para Tricia la madre que perdió cuando solo tenias dos años, siempre pensé que mi amiga estaría feliz si pudiera ver el amor y dedicación con que la nueva esposa de Ben trataba a su hija.
En el presente Tricia Marie Morell era una novel diseñadora de interiores que se abría paso hacia un mundo lleno de posibilidades, y de su mano caminaba un gran hombre que la amaba.
—Tío...
Los recuerdos me llevaron lejos y casi me perdí en ellos.
—¿Qué decías? Por un momento me distraje —comenté tratando de concentrarme en lo que decía.
—Te decía que Mauricio llamó a Bruno hace un rato, no sé porqué pensó que tú estabas con nosotros, ¿qué paso con él, tío? —
Dejé escapar un suspiro cansado, mientras jugaba con el anillo de plata que llevaba en el dedo anular de mi mano izquierda, allí donde todavía lucia los restos de la banda en forma de flecha que me tatue siendo casi un mocoso.
—Espero que Bruno no le dijera donde estoy —dije— .Lo menos que quiero es tener a Mauricio por aquí —
Mauricio y yo fuimos pareja por tres años, y la relación estuvo llena de altas y bajas, o mejor dicho, estuvo llena de los caprichos de Mauricio, sus conquistas y amoríos.
Hacia un mes descubrí a mi supuestamente renovado novio muy carinoso con su entrenador personal, pero no le dije nada, no valía la pena pues él seguramente haría lo que hacía siempre, quitarle importancia a lo que él llamaba sus coqueteos sin importancia, y yo estaba harto de oír sus excusas, pero mucho más de él.
Por unas semanas toleré su presencia con indiferencia, indiferencia que él al parecer no notó porque estaba encandilado con el jovencito del gimnasio. Yo ya había decidido encargarme de la casa en Ohio y pedí mis vacaciones, más de treinta días acumulados.
El día anterior abandoné el apartamento que compartía con Mauricio, mi apartamento, con rumbo al aeropuerto.
Él había salido a trabajar un turno de doce horas y para cuando llegara encontraría en el recibidor, acomodadas cerca del portero, sus cuatro maletas con toda la ropa que tenía en mi casa.
Solo entonces y antes de llamar a la compañía telefónica que manejaba mi numero de celular para cambiar mi número telefónico, le envié un mensaje de texto informándole de mis planes, obviando mi destino final, e informándole que podía recoger todas sus pertenencias en el recibidor con el portero. Para mi, la relación estaba acabada y no había vuelta atrás.
—Eso quiere decir que terminaron —
—Definitivamente, querida. A estas alturas de mi vida lo menos que deseo son problemas y Mauricio se ha convertido en uno muy grande —dije antes de soltar una amarga carcajada.
Luego de unos minutos más de conversación ligera, el tema de Mauricio no daba para más, Tricia se despidió. Ya para ese momento no me animé a salir y terminé abriendo una lata de sopa de vegetales cuya fecha de expiración se acercaba a pasos agigantados, esa fue mi cena.
Esa noche me dormí pensando en ir de urgencia al supermercado a la mañana siguiente.
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