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Capítulo 39


Despedidas


Me fui detrás de la pequeña isla de madera que separaba la reducida área de la cocina del resto del estudio, lo hice a propósito para poner distancia entre Sasuke y yo.

Y como debía mantener las manos ocupadas me dediqué a buscar una botella de gaseosa del refrigerador y perder un poco de tiempo abriéndola. Desde mi posición observé con disimulo las andanzas de Sasuke que caminaba dando rodeos al lugar.

Nunca ninguna botella anteriormente se me resistió tanto como aquella que tenía en mis manos esa noche, así de nervioso estaba.

Cuando al fin logré destapar la botella la observe por unos segundos sin saber que hacer con ella, porque realmente no tenía sed, al menos no de gaseosa.

De pronto, sin siquiera verlo venir tenía a Sasuke frente a mi, recostado sobre la superficie de madera, y apoyado sobre sus codos. Al ponerle atención me di cuenta de que ya no vestia su largo abrigo negro y me pregunté en que momento se despojo de el.

Sasuke buscó mi mirada con la suya, mientras yo me dedicaba a rehuirle.

—Y bien, dime lo que quieres decirme y vete —dije, agarré la botella y di un sorbo de soda que hizo explosión en mi esófago dolorodamente, haciéndome tragar con dificultad.

—He pasado meses buscándote, y aunque sabía que vivias en Nueva York, buscar a una persona en esta inmensa ciudad no es tarea fácil si no tienes un punto de referencia, de hecho, si Brenda Lee no le hubiese dicho a Suzume el nombre de la tienda de libros donde trabajas creo que continuaría a ciegas —

—Como se supone que debiste seguir —intercalé colocando con demasiada fuerza la botella sobre la superficie. Ya hablaría con Brenda Lee más adelante.

—Sé que estas enojado, y te entiendo. Mi comportamiento a sido el peor. Actúe apresuradamente y no tengo excusa, Alejandro. Ahora estoy comprometido con Akiko y con el pequeño que nacera en pocos días, mi sobrino...

En tanto Sasuke hablaba, hubo un momento en que me desconecte, porque para mi todo se resumía a una sola cosa; el miedo de Sasuke de no ser aceptado jamás por su familia.

Sasuke siempre había deseado la aceptación de sus padres, la misma que sentía gozaba Ryu, pero sabía que su homosexualidad se lo impedía, pues su padre se lo había demostrado en diferentes ocasiones.

Al morir Ryu, y cuando supo del embarazo de la prometida del hermano, Sasuke vio la oportunidad, quizás en sus propios términos, a vivir esa vida que sus padres y la mayoría de la sociedad por esa época exigía, el estilo de vida correcto, formar la familia ideal.

—Te entiendo —dije interrumpiendo su diatriba. De rehuir su mirada, la busqué adrede y la mantuve.

—Entiendo todo lo que dices. Ya estamos en paz, ahora solo vete, supongo que tu esposa te espera —Sasuke pareció algo desorientado.

Realmente me desconecte tanto que no supe de que me hablaba antes de decirle lo anterior.

—¿Es qué acaso no me escuchaste? —inquirió, mi respuesta inmediata fue soltar un suspiro y llevar la botella con la gaseosa al fregadero, dándole la espalda.

—No tiene caso prestar mucha atención a lo que dices, Sasuke. Yo tengo muy claro lo que quiero en la vida y tú no. O eso parece, no sé. De igual forma tu prioridad ahora es ese compromiso que te echaste, así que ve con ella...

Mantuve la distancia y la posición, mientras con el corazón en la garganta esperaba oír sus pasos alejándose y la puerta cerrarse a su espalda cuando él saliera. Su presencia comenzaba a causar estragos en mi ánimo y lo menos que deseaba era quebrarme frente a él. No quería que me viera vulnerable, que se diera cuenta de cuanto lo amaba, y de a que grado me afectaba todo esto, mientras el siempre se comportaba de la manera más fría posible.

Sasuke demostró que no se daría por vencido tan fácilmente, y mientras yo así lo esperaba, él se acerco a mi sigilosamente para murmurarme justo sobre la oreja derecha.

—Todo esto será temporal, Alejandro —Un escalofrío de placer me recorrió de pies a cabeza— .Solo serán unos años más, y no quiero perderte, no puedo perderte porque no se vivir sin ti, mi Alejandro—Me sostuve del borde de metal del fregadero porque temía que las piernas no me sostuvieran, las emociones se desbordaban dentro de mi, había pasado tanto tiempo deseando tenerlo como lo tenía ahora, sin embargo, tampoco quería ceder, no otra vez.

Con gran esfuerzo me deshice de él, apartándome a un lado con brusquedad.

—Eso debiste pensarlo antes, Sasuke. ¿Qué pretendes? ¿Qué me convierta en una especie de amante de fin de semana mientras juegas a la familia feliz? Dime una cosa, ¿Akiko sabe que eres homosexual? O pretendes también fingir que ella te atrae sexualmente...aunque quizás si te atrae, quién sabe, ya de ti puedo creer cualquier cosa. Y sabes lo que es peor, que tu hermano Ryu probablemente no estaría de acuerdo con nada de lo que has hecho...

No quería mencionar a Ryu, pero la ira me cego, y ya no me importó nada.

Sasuke me dio la espalda, rígido, mientras yo soltaba todo lo que llevaba en mi interior, lo único que me guarde fueron los deseos de darle un buen puñetazo en la cara, pues entendí que algo así no valia la pena. Lo mejor sería dejar todo el drama atrás y que ambos continuáramos nuestras vidas lejos él uno del otro.

Caminé hasta el área de la sala y de pie frente a uno de las ventanas dejé que mi mirada fuera lejos, sobre el techo de algunos edificios aledaños.

Para aquel entonces no vivía en un barrio elegante y el edificio distaba mucho de la vivienda ideal, pero a mi me convenía por su precio de alquiler y ubicación.

Esa vez percibí a Sasuke muy cerca de mi, pero igual no me voltee.

—Akiko sabe todo, sabe de ti, y de mi, de nuestra relación, entre nosotros no existe más que un acuerdo por el bien de Kenji...

—Discúlpame, pero no te creo nada —dije y siempre de manera contraria me alejé de él nuevamente, a ese paso ya habíamos dado la vuelta al pequeño apartamento. Esa vez esquivé el área donde tenía la cama y me dirigí de vuelta al área de la cocina, mi lugar seguro.

—Supongamos que lo que dices es cierto, igual no cambia nada, Sasuke. La cagaste, cabrón, y ya no hay vuelta atrás...—De un momento a otro Sasuke pasó de estar a bastantes pasos de mi, a echárseme encima tomándome verdaderamente de sorpresa y obligándome a trastabillar hacia atrás, hasta dar con mi espalda sobre la puerta del viejo refrigerador. Lo primero que pensé fue que tendría que comprar uno nuevo, antes de ser consciente, muy consciente, de la humanidad del japonés encimada a la mia.

—Te amo, Alejandro, ¿es qué eso no significa nada para ti? Me equivoqué como lo he hecho muchas veces, porque si quieres que lo admita, ¡si, soy un idiota, un cobarde que no tiene suficientes cojones para vivir diferente a la mayoría de personas que me rodean!...¡pero te amo, te amo, mi Alejandro, y no sé vivir sin ti...! —Sasuke no me dio tiempo a decir nada antes de atrapar mis labios con su avida boca, mientras usaba su pecho para arrinconarme más, aunque la verdad, a esas alturas ya yo no pude mostrar más resistencia y no tardé en llevar mis brazos alrededor de su cuello y hacer más profundo, si era posible, aquel beso que llevaba meses esperando, deseando.

Dando tumbos, sin separarnos, en una vorágine de sentimientos encontrados, y emociones varias, fuimos por todo lo largo y ancho del apartamento, besándonos con ardor, tocándonos eufóricos buscando en todo momento deshacernos de la ropa que nos estorbaba para entregarnos a las llamas de ese fuego que nos consumía lentamente.

Y todo se resumió en la última oportunidad que decidí darle a ese amor de juventud que nublaba mis sentidos y buen juicio.

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El año mil novecientos noventa y uno transcurrió entre la universidad, el trabajo en la tienda de libros, mis visitas a Cleveland para estar al tanto de la enfermedad de mi amiga y darle mi apoyo, y mi rol como el amor secreto de Sasuke Takahashi, algo que disfrutaba cuando estábamos juntos, pero que odiaba y renegaba cuando él tenía que irse, manteniéndose lejos de mi, en ocasiones por largas semanas.

Y era que Sasuke tenía compromiso no solo con Akiko y Kenji,  el pequeño hijo de Ryu, sino con la administración de un restaurante japonés en Cleveland que su suegro le cedió para que pudiera mantener a su pequeña familia.

Y mientras Sasuke trataba de comportarse como se esperaba de un responsable marido, sus padres lucían orgullosos y contentos porque al fin su hijo menor había sentado cabeza, y tenía una familia «normal» como lo disponía la sociedad. Lo cierto era que mi chico nunca disimulaba lo contento que se sentía con la aprobación de sus padres.

Recuerdo que no fueron pocas las veces en que discutí con Sasuke sobre ese negocio que pronto se multiplico por dos. Para finales de año el era el propietario, junto con Akiko de tres restaurantes, uno en Cleveland y dos en Cincinnati.

Ahora pienso que Sasuke estuvo siempre al tanto de que cada restaurant era sinónimo de un barrote nuevo en un matrimonio que se convertía poco a poco, en su celda. Y que yo, tenía la opción de no continuar atado a él, a un primer amor que a todas luces no estaba resultando como esperaba.


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Con la bienvenida al año mil novecientos noventa y dos jamás pensé que llegarían cambios definitivos y que ese sería un año crucial no solo para mi. Fue después de la primera semana de agosto que los acontecimientos se desataron, cuando recibí una llamada de Benjamín en medio de la madrugada.

Nunca he podido olvidar el llanto de Ben, su desesperación y la mia propia en medio de aquella calurosa noche de verano. Me encontraba solo y no dude ni un segundo en preparar un bulto con dos mudas de ropa para salir una hora después directo a Cleveland en mi viejo Honda. Benjamín fue muy claro, Rosario estaba muriendo y me necesitaba a su lado.

Mi querida amiga Rosario fue valiente y luchó con todas sus fuerzas en contra de aquella cruel enfermedad que le arrebato su joven vida varias semanas después de que regresé a Cleveland.

Y allí estuve con ella, nunca la dejé. Recuerdo que todos dormíamos en la pequeña habitación cuyas paredes todavía lucían forradas por los desgastados afiches de idolos juveniles de años atrás. Benjamín, la niña y ella ocupaban el colchón, yo dormía sobre dos viejos sacos de dormir al pie de la cama y mientras Ben se encargaba de las necesidades de la pequeña Tricia, yo lo hacía con Chari.

Poco me importó el trabajo que dejé en Nueva York, tampoco le di mente al comienzo de mi cuarto año universitario, mi prioridad era Rosario, estar con ella hasta el final, un final que se veía venir a pasos agigantados.

Durante esos días poco fue lo que hable con Sasuke que se encontraba en Cincinatti, mi chico me aseguró que en cuanto volviera pasaría a visitar a Chari y de paso a mi. Ninguno sabía que nuestro último encuentro en Nueva York sería el punto final a nuestra relación.

La tarde anterior a la madrugada en que Rosario agravo, mi amiga y yo nos dedicamos a recordar viejos tiempos, nuestra niñez juntos, las travesuras que compartimos, y nuestras ilusiones.

Entre esfuerzos para esconder las lágrimas que escapaban de mis ojos e intensos ataques de tos por parte de ella, rememoramos una vida juntos, siendo los mejores amigos.

Hablamos de tanto, al menos yo lo hice porque Rosario estaba tan débil que pronto se cansaba. Le prometí, y luego fallé en cumplirle, estar con Tricia mientras creciera, también le prometí, por insistencia de ella, que me aseguraría que la próxima pareja de Ben amara a Tricia. No recuerdo que tantas cosas le dije, algunas quizás solo palabras sin significado o motivo, dichas para llenar ese silencio tan pesado que nos amenazaba.

—Alejandro amigo, escúchame. Tú mereces más de lo que te puede dar Sasuke. Mereces que te amen a ti, no tener que compartir el amor con nadie más. Ser la exclusividad de alguien, no la parte oculta o el amante de fin de semana —dijo Rosario articulando apenas las palabras con nitidez, pero con una intensidad en su mirada aceitunada que hizo temblar mi alma.

Fue una linda y soleada mañana cuando mi amiga se fue para no volver, esa agonía, ese sentimiento de desesperación que experimenté ese día, no ha sido igualado por nada. Todavía puedo visualizarme abandonando el hospital con la mente nublada y sin una idea clara hacia donde ir.

La incredulidad, a pesar de que el avance de la enfermedad de Rosario no hacía sino acrecentar sus pocas posibilidades de sobrevivir, llenaba mi ser mientras caminaba sin rumbo por las calles atestadas de transeúntes del centro de Cleveland.

Iba solo, así como abandoné el hospital segundos después de que Benjamín apareciera en el pasillo de aquel frío lugar para decirme al padre de Chari y a mi que mi linda amiga se había ido en paz.

Si recuerdo que caminé muchísimo para llegar a la calle donde vivíamos Chari y yo en aquellos años, y que pasé de largo la casa de Esther, donde me estaba quedando hasta el día anterior. También recuerdo con nitidez haber llegado a la casa de mi familia y detenerme frente a ella unos minutos sintiendo unos immensos deseos de entrar y recibir un abrazo de mi madre, pero no lo hice porque sabía cual sería su reacción.

Y por último en mi memoria aún vive la imagen de un Sasuke muy serio, vestido con traje de ejecutivo, caminando hacia la casa de sus padres del brazo de su esposa. Ella llevaba de la mano a un hermoso infante y un vientre que evidenciaba un nuevo embarazo de al menos cuatro meses.

Aquella visión fue la gota que derramo el vaso, la confirmación de que las palabras que me dedicó Rosario la tarde anterior llevaban la absoluta y dolorosa verdad. Y en esos momentos, mientras caminaba de vuelta hacia la casa de doña Esther tuve la certeza de que mi tiempo junto a Sasuke había terminado.

Que ese era el momento indicado para alejarme, porqué ya el alma de Rosario habia remontado alto y lejos y yo podía irme tranquilo, echar entre el chico que amaba y yo, un mundo, una imensidad, un infinito  de por medio para que nunca volviéramos a vernos.

Siempre tuve la impresión, más no la absoluta certeza de que esa época, posterior a la partida de Chari, es el único periodo de tiempo que se me dificulta realmente recordar.

Sin embargo, de algo si estoy seguro, ese mismo día, sin despedirme o decirle a nadie, el joven Alejandro Morell, de veintiún años se marchó sin intenciones de volver.

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