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Capítulo 38



Stuck with you...

Recuerdo que Suzume trato de explicarme, según ella veía las cosas, lo que pensaba hacer su hermano. Mientras tanto yo buscaba la manera de salir de debajo de aquel manto de incredulidad, incapaz de procesar cabalmente sus palabras.

—Sasuke jamás se ha aceptado como es, es más, podría decir que mi hermano aborrece de sus preferencias sexuales. Él siempre a renegado de su homosexualidad, y sinceramente mi familia no ha hecho mucho por ayudarlo. Sin embargo, sé que él te ama, Alejandro...si Ryu no hubiese muerto quizás las cosas serían diferentes, pero...

Suzume trataba de justificarlo, y era natural, era su hermana.

—Hablé con él buscando que entendiera lo erróneo de todo eso, de esa idea loca de casarse con Akiko, pero el no lo ve así —

Pensé en decirle muchas cosas, entre ellas, preguntarle hasta cuando Sasuke pensaba mantenerme engañado, ajeno a sus intenciones, pero me di cuenta a tiempo que no valdría la pena. No era ella la que tenía que darme respuestas.

—Ya se durmió la niña...—Rosario volvió después de acostar a su hija y yo aproveche para levantarme abruptamente.

—Me dio mucho gusto verte, Suzume. Quisiera pedirte que si ves a tu hermano no le digas que hablaste conmigo, ni siquiera le digas que me viste —Rosario me miró mientras abría desmesuradamente los ojos, y a mi me estaba costando horrores mantenerme en control de mi voz y de la ira que comenzaba a pintar mi visión.

Sin decir más me fui escaleras arriba pensando en regresar a Akron en cuanto pudiera, esa noche no sería posible, pero planee salir bien temprano a la mañana siguiente.

Esa noche Rosario se acerco a mi y recuerdo que dejé salir todo el dolor y la desilusión que sentía sobre uno de sus hombros. Mi amiga estaba igual de sorprendida que yo por lo que había revelado Suzume, pero ninguno de los dos puso en duda la verdad de los hechos.

La mañana siguiente me marché con prisa, mi plan era llegar a Akron, recoger mis pertenencias, quizás algunas las dejaría en un pequeño almacén hasta que pudiese decidir que hacer con ellas, y sin perder mucho tiempo iniciar el viaje por carretera a Nueva York.

Me despedí de Andy agradeciéndole todo lo que hizo por mi, su consideración, su amistad y pude ver en su mirada la certeza de que intuía mi verdadero estado de ánimo, la angustia que llenaba mi ser.

—Llámame si necesitas algo, Alejandro. No dudes en hacerlo —

Fueron tres días entre limpiar, recoger y acomodar en cajas mis pocas pertenencias y algunas de Sasuke, y después de todo no tuve que dejar nada guardado en un almacén, porque algunas cosas fueron directo a la tienda de segunda mano.

Al cuarto día, justo antes del amanecer recuerdo que sufrí el peor ataque de pánico en mi joven vida. Estaba a punto de abandonar el apartamento, mochila en mano, con el baúl del carro lleno de cajas y dentro de esas cajas, recuerdos.

Era tiempo de dejar atrás ese pequeño apartamento que guardaba tantos recuerdos. Enviar al baúl de las memorias el pasado año, y la ilusión con la que lo inicie, no solo por comenzar mi primer año universitario, sino de comenzar a vivir lo que yo, en mi ingenuidad, pensaba sería un idílico cuento de hadas junto al chico que amaba.

Fue en esa madrugada que al fin me quedo claro que Sasuke no pensaba lo mismo, que a él le importaba muy poco nuestra relación, y que probablemente lo único que le inspiraba para esas fechas era un morboso deseo físico.

Seguramente mientras yo me enamoraba como un loco, él solo disfrutaba de nuestros momentos íntimos sin involucrar su corazón, podría hasta imaginar que él se estuviese engañando, aunque en toda esa situación el más pendejo resulte ser yo.

En mi mente aun llevo la reminiscencia de esos minutos en que permanecí en el frío suelo de ese apartamento, abrazando la mochila que llevaba con mis artículos personales, mientras una parte de mi luchaba por levantarse y largarse de allí, en tanto la otra mitad, solo deseaba  mantenerse en aquella posición.

Han pasado tantos años de aquel día que es imposible tener claro cuánto tiempo estuve allí, solo estoy seguro que dejé Akron esa misma mañana sin importarme la inseguridad que rodeaba mi vida, pues de ser una persona bastante organizada, aquel viaje lo inicié sin preocuparme de nada más ecepto de poner tierra entre Sasuke y yo.

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Diciembre 1990

Mudarse de Ohio a Nueva York fue un gran cambio, y yo me propuse estar a la altura de el. Solo me enfoqué en mis estudios y en el trabajo que afortunadamente conseguí en una enorme tienda de libros, el sueño de casi todo ávido lector, como yo.

Si viviendo en Akron apenas hice amigos, en Nueva York, donde vive más gente, pero donde cada quien vive pendiente a sus asuntos sin preocuparse por los demás, mi trato social era casi nulo. Y si a eso añadimos la nostalgia que me embargaba cada ciertos días y que me hacía desear pasar desapercibido, podría decirse que mi vida en Nueva York no era para nada exitante.

Para finales del mes planee un viaje corto a Cleveland, al principio dudaba de si sería una buena idea, pero cuando hablé con Ben, mi hermano me pidió que fuera para que pasase las navidades con ellos, y aunque no me lo dijo, intuí que la salud de mi amiga decaía. Siempre que hablaba con Rosario, ella se mostraba optimista, jamás la oí renegar de su situación.

Sobre Sasuke no hablábamos, porque yo mismo se lo pedí y mi querida amiga respetó mis deseos aunque yo sabía que le costaba mucho, pero igual o más, me costaba a mi no preguntar por la vida de el chico que aún ocupaba un lugar en mi corazón.

No existía por esos días un momento del día en que ese ingrato no ocupara mis pensamientos, y hasta dormido, Sasuke se hacía presente en mis sueños. Cuando eso sucedía en ocasiones despertaba con el corazón acelerado, mientras el deseo se extendia por mis venas, sin embargo en otras era una ola de tristeza la que me arropaba, y despertaba con un sollozo atrapado entre mis labios.

Aunque Rosario y su familia continuaban viviendo con la abuela Esther y me ofrecieron un lugar en la casa por esos días, yo preferí quedarme en un motel.

Recuerdo con dolor ese reencuentro con mi querida amiga, y creo que ha sido por mucho uno de los momentos más duros que he pasado, y me costó reconocer en esa delgada chica que me esperaba sentada en una butaca en la sala de su casa, a mi antaño robusta y llena de salud amiga, Rosario.

Rosario se apagaba y eso lo supe en cuanto la vi. De la chica de huesos grandes, como ella misma se llamaba, con su larga y hermosa cabellera, era muy poco lo que quedaba. Solo sus hermosos ojos aceitunados y su sonrisa mantenían su esencia.

—Viniste, Alejandro, por fin viniste, amigo. ¡Que alegría verte! —Rosario extendió sus manos hacia mi y yo me apresure a tomarlas, miré rápidamente a Benjamín por unos instantes, quizas buscando una muda contestación a lo que mis ojos veían, pero de inmediato volví a mirarla, tratando de sonreír, aunque por dentro gritaba de rabia— .Estás guapísimo, mírate que bien te queda esa barba, pareces todo un actor de cine —Su comentario logró suavizar un poco el ambiente aunque mi risa se quebró en un gemido de angustia, y vencido me arrodille frente a ella.

—No, no, no, nada de llanto, yo estoy bien, lo que ves son las consecuencias del tratamiento, y ya pronto veremos la mejoría —aseguró ella, mientras apretaba mis manos y no dejaba de reir.

Aquella época festiva la disfrutamos con intensidad, no hubo un solo día de esas dos semanas que Chari no tuviese algo que hacer para distraernos, incluida a ella misma, de esa terrible enfermedad que le quería arrebatar más que los deseos de vivir.

Fuimos al cine, al teatro a ver una obra navideña infantil, salimos al centro comercial, a comer pollo frito del famoso coronel, y al parque, ese diciembre el clima fue frío, pero bastante más clemente que en otros años.

Todos terminábamos agotados, pero contentos. Al recordar esos días me pregunto de dónde habría sacado Rosario tanta energía, pero estoy seguro que mi amiga buscaba más que todo construir memorias no solo en su pequeña hija, sino en todos nosotros, para que nunca lo olvidaramos. Esas navidades tomamos muchas fotografías.

Sin embargo, aunque me mantuve sin preguntar sobre los Takahashi y muy a pesar de que le prohibí a Rosario hablarme de él, de Sasuke, mi amiga decidió que a ella había que perdonarle todo y casi con enojo me reveló lo que pasaba en la vida del japonés.

—Alejandro...

Mientras Ben bañaba a Tricia, su madre y yo nos habíamos quedado solos en la sala, en dos días me regresaba a Nueva York. Cuando levanté la vista y miré a Chari supe que me hablaría de él.

En vano levanté una de mis manos en un gesto que pedía que se abstuviera de decir nada.

—Lo siento, pero es algo que debes saber, y lo hago porque sé que todavía lo amas, lo piensas y sufres por él, y el muy cabrón no vale ni una sola de tus lágrimas. Y me da mucha rabia porqué hasta el otro día lo tenía aquí rogándome que le diera tu dirección o que hablara contigo y te convenciera de hablar con él, pero no, ahí va y se casa con la china esa —Rosario soltó todo aquello de sopetón, muy enojada, parecía que eran palabras que tenía en la garganta y le dificultaban respirar porque dejó escapar un largo suspiro en cuanto terminó.

Yo arrugué el entrecejo y miré lejos de Rosario, incapaz de controlarme. Una mezcla de emociones pareció desbordarse dentro de mí.

—Eres mi amigo, mi único amigo verdadero y no es justo que aun esperes por él, porque te conozco y sé que no vas a darte otra oportunidad hasta que no estes totalmente seguro de que tu relación con Sasuke ya no da más...—Mantuve mi vista sobre la pared llena de marco con fotos de Rosario en diferentes etapas de su vida, que la abuela Esther mantenía.

Y por más que me lo propuse, no pude evitar un gemido ahogado que escapó de mi pecho, más que dolor, sentía rabia conmigo mismo porque reconocí que lo que decía Rosario era cierto.

Sin embargo, juro que por primera vez deseaba tener de frente a Sasuke, no para besarlo, sino para romperle la cara.

De esa noche recuerdo poco, solo sé que me largué para Nueva York en cuanto pude, muy dispuesto a sacarme a Sasuke de la mente, pero sobre todo del corazón, aunque la realidad era que no sería tarea fácil.

Creo que fue a mediados de enero del mil novecientos noventa y uno que volví a ver a Sasuke. Me encontraba en mi turno vespertino en la tienda de libros, era una noche helada, el clima benévolo de finales del año pasado había mutado hasta convertirse en uno verdaderamente azaroso.

Recuerdo que había nevado todo el día y esa noche las temperaturas se sentían bastante frías. Me encontraba acomodando unos libros de vuelta en sus estanterías, en aproximadamente una hora y media cerraríamos.

Y allí estaba yo, vestido muy acorde con mi posición de vendedor de libros en la época de los noventa, con mi frondosa, pero acicalada barba castaña, y tratando de mostrarme abierto a los coqueteos de uno de los chicos nuevos, su nombre era Mikkel y sí que era muy guapo.

—Por que no te das una oportunidad de conocerlo, Alejo, ¿qué te lo impide? —Me animaba Rosario siempre que hablaba con ella.

Volvíamos a dejar en el tintero el tema de Sasuke y yo lo agradecía, aunque a menudo me preguntaba si en algún momento tendría la oportunidad de volver a verlo para decirle cuatro verdades,o las que fuera.

Lo cierto era que la rabia que sentía vivía agazapada en un rincón de mi alma a la espera de tener la oportunidad de caer sobre su objetivo, ósea Sasuke Takahashi, ese miserable cobarde que ni siquiera pudo decirme las cosas de frente.

Como siempre que pensaba en él, la ira y el despecho que sentía envalentonaba mis deseos de buscar el olvido en los brazos de otro. Mikkel, que no perdía la oportunidad de rozarme una mano o hablarme particularmente e innecesariamente cerca, se acerco a mi en el momento en que yo colocaba un pesado libro en su lugar y sin un aviso o un lo siento estiró su brazo para colocar en una de las tablillas, sobre mi cabeza, el libro que él llevaba, invadiendo mi espacio.

Demás esta decir que por unos instantes nos vimos realmente cerca.

—Disculpa Alejandro...

Yo le eché un vistazo e intente sonreí, pero la sonrisa se quedo helada en mis labios cuando mi mirada se encontró con la del hombre que venía hacia nosotros en compañía de una mujer evidentemente embarazada.

—Por favor atiende a esas personas, Mikkel —Lo único importante para mi era desaparecer, ni siquiera le pedí a mi compañero que si preguntaban por mi no le diera información porque sabía que Sasuke me había reconocido.

Con apuro casi corri a la trastienda, que ya para esos años estaba protegida por un sistema de seguridad, así que hasta allí no podía negar el muy imbécil.

Mientras me paseaba por el pequeño cuarto de empleados me pregunté como Sasuke había dado conmigo, nadie, excepto Rosario sabía que trabajaba allí, y no creía que ella le hubiese dicho.

Además de que me enfermaba el descaro de presentarse alli con su esposa, yo no creí en casualidades y aquella visita no era una de ellas.

—Ya puedes salir, Nora me pregunto por ti. Y el asiático ese ya se fue —Nora era mi supervisora. Mikkel no oculto su curiosidad.— .¿Quién es él, Alejandro? Se mostró muy interesado en «ese chico» ósea tu, y me preguntó si trabajabas aquí, aunque creo que era obvio. ¡Ahh y lo hizo lejos de su mujer! ¡Bah, odio a los esos hombres que son tan homosexuales, pero que nunca salen del closet y hasta se casan por compromiso!

«Y yo odio más a los que se casan por un compromiso que ni siquiera es de ellos» —pensé.

**********************

Siempre pensé que esa noche debi pagar un taxi que me llevara a casa, pero vivía muy cerca de la tienda y decidí caminar, nunca le tuve temor a la nieve, es más, disfrutaba mirar su brillo blanquecino y sus partículas heladas que traía el viento sobre mi rostro.

El caso fue que llegar en un taxi quizás hubiese despistado a mi perseguidor, pero yo no me di cuenta de que me seguía, mi mente solo le daba vueltas a lo que sucedió en la tienda. La posibilidad de que Sasuke montará vigilancia no estuvo entre mis temores.

Me acerqué al edificio de varias plantas donde había alquilado un pequeño apartamento, incluso más reducido que mi antiguo lugar en Akron, pensando en llamar a la tienda y ausentarme al otro día, incluso consideré renunciar para evitar otro encuentro con Sasuke.

Con la llave en mano me dispuse a abrir la puerta de metal que resguardaba la entrada al pasillo, y que llevaba hasta el, casi siempre, descompuesto ascensor o las casi infinitas escaleras que en mi caso tenía que subir cuatro pisos para llegar a mi hogar.

—¡Alejandro! —Cuando oí su llamado, ese que me corto por un momento la respiración, creo ya lo tenía casi sobre mi.

Sin mirar bien porque no lo necesitaba para saber quien me llamaba, casi salté hasta estar al otro lado de la puerta y quise cerrar la puerta, pero Sasuke fue muy rápido y me bloqueo con medio cuerpo sin importarle quedar aplastado entre la pesada puerta y el marco, mientras yo hacia presión.

Fue la primera vez, en más de tres meses, que nos miramos directo a los ojos.

—Largate, fuera de aquí, quita tu humanidad de mi puerta o soy capaz de hacerte daño...—exclamé destilando una intensa rabia. En ningún momento dejamos de vernos directo a los ojos.

Sasuke intento hacer palanca para forzarme a abrir la puerta.

—Por favor, Alejandro. Escúchame por lo menos...por favor —Aunque mirándolo a los ojos me aseguraba de que entendiera que no bromeaba, y que mi ira era verdadera, también se conviertio en un suplicio para mi, pues sus ojos rasgados siempre fueron mi talón de Aquiles y era poco lo que podía hacer en contra de ellos.

—Solo escúchame, Alejandro, sé que te debo una explicación, necesito que me escuches aunque luego igual me mandes al carajo —

—Me debes más que una explicación, Takahashi, pero no sé si quiero escucharte, porque pienso que ni eso te mereces —dije aún haciendo fuerza para evitar que entrara.

—Por favor...

Cuando dejé pasar a Sasuke esa noche en lo único que pensaba era en golpearle la linda cara cuando estuviese descuidado, no pensaba bajar la guardia ante él, o caer en sus juegos.

Me imaginé resolviendo un problema de álgebra y estuve seguro de que saldría victorioso.

Sin embargo, no añadí a la ecuación su aroma amaderado que era como droga para mis sentidos, tampoco añadí lo solo que estuve por meses, o la atracción entre nosotros, tan intensa y verdadera. No conté con lo vulnerable que estaría ante su mirada, o frente a ese gesto con los labios que tanto me gustaba, aquel que hacía inconscientemente cuando se encontraba bajo presión.

No, esa noche no calculé bien los riesgos, o quizás fue que no quise hacerlo.



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