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Capítulo 1



Música de guitarra

Cleveland Ohio, agosto 1988


Caía la tarde y el sol todavía brillaba alto. La casa olía a cebolla, pimiento, ajo y cilantro. Mamá se afanaba en la cocina para tener la cena lista a tiempo, mientras no perdía detalle del drama en la pantalla chica que tenía un lugar privilegiado en el mueble alargado de la cocina; recuerdo que mi madre y la abuela amaban las telenovelas mexicanas.

Cerca de la cocina, en la sala, la abuela Toña seguramente se encontraba sentada sobre su sillón dormitando, mientras en la radio los comentaristas de la tarde hablarían sobre las próximas elecciones presidenciales o, tal vez, de los candidatos; George H. W. Bush y Michael Dukakis.

Y, mientras mis hermanas Maricarmen y Brenda Lee se ocupaban de sus asuntos en algún lugar de la casa, yo disfrutaba del colchón de mi cama y mi nuevo equipo para escuchar música, un walkman que me habían regalado para mi último cumpleaños en marzo.

—I'd probably break down and cry. Whoa, oh, whoa sweet child o'mine...

Canté la estrofa con los ojos cerrados, mientras disfrutaba la melodía de una de mis canciones favoritas, sacudía los brazos frente a mí y simulaba, tocar una batería imaginaria.

Aquella canción me encantaba y la asociaba a la chica de cabellos largos y rubios con quien soñaba despierto por esos días.

Gwendolyn Harrison era la chica de mis sueños, más hermosa y angelical que Molly Ringwald en Pretty in Pink. Gwendy fue siempre una de las chicas populares de la escuela desde que cursamos la primaria y aunque mi mejor a amiga Rosario siempre me mataba las ilusiones diciéndome que le parecía muy difícil que Gwendolyn se fijara en mi, todo pareció cambiar a mi favor en el penúltimo año de escuela superior.

De buenas a primeras, comencé a notar las insistentes miradas de mi amor platónico, coquetas sonrisas acompañadas de los cuchicheos con las amigas cada vez que yo pasaba cerca de su grupo. Luego, sorprendido, me fijé que se había cambiado de pupitre en la clase de historia del arte para uno a mi lado, a pesar de dejar a sus amigas atrás. Así fue como terminé con Chari a mi derecha, y con Gwendolyn a mi izquierda, ella y sus intensas miraditas.

A Rosario, al principio pareció no gustarle su repentina proximidad, pero a mi me encantaba. Cuando a mi amiga se le pasó la molestia, pasó de ser escéptica ante la posibilidad de un romance entre Gwendy y yo, a darme consejos, o lo que ella pensaba que eran consejos, sobre como tratar a las mujeres.

Lo cierto era que más allá de oírla y asentir a cada una de sus sugerencias, yo no hacía otra cosa. Mientras tanto, la cercanía entre Gwendy y yo avanzaba lento pero seguro, y al final de nuestro penúltimo año de escuela superior habíamos tenido algunas salidas al cine, a comer pizza, y al centro comercial como amigos y siempre en grupo.

Recuerdo que fue durante una salida grupal a la pista de patinaje cuando me atreví a pedirle que fuera mi novia. Di aquel importante paso en una apresurada y torpe declaración de amor que tuvo por final un ¨tengo que pensarlo¨ como contestación.

Su respuesta consiguió desilusionarme un poco, pero también me tuvo con el alma en vilo muchas horas después.

Y ese día, cansado de darle vueltas en mi mente a las posibilidades en favor y en contra, lleno de incertidumbre e inseguridad, había optado por evadirme un rato del mundo, escuchando el último cassette de unos de mis grupos favoritos.

Sin embargo, mi momento de relajación no duro mucho cuando al abrir los ojos me llevé tremendo susto al tener casi sobre mi el pecoso rostro de mi hermana menor. Azorado, eché el cuerpo hacía atrás casi pegándome en la espalda con el sólido espaldar de la cama. Mientras, la melodía se desvanecía y segundos antes de que comenzaran los acordes de la siguiente, aparté de mis orejas los auriculares.

—¿Es qué acaso no puedes llamar a la puerta antes de entrar? —pregunté de manera molesta — .Mamá está cansada de decirte que debes de llamar a la puerta —agregué con hastío y deseos de discutir, mientras me ponía de pie dispuesto a sacarla del cuarto y pasarle pestillo a la puerta. Brenda Lee podría ser muy molesta.

—Me cansé de llamarte a los gritos Alejo, y tú tan sordo como una tapia, pero a mí me da igual si no quieres contestarle la llamada a Gwendolyn...—comentó Brenda Lee entonando el nombre de la chica que me gustaba de manera graciosa y ante su mención, yo sentí un vacío abrirse en el estómago.

No me había fijado en el auricular del teléfono que Brenda Lee llevaba en su mano izquierda, mientras tapaba la bocina con la derecha. Mi hermana menor sacudió la bocina de plástico color crema, en tanto hacía caras y muecas graciosas, burlándose.

—¡Dame eso! —dije y alargué el brazo en pos del aparato, pero Brenda fue más rápida y entre saltos y gritos salió del cuarto llevándose el auricular, esa cosa podría llevarse hasta el extremo del pasillo sin mucho esfuerzo, gracias al larguísimo cordón que mamá había comprado.

Tratando de guardar la compostura la seguí hasta el pasillo cerca de la escalera.

—¡Al fin vas a tener tu respuesta chico enamorado! .—Brenda Lee no dejaba de saltar tratando de alejar la bocina de mi.

Lo que a ella le daba risa a mí me estaba desesperando, pero no quería que Gwendy escuchara algo incómodo a través del receptor. Molesto, me planté de frente a mi encajosa hermana y mirándola directo a los ojos de manera amenazante, pude ver que mi expresión lejos de asustar a Brenda Lee lo único que hacía era provocarle risa, extendí la mano derecha pidiendo el receptor.

Quizás fue la llegada de Maricarmen, mi hermana mayor, lo que hizo que Brenda Lee me entregara la bocina.

—No te tardes con el teléfono Alejandro, estoy esperando la llamada de Richard —comentó ella de paso frente a nosotros en dirección al baño, cargando en su cabeza unos rolos de enorme tamaño, aunque cargarlos debía de ser lo de menos, considerando que mamá solía dormir con ellos puestos.

Brenda Lee continuó con sus muecas de camino a la escalera mientras yo carraspeaba para aclararme la garganta y contestarle a Gwendy.

****************

Menos de media hora luego, salía del cuarto matrimonial oliendo a Paco Rabanne, cortesía de la botella de papá y listísimo para ver a Gwendolyn. También me sentía ansioso, algo nervioso y de alguna manera inapropiado. Luego, recordaba la mirada de sus enormes ojos azules y se me pasaba.

Bueno, se me pasaba un poco...

Antes de bajar las escaleras me detuve a contemplar mi imagen en el espejo de cuerpo completo que mi hermano mayor recién había colocado en el cuarto que compartíamos. Contento con el reflejo del espejo, sólo traté de colocar en su lugar correspondiente un par de rebeldes mechones de mi cabello rizado y oscuro. Para peinarme había usado una buena cantidad de gel.

Justo entonces el ruido de un potente motor captó mi atención y corrí un poco al lado la cortina de la ventana, para poder mirar hacía afuera. Un enorme y viejo camión de mudanza se estacionaba justo frente a la casa vecina, una casa que por muchos meses estuvo desocupada y en venta. Al parecer habían llegado sus nuevos dueños.

—Brenda Lee me dijo que vas a salir a encontrarte con esa niña...Gwendolyn —Tenía toda mi atención puesta en el vehículo que se estacionó en la entrada de la casa vecina y sus ocupantes, la presencia de mamá a mis espaldas y por supuesto su comentario sobre Gwendolyn me tomo desprevenido.

Me giré incapaz de sostenerle la mirada en tanto una sensación de sofoco me subía por el rostro. No me gustaba mentir, pero en esta ocasión hubiese preferido omitir cierta información, en especial a ella pues a veces se mostraba algo intensa cuando de chicas se trataba, excepto en relación a mi amiga Rosario.

—¡Estas tan guapo Alejo!, ¡esa chiquilla es tan privilegiada al tener tu atención! —Mamá no tuvo reparos en llevar una de sus manos sobre mi cabello para despeinarme de varios movimientos, mientras yo buscaba alejarme un poco, arrimándome más a la ventana.

La atención de mamá paso de mi, gracias a Dios, a la ventana y el movimiento afuera.

—No lo puedo creer, tenemos nuevos vecinos —comentó entre sorprendida y curiosa en tanto apartaba por completo la cortina para ver mejor. Yo me semi oculté tras de ella, mientras también miraba con curiosidad al exterior.

Los recién llegados, un hombre alto y delgado, junto a una chica muy joven, se disponían a cerrar el baúl del auto y entrar a la casa, en tanto otros tres hombres se preparaban para comenzar a sacar muebles y demás del camión.

—¿Mamá, ya viste que tenemos nuevos vecinos? —Brenda Lee no podía faltar, ya comenzaba a extrañar su presencia cuando entró casi corriendo y voceando a mi cuarto.

—Muchacha deja de gritar que no soy sorda —dijo mamá sin prestarle mucha atención—. Hubiese preferido que los nuevos vecinos fueran hispanos —añadió y yo no pude evitar rodar los ojos ante tal comentario. Hacía años que mis padres dejaron la isla de Puerto Rico y de alguna manera se habían adaptado a vivir en la diáspora, pero aun así mi madre, de vez en cuando, lanzaba ese tipo de comentarios que yo no lograba interpretar.

—¡Son chinos mamá! —exclamó Brenda Lee con la falta de prudencia que le caracterizaba, su cabeza entre mamá y yo, su curiosa mirada hacía el exterior. Me eché a un lado alejándome de la ventana totalmente.

—Eso no lo sabes Brenda Lee, obvio que son asiáticos, pero no sabes si son chinos, filipinos, Vietnamices o ...—No pude continuar porque ella me interrumpió.

—¡Bah, para mí son todos iguales! —Por poco caigo en la tentación de entrar en una discusión con ella, pero mamá intervino.

—Deja de hablar boberías muchacha y ve con la abuela, seguramente necesita algo —Evidentemente a regañadientes Brenda Lee salió del cuarto rumbo a la escalera y yo aproveché para seguir sus pasos.

—No regreses tarde Alejandro, sabes que la hora de la cena es sagrada en nuestra familia —Desde que tenía uso de razón había oído aquella expresión infinidad de veces y fue puesta en práctica siempre. Para mis padres el momento de la cena era especial, era el momento para compartir en familia, si así te animabas, lo que había sucedido en tu día. Era también cuando por lo general se hablaba de los planes familiares a corto plazo y se conversaba sobre las novedades, como por ejemplo los nuevos vecinos o mi supuesta novia.

—Aquí estaré —dije antes de desaparecer escaleras abajo aunque no voy a negar que algo resentido porque sería muy poco el tiempo para compartir con Gwendy.

***************************

En aquella época, ante mis jóvenes ojos, Gwendolyn Harrison era una princesa, la muchacha más bonita que había tenido la oportunidad de tratar, al menos físicamente, y yo me sentía muy afortunado de poder tenerla frente a mí, a tan poca distancia, mientras veía como su labio superior se manchaba con mantecado de chocolate y ella avergonzada, bajaba la mirada entre risas, antes de limpiar con una servilleta de papel los residuos.

Nos encontramos en la heladería donde solíamos ir, no muy lejos de su casa. Hasta allí llegué en bicicleta, y enseguida la vi sentada en el fresco interior, de espaldas a la puerta, y antes de entrar traté de mirar mi reflejo en uno de los vidrios del negocio, comprobando que mi rebelde cabello estuviese en su lugar.

Ella lucia perfecta con su largo cabello rubio con mucho volumen y su flequillo abultado que le enmarcaba su adorable rostro.

Ella pidió un mantecado de chocolate y yo, uno de fresa, mi sabor favorito. Ella hablaba de los planes de su familia para unas cortas vacaciones fuera del estado dentro de unos días, mientras yo no lograba prestarle toda mi atención, porque solo pensaba en la respuesta a mi pregunta, una pregunta a la que ella prometió darle contestación la próxima vez que nos viéramos.

Para eso estábamos allí y yo comenzaba a desesperarme ante tanto rodeo. En esos momentos no comprendía que con toda probabilidad Gwendy estaba incluso más nerviosa que yo, nervios que se reflejaban en su casi imparable monólogo.

Y era que yo tampoco lograba encontrar el momento indicado para tomarla de la mano y de ser necesario volverle a preguntar si quería ser mi novia. Solo estaba allí intentando pensar positivamente, mientras sonreía levemente entre lamidas al mantecado.

—Tengo que irme Alejandro —Con aquella frase ella se puso de pie y yo con ella. Estoy seguro de que en ese momento ella pudo ver mi expresión confundida, ante su inesperada despedida —. Mi hermano acaba de llegar —Gwendy señaló hacía afuera donde pude ver un pequeño Volkswagen color azul cielo, en su interior el siempre malhumorado hermano, Tobías.

En ese instante yo no lograba pensar con coherencia, y poco falto para que me echara a reír descontroladamente, aquello me sucedía en ocasiones cuando todo se volvía un remolino de emociones en mi interior.

Gwendy estaba dispuesta a irse y yo volvía a quedarme en la incertidumbre, no era justo.

La vi acercarse casi en cámara lenta a mi costado, mientras colocaba sobre mi hombro una de sus manos, se inclinaba un poco y besaba con suavidad mi mejilla.

—Si, si quiero ser tu novia —La escuché murmurar al separarse, dejándome la cálida sensación de su fugaz beso en la piel y su aroma cítrico revoloteando sobre mí.

No dio tiempo para más, ella se alejó en dirección a la puerta mientras yo buscaba salir de mi estupor y solo la antipática mirada que me echó Tobías, a través del vidrio, logró ponerme en movimiento. Me dejé caer en la silla con una sonrisa bobalicona en el rostro y feliz.

Gwendolyn Harrison había aceptado ser mi novia.

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Esa tarde, tenía prisa por regresar a la casa, no solo por el compromiso de la cena sino porque estaba segurísimo que mi novia me llamaría, solo esperaba que Maricarmen no estuviese toda la noche al teléfono con su novio Richard, mi hermana duraba horas sentada sobre la alfombra del pasillo hablando con él.

Pensaba que si Gwendy no se animaba a llamarme, lo haría yo.

—Al fin llegas, Alejo —Sentada sobre uno de los escalones del acceso al balcón de mi casa estaba Rosario Rosas, mi mejor amiga, una chica casi tan alta que yo, robusta, de cabellos larguísimos, lacios y negros como ala de cuervo, que me miraba con sus enormes ojos color aceituna sin ocultar su curiosidad.

Nadie tuvo que decirme que mi amiga ya había estado en mi casa hablando con Brenda Lee.

Chari se puso de pie y se acercó a mi para darme un golpecito en el hombro derecho, mientras hacía extraños sonidos con la boca y tiraba besitos al aire.

—Cuéntame todo —exigió, su larga trenza danzando de un lado al otro en tanto a mi me atacaba la risa, que por mucho había logrado controlar. Justo la emoción del momento pareció golpearme de lleno y mi amiga y yo parecíamos unos locos desaforados en plena acera porque Rosario, como casi siempre, me hizo coro.

—¡Me dijo que si, amiga, ella dijo que si. Gwendy acepto ser mi novia! —La bicicleta fue a dar al suelo mientras Chari y yo no dejábamos de movernos y saltar sobre la acera, compartiendo la emoción del momento. Rosario sabía cuánto había esperado este día, años mirando y admirando a la distancia a mi compañera de clases.

—Te felicito amigo, aunque no entiendo como una niña tan hermosa fue a fijarse en ti —Aquello último era algo que había escuchado antes y sabía que Rosario lo decía en broma.

—Solo estas celosa —Le decía yo, era como una especie de libreto privado entre nosotros. Más risas compartidas, aunque la risa de mi amiga en particular llamaba mucho la atención, pues era demasiado estridente. Escucharla reír provocaba más carcajadas casi incontrolables de mi parte.

—Alejandro, ¿puedes dejar de hacer tanto bullicio frente a la casa, entrar y lavarte las manos para cenar? —Era mi madre que asomada por la ventana de la sala llamaba mi atención. Fue allí cuando me percate que el carro de papá estaba en la entrada de la casa— .Y tú Chari, ve a casa. Estas no son horas para que una señorita esté en la calle —

—¿Cómo está doña María? —saludó Rosario— .Ya me iba...

—¿Quieres que te acompañe? —Rosario vivía con su abuela y padre a unas cinco casas de la mía.

—No, chico, no hace falta —contestó ella como siempre. Yo levanté la bicicleta y me dispuse a entrar a la casa. Chari ya había dado unos cuantos pasos en dirección a su casa cuando se detuvo y la vi mirar extrañada hacía la casa vecina, yo me giré y entonces aprecié la música que parecía provenir de la misma, era música de guitarra.

No tuve que oír la batería que estaba supuesta a acompañar a la guitarra, tampoco las notas del piano o otros instrumentos musicales para reconocer la hermosa melodía que me traía el aire.

Aquella canción era la favorita de mis favoritas, la que hablaba de un amor único y de dos amantes dispuestos a todo por defender su amor...

—¿Tienes vecinos nuevos? —Chari había vuelto sobre sus pasos hasta pararse a mi lado —Dime que hay un hermoso chico nuevo en la calle.

Sonreí ampliamente mientras con un movimiento de cabeza negaba la posibilidad.

—Solo vi una chica con el que supongo es su padre —Rosario no ocultó su desilusión.

—¡Bah! —

—Vete a casa, Chari —dije en apariencia restándole importancia al asunto de los nuevos vecinos, pero mientras caminaba el corto sendero hasta los escalones que me llevarían al balcón de la casa, se instaló en mi mente la curiosidad por averiguar quien tocaba aquella guitarra. 


Corregida 01/10/2025

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