A mi isla le cuesta respirar.
Entre su belleza y su esplendor,
corren ríos de sangre.

En ella la vida cuesta y cuesta cara.
Los sueños duermen, y la esperanza,
se fue de viaje.

Vivo en una isla en donde el más inteligente, es el más villano,
y que justicia, es sinónimo de silencio.
Un lugar bello y sensible,
de grandes y pequeños.

A mi isla se le olvidó hablar,
se conformó con tres cuerdas de terreno y un papel que hoy vale más que la vida misma.

Mi isla se rige por dos colores
que se disputan cada otoño
un puesto robado.

Mi isla es un paradigma,
que no es dueña de nada y a su vez,
amiga de todos.
Es lo mejor de lo peor, o lo peor de lo mejor, depende la perspectiva.

Ella pertenece a un continente que la borró del mapa,
y batalla día a día por más de cinco siglos que la han dejado,
marcada y sumisa.

A mi isla se le olvidó pelear.
Ella es un bello paisaje,
de verdes montes y de azul cielo.
Pero que olvidó el significado de ser libre y que calló el deseo de ser Antilla.