Capítulo IV
Investigué todo este tiempo, y Jeongguk sí que sabía del tema. Todo aquello que dijo, al momento de confirmarlo, fue tan exacto... ¿Qué tanto tiempo lleva como para conocer al derecho y al revés el tema?
Eso me daba miedo, yo no sabía en qué etapa estaba Jeongguk, por lo menos no en ese tiempo, cuando la novela estaba a sólo días de su publicación.
Se encontraba la etapa cero que ocurre son los cambios celulares que dotan a las células de las características de malignidad, es decir, de multiplicación descontrolada y capacidad de invasión. Es la etapa más larga de la enfermedad y se denomina fase de inducción.
La etapa IA que se caracteriza por la existencia de la lesión cancerosa microscópica localizada en el tejido donde se ha originado.
También la etapa IIA que comienza a extenderse fuera de su localización de origen e invade tejidos u órganos adyacentes.
La metástasis que trata de que la enfermedad se disemina fuera de su lugar de origen, apareciendo lesiones tumorales a distancia denominadas metástasis.
Y por último la etapa final (etapa IV) Esta fase se caracteriza por la existencia de enfermedad oncológica avanzada, progresiva e irreversible (incurable).
Luego de saber más sobre el tema, no pude quedarme tranquila.
Cada momento en que podía, me acercaba disimuladamente al chico. Hablarle, contarle de mi día o que me contara del suyo, lo que sea con tenerlo a mi lado y no solo.
Porque también sé que era alguien solitario, y me asustaba.
Pero, ¿qué debo de contar? Mi boca se rehúsa a soltar palabra.
Pasamos días muy buenos, encontré en Jeongguk alguien muy tranquilo (aunque sus pensamientos deprimentes sólo me hacían sentirme así, deprimido). Era alguien que no le gustaba examinar mucho las cosas, "las cosas que deban pasar así pasarán" y ¿por qué darle tantas vueltas? No entendía su forma de ser, y él decía que tampoco buscaba que lo hiciera.
Me contó su pasado. La dura muerte de sus padres, cuando comenzó a fumar (con más detalles), cuando pudo salir de la casa de su tío al conseguir trabajo entre otras cosas que de otra persona no me hubiesen interesado, pero era Jeongguk. No era cualquier persona.
Y también me asustaba de muchas cosas además del tiempo de vida que le quedaba a mi azabache amigo.
Temía de las sinceras sonrisas que comenzó a compartir conmigo, de las largas pláticas que me confió y... temía de mis esfuerzos para acallar mi corazón que se me salía por las sienes, el cuello, las puntas de los pies cuando con él estaba.
Fui un estúpido, pero tampoco quise pensarlo mucho. Lo que deba pasar, pasará, ¿no?
Hubo día tan negros, en los que la agonía en sus ojos me rompía las rodillas y no podía hablar; y hubo días en los que éramos tan amigos, tan confianzudos que actuábamos como amigos de años. Insistente a ese tipo de relación, como una gotera que tarde o temprano vencerá el techo en medio de una tormenta.
Entonces comenzó a dejar de comer. Si sólo comía poco antes, ahora era casi nada. Fuimos a su casa varias veces, horas en las que a veces sólo me dedicaba a querer saber cómo convencerlo de diseñar una sonrisa y que sea sólo para mí. Y sé que no debería de estar posando mis ojos en alguien como Jeongguk, quien en un abrir o cerrar de ojos puede irse, pero alguien tendría que haberme disparado para detenerme.
Ante la publicación de La gracia de llamarse Jackson, el trabajo de Jeongguk estuvo terminado. Decidió dejar el puesto, y yo no tuve más excusas para hablarle que el haber sido buenos compañeros.
Él empezó a tardar para responder a lo que yo le hablaba, demostraba cada vez menos interés en todo y se veía confundido algunas veces. Me preocupé, sin embargo cuando le pregunté qué le pasó, sólo sucedió lo que no creí jamás de su parte.
Me besó como si fuera la primera vez que ha sentido esa hambre y no supiera cómo irse con calma, como si no supera comer a bocados pequeños, como si no supera hacer nada con moderación.
Y hasta ahora me doy cuenta de que sólo lo hizo para callarme la boca, para que no cuestionara nada. Odio que lo haya logrado. Qué ingenuo fui.
Diablos, es que... ¿cómo no lo noté? Ahora es tan claro.
Siempre estaba cansado, siempre estaba débil. Sus manos se volvieron frías y su frecuencia cardíaca era irregular. Eso lo podía notar ante los movimientos que su pecho hacía y que provocaba a la sábana que lo cubría subir un poco para descender después en diferentes ritmos.
Diablos, ¡¿cómo no lo noté?!
Ausente, menos alerta y alucinaciones. Fatiga, falta de aliento y dolores. Tos con sangre, dificultad para tragar (si es que yo lo obligaba a comer) y fiebres.
Y antes volvía y volvía a pregunta qué carajos le pasaba, pero siempre me respondía con groseras monosílabas. El color habitualmente ambarino de su voz se tornó oscuro. La palidez del chico sólo contrastaba con el desánimo que reflejaban sus pupilas.
Quise que mi voz se volviera una cuerda de la que él quisiera asirse. Quise que la atrapara y atara alrededor de su cadera y así sacarlo de ese mundo paralizado en el que estaba atrapado. Por mucho que rogué, no pude.
Fui tan ingenuo, y aunque me dio sus mil millones de besos, no me siento feliz.
Y aunque no soñaba, desperté.
Todos los colores se unifican y se funden en el horizonte y tengo que entornar los ojos para discernir lo que hay frente a nosotros. Un ataúd de un lindo color blanco. Hace minutos me acerqué para poder ver por última vez el rostro demasiado pálido de Jeongguk, y desde ese momento contaba cada gota salada que se deslizaban de mis mejillas y caían por mi cuello.
De pronto me vi convertido en un aguafiestas perdida en la inmensa fiesta del mundo, buscando el modo de apagarles la música a los que bailaban y reventar todos los globos.
¿Qué hacía toda esa gente ahí? Si nunca se acercaron a Romario, y yo lo sabía porque muchas veces me llamó su único amigo. En este momento, los odio a todos.
Mis pulmones se fueron de vacaciones, pues al llegar a casa me caí de rodillas y no podía respirar.
Diablos diablos diablos.
Lágrimas tan duras como mis huesos. Si pudiera, suspendería los latidos de mi corazón para que ningún temblor deformara mis recuerdos de él.
Una serie de filtros enrarecían mí alrededor hasta transformar cualquier cosa en una forma de recodar a Jeongguk. Ese chico con cáncer de pulmón que lo deseaba poder morir.
Dios, ¿cómo lo voy a recordar?
Por una parte estaban las veces en las que hablamos de su muerte, sus deseos de irse y el que nada podría hacer que aquello cambiara (y aunque hubiera, eso no pasaría). Y por otro lado estaban los besos que me dio en algún momento, aquellos que hacen darte cuenta de que el oxígeno está sobrevalorado.
Jeongguk fue todo. Fue oscuridad, llamas, depresiones e ignorancias. Sin embargo, también fue sonrisas, risas, chistes malos y bromas. No sabía cómo recordar a Jeon, porque cuando eso pasaba tenía ganas de reír, llorar, enojarme.
Me dirijo a tropezones a mi habitación, rogando por un poco de descanso.
Desde que el jefe me llamó para darme la noticia del fallecimiento de Jeongguk, no pude conciliar el sueño. Cada que recordaba al chico azabache sentía que algo me golpeaba en el estómago con tanta fuerza que en realidad temía que iba a vomitar.
"Taehyung... Realmente no me gustaría darte esta noticia, pero como el jefe debo hacerlo. Ayer el tío de Jeongguk lo encontró..."
Y adiviné, y me quebranté.
¿Sabes? No puedo despertar una mañana y vivir de esperanza y sueños prestados.
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;❅;;
ugh, me siento tan insegura con esto...
nos leemos a la próxima. ❤
♡adeus bebe♡
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