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3


Santiago se encontraba sentado en su sala viendo un programa sobre cocina, las ventanas de aquella casa absorbían tanta luz por lo que la residencia estaba totalmente iluminada, era bastante acogedora. Él parecía sistemático, todo estaba acomodado donde debía de estar, los libros adecuados de forma alfabética al igual que los discos viejos y algunas fotos de él y sus amigos. Estaba en la parte más importante del programa cuando el timbre de la puerta sonó, maldijo por la interrupción.

—¡Buenos días! ¿Usted debe ser Santiago? —El Fiscal Leon estaba parado en la puerta.

El inspector llevaba puesta una chaqueta negra, una camisa blanca y un pantalón negro, sus ojos color café revelaban el desvelo de día anterior, no era muy alto, por lo que los kilos de más que tenía lo hacían verse menos corpulento.

—Sí, ¿Puedo ayudarlo el algo? —Santiago no se inmutó ante la presencia del Fiscal.

—¿Puedo pasar? Solo serán unos minutos.

—¡Claro! Siéntase a gusto.

—¡Gracias! —Respondió Leon siguiendo al muchacho a la sala, hasta él se había sorprendido del orden y la limpieza que poseía la casa, tomaron asiento mientras Santiago apagaba el televisor, el inspector saco de un portafolio con varios papeles.

—He venido con la finalidad de que me cuente que hizo hace dos días, para ser exactos el lunes.

—Inspector, no comprendo. Para que usted venga a interrogarme, ¿debería de traer una orden judicial? —Santiago acomodaba sus lentes exacerbado.

—Santiago tengo una orden judicial. Ahora prosigamos tengo más interrogatorios que hacer, el tiempo es valioso.

—En ese caso no tengo nada que objetar.

—En la mañana de día lunes ¿qué hizo?

—Era mi día libre Inspector, pero me llamaron para que me hiciera cargo de una sesión de fotos de los Mancilla, pronto reanudarán sus votos.

—¿Donde efectuó la sesión de fotos?

—En el hotel Villareal a las diez de la mañana. Luego fui a almorzar con Tania.

—¿Usted sabe lo que le ha pasado?

—¡No! inspector. No he hablado con ella desde ese día, he estado muy ocupado.

—Tania ha sido asesinada —dijo él Fiscal impotente, le había costado matizar correctamente aquellas palabras.

—¿Que? —Santiago mostró un semblante llenó de estupor, creíble para cualquier mirada acusatoria—, ¿qué ha dicho inspector?

—Han asesinado a Tania, —reiteró Leon indignado por el hecho—. Y resulta que usted fue la última persona en verla antes de que desapareciera.

—Inspector ¿me esta insinuando que yo soy el asesino? —Santiago se tensó por la delación del Fiscal—, ¿qué tontería es esa? Tania y yo éramos amigos, como podría hacerle semejante atrocidad.

—Eso deberá de probarlo, por ahora es uno de los sospechosos del asesinato.

—No tengo nada que temer inspector, ¡soy inocente!

—Santiago, mi trabajo es dudar hasta de mi sombra, investigar a cualquiera que haya tenido el mínimo contacto con el hecho.

—Puedo comprobar que se equivoca, puede ir a Conica y preguntarle a mi jefe si estuve o no el resto de la tarde del día lunes allí.

—En eso estoy, en todo caso si se acuerda de cualquier cosa no dude en informarme.

—Desde luego Fiscal. Haga lo posible por encontrar al asesino. —Expuso con certeza mientras acompañaba al inspector a la puerta.

Leon se marchó. Santiago regresó a la sala y sacó uno de los discos viejos, sus oídos se deleitaron con las piezas más sublimes de Mozart, se quedó parado en la venta varios minutos. Una sonrisa cargada de placer recorrió las paredes de la casa.

—¡Inténtelo inspector! —Santiago distorsionó la mirada, cambiando su voz llena de una insaciable sed de regodeo—, estaré esperando. Este juego apenas comienza.

Se aburrió de estar encerrado. Pensó en salir a comer, luego recordó que lo habían invitado a una cena en la casa de los Mancilla. Se percató de la hora, aún faltaban varias horas. Así que optó por dormir unas cuantas horas. Subió a su habitación, tan pronto como se había acostado sus ojos se cerraron. Su sueño se vio interrumpido por el teléfono, se levantó apresurado para responder.

—Oye Santi, ¿piensas venir a la cena o no? —la voz de Marcos sonaba bastante alegre.

—Me he quedado dormido. —respondió Santiago entrecerrando los ojos.

—Date prisa, pronto comenzarán. Créeme han servido un banquete fino. Típico de los ricos.

Santiago colgó el teléfono, luego se levantó de la cama, encendió las luces para acabar con la oscuridad de la noche. Buscó en el armario un traje y combino la corbata con el traje gris, inmediatamente entro a la ducha, al salir se cambió, arreglo la corbata, se acercó al espejo para peinarse entonces abrió una gaveta en el mueble que se hallaba en su habitación, sacó cuidadosamente los lentes de contacto que tenía puestos, el espejo reflejo sus ojos verdes como la esmeralda, tomó otros lentes de contacto luego se los puso y nuevamente sus ojos fueron cubiertos por un color negro.

Estaba listo para marcharse. Antes de salir tomó los anteojos de la mesa en la sala de estar. Subió a su auto viejo para ir a la mansión de los Mancilla. Una familia muy adinerada, asistir a su fiesta era un honor, la casa de ellos quedaba a las afueras de la ciudad, rumbo a la capital de país, allí vivían los ricos, era una ruta especial.

Santiago observó todos los autos fuera de la mansión, bajó de su auto y se acercó a la entrada de la casa donde se encontraban dos personas dándoles la bienvenida a los invitados. Al ingresar se encontró con un ambiente bastante elegante, varios bebiendo vino, otros charlando sobre los negocios.

—¡Santi! ¿Qué te ha motivado a salir de la cueva?

—Puedo deleitarme cuando me plaza, me privo de las actividades que no son de mi agrado, no tengo gustos tan ordinarios como tu Marcos, soy selectivo a la hora de disfrutar de una fiesta. —Santiago había respondido de una forma tan segura que pasmo a Marcos.

—¡Oye! Que mosca te ha picado, estas muy... Diferente hoy —expuso Marcos algo incómodo.

—No me pasa nada... diviértete Marcos a eso has venido, solo no me pongas en ridículo cuando estés borracho.

—¡Ja, ja! que chistosito, hoy beberé menos Adriana ha venido hoy a la fiesta, pienso invitarla a salir. —Afirmó Marcos arreglándose la corbata.

Marcos bebió una copa más antes de dejar solo a Santiago en el bar que tenían los Mancilla, pidió una copa doble con hielo, había varias parejas platicando, otros amigos sentados en mesas. Él estaba solo disfrutando de su compañía y pensamientos guardados solo para sí mismo. Una figura femenina tomó forma a su lado, llevaba puesto un vestido negro, un poco más alta que él, de cabello rubio y tez blanca, una mujer atractiva para los hombres, sus ojos oscuros se cruzaron con los de Santiago.

—Una margarita doble por favor —la mujer puso su bolso pequeño a su lado—, ¡Que aburrido! —musitó desganada.

—Brindemos por esta fiesta monótona —propuso Santiago levantado su copa mientras le entregaban la margarita.

—¡Salud! ¡Samantha! ¿y tú eres? —la chica extendió las manos.

—Santiago —Él sonrió cálidamente.

Después de varias copas ambos cayeron en una ráfaga de tentaciones insaciables, Santiago se había ido a la casa de Samantha, estaban tan extasiados que él le acariciaba la piel con deseo, arrinconándola a la cama, le hizo el amor salvajemente, los gemidos de Samantha recorrían la habitación oscura, Santiago no se detenía, era un experto satisfaciendo a las mujeres...

Al día siguiente Santiago se había despertado temprano, en cambio Samantha se encontraba durmiendo profundamente. Él se levantó, luego fue a la cocina de ella, antes de irse el preparó unos panqueques y fruta, luego le escribió una nota y se marchó.

¡El pase increíble! Santiago.

Él llegó a su casa directo a la regadera, al salir de la ducha se cambió para ir a la oficina, bajó a la cocina a preparar su desayuno, comenzó a cortar unos tomates cuando accidentalmente se cortó el dedo. La sangre quedó impregnada en el cuchillo, levantó el cuchillo observando su sangre gotear en su punta, algo despertó en él, su semblante tomó una forma macabra riéndose sin parar.

Se fue rápido a la oficina llevando consigo su cámara, apenas y había desayunado, al llegar su jefe estaba parado frente a la oficina de la secretaria.

—Llegas tarde Santiago, tu itinerario de hoy. —Su jefe le entregó una hoja con varios nombres—-, Mañana cerraremos por la mañana, me han informado del funeral de Tania, iremos. Ella era una gran amiga. Será a las diez de la mañana.

—No lo sabía. Gracias por avisar. —La voz de Santiago había cambiado a una voz melancólica. Era un maestro del engaño, tan verosímil que cualquiera le creería con mucha facilidad.

Al entrar al estudio, encontró a Samantha arreglándose el vestido, sus ojos se cruzaron. Ella se mordió la boca provocando una chispa de adrenalina en Santiago. Quiso probar su indiferencia con una actitud cortante, como si ni la conociese en absoluto. La ignoró. Él revisó la hoja dándose cuenta de que era la primera en la lista de la sesión de fotos de ese día. Comenzó con la sesión de fotos, reconoció el bello cuerpo de la chica posar ante la cámara. Hasta las demás mujeres parecían tenerle envidia, ella seguía mirando a la cámara tan provocativa y sensual hasta que el ambiente se tornó tan caluroso como el verano por las playas de la Costa.

Al terminar la sesión ella se acercó a Santiago. Su mirada lo devoraba, no hubo necesidad de matizar siquiera una palabra, puesto que su cuerpo sudoroso explicaba con detalle sus más oscuros deseos.

—He pasado una noche maravillosa —susurró ella a sus oídos—, me hiciste el amor como ninguno, tanto, que me quedaron ganas de ti una noche más.

—No es suficiente para mí —respondió él mordiéndole la oreja.

—¡Quiero más! —insistió ella acercando su boca al cuello de Santiago.

Santiago dio la vuelta cerciorándose de que ellos estuvieran ya solos. Cerró la puerta del estudio y se acercó a Samantha besándola vorazmente, la llevó directo al tocador, sin protesta alguna ella se dejó llevar, su rostro estaba extasiado. La mujer gemía cada vez que el la besaba. La mujer se marchó minutos más tarde de allí satisfecha. Ella le propuso que se viesen más seguido a lo que él había respondido que la llamaría pronto.

La tarde siguió un curso normal, Santiago terminó las sesiones de fotos con dos familias. Luego se marchó a casa. Estaba exhausto, al ingresar a la casa lo primero que hizo fue ir a la nevera por una botella de cerveza, con los pies pesados como rocas, dio pasos lentos y ruidosos, finalmente se sentó en el sofá de la sala a ver un partido de futbol, sin embargo, su mente estaba en otro lado. Sus manos comenzaron a sentir punzadas, no había bastado asesinar a Tania, deseaba más, más, muchísimo más placer. Un deseo incontenible se estaba liberando dentro de él, hace mucho que él no sentía algo tan placentero.

Había limpiado todas las evidencias, tenía una cuartada perfecta, además había inculpado al marido de Tania, por más evidencias que surgieran no sospecharían de él. Pronto saldría de caza de nuevo, ansiaba una nueva presa. Satisfecho de haber burlado a la policía se sentía como un pájaro emprendiendo el vuelo sin restricción alguna a la lejanía...

Al día siguiente se levantó más temprano, salió a correr para aligerar el paso de la mañana. Luego se alistó para el funeral. Se había enterado que la habían velado en un funeral cercano, además de que el cuerpo de Tanía sería sepultado en un cementerio privado. Optó por caminar. Partió de su casa recorriendo el vecindario de casas coloniales, siguió caminando hasta cruzar a la izquierda, tres casas más y llegaría a la funeraria.

Las personas habían llegado más temprano, el salón estaba muy concurrido. Se acercó a darles el pésame a los padres de Tania, minutos más tarde se ofició una ceremonia. El cementerio estaba cerca, la mayoría de las personas caminarían, los ojos de Santiago buscaron a Ian, pero no había señales de él. Eso lo tranquilizó, todo estaba saliendo según lo planeado.

Al llegar al cementerio los llantos se hicieron más fuertes, Santiago observaba a los padres de ella, a él le excitó ese sufrimiento ajeno, apenas y podía contener el placer en su rostro, recordó ese momento en el que apuñaló a Tania, ella rogaba por su vida, mientras que a él le deleitaba ver el rostro de sufrimiento, era un momento ilustre digno de recordar.

Ese día no se presentó a trabajar, había llamado a Marcos para almorzar juntos. Quedaron en reunirse en un restaurante cercano. Estaban en el centro de la ciudad, optaron por comer pizza. Aburridos sin planes para acabar el día decidieron ir al casino por una partida de cartas. Zafiro era un lugar concurrido, la vieja rockola se volvía tan ruidoso con la música jazz y blues de los ochentas. Santiago jamás perdía una partida, por lo que Zafiro era su santuario de triunfos y dinero. Eso le molestaba a Marcos cada vez que apostaban porque él siempre se iba con la billetera vacía.

La tarde se desvaneció junto con el sol en el horizonte. Perdidos en el jugo entre copas y cigarros. La noche había invocado consigo las nubes grises e imperantes como monstruos. Santiago decidió caminar esa noche pese a que una torrencial lluvia amenazaba con ráfagas de aire y estruendos a la lejanía. Estaba caminando cerca de un bar; reconoció el nombre de inmediato, Trópico.

Un prostíbulo concurrido durante las noches. Caminó varios metros lejos del bar inmune a la atracción de los muslos torneados y bustos sintéticos de las prostitutas en varias puertas que no dejaban nada a la imaginación. Al doblar en una esquina se encontró con una mujer de cabello largo y ondulado, llevaba puesta una minifalda; sus piernas delgadas despertaron una humeante sed reprimida, ella dio la vuelta para verlo. Y entonces, un impulso ardió en su interior.

—¿Quieres acompañarme? —preguntó Santiago cambiando el semblante de su rostro.

—Cobro por hora. —Respondió ella acercándose a él.

—El dinero no es problema, espero que puedas saciar mi sed.

La mujer le sonrió poniendo sus brazos entre los suyos. Ella sería su próxima presa. Alguien sin importancia, cualquiera pensaría que una prostituta como ella moriría así. No tendría relevancia. 

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