
CAPÍTULO #5: STRIPPER, SEXY STRIPPER
Sábado en la noche.
Marcelo aún no ha dado señales de vida, pero verdaderamente, llegados a este punto me da igual, yo sé lo que voy a hacer; de aquí en adelante me voy a dedicar a cumplir mis fantasías.
Estoy delante del gigantesco espejo del salón esperando pacientemente a que mi hijo y su chico, que están en la habitación, dios sabrá haciendo qué, bajen y nos vayamos de una vez.
Llevo puesto un top negro de tirante súper finos, combinado con una falda plisada negra con flores blancas, todo a juego con unos tacones de punta fina de 5cm y una gargantilla de plata delgada. Mi pelo está recogido en una coleta, y peinado excesivamente lacio, el maquillaje es el mismo de siempre; sencillo y de labios rojos. Me aseguro de que todo está bien cuando mi hijo viene bajando por la escalera seguido de Dylan, quien me ve y dice:
― Llevas el labial en la bolsa ¿verdad?, porque con lo sexy que estás vas a tener que retocarlo unas cuantas veces en la noche ―Yo sonrío y él agrega en un susurro―, y espero tener el privilegio de quitar el rojo de su boca unas cuantas veces.
― Dylan no acapares, que mamá hoy va a probar los placeres de la carne; la carne sexy y ejercitada de los strippers.
. . .
Entre broma y broma llegamos al club.
El lugar era aún más excitante que el cuarto rojo del dolor de Christian Grey. Nada más entrabas, un moreno de 1.80, fuerte y con todo marcado; desde bíceps hasta paquete, te daba un coctel de bienvenida y te dirigía hacia tu mesa. El sitio estaba completamente decorado en tonos negros y rojos, con luces led que apenas te dejaban ver el suelo.
Todas las mesas se encontraban ubicadas alrededor de una pista, donde en el centro había un tubo de pole dance y una larga pasarela en la que, por lo que puedo suponer, los macizos bailaban sexymente al tiempo que se despelotaban.
El sitio estaba lleno de dioses griegos disfrazados de meseros que te rellenaban la copa antes de que se acabara, y de mujeres y hombres de todas las edades esperando por que empezara la función; algunos hablaban con los meseros como si fueran conocidos de toda la vida, por lo que puedo suponer que deben pasarse aquí sus fines de semanas.
El lugar se apaga completamente y una voz inunda la sala:
― Desde las entrañas del infierno, listos para ponerlos a todos calientes llegan los bomberos que les van a prender fuego. ―Todo mundo se levanta y comienza a vitorear a los chicos que salen vestidos de bomberos.
Son cinco; uno de ellos es un moreno muy parecido al de la puerta, pero este está más fuerte, otros dos son rubios, ambos altos, delgados, muy marcados y con sonrisas encantadoras, otro es trigueño, con el pelo largo y recogido en una coleta, y el que más me llama la atención es un chico de unos 30 años, de piel tostada, cabeza rapada, pinta de macarra y muchos tatuajes. Todos bailan excesivamente bien y aunque intentes no excitarte es imposible, al menos yo no puedo parar de imaginarme en una orgía con los cinco. Joder, mis bragas se empapan solo de pensarlo.
El tiempo pasa más rápido de lo que quiero, y antes de que me dé cuenta el show ya ha acabado, en ese momento descubro que la fiesta va más allá de eso.
Luego del espectáculo un montón de chicos salieron de quien sabe dónde, se juntaron con algunas chicas y se fueron a algunas salas apartadas de las que yo estaba.
Mi hijo y Dylan también habían desaparecido.
Yo estaba en medio del salón como una tonta sin saber qué hacer, me fui a la barra y pedí una copa; ahí me atendió un blanco y rubio dios griego que me recordaba a Jonathan, e inconscientemente lo miré con mis peores ojos, me tomé otro coctel, un cubata y dos gin tonics, ya estaba un poco mareada, no acostumbraba a tomar tanto y al parecer el alcohol te envalentona porque sin pensarlo dos veces le grité por encima de la música al rubito de la barra:
― ¡Oye!, de los chicos que bailaron hace un rato, ¿cómo se llama el de los tatuajes? ¿dónde está?, es que me lo quiero follar. ―Y de pronto comencé a reír a carcajadas, madre mía que libertad; la anti-Macarena, una mujer que pocas veces había visto y que sinceramente no me gustaba recordar; pero como estaba en una etapa de mi vida donde daba por hecho que cuando recobrara la consciencia me arrepentiría, hoy iba a hacer lo que me diera la gana.
― En ese pasillo al fondo, se llama Jairo. ―Me contestó el chico.
Y como una flecha caminé por el pasillo abriendo puertas, riendo y pidiendo disculpas cada vez que interrumpía una escena de sexo desenfrenada, hasta que abrí una puerta blanca totalmente diferente a las demás, y ahí estaban todos desnudos, charlando y riendo, yo me quedé embobada parada en el umbral, mirándolos como si fuera virgen y estuviera viendo por primera vez el cuerpo masculino en todo su esplendor, ¡y vaya cuerpos!
― ¿Pasa algo? ―preguntó el negro con una sonrisa, dejando ver su blanca dentadura.
― Vengo buscando al guapo de los tatuajes, es que me lo quiero follar. ―dije caminando hacia él. Todos se me quedaron mirando y después de unos segundos de silencio incómodo pude ver como Jairo hacía una seña para que se largaran.
― Así que me quieres echar un polvo. ―dijo con una sonrisa, era la combinación perfecta; piel tostada, ojos verdes, cabeza rapada, 1.80 de altura, brazos marcados y cubiertos de tatuajes, un six pack que deseo lamer, piernas torneadas y con muchos más tatuajes que en los brazos, labios carnosos procedentes de su lado latino y lo mejor de todo; manos grandes con dedos largos y muchas venas sobresaliendo de ellas.
Yo me armé de valor, o simplemente me dejé llevar por el grado de excitación que tenía, me abalancé sobre Jairo y lo pegué al tocador que había justo detrás de él, estaba temblando, era claro que no se lo esperara, aunque rápidamente se puso a la altura de la situación, me tomó por la cintura y pegó contra su cuerpo, sentía su respiración en mi cuello al tiempo que me besaba el mismo, yo gemía y con mis manos tocaba su miembro, era enorme y estaba increíblemente duro.
Rápidamente cambiamos de posición, ahora yo estaba sentada sobre el tocador recibiendo las lamidas de ese hombre en mi coño, gimiendo todo lo alto que podía, al tiempo que intentaba prolongar la llegada del orgasmo, estaba a punto de correrme cuando en vez de su lengua sentí sus largos dedos entrar y salir de mí vagina, lo hacía muy rápido, yo no podía aguantar y terminé corriéndome en un sonoro orgasmo mientas contraía los músculos de la vagina y veía la sonrisa de satisfacción en su cara volviéndome a poner cachonda.
La faena vuelve a comenzar, esta vez encima de la silla del tocador; Jairo está debajo y yo encima cabalgándolo con todas mis fuerzas, sintiendo como su pene se entierra en mis entrañas, al tiempo que mi sexy stripper me lame los pezones y me obliga a agarrarlo por el cuello al punto que veo como se queda sin respiración, lo suelto y lo beso con toda la excitación que recorre mi espina dorsal y llega a mis labios y a la punta de mi lengua, la cual juguetea junto a la de mi amante, compartiendo descargas eléctricas de una boca a la otra.
Sus manos me aprietan las caderas al punto de dejarme marca, yo le gimo al oído y le digo todo lo que deseo que se corra dentro de mí, comienzo a cabalgarlo con más fuerza aún, nuestros cuerpos están sudados, mi vagina arde, mi respiración es entrecortada, los pezones me duelen por las mordidas que me propició Jairo minutos antes y mis uñas se aferran a sus hombros al punto de sacarle sangre.
Luego de unos minutos de fuertes movimientos por mi parte Jairo toma mis caderas y mete su miembro todo lo adentro que puede estar, siento como se corre y como su semen inunda mi vagina, yo respiro, lo beso y al sentir los espasmos previos a la corrida masculina me corro al tiempo que araño su pecho y el six pack que tanto me excita. Me quito de encima suyo y con un poco de trabajo me recompongo y antes de salir digo:
― ¿Cuánto es el servicio?
― Al primero invita la casa. ―me dice sonriendo y sin más se pone a hacer sus cosas, yo busco a mi hijo y a Dylan, pero al parecer ya se han ido, llamo al chofer y espero a que me venga a buscar, una vez en el auto pienso en qué me voy a inventar para justificar mis próximas idas al club a follarme a Jairo, pero de algo estoy segura; de que regreso, regreso.
. . .
A la mañana siguiente me despierto tarde y con una resaca con la que no puedo, voy a la sala en busca de un jugo de naranja, pero al cruzar el comedor veo a Marcelo sentado desayunando como si no pasara nada, le miro y en primera instancia no sé qué decir:
― ¿Cuándo has vuelto?
― Anoche, estabas en coma etílico, ni me oíste llegar. ―Esto suena al comienzo de una discusión.
― Salí a tomarme unas copas. ―Podría agregar más cosas a eso, pero mi cabeza iba a estallar y necesitaba salir de esa conversación rápido.
Intenté ignorar a Marcelo todo lo posible con el único objetivo de retrasar la discusión, pero esa pelea era un hecho.
. . .
Estoy en el despacho de casa trabajando cuando de pronto entra mi marido haciendo más ruido del habitual con la intención de provocarme:
― Lo siento, no sabía que estabas aquí... Pero obvio, puedes estar en todas las estancias de la casa, como es tuya. ― ¿Cuánta ironía se puede emplear en una sola frase?, porque Marcelo definitivamente está rebasando los límites permitidos.
― Marcelo no quiero discutir.
― Obvio no, aun no has descansado lo suficiente, zorreaste mucho anoche.
― ¡Hey! Por ahí no paso, yo no estuve zorreando ―Aunque si lo estuve, pero no lo voy a reconocer―. Estuve de copas, mientras mi marido estaba en paradero desconocido.
― Tu no cuentas conmigo para gastar, yo no cuento contigo para viajar.
― Deberías hacerlo porque con el dinero que viajas también es mío.
― ¿Ya empezamos?
― Tu empezaste, da vergüenza que a tu edad hagas estas escenas de adolescente incomprendido.
― ¿Adolescente yo?, pero ¿quién es la que se comporta como una niñata todo el tiempo? Una mujer de 40 años que vive en su mundo de luz y color y no tiene ni la menor idea de lo que pasa fuera de su burbujita, porque papi le dejó una cuenta millonaria y ya se cree que ha hecho mucho.
― ¡¿Pero qué cojones te pasa?! ―dije alzando la voz más de lo normal.
― Que me he dado cuenta que he estado 20 años casado con una princesita inmadura a la...
― ¿A la que qué? ―No voy a dejar que tenga la última palabra en esta conversación, no pienso darle el gusto― A la que conquistaste con tus encantos de madurito sexy con tal de salir de la mierda en donde vivías y agarrarte como una garrapata a la vida de lujos que envidiabas y solo hasta que entré yo en escena no te pudiste permitir. ―le espeté en la cara, se quedó blanco, y debo reconocer que fue un golpe bajo porque son cosas de su pasado que odia recordar y que deben ser como puñales escucharlas salir de mi boca.
Salgo corriendo hacia el cuarto y me siento en la cama, la presión es demasiada, la cabeza me da punzadas y las lágrimas están a punto de brotar de mis ojos. Giro la cabeza y veo en la mesilla de noche la tarjeta del club al que fui anoche, las ganas de ver a Jairo me invaden, tomo el teléfono y llamo al lugar, pregunto por él y me lo pasan:
― Hola. ―Escucho por fin al otro lado del teléfono.
― ¡Hola!... Soy la pelirroja de anoche, la que te... ―Mi tono era de quinceañera enamorada.
― Si, si, recuerdo, ayer no compartí con muchas pelirrojas. ―Podía escuchar su sonrisa a través del auricular.
― ¿Cuánto me cuesta que me vengas a hacer a casa un trabajito? ―Joder, me estaba convirtiendo en una putera, vamos, que era mi padre, pero con vagina.
― 200 euros.
― En 15 minutos te quiero en mi casa. ―Y seguido de eso le di la dirección y él me compartió su teléfono celular para contactarlo en caso de necesitar trabajos posteriores.
Colgué y salí corriendo a darme un baño y cambiarme de ropa, me puse un salto de cama blanco transparente que dejaba ver mis bragas de encaje un poco transparentes también, me retoqué el labial y esperé pacientemente a que llegara.
A los 17 minutos y 30 segundos Jairo tocó mi puerta, y por suerte y satisfacción para todos, sobre todo para mí, Marcelo se había ido a trabajar, o al menos eso decían las señoras del servicio.
El chico estaba consciente de lo que venía a hacer, sin mediar palabra lo tomé por la mano y lo subí a la habitación, lo tiré sobre la cama y mientras buscaba una corbata de mi marido, una de las más caras, podía ver con el rabillo del ojo como el chico se desnudaba a gran velocidad. Me giré hacia él con la corbata en las manos, lo miré y sonreí al tiempo que decía:
― Vamos a jugar. ―Este chico iba a ser mi juguete sexual, e iba a colaborar a quitar el estrés provocado por Marcelo.
Con un extremo de la corbata amarré fuertemente el cuello de mi amante, pasé el resto por detrás de la abertura que había en el cabecero de la cama y con el otro extremo amarré sus manos, tensando la corbata todo lo que pude, así que si movía un poco las manos de la posición en que estaban se ahorcaría, yo me quité las bragas y me dispuse a comenzar la faena.
Me deslicé con destreza hacia su pene, lo tomé con mis manos, lo metí en mi boca y le hice el mejor sexo oral de su vida; lamí su polla y la escupí con toda la clase que tenía, la meneé con mis manos y pasé por mi cara hasta llegar a mi boca y volver a meterlo hasta lo más intrincado de mi garganta, así estuve un rato, sin respirar, hasta que sentí que me ahogaba y que las arcadas se hacían más fuertes.
Mi vagina estaba mojada y verdaderamente necesitaba sentir su polla dura dentro de mí, pero resistí, continué con mi labor oral y al empezar a sentir sus contracciones levanté la vista y lo miré directamente los ojos, estaba sudado, excitado, gimiendo y a punto de correrse en mi boca, no estaba dispuesta a aceptarlo, así que en un rápido movimiento me le subí encima, metí su polla en mi vagina y entre gemidos comencé a cabalgarlo.
Sentía el calor recorrer mi cuerpo y como el orgasmo se acercaba, cabalgué más fuerte y gemí todo lo alto que pude, olvidándome de donde estaba, con quien y sobre todo de que era una mujer casada, solo sentía el morbo, el placer y la deliciosa sensación de su pene entrar y salir de mi vagina, solo comparable con el placer que sentí al jalar sus manos y ver como la corbata se tensaba estrangulando su cuello y quitándole la respiración, tomé su mano y metí su dedo anular en mi boca, lo llené de saliva y sonreí al ver que mi sexy stripper lo hacía también, con la agilidad que me proporciona mi delgadez estiré mi mano hasta la mesita de noche, abrí la gaveta y tomé las tijeras que siempre tenía guardadas ahí, corté la corbata, la zafé de su cuello y segada por la excitación me lancé hacia su cuello haciéndole varios chupones, el chico me tomó por la cintura, me apretó contra su cuerpo y me susurro al oído:
― Así que te gusta jugar, ¿eh? Vamos a divertirnos.
Me puso en cuatro, con el culo en pompa y la cara pegada al colchón, no podía ver lo que pasaba, solo pude sentir como algo comenzó a entrar en mi ano, era demasiado delgado para ser su miembro, pero me causaba un placer inmenso.
Yo gemía fuerte y pensaba que no podía excitarme más, mis ojos estaban cerrados e intentaba evitar la llegada del orgasmo.
De pronto siento como su enorme mano choca con mis nalgas haciendo un ruido sordo y provocando que fuese lo que fuese que tuviera metido en el culo se moviese y destrozara mi estado zen, provocando un orgasmo que recibí entre gemidos intentando no derrumbarme aferrándome fuertemente con las uñas a las sábanas que cubrían la cama.
Pasan unos pocos segundos hasta que medio me recupero, y con eso aún en mi interior comienzo a sentir como su pene empieza a entrar en mí, con cada embestida lo de mi culo se mueve. Siento mi vagina arder por todo el sexo que he tenido, las piernas me duelen de esta posición, las nalgas también me arden por las nalgadas que Jairo me propicia cada dos por tres, tengo los pezones duros y las tetas me duelen, mis gemidos inundan la habitación y mi segundo orgasmo no tarda en llegar, aprieto mi vagina y siento como el semen de mi amante llena mi interior, sale rápidamente y mancha las sábanas, mis nalgas y mis muslos, sonrió y siento como todo el estrés se va con los orgasmos, me acuesto y poco a poco siento como mi respiración se normaliza mientras veo al chico vestirse, me levanto y mientras me pongo las bragas y me compongo un poco miro alrededor de la cama y veo uno de los tacones que ocupé el día que conocí a Jairo, fijo mi vista y me doy cuenta de que está manchado de semen:
― No sabía si tenías consoladores. ―dijo abrazándome por detrás y apretándome las tetas, que aún me duelen producto de la excitación. Yo gimo por lo bajo y doy un respingo cuando en la habitación entra Marcelo.
― ¡Macarena! ―me grita.
Estoy paralizada, no sé qué decir o qué hacer. Veo a Marcelo correr hacia Jairo con el puño levantado, se lo estampa en la cara y de golpe lo tira al suelo, una vez ahí le comienza a pegar con toda la fuerza que conserva a sus 55 años, el chico no puede defenderse y por fin yo reacciono y voy hacia Marcelo, con toda la fuerza que tengo lo giro hacia mí y una vez que estamos frente a frente le estampo una cachetada que le deja mis dedos marcados, su primera reacción es levantarme la mano para pegarme, yo me pongo erguida y le grito:
― ¡Atrévete si tienes huevos! ―No lo hace, no sé si es porque aún queda algo entre nosotros o porque le impongo demasiado.
― Eres una zorra ―me dijo con todo el odio que podía escupir su boca―. Una puta mierda. No sé cómo me pude casar contigo.
― No lo sabes, pues te lo explico ―Y exploté, no quería defenderme o librarme del problema, simplemente necesitaba dejar en claro quien mandaba―. Te casaste conmigo porque soy tan mierda como tú ―le grité repleta de desprecio―. O no te acuerdas que hace 20 años le pegabas los cuernos a tu mujer conmigo y cuando se enteró comparaste probabilidades y decidiste quedarte conmigo que era más joven, más guapa y con una herencia millonaria, y mientras tu vivías una vida de lujos conmigo tu mujer se moría del asco sola, y cuando decidió ahorcarse lo hizo, te avisó y a ti te importó una mierda, ¿por qué?, porque eres un hijo de puta.
― Macarena quiero el divorcio. ―dijo con la voz quebrada, me odio a mí misma porque soy como un gato, en cuanto siento el peligro cerca comienzo a tirar zarpazos a diestro y siniestro, sé que si Marcelo sale por la puerta me voy a quedar sola, pero, aunque eso pase yo quiero disfrutar.
― Vale, mis abogados se pondrán en contacto contigo.
Y Marcelo se fue, con lo puesto, sin recoger nada, pero sin palabras diciéndome que no iba a volver, yo me quedé ahí quieta, pensando si tragarme mi orgullo o ir detrás de él.
― Tranquila, no lo necesitas. ―dijo Jairo sangrando desde el suelo.
― Joder que sigues ahí ―dije lanzándome hacia él y ayudándolo a sentarse en la cama. Voy a por el botiquín de primeros auxilios, le limpio la sangre y le pongo alcohol en la nariz, la boca y la ceja―. Lo siento, no tenías por qué ver esto.
― No pasa nada, estuvo bien ―dijo riendo―. Lo que te recomiendo que busques un buen abogado porque este te va a querer sangrar.
― Lo sé, lo sé ―dije estirando la mano y rellenando un cheque de mil euros―. Toma, por las molestias. ―Jairo vaciló entre aceptarlo o no, pero al final lo tomó y con una sonrisa se despidió.
― Cualquier cosa me llamas, quiero mantenerme al tanto del culebrón que tienes como vida. ―dijo riendo.
Jairo cerró la puerta dejándome sola con tiempo para pensar; pensar en el divorcio, en mi nueva vida, en que a partir de ahora se acabó mi lado sobrio y serio, de aquí en adelante a follar y ser feliz, ya era hora de realizarme como mujer...
¡A vivirla!
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