Descanso
Así fueron de camino y siguieron los caminos, de las piedras talladas y los broches enterrados como fragmentos de anticuaría, y mientras iban a la casa fue que un hombre cabizbajo se dirigió rápida y groseramente al padre de María, sacudiendo su brazo una luz se vio desde la chaqueta, un destello, como luciérnaga plateada amante del ocaso, parpadeaba hacía los tintes de rojo obscuro, cuando la nueva sombra del portentoso invitado le distrajo y la voz templada le acobardo:
- ¿Mi señor está enojado acaso? Si tiene y valora su honor al ser hombre le pido que no sea cobarde y que trate de pensarlo mejor, ¿no en esta ciudad hay mucha niebla? – Mientras el invitado hablaba el extraño tembló y viendo a su alrededor nuevas siluetas bruscamente se fue marcando su camino con traspiés, alejándose hasta desaparecer entre las siluetas, dejando a merced de los ecos de cercanas pisadas, una billetera que hasta entonces no había sido suya, el invitado entonces la recogió entregándosela a el padre de María, las siluetas cambiaban de posición rodeando todo lentamente, a veces siendo sustituidas otras dejando un vacío, el invitado intentaba distinguirlas en bolso el borde de un abrigo, pero nada, todo se turbaba en niebla a los pocos centímetros se veía el vapor del suspirar de las personas alrededor pero ni aun ruido las pisadas no dejaban ecos que las recordaran sino que las angustias hallaban reposo en un ataúd de tranquilidad, así siguieron. Llegando a la casa la niña y la madre les esperaban con ansias y ni siquiera pasaban la puerta cuando comenzaron a hacer preguntas y expresar sus contento. Mientras almorzaban la madre comentaba
-A estado muy bien de su parte venir sin poner excusa, temíamos bastante que no aceptase, esta pequeñita no hubiese dormido entonces ¿sabe usted? Es muy delicada en esas cosas, caprichosa se podría decir. Hablando de usted ¿Cómo se llama? Ha estado todo este rato con nosotros y hemos sido descorteses al no preguntárselo antes.
-No, no se disculpe, mi nombre es Nataniel; Nataniel Hernández.
-Oh, es muy bonito, ya hacía más de treinta años que no oído un apellido como el suyo, creo que fue un turista o alguien tenía un acento ¿Cómo decirlo? Extraño, e igualmente entrañable, pero como comentábamos es algo complicado acordarse de algo que paso hace tanto. Es algo que como le decíamos se va junto con la niebla, como gotitas de atardecer, y no volvemos a saber nada de estas memorias hasta que crecen nuevas. Supongo que será diferente abajo, quiero decir afuera de la ciudad, porque de otra manera, no nos habría usted recordado. Más me pregunto que habrá llevado a su abuelo a irse, más aún cuando tenía familia... ¿Su esposa no se opuso?
-¿Su esposa? Ah, mi abuela, no sabría decirle.
-¿Murió?
-No sé, realmente no había pensado en ello, mi abuelo...probablemente.
- La olvido entonces, salir de aquí es como dejar consumir en fuego lo que se vivió.
-No es así, mi padre me hablo de la ciudad, así pude encontrarla.
-¿Qué os conto?
- Me dijo... La...realmente
-También lo olvidó? Es un lastima, acaso pueda recordarlo si regresa pronto. Verá, la gente en especial la laborista no habla mucho, acaso sea porque muchos de los turnos tienden a ser nocturnos, y a veces nos topamos con notas o diarios que no son nuestros, muchas veces me pregunto ¿porque?
-¿La mayoría trabaja en la noche?
-¿Ah? Sí.. Son trabajos esenciales, suministros, administración.Cosas que la ciudad prefiere guardar en secreto.
-¿Pero porque? No comprendo.
-Porque los suministros, vienen de afuera- y sonrió, esa noche fue tranquila para el invitado, pero la niebla se acumulaba en los vidrios tibios de las ventanas humedeciéndolas como el aliento, no dejándole dormir. Mientras iba hacia la casa de sus abuelos en la mañana, solo recordaba la sonrisa de María con su manecita agitándose por el aire, con su falda azulada y un conejito rosa en su regazo, y empezó a hartarse del gris. La luz se empastaba en las paredes sin dejar alegría en ellas, y su amarillo solo entristecía a las pequeñas varitas verdes, que huérfanas de tiesto, eran llevadas por el viento a morar suaves entre los adoquines, y las grietas en el suelo que dejaban los inviernos, y si Nataniel pudiera verse se molestaría de sí, sintiéndose ridiculizado, cada vez que respiraba la ráfaga húmeda. Lo volvía casi ciego y así había empezado a sacudir los brazos casi desesperado la cabeza empezaba a dolerle casi peor que cuando se había drogado entre los solventes de pintura de su padre.
De repente ante sus ojos brillo un postigo amarillo, volvió a tropezar y quedo arrodillado con las manos en la acera. Como bulto frente a su propia casa. Irguiéndose noto un sobre colgante, arrancándolo cayó sobre su palma una llave roída con textura de aserrín y color indistinguible. Recordaba con cuanto anhelo había deseado ver la fachada, pero hallándola nebulosa emitió algo como un gemido no encontrando la cerradura. Y echándose la llave entre los fardos de su chaqueta, volvió sus pasos a la acera.
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