Acabó
Arrastrando sus suelas contra el suelo ya no se tropezaba tanto había arrancado de entre las hiedras de su casa algo así como un palo, o un fierro. No podría decirlo, pero con él caminaba, y si de alguna ayuda servía, no lo supo, porque pronto se cansó de él y lo echó de su lado.
Una mano firme lo agarró del brazo, la voz del alcalde lo acompaño por un tramo, y muy apropiadamente cuando fue lo conveniente le dejo. Nataniel suspiró, cansado; tenía unas letras en su mano, un trabajo y las palabras del alcalde: Tú tranquilo. Llamo tocando lo que tenía delante de sí. Esperando un rato quedo esperando todavía, más dentro de una sala de espera castaña, tibia y acolchada.
El alcalde le había dicho que le tenía un puesto alto, un salario acaso modesto para él. Pero ya arreglarían las cosas, y sí. Tan fácil como le dijo lo del puesto y lo del asunto monetario, tan fácil como la empresa que lo admitió.
Iba pues paseándose entre el lugar gris, deteniendo riñas e inconvenientes entre los empleados. Sin tener verdaderamente más que hacer. Empezó a hablar cosas de los seres queridos, de las ofensas, de la calma y la prudencia. Cosas que ni él entendía pero sabía decir muy bien, entre sus palabras tan evidentemente dichas acudió sobre Nataniel. Una caja de tremendo tamaño, con cosas dentro que seguro no eran propias de los procesos en la empresa. Una caja muy vejada, humedecida y reseca hasta la fealdad, que le aplasto los hombros y entumió el cuello, dando su cabeza antes que al suelo, en los zapatos de un empleado.
-Una disculpa por la herida, con consideré el peso de lo que tenía dentro. Empezaba a sentir mareos, el cráneo destrozado y la mujer a su lado le insistía en beber el agua. Sería casi una muchacha...Le intento hablar más solo le salían aires aspirados como expiraciones de vida-Vengo a advertirle sobre la amistad que presume usted que tiene con el alcalde, lo tiene vigilado ¿No se da cuenta? ¿No recuerda a su padre? Los turnos de noche, debe cambiarse a los turnos de noche.
Para Nataniel fue toda una sacudida la conmoción, tanto así que respiraba y veía globos de gotitas pardas saliendo de su boca, y volvió a desmayarse. Después de despertarse se sentía mucho mejor aunque la persona que lo atendía término siendo otra. La empresa lo dejo retirarse a su casa, y Nataniel protestando al recordar el asunto de la cerradura, se hizo acompañar de un joven delgado que tomando la llave, la incrusto (nunca sabremos donde) y lo metió a su casa dejándolo sin que nunca hubiese sonado palabra por su voz.
Medito en la enfermera, o lo que recordaba de ella, era tan poca la información...! Se aburría sin internet, se confundía y ya no recordaba ninguna distinción entre el alcalde y el padre de María. María, pobrecilla ¿No había quedado en cenar en su casa? Sería innoble no asistir, más creyó recordar que la puerta enrejada, fuera de su casa se había cerrado por el viento, acaso no había vueltose a cerrar con llave, acaso recordara el camino; pero era tal su cansancio que no atinaba pararse del sofá donde estaba. Terminó subiendo las escaleras y encontrando papel y lápiz armo una carta esperando enviarla. Y no sabiendo que hacer con ella tras haberla escrito se la metió al bolsillo durmiéndose sobre los papeles en que había trabajado. Mañana pediría el cambio de turno ¿Qué otra cosa hacer?
Sobre el teléfono verde cuyo cable no dejaba de enredarse quedo marcado el cambio en su turno. Merodeando en su casa pudo hayar frutos secos, golosinas nada más, pues contenían tanto dulce que lo dejaron hastiado. Bebió agua del fregadero, hasta que no pudo soportar más el óxido que desprendían las tuberías al agua. Vio una linterna y sobre la alfombra jugueteo un rato con ella. La idea de visitar a Maria le volvió, más la neblina del sueño seguía invadiéndolo. Serían las retazos dejados por el golpe de ayer. Dormitando recordó como alguien entro, y muy amablemente se lo llevo a trabajar.
En su segundo día de trabajo, no pasó nada, más que renunció. El dueño pareció consternado, pero lo despidió cordialmente. Solamente menciono que puesto que ya no trabajaba, la empresa ya no le brindaría de los servicios anteriores, es decir, tendría que volver solo a casa. No había más que algunos faroles que alumbraban como lejanas constelaciones el sendero, luces alejadas que la lucecilla de su linterna, medianamente iba uniendo. Nataniel casi se alegró pensando que al menos de noche la obscuridad podía verse. Hubo una ocasión en que tuvo miedo pues, a veces sentía pisadas rozándole, y luego no las volvía a oír. Ocasiones en que se creía solo y caminando un abrigo golpeaba contra él. Así pasaba y tenía miedo, hasta que tropezó. El leñador dejo en el suelo los trozos de madera que traía y lo ayudo a levantarse – Me incomoda esta ciudad- dijo Nataniel levantándose tembloroso
-Como no le va incomodar! –Le replico el leñador- Si aquí nada hace ruido, a esta ciudad le falta algo. A mí no me importa, todas las tardes bajo al bosque y allá es diferente. Pero solo estoy quejándome. ¿Debería callarme verdad? – Nataniel ya no recordó más, porque el leñador se fue en algún momento y con él, el recuerdo de su conversación. Ya amanecía y en esos momentos en que el sol subía la niebla bajaba y se atenuaba. La niebla corría del suelo a más abajo sintiéndose fría y callada, perdido se encontraba asfixiado entre árboles, con los rayos de luz retumbando en su temor. La joven de la empresa, sentada en un tronco caído parecía esperarlo, acercándose a él le dijo:
-No vuelvas a preocuparte por el alcalde, no pretendas ver lo que hay dentro...Ahora es tu culpa, fue tu cobardía, no debiste renunciar.
Llego solo a su casa, vio los cuartos de su mansión, eran hermosos. Cada libro cada dorado en las alfombras, todo era lo que un padre deseara a su familia. Había también algo, un silencio que se esparcía. La enorme fachada le mentía, empezó a remover las cosas, intentando encontrar lo que faltaba. Removía los adornos, le era imposible pensar que algo malo hubiese...y se calmo al encontrar ante sí su ignorancia.
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