7.
Llevaba ya cinco días aquí. Tan solo tenía cinco días más de vacaciones en el trabajo. Hacía una semana, diez días me habían parecido demasiados y, sin embargo, ahora veía el día de mi vuelta demasiado cerca. Y me aterraba. Me aterraba el tener que volver a la ciudad y reincorporarme en esa vida que había logrado construir y que para nada disfrutaba, pero me aterraba aún más el quedarme aquí, en el mismo lugar donde había dejado esa vida que tanto me gustaba pero que ya no existía.
Lo cierto es que entendía el por qué la gente era tan feliz en Valenia. Entendía el por qué muchos de mis amigos y conocidos habían decidido quedarse aquí a pesar de las pocas oportunidades y la monotonía. Había algo en este lugar que una vez que lo conocías, ya no podías olvidar, no podías dejar ir. Era la magia de sus calles coloridas, las sonrisas de las personas en la calle, la luz que parecía brillar de forma distinta, los paisajes, los gatos por las aceras, las luces que se encendían por las noches y las flores, todas esas flores que estaban por todas partes. Y para mi, también estaba la magia en aquel puente donde había besado por primera vez al chico del que me enamoré, el lago donde nos bañábamos desnudos en esas noches de verano con la luna como testigo o el prado de margaritas donde el chico que quería me dijo por primera vez que él también me quería a mi. Ese era el mayor problema con Valenia, que a pesar de su perfección, a pesar de todas las cosas bonitas que había, todas estaban manchadas por las cosas que después sucedieron, por esas personas que se fueran y esas otras que hicieron daño.
Anne viene a medio día para comer. Ha estado viniendo todos los días a la misma hora. Ella sonríe la mayor parte del tiempo que pasamos juntas, como si el simple hecho de que estuviéramos reunidas de nuevo le hiciera feliz.
Me habla de David y su boda y yo aún sigo sorprendida de que vayan a casarse. Un pensamiento egoísta y cruel pasa por mi mente y, es que, no puedo evitar pensar en que tendríamos que ser Tristan y yo. Nosotros tendríamos que haber sido los que planeáramos una boda. Éramos nosotros. No creo que nadie se hubiera querido como nosotros lo hicimos.
De inmediato, me avergüenzo de mi misma y trato de callar aquella voz malvada que en ocasiones se cuela en mi cabeza. Intento sonreír.
-Me alegro mucho por vosotros, de verdad -digo y no estoy mintiendo, por supuesto que no, pero aún así noto un pequeño pinchazo en mi pecho.
Sé que Anne ha hecho un gran esfuerzo por no mencionar a Tristan en ninguna de nuestras conversaciones. No creo que nadie sepa lo que pasó entre nosotros, pero ella intuye que es mejor no hablar de ello.
-¿Tú no tienes ningún chico en la ciudad? No me creo que no hayas estado con nadie en todo este tiempo.
-Bueno, he salido con chicos -admito, recordando a aquellos con los que había compartido cama, algún que otro momento bonito pero que, sin embargo, había olvidado con demasiada facilidad. No había pensado en ninguno de ellos después de que nuestros caminos se separaran y algunos de esos rostros ya aparecían borrosos en mi mente. Resultaba bastante triste. -Pero la verdad es que no ha habido ninguno especial.
Porque ninguno es él, pienso.
Le hablo de Leo y su pedida de matrimonio y ella se ríe al imaginárselo y al mismo tiempo siente lástima al saber que le dejé allí tirado en mitad del restaurante con su familia presente. Y entonces, dice algo que me provoca tanto dolor que me deja durante unos segundos paralizada.
-Solo puedo pensar en lo mucho que tu padre se hubiera reído de haberlo visto.
Anne se ríe pero yo no puedo unirme a ella porque de pronto todo dentro de mi duele y siento como si el aire hubiera abandonado mis pulmones. De un momento a otro, los recuerdos vienen a mi de golpe y son demasiado dolorosos.
-Olivia, ¿te encuentras bien? -me pregunta, pero no la contesto. No puedo contestarla porque en lo único en lo que puedo ahora pensar es en la risa de mi padre y eso al mismo tiempo me lleva a la eterna sonrisa en los labios de mi madre, en la manera en la que ellos a veces se miraban y simplemente se sonreían sin ningún motivo, tan solo por tenerse cerca. Son demasiadas las imágenes que vienen a mi cabeza. De ellos. De nosotros. De esa noche en la que me dijeron que se habían ido, de esos días que siguieron, del momento en el que abrieron sus ataúdes para despedirme por última vez.
Trato con todas mis fuerzas de apartar aquellos recuerdos, de alejarlos de mi de la misma manera en la que lo he estado haciendo durante años. Pongo un muro delante de éstos, delante de todos esos momentos y finjo que nunca han sucedido. Lo he estado haciendo todo este tiempo pero esta vez cuesta más.
-Olivia, ¿qué ocurre? -vuelve a preguntar Anne y siento como se acerca a mi.
Cierro los ojos un momento y me pongo seria, centrándome más en ese muro que bloquea todos los recuerdos. Cuando por fin siento que me he tranquilizado un poco, que los rostros de mis padres son ya tan borrosos que apenas logro reconocerlos, hablo.
-Preferiría que no hablaras de ellos -contesto y mi voz suena tan fría que incluso me sorprendo.
Anne me mira confusa.
-¿De tus padres? Yo no lo hacía con mala intención, sólo...
-No quiero que hables de ellos, Anne.
-Pero, ¿por qué no? No lo entiendo, Olivia. Eran unas personas muy importantes para mi y creo que recordarlos...
De nuevo, no la dejo terminar. Me levanto de la silla y recojo ambos platos de comida que aún no hemos terminado. Los lanzo al fregadero bajo la incrédula mirada de mi amiga.
-Creo que deberías irte -le suelto, y ni si quiera sé muy bien que estoy haciendo. No entendía el por qué la estaba tratando tan mal o el por qué mi pecho ardía de esta forma, ni por qué estaba deseando llorar. No sabía por qué de pronto me encontraba tan enfadada, rabiosa y sobre todo triste. -Por favor.
Anne sigue mirándome pero no dice nada. No rechista y tampoco intenta discutir, simplemente se levanta y comienza a alejarse de mi.
-Sé que lo que te pasó fue duro, no te lo merecías y ellos tampoco... pero esta no es la manera, Olivia. Ellos no hubieran querido esto, no hubieran querido que los enterraras aún más de lo que ya están-, habla de una manera firme, dañándome aún más por cada cosa que sale de sus labios.
-Anne, por favor, vete. -le suplico, y sin embargo, una parte de mi desea que ella no lo hiciera, que se acercara a mi y que no hablara, que simplemente me diera un abrazo. Pero Anne no puede leer mi mente así que tan solo asiente y se da media vuelta para así salir de mi casa.
Escuché unas últimas palabras de su parte antes de cerrar la puerta.
-Han pasado cinco años, Olivia. Creo que es hora de pasar página.
Sólo entonces cuando me quedo sola es cuando me derrumbo. Anne ha logrado hacer una grieta en ese muro que había construido, ese que me mantenía a salvo del pasado y ahora ya no puedo repararlo. Tiro éste como si de un castillo de naipes se tratara y veo todo, recuerdo todo y veo a mis padres con tanta claridad que me destroza, porque todo este tiempo he hecho como si ellos no hubieran existido, como si nunca los hubiera tenido y de esa forma tampoco los hubiera perdido. No había visto sus fotos, no había dejado que mi tía hablara de ellos, no me había permitido nada que pudiera hacerme recordarlos porque, sabía que en el momento en el que lo hiciera, el dolor sería tan grande que apenas podría soportarlo. Y es lo que pasa ahora; apenas puedo soportar esa herida abierta que ya había dentro de mi pero que ahora ha comenzado a sangrar.
Y horas más tarde, cuando creo que ya me he quedado sin lágrimas, decido ir a buscar a Anne para disculparme. No se merecía ser tratada de esa forma, no cuando lo único que ella ha hecho es ser amable conmigo, mostrarme cariño.
Me dijo que seguía viviendo en la misma calle que siempre, solo que ahora en la casa de al lado, con David. Sigo conociendo el camino de memoria y mientras me dirijo hacía su puerta, tan solo puedo pensar en lo que podía decirle una vez que la tuviera delante. Quizás debería darle la razón, decirle que nunca pasé página. Quizás tendría que hacerle saber que la única razón por la que había sido una cabrona, era porque llevaba años sintiendo una profunda tristeza y que, sin explicación alguna, lo había pagado con ella. Tendría que decirle que quería tanto a mis padres que la única manera de haber logrado salir adelante sin ellos había sido borrándoles de mi memoria, que aquello había hecho el pasar de los días algo más soportable. Quizás también tendría que disculparme no tan solo por lo que había pasado hace unas horas sino también por lo que ocurrió hace años cuando me marché sin decirle adiós, no contesté ninguna de sus llamadas y simplemente la borré de mi vida.
Las calles están algo vacías. Anne vive casi a las afueras; cuarenta y cinco minutos a pie separaba su casa de la mía. Vivir en un pueblo pequeño había hecho acostumbrarme a ir de un lado a otro caminando pero el vivir en la ciudad, donde el transporte público era tan frecuente, había provocado que mis piernas se debilitasen. Ni si quiera llevo tanto tiempo caminando y ya estaba agotada.
Es entonces, cuando salgo del estrecho callejón que siempre usaba como atajo, cuando veo que hay algo distinto, algo que antes no estaba allí. En la acera donde tan solo hay unas cuantas casas y muchos árboles, destaca sobre todo por su color turquesa. A simple vista la hubiera confundido con una casa de empinado techo pero cuando me acerco más veo que se trata de un restaurante. Y quizás, el lugar no me hubiera llamado tanto la atención de no haber sido por las flores lilas que rodeaban las ventanas. Eran las mismas que llevaba tatuadas en mi espalda, las que Tristan eligió para mi.
Brezos.
Por supuesto, no significaba nada. Aquella era un flor común. Él no las había inventado. Pero, como con todo lo que me recordaba a él, hizo que me parara durante un momento, sintiendo cosas que no debería de seguir sintiendo.
Decido entrar en el restaurante. No puede llevar más de cuatro años aquí; se veía cuidado, limpio y era bonito, muy bonito. Sin embargo, una vez dentro, siento el lugar extrañamente familiar, como si hubiera una parte de mi allí. Y entonces, lo comprendo. Lo veo. Noto como se acelera mi corazón y doy otro paso hacía adelante, adentrándome un poco más en ese pequeño salón de paredes beige y muebles de madera oscura. Aquel lugar parecía gritar un nombre, el de Tristan, y al mismo tiempo también gritaba el mío. Juntos.
Sigo mirando sus paredes, o mejor dicho, lo que hay colgadas en éstas. Hay decenas de cuadros, dibujos que yo conocía muy bien, unos que yo misma había pintado años atrás. Había de de distintos tamaños, con distintos significados, de distintas etapas de mi vida, pero todos dedicados a una persona.
-¿Los has pintado tú? -me preguntó Tristan mientras pasaba las páginas de la libreta que tenía entre sus manos. Se la quité con rapidez y la guardé tras de mi.
-¿A ti nunca te han dicho que no debes mirar las cosas privadas de la gente? -le regañé, pero aún así, él sonrió. Estábamos en mi habitación, le iba a dejar otro libro para leer.
-No es mi culpa si no sabes guardar bien tus cosas privadas, Olivia -respondió, dando un paso hacía mi -. Venga, déjame verlos.
Seguí negándome, aún con la libreta escondida tras mi espalda. Él se volvió a acercar e intentó alcanzarla, rodeando con un brazo todo mi cuerpo, estando de pronto muy cerca de mi. Yo seguí resistiéndome a que la alcanzara y él siguió sin rendirse, rodeando ahora con sus dos brazos mi cuerpo mientras yo me retorcía entre risas, tratando de liberarme de su agarre. Al final, de alguna forma acabé arrinconada contra la pared, mi espalda golpeando ésta, la libreta ya estaba a disposición de Tristan quien se encontraba con sus dos manos apoyadas en la pared, a cada lado de mi cara, impidiendo que me alejara. Yo no quería alejarme.
-Eres insoportable -le dije mientras seguíamos mirándonos, con nuestros rostros muy cerca.
-Y tú eres preciosa.
Alejo el recuerdo y trato de alejar también la tristeza que éste me trae. Sigo mirando las paredes, aquellos dibujos que una vez dibujé. Alguien se había tomado la molestia de encontrar un cuadro para cada uno de ellos, pero ¿qué hacían aquí? ¿Quien los había colgado? Todas las preguntas me llevaban a una sola persona pero seguía sin encontrarle el sentido... ¿qué relación tenía Tristan con este lugar?
Una mujer bajita que no conozco está tras la barra. Me acerco a ella y tras un saludo educado por ambas partes, le pregunto:
-Esos cuadros que hay en las paredes... me gustaría saber si sabe quien es la autora de éstos -finjo cierto desinterés, como si aquel lugar no me estuviera asfixiando con todos los recuerdos que aquellas paredes contenían.
-Lo cierto es que no tengo ni idea -admite ella -.Ya estaban aquí cuando yo entré a trabajar. Lo único que puedo decirle es que no están en venta, ya varías personas han tratado de comprar alguno pero se me prohibió venderlos.
Aquello me deja aún más sorprendida.
-¿Alguien ha intentado comprar los cuadros?
Ella asiente.
-La verdad es que son muy bonitos. Yo le dije a Nathan que sería una buena idea, quiero decir, ¡sería más dinero! Pero bueno, el chico ya dijo que de ninguna manera. Ni por todo el dinero del mundo fueron sus palabras. Al final tuvimos que hacerle caso porque, al fin y al cabo, los cuadros son suyos.
No me sonaba el nombre de Nathan pero mi pecho dolió un poco cuando habló de aquel chico. Porque tan solo había un chico que había tenido esos dibujos.
-¿Trabaja aquí ese chico?
-¿Tristan? ¡Pues claro! Él fue quien ayudó a Nathan a decorar este lugar. Trabaja sobre todo por las noches en la cocina y alguna mañana. Muy buen chico, un poco serio y algo triste, diría yo, pero muy bueno.
Tristan.
No entendía nada. ¿Por qué había colgado él mis dibujos allí? Siempre había pensado que lo más probable era que todos éstos hubiesen acabado en la basura, que los hubiera desechado de la misma forma que él hizo conmigo. Pero los había conservado y no solo eso sino que les había dado un lugar.
-Eres muy buena, Olivia. - me dijo una vez que terminó de ojear la libreta que, al final, me había robado. Yo tenía mis mejillas sonrojadas, no sé si por los cumplidos o por los besos que habíamos intercambiado. Estábamos ahora sentados frente al lago mientras él seguía mirando mis dibujos como si fueran la cosa más fascinante que hubiera visto, como si él mismo no fuera un artista también.
-Bueno, tú también eres muy bueno, Tristan.-le hice saber y vi como su mirada entonces se iluminaba un poco mientras cogía una pequeña margarita del suelo y la posé entre sus rizos despeinados. Tiempo después descubrí que él no estaba acostumbrado a los cumplidos, que pocas veces había recibido buenas palabras. Me encantó verle así, me encantó esa expresión en su rostro, tanto que tuve que inmortalizarla. -Quédate ahí. No te muevas.
Le quité la libreta de su regazo y pasé a una hoja en blanco. Entonces, mis dedos se movieron con rapidez y mi vista iba del papel a él. No sé cuanto tiempo tardé, no debería de haber sido mucho. Una vez que terminé, arranqué la página y se la di.
-Para ti. -le dije y él no habló durante un momento. Durante un instante temí que no le hubiera gustado pero entonces, él mostró la más radiante de sus sonrisas y me miró, de nuevo con esa luz, con esa felicidad que pocas veces él sentía. Creí que me iba a besar una vez más, quise que lo hiciera, pero en su lugar hizo algo mejor y es que simplemente me sostuvo la mano, la apretó con fuerza y así nos quedamos, con mi cabeza apoyada en su hombro. Siempre he creído que puedes encontrar arte en cualquier lugar, en cualquier escena, y en aquel momento sentí el arte que había en sostener la mano de alguien.
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