20
Aún me quedaba suficiente dinero en el banco para vivir sin preocupaciones durante al menos tres meses. No gastaba mucho dinero aquí. Podía ir a todos los lugares andando, el café era barato y mucho más bueno que aquel que tomaba cada mañana en la ciudad. No tenía que pagar alquiler, el resto de los gastos eran pequeños y Joe se empeñaba en darme de comer cada día así que tampoco gastaba mucho dinero en comida. Pero no tenía ropa. Había venido con una pequeña maleta cargada de antiguos vestidos, vaqueros y camisetas que ya había repetido más de una vez. Los días eran cada vez más fríos y el invierno no tardaría en llegar y, aunque estos no eran tan fríos como los de la ciudad, sabía que no estaba preparada para éste. Ni si quiera tenía una chaqueta que abrigara lo suficiente.
Así que aquí me encontraba, en la tienda de Anne, buscando algo que comprar.
La cara de mi amiga se había iluminado al verme entrar por la puerta y rápidamente se había ofrecido a sacar las mejores prendas que tenía, aunque estaba claro que no coincidíamos en gustos. Ella prefería los colores más vivos y estampados llamativos, mientras que yo tiraba más por los colores neutros y básicos.
-El verde es tu color, Olivia. Resalta aún más tus ojos -me asegura mientras me pasa un jersey de ese color que, para mi sorpresa, no está nada mal.
-Tengo que decirte que me esperaba tu tienda de otra forma. Es muy bonita.
-Creías que solo vendería ropa para abuelas, ¿no? -adivina ella, con los ojos entrecerrados y sonrió un poco de manera culpable porque, en realidad, si que lo creía. Pero es todo lo contrario; es moderna, grande, llamativa.
Anne sigue pasándome más y más ropa, como si de verdad fuese a comprar toda, y yo me pruebo cada prenda, incluso la que no es para nada mi estilo. Salgo del probador con modelos nuevos, haciendo que en ocasiones ambas riamos al ver lo malo que es el resultado, pero luego hay otros momentos en los que Anne me halaga y yo simplemente me dejo convencer, disfrutando del momento.
-Me alegro de que sigas aquí. No creí que aguantarías tanto.
-Yo tampoco -admito, mirando mi reflejo. Llevo puesto un vestido largo con flores. -Creo que este es mi favorito.
-Te queda muy bien -dice ella y sé que está siendo sincera por la manera en la que me está mirando. -Te has quedado por él, ¿no?
Ahora la miro a ella. Supongo que no esperaba el cambio de conversación, ni mucho menos lo directa que estaba siendo. Sé que está hablando de Tristan pero no tengo ni idea de que decir, pues no creo tener clara la respuesta.
-No lo sé. Quizás. Supongo que él ha sido una de las razones.
-¿Te gusta?
-¿A qué te refieres con si me gusta?
-Pues me refiero a que si te gusta Tristan, Olivia. No creo que sea una pregunta muy difícil.
Pero si que lo era. ¿Me gustaba Tristan o lo que me gustaba era la versión de él que recuerdo, aquella de la que me enamoré una vez? ¿Te podías enamorar dos veces de la misma persona? Pienso en todos los chicos que he conocido en todos estos años, en lo poco que han significado para mi, en la manera en la que Tristan siempre lograba colarse en mi mente. Quizás había personas que estaban destinadas a querer a tan solo una persona durante el resto de su vida. Porque lo cierto es que no me veía con otra persona que no fuera él, pero tampoco creía que pudiéramos estar juntos. No después de tanto tiempo.
-Me gusta estar con él. Me gusta como me siento cuando estamos juntos -respondo y tan un pequeño silencio, acabo confesando: -y quizás me guste él. Quizás me guste siempre.
-Lo dices como si fuera algo malo.
-Es que suena como si siguiera anclada al pasado. Parece que no puedo superar al chico del cual hace cinco años del que me separé. Es absurdo.
-Yo no creo que sea absurdo, Olivia.
-De todas maneras, no importa. Quizás si todo hubiera sucedido de una manera distinta... quizás entonces podríamos haber hecho algo -vuelvo a mirarme al espejo y trato de sonreír. Necesito sonreír. Necesito que sepa que estoy bien, que en realidad no me afecta. Y noto que ella está a punto de decir algo más así que vuelvo a hablar -. Voy a probarme esa falda de allí.
Tras eso, no volvemos a mencionar a Tristan, ni mis sentimientos. Simplemente me limito a hablar de la ropa.
Cuando entro en el restaurante, Rita está tras la barra y ella sonríe nada más verme y en cuando paso por su lado, me da un fuerte abrazo. Rita siempre abraza a todo el mundo al saludarlo y lo cierto es que me gusta; son de esos tipos de abrazos que durante un instante hacen que te sientas bien.
-Hoy he hecho tarta de calabaza. Te va a gustar.
-Entre tus dulces y los platos de Joe, siento que voy a salir de este pueblo rodando -le digo, pero aún así agradecida por ello. -Estoy deseando probarla.
Alguien sale de la cocina y entonces veo a Tristan, que lleva puesto un delantal blanco y el pelo negro le cae por la frente dándole cierto aspecto salvaje y despreocupado lo que hace que durante un instante sienta que me falta el aliento. Me parece increíble la manera en la que siempre luce tan bien sin apenas intentarlo. Incluso ahora, después de horas de trabajo en la cocina, sigue estando guapo. Es injusto. Y es aún más injusta la sonrisa que él esboza al verme, porque al verla tan solo puedo pensar en la pregunta de Anne y en lo obvia que me parece la respuesta ahora que lo tengo delante.
Él se echa el pelo hacía atrás con la mano, aún mirándome.
-Ya has llegado -dice y sus ojos parecen brillar un poco.
Ambos pasamos a la salita tras la cocina, donde Miles ya nos está esperando.
-¡Ya era hora! Me muero de hambre -suelta él al verme.
-¿Por qué no habéis empezado a comer sin mi?
-No podemos empezar sin ti, Olivia. Ya eres una de los nuestros -responde Miles con cierto dramatismo y, tras una ligera pausa, acaba confesando. -Bueno, en realidad, ha sido Tristan el que me ha obligado a esperar. No te lo tomes a mal, yo también quería esperarte, pero es que hoy, justamente, me muero de hambre.
Río un poco sabiendo bien que no hay día en el que él no se muera de hambre.
Miles se dirige a la cocina para ir trayendo los cubiertos y es en el momento en el que Tristan y yo nos quedamos solos, cuando él vuelve hablar.
-Te queda bien el color verde -me está mirando de esa forma que tan solo él sabe hacer, de esa en la que me hace sentir que le gusta todo lo que ve, incluso lo malo -. Estás muy guapa.
Siento un ligero cosquilleo en mi estomago. Me había puesto el jersey que había comprado a Anne esta mañana y, ante las palabras de Tristan, agradezco mentalmente a mi amiga por escogerlo. No es que necesitara su aprobación, pero el hecho de que Tristan pensara que estaba guapa... bueno, era algo que me gustaba. Que me ponía contenta.
-Gracias -respondo, tratando de controlar la estúpida sonrisa que amenaza con formarse en mis labios -. A ti te queda muy bien el look de cocinero.
Él se ríe y yo disfruto de su risa. Tiene un cigarrillo tras la oreja. Un pendiente de aro. El pelo revuelto. Y sus ojos marrones siguen puestos en mi.
Cuando nos sentamos en la mesa, los dos no podemos dejar de lanzarnos miradas, miradas de complicidad, como si estuviéramos escondiendo un gran secreto al resto del mundo. Noto su pie golpear el mío de vez en cuando por debajo de la mesa, haciendo que reprima una sonrisa. Sin embargo, él sonríe de manera amplía.
Unos minutos después, aparece Joe por la puerta y se dirige a mi.
-He pensado que mañana podríamos empezar nuestras lecciones de cocina. ¿Te viene bien?
Sonrío de inmediato. Lo cierto es que cocinar nunca ha sido algo que me gustara pero el hecho de que eso signifique pasar más tiempo con Joe me emociona.
-¡Perfecto! Estoy deseando -le respondo, siendo totalmente sincera. Noto la mirada de Tristan en mi y sé que está sonriendo.
-Quiero ser la primera persona en probar un plato tuyo -me pide.
-¿Estás seguro de eso? No creo que el resultado sea muy bueno.
-No importa. Seré el primero.
-Yo seré el segundo -dice Miles, levantando la mano -. Primero tengo que ver si Tristan logra sobrevivir.
Joe le tira un trozo de pan que le da justamente en la cara y sonríe.
-Cállate. Olivia lo hará genial.
-Entonces, podrás contratarla -sugiere, pues Miles parece tener una obsesión con que yo termine siendo parte de la plantilla del restaurante.
Y Joe tan solo sonríe y al mirarme, guiña un ojo y yo también le sonrío. Desde la conversación que tuvimos el otro día, siento como si ambos estuviéramos más cerca el uno del otro. Como si se hubiera formado una amistad, de esas que te hacen bien, que sacan una mejor parte de ti. De esas amistades que encuentras sin pretenderlo, cuando no estabas buscando nada pero que terminan significando tanto.
Al salir del restaurante, Miles se despide de nosotros. Ha quedado con un chico y es probable que pase la noche fuera de casa.
-¿Tú no tienes ningún plan esta noche? -le pregunto y quizás tan solo estoy alargando el momento para no despedirnos. Quizás tan solo quiero que me diga que su plan es estar conmigo.
Y, como si de alguna forma él hubiera podido leer mis pensamientos, responde:
-Había pensado que quizás podríamos hacer algo nosotros. Si quieres, claro.
-Sí. Me parece bien -contesto, tratando de disimular lo mucho que en realidad me apetece, porque Tristan no tiene ni idea del cosquilleo que siento en mi estomago, ese que tan solo aparece cuando estoy con él.
Comenzamos a caminar y me pregunto si él es consciente de que estamos muy cerca el uno del otro, de que no es necesario que nuestros hombros se toquen mientras avanzamos, pero ninguno se aleja.
Son casi las diez de la noche y la lluvia que ha caído esta tarde ha hecho que el ambiente se sienta ahora húmedo.
-¿Tienes frío? -me pregunta.
-No.
-Olivia, acabas de tener un escalofrío
-Eso es mentira.
-¿Por qué no quieres admitir que tienes frío? -vuelve a preguntar, divertido.
-¿Por qué quieres tú que admita algo que no es verdad?
Y entonces, como si mi cuerpo quisiera cachondearse de mi, vuelvo a tener otro escalofrío. La verdad es que me estoy congelando y eso tan solo hace que él parezca más divertido.
-Olivia, tienes frío.
-Cállate, Tristan.
Tras eso, siento como él agarra mi mano. Su toque es suave pero al mismo tiempo firme, lo suficiente para hacer que me pare en seco, y estoy tan desconcertada por su agarre, pero al mismo tiempo tan agradecida por éste, que durante un momento siento como mi propia voz me ha abandonado por completo y no soy capaz de pronunciar palabra alguna. Es tan solo en el momento en el que me suelta cuando siento que mi cuerpo vuelve a reaccionar con normalidad.
Veo a Tritan delante de mi, quitándose la sudadera negra que llevaba puesta y ofreciéndomela.
-No voy a ponerme tu sudadera -le aviso, pero lo único que recibo por su parte es una amplia sonrisa acompañada de unos ojos en blanco.
-Cállate, Olivia -suelta, repitiendo mis antiguas palabras, y antes de que pueda hacer o decir algo más, él se acerca a mi con la sudadera aún en su mano y, sin previo aviso, la mete por encima de mi cabeza.
Sé que me ha despeinado por completo, que mi pelo está pegado a mi rostro y que esa sudadera me queda tan grande que casi parece ridículo, pero también sé que me estoy riendo, que estoy soltando una gran carcajada mientras meto mis dos brazos por las mangas. Y también le oigo reír.
Así que termino con su sudadera el resto del camino, aspirando su perfume y sintiendo su mirada cada ciertos pasos. Noto mis mejillas sonrosadas y él tiene la nariz colorada por el frío pero él no se queja a pesar de seguir en manga corta.
Llegamos a su casa y lo cierto es que no hay otro lugar donde preferiría estar. Su piso era el único sitio que no guardaba ningún recuerdo, que no estaba abarrotados de momentos ya vividos y perdidos. En su casa tan solo habíamos estado nuestras versiones actuales, las de ahora y podía parecer una tontería pero por un instante se sentía como si fuéramos dos personas conociéndose de nuevo.Sin embargo, quizás en un futuro miraremos los ya recuerdos creados aquí con la misma tristeza que ahora sentimos con los anteriores. Quizás Tristan y yo tan solo podamos vivir de los recuerdos.
-¿Eso es marihuana? -le pregunto al fijarme en la bolsita verde que hay justo al lado de la televisión.
Los ojos de Tristan se abren demasiado durante un instante y después, se echa a reír mientras niega con la cabeza.
-El imbécil de Miles se la ha dejado -responde.
Me quedo un momento en silencio y entonces le miro con cierta picardia y noto como una traviesa sonrisa se ha formado en mis labios.
-¿Crees que a Miles le molestaría si cogemos un poco?
-¿Quieres fumarte un porro ahora, Olivia? -pregunta, claramente sorprendido pero también divertido.
-No sé. ¿Por qué no?
-¿Quieres que te recuerde como acabaste la última vez que fumaste marihuana? -suelta, y entonces parece recordar que hemos pasado cinco años separados, por lo que añade: -Conmigo, quiero decir.
-Esa fue la primera y última vez que fumé. Y sí, recuerdo que acabé vomitando con tan solo una calada -escucho la risa de Tristan, probablemente recordando aquella vez en la que decidí fumar por primera vez y acabó tan mal que acabé el resto de la noche con nauseas y la tripa revuelta. Tan solo dormí -. Tenía diecisiete años. Estoy convencida de que ahora aguantaré más.
-¿Llegarás a la segunda calada sin vomitar? - Se estaba riendo de mi pero no me importaba. Me sentía bien.-¿Estás segura? -me pregunta antes de coger la bolsa y yo simplemente asiento.
Ni si quiera sé por qué tengo tantas ganas de fumar ahora. Puede que fuera un simple capricho que se había formado nada más ver aquella bolsa en el mueble. Pero él me sigue la corriente y rápido descubro que fumar no es algo nuevo para él.
Siento algo de mareo al principio pero entonces, de un momento a otro, mi cuerpo parece relajarse. Me siento ligera, extraña, como si de repente nada importara. Tristan y yo nos hemos sentado en el suelo, encima de la gran alfombra marrón que hay en el suelo. Nuestras caras están una junto a la otra pero nuestros cuerpos están situados de manera opuesta.
Vamos intercalando las caladas; él me lo pasa a mi y luego yo se lo paso a él. Expulsamos el humo. Nos reímos demasiado de cosas que quizás no tienen tanta gracia y chocamos nuestras frentes cada cierto tiempo. Tristan está tan guapo que siento ganas de besarle, pero sé que no voy a hacerlo porque, si lo besara, no me recuperaría nunca.
-¿Sigues tatuando? No te lo he preguntado en todo este tiempo -le pregunto. Él ha puesto un vinilo y la música de los años 80 inunda el salón. Sé que es el tocadiscos de mi padre y aunque antes quizás me hubiera entristecido eso, lo cierto es que ahora me relaja. Me da cierta paz.
-De vez en cuando. En este pueblo es bastante difícil ganarse la vida con ello -responde y da otra calada. Él gira la cabeza y me mira. -¿Tú sigues dibujando?
-De vez en cuando.
-Quizás debamos de tener una de nuestras sesiones de dibujo.
Sonrío de inmediato. Nuestras sesiones de dibujo consistían en tardes enteras, casi siempre al aire libre en nuestro campo de flores, con nuestros cuadernos, uno frente al otro. Siempre terminábamos con la mitad del cuaderno completo, a veces con dibujos que no merecían la pena, otras tantas con creaciones que nos hacían sentir orgullosos.
Eran momentos simples. Bonitos. Llenos de magia. Y cuando algo ha sido tan perfecto, daba miedo volver a repetirlo. Me daba miedo que, al volver a hacerlo, la magia ya no estuviera allí. Que quizás ahora nuestros cuadernos siguieran en blanco durante horas.
A veces, hay que dejar las cosas como están. Pero,en mi caso, cuando se trataba de Tristan me era imposible. Así que, aún sonriendo, respondo:
-Me encantaría.
Una canción termina y otra comienza y nosotros seguimos fumando. He comenzado a tararear la melodía cuando oigo que Tristan vuelve a hablar.
-Nunca me has hablado de él -suelta y su voz parece diferente; más sería, más ronca, más triste. Como si ni si quiera hubiera querido decir aquello, como si se hubiera obligado a si mismo a ello.
Sin embargo, no consigo averiguar de quien está hablando.
-¿De quien? -pregunto.
-Del hombre con el que te vas a casar -suelta y siento una ligera presión en el pecho.
Joder.
Está hablando de Leo. Yo misma le dije que iba a casarme. Le mentí aquel día tan solo para hacerle daño, porque nunca pensé que volvería a estar tan cerca de él. Y ahora tenía dos opciones; o seguir con aquella mentira o simplemente decirle la verdad, por muy vergonzosa que ésta fuera.
Por un momento, contemplo la idea de mentirle. Quizás era lo más fácil.
-No sé... ¿cómo os conocisteis? -pregunta ante mi silencio -. ¿Estás enamorada de él?
Y entonces sé que, ante aquella pregunta, tan solo puedo decirle la verdad.
-Me lo inventé -respondo, mirando al techo y deseo que él no me esté mirando para que así no sea consciente del calor en mis mejillas. -No voy a casarme. Quiero decir, es cierto que me lo propusieron. Fue Leo, un chico con el que estuve saliendo poco antes de venir aquí. Pero yo le dije que no.
Durante unos segundos, él no dice nada. Tan solo hay silencio. Y después, se echa a reír. Noto como su cuerpo se sacude y sus carcajadas inundan el salón. No sé si se debe al efecto del porro o a lo que le acabo de decir pero yo también acabo uniéndome a su risa, tampoco sin saber muy bien cual es el detonante de éste. Y mientras nos reímos, siento notar en ambos un ligero alivio.
-Joder, Olivia. No puedo creer que te lo inventaras. Y sí, lo conseguiste; me dolió, ¿sabes? Me dolió tanto... -dice, pero él sigue riéndose -. Ahora tienes que contarme la historia, ¿de verdad le dijiste que no?
Le cuento todo lo de Leo. La pedida de mano en el restaurante. Su familia. Las miradas de todo el mundo. La manera en la que salí corriendo. Y él ríe y ríe , tal y como sabía que haría. Y yo río también con él, pidiéndole perdón a Leo en mi cabeza.
-¿Cómo se le ocurrió pedirte matrimonio de esa forma? Está claro que no te conocía -asegura, como si él si lo hiciese. Y quizás, así era.
-Ahora sé que nunca hubiese salido bien. Pero durante un instante, pensé en decir que si, ¿sabes? Pensé que si decía que sí... bueno, dejaría de estar sola, tendría una familia. Que quizás era la última oportunidad que tenía -vuelvo la cara hacía él, que ya me está mirando. -Pero entonces... pensé en ti. Tu cara se me vino a la cabeza y... no pude hacerlo. Salí corriendo.
Ni si quiera sé por qué he decidido decirle esto. Ni si quiera sé que respuesta espero obtener por su parte. Pero tenía que decírselo. Quería que lo supiera. Y ya era tarde para dar marcha atrás.
-No sé en que tipo de persona me convierte el decir esto pero... me alegro de que no vayas a casarte, Olivia.
Con su dedo meñique busca el mío y cuando lo encuentra, lo entrelaza. Y sigue mirándome. Y yo también lo miro a él. Nuestras frentes casi se están tocando. Estamos tan cerca que tan solo haría falta un sutil movimiento para que nuestros labios se reencontrasen.
-Yo también me alegro de no casarme.
Tras eso, lo noto. Su mirada se ha dirigido a mis labios y nuestras narices se encuentran con la del otro. Sé que va a besarme y también sé que deseo que lo haga, que es lo que más deseo.
-¿Estás a punto de besarme por qué vas colocado? -le pregunto, casi entre susurros.
-No, Olivia. Si estoy a punto de besarte es porque deseo hacerlo desde que te vi aquel día por la calle -responde, con la voz ronca.
Los latidos de mi corazón van tan rápido que temo que éste vaya a salirse de mi pecho y un agradable cosquilleo recorre cada parte de mi cuerpo, que de pronto necesita al suyo más que nunca.
Quiero que me bese. Necesito que lo haga. Pero también me da miedo porque sé que una vez que suceda nada volverá a ser igual. Porque su beso podría ser lo que me reconstruya o me rompa por completo.
-¿No crees que sea un error?
-No, no creo que sea un error -asegura.
Y entonces, le beso. Soy yo quien lo hace. Soy yo quien acorta la distancia, la que junta sus labios con los míos, y él me recibe encantando; su lengua acaricia la mía de una manera suave y tierna. Es un beso lento y dulce, y con éste siento como si todas las partes rotas de mi ya no existieran, como si el dolor nunca hubiera estado en mi vida. Besarle de nuevo me hace sentir viva. Su mano acuna mi rostro y yo tan solo deseo vivir en este instante durante el resto de mis días, porque de esta forma siento como si nada pudiese herirme, aún cuando quizás este beso sea lo que más daño acabe haciéndonos al final.
No es solo un beso, es algo mucho más; es sentirme completa de nuevo, como si todo este tiempo tan solo hubiera sido la mitad de una persona que por fin ha encontrado esa gran parte que le faltaba. Estoy completa. Estoy en casa. Estoy feliz. Y, por una vez, no quiero que esta felicidad acabe.
Cuando nos separamos, aún con nuestros rostros juntos, él sonríe. Su sonrisa es tan amplía que parece iluminar toda la habitación. Y también ha iluminado una parte de mi.
-No, Olivia. Esto no es un error. No puede serlo.
Quizás tiene razón. Quizás tan solo deseo que la tenga.
Una puerta se abre y una figura conocida entra al salón.
-¿Estáis colocados? -pregunta Miles, mirándonos con una sonrisa. -¿Sin mi?
Tanto Tristan como yo nos echamos a reír.
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