2.
La casa ya no huele a incienso. Algunos de los muebles que antes la decoraban ya no estaban pero hay otros tantos que siguen aquí y no sé si es peor el hecho de que haya cosas distintas o ver que algunas siguen igual. El sofá que hay en frente del televisor es distinto pero los muebles de madera oscura del salón siguen siendo los mismos. Los cuadros, las fotos y los libros también han desaparecido pero las estanterías siguen en el mismo lugar, vacías. La cocina está prácticamente igual, aunque la nevera parece nueva el microondas se encuentra en otro sitio y no sé por qué, pero lo cojo y lo pongo en el mismo lugar que mi madre una vez lo puso.
Lo peor de todo es el silencio; años atrás, siempre había música. Mis padres solían bailar en la cocina y por un momento, siento que los años no han pasado, que sigo teniendo dieciocho años y que, de pronto, ellos van a bajar por las escaleras y a decirme que estaría bien ir a cenar fuera, que debería avisar también a Tristan.
Pero nada de eso iba a pasar, porque mis padres ya no están y hace años que no veo a Tristan.
Así que, al final, me derrumbo. Acabo tirada en el suelo, sintiendo como las lágrimas van cayendo por mis mejillas, sin poder controlarlas.
Y esto no está bien.
No debería estar reaccionando de esta forma. Se supone que lo había superado. Se supone que estoy bien, que habían sucedido cosas horribles pero había logrado superarlas, salir adelante...pero no parecía verdad pues no puedo parar de llorar. Quizás salir hacia delante y continuar con tu vida no tenía nada que ver con estar bien.
No subo a la planta de arriba donde están los dormitorios pues no creo ser tan fuerte y no sé en que momento me he quedado dormida en el suelo pero cuando me despierto, siento todo el cuerpo dolorido y al mirar por la ventana veo que ya es de día. Supongo que estaba tan cansada después del viaje y noches sin descansar que al final dormí toda la noche del tirón.
Aún sigo tan adormilada que cuando me dirijo a la cocina, tan solo quiero un café pero entonces, comienzo a abrir los armarios para coger una taza y me doy cuenta de que todo está vacío. La realidad me golpea de nuevo y me gustaría decir que no me siento igual de triste que la noche anterior pero no es cierto.
Salgo de casa, siento que estoy a punto de ahogarme en esas paredes, pero también necesito conseguir algo de comida si no quiero morir de hambre en los siguientes días. Sin embargo, tampoco me apetece ir al pueblo pues no creo estar preparada para encontrarme con la gente: siete años podían se suficientes para olvidar a alguien, pero yo sigo recordando a todas y cada una de esas personas que una vez formaron parte de mi vida. Y cuando el momento llegase, ¿me dolería más que se acercaran a mi o que no lo hiciesen? ¿Quería que siguieran recordándome o me tranquilizaría más el saber que me habían olvidad por completo?
Tengo que quitarme el jersey de lana; afuera estaba soleado y mientras fumo un cigarro en el porche, vuelvo a pensar en el silencio que hay. En la casa de al lado, las ventanas siguen cerradas y entonces recuerdo que aquel agradable matrimonio ya era muy mayor cuando me fui y me pregunto si seguirán vivos. El pensamiento de que no sea así me pone demasiado triste así que trato de no pensar en ello.
Y necesito un café, lo necesito de verás, pero según me voy acercando al centro del pueblo me intento convencer de que mi cuerpo es capaz de sobrevivir sin la cafeína durante el resto del día. Lo cierto es que quiero dar media vuelta y salir corriendo, marcharme, volver a la ciudad, a mi trabajo y relacionarme con todas esas personas que apenas me importan... pero, al mismo tiempo, hay algo que sigue enganchándome aquí, que quiera seguir caminando por sus coloridas calles y estrechas calles; porque todo sigue tan bonito como lo recordaba y las flores siguen aquí, lo que me consuela. Las flores siempre habían sido mi parte favorita de este lugar, junto a todos los gatos que paseaban libremente por todas partes.
Valenia no era un pueblo madrugador. Los comercios no abrían hasta pasadas las diez de la mañana e incluso las cafeterías solían tomarse su tiempo. Es por eso por lo que acabo yendo a la única que sé que está abierta a estas horas, la única que abría sus puertas a las ocho de la mañana. Desde fuera veo que el local está casi vacío.
Menos mal.
Siento de nuevo un pequeño pinchazo al ver que sigue teniendo el mismo aspecto que antes, incluso el olor era el mismo... y justo ahí, al fondo del todo, sigue pintado el gran jarrón de flores que pinté en su pared, dando así color a todo el lugar. Tenía quince años cuando lo hice y fue gracias a mi padre, quien no paraba de repetir a todo el mundo que yo era una gran artista. Ni si quiera sé como logró convencer al dueño para que aceptase que pintara en su pared y tampoco me esperaba que el dibujo siguiera allí, como si de verdad hubiera creído que, al marcharme, también se hubiera borrado todo rastro de mi existencia aquí. Y por extraño que parezca, siento una agradable sensación recorrer todo mi cuerpo al ver que el jarrón con sus flores sigue aquí, como si de esa forma siempre hubiera habido una parte de mi, como si no me hubiera ido del todo.
La camarera tras la barra sonríe al verme y en un principio no creo conocerla pero al observarla mejor sé que si la reconozco, tan solo ha crecido. Es Bea, la nieta del dueño. Tan solo era una niña cuando me fui, así que no sabe quien soy, pero durante un leve instante quiero decirle que yo si conozco a toda su familia, que yo soy la que pintó en aquella pared. Pero no lo hago.
-¿Podrías ponerme un café y uno de esos bollos de allí, por favor? -le pido, sin poder evitarlo. Eran mis favoritos; una vez comí tantos que estuve toda una semana enferma.
-No pienso volver a comer uno de estos en mi vida -le dije a Tristan mientras seguía tumbada, de manera algo dramática, en la cama. Él soltó una risa y me apartó un mechón de la cara.
-Yo creo que en cuanto te mejores irás a por uno -y tuvo razón.
Aparto aquel recuerdo con rapidez.
Al salir de nuevo a la calle, me siento algo mejor y sé que es gracias al café. En la ciudad no había logrado encontrar ninguno que estuviera igual de rico. Así que, por un rato, me permito disfrutar de lo que me rodea; la luz parecía mucho más bonita aquí. Lo cierto es que Valenia siempre me pareció un lugar mágico y a día de hoy sigo pensando lo mismo, a pesar de todo.
Sigo caminando y el café quema en mi mano pero no me importa pues sigo maravillada. Puedo entender el por qué la gente no se va de aquí... yo siempre creí que envejecería en este lugar. Sabía que no había tantas oportunidades y que para otras personas podía resultar aburrido pero a mi siempre me encantó. Para mi, no había lugar mejor en el mundo.
Ahora tan solo deseo huir.
Me paro en el paso de peatones, esperando a que el semáforo se ponga en verde.
Y entonces ocurre.
Veo la figura que está parada justo en la acera de enfrente, separados tan solo por los coches que pasan entre ambos... y él está tan pendiente de mi, mirándome, que ni si quiera ha reparado en que el semáforo está en rojo y está a punto de dar un paso hacía delante cuando un coche pasa a toda velocidad, haciéndole frenar. Así que tan solo nos miramos, inmóviles. El café se me resbala entonces de la mano y acaba en el suelo, manchándome las botas, pero eso no hace que deje de mirarle. No puedo dejar de mirarle y me parece injusto el hecho de que apenas haya cambiado, sino que tan solo parecía haber mejorado; su cuerpo delgado está más musculoso ahora y su altura sigue siendo exagerada. Después, está su pelo; lo lleva algo más largo y sus rizos siguen manteniéndose, solo que ahora los lleva peinados hacía atrás, dándole así un aspecto más maduro y elegante. Sus pómulos siguen marcados y a pesar de que estoy lejos de él, sé que sigue teniendo las mismas ojeras alrededor de sus ojos, dándole siempre un aspecto algo cansado pero, al mismo tiempo, misterioso.
Está tan guapo que incluso le odio aún más por ello. ¿Por qué no podía haberse quedado calvo? ¿Por qué no podía haber perdido ese cuerpo atlético? ¿Por qué tenía que ser tan increíblemente atractivo? ¿Por qué, de todas las personas que viven en este pueblo, tenía que ser él quien estuviera delante de mi? Y sobre todo, ¿por qué mi corazón late de esta forma?
De repente, vuelvo a tener dieciocho años y parezco volver a ser la misma chica que una vez estuvo loca por él y creo que estoy a punto de volverme loca de verdad, pues mi cuerpo está experimentando tantas emociones al mismo tiempo que no sé si voy a ser capaz de soportarlo. Durante años he creído que nada nunca volvería a hacerme sentir algo tan intenso, que estaba destinada a vivir una vida sin emociones fuertes. Me había convencido de que era un chica fría, de que todo lo que pude haber sentido ya lo sentí años atrás... pero tan solo ha hecho falta que él apareciera de nuevo, delante de mi, para que viera que todo eso era mentira. Y si que tengo sentimientos, solo que todos éstos parecen seguir perteneciéndole a él, a la única persona que no se los merece.
Tristan está aquí. Delante de mi. Y tampoco puede dejar de mirarme, ni si quiera pestañea. Sus ojos marrones están muy abiertos y el cigarro que tiene entre sus labios se está consumiendo. Creo que está debatiendo consigo mismo si acercarse y llegar así hasta mi o quedarse allí parado y obsrvarme durante toda la eternidad.
Pero yo no puedo permitir ninguna de las dos cosas, así que antes de que el semáforo se ponga en verde, hago lo que mejor se me da.
Salgo corriendo.
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