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15

Trato de mantenerme ocupada, pero después de dar vueltas una y otra vez por la casa, sé que no voy a conseguirlo m Es mi último día aquí y está a punto de anochecer y Tristan no ha aparecido en ningún momento. Sé que él me está dejando decidir, que está dejando la elección en mi, pero lo cierto es que ni si quiera estoy segura de si quiero verle o no. Era consciente de que mantenerme alejada de él sería lo más fácil, lo más sensato.

Pero quería verle.

Tenía tantas ganas de verle.

Aún no he hecho la maleta, como si de algún modo quisiera alargar todo lo posible mi marcha. Puede que no quiera irme, no ahora. Quizás debería haberme ido mucho antes, antes de descubrir todo. Quizás ni si quiera tendría que haber venido. Hubiese seguido viviendo mi vida de antes, hubiera seguido creyendo una cruel mentira pero todo habría sido más fácil.

Tardo casi media hora en llegar al piso de Tristan y cuando estoy a punto de llamar a su puerta, tengo que ignorar esa voz en mi cabeza que no para de repetirme que quizás él no quería verme. Que estaba haciendo una estupidez.

Pero cuando llamo al timbre, es Miles quien me recibe, y una enorme sonrisa se forma en su agradable rostro.

-¡Olivia! -exclama, como si fueramos dos viejos y buenos amigos -. Has venido justo a tiempo. Vamos a empezar a comer ahora.

Y cuando quiero darme cuenta, él ya me ha arrastrado al interior de la casa y mientras recorremos el pequeño pasillo, oigo algunas voces viniendo del salón.

-¿Tenéis visita? -pregunto, de pronto aterrada -. No quiero molestar. Puedo irme si...

-No digas tonterías -me interrumpe Miles -Cuanta más gente haya, mejor. Además, una boca más siempre viene bien cuando Rita nos obligue a comer toda la comida que ha traído. Nunca quiere que sobre nada y no entiende que hace tal cantidad que, por muy rica que esté,  es imposible ingerir toda.

Quiero decirle que no tengo ni idea de quien es Rita y que tampoco tengo hambre, pero él habla tanto y de una manera tan rápida que apenas logro intervenir. Y entonces, de un momento a otro, me encuentro delante de Tristan. Nos miramos durante unos segundos, como si de repente todo a nuestro alrededor se hubiera congelado y él sonríe de manera abierta. De alguna forma, sé que él ha estado esperándome, que él estaba esperando que viniese.

Cuando logro apartar mis ojos de él, veo que no está solo. A su lado se encuentran un hombre y una mujer que reconozco enseguida. Son los mismos del restaurante.

Soy incapaz de hablar, pero tampoco hace falta pues Miles lo hace por mi.

-Ella es Olivia -dice, animado -. Aunque supongo que ya la conocéis, algunos mejor que otros -y lanza una divertida mirada a Tristan que no deja de mirarme.

-Tú eres la chica que vino el otro día -me habla la mujer -. Me alegra tener a una mujer por aquí por fin... estos tres pueden llegar a ser insoportables.

No puedo evitar sonreír, quizás por la amabilidad que muestra o por la manera en la que los cuatro me miran, como si de verdad estuvieran encantados de verme allí, como si fuera una más.

-Y me ha dicho que está hambrienta, así que... ya sabes, Rita -añade Miles, guiñándole un ojo y Rita parece contenta con aquel comentario pues rápidamente me da la mano y me indica un lugar para sentarme en la redonda mesa del comedor, justo al lado de ella y en frente de Tristan.

Y por debajo de la mesa, noto el pie de Tristan golpear el mío, con diversión, y entonces olvido que no tengo ni idea de que estoy haciendo aquí con esta gente desconocida. Él está delante de mi y eso me parece suficiente.

La comida comienza a aparecer y todo tiene tan buena pinta que soy incapaz de rechazarla. En realidad, estoy mucho más hambrienta de lo que pensaba y cada bocado que me llevo a la boca me parece una maravilla. Miles es quien más habla y el que trata de hacerme una pequeña introducción de los demás; me cuenta que Rita lleva un año trabajando con ellos y que es la camarera. Luego está Joe, que es el dueño y jefe de todos y junto a Tristan, se encargan de cocinar.

-Nunca creí que te dedicarías a la cocina -admito y ya no me molesto en esconder el hecho de que nos conocemos. Estoy bastante convencida de que todas las personas que hay en la mesa conocen nuestra historia o parte de ésta.

Él se encoge de hombros y sonríe, como si el simple hecho de que me dirigiera a él fuera motivo de una sonrisa.

-Nunca se me dio mal, ¿no?

-Eras muy bueno -admito.

-¿Tú cocinas, Olivia? -me pregunta Joe. Tiene una voz amable, al igual que su rostro, de esas personas que sabes que son buenas con tan solo mirarlas.

-Para nada -respondo -. Soy bastante desastre.

-Eso es mentira -interviene Tristan -, hemos cocinado juntos muchas veces y siempre ha salido bien.

Siento un ligero pinchazo en el pecho al recordarlo.

-Bueno, en realidad él cocinaba y yo tan solo me encargaba de pasarle los ingredientes y darle conversación -le corrijo, provocando unas risas en los demás.

-Eso es exactamente lo que Miles hace en el restaurante y, aún así, le pagan por ello -añade Rita.

-Quizás puedas contratar a Olivia también, Joe -bromea Miles y durante un momento me imagino aquello y sé que, en otras circunstancias, lo hubiera deseado. Me imagino como debe ser trabajar en aquel bonito lugar, con gente con la que después te reunías para cenar, hablar y reír... con personas que te hacían sentir bien. No parecía una mala vida.

-Olivia ya forma parte del restaurante de todas formas -dice Tristan, mirándome. Aunque en realidad no ha dejado de hacerlo en ningún momento -. Ella es la que pintó los cuadros.

Miles no parece sorprendido pero Joe y Rita si.

-Bueno, son dibujos que pinté hace mucho tiempo -añado, mirando entonces a Tristan, queriendo saber si por su cabeza está pasando lo mismo que por la mía, si está pensando en todos esos momentos en los que yo le regalaba un dibujo y él a cambio me hacía la persona más feliz del mundo.

-Supongo que debo darte las gracias por ellos, hacen que mi restaurante sea un lugar mucho más  bonito -elogia Joe y noto como sus ojos se hacen más pequeños al sonreír.

Me resulta fascinante la manera en la que me integran en todas las conversaciones, aún sin tener ni idea de las personas o cosas de las que hablan. Apenas comento nada, tan solo me limito a escuchar, pero a escuchar de verdad pues me siento maravillada por ellos, por esa conexión que parece haber entre los cuatro. Son personas completamente distintas, de edades tan diferentes y, sin embargo, ahí están, formando un equipo perfecto. Me pregunto que es lo que les une, porque sé que tiene que haber algo, sé que tiene que haber más entre ellos que el restaurante.

Cuando Rita saca el postre, viene con dos tartas y las deja en el centro de la mesa.

-Olivia, ¿cual prefieres? Tengo una de chocolate y otra de zanahoria. Puedes echarte ambas si quieres. Es lo que hace Joe.

-A ella le gusta la de chocolate -responde Tristan por mi -. Le encanta el chocolate, sobre todo si es puro... al menos antes era así.

Durante un instante la mesa se ha quedado en silencio y me pregunto si todos están pensando lo mismo, si están pensando en lo triste que es aquel comentario tan simple. Porque con tan solo unas palabras, Tristan ha hablado de lo mucho que me conocía y de que quizás ahora no lo hacía tanto. Y era triste, por supuesto que lo era, sobre todo porque a mi ya no me gustaba tanto el chocolate, porque Tristan ahora ya no sabía que apenas comía dulces. Sin embargo, no se lo digo porque decirlo tan solo haría de esta situación mucho más miserable.

Así que, simplemente respondo:

-Sí, la de chocolate es mi favorita.

Y él sonríe.

-¿Vosotros sois de Valenia? No recuerdo haberos visto nunca antes -pregunto tras probar el primer pedazo de tarta. Está tan rica que no puedo evitar abrir mucho los ojos, sorprendida por el sabor. -Está riquísima.

Rita sonríe con orgulloso.

-Yo soy el único que es de aquí -responde Joe. Quizás es por eso por lo que se me hace tan familiar.

-Tristan y yo nos conocimos en la cárcel -suelta entonces Miles, de una manera tan normal que pareciese que hubiera dicho que simplemente eran antiguos amigos del colegio. Miro a mi alrededor y veo como Joe y Rita apenas se han inmutado con el comentario por lo que supongo que aquel tema es normal para ellos. Sin embargo, noto como Tristn me mira con cautela, esperando mi reacción, y yo trato de hacer todo lo posible por no mostrarme afectada por el comentario. Aún así, creo que nunca me acostumbraré al hecho de que Tristan ha estado en prisión -. Él me habló maravillas de este sitio y yo le dije: "sabes, el día que salga de aquí me iré a vivir a ese pueblo del que tanto hablas" Y así fue. Él salió antes que yo así que cuando vine a buscarlo ya tenía lugar y trabajo para los dos.

-¿Lleváis cinco años viviendo en este piso?

Ambos asienten.

-Es el piso de Joe -explica Tristan -. Él fue la persona que me dio trabajo al salir y también me alquiló este piso. Si no llega a ser por él, no sé que hubiera pasado.

Noto el agradecimiento en su tono. Noto como mira a Joe; con admiración, amor, gratitud... y no puedo evitar pensar en que quizás había encontrado en aquel hombre el padre que tanto necesitaba.

-No vas a encontrar nunca a nadie como Joe -añade ahora Miles -.Es la mejor persona que he conocido nunca.

Las pálidas mejillas de Joe se han puesto algo rojas pero al mismo tiempo veo que está sonriendo.

-Vamos chicos... dejad de decir tonterías.

Sin embargo, Rita añade:

-Tienen razón.

-No os voy a subir el sueldo. No me importa todas las veces que me hagáis la pelota -les avisa Joe y todos nos echamos a reír.

Y lo cierto es que me siento feliz. Me siento tranquila y segura.

A pesar de que le digo que no hace falta, Tristan insiste en llevarme a casa y al final acabo aceptando porque, en realidad, no quiero separarme de él. Aún no.

Durante el trayecto, hablamos de la cena y también de Miles, Rita y Joe.

-Me alegro de que hayas podido encontrar personas como ellos -y lo digo en serio. Quizás mis años hubieran sido mucho menos solitarios si hubiera contado con personas parecidas a ellos. Yo no tenía a nadie, en realidad; ninguna amistad que mereciera la pena nombrar, ninguna relación especial. Y en gran parte había sido porque yo no me lo había permitido, porque a la mínima que había encontrado a alguien que podía hacerme un mínimo más feliz, lo había echado de mi vida a patadas.

-¿Te vas mañana? -me pregunta de repente.

Y ni si quiera sé que responder, porque ni si quiera sé la respuesta. Sabía que mis billetes estaban comprados, que mi tía me estaría esperando para comer y que en mi trabajo cuentan con que aparezca mañana por la tarde pero, sin embargo, no me veía haciendo nada de eso.

-Esa es la idea -respondo. Ambos estamos mirando al frente, al paisaje que tenemos delante, como si estuviéramos aterrados de mirarnos el uno al otro.

-Entonces, ¿es esto una despedida? -y siento un ligero temblor en su voz.

-No lo sé. Siento que a estas alturas ya no sé nada.

-Necesito saberlo, Olivia. Necesito saber si esta va a ser la última vez que voy a verte -parece rogarme. Ahora me está mirando y yo tan solo deseo que no lo haga porque sé muy bien que, si yo lo miro a él, nunca podré irme.

-Mañana sale mi autobús. -Sigo sin responder a su pregunta y él lo sabe, y espero que también sepa que la única razón por la que no lo hago es porque no quiero que esto sea una despedida pero tampoco puedo decirle que no vaya a serlo.

Él asiente y, de repente, el coche me parece demasiado pequeño.

A pesar de que estamos aparcados delante de mi casa, yo no salgo, y él no me pide que lo haga. Tan solo nos quedamos sentados, ahogándonos con todas esas palabras que tanto deseamos liberar pero que siguen atrapadas en nuestras gargantas. Pero quizás esta sea la última vez que le tengo tan cerca y puede que sea por eso por lo que no puedo evitar ser sincera, decirle la verdad.

-No quiero irme.

-Y yo no quiero que te vayas.

Es tras eso, cuando siento su roce en la palma de mi mano y, de alguna forma, acabamos con nuestros dedos entrelazados, sintiendo su piel junto a la mía... y sé que quiero más, que necesitaba más. Deseaba que siguiera tocándome, que la cosa no acabara allí, que recorriera cada parte de mi cuerpo con sus dedos tal y como lo había hecho en el pasado. Le deseaba más que nunca y al mismo tiempo, lo odio más que nunca, porque me acaba de destrozar y al mismo tiempo me ha devuelto a la vida. Porque en todos estos años no me he sentido tan viva como ahora, sintiéndole tan cerca de nuevo.

Pero él sabe que voy a irme. Que no hay ninguna manera de que podamos ser. Y, aún así, sigue sujetando mi mano de todos modos.

Me quedo observándole durante un instante. Mi corazón late a una gran velocidad y él me está mirando, esperando mi reacción. Pero yo no puedo darle ninguna porque siento como si mi cuerpo me hubiera abandonado y ya no formara parte de mi.

Le miro una última vez antes de abrir la puerta del coche y dejarlo allí, viendo como huía de él una vez más. Una vez más, no le digo adiós.

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