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Flores frescas.

Una tarde de invierno, después de haber cumplido mis 17 años, ocurrió lo que más me temía. La abuela había caído en cama, enferma debido a una fuerte neumonía. Ella siempre aparentaba encontrarse bien, jamás dejaba que yo la viera decaer.

Sé que buscaba verse fuerte por ambas, para ayudarme y motivarme a ir a mis sesiones con el Dr. Fireman. De un momento a otro, dejó de levantarse temprano y terminó pasando días enteros recostada y durmiendo.

Por supuesto que ahí estaba yo, sentada a su lado, acariciando su mano mientras ella descansaba. Su frente se empapaba en sudor y las mejillas llenas de arrugas parecían coloradas debido a la repentina fiebre que la atacó durante el almuerzo.

Mi preocupación aumentaba conforme pasaban los días y su salud empeoraba. Podía sentir su débil palpitar cuando me recostaba a su lado, sujetando firmemente su mano mientras le daban sus medicamentos. En los momentos donde despertaba ambas hablábamos ignorando aquella situación. Era difícil para ella aparentar fortaleza en esas condiciones, pero yo ignoraba su enfermedad porque me negaba a pensar en que ella era así de frágil, al igual que yo.

— Tenemos algo más en común. — susurré recostada en su pecho durante una tarde lluviosa de diciembre. — Ambas tomamos esas asquerosas pastillas.

— Y ambas nos recuperaremos pronto. — suspiraba con dificultad. — ¿Cómo te va con la doctora?

— Lo mismo de siempre. Cree que todo mi mal genio se debe a qué estoy molesta con mis padres. — bufo y luego me enderezo para verle al rostro. — No los necesito.

Ella sonríe tristemente y asiente comprendiendo a lo que me refiero. Da un pequeño pero cariñoso apretón a mi mano y acaricia mis nudillos. Ese gesto me hace sentir tranquila, hablar de mi terapeuta solo me hace recordar que además de estar enferma físicamente, creen que mi cabeza también tiene algo malo.

Cómo si el abandono de mis padres pudiera afectarme. No lo hacía. Yo no los necesitaba teniéndola a ella, mi abuela era la única persona que yo quería de verdad.

— Vengo a llevarme los platos. — anunció Luisa entrando silenciosamente en la penumbra de la habitación.

Al encender la luz me percate de que mi abuela apenas había comido su sopa. Preocupada y algo molesta le miré a modo de reprimenda.

— No me parece justo que me hayas obligado a terminarme mi plato cuando tú ni siquiera has probado nada.

— Si he comido. Ya estoy satisfecha. Gracias Luisa. — apuró a la mucama para llevarse las cosas.

— No. Debes comer. Ambas nos recuperamos ¿No? Lo has dicho. — me quejé molesta. — Danos un momento Luisa, ya se lo termina.

Mi abuela resignada miró a aquella mujer a modo de disculpa y le pidió le acercara los platos nuevamente. Me quedé ahí pegada a su pecho hasta que terminó, podía sentir en mi mejilla su corazón palpitante.

Podía percibir cómo bajaba la comida por su garganta y como su estómago se movía lentamente. Su respiración era tranquila y pausada, el aroma de su ropa era único. No podría decir si era a flores o a una mezcla dulce con frutos rojos.

Sentí después de un rato concentrada en su respiración como mis ojos vencian ante el aroma y calidez que emanaba. Sin darme cuenta me quedé profundamente dormida.

Al despertar mi mejilla ya no descansaba en su pecho, no percibía su calor y tampoco le encontraba cerca. Supuse había ido al baño o quería ducharse, pero la puerta del baño estaba entre abierta y de ella no venía ninguna luz.

— ¿Abuela? — la llamé con voz pastosa. Rasqué mis ojos en busca de enfocar mejor ante la oscuridad que lo cubría todo. — Abuela.

Escuché un muy lejano y ahogado sonido fuera del pasillo. Cómo si aquel sonido proviniera de las escaleras. No podía sentarme en mi silla yo sola, alguien la había movido hacia la otra pared y me quedaba demasiado lejos.

Busqué sentarme a como podía en la cama y rodé un poco buscándola con la vista en alguna parte pero no había señales de ella por ningún lado.

— Abuela quiero subirme a mi silla. — pedí en voz más alta.

No había sonido alguno, todo a mi alrededor era oscuridad y apenas y veía más allá de la cama. Esperé unos minutos más, agudice el oído para buscar algo que me dijera en dónde se encontraba ella.

Miles de ideas recorrían mi cabeza a gran velocidad. ¿Y si se había puesto mal y la llevaron al hospital? ¿Y si se levantó para algo pero después se desmayó? ¿Estaría en peligro?

Necesitaba encontrarla antes de que se hiciera daño.

— ¡ABUELA! — grité una vez más.

Al no recibir respuesta decidí hacerlo por mi misma. Me coloqué con cuidado en la orilla de la cama y cuando mis pies estubieron colgando, comencé a descender,  deslizándome por las sábanas hasta caer lentamente hasta el suelo.

Me recosté pecho tierra en el suelo y comencé a arrástrame hasta mi silla. El piso estaba frío al tacto, yo me sentía exhausta apenas di unos cuantos centímetros, pero necesitaba ver a mi abuela.

Justo cuando me acerque a la silla, me sentí excelente. Había logrado por mi misma algo así, eso me llenó de esperanza y de nuevas posibilidades. Por un momento comencé a creer en lo que la doctora Susan me decía sobre ser independiente.

Mis dedos tocaron el pedal de mi silla y una sonrisa se plantó en mi rostro. Lo había logrado yo sola. Había hecho algo demostrándoles a todos que no era una inútil después de todo. Ahora solo tenía que subir a ella y después podría buscar a mi abuela.

Había subestimado mi fuerza desde siempre, pero ahora nunca más. Había conseguido subir a mi silla con solo la fuerza de mis brazos. Una vez acomodada correctamente, me tomé un minuto para recuperar el aliento. Me sentía feliz, pero exhausta por todo el trabajo que me había tomado.

Me moví por toda la habitación, busqué en el baño y en la terraza pero no había nada. Salí al pasillo y continúe llamándola cada tanto, para asegurarme de no dejar pasar ninguna habitación. Tenía cada vez mayor temor por lo que pudo haber pasado.

Mis gritos deberían haber despertado a Luisa o a su esposo Thomas, nuestro chófer y jardinero. Alguien debía escucharme, pero parecía una casa vacía.

Seguí buscando hasta que me encontré en el filo de las escaleras. Me habían subido a la habitación de mi abuela porque yo quería estar junto a ella. Así que Luisa le dijo a su esposo que me cargara y ella subió mi silla. Ahora que no había nadie, no podría bajar.

— ¿July? — escuché la voz de mi abuela. Sonaba lejano y apenas un murmullo. Así que esperé atenta a volverla a escuchar. — July vuelve a la cama.

Aquello encendió mis alertas y busque su voz, provenía de debajo, en la primera planta. Agaché mi cuerpo hacia adelante en busca de ver más pero casi resbalo con todo y mi silla.

— Abuela ven. No quiero estar sola. - le grito para que me escuche. — ¿Estás bien?

— ¡July! La sombra, corre de la sombra. Vuelve a la cama. — gritaba ella sin parar.

¿Qué? ¿Cuál sombra?

Me empezó a dar un ataque de pánico. Quería ir corriendo con ella, quería abrazarla y tenerla conmigo pero entonces me gire a buscar de dónde provenía la sombra que ella decía. Efectivamente al final del pasillo había una figura oscura, entraba por la ventana y se esparcía cómo humo a gran velocidad.

Mi respiración se agitaba, necesitaba escapar. Tomé con fuerza mi silla y medite mis opciones, no podría regresar y esconderme en la habitación. No podía respirar, me costaba mucho pensar.

— ABUELA. — grité cerrando con fuerza los ojos.

Sentí entonces como la sombra subía por mis pies y me envolvía cómo una serpiente. Grité sin parar, mi garganta ardía por el esfuerzo que hacía. Me sujeté de la mesilla que estaba a mi costado, cerca del barandal de las escaleras, en aquella mesa había un enorme jarrón con flores del jardín. Quise sujetarme para no caer, pero entonces el peso de ambos hizo que la silla de ruedas avanzará hacia la escaleras. Caí de mi silla y me golpeé la cara contra la alfombra que las cubría. El jarrón se rompió sobre mí y explotaron a mi alrededor cristales y flores frescas.

Sentí un fuerte dolor que me dejó sin aire al caer de costado en el filo de un escalón. Mis piernas flácidas se deslizaban hasta que de pronto uno de mis pies se atoró y mi cuerpo entero cayó sobre este. El dolor era apabullante, no sentía de la cintura para abajo pero mis otras extremidades ardían.

Mi boca sabía a sangre, el golpe en la cara me había hecho morder mi lengua y ahora ardía terriblemente. La sombra ya no estaba, mi cuerpo estaba muy quieto y adolorido. Me había atorado y por eso solo había caído un par de escalones. Menos de la mitad de la escalera.

— ¡JULY! — gritó mi abuela. — Oh dios mío. ¡Luisa!

En cuestión de segundos mi abuela, Luisa y Thomas estaban rodeandome. No recuerdo mucho, solo que me costaba respirar, el rostro preocupado de mi abuela y el olor a flores junto a la sangre de mis cortadas.

— La sombra... — susurré recostada en el regazo de mi abuela.

— ¿Sombra? ¿De que hablas? — preguntaba entre sollozos.

— ¿No estabas en peligro? — cuestioné preocupada.

— No, claro que no. Estaba dormida a tu lado. ¿Por qué hiciste esto?

— Pero no... No te vi. — susurré confundida.

Ella me ignoró para pedirle a Luisa que llamara al doctor. Tan confundida y adolorida no me quedó más que esperar. Pero tendría que encontrar la respuesta a mis preguntas, ¿qué había pasado realmente?

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