El rosal.
Cuando pierdes todo en tu vida te preguntas, ¿qué más puedo perder? Imaginar un sinfín de respuestas puede resultar más atrayente que solo fingir que ya nada importa, pero jamás podrás saber verdaderamente lo que tienes hasta que lo pierdes.
Odié las pastillas toda mi vida, siendo una niña enferma la mayor parte de mi existencia. Sufriendo las consecuencias de tener padres irresponsables y lejanos a mí. La abuela Charlotte se esforzaba desmedidamente en atenderme con doctores profesionales y terapeutas expertos en tratar mi desordenada mente herida.
Por tercera vez en el día, trago en seco las pastillas que se supone tratan mi dolor de siempre. Cada vez más insoportable, hasta el punto de hacerme llorar en las noches por cómo mi espalda se arquea ante los choques eléctricos que me recorren de pies a cabeza.
- July, ¿Terminaste tu comida? - pide saber mi abuela entrando al comedor. Observa el plato a la mitad frente a mi y descansa su peso en mi silla de ruedas. - Cariño, tenemos que irnos. Termina ya.
- ¿No sabe ya el Dr. Fireman que puede hablar de esto contigo? ¿Para que necesita mi presencia? - le miro directamente. - No necesito que me diga una vez más lo rota y defectuosa que soy.
- No digas eso. - se queja molesta. - Tú sabes que solo lo hacemos para que puedas tener una vida normal.
- No tiene nada de normal estar en una silla de ruedas y sufrir dolores insoportables cada noche. - estiro el plato para alejarlo de mí y empujar mi silla hacia atrás.
Sus palabras parecen quedarse en la garganta pues no me regaña por mi comportamiento ni intenta persuadir mis ideas como siempre lo hace. Eso me extraña, pero decido ignorar la casualidad y avanzo hacia la puerta de la entrada donde Luisa, nuestra mucama, me abre la puerta.
- ¿Desea que al regresar le tenga listo el baño caliente? - pregunta dejándome pasar.
Asiento y le sonrío a duras penas. No me gusta ser malagradecida o grosera con ellos. Sé que les pagan para ayudarme y cuidarme, comprendo que mi abuela es la única que procura mi salud, pero no puedo evitar sentirme mal. No me gusta necesitar de ellos para sobrevivir, odio tener que vivir de esta manera.
Las charlas con la Dra. Susan no me han hecho cambiar de opinión y los diagnósticos desfavorables de mi pediatra y médico de cabecera el Dr. Fireman, no son esperanzadores. Con todo lo que una niña enferma implica, mi abuela me adora y está siempre al pendiente de mis necesidades. No puedo negar que es la única persona en el mundo que me ama, ni siquiera mis padres, aquellos que me trajeron al mundo, fueron así de considerados.
En el trascurso a la clínica, decido hacer silencio mientras observo como mi abuela mira por la ventana del auto. Parece preocupada, ya los años se observan en su rostro. Sus ojos cansados y llenos de arrugas, sus manos tapizadas de pecas y su cabello cenizo le da un aspecto viejo pero elegante. Siempre admiré su belleza, todo lo que ella se ponía de ropa la hacía verse hermosa y esbelta. Cosa que no podría decirse de mí, demasiado descuidada y débil.
La doctora Susan mencionaba que mi baja autoestima podría deberse a que no apreciaba que podría seguir con mi vida a pesar de mi condición. Pero esto no podía considerarlo vida, no cuando sufro cada noche por los dolores y trago alrededor de 6 pastillas diarias.
Mirando por la ventana, caigo en cuenta de que nuevamente la idea de morir a manos de mi enfermedad no suena tan mal. De que preferiría tener la desición en mis manos y no dejar que otros sufran conmigo.
...
- Te ves muy bien. - miente. El Dr. trata de ser amable pero no lo logra del todo. Sé perfectamente que es mentira, mi cabello crispo y enmarañado por mi falta de ánimos para arreglarme, mis piernas delgadas y frágiles colgando en la silla mientras mis feos zapatos inservibles chocan entre si, dicen lo contrario.
Mi rostro debe delatar que no le creo nada de lo que dice y carraspea en busca de aclarar su garganta. Lo percibo incómodo, hoy todos se comportan extraño conmigo, cómo si hubiera algo malo que decir, pero nadie tiene el valor de hacerlo. Incluso Luisa fue demasiado distante a comparación a otros días dónde suele verse con mayor confianza al dirigirse a mí.
- ¿Cuánto me queda? - suelto al verlos a ambos mirarse de reojo. - Si es eso lo que ocultan, solo díganlo. Todos sabemos que no tengo mucho que hacer.
- No no, no es nada de eso. - ríe nervioso el Dr. Fireman. - Es solo que queremos hacer algunos estudios, ya sabes. Revisiones periódicas para ver tu mejoría.
- ¿Mejoría? - suelto molesta, mirando alternadamente a mi abuela y aquel sujeto. - Cada noche tengo que morder mi almohada para soportar los dolores que tengo, sin mencionar eso que dijo la cita de hace un mes sobre dolores fantasma.
- Estamos trabajando en encontrar alguna solución a esos malestares. Solo necesito tomarte más muestras y realizar algunos exa... - comenta pero le interrumpo nuevamente.
- No puedo mejorar, usted lo sabe. Deje de darle falsas esperanzas a mi abuela. - sueno más cruel de lo que pretendía, pero no me interesa. - Ya no quiero venir a este lugar, no quiero más pastillas asquerosas ni inyecciones.
- ¿Me permite un momento con mi nieta? - pregunta mi abuela con voz suave y tranquila. Una vez que nos quedamos solas, me cruzo de brazos en la espera de un regaño por mi comportamiento inadecuado.
Pero el rostro de la mujer que más amaba se ve triste y cansado, se nota que no ha dormido bien. Todo a causa de ir corriendo a mi habitación en medio de la noche para tratar de ayudarme a soportar esos horribles malestares recorriendo mi cuerpo. Se sienta frente a mi y con cuidado acaricia mi cabello, acomodando unos mechones rebeldes de mi fleco.
- Sé que esto que te pasa es horrible y créeme, desearía hacer algo más. Quisiera ser yo la que esté en esa silla y soporte tu dolor. - asegura firmemente, casi se le quiebra la voz en la última frase. - Pero necesito que seas fuerte, July. Necesito que hagas esto por mí, quiero verte sana y fuerte. Tal vez hasta un día puedas volver a caminar como cuando eras pequeña.
Sonríe melancólica y un par de lágrimas se le escapan, rodando por sus mejillas y muriendo en la barbilla antes de caer sobre su falda. Comienzo a arrepentirme de ser tan grosera, la veo sufrir por mi y eso me rompe terriblemente. No quería hacerla llorar, no a ella.
- Algún día yo no estaré y... - comienza pero yo niego rápidamente con la cabeza al mismo tiempo de gritar un "NO".
Sus manos sujetan mis mejillas que ya comienzan a mojarse con mis lágrimas repentinas y las masajea en círculos con sus pulgares al mismo tiempo que me arrulla en apenas un susurro. Eso siempre me calma, durante las noches de insomnio su tacto y ternura apaciguan cualquier malestar.
- Ya estoy vieja, por más que nos duela admitirlo, eso pasará. Es parte de la vida. - aquello me rompe el corazón. - Por eso necesito que hagas esto por mí. Para poder estar tranquila, que sea una cosa menos de la cuál preocuparme, July.
- Ya estoy muy cansada de esto. Siempre es lo mismo, exámenes, pastillas, inyecciones. - me quejo, aún llorando. - Ambas sabemos que no hay esperanza para mí.
- Claro que la hay. Solo necesitas continuar insistiendo. Dios nos proveerá una respuesta. - dice sonriente mientras seca mis mejillas.
- Sabes que no creo en él. - le recuerdo.
- Yo rezo por ti cada día y noche, mi niña. - asegura firmemente. - Y sé que él te sanará.
Decido no contradecirle más, ya que no comparto su ideología ni creencias al respecto. Pero la amo tanto que decido seguirle la corriente en cuanto a la fé.
Le ayudo a secar sus mejillas y acarició suavemente sus manos. Haría lo que fuera por ella, incluso existir aunque yo ya no desee estar aquí. Quería aprovechar al máximo nuestro tiempo juntas, quería hacerla feliz.
- Está bien. - acepto y ella sonríe, besando mis manos. - Pero por favor no hables de que vas a morir. No me gusta escucharte decirlo.
- Está bien. - acepta con una sonrisa satisfecha.
...
Los rosales de la casa se iluminaban incluso con la luz de la luna. Era inevitable imaginarme correr por aquel hermoso jardín, tan bien cuidado y apreciado por mi abuela. Lograba escaparme después del baño, para venir a leer o solo contemplar la puesta de sol. Ahora que la noche caía, temía volver a la cama y revivir nuevamente los dolores en mi cuerpo.
- ¡July a dormir! - escucho a mi abuela en la planta alta desde fuera. - ¿Dónde estás, niña?
Estoy a punto de contestarle cuando observo entre los rosales un pequeño pajarillo de colores oscuros enredado en lo que parecen los tallos llenos de espinas. Avanzo con cuidado, bajando el espacio entre el suelo sólido y la tierra mojada, buscando socorrerlo.
Sé que mis llantas quedarán sucias y que un mal movimiento me haría caer y ensuciarme, pero el sonido del llanto del ave en busca de pedir auxilio me mueve a apurarme. La tierra se siente irregular, el camino es casi una tarea difícil, pero me las arreglo para llegar y eso me arrebata una sonrisa de satisfacción.
He logrado por mi misma llegar al jardín, sin necesidad de nadie más. Es un logro para alguien como yo, acostumbrada a ser una carga para los demás.
Busco con cuidado abrir los tallos de las rosas, cuando una de sus espinas pincha uno de mis dedos. Consigo tomar un tallo para jalarlo y sintiendo como las espinas se encajan sin dañarme en la palma de mis manos, me apresuro a sujetarla en lo que el pajarito encuentra la salida.
Lo veo revolotear un poco dentro y al fin encuentra el hueco que he abierto para él. Luce herido pero vuela un poco bajo unos momentos, para después detenerse en mis muslos. Suelto los tallos y miro mis manos, están rojas y con pequeños cortes en las yemas de mis dedos.
Observo maravillada cómo el pájaro se detiene a mirarme, analizandome mientras mueve su cabecita rápidamente. Le veo agachar su cuerpo hacia adelante, haciendo una pequeña reverencia antes de salir volando con dificultad. No puedo describir la manera en la que entendí que aquel gesto del animal era a modo de agradecimiento, se veía caricaturezco.
Se veía imposible, era extremadamente extraño, pero había visto aquello tan cerca de mí que era imposible haberlo imaginado.
- ¡Julieth! ¿qué haces allá? - escucho la voz de mi abuela detrás de mí y después siento un jalón en mi silla de ruedas hasta llevarme a la superficie solida de la entrada a la casa.
- Había un pajarito atrapado en los rosales, me acerque a liberarlo. Fue asombroso. Casi puedo jurarte que me dió las gracias. - le cuento mientras me lleva al interior de la casa.
- Te lastimaste. - observa mis manos. - Déjame curarte.
- Estoy bien. ¿Escuchaste lo que te dije? Un pájaro me dió las gracias. - sueno más emocionada de lo que debería, me ha resultado algo extraordinario.
- Si si. Déjame ver esas manos. - molesta se acerca con un algodón y alcohol.
- No me crees, ¿verdad? -puedo verlo en sus gestos.
- Claro que si, cariño. - miente.
- Fue real. - molesta quito la mano y comienzo a mover mi silla hacia mi habitación.
Sé que podría sonar extraño y muy difícil de creer, pero sé lo que mis ojos vieron y me molesta que no crea en mis palabras. Podré estar enferma, pero no estaba loca.
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