۵ Capítulo III ۵
"Una manzana del terror"
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I write sins not tragedies- Panic at the Disco.
Mi madre solía decir que la paciencia es una virtud que muy pocos poseen y que la confianza que le brindas a los demás, no puede simplemente regalarse, tiene que ganarse.
Es por eso por lo que ahora estoy acabándome la cabeza por la culpa, porque insulté a uno de mis jefes... Jesús.
Técnicamente no es mi jefe, pero indirectamente, bueno, sí que lo es. El nepotismo es una porquería y en casos como estos, todavía más.
Bendita gente forrada.
No sé en qué estaba pensando, obviamente no lo hice, pero es que nada más con verle la cara me sacó de mis casillas más rápido que nadie en toda la historia de mi vida y ya iba adelantando, que convivir con idiotas solía ser el pan de todos mis días, justo por eso tampoco entendí por qué perdí la compostura tan de pronto.
No es normal, no soy así.
Si que es verdad que el tal Giannis tiene la pinta y la actitud de un cretino, pero de todas formas... Soy fiel creyente de no juzgar un libro por su portada, hay hermosos libros con portadas del asco, pero, también creo mucho en la primera impresión y el tipo dejó mucho que desear cuando decidió gritarme a medio camino cuando la culpa no la tuve yo.
¡Me iba a matar! Literalmente.
Merecida me tengo la despedida, que aún no me anuncian por cierto, pero sé que se avecina. Debí cerrar la boquita y ponerme un candadito como lo hacía en la preparatoria cuando alguien intentaba meterse conmigo.
A pesar de que el hombre tiene una cara de esas que se mastican pero no tragan, no debí de caer en su juego.
¿En qué me metí?
Arreglo mis cosas en la maleta —de nuevo—, más me vale tener todo listo cuando me echen. También tendré que ir a la agencia para que localicen otra familia y me reasignen. ¿Qué voy a comer? ¿Cómo sobreviviré en esos días muertos? A penas y tengo unos cuantos euros en la cartera, dudo ser capaz de vivir de la fotosíntesis, aunque es algo que puedo investigar, las plantas lo hacen no debe ser tan difícil.
El reloj marca las nueve de la noche cuando varios golpes en la parte trasera de la casa me sacan de golpe de la nube de preocupación y lamento en la que me pasé sumida toda la tarde noche.
¿Ahora qué?
Salgo con los brazos en jarras y la confusión tiñéndome el rostro en busca de lo que sea que esté haciendo destrozos en una vivienda que no es mía ¿Tendré que pagar los daños si es que es un delincuente que quiera romper la ventana? probablemente.
Voy a terminar vendiendo un riñón para pagar los daños. ¿En dónde puedo vender un riñón en una noche? Se tendrá que buscar.
La sorpresa me detiene de golpe cuando me percato de los dos entes de mediana estatura con capuchas rojas cuál caperucita, escondidas detrás de un arbusto, lanzando bolas de pintura sin un blanco en específico.
Pues bueno, al menos no son ratas ¿Viste? La vida no es tan mala.
Me acerco con sigilo, tampoco quiero espantarlas y que de pronto decidan que el blanco ideal soy yo.
—No sé qué es lo que intentan hacer, pero creo que si buscan pintar, existen lienzos para hacerlo.
Una de ellas salta, cae de culo al suelo por el susto, mientras por accidente le dispara a la otra, esta sale gritando por la sorpresa y ahora tiene una mancha amarilla muy fea en el centro de la capa roja.
—¡Guarda cosa hai fatto! serás boba, me manchaste toda —grita la de la mancha.
—¡Nadie te dijo pon tu trasero frente a mi pistola! Casi me da un infarto —contesta la otra.
—¿Infarto? No seas melodramática.
Están hablando en inglés, apenas y se les nota el acento italiano por lo que supongo hablan más mi idioma que el natal.
—¿No podías espantarte sin disparar?
—¿Cómo iba a saber yo que iba a espantarme?
—¡Mira esto! —ordena mientras señala la gigantesca mancha que en efecto se ve espantosa, me muerdo el labio para no reír—, ahora parece que me he sentado sobre Lumiere.
—En ese caso estarías prendida en llamas, no manchada. Se coherente.
—¿Coherente? Tú se inteligente.
—Lo fui, te disparé a ti, no a mí.
—Pues imagínate nada más, tienes que ser más que tonta como para aparte de asustarte, te lastimes tu solita.
Creo que es momento de intervenir antes de que comiencen a jalarse los cabellos, carraspeo y de inmediato cierran la boca y me miran al mismo tiempo.
Ok, eso da miedo, retrocedo un paso y sonrío medio nerviosa, medio temerosa. Tienen armas y ya vi que pueden usarlas. Mejor ir con precaución.
—No sé si esperaban algo más, pero esa mancha no se va a quitar.
Los dos pequeños entes me siguen mirando sin reflejarme nada, se ponen de pie y se colocan una al lado de la otra.
—¿Cómo nos viste? —pregunta una entrecerrándome los ojos.
Bien, supongo que me toca decir la verdad. Es un poco aterradora.
—Es nuestro mejor escondite. —confiesa la que disparó la bomba amarilla.
—¿Creen que yo no hacía travesuras de pequeña? —cuestiono arqueando una ceja, cruzo los brazos y me acercó—, obviamente no iría a matar del susto a alguien sin ocultarme muy bien antes. Son reglas básicas del patio de juegos.
Me observan, después se miran, asienten, luego regresan la atención a mí, son como mini soldaditas y es ahí cuando me doy cuenta de que son las gemelas.
—¿Tú estás viviendo allí? —pregunta la de la mancha.
—Eso parece ¿Les puedo ayudar con algo? ¿O solo querían que me mojara las bragas del susto?
—No queríamos que te hicieras pipí —confiesa con las mejillas rosadas la otra—, no sabíamos que había alguien.
—¿Eres una ladrona?
—¿Tengo pinta de ser una? —Me escanean y se toman su tiempo. Creo que nunca me he sentido tan incomoda por ser inspeccionada por muchachitas de once años.
Pero vale que estas nuevas generaciones son muy distintas, tienen ojos críticos y yo llevo un conjunto para el frío que estaba de moda en el año de Vine.
—Creo que no. —dice la de la pistola.
—Pero eso no significa que no lo seas, ¿Lo eres? —La de la mancha parece ser la del carácter un poco más explosivo, es directa e intenta no mostrar su nerviosismo.
Sonrío.
—No, al menos todavía, quien sabe que me depare la vida en algunos años.
—Eso suena triste.
—Creo que fue un chiste, Alessia —murmura la de la pistola.
—Yo que voy a saber, no es mi amiga como para entender cómo habla, encima tiene un acento raro.
—Creo que es americana.
—Soy canadiense y el acento raro lo tienen ustedes. —respondo.
—Tenemos una pronunciación excelente —contesta con orgullo la que ahora sé que se llama Alessia—, así que no sé de qué hablas.
—Basta Lessia, ella solo está siendo amable.
—No le pedimos que lo fuera.
—Soy Cinnia —La de la pistola extiende la mano y yo la tomo sin pensármelo, tiene la muñeca decorada con una Cartier plateada de esas que no se pueden quitar y hago un esfuerzo monumental para no demostrar la sorpresa que me está comiendo el pecho.
Esas cosas están casi al mismo precio que el pago inicial de un auto del año, si no es que más.
—Yo soy Aila.
—¿Aila? —pregunta Alessia—, ¿Cómo la niñera Aila?
—Eh... Si, creo que sí, entonces, ¿Ayuda? ¿En algo?
Se vuelven a mirar, Cinnia parece estar conmovida, aunque no estoy segura porque no están hablando, segundos después Alessia rueda los ojos como resignada y le asiente a su hermana, regresan la vista hacia mí y Cinnia se acerca.
Vale, pueden comunicarse sin hablar, eso es algo que debo tener en cuenta.
—En realidad sí.
—Vale ¿Qué necesitan? —pregunto escondiéndome en donde ellas lo estaban y deciden seguirme.
Si, soy la más madura.
—Intentamos tirar esa manzana —dice Alessia entre dientes, señalando la pequeña fruta que se encuentra colgada de una cuerda sobre la choza.
Todo muy raro la verdad, pero ¿Quién soy yo para juzgar las excentricidades de dos herederas prepubertas?
—Vale, creo que no tienen mucha puntería ¿Verdad? —Niegan con la cabeza—. ¿Puedo? —pregunto extendiendo la mano hacia una de las pistolas, Cinnia me da la suya después de asentir—. Verán, mientras más bajo apunten, menos precisión tendrán. Tampoco busquen el punto medio, sino la parte de arriba, en donde está el tallo ¿Ven?
Entrecierran los ojos mientras observan el hilo que apenas y sujeta la manzana.
—Acércate Cinnia, tómala —Le devuelvo el arma y la ayudo a acomodarse. De las pocas cosas que le puedo agradecer a mi padre, son las clases de tiro que nos obligaba a tomar con él a Cristina y a mi—. Vale, apunta arriba y, bien baja un poco el brazo o te vas a lastimar, tiene que estar recto, si así.
En todo este tiempo, Alessia no deja de mirarme, está leyéndome, con los brazos cruzados en un intento de lucir más grande.
Solo quiere asegurarse que soy alguien de fiar.
Cinnia dispara y la bola de pintura choca con el tallo y lo destruye, la manzana queda suspendida solo por un hilo, es entonces cuando Alessia abandona su lectura y se acomoda de la misma manera en la que está su hermana. Arremeda con exactitud todo lo que le dije a Cinnia que hiciera, entrecierra el ojo y dispara para por fin tumbar la manzana.
Ambas se ponen de pie de un salto y corren hacia la fruta para seguir disparándole, dándole una muerte aún peor.
—¡Vale! Creo que ya está muerta —digo mientras alejo las armas del cadáver de la fruta.
—¡No! No está muerta. —dice Alessia con seriedad.
—Mira Aila. —Me pide Cinnia y obedezco.
Veo los trozos pintados y salpicados de distintos colores. Si no le estuviera prestando tanta atención, no me hubiera dado cuenta de que en realidad parece una obra de arte.
Pero ellas están muy chicas como para solo destrozar una fruta por amor al arte ¿Cierto?
—¿Qué significa eso para ustedes? —pregunto mientras me siento en el césped.
—Pues... —Alessia se acerca y toma asiento a mi lado, tomando su distancia, claro, pero al final a mi lado—, mi madre dice que todo puede llegar a ser arte si le buscas un lado diferente al que conoces normalmente.
—También dice que no hay cosa que no pueda admirarse o quererse. No importa que tan feo se vea algo o alguien, a los ojos de una persona que lo entienda, vera bonitas hasta las rupturas.
Estoy anonadada, sin palabras, impresionada y conmocionada también. Dos niñas de once años me acaban de dar una clase de arte abstracta, con significado y todo.
—¿Ustedes cuantos años tienen? ¿sesenta? —pregunto, ellas se carcajean y el sonido me contagia. Es tierno, delicado e inocente.
Todo lo que un niño debe ser.
—¿Tu que ves ahí? —Me pregunta Alessia con una ceja arqueada.
—¿En qué aspecto?
—En el que quieras —añade Cinnia—, pero trata de decirlo con palabras que entendamos.
Sonrió y asiento, me tomo mi tiempo para analizar la manzana y buscar palabras sencillas para explicarles sin revolverlas.
—Pues miren... ven ese trozo, junto a ese otro —Señalo dos pedazos cortados con pintura a la perfección. Los tomo y los uno—, es como cuando se rompe una de tus muñecas favoritas. De esos juguetes que más amas y que, a pesar de estar defectuosa, no puedes tirarla a la basura por el valor sentimental. Así suele pasar con la personas, a veces te lastiman tanto, que crees estar así, partida a la mitad. Pero son esas gotas de pintura las importantes.
—¿Por qué? —preguntan a unísono sin alejar la vista de ambos trozos.
—Son esos destellos de pintura los que te hacen especial. Los que te recuerdan que no es que estarás roto o triste para siempre, si no que, has cambiado —comento bebiéndome al igual que ellas la información—. Así como ustedes transformaron esta manzana en arte, así se convierten algunas personas. A veces necesitas cambiar para darte cuenta del toque de color que tienes dentro, entender que tu nueva vida te costó la ruptura de la anterior y es por eso por lo que te dolió tanto llegar a ver el color.
—¿Cómo mi capa? —pregunta Alessia con sorpresa.
—Claro, sí, quizá antes era una capa triste y tú hermana le dio ese toque de vida que necesitaba.
No dicen más, permanecen en silencio, mirándome, mirándose y observando los dos trozos que dejé juntos en el césped.
No entiendo de dónde vino el ponerme tan profunda con niñas de once años. Probablemente se deba a todo lo que me pasó en el día, tampoco estoy segura de sí entendieron algo de lo que dije, pero noté que al menos prestaron atención y que agradecieron que les hablara sin palabras pomposas a las que me imagino están acostumbradas.
—¡Cinnia! ¡Alessia! ¡Le bugie hanno le gambe corte! Deberían ya estar en la cama, vengan aquí.
Ambas se ponen de pie tan rápido como si les hubieran picado la cola, se quitan las capas y las lanzan a los arbustos —ahora conocido como su mejor escondite—, entran en pánico cuando los pasos resuenan más cerca y es solo porque soy idiota y ya se probó que no tengo nada de instinto de preservación, que les arrebato las pistolas y las escondo detrás de mí.
No es el mejor escondite, pero algo es algo.
—¡Aquí están! Su padre las está buscando ¿No se supone que estaban en cama desde hace una hora, señoritas? Les hemos dicho que —La señora se corta abruptamente en cuanto me ve—. ¡Oh! Hola.
Una sonrisa cálida aparece en su rostro y es cuando me doy cuenta de que probablemente es la madre de las gemelas, por lo tanto mi jefa. Las tres son preciosas, pero la señora que tengo en frente es... no puedo describirlo, inaudita la belleza que posee. Tiene un rostro tan simétrico e iluminado...
Luce joven, muy joven, incluso más que Sabina.
Tiene los ojos verdes y el cabello castaño claro, seguro que bajo el sol se ve más bien rubio.
—¿Qué hacen aquí? Espero no te hayan incordiado o despertado. Yo las creía en cama, suelen ser un poco desastre...
—¡No, no! Descuide, me encontraron admirando la nieve y vinieron a hacerme compañía, es todo —Mi jefa alza las cejas con sorpresa y me mira como si creyera que le estoy mintiendo—, querían saber quién era.
—¿Tú eras la que disparaba?
¡A carajo!
Sí, bueno, debí de pensar en una excusa antes de mentirle en la carota ¿Verdad?
—Mamá, ella...
—¡Si! Fui yo, lo lamento tanto, es que estaba intentando limpiarla, pero sin querer hice un desastre, lo siento mucho, le prometo que para mañana tendrá todo impecable y en orden.
Me mira, después a las gemelas quienes intentan camuflarse con el paisaje, luego de nuevo a mí, asiente como aceptando algo y sonríe de nuevo.
Bueno, bien bajado ese balón.
—¡No te preocupes cariño! Creí que fueron ellas, es muy raro que no causen destrozos a esta hora, ahora, ambas, vengan aquí —obedecen y se acercan a su madre con cara larga, discretamente les lanzo un guiño para calmarlas, intentan no sonreír, pero es evidente y mi jefa se da cuenta—. Tú eres Aila, entonces.
—La misma.
—¡Encantada de conocerte!—Hay emoción en su voz, se acerca y el abrazo me toma desprevenida, hasta donde tenía entendido los italianos son muy celosos con su espacio personal, le devuelvo el abrazo de forma torpe—, soy Carmina, tu nueva jefa y estas dos mujercitas, bueno, creo que ya se presentaron.
—Lo hicieron, sí. Tiene unas niñas encantadoramente educadas.
—¿Educadas? —Tuerce el gesto, entre confundida y espantada—, no te... ¿Acaso no te espantaron? De verdad no necesitas mentir Aila, conozco a...
—No miento señora Carmina, estábamos platicando sobre arte ¿No es así niñas?
Las gemelas asienten con parsimonia, su madre no nos cree ni una respiración pero no hace otro comentario.
Ahora que puedo ver a las gemelas con más iluminación, me doy cuenta de que Alessia tiene la nariz respingada, en contraste con Cinnia que la tiene más bien caída. Lessia es de rizos y Cinnia de cabello lacio, ella tiene el rostro más afilado que su hermana quien lo tiene rectangular y remarcado.
—Niñas, ya que están despiertas, su padre las espera para cenar, andando.
Las gemelas asienten con alegría y se alejan de nosotras tomadas de la mano y cuchicheando cosas en italiano que no comprendo.
—Eres la primera persona que les tapa en una travesura, Aila.
Bueno, canté victoria antes de tiempo, anulado el gol.
La señora Carmina me observa con una ceja arqueada y me siento regañada.
—Tu plan hubiera sido perfecto hasta que vi las pistolas, se las regaló su hermano mayor la navidad pasada, pésimo obsequio si me preguntas. —Se las entrego con la cara hirviéndome de la vergüenza.
—Lo siento mucho, le prometo que no hicieron nada malo, solo estaban jugando.
—¡Oh cielo! Por supuesto que sé que no hicieron nada malo, de ser distinto, tu estuvieras llena de pintura hasta las bragas y a punto de salir despavorida de aquí.
La miro con sorpresa.
—¿Yo?
—Si, tú, después te contaré con más detalle, no quiero espantarte el primer día, me alegro de que estés aquí ¿Cómo estuvo el viaje?
¿Sabina no le comentó sobre el encuentro que tuve con su hijo? Qué raro. Al menos puedo quedarme un día más bajo un techo cálido con el tremendo frío que hace.
—Un poco cansado.
Y así nos pusimos al día, mientras caminamos hacia una de las mesas de la piscina. Charlamos aproximadamente media hora antes de que su esposo saliera y se nos uniera.
Al parecer querían presentarse conmigo en la mañana para darme tiempo de descansar.
Un encanto ¿Cierto? Muy considerados, nada como su hijo mayor.
El señor Emilio es, al igual que la señora Carmina, muy bien parecido. Giannis es idéntico a él, salvo que su padre tiene los ojos avellana y es mucho más sonriente. Ambos se ven muy enamorados, son amables y cálidos, extraño para tener tanto dinero, la verdad.
La mayoría de las personas que he conocido en mi vida con varios ceros en sus cuentas bancarias han sido... Bueno, todo menos educadas.
A excepción de mis primos y ahora los Montanari.
—Las gemelas entraron a la casa exigiendo que tu seas su nueva niñera. —confiesa el señor Emilio ofreciéndome una taza de café.
Hay un corazón dibujado con crema en el medio ¿Se puede ser mejor anfitrión? Creo que no.
—Jamás había pasado, Aila —añadió Carmina—, amo a mis hijas más que a nada en el mundo. Pero yo las he parido y sé qué clase de niñas son; créeme cuando te digo que no encuentras alguien que les agrade tan a menudo. O nunca en realidad.
—Parece que las hechizaste.
—¿Yo? —pregunto confundida.
Todo lo que hice fue seguirlas en una travesura, los niños en general me odian. Las pocas veces que fui niñera tuve que trabajar mucho para ganarme a los entes diminutos.
Agradarle a un niño que ya decidió desde que te vio que te odia es... complicado.
Igual y se me da fatal interactuar con las personas en general, como a ellas, supongo que entre desastres nos entendemos. Vaya trío el que seremos si es cierto que son como yo; terminaremos destruyendo la mansión, el viñedo y todo lo que esté a cuatro kilómetros a la redonda o más.
—Cuando hemos visto tu perfil, lo primero que nos llamó la atención fue que eres mayor de edad. Generalmente las que se postulan en esa clase de agencias son estudiantes de preparatoria o personas que aún no inician la universidad. —dice Emilio.
—Este si... pausé la universidad hace un tiempo.
—Pues hemos acertado entonces —Carmina no ha borrado la sonrisa desde que me presenté ¿No le dolerá la cara? —, nosotros encantados. Pero las gemelas eran las que tenían la última palabra, es a quienes cuidarás y las hemos educado con el propósito de sentirse libres de opinar si algo no les parece.
Aparte de buenas personas y excelentes anfitriones, son una maravilla de padres, es con eso en la mente lo que provoca que mi buen juicio aparezca. Si realmente son tan buenos padres como me están demostrando, deben saber lo que sucedió con su hijo.
—Hay... —carraspeo y dejo la taza en la mesa—, hay algo que tengo que comentarles antes de que, bueno, me acepten como su inquilina y niñera.
—¿Eres alguna clase de mafiosa? —pregunta Emilio con la ceja arqueada.
—No serás hija infiltrada de la familia de viñedos competencia ¿Cierto? Porque si es así, te rociaremos con nuestro vino —amenaza Carmina.
Se que es broma, nadie desperdiciaría vino así porque sí, pero me parece chistoso que sean esas las dos opciones más populares a mencionar. Podía ser una roba identidades o una ladrona de arte muy buscada, probabilidades hay pocas pero opciones muchas ¿Sabes?
—¡No! Para nada, bueno, muy lejos estoy de llegar a ser mafiosa y de ser heredera de algún viñedo ni hablamos —contesto soltando una risa nerviosa—, es más bien... He tenido un encuentro, ejem...
Cállate Aila, cierra la boca.
Por mucho que quiera olvidar el tema y conversarlo solo con mi almohada, mi hermana mayor me enseñó a ser honesta no importa las consecuencias, no decirlo es como traicionarla.
—Tuve un encuentro un poco... lamentable con su hijo mayor por la tarde.
Silencio.
Carmina y su esposo se miran, después a mí, luego de nuevo entre ellos y no sé qué tiene esta familia con las miraditas pero me ponen muy nerviosa.
Quizá tienen el poder de leer mentes o alguna cosa fantasiosa de ese tipo, espero que no. He insultado al tal Giannis mentalmente desde que la conversación comenzó.
—¿Te encontraste con él? —repite Emilio confundido.
—Pues sí, y bueno, creo que nos dijimos un par de frases que... La verdad no estoy orgullosa de ello.
—¿Habló contigo? —pregunta Carmina con los ojos muy abiertos—, como... Te dijo palabras. Le salieron de la boca ¿Ese tipo de conversación?
—Conversar, lo que se dice conversar, no, en realidad hemos, como puedo decirlo...
—Se han gritado e insultado mutuamente —suelta Sabina mientras levanta las tazas de la mesa sin mirarme y desaparece dejando la oración en el aire.
No puedo tener la cara más caliente por la vergüenza, dios mío, quiero aventarme a la piscina y quedarme allí hasta ahogarme.
—¡Lo siento mucho! —Me disculpo de golpe, cubro mi rostro con ambas manos y suelto un suspiro—, no he querido ofenderlo, de verdad. Es solo que no tuvimos un encuentro muy agradable, las cosas escalaron rápidamente, no lo esperaba y tampoco tenía idea de que él era, pues... mi jefe.
Vuelven a mirarse entre ellos por un largo rato, después Carmina asiente y Emilio me mira.
—Montanari no viene muy seguido, Aila —dice llamando a su hijo por su apellido, lo cual es extraño si me preguntan—, de hecho es muy raro verlo por aquí, él no es tu jefe, quiero dejarlo muy en claro ¿De acuerdo? —asiento más por inercia que por ganas—, lamentamos demasiado el inconveniente y si es que acaso te incomodó.
¿Se están disculpando?
No puede ser, debo estar soñando ¿Verdad? Nada de esto tiene sentido. Ni una sola cosa. Que ellos sean tan amables, que las niñas sean tan adorables cuando me las pintaron como el anticristo versión gemelar, que especifiquen —tal como yo lo hice—, que su hijo no es mi jefe.
—Suele ser... bueno, no le agradan las personas, en eso se parecen las gemelas a él. Pero descuida, como te dijo mi esposo, es muy raro que aparezca por aquí.—añade Carmina luciendo nerviosa.
—Pero si te incomodó y no quieres seguir con el empleo, lo entendemos.
—De verdad estamos muy apenados, comprendemos si deseas...
—¡No, no! —La interrumpo antes de que diga algo más que me haga sentir peor, si, puede que el tal Giannis no sea santo de mi gran devoción, pero no fue el único culpable—. Por supuesto que quiero el empleo, solo creí que necesitaban saberlo, su hijo... bueno, ambos cometimos un error, no solo él, tengo que dejarlo claro.
—Ya veo —contesta Emilio, toma la mano de su esposa y vuelve a asentirle—, si de casualidad, Aila, vuelve a suceder algo así, háznoslo saber ¿De acuerdo?
—Sí, si, por supuesto.
Después de eso dieron el tema por cortado y procedieron a entregarme los papeles de confidencialidad pertinentes a firmar, ya que, al ser una familia tan conocida, necesitaban que todos los que trabajaran en la mansión tuvieran un acuerdo legal. En el contrato también venía que, en dado caso de algún posible trauma psicológico o físico, me darían una indemnización, esperaba no llegar a ese extremo.
No ocupo más daño mental del que ya tengo. Al menos sigo teniendo trabajo, lo remarco como la primera gran victoria del año.
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