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۵ Capítulo I ۵

"Vámonos que aquí espantan"

>Al final de los capítulos encontrarán las traducciones pertinentes<

Invierno- Enero.

Money Money - Abba.

2 de enero del 2022.

—¡La tuya también, imbécil!

Las palabras me brotaron de la boca antes de pensar en si era correcto decirlas, me puse de pie tan rápido como pude y lo miré con el ceño fruncido

—¿Qué en la escuela de manejo no te enseñaron lo que son las... no lo sé, DIRECCIONALES? O los frenos, para variar.

Vale, ustedes pueden pensar "Que chica tan grosera, madre mía, ¿Con esa boca besa a su madre?" la realidad es que casi no digo palabrotas, ni beso a mi madre, para que mentir, pero eso fue algo que no pude detener.

Aunque... me estoy adelantando un día y medio. En realidad las cosas no iniciaron tan... complejas.

Comenzó más bien conmigo a punto de salir del viejo edificio en el que viví por casi dos años con solo una toalla cubriéndome el cuerpo.

Creo que todo el mundo tiene esa amiga que nada más no se le olvida la cabeza, porque la tiene pegada, bueno, me presento, soy la amiga.

Reviso por cuarta vez la nota adhesiva que se encuentra sobre la maleta y comienzo a tachar las cosas que ya hice para no revolverme.

*Bolso de mano. *
*Mochila. *
*Maletas. *
*Pasaporte y Visa. *
*Identificación. *
*Móvil. *
*Billetera. *

Vale, eso es... extraño. Ya tengo todo listo, frunzo el ceño y la releo, tengo la sensación de que estoy pasando algo por alto.

Suelto un suspiro e inspecciono el diminuto apartamento con la mirada una vez más. Vivo —o bueno, vivía— en un cuarto del tamaño de una caja de zapatos en el que la separación de la habitación y el salón está hecha con nada más que una cortina. La humedad en el lugar provoca que tus ojos escuezan y la ropa se te pudra. También puede o no que haya cucarachas voladoras del tamaño de una rata, pero eso es algo que mi viejo casero no me permite decir, o no decir en este caso.

Ya sé, muy elegante.

Pero de pronto choco de lleno con mi reflejo, en el espejo medio roto que tengo colgado en la puerta. ¡Dios mío! Voy en toalla.

Agrando los ojos, niego con la cabeza y después empiezo a maldecirme peor que cualquier otra persona que me haya insultado en el pasado. Basta decir que en el tramo de cinco minutos que me toma ponerme la ropa, casi me parto la nariz en el suelo tres veces. Al menos no fueron cinco. Mira, progresos.

El auto de Cristina pita en la calle justo a los diez minutos, cuando estoy terminando de guardar mis ultimas pertenencias en el bolso de mano.

Mi hermana es una loca de la responsabilidad y de todo lo que a mí se me da fatal ser en realidad, la balanza de la vida quiero pensar. Entre las tantas cosas que logran que la vena del cuello le sobresalga por el estrés, está la impuntualidad, la detesta.

—Mueve las piernas Aila, perderás el bus.

Corro hacia el auto como puedo y claro que no hizo falta pensar que podía tropezarme cuando sucede. Menos mal la maleta me ayudó a mantenerme de pie y no sufrir una vergüenza mayor. Suelto un suspiro y una que otra maldición, lanzo las dos maletas y la mochila de malas maneras a la parte de atrás, provocando que mi hermana ruede los ojos.

La miro con una sonrisa en cuanto me estoy abrochando el cinturón y ella la corta con una ceja arqueada.

—¿Qué? ¿Qué hice?

—A estas alturas, Aila, me sorprende que todavía te quede cara, estuviste a punto de dejar hasta la conciencia en el suelo.

—Lo siento... no vi por donde caminaba.

—Espero que esa familia con la que trabajarás no se dé cuenta de lo desastre que eres el primer día, si no, te echarán y yo tendré que ir a la tierra de la pizza a recogerte para pasado mañana.

—No te pedí que lo hicieras.

—¿Y perderme la oportunidad de conocer Italia? No bueno, al menos me lo tendría merecido ¿No lo crees? —Me lanza un guiño y arranca su auto último modelo cortesía del hermano mayor de nuestro padre, para salir de la calle en la que dejo los peores años de mi vida.

¿Puedo sentir envidia del hecho de que mi hermana tenga un Mercedes y yo haya vivido robándole el internet a la vecina de sesenta años de al lado por un año? No, ella se merece todo lo bueno del mundo y mi tío Andrew fue quien me compró el ticket de avión que me llevará a Roma de todas formas.

Sin su ayuda hubiera hecho más de mil escalas.

—Aila... —dijo cuando tuvimos un alto enfrente—. ¿Estás segura de esto?

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes, a irte así, sin...

—Lo estoy. —La corto sin permitir que termine la oración.

No deseo volver a tener esta conversación y gracias a lo sagrado, ella lo capta, asiente y vuelve a arrancar. La he escuchado divagar sobre los riesgos de irme a un país nuevo sin cesar desde junio, cuando decidí que dos años y medio soportando toda la porquería del lugar en el que hemos vivido desde que nacimos, era más que suficiente para volverme loca.

Dejar Veralight, un pueblo del mal refundido en el más inhóspito hoyo de Canadá es lo mejor que puedo hacer. No hay nada importante aquí que me detenga. Bueno, ella y Martina —mi mejor amiga—, pero borrándolas de la ecuación, nada más.

A finales del diciembre del año antepasado tuve una conversación con una clienta en el café en donde trabajaba.

Me contó que acababa de llegar de Europa, al parecer pagó un programa de intercambio de seis meses en donde no se necesitaba saber el idioma para poder ir. Debías trabajar de niñera a medio tiempo y alternar el empleo con los cursos de idioma en alguna universidad que tuviese convenio con dicha empresa. No me pareció difícil y la idea de poder irme me incitó a buscar más información. No era barato, pero tampoco me cobraban una cornea y media de la cara y con los ahorros que me quedaban, mi sueldo y la pequeña cuenta bancaria que me heredó mi abuela antes de morir, estaba cubierta.

Debía rellenar un formulario, enviar un video narrando por qué me interesaba ir a la ciudad seleccionada —en mi caso fue Italia—, referencias, números telefónicos para corroborar la información y entonces debía esperar ser aprobada por los filtros y que una familia se interesara en mi perfil si este era autorizado por la agencia.

El entrenamiento era totalmente en línea y comenzaba un mes antes de tu fecha de viaje.

Normalmente cuando te vas a otro país con una empresa, primero pagas, después viajas al lugar y una vez allí te otorgan la familia con la que vivirás y trabajarás luego de las semanas de entrenamiento. Pero este fue distinto.

Los Montanari fueron la primera en pedir mis datos.

Casi me voy de boca cuando recibí la llamada una semana después de que la empresa confirmara que mi perfil era adecuado. Tenían un par de gemelas de once años y necesitaban una niñera a tiempo completo, con urgencia en letras mayúsculas.

Al parecer estaban desesperados, porque no pedían casi nada.

Los requisitos principales eran: Que fuera mayor de edad y tuviera todos mis papeles en regla y disponibilidad a viajar. Sin delitos registrados, mínima experiencia y saber al menos un treinta por ciento de niños; también requerían que supiera cocinar, mucha paciencia y tolerancia.

Aunque supuse que eso era una petición general.

A diferencia de otras familias, los Montanari solo pedían que vigilara a sus gemelas algunas horas al día y de vez en cuando hiciera la merienda o desayuno, no era demasiada ciencia. Otras requerían que la hiciera de mucama, supervisora, tutora y chofer. Por eso los Montanari fueron mi mejor opción, añadiendo que viviré en la pequeña cabaña de huéspedes que me dijeron tienen a un lado de la suya y no en el edificio de la empresa en el centro de la ciudad.

Tampoco es que hubiese investigado a la familia, ese se convirtió en mi primer error.

Al llegar a la estación de autobuses de Vera, Cristina como la roca que es, me da un rápido beso en la frente, me pide que me cuide, la llame al menos una vez al día y después se va sin mirar atrás. Suelto un suspiro al verla alejarse y con una alegría que hace años no siento, me dirijo a la sección de abordar.

Debo tomar el vuelo después del viaje en bus que me dejará en Toronto, es directo a Roma y después un tren de casi cuatro horas en el que llegaré a Siena. Un pequeño municipio de la región de la Toscana.

Pan comido.

Los Montanari me informaron que enviarían a una persona de confianza a buscarme a la estación, así que no tengo que tomar un taxi sola y probablemente perderme en mi primer día.

Luego de una noche larga de viaje llego al aeropuerto de Toronto con el estómago hecho un nudo por los nervios. El avión despega justamente tres horas después, a las diez de la mañana horario canadiense y al mirar por la ventanilla de primera clase —gracias tío, ojalá te lo recompense la vida— nada más importa.

Los problemas ya no son problemas, los tormentos ya no se escuchan y la mala vibra se queda atrás por lo que espero sea permanentemente.

¡Ja! Y los tontos de Veralight creyeron que nunca podría escapar, ojalá les de diarrea explosiva y les arda el trasero por toda una semana cuando se enteren.

El primer paso está hecho.

No paso mucho tiempo en el aeropuerto de Roma ya que son las seis y tantas de la tarde cuando llego, me dirijo directamente al edificio de la empresa para registrarme, llenar las fórmulas pendientes y dormir esa noche. No es nada del otro mundo, es un lugar minimalista con un lobby modesto y varios pisos de habitaciones para las Au pairs. Hay personas de todos lados y la mayoría son agradables, aunque tampoco es que entable mucha conversación, estoy agotada y solo quiero dormir.

En otra ocasión me hubiera hecho amiga hasta de las señoras de la limpieza.

Le hago una llamada rápida a Cristina para avisarle que ya llegué y estoy totalmente a salvo —o eso espero— y caigo rendida en las sábanas con olor a detergente.

Lo primero que hago al despertar, es ir a la ventana, con cuidado y en silencio porque hay otras tres chicas durmiendo en la misma habitación y yo todavía traigo el horario de Canadá. El edificio de la agencia no está muy céntrico que digamos, tampoco es que sepa de Roma, pero a lo lejos se alcanza a ver el coliseo pintado de nieve y me siento como Hillary Duff cantando "What Dreams Are Made Off" en aquella película de Disney.

¡Dios! Esto de verdad está sucediendo, estoy al otro lado del charco y no tengo intensiones de pensar de nuevo en Vera.

Según mi móvil al que todavía no configuro con el horario de Italia, son la una de la mañana en Canadá, así que salgo de la habitación en busca de la terraza que la dependienta me dijo que había en el tercer piso y pulso el botón de llamada.

—¡¿Qué pasó?! ¿Ya llegaste? —La voz de Tina resuena por la bocina y tengo que alejarme el móvil un poco para no quedarme sorda. Pude haber esperado a que fuera una hora decente por allá, pero mi mejor amiga vive de noche—, contesta maldita, ¿Sabes lo que ha sido la espera?

—Ya dormí y no sé nada de Roma porque no tuve tiempo de ir a turistear, pero ya te envié una foto del coliseo a lo lejos ¿La recibiste?

La línea permanece un rato en silencio, conozco a mi mejor amiga lo suficiente como para saber que soltará alguna chorrada como terminar saliendo con un mafioso o algo así, en algún momento de los siguientes cinco minutos.

—¡Caramba, Aila! estás viviendo el sueño italiano ¿Sabes lo que eso es?

—Mucha suerte, demasiado dinero ahorrado y ganas de huir.

—A sí, eso también, por supuesto.

—Claro, porque el hecho de que ahorrara casi un año no tiene nada de importante.

—Vamos, no seas melodramática —Pide y la imagino rodando los ojos—, solo que hay cosas más importantes que el ahorro y las ganas de huir. Yo creo que ya deberías empezar a sentirte italiana, porque tú, amiga mía, comerás pizza aunque no te guste.

—Eso no va a pasar y no empieces a meterme ideas en la cabeza, todavía no bebo café.

—Sabes que es un insulto no comer pizza en el país de la pizza ¿Verdad?

—Lastima para los pizzeros entonces —contesto tomando asiento en una de las sillas de la terraza mientras el aire gélido me golpea la piel. Soy una persona de frio, vivir en un pueblo pegado a las montañas casi toda mi vida le hace eso a una persona.

Roma está pintada de blanco, el sol todavía no sale pero el cielo comienza a aclararse de a poquito, quizá estamos por ahí de los dos o tres grados bajo cero, yo solo llevo una chaqueta encima y mi pijama afelpado abajo, pero es suficiente.

—¿Hablaste con Cristina? —Le pregunto mientras intento acomodarme en la silla.

—No, solo me avisó que ya estabas en Roma.

—Vale, bien, mejor, eso significa que todavía no cree que me van a descuartizar y dejar sin órganos.

—Al menos si lo hacen, será un italiano, ¿Te imaginas en unos meses siendo la dama de algún mafioso? como esas de los libros.

¿Ven? Se los dije. Es que es tan predecible...

—Esos libros solo te gustan a ti, Tina —contesto mientras ruedo los ojos con una sonrisa de lado, es incorregible—, nunca pude pasar de la primera página de aquel que me prestaste hace años.

—Eso es porque no aprecias la verdadera literatura, cariño, es un arte, necesitas agarrarle el ritmo a los libros guarros de mafiosos adinerados y musculosos.

—Prefiero quedarme con mi romance cliché repetitivo de alguna vendedora de café y el dueño de una biblioteca, pero gracias por la preocupación.

—¿Me estás diciendo rara? —pregunta con un tono de ofensa fingida—, y así te llamas mi futura dama de honor, eres irredimible Aila Blais, que lo sepas.

—Seré tu dama de honor porque no tenemos más amigas, Martina.

—Eso es solo un pequeño punto nada importante.

Creo que lo que más voy a extrañar en las noches, será ir a cocinar a casa de Tina y utilizarla de mi conejillo de indias.

Ella tenía toda la intención de venir conmigo, pero a mediados de septiembre del año pasado, Blake, su novio desde la secundaria le propuso matrimonio y nuestro plan de escapar a Italia tomadas de la mano, se fue al inodoro. Estoy feliz por ella, no me malinterpreten y siendo sincera, prefiero estar aquí sola.

Necesito hacerlo, necesito volver a conectar con la vieja Aila. Aquella que una vez se perdió entre rumores, malas miradas y críticas. No la he visto en mucho, mucho tiempo y aunque no estoy segura de sí podré recuperarla, no pierdo la esperanza.

No está muy concurrida la estación de tren cuando bajo y empiezo a caminar a la salida, en Siena también ha nevado, el edificio de la estación es rectangular de un tono crema que queda muy bien con la nieve que pinta las montañas y aunque la temperatura puede traerme problemas, estoy más que embelesada por las vistas. Es hermoso, me siento como la protagonista de aquella película "Cartas a Julieta".

O al menos eso es lo que opino ahora, seguiré informando más adelante si es que me arrepiento.

Un señor de cabello medio canoso, medio oscuro y cara larga, me espera en la salida, justo en el área de desembarque, no aparenta más de cincuenta, sostiene un pequeño cartel con mi nombre escrito en el medio, tiene cara de odiar la vida y de querer estar en cualquier lugar, menos recogiendo a una joven que no sabe si trabaja duro, o dura en el trabajo.

Supongo que tendremos que averiguarlo juntos.

—¿Es de los Montanari? —pregunto con una sonrisa, el viejo me frunce el ceño y me inspecciona de arriba abajo con mirada juzgona.

De repente me siento en la secundaria e intento con todas mis fuerzas que no se me note que estoy a dos de criticarlo en silencio también.

Menuda grosería, al menos podría fingir mejor que no me veo tan... fuera de lugar. Con mis Nike viejas y sucias y unos joggers a juego con una sudadera de color azul. Iba a viajar en tren, solo quería estar cómoda, demándame.

—No debería de decir eso en voz alta, quizá no soy parte de los Montanari y la pude haber secuestrado así de fácil. —Miró a ambos lados y me doy cuenta de que solo hay tres personas más aparte de nosotros, frunzo el ceño—. Debe aguardar a que la persona que vendrá por usted se acerque y diga su nombre. Es mucho más seguro que...

Espera ¿Él dijo secuestrar?

Parpadeo perpleja, conmocionada y un tanto asustada. Doy tres pasos hacia atrás y él se aprieta el puente de la nariz.

—No me refería a mí, segnorina Blais.

—¿Y quién me lo asegura?

—Pues yo.

—A bueno, menos mal ¿Aquí pasa eso muy seguido? —pregunto, creo que lo que le sale de la garganta después es una especie de gruñido, pero elijo creer que me lo imaginé.

Y también elijo creer que no me va a secuestrar.

—Le sorprendería lo fácil que es encontrarse cazafortunas que estén dispuestos a hacerle una mala pasada a la familia. No vuelva a decir el apellido Montanari en voz alta, mucho menos que trabaja para ellos. No dé su nombre ni su dirección aunque se lo pidan. Si es la policía quien pregunta, entonces está despedida automáticamente. Si se mete en algún tipo de problema que requiera asistencia o ayuda, para eso tiene el número de su agencia.

Un encanto ¿Verdad?

Me está hablando de usted y el acento que le sale es casi imperceptible, agradezco que me esté hablando en inglés. No agradezco que me siga mirando como si fuese una rata que acaba de salir de la peor alcantarilla de Nueva York.

No dice nada más, solo niega con la cabeza con aparente desilusión y toma mis maletas para comenzar a caminar sin siquiera decirme que lo siga.

Bien, es un hombre de pocas palabras al parecer, no hay problema, yo soy del tipo a las que le sobran, seguro que nos haremos amiguitos en el trayecto a la casa Montanari.

—¿Usted es el abuelo de las niñas? —pregunto en mi primer intento de abrir una línea comunicativa—. No porque le esté diciendo viejo, claro que no, de hecho, se ve muy bien para su edad —Se detiene en seco y me observa con una ceja arqueada, retrocedo un paso apenada, quizá deba callarme de una vez—, tampoco crea que estoy intentando tirarle los trastos, para nada, no es que diga que usted no es interesante, no digo eso, solo que... ya sabe, no me va mucho el Age gap.

—¿Age, qué?

Age gap, es un trope.

—¿Un qué?

—Un trope —Me sigue observando como si tuviera tres cabezas, ocho tetas y mil ojos— ¿De libros? ¿No? ¿Nada? Es como...

—Habla demasiado —Lo dice como si estuviera haciéndose una nota mental y yo me callo—, ya veo, eso es un problema.

—Quisiera responderle que no, pero es que...

—Mejor no responda nada, segnorina.

Con eso decido que debo guardar un poco de entusiasmo para no abrumarlo y caminamos hasta una camioneta blanca de la Rolls Royce y luego...

Espera ¿De la qué?

Los ojos se me agrandan por la sorpresa.

La única razón por la que conozco la marca, es porque Tina es fanática de los autos caros, tiene una larga colección de cochecitos que me ha obligado a limpiar más veces de lo que me gustaría admitir.

Madre mía, intento con todas mis fuerzas no parecer una pueblerina asombrada por una mugre camioneta, pero me es imposible. Porque soy una pueblerina que se acaba de asombrar por una camioneta. Joder.

—¿Nos iremos en esto? —pregunto una vez que me abre la puerta del copiloto y tengo la oportunidad de cotillear un poco el interior.

Los asientos parecen de piel y también son blancos, el tablero es negro y parece recién pulido, no hay ni una sola pizca de polvo, huele a una combinación de uvas y hierbabuena y de reojo me percato que Don Cascarrabias tiene un escudo con uvas bordadas en el uniforme, oscuro también.

Quizá venden verduras. El negocio de los insumos siempre deja buen dinero.

—Si gusta irse caminando, también puede hacerlo, yo no la voy a detener. —Se da la vuelta y lo escucho murmurar—: estos estadounidenses y sus cosas.

—Era una duda —murmuro—, ¿El frío lo pone de mal humor?

—No está haciendo frío.

Bueno, pregunta estúpida.

—¿El auto es suyo? —pregunto curiosa.

—De la familia.

—¿Y usted es de la familia?

—Soy el mayordomo.

¿El qué cosa?

Volteo el cuerpo sobre el asiento para poder verlo mejor, su vista cansada y hastiada provoca que le regale una sonrisa tímida.

—Disculpe... creí escuchar mayordomo.

—Sí.

—Es el mayordomo.

—Eso dije.

—¿La familia tiene un mayordomo?

—Paciencia dios mío... —susurra y se aprieta el puente de la nariz, otra vez—, segnorina, por cuarta vez, sí.

O el cerebro se me descompuso del trayecto a Roma para acá, o de alguna forma me convertí en una persona que procesa lentamente las cosas. Porque estoy confundida de cojones.

—No es que quiera ser una entrometida —digo intentando que la voz no me salga chillona—, pero en realidad no sé a qué se dedica la familia, solo me dijeron que poseían una pequeña tienda.

—¿Aquí? Sí, solo tienen una pequeña tienda. —confiesa mientras arranca y salimos del estacionamiento— A las afueras está el viñedo, la bodega y un restaurante. Las vinerías grandes, las tiendas de champán y los restaurantes gourmet se extienden por toda Europa realmente. Siena es el lugar de residencia de toda la familia, por lo que era importante mantener el sitio lo más alejado del negocio algo como fuese posible.

¿Vinerías? ¿Restaurantes? ¿Champán? ¿Toda Europa? ¿Viñedo?

No estoy entendiendo nada y la verdad es que me da miedo hacerlo, no me enlisté para ser la niñera de la segunda generación de Paris Hilton europeas. O sea, sospechaba que sería una familia... Ya sabes, no común, pero no esto.

Jesús, me van a echar mañana.

—¿Se encuentra bien? —La verdad es que no, el estómago se me revuelve y creo que soy muy capaz de vomitar—. No vaya a vomitar en el auto, lo acaban de lustrar.

Abre la ventana y la ráfaga de aire que me golpea la cara, me regala un poco del oxígeno que necesito para recomponerme.

No, no, no.

—Yo, yo no sabía que...

—Debo darle algunas normas antes de llegar —Interrumpe ignorando mi colapso y yo tengo que tragarme el vómito—, no me gusta repetir las cosas, así que, Ascolta bene.

No entiendo su orden y por lo tanto, no le hago caso, en cambio busco a la familia Montanari en internet por primera vez y el resultado casi me causa una enfermedad cardiaca que requiera un trasplante de corazón.

¿Cómo es que no se me ocurrió investigarlos antes?

Hay un sinfín de notas periodísticas, chismes y fotografías de la familia en fiestas de alta sociedad por todo Google. Estamos hablando de los Hilton versión vinos en vez de hoteles. Y la nota de la revista Forbes hablando de ser la familia más rica e importante de toda Europa me lo confirma.

Mi trabajo sería ser niñera de dos herederas.

Dos benditas herederas de once años que seguro tienen un guardarropa más costoso que mi propia vida.

—Dicho esto...

—Oiga señor... —intento decir, rueda los ojos por millonésima vez en los quince minutos que llevamos juntos y ya comienzo a creer que no le agrado mucho—, ¿Cómo dijo que se llamaba?

—No se lo dije —La pregunta era justo para que me lo dijera, creo que lo capta por mi cara, suelta un suspiro y dice—: Lorenzo.

—Lorenzo, la verdad no lo he escuchado, he estado... estoy más bien, un tanto consternada, no sabía que la familia tenía tanto dinero.

—¿Disculpe?

—Sí —admito, porque peor no le puedo caer ¿Cierto? mentir no me conviene en este instante—, a mí no me informaron nada sobre la familia.

—¿Cómo es que no sabe quiénes son los Montanari? —Luce genuinamente ofendido, como si acabase de decirle que la pizza es una atrocidad que nunca debió inventarse, quiero decir, lo creo, pero no se lo digo—, ¡Mio Dio! ¿En dónde vive usted? ¿Bajo una piedra?

—Bajo una montaña, en realidad el pueblo del que soy está...

—Era sarcasmo, segnorina.

Detengo en seco mis ademanes y lo miro con el ceño fruncido y muchas ganas de escupirle.

—No sea mal educado, estoy procesado la información ¿Qué pasa si no le gusto a las niñas? ¿Me demandara? ¿Podía ir presa? En realidad no se si Italia cuenta con extradición.

—Es una opción

—¿Una? ¿Una opción? ¿De cuantas? ¿Cuántas opciones tengo?

—Tome un trago de agua ¿No se le seca la boca por hablar tan rápido?

Pues claro, no soy un robot.

Tomo no solo un sorbo, me bebo toda la botella, ojalá hubiera sido de alcohol, al menos me envalentonaría para lo que se avecinaba. ¿Podía ir a la cárcel si hacía llorar a las niñas? O peor ¿Si me mataban?

Oh no... nadie vendría a buscar mi cuerpo si eso pasaba ¿Me enterrarían en una fosa común? Espero que no. Esto no está comenzando como lo planeé.

¡Pero eso me pasa por planear! En mi vida vuelvo a dejar a mis primos a cargo de investigar algo por mi ¿En qué momento se empezó a tomar la planeación como algo mejor que la espontaneidad?

Debía calmarme, respirar y exhalar, o al menos fingir que no estoy al borde del colapso, tampoco quiero dar una mala impresión.

—¿Podría repetirme la información? siento mucho no haber puesto atención.

—¿Segura que tienes experiencia cuidando niños?

—Si, desde lo quince años —respondo con más seguridad de la que siento, solo debo fingir serlo, nadie tiene que enterarse de que mi consciencia grita paranoicamente.

—Tienen once años, suelen ser, digámosle que un poco infantiles.

—Son niñas, claramente son infantiles.

—Espero qué si tenga experiencia, porque la necesitará —añade sin emitir expresión alguna en el rostro y yo trago saliva porque creo que lo que me acaba de decir, es una premonición más que una orden.


Diccionario.

Ascolta bene: Escucha bien o escucha atentamente.
Signorina: Señorita.

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