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Capítulo 2: Una banca, un descanso ¿Qué podría salir mal?


Pov Astheria.

Debía ser pasada la medianoche. Los gritos en la planta baja iban en aumento a medida que la discusión entre mis padres se acaloraba. Para algunos, la noche es sinónimo de descanso; para otros, de trabajo. Pero en mi familia, la noche es el momento en que las máscaras caen, la fachada de perfección se derrumba y el infierno se desata sin reparos. Incluso si eso significa incendiar media Ciudad del Pecado.

Se suponía que ya debería estar dormida, después de todo, mañana tenía clase de ballet a primera hora. Pero el ruido constante de los objetos estrellándose contra el suelo solo hacía que el miedo se instalara en mi pecho. Suspiré, cansada, y me incorporé en la cama. No servía de nada fingir que podía dormir con semejante escándalo.

Caminé hacia la puerta con cautela, pero en cuanto la abrí, uno de los guardaespaldas de mi padre giró en mi dirección con su semblante impenetrable. Robert. Lo conocía lo suficiente como para saber que no intentaría detenerme, pero tampoco me dejaría avanzar sin hacerme notar su desaprobación.

Sé que muchos se preguntarían por qué los vecinos no llamaban a la policía o por qué nuestro personal de seguridad no intervenía. La respuesta era simple: esto era parte de nuestra rutina. Además, la mansión tenía hectáreas de jardín a su alrededor, por lo que se necesitaría un milagro —o una voz prodigiosa— para que alguien más escuchara. Y, siendo sinceros, ningún vecino querría problemas con los Stone. Me apiado del pobre diablo que se atreviera a enfrentarse a mi familia.

—¿Sabes qué hizo mi padre ahora? —le pregunté a Robert en voz baja, pero él ni siquiera pestañeó.

Me siguió mientras me acercaba al borde de la escalera de caracol. Nos asomamos con cuidado, evitando ser detectados, y la escena frente a nosotros era la misma de siempre: mi madre, con el cabello desalineado, completamente diferente a la mujer elegante que solía mostrarse en público. Mi padre, con el traje desarreglado, las venas en la frente hinchadas y las fosas nasales dilatadas por la ira.

—¿Cómo pudiste? —La voz de mi madre sonaba herida, y por primera vez vi un atisbo de duda en el rostro de mi padre, normalmente inquebrantable—. ¡No puedo creer que hicieras esto! —gritó, y apenas logré entender sus palabras—. ¡Esto fue muy bajo, incluso para ti!

—¡Ay, por favor, Elizabeth! —respondió mi padre con desdén—. Ambos sabemos que tú tampoco eres precisamente la reina de lo políticamente correcto. ¿Qué esperabas que hiciera? Si no les damos lo que piden, sabes lo que pasará.

Mi madre soltó un gruñido de frustración y, en un arrebato de furia, arrancó una lámpara del mueble y se la arrojó a mi padre. Cómo esperaban que estuviera descansada cada mañana si hacían tanto ruido como para impedirme dormir.

Intenté bajar un poco más para escuchar mejor la discusión, pero antes de que pudiera hacerlo, sentí la mano firme de Robert sujetándome del antebrazo.

Negó con la cabeza. Mala idea.

Decido no hacer caso y me acerco un poco más, intentando escuchar mejor.

—Sé que esto no te hace feliz, Elizabeth, pero no podía hacer otra cosa —intentaba justificarse mi padre con un tono más sereno—. Tú sabes la decadencia que sufrió la empresa. No éramos nada en ese entonces. Nadie tenía fe en nosotros, no había financiamiento, el banco jamás consideró darme un préstamo.

—Aun así... ¡¿Cómo pudiste?! —gritó mi madre de nuevo, y tuve que retroceder un poco, temiendo que me descubriera.

Fruncí el ceño. No entendía del todo de qué estaban hablando.

—Solo era un favor —continuó mi padre con un dejo de indiferencia—. En esa época tú ni siquiera querías tener hijos. No pensé que los De Luca quisieran cobrárselo ahora.

Desde mi escondite, veo cómo intenta sujetar a mi madre entre sus brazos. Pero ella no se deja. Su cuerpo tiembla de rabia y desesperación. Solo la había visto llorar dos veces en mi vida, así que fuera lo que fuera que mi padre había hecho, debía ser algo realmente imperdonable.

Y si los De luca estaban involucrados, definitivamente nada bueno podía salir de esto. En la élite de la ciudad, el patriarca de esa familia era conocido como "El Diablo". Deberles un favor era equivalente a vender tu alma.

—No... ¿Por qué, Septhis? ¡Pudiste darles la empresa, un terreno, cualquier cosa! —sollozó mi madre, aferrándose a él, sacudiéndolo con una desesperación que jamás le había visto antes—. ¡¿Por qué les diste a mi hija?!

El aire abandonó mis pulmones.

—No creí que te importara tanto —respondió mi padre con una frialdad que me heló la sangre—. Después de todo, tampoco es que seas la madre ejemplar. Además, sería la oportunidad perfecta para que esa mocosa nos devuelva todo lo que le hemos dado.

Mi madre soltó un grito ahogado.

—¡Sí, pero ni siquiera yo le desearía eso a ninguna jovencita! ¡Sabes lo loco que está su hijo! ¡La matará apenas se casen!

Un escalofrío recorrió mi espalda.

Ahora todo tenía sentido.

La discusión no era por haber acudido a esa familia, sino por el precio del favor. No era dinero, ni propiedades, ni negocios. Era yo.

Algunos podrían pensar que no era tan grave, incluso imaginar una historia romántica detrás de este acuerdo. Pero yo sabía la verdad. Los rumores sobre ese chico eran aterradores. Se decía que trataba a las mujeres como simples objetos, que eran su propiedad, y que cualquiera que se atreviera a desobedecerlo terminaba en el hospital... si tenía suerte.

Hubo un caso en particular. Su novia desapareció en un viaje en bote y no se supo nada de ella por tres años, hasta que encontraron su cadáver. Aun así, nunca fue detenido. Según los medios, "las pruebas fueron insuficientes".

Me llevé una mano a los labios para acallar el nudo de terror que subía por mi garganta.

Sabía que mi padre no tenía escrúpulos. Pero entregarme de esta forma... eso era declararme muerta en vida. Siempre supe que para ellos no era más que una moneda de cambio. Pero una cosa era venderme, y otra muy diferente era ponerle fecha de caducidad a mi existencia.

—Tranquilízate, no es tan grave... solo te estás precipitando —intentó apaciguarla mi padre. Pero hasta él sonaba como si intentara convencerse a sí mismo.

—¡¿Qué me estoy precipitando?! —La voz de mi madre se quebró en un grito lleno de furia y desesperación—. ¡Le entregaste a mi hija a ese animal! ¡A un bastardo abusador! ¡La condenaste a muerte!

Eso fue suficiente.

No quería escuchar más.

Corrí escaleras arriba, sin que se dieran cuenta. Pasé de largo a Robert, quien ni siquiera intentó detenerme esta vez. Cerré la puerta de mi habitación de golpe, dejándolo afuera, y comencé a caminar de un lado a otro, llevándome las manos al cabello, tirando de él con fuerza.

Mi respiración era errática.

El mundo giraba.

Toda mi vida me esforcé por hacerlos felices, por pagar la deuda invisible que ellos creían que tenía con ellos. Aguanté abusos, soporté traumas, me tragué cada migaja de afecto que me daban.

¿Es que nunca será suficiente?

Le fui leal a mi padre... incluso más que mi madre.

Y aun así, me traicionó.

Me vendió.

Las lágrimas de impotencia resbalan por mis mejillas justo cuando me dejo caer en el borde de la cama. Quiero gritar, quiero romperlo todo, quiero golpear a mi padre con todas mis fuerzas.

Hice tantos sacrificios solo para verlo feliz...

Mis ojos se desvían hacia el retrato en el mueble junto a mi cama. Una imagen congelada en el tiempo: una pareja sonriente con dos niños en brazos. Fue un día soleado, uno de los pocos en los que nuestra familia realmente pareció estar completa. Antes de que todo se desmoronara. Antes de la tragedia.

Él jamás habría querido que mi vida terminara así.

El pensamiento me golpea con tanta fuerza que apenas puedo respirar. Miro al niño en la foto, siendo sostenido por mi madre, y una idea absurda se cruza por mi mente.

Si escapo...

Si me voy ahora...

Tal vez aún tenga la oportunidad de vivir.

No dejaré que mi felicidad dependa de un completo desconocido solo porque ellos así lo decidieron. Estoy harta. Harta de sus peleas, de sus castigos desproporcionados, de sus falsas disculpas y promesas vacías. Harta de salir lastimada una y otra vez, solo para que luego vengan a pedirme perdón... y todo vuelva a empezar.

Pero si me voy... ¿Cómo voy a sobrevivir?

No conozco nada fuera de estas paredes que no sea Stone Enterprises. Nunca he sido independiente. Apenas sé cocinar porque siempre hubo sirvientas a mi alrededor.

Dudo por un instante, pero al final, los pros superan a los contras.

Cualquier lugar es mejor que quedarme aquí, sabiendo que mi esperanza de vida se ha reducido a cero.

Me levanto con determinación y saco una mochila del clóset. Empiezo a meter todo lo que encuentro: zapatos, joyas, dinero. Antes de cerrarla, mi mano se detiene sobre el retrato de mi familia. Lo miro una última vez antes de guardarlo también.

Con la mochila al hombro, me acerco a la ventana de mi balcón. Un árbol enorme se extiende justo frente a mí.

Solo necesito estirar la pierna y pisar una de sus ramas.

Y entonces... seré libre.

Con algo de dificultad, aferré mis manos a las gruesas ramas, intentando no hacer ruido. No quería alertar a Robert de mi fuga.

"Jamás volverán a tratarme como una prisionera."

Ese pensamiento fue lo único que me sostuvo mientras descendía del árbol. Justo cuando mis pies tocaron el suelo, un eco del pasado se filtró en mi mente.

"Mi pequeña, baja de ahí."

Una voz masculina, cálida y firme, resurgió de mis recuerdos. Por un instante, pude vislumbrar su silueta: un muchacho alto, de al menos 1,87 metros, tal como era en aquel entonces.

"Los árboles no son para escalar. ¿Qué pasaría si te lastimas?"

La preocupación en su tono, la forma en que sostuvo a mi yo pequeña entre sus brazos... me estruja el corazón. Nunca me sentí del todo segura con él, pero al menos sé que jamás habría permitido que esos dos me obligaran a casarme con un hombre tan despreciable. En aquel entonces era feliz y ni siquiera lo sabía. Estar bajo su protección fue lo mejor de mi vida.

Lástima que, como cualquier otro en mi círculo, la oscuridad terminó por corromperlo. Y con ella, llegó su castigo.

Sacudí la cabeza, intentando disipar la pena y la culpa que me atormentaban mientras avanzaba por el jardín. Me movía en silencio, ocultándome entre arbustos y pilares para evitar ser vista. Mi plan era salir por la reja principal, pero antes de llegar...

Todas las luces se encendieron.

El resplandor me cegó por un instante. Y entonces, la vi.

Una gran limusina se detuvo en la entrada. Pero no era cualquier limusina. En su costado, un escudo inconfundible se alzaba con arrogancia: el escudo de la familia De Luca.

Negro y rojo, divididos en diagonal. En el centro, un águila dorada extendía sus alas con majestuosidad, una corona postrada sobre su cabeza. Detrás de ella, dos espadas de plata se cruzaban como juramento de poder y lealtad. A sus costados, hojas de laurel enmarcaban el emblema, y ​​bajo él, en letras góticas, se leía el lema familiar:

"Fidelitas et Potentia"Lealtad y Poder.

Mis manos comenzaron a sudar descontroladamente.

Mi cuerpo tembló... y no solo por el frío.

En toda mi vida, solo he cruzado con el hijo mayor de esa familia una vez. Y fue suficiente. Sus ojos felinos, de un color irreal, me perforaron como si fuera un trozo de carne listo para ser fileteado. La brutalidad con la que se movía, la mirada hambrienta y letal...

No puedo quedarme aquí.

Me deslicé por la zona menos iluminada, avanzando entre sombras hasta llegar a los barrotes de la reja. Con un movimiento rápido, arrojé mi mochila al otro lado. Ahora solo quedaba cruzar.

Con el corazón martillando en mi pecho, me apresuré a trepar. Pero los barrotes eran líneas rectas de acero frío, y mis sandalias resbalaban traicioneramente entre ellos.

No podía fallar. No ahora.

Una vez del otro lado, tomé mi mochila y no dudé en salir corriendo por las calles como una loca despavorida. Cuanta más distancia pusiera entre la mansión y yo, mejor.

Corrí sin rumbo fijo, entre calles que me resultaban completamente desconocidas. Mi pésima condición física no ayudaba en lo absoluto—más allá del cardio ocasional, no estaba preparada para una huida de esta magnitud—y terminé exhausta frente a un parque.

Aquí todo era distinto a la zona en la que crecí. La diferencia era abismal. Las paredes estaban descuidadas, las farolas titilaban con luz mortecina, y el aire olía a humedad y abandono. No hacía falta ser un genio para darme cuenta de que estaba en el lado sur de la ciudad. El lado que mis sirvientes siempre describieron como un agujero sin ley.

Según las historias que escuché en la mansión, aquí era donde las jóvenes terminaban obligadas a vender sus cuerpos, donde los borrachos violaban a mujeres solitarias, donde los trabajos de asesinato se llevaban a cabo sin dejar rastro.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Espero no ser una de esas pobres víctimas.

Cuanto más me adentraba en el parque, más se desvanecía la efímera felicidad de haber escapado. La noche era terriblemente fría, y aunque mi mandíbula castañeaba sin control, apenas sentía la piel de mi rostro.

Solo a mí se me podía ocurrir escapar en un camisón de tirantes minúsculos, de seda, con unas ridículas chanclas de peluche. Genial. Ni siquiera podía abrirme con mi dignidad.

(Déjenme decirles que esta chica es tonta. Literalmente toda su ropa es de marca. ¿Cómo demonios pretenden pasar desapercibida cuando tiene un maldito logo de gama alta estampado en cada prenda? Hasta aquí mi reporte, sigan leyendo.)

Mis pies ya dolían, pero no podía detenerme. Necesitaba seguir. Seguir hasta la luna si era posible.

Porque cuando mi padre descubriera que escapé, nada lo detendría de molerme a golpes una vez que volviera a tenerme en su poder.

"Tranquila, Astheria. Solo tienes que salir de la ciudad, empeñar las joyas y vivir sin llamar la atención."

Ese era el plan. Eficaz. Sencillo. Corto.

Solo tenía que lograrlo.

(Claro que la joven se dará cuenta muy pronto de que ese plan tan estúpido tiene muchos fallos. Digo, ¿de dónde sacaría los papeles para tramitar una identificación? ¿Cómo iba a vender joyas tan valiosas sin que la estafaran? Incluso, ¿cómo iba a vivir bajo un techo si no tenía un solo peso? Perdón, me estoy adelantando. No interrumpo más.)

Al final, tuve que detenerme a descansar en una banca. Mis pies estaban matándome y mi espalda dolía por cargar la mochila sobre los hombros. Me quité las sandalias y las puse a un lado antes de frotarme los pies, tratando de aliviar el ardor de tanta caminata.

Me recargué en el respaldo de la banca y miré hacia el cielo. Demasiado oscuro. Ni una estrella, ni siquiera una pequeña señal de luz. Solo la farola sobre mi cabeza y la luna parecía llenan acompañarme.

Me pregunté si estaría muy lejos de las afueras de la ciudad del pecado. ¿A dónde debería ir? ¿España? ¿Francia? ¿México? Solo pensar en la comida mexicana que vi en un libro de turismo hizo que mi estómago gruñera de inmediato.

Pero antes de que pudiera seguir soñando con tacos y tamales, un golpe seco retumbó en la banca, haciendo que mi cuerpo saltara por el sobresalto.

—Dis...culpe, señorita.

La voz rasposa de un hombre me puso en alerta. Frente a mí, un indigente tambaleante intentaba incorporarse.

Un hedor repugnante a mugre y alcohol me toca la nariz. Mi cuerpo se tensó, mis manos se aferraron a la mochila y mi corazón comenzó a latir con fuerza.

—N-no se preocupe, señor —logré decir, mi voz temblorosa.

El hombre me miró con una sonrisa desdentada y me recorrió de arriba abajo con los ojos vidriosos.

—Oh... usted es muy bonita... —balbuceó con un tono de ebrio.

Cada palabra que arrastraba con su lengua pastosa me revolvía el estómago. Su sonrisa intentaba ser coqueta, pero yo solo quería desaparecer de ahí.

—Voy... voy a sacar mis sandalias —dije, inclinándome para recogerlas.

Grave error.

El hombre se lanzó sobre mí.

Caí de espaldas sobre la banca, con su cuerpo encima, bloqueándome cualquier escape. Vi sus manos sucias dirigirse hacia mi rostro y apreté la mochila con todas mis fuerzas. Giré la cabeza hacia un costado, tratando de evitar su mirada, pero eso solo lo envalentonó más.

—Oh, tienes una piel tan bonita... —arrastró las palabras, con una repugnante fascinación.

—No... por favor —sollocé cuando sentí sus dedos enganchándose en uno de los tirantes de mi pijama.

Mi respiración se aceleró. El miedo me atenazó el pecho, dejándome sin aire.

El hombre soltó una carcajada áspera antes de inclinarse y besar mi mejilla de una forma que me hizo sentir sucia, rota.

—¡N-no, suéltame! —grité desesperada, tratando de apartarlo con todas mis fuerzas.

Pero él no se movió. Solo río más fuerte.

—¿Te crees mejor que yo? ¿Ah? ¿Crees que por ser bonita estoy por debajo de ti? —espetó con aliento a alcohol, su saliva caliente pegándose a mi piel.

Un escalofrío de asco me recorrió la espina dorsal.

Y entonces lo sentí.

Su lengua asquerosa lamiendo mi mejilla.

Un sollozo desgarrador se escapó de mis labios. Lágrimas calientes bajaron por mi rostro mientras cerraba los ojos con fuerza.

"Por favor, que alguien me ayude..."

Mi cuerpo estaba paralizado. El miedo me había atrapado en su abrazo más cruel.

Ahora entendía por qué mi padre decía que el exterior no era un sitio para mí. No era lo mismo salir al jardín de la mansión, donde siempre había guardias, que estar aquí, sola, a merced de cualquier monstruo de la calle.

El trueno rugió en el cielo.

El viento silbaba entre los árboles, anticipando la tormenta que estaba por caer.

Y, entre la oscuridad de la noche, yo solo podía preguntarme si algún dios miserable estaría escuchando mis súplicas.

Como si de un milagro se tratara, el viejo se detuvo de golpe.

Inmediatamente volteé a verlo. Su piel se veía amarillenta, enfermiza. Su agarre sobre mí se aflojó y, sin previo aviso, se giró hacia un lado.

Entonces lo escuché.

Arcadas. Luego, el sonido repulsivo de su vómito golpeando el suelo.

No lo pensé dos veces.

Aproveché la oportunidad y salí corriendo, dejando mis sandalias abandonadas en la banca.

Mis pies descalzos golpeaban el asfalto mojado mientras me internaba, cada vez más, en el barrio peligroso al que había llegado.

************************************************************************Esperó que disfrutaran este capitulo, se que ya llebava tiempo publicando esta historia pero no me gusto como estaba quedando la narracion asi que decidi volver a realizarla. En compensacion de vez en cuando dejare datos curiosos que seguro seran de su interes para mas adelante.


Dato curioso del escudo familiar De luca:


El negro representa la autoridad y el misterio que envuelve el nombre De Luca, mientras que el rojo simboliza el poder, la sangre derramada por la familia. El águila es una representación de la supremacía que cierne sobre las familias más poderosas y el cómo nada pasa sin que ellos lo sepan.

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