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Capítulo 1


La noche se cernía sobre la ciudad del pecado, envuelta en un silencio sepulcral que solo era interrumpido por el eco lejano de algún automóvil en las avenidas desiertas. Las calles, abandonadas y sombrías, eran apenas iluminadas por el parpadeo moribundo de farolas en mal estado. Entre la penumbra, tres figuras avanzaban con sigilo, vestidas completamente de negro. Se deslizaban como sombras sobre el pavimento, sus pisadas tan ligeras que apenas y perturbaban el aire nocturno.

-Camille, espero que hicieras lo que te pedí -susurró con tono exigente el más alto de los tres a través del comunicador oculto en su oído derecho.

-¿Cuándo te he fallado, "B"? -respondió la voz femenina, con un matiz de indignación ante la duda de su compañero-. Ya deberías saber que todo lo que hago tiene una calidad excepcional.

Uno de los hombres rodó los ojos y se apartó del grupo sin emitir palabra. Con movimientos calculados, se deslizó hasta una escalera de emergencia anclada a uno de los edificios colindantes. Agarró los barrotes fríos y comenzó a ascender con destreza hasta la azotea. Una vez allí, se acuclilló y deslizó la mochila de sus hombros. Con manos expertas, sacó un par de binoculares y los ajustó a su vista. Su mirada se fijó en la silueta imponente de su objetivo: Stone Enterprise. Sus ojos recorrieron la estructura, observando los puntos de entrada y las rutas de escape. No tardó en notar la presencia de guardias en cada piso.

-"B", el objetivo ha sido localizado. Tal como lo suponíamos, la seguridad es extrema. Diría que es casi impenetrable -informó sin apartar la vista del horizonte.

-¿Se imaginan? -intervino otro de los compañeros con un deje de emoción en la voz-. Si logramos entrar en la maldita Stone Enterprise, seremos leyenda.

-No hables tan rápido, Heinrych -advirtió Camille, su tono cargado de preocupación-. Todos sabemos lo que pasará si nos descubren. Y aún peor, lo que le harán a "B" si lo atrapan.

El silencio cayó sobre el canal de comunicación. En el bajo mundo, las historias sobre Sephtis Stone eran muchas, y ninguna terminaba bien. Se hablaba de cuerpos desmembrados encontrados en las orillas del río, de personas desaparecidas que jamás volvieron a casa. Incluso los rumores más inverosímiles compartían un mismo final: nadie sobrevivía para contarlo.

-Solo de pensarlo se me pone la piel de gallina -murmuró el vigía en la azotea, estremeciéndose ante la imagen mental de los cadáveres en putrefacción que alguna vez aparecieron en las noticias, cortesía de Sephtis Stone.

-¿Saben qué más me pone la piel de gallina? -soltó Heinrych con una sonrisa que casi se podía escuchar a través del comunicador-. El dinero. Si logramos esto, nos pudriremos en dinero. Solo piénsenlo, seremos los primeros en vencer su seguridad, y después de eso, las ofertas nos lloverán.

-Sí, y nuestras cabezas también tendrán un precio más alto que cualquier pago -cortó "B" con su voz implacable-. Ahora, basta de estupideces. Es hora de moverse.

Heinrych suspiró, pero no insistió. En cambio, extrajo un gancho de su mochila y caminó hasta el borde del edificio. Con manos firmes, amarró la cuerda con un nudo seguro, luego levantó el dispositivo y disparó. El ancla se sujetó firmemente a la azotea opuesta. Con un gesto ágil, enganchó la cuerda a su cinturón y comenzó a deslizarse por la pared con la destreza de alguien que había hecho esto muchas veces antes.

-El dinero no lo es todo, Heinrych -intervino Camille, tratando de hacerle entrar en razón.

-Eso no es lo que dirás cuando te lleve al desierto de Egipto, amor. Solo imagínalo, tú y yo en una linda playa junto a las olas del mar... -respondió soñador, su voz teñida de anhelo.

En ese instante, "B", quien se preparaba para lanzar su propio gancho hacia Stone Enterprise, se detuvo en seco. Sus cejas se fruncieron en incredulidad. Los otros dos también se quedaron en silencio por un momento, procesando lo que acababa de decir.

-Heinrych... -rompió finalmente su compañero en un tono plano-. En el desierto de Egipto no hay playas.

-¿Ah, no? -respondió Heinrych, confundido-. Pues deberían construir una. Imaginen a los pobres camellos.

Camille suspiró con dulzura antes de soltar la única respuesta posible ante semejante comentario:

-Cariño, solo guarda silencio.

El equipo volvió a concentrarse en la misión, pero no pudieron evitar preguntarse cómo Heinrych, después de tantas misiones por el mundo, aún no sabía que un desierto, por definición, no tenía playas. Quizás, después de esto, deberían considerar inscribirlo en clases de geografía.

"B" disparó hábilmente el gancho, el cual surcó el aire con precisión antes de clavarse en la pared del edificio frente a él. Con un tirón firme, comprobó la estabilidad de la cuerda, asegurándose de que pudiera soportar su peso.

-¡Hey, colega! -llamó su compañero a sus espaldas, apartándose la capucha, dejando que unos mechones peliblancos asomaran y ondearan por la brisa nocturna.

Al verlo, no pudo evitar que sus facciones se suavizaran, aunque su expresión se mantuvo sería como de costumbre.

-No pensarás que entrarías ahí sin despedirte, ¿o sí? -bromeó el peliblanco con una sonrisa ligera.

"B" rodó los ojos, fastidiado por su sentimentalismo.

-Solo cuídate, bastardo -añadió su compañero, esta vez con una mirada más seria.

-No tienes que decírmelo, ya lo sé -respondió con seguridad, ajustando su cinturón para usarlo como soporte.

-Bueno, entonces te veo del otro lado -fueron sus últimas palabras antes de que "B" le respondiera del mismo modo.

Con una última bocanada de aire, flexionó las rodillas y se impulsó hacia el vacío. Sus manos se aferraron con fuerza al cinturón mientras mantenía las piernas estiradas, adoptando una postura de descenso controlado. El viento le golpeó el rostro mientras se deslizaba, sintiendo cómo la adrenalina se disparaba en su sistema.

La distancia era corta, pero la tensión era abrumadora. Cualquier error significaría su fin. Al acercarse al balcón, soltó ligeramente la presión de sus manos y se preparó para aterrizar. Flexionó las piernas en el impacto, rodando sobre su hombro derecho para disipar la fuerza de la caída, pero aun así su cuerpo impactó contra la ventana de vidrio, rompiéndola en mil pedazos. Se cubrió el rostro instintivamente con un brazo y cayó al suelo con un rodamiento calculado.

El estruendo del vidrio resquebrajándose se mezcló con la música de la fiesta en la planta baja, cubriendo el sonido de su entrada. Contuvo la respiración por unos segundos, atento a cualquier indicio de que la seguridad lo hubiera notado. El silencio posterior le confirmó que su infiltración seguía intacta. Exhaló el aire contenido, sintiendo el alivio recorrer su cuerpo.

-Estoy dentro -susurró por el auricular.

Al otro lado de la línea, sus compañeros exhalaron con un evidente alivio. Sabían lo arriesgado que había sido.

A paso veloz, pero silencioso cruzó la habitación, abriendo la puerta de la oficina. Antes de salir, limpió cuidadosamente la manija con un pañuelo negro para evitar dejar rastros. Se deslizó entre las sombras del pasillo, deteniéndose en cada esquina para observar el movimiento de los guardias. Cada vez que uno se giraba, él avanzaba con precisión calculada, usando los pilares como refugio.

-"B", tengo tu ubicación. Sin embargo, debes tener cuidado, hay demasiadas cámaras de seguridad y alguien podría verte por ellas -advirtió la voz femenina por el auricular.

-Tranquila, lo tengo cubierto -susurró mientras sacaba un arma de la parte trasera de su espalda. Con movimientos rápidos y eficientes, le acopló un silenciador y disparó pequeñas bolitas de pintura contra las cámaras, cegándolas con precisión quirúrgica.

-Camille, planos del lugar -ordenó sin perder tiempo, apresurándose a moverse antes de que alguien notara la interferencia.

Entró en la primera puerta que encontró, cerrándola con suavidad tras de sí. Se quedó inmóvil por unos segundos, escaneando la habitación en busca de presencias. Si alguien estaba dentro, tendría que eliminarlo. Su cuerpo se tensó, pero al notar que la sala estaba vacía, se permitió respirar con más calma. Probablemente todos los ocupantes del edificio estaban en la fiesta de la planta baja.

Con un toque en su reloj, proyectó un holograma que desplegó un mapa tridimensional del edificio.

-El punto en el que te encuentras debe ser el doceavo piso. Si sigues todo recto y subes las escaleras de tu izquierda, llegarás a una planta alta donde encontrarás la oficina exclusiva del señor Sephtis -indicó Camille.

-¿Hay algún inconveniente del que deba preocuparme? -preguntó mientras sacaba unos guantes de cuero y se los ponía. Luego, comenzó a estirar sus músculos, preparándose para cualquier eventualidad.

-No, todos los guardias están ocupados en la planta baja. Sería prácticamente imposible que alguien estuviera en esa parte. Los únicos que tienen acceso son los familiares, y todos deben estar en la fiesta -explicó Camille con seguridad.

Sintiendo que su margen de acción seguía siendo favorable. Con un último ajuste de sus guantes, salió de la sala. Solo los familiares tenían acceso y, en teoría, debían estar en la fiesta. Esa seguridad le bastó a su colega, el cual confiado en sus palabras, tomó aire antes de salir emprender su camino. Lo que ninguno de ellos sabía era que, en ese mismo momento, alguien sí se encontraba dentro de la oficina de Sephtis Stone. No un intruso cualquiera, sino la más joven de la familia, resguardada tras aquellas puertas.

Astheria se había refugiado allí, aunque no por mucho tiempo más. Cuando escuchó pasos acercándose, su primer instinto fue esconderse. Se agachó de inmediato, gateando con rapidez hasta quedar oculta tras la gran planta que se encontraba al lado de la puerta. Quizás no era el mejor escondite, pero si las cosas se ponían feas, siempre podría escabullirse y salir corriendo.

El sonido de la puerta abriéndose lentamente la hizo contener la respiración. Vio la sombra de un hombre de complexión media proyectarse sobre el suelo y se obligó a detener sus sollozos. No parecía un guardia de seguridad y, mucho menos, su padre. Encogida detrás de la maceta, lo observa con cautela mientras el desconocido entraba y cerraba la puerta con rapidez. Sin perder tiempo, rodó el escritorio y se apretó a encender la computadora.

-Listo, Camille. ¿Qué necesito hacer? -murmuró al aire con voz ronca y gruesa.

Astheria frunció el ceño. Aquel hombre, definitivamente, no trabajaba para su padre. No había forma de que Sephtis confiara sus secretos más oscuros a cualquiera.

El desconocido sacó un pequeño objeto de su bolsillo: un USB. Sin dudarlo, lo conectó a la computadora, y en cuestión de segundos, el sonido de la transferencia de datos llenó la habitación. La curiosidad de Astheria pudo más que su miedo. Se asomó levemente desde su escondite y dejó que la luz de la pantalla iluminara el rostro del intruso. Sus facciones eran marcadas y atractivas: una mandíbula bien definida, una nariz ligeramente respingada y unos ojos grandes que oscilaban entre el negro y un tono café claro. Vestía un traje de esmoquin y una gabardina negra abierta, lo que le daba un aire elegante pero peligroso.

Astheria tragó saliva. ¿Quién era aquel hombre? ¿Y qué estaba buscando en la computadora de su padre?

-Mierda... -maldijo el hombre entre dientes, su voz impregnada de irritación-. Camille, la contraseña que me diste es errónea.

El enojo comenzaba a apoderarse de él, y sus movimientos se volvieron más bruscos.

-¿Qué? -la voz de la joven al otro lado de la línea sonó incrédula. Se enderezó en su silla y comenzó a teclear frenéticamente en su computadora-. Eso no puede ser, me aseguré de darte la correcta.

-Pues no lo es. Así que muévete y dame otra opción, o juro que voy a matarte -gruñó, golpeando la mesa con furia. No podía creer que su compañera hubiera cometido un error tan básico. Solo tenía una tarea, y ni siquiera podía hacerla bien.

-Intenta con ALSG29, es una de las más recientes -respondió ella con rapidez.

"B" se apresuró a escribirla, pero la pantalla volvió a rechazar el acceso.

-Camille, no estoy jugando. Si me equivoco una vez más...

-¡Perdón! -protestó la joven, ahora preocupada-. Tampoco tienes que ser tan grosero. Además, hice mi trabajo.

"B" presionó la mandíbula y se pasó una mano por el rostro, tratando de calmarse.

-Te dije que no quería errores. Por tu maldita incompetencia, el plan se fue a la mierda -masculló entre los dientes mientras sus ojos recorrían la oficina, buscando una alternativa. Pero entonces, algo llamó su atención.

Una pequeña cabecita asomaba tímidamente detrás de la maceta, cerca de la entrada.

El tiempo pareció detenerse.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y su rostro perdió todo color. Del otro lado, la intrusa también quedó helada. Durante una fracción de segundo, ambos se miraron, atrapados en una burbuja de tensión insoportable.

Hasta que ella reaccionó.

Con un movimiento brusco, se puso de pie y corrió hacia la puerta. Sus pies apenas hicieron ruido contra el suelo mientras estiraba la mano hacia la manija, desesperada por escapar.

Pero antes de que pudiera alcanzarla, un clic resonó en la habitación.

Astheria se detuvo en seco.

El miedo le congeló las venas. Había crecido rodeado de guardias de seguridad, conocía ese sonido a la perfección. Tenía un arma.

-No te muevas, o te juro que disparo -tronó la voz del hombre detrás de ella.

La chica tragó grueso, presionó los ojos y levantó las manos en un intento de rendición.

-Date la vuelta -ordenó él.

Astheria obedeció sin pensarlo, sintiendo las piernas temblarle al ver el arma apuntándole directo a la cabeza.

-Por favor... no me dispare... -susurró, apenas audible.

"B" sintió un cosquilleo recorrerle el cuerpo.

-¿Por qué no hacerlo? -musitó, con una calma inquietante-. No disfruto matar por placer, pero ya me viste. No puedo dejarte con vida. Así que tienes cinco segundos para darme una buena razón.

El sudor resbaló por la frente de la chica. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y por alguna razón, eso hizo que algo se removiera en él. Nunca se había sentido de esa manera antes. Pero verla así, tan frágil, tan indefensa, lo alteraba de una forma desconocida.

Parecía un conejito acorralado. Y él, la pantera hambrienta a punto de devorarlo.

-Y bien? ¿Quieres decir unas últimas palabras? -preguntó con indiferencia, sin bajar el arma. Al no obtener respuesta, encogió los hombros y llevó un dedo al gatillo-. Si es lo que quieres...

El sonido de la pistola al ser cargada resonó en la habitación.

-¡Yo sé la contraseña! -gritó Astheria sin previo aviso.

El disparo se desvió en el último segundo, pasando a solo unos milímetros de su cuerpo.

Astheria soltó un chillido. Un segundo más y habría muerto.

-Repítelo -ordenó "B", con voz firme y peligrosa.

-Yo... yo sé la contraseña del portátil -balbuceó Astheria, su voz entrecortada por los nervios. Se obligó a alzar la vista, encontrándose con la mirada depredadora de su atacante-. Si me dejas vivir, te la daré..

"B" entrecerró los ojos.

- ¿Cómo sé que no me estás mintiendo? Podrías estar ganando tiempo para avisar a seguridad.

-Créeme, lo último que quiero es hacer eso -respondió ella, con desesperación en la voz-. Además, si te causa tanta desconfianza, puedo acercarme lentamente. Podrías tenerme a unos centímetros de ti. Si intento algo, simplemente podrías disparar.

El joven la observó en silencio, considerando sus palabras. Sabía que tenía razón. De todas formas, si resultaba ser una trampa, siempre podía usarla como distracción y salir de escena sin perder nada.

-Bien. Pero si intentas algo, disparo -accedió al fin.

Astheria se acercó con cautela y comenzó a moverse en su dirección. Sus pasos eran medidos, asegurándose lentamente de mantener las manos bien visibles.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca, "B" la sujetó con firmeza por la cintura y, sin soltar el arma, la presionó contra él. El frío metal rozó su sien mientras avanzaban juntos hacia la parte trasera del escritorio, donde estaba la computadora.

-¿Puedo...? -preguntó la joven con duda, señalando el teclado.

B le permitió sentarse, aunque no se alejó demasiado.

Astheria colocó las manos sobre el teclado, pero sus dedos temblaban, ya fuera por la presión o por el arma que aún sentía contra su cabeza. Su respiración era errática, y para empeorar la situación, el aliento del chico rozaba su nuca.

Un tenue aroma se deslizó hasta sus fosas nasales. Lavanda, madera y un matiz indefinido, masculino y envolvente. Era ese tipo de fragancia que muchas mujeres describirían como "olor a hombre" .

Astheria tragó en seco.

No sabía qué la ponía más nerviosa: el arma, o la proximidad de B.

-Por favor, funciona... -susurró la joven en un tono bajo, casi suplicante.

B la vigilada de reojo. Se veía tan asustada que, por un instante, sintió una punzada de lástima. Podía notar su desesperación, cómo sus manos temblaban y su corazón latía a toda velocidad. Finalmente, la pantalla de la computadora se desbloqueó, y el alivio en el rostro de la chica fue evidente.

- ¿Qué hiciste? -preguntó con sospecha.

-Mi padre cambia la contraseña del portátil todos los días -explicó, señalando el reloj en la pared-. Cuando llegaste, eran exactamente las 12:00. Además, para desbloquearlo no basta con la clave. El sistema requiere identificación dactilar, así que solo alguien de la familia puede acceder.

B soltó un leve silbido, impresionado.

El silencio que siguió no fue incómodo. Se miraron sin decir una palabra, como si estuvieran midiendo al otro. Astheria se dio cuenta de que lo estaba observando demasiado y desvió la vista, sintiéndose algo avergonzada.

-Yo... te dejaré seguir con lo tuyo -dijo rápidamente, intentando ponerse de pie.

Pero antes de que pudiera moverse, el chico la sujetó por la muñeca y la obligó a sentarse de nuevo.

-¿A dónde crees que vas? Solo quédate aquí y no te muevas -ordenó con seriedad.

Rodeó a la chica con sus brazos mientras tecleaba en la computadora, dejando apenas unos centímetros entre ellos.

-Yo... lo siento, no intentaba escapar -se apresuró a decir Astheria, sintiéndose aún más nerviosa-Digo... tú mandas, yo solo estoy aquí -agregó con una pequeña risa nerviosa.

B rodó los ojos y continuó con su tarea. La transferencia de archivos al USB que había conectado avanzaba lentamente debido al tamaño de los documentos. Sin embargo, ese no era el problema más grave al que se enfrentarían.

De repente, unas voces resonaron en el pasillo. Ambos se miraron al mismo tiempo, luego dirigieron la vista a la puerta.

-¿Astheria? ¿Estás aquí? -llamó una voz masculina desde el otro lado. Su tono era suave, pero con una firmeza inconfundible.

-Mierda... -murmuraron ambos al unísono, pero por razones muy distintas.

B maldijo internamente porque no podía permitirse ser descubierto. Astheria, por otro lado, sintió un escalofrío recorrer su espalda al reconocer la voz de su padre.

-¡Astheria! -volvió a llamar, esta vez con un tono más duro y molesto.

El miedo se apoderó de ella, y casi por instinto, se puso de pie.

El arma de B la aterrorizaba, sí, pero el hombre al otro lado de la puerta le provocaba un pavor aún mayor.

-¿A dónde crees que vas? -espetó el sujeto, tomándola del brazo para detenerla.

-Es mi padre... -susurró ella como si fuera la excusa más obvia del mundo, tratando de zafarse.

-No te muevas -ordenó, frustrado porque parecía que sus órdenes no tenían efecto en ella.

-Si no salgo ahora, él va a entrar, y si lo hace, nos matará a los dos -susurró molesta, mirándolo con exasperación-. Solo saldré, iré con él, y tú puedes quedarte aquí y terminar lo que estabas haciendo.

B la miró con incredulidad.

-¿Crees que soy idiota? Es obvio que en cuanto salgas, me delatarás.

Astheria le puso una mano en la boca para callarlo.

- ¿Puedes tranquilizarte? Ya te escuché, ahora escúchame tú a mí -le susurró con firmeza, lo bastante molesta como para sorprender a B. Nadie le había hablado así antes.

Él la observaba con una mezcla de desconcierto y diversión.

-No tengo por qué mentirte, y mucho menos por qué delatarte. Cumpliste tu parte de no matarme... -continuó Astheria-. Además, ¿qué ganaría yo con entregarte?

El sujeto fruncio el ceño, claramente sin convencerse. Se irguió, cruzando los brazos sobre el pecho, dejando clara la diferencia de estatura entre ellos. Astheria sintió que el aire se volvía más pesado. No estaba segura de si había logrado convencerlo... o si acababa de cometer un grave error. Abrió la boca, indignada, sin previo aviso, se subió sobre la silla de la oficina, intentando quedar a la altura de B.

-Ahora estamos en el mismo rango, así que escúchame -ordenó con firmeza.

B solo sintió ganas de reír al verla hacer aquello. La escena le resultó absurda. Como si el simple hecho de subirse a una silla realmente cambiara algo.

-Esto es ridículo -confesó con diversión.

-Te juro que si no me deja salir ahora y mi padre se enoja conmigo, voy a gritar tan fuerte acusándote de querer violarme que se enterarán en media manzana... y eso no acabará bien para ti -soltó la joven con una expresión seria.

La amenaza lo tomó por sorpresa. No por miedo, sino porque nadie jamás se había atrevido a desafiarlo de esa manera. En sus veintitantos años de vida, ninguna persona había contradicho sus órdenes y vivido para contarlo.

-¡ASTHERIA! -gritó furioso su padre desde el otro lado de la puerta.

-A la mierda... -murmuró la chica antes de bajar apresuradamente de la silla.

Sin pensarlo demasiado, agarró la computadora del escritorio. Sabía que los archivos no estarían listos antes de que su padre entrara.

-¿Qué haces? -preguntó B, desconcertado.

-Lo más sensato para ambos. Toma la maldita computadora -soltó, estampándosela en el pecho antes de empujarlo hacia la esquina de la oficina.

Astheria se movió con rapidez, abriendo la ventana.

-Vete. Y cuando termines de descargar los archivos, tírala lejos. Tiene un rastreador -le explicó apresuradamente.

Sin darle oportunidad de reaccionar, lo empujó.

B sintió un microinfarto al darse cuenta de que no estaban precisamente cerca del suelo. Sin embargo, un alivio inesperado recorrió su cuerpo al impactar contra una pequeña terraza unos metros más abajo.

Desde ahí, alzó la vista justo a tiempo para ver los ojos de Astheria. Había algo en su mirada... desesperación. Pero antes de que pudiera analizarlo, apareció en escena una segunda figura. B se ocultó entre las sombras, observando con el ceño fruncido.

Lo que vio le revolvió el estómago.

El hombre sujetó a Astheria del cabello y la jaló bruscamente. Antes de que ella pudiera reaccionar, le propinó un golpe en el rostro. Un nudo de rabia se formó en el pecho de B. Por primera vez en su vida, sintió algo que jamás había experimentado antes: impotencia.

No podía hacer nada. No podía defenderla. Y mucho menos podía golpear a ese maldito.

Su mandíbula se tensó. Nunca había estado en una situación en la que no tuviera el control. Siempre hacía lo que quería, cuando quería. Pero ahora... ahora estaba atado de manos.

Con frustración, se ajustó el cinturón a la cuerda ya colocada y descendió sin hacer ruido, alejándose del lugar. Sin embargo, una pregunta se quedó rondando en su mente.

¿Qué demonios acababa de pasar con ese pequeño conejito?

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