Llegamos al adorable establecimiento.

—"Su pintura desecha tan formal, sus clientes emanando un encantador olor a licor y sudor, el humo gris que nubla la vista, el paraíso sin lugar a dudas" —pensé.

Paige salió a nuestro encuentro.

—Hola Regy querido —dijo, mientras me conducía a sentarme en un taburete, se acomodó sobre mis piernas— vaya que estas guapo hoy dulzura —se llevó un cigarro a la boca y expulsó el humo en mi rostro.

—"Cuanta maravilla en una sola mujer —me decía— me permitía besarla, me permitía acariciarla, pero más que nada, me permitía tocar su largo y dorado cabello, era un placer sin lugar a dudas cada vez me sentía más deslumbrado por su cabellera, hasta que..."

—¿Qué es eso? —dije en voz alta.

—¿Qué cosa primor? —preguntó ella besándome el cuello.

—La cosa negra que sobresale de tu cabeza —me empecé a sentir enfermo.

—Jaja, tranquilo preciosura, solo es mi color natural de cabello, ya ves, has llegado tan apresurados que ni me ha dado tiempo de decolorarme bien la raíz, jaja —se reía con dulzura, yo, quería vomitar.

 —Tengo que retirarme un momento —la empujé de mis piernas y corrí al lavabo.

—¡Maldita zorra! —gruñí al espejo mientras abría el grifo del lavabo— ¿por qué nadie es como ella?, ¿por qué nadie tiene el cabello rubio como ella?, todas iguales, vanidosas y ridículas, engañosas y pretenciosas ¡maldita cerda de cabaret mentirosa! —gritaba mientras arrojaba puños de agua al espejo, la ira hizo que mis manos temblasen, que el sudor resbalase de mi frente, que me invadiera una furia asesina.

Lancé agua sobre mi rostro, me alisé el cabello, y acomode el traje.

—No importa, habrá otra oportunidad, pero ya sabes lo que hacemos con mujeres como esas Regy... ya...lo...sabes.—Sonreí maliciosamente al espejo y volví a la barra.

—Joder, ¡¿por qué están tan apagados?! —grité en medio del bar— ¡a beber!