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8. La gala.

El auto se detiene frente a la entrada iluminada de la mansión, y a través de la ventana tintada, puedo ver a los asistentes moviéndose bajo las luces cálidas del candelabro colgante en el vestíbulo. La opulencia está en cada detalle: alfombras rojas, guardias uniformados con posturas impecables, y una fila de autos de lujo que se extiende hasta donde alcanza la vista.

El chofer me abre la puerta, y cuando pongo un pie fuera, siento el peso de todas las miradas momentáneamente sobre mí. Un susurro de curiosidad. Me ajusto el bolso y camino hacia la entrada, recordando cada paso del guion que hemos practicado hasta el cansancio.

El auricular en mi oído emite un clic suave. Es Patrick.

—Green, todos están en posición. El equipo encubierto está dentro, distribuidos entre los invitados. Los operativos de respuesta están en la sala de seguridad monitoreando las cámaras. Tú eres el anzuelo, así que mantenlos enfocados en ti.

—Entendido— murmuro sin mover los labios, mi voz apenas un susurro mientras entrego la invitación al portero. Él la revisa y me da un breve asentimiento.

Una vez dentro, el aire cambia. Es un mundo de conversaciones bajas, risas medidas y el tintineo de copas de champán. Reconozco al objetivo de inmediato. Está al fondo de la sala, junto a una escultura de vidrio que parece demasiado frágil para estar tan cerca de él. Un señor de edad con un traje gris y cabello blanco. Tiene toda la pinta de ser un científico.

Patrick vuelve a hablar. — A tu izquierda, en el bar, está Landon. Él te cubrirá si algo se complica. El resto del equipo está mezclado en la multitud. Todo está bajo control, pero no pierdas de vista a los objetivos.

Camino hacia la mesa central, donde está Morozov.

—¿Sabe quién soy, Morozov? — me paro a su lado, sin mirarlo.

—La detective Green. Me lo repitieron como 100 veces. — su acento ruso es muy pronunciado.

—Debe sentirse frustrado. Intentó esconderse, pero no resultó.

—Esta gente es buena, debo reconocerlo.

—¿Por qué lo hizo? ¿Por qué creó algo que mataría a millones de personas? ¿No tiene hijos?

—Tenía muchas deudas que pagar.

—¿Cómo piensan usarlo? El hospital ya no es una opción. Sus posibilidades de esparcimiento murieron con Salas.

—Lo que creé es lo último de lo que deberían preocuparse. Solo es un distractor.

—¿Y por qué están tan obsesionados por tenerlo?

—¿Cuáles son las dos cosas que mueven el mundo? — no entiendo su pregunta. — El odio y el dinero. ¿No te has preguntado por qué dos grupos de nacionalidades distintas persiguen lo mismo con tanta persistencia?

—¿Por venganza?

—Por poder. Tienen razones para querer vengarse, pero solo son dos grupos, si los países estuvieran implicados, habría una guerra. Pero no hay guerra. No aún.

—¿Qué clase de poder ganan con ese veneno?

—Lo que decidan hacer con él, es cosa de ellos. Pero parece que alguien está pagando para que cacen esta fórmula a toda costa. ¿Será el mismo que ordenó asesinar a Salas? ¿Serán los mismos que han atacado a Robinson y asociados? ¿O será el mismo que ordenó crearla?

—Solo está confundiéndome más.

—Al paso que van quizás jamás sepan la verdad. Pero mientras esperan, más gente morirá. El lobo los observa desde su cueva, hacen el trabajo por él. Solo le facilitan las cosas.

—¿Quién es el lobo? — se queda en silencio. — Tengo una dosis de su creación en mis manos. — la saco de mis bolsillos. — ¿Qué pasaría si clavo esto es su cuello sin titubear? — lo llevo en una jeringa. Mira mi mano y noto sus nervios.

—Me desintegraría por dentro. Sería una muerte lenta y dolorosa.

—¿Y a los que están alrededor qué les pasará?

—Si no entra en su sistema sanguíneo, no pasa nada. — su revelación me deja anonadada.

—¿Si no se contagia por el aire cómo pensaban distribuirlo?

—Quizás jamás lo hice con ese propósito.

—Por culpa de esta cosa incendiaron la firma donde trabajaba, asesinaron a una compañera y han intentado matarme dos veces. Tengo suficientes razones para usar esto contra usted ahora mismo.

—Yo no soy el culpable.

—Pero su invento es lo que tiene a todos de cabeza. ¿A quién están buscando? ¿A través de quién quieren enviar un mensaje?

—Ya lo dije. No lo sé. Aquí la detective es usted. Traicionando a su gente para participar en planes de una agencia de la que no sabe nada. ¿Cómo puede alguien caer tan bajo?

—Cierre la boca. — me estoy enojando.

—Los rusos acaban de llegar. Todos alerta. — suena Patrick por el auricular.

—Quizás ellos están detrás de todo esto y ni siquiera lo sabes. De ser así, no quiero imaginar la carga de conciencia que tendrás por el resto de tu vida.

—No lo escuches, te está provocando. — Patrick vuelve a sonar en mi oído.

—Cualquier cosa sería menor que la miserable vida que llevaras después de esta noche.

—Al menos mi laboratorio no se incendió, y mucho menos, he perdido a uno de mis colegas. ¿Qué se siente perder tanto y no tener el poder de protegerlos? — me mira a los ojos descaradamente. Desatando toda la ira que llevo dentro de mí. Aprieto la jeringa en mi mano y estoy dispuesta a clavarlo en su garganta.

—Mánchester, no lo hagas. Es lo que quiere. Sabe que sus compatriotas están cerca. — suena una voz conocida por el auricular. Me detengo radicalmente y toda mi ira se disipa. Es Bonneville.

—¿Bo...

No digas mi nombre. Recuerda a quien tienes de frente. — me interrumpe. Tiene razón. — Y sí, soy yo. Regresé por ti. — sus palabras, escuchar su voz, me da la seguridad que necesitaba en este momento. Cinco hombres cruzan la puerta principal y caminan entre la gente. Vienen hacia nosotros.

Estoy junto a Morozov, mis ojos no pierden de vista a los rusos que acaban de entrar en la sala. Son cinco, y a diferencia de los demás invitados, su postura es mucho más tensa, sus movimientos controlados, casi mecánicos. Uno de ellos, un hombre corpulento con barba y cicatriz en la ceja parece el líder.

—Green, alerta— dice la voz de Patrick en mi auricular. — Son ellos. Se dirigen hacia ti. Recuerda el plan. — respiro hondo y tomo un sorbo de champán justo cuando llegan a mi lado. El líder me observa como si intentara desentrañar un secreto escondido bajo mi piel.

—Interesante elección de accesorios— dice, señalando mi collar con una sonrisa que no llega a sus ojos.

—Y usted, interesante elección de palabras — respondo, inclinando ligeramente la cabeza. Mi tono es amable, pero firme. No soy una presa fácil.

—No pareces sorprendida de verme aquí. — su acento también es pronunciado. Los hombres detrás de él se dispersan, pero sus miradas esquivan constantemente las entradas y las cámaras. Están evaluando, planeando.

El líder da un paso más cerca.

—He oído mucho sobre ti.

—Seguramente. Soy todo un tema de conversación. Me pregunto de qué hablarán. Si de una detective que está a punto de revelarle a todo el mundo quienes son, o si una sola mujer solo con su inteligencia los está cazando. Que dolor de cabeza ¿no? — oso al decir.

—Dime cuántos policías te acompañan esta noche. — saca su arma y cruza los brazos con ella en manos frente a mí.

—Mejor dime por qué están aquí. ¿Hay más como tú o todo terminará contigo? — sonríe descaradamente. — ¿Esto es lo que quieres? — muestro la dosis falsa que tengo en mis manos.

—Tu cabeza es lo que quiero. — me quedo perpleja. — Alguien ha ofrecido muchos millones por tu muerte. — doy un paso atrás, fingiendo un movimiento casual para ajustar mi bolso.

—Parece que si das un paso más el que morirá hoy serás tú. — veo el diminuto punto rojo en el centro de su frente y también lo nota en el reflejo de un florero a su costado.

La música en la sala baja inesperadamente, como si hubiera un fallo técnico, pero no es casualidad. Landon, el agente encubierto en el bar, vierte "accidentalmente" su bebida sobre uno de los rusos que está cerca. El hombre reacciona con un gruñido, y mientras intenta limpiarse, Landon lo inmoviliza con un movimiento rápido, sujeta un cuchillo escondido en la base del vaso y lo clava discretamente bajo las costillas del hombre.

Al mismo tiempo, una camarera pasa cerca del segundo ruso, y en un gesto aparentemente amable, le ofrece una bandeja con bebidas. Él no se da cuenta del fino aguijón que se oculta en el borde de la bandeja hasta que siente un pinchazo en el cuello. Su cuerpo se desploma sin ruido en menos de diez segundos. Los invitados empiezan a murmurar, confundidos, mientras los agentes encubiertos intervienen con movimientos precisos, ocultando los cuerpos y asegurando que parezca un incidente menor, nada más que una serie de percances en una gala de lujo.

—Buena jugada. Pero esto no termina conmigo. Ni con él. — levanta el arma y le dispara a Morozov antes de que pueda hacer algo. Tira el arma al suelo y levanta las manos para evitar que le disparen. Estoy nerviosa. El disparo ha pasado muy cerca de mí, dejándome un molesto zumbido por varios minutos.

—Green, ve con Landon, ahora. — Patrick dice, pero me quedo quieta.

—¿Quién está ofreciendo dinero por mi cabeza? — se queda en silencio. — ¿Quién?

—Jamás lo sabrás. — con rabia, tomo el arma que ha dejado en el suelo y le apunto.

—Es mejor que contestes. — me mira como si no fuese capaz de apretar el gatillo. Su mirada me reta, así que apunto a su pierna y disparo. Obligándolo a caer de rodillas frente a mí.

—Será mejor que me mates de una buena vez.

—¡Responde mi pregunta!

—Green, abandona la sala ahora. — Patrick vuelve a sonar, pero lo ignoro completamente y me quito el auricular.

—No sabemos quién, solo sabemos cuándo. — quisiera volver a dispararle, está vez en la frente. Del que no pueda recuperarse jamás pero no puedo. Simplemente no puedo. Nota mi momento de vulnerabilidad, golpea mi mano, haciendo que deje caer el arma y aprisiona mi cuello con su brazo, presionando el filo de una navaja en mi piel. — Diles a tus hombres que se alejen o será la última vez que te vean.

—No lo haré. Mátame si quieres. — mantengo mi respiración controlada, aunque el corazón me martillea en las costillas. Su mano libre me sujeta por el brazo, inmovilizándome, mientras la hoja presiona apenas lo suficiente para que una gota de sangre resbale por mi piel.

Y entonces, como si fuera un espectro, aparece Bonneville.

Su llegada es tan silenciosa que el ruso no lo nota hasta que siente el primer impacto. Una pluma, sí, una pluma metálica de aspecto inofensivo se clava con precisión quirúrgica en su muñeca, obligándolo a soltar la navaja. La pluma libera una descarga eléctrica que recorre su brazo, haciéndolo retroceder con un gruñido de dolor. Antes de que pueda recuperarse, Bonneville ya está detrás de él, moviéndose con la gracia y la letalidad de un felino.

El ruso intenta girarse para enfrentarlo, pero Bonneville no le da tiempo. De su manga saca lo que parece ser un reloj de lujo, pero cuando presiona el bisel, se despliega un fino hilo de alambre que usa para atrapar al ruso por el cuello. En cuestión de segundos, el hombre está de rodillas, forcejeando inútilmente mientras Bonneville lo reduce sin apenas esfuerzo. El ruso jadea, su fuerza agotándose rápidamente.

—Deberías haber respondido sus preguntas. — dice Bonneville antes de soltar el alambre justo lo suficiente para dejarlo inconsciente, no muerto. Me quedo ahí, paralizada por un momento, mientras Bonneville se acerca a mí. Su mirada se suaviza, aunque sus ojos aún tienen ese destello calculador.

—¿Estás bien? — pregunta, y por un instante, no sé qué responder.

Finalmente, asiento, tocándome el cuello donde aún siento el fantasma de la hoja.

—Estaré bien. — murmuro.

—Detective Green, hora de irnos. — Landon aparece a mi lado. Miro a Bonneville, buscando su aprobación, pero no la consigo. Parece sumergido en los cuerpos que hay que limpiar.

—Necesito un minuto. Iré al baño. — digo, pero una agente mujer, me sigue. Supongo que me están cuidando. Aunque casi la cago. Me encierro en el baño, girando el pestillo con manos que apenas logro mantener firmes. El eco de mis tacones en el mármol se apaga cuando apoyo ambas manos en el lavabo.

El espejo frente a mí devuelve una imagen que no reconozco del todo. Mi cabello, perfectamente peinado hace unas horas, ahora tiene mechones fuera de lugar. Mis ojos están más oscuros, brillantes por el sudor y la adrenalina que aún corre por mis venas. Y ahí está, una delgada línea roja en mi cuello, testigo silencioso de lo cerca que estuve del final.

Respiro hondo, intentando controlar el temblor en mi pecho. Uno, dos, tres... exhalo lentamente. Pero no es suficiente. El peso de la situación sigue allí, aplastándome. Abro el grifo y dejo que el agua fría corra un momento antes de sumergir mis manos en ella. La frescura contra mi piel me trae un instante de alivio. Me salpico el rostro y dejo que las gotas caigan, manchando la tela de mi vestido. Ahora mismo, no me importa.

—Cálmate— me digo en voz baja, mi tono casi inaudible en la soledad del baño. — Estás viva. Eso es lo que importa. Cierro los ojos y dejo que mi mente repase todo. Bonneville, su entrada silenciosa, la forma en que me sacó de esa situación con una precisión que solo alguien como él podría tener. ¿Por qué siempre está ahí cuando más lo necesito? ¿Y por qué me afecta tanto?

Me seco las manos con un pañuelo que saco de mi bolso, y en el proceso, noto cómo mis dedos aún tiemblan. Este trabajo nunca deja de recordarme lo frágil que es todo, cómo cada decisión puede ser la última. El auricular destruido sigue rondando en mi mente. Estoy desconectada del equipo, sola en este baño, pero no puedo permitirme colapsar. No ahora.

Miro mi reflejo de nuevo, y esta vez, me obligo a encontrar a la detective Green, la que no se rinde, la que siempre encuentra una manera. "Tienes esto," digo en voz baja, un mantra para reforzarme. Respiro hondo una vez más, enderezo mi postura y arreglo mi cabello lo mejor que puedo. El mundo sigue girando allá afuera, y no puedo quedarme aquí por siempre.

La agente está esperando justo fuera, su postura tensa y su mirada afilada.

—¿Todo en orden? —pregunta en su tono directo, evaluándome con esos ojos que parecen ver más de lo que deberían.

—Sí. —respondo, sin dejar espacio para más preguntas.

Ella asiente y empieza a caminar a mi lado por el pasillo hacia la salida trasera. La mansión está menos bulliciosa ahora; los invitados se han dispersado en pequeños grupos, absortos en sus conversaciones. El equipo encubierto ha limpiado el desastre con una eficiencia impecable, como si nada hubiera ocurrido.

Cuando salimos al aire fresco de la noche, señala un sedán negro estacionado en la esquina.

—El coche está ahí. Te llevarán de vuelta al punto seguro.

Empiezo a seguirla, pero algo capta mi atención antes de dar más de dos pasos. Un destello metálico bajo las luces de la calle, el inconfundible perfil de un BMW negro estacionado a pocos metros. Bonneville está dentro, en el asiento del conductor, su brazo descansando en la ventanilla abierta. Sus ojos profundos y enigmáticos se clavan en los míos con una intensidad que me detiene en seco.

La agente se da cuenta y frunce el ceño.

—Regresaré con él. — digo, más para mí que para ella, mientras cambio de dirección y camino hacia el BMW. Bonneville no dice una palabra cuando llego al auto. Simplemente abre la puerta del copiloto desde dentro, como si supiera que iba a elegirlo. Arranca el auto sin decir nada, el motor ronroneando como un felino. Solo después de unos segundos de silencio, con la ciudad pasando a nuestro alrededor, rompe su mutismo.

—Hiciste un buen trabajo hoy, pero Patrick casi muere de un infarto. Quizás mañana tengas una reunión con Thompson. — me quedo en silencio. No sé cómo me siento en estos momentos. — ¿Tienes hambre? — pregunta y asiento. — Bien.

El BMW se detiene suavemente en un rincón apartado, lejos del ruido de la ciudad. El lugar es inesperado: un pequeño restaurante escondido, con luces cálidas que parpadean en la fachada y un ambiente que grita privacidad. Bonneville apaga el motor, y el silencio que sigue es pesado, pero no incómodo. Antes de que pueda abrir la puerta para salir, él se inclina hacia mí, su movimiento fluido y seguro. Me tenso instintivamente, pero no hay amenaza en sus ojos, solo un leve destello de preocupación.

—Quédate quieta— dice con su tono bajo y controlado, mientras saca algo del compartimento central del auto.

Cuando veo el paquete de curitas en su mano, no sé si reírme o preguntarle qué demonios está haciendo. Él desenrolla una y la sostiene entre sus dedos con la misma precisión que usaría para un arma.

—No es nada— protesto, girando ligeramente la cabeza, pero él no me escucha.

—Déjame decidir qué es nada — murmura mientras acerca la mano a mi cuello.

Sus dedos rozan mi piel con delicadeza, limpiando la pequeña herida con una toallita húmeda antes de colocar la curita con cuidado. El contacto es breve, pero lo siento más de lo que debería.

—Listo— dice al terminar, su voz casi un susurro. — No puedes caminar por ahí con una marca que te delate. No quiero que nada más te toque esta noche.

Levanto una ceja.

—¿Y eso qué significa? — él solo sonríe, esa media sonrisa que parece guardar mil secretos.

—Significa que vamos a cenar. Y que esta noche, estás a salvo conmigo.

Salgo del auto, todavía sintiendo el peso de su toque, mientras él rodea el vehículo para abrirme la puerta del restaurante. Es un gesto elegante, casi anticuado, pero con Bonneville todo parece medido, como si cada movimiento estuviera planeado con precisión.

El lugar por dentro es aún más acogedor, con mesas pequeñas, velas titilando y un aroma que mezcla madera y especias. Es exactamente lo que no esperaba, pero también lo que necesito. Me dejo guiar hasta una mesa apartada en la esquina, y mientras nos sentamos, su mirada nunca se desvía de la mía.

—¿Por qué esto? — pregunto finalmente, rompiendo el silencio mientras mis dedos juegan con el borde de mi servilleta.

—Porque tienes hambre. — intenta hacer un chiste, pero no tengo ánimos de seguirle el juego. — Porque después de todo lo que ha pasado, mereces un respiro. — responde, su tono genuino. — Aunque sea solo por esta noche.

El camarero llega, una figura discreta que parece encajar perfectamente en la atmósfera íntima del lugar. Bonneville se toma su tiempo, estudiando el menú con una calma que solo alguien como él puede tener, mientras yo dejo que mis ojos se deslicen por la lista sin realmente leerla. Mi mente sigue atrapada en los eventos de la noche y, si soy honesta, en el hombre sentado frente a mí.

—¿Alguna recomendación? — pregunto, rompiendo el silencio mientras dejo el menú sobre la mesa. Él levanta la vista, una ligera sonrisa curvando sus labios.

—No eres del tipo que sigue recomendaciones, pero... el risotto aquí es excepcional.

—Risotto, entonces — digo.

—Y una copa de vino tinto para ella. — añade, dirigiéndose al camarero. Luego mira hacia mí, arqueando una ceja como si desafiara mi decisión de contradecirlo. No lo hago.

—¿Y tú? — pregunto, inclinándome ligeramente hacia adelante.

—Algo simple—responde, cerrando el menú con un chasquido suave. —Solomillo. Y un whisky, por favor. — cuando el camarero se retira, el silencio regresa brevemente, pero no es incómodo. En lugar de eso, es como una pausa necesaria, un momento para recalibrar.

—Así que... — comienzo, jugando con el borde de mi copa de agua. — ¿cuántas veces más vas a aparecer de la nada para salvarme antes de que me digas cuál es la razón? — él sonríe, esa sonrisa enigmática que parece burlarse de la idea misma de responder.

—¿Y si te dijera que mi única razón eres tú? — ruedo los ojos, aunque el calor en mi rostro traiciona lo que realmente siento.

—Intenta de nuevo. Algo más creíble esta vez. — digo. Se inclina hacia adelante, apoyando los antebrazos en la mesa.

—Está bien. Digamos que tengo mis propios motivos para mantenerte con vida. Y digamos también que disfruto más de lo que debería estar cerca de ti. — su tono es ligero, pero hay una sinceridad subyacente que me desarma. No sé qué responder, así que opto por un contraataque.

—¿Y qué te hace pensar que yo necesito tu protección?

—Esta y la noche de ayer. — dice simplemente, y eso basta para cerrarme la boca.

El camarero regresa con nuestras bebidas, interrumpiendo la tensión. Bonneville levanta su vaso de whisky, y después de un momento de vacilación, yo levanto mi copa de vino.

—Por sobrevivir otra noche. — dice, chocando su vaso con el mío.

—Por no volver a necesitarte— replico con una sonrisa que no es tan desafiante como intento que sea.

Mientras cenamos, la conversación fluye más fácilmente de lo que esperaba. Hablamos de cosas triviales, algo raro en mi mundo: películas antiguas, viajes que él ha hecho y yo nunca he tenido tiempo para hacer. Cada tanto, suelta una broma seca que me saca una sonrisa genuina, algo que no ocurre con frecuencia.

—¿Cómo alguien como tú termina con un gusto por el cine clásico? — pregunto después de un rato, mientras dejo mi copa de vino medio vacía en la mesa.

—Siempre hay tiempo para el arte— responde, limpiando los bordes de su plato con un pedazo de pan. — Aunque, admito, tengo un gusto particular por las historias donde los héroes son más... imperfectos.

—¿Héroes imperfectos?

—Como tú — dice sin vacilar, mirándome directamente.

Eso me toma por sorpresa, y por un momento, me encuentro sin palabras. Hay algo en su mirada, en la forma en que habla, que me hace sentir expuesta pero no amenazada.

—Espero que sepas que no soy una heroína. — digo finalmente, mi voz más baja de lo que pretendía.

—Lo sé— responde con suavidad.

El resto de la cena transcurre con una calidez inesperada, como si la opresiva tensión de la noche hubiera quedado olvidada, al menos por ahora. Cuando terminamos, me doy cuenta de que, por un instante, me sentí como una persona normal, compartiendo una comida con alguien que, a pesar de sus sombras, logra hacerme sentir vista de una manera que pocos lo hacen. Y aunque no quiero admitirlo, estoy agradecida de haber elegido su BMW.

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