Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6. LX-9.

Mientras voy de camino, marco el número que estaba al final de la página del contrato y una mujer contesta. Casi creo que he llamado al número incorrecto pero la mujer al otro lado parecía saber que era yo. Así que me envío la dirección de donde podría reunirme con el director nuevamente. Conduzco y es lo mismo de ayer. Guardias escoltándome y gente haciendo su trabajo.

El lugar es impresionante: un enorme vestíbulo de techos altos, con paredes cubiertas de pantallas que proyectan mapas, cifras y grabaciones en tiempo real. Todo parece moverse, cambiar, como si el edificio tuviera vida propia. Un hombre alto y con una expresión tan seria que parece cincelada en piedra se me acerca.

—Detective Green, bienvenida. Por aquí. — dice sin preámbulos.

Me conduce por un corredor blanco y minimalista. A los lados, puertas sin etiquetas. Mi reflejo en las superficies metálicas me observa con una mezcla de curiosidad y nervios. El eco de nuestros pasos es absorbido por el suelo acolchado.

—Es gratificante volver a verla, detective Green. — dice el director, apareciendo al final del pasillo.

—He firmado. Estoy dentro. — admito sin más, extendiéndole el contrato.

—Bien, entonces...será un placer trabajar contigo. — dice. Me extiende su mano y la estrecho. Aunque en mi rostro no se refleje el aluvión de pensamientos que se arremolinan en mi mente. — Y por cierto, mi nombre es Thompson. — finalmente sé cómo llamarlo.

Thompson camina por delante de mí con pasos firmes, y yo lo sigo mientras intento memorizar cada detalle. — Este lugar puede parecer intimidante al principio —dice sin mirar atrás. — pero pronto te acostumbrarás. — la primera parada es una puerta con una placa discreta que dice "Dirección de Operaciones". Al entrar, me encuentro con una oficina impecable, donde una mujer de cabello perfectamente recogido y expresión severa teclea en un ordenador. — Ella es la directora Harper, maneja las operaciones globales. Si algo necesita autorización de alto nivel, pasa por ella. — Harper levanta la vista y me dedica un asentimiento breve, pero no interrumpe su trabajo.

Seguimos avanzando hasta un área llena de pantallas y mapas electrónicos que parpadean con datos en tiempo real. Thompson hace un gesto hacia un hombre de mediana edad con gafas y un auricular en la oreja. — Este es Henders, jefe del Centro de Análisis Táctico. Si necesitas información, coordenadas o un análisis de último minuto, él y su equipo lo tienen cubierto. — Henders se da la vuelta y me saluda con una sonrisa rápida antes de volver a concentrarse en los monitores.

Cruzamos un pasillo hasta una oficina más pequeña pero llena de estanterías con archivadores. Detrás del escritorio está un hombre mayor, canoso, con una lupa en la mano. — El señor Bennett, encargado de los archivos confidenciales. Todo lo que quieras saber sobre casos pasados está en su cabeza o en esas carpetas. Es un poco cascarrabias, pero eficaz. — Bennett levanta la vista con un gruñido y un saludo vago.

Nos dirigimos al laboratorio, donde un equipo trabaja con dispositivos que parecen sacados de una película futurista. — Este es el laboratorio de investigación y desarrollo. Patrick es el responsable de todos los avances tecnológicos que usamos. Fue el último el unirse a nosotros antes de ti. —Patrick, un joven de estilo casual y una expresión enérgica, me estrecha la mano. — Seremos un buen equipo. — su sonrisa tiene un toque de desafío.

Más adelante, Thompson me lleva a una sala repleta de pantallas donde se monitorean decenas de cámaras. — El Departamento de Vigilancia. Aquí está Ruiz, que puede rastrear cualquier cosa con una cámara o un dron. Es un mago de la observación. — Ruiz, un joven con auriculares y dedos que vuelan sobre un teclado, me saluda rápidamente antes de volver a su tarea.

Finalmente, entramos en una sala amplia con escritorios compartidos y un gran ventanal. — Este es tu espacio de trabajo. — cada escritorio está organizado de forma distinta, reflejando las personalidades de sus ocupantes. — Tendrás todo lo que necesites al alcance. Todos están a tu disposición.

—¿Todos? ¿Incluyendo a Bonneville? — no evito preguntar.

—Bonneville...se quedará para el final. — me hace un gesto para guardar silencio frente a los demás. — Es uno de mis mejores agentes. Por eso solo cumple las asignaciones más complejas. Solo recibe órdenes directas de mí.

—Entiendo. — Thompson se detiene y me observa.

—¿Preguntas hasta ahora? — su tono es neutral, pero sus ojos me estudian, buscando algún signo de inseguridad.

Respiro hondo y asiento.

—No, creo que estoy lista.

—Bien, comencemos.

3 horas más tarde.

Las puertas blindadas del Pentágono se abren frente a mí y a mi equipo, dejando al descubierto el corazón de una de las instituciones más seguras del mundo. El eco de nuestras botas resuena en los pasillos impecables mientras avanzamos, escoltados por dos oficiales armados. El aire aquí tiene un peso distinto, como si las paredes mismas estuvieran impregnadas de secretos. Mis ojos recorren el entorno con precisión automática. La iluminación fría resalta las caras tensas de mis compañeros, pero nadie dice una palabra.

—Anoche, un líquido letal desapareció de un laboratorio ultrasecreto a las afueras de Langley donde lo teníamos oculto. Un compuesto experimental capaz de desatar el caos global si cae en las manos equivocadas. Lo bautizamos como "LX-9". — dice el ministro de defensa, el verdadero. No sé si el nombre me pone más nerviosa o la idea de que alguien tuvo el valor –y los recursos– para infiltrarse y robarlo. — Tenemos las identificaciones de 3 afganos que irrumpieron las instalaciones y lo extrajeron. — muestran sus caras en la enorme pantalla frente a nosotros. — Nuestros mejores hombres ya están en camino a la última dirección que obtuvimos. Las imágenes que proyectan muestran un laboratorio destrozado: cristales rotos, mesas volcadas, y en el centro de todo, el estante vacío donde se almacenaba el LX-9.

—Una hora después del robo, nuestros satélites detectaron un jet privado despegando de un aeródromo cercano. Desde entonces, hemos perdido el rastro. Esto es todo lo que sabemos hasta ahora — dice el general, su voz grave y sin rastro de emoción

Mi mente trabaja rápido, conectando puntos invisibles mientras tomo una carpeta del montón. Mi equipo hace lo mismo. Hay algo en esta operación que no encaja; demasiada precisión, demasiada información privilegiada.

—Parecen saber cuándo atacar con exactitud, ¿cómo lo hacen sin un infiltrado? —pregunto, interrumpiendo el informe del ministro. Mis palabras cortan el aire como una cuchilla. Él me mira fijamente. Por un momento, parece dudar.

—No lo descartamos, detective Green. Es por eso que usted está aquí. Excelente observación. — asiente a uno de sus hombres y colocan tres rostros distintos en las pantallas. — Estos son nuestros principales sospechosos. Se investigó a todo el personal a primeras horas de la mañana y solo ellos tres estuvieron en lugares que no deberían y recibieron llamadas encriptadas. Están bajo observación, pero hasta que no probemos a ciencia cierta que ellos son los infiltrados, no podemos hacer nada más al respecto. — asiento. Ya sé lo que debo hacer. — Hasta que eso suceda, no podemos perder el ojo sobre el LX-9. Si llega a manos erradas, el mundo sufrirá las consecuencias.

Después de estudiar los perfiles de los sospechosos y ver las evidencias adjuntadas, los guardias me llevan con ellos. La sala de interrogatorios es un espacio frío y aséptico, diseñado para incomodar. Las luces fluorescentes no hacen favores, bañando el rostro de los sospechosos con una claridad que no permite esconder nada. Los tres están sentados frente a mí, separados por pequeñas mesas metálicas. Los observo en silencio mientras repaso sus expedientes mentalmente.

A mi derecha está Marcus Gray, un técnico del laboratorio. Su historial es limpio, al menos en papel, pero hay algo en la forma en que evita mi mirada que lo pone en mi radar. En el centro, Clara Holt, una científica brillante con más patentes que amigos. Su actitud es tranquila, casi arrogante, como si este interrogatorio fuera una pérdida de tiempo. Y a mi izquierda está Peter Lang, un guardia de seguridad que parecía más interesado en el contenido de su teléfono que en proteger el laboratorio.

Empiezo con Clara.

—Doctora Holt, según los registros, usted trabajó directamente con el LX-9. ¿Puede explicarme por qué estaba fuera del laboratorio la noche del robo? — pregunto.

—Ya lo dije antes, detective—responde, cruzando los brazos. —Me pidieron que revisara un informe en la oficina principal. No tenía ninguna razón para estar en el laboratorio.

—La oficina está en el edificio opuesto—replico, inclinándome hacia ella. —Un poco lejos para una revisión de última hora, ¿no cree? — ella sonríe, pero no es una sonrisa amistosa.

—No sé qué espera escuchar, pero no hice nada. Si quieren culparme, necesitarán algo más sólido que un mal presentimiento.

Paso con Marcus.

Está sudando, incluso con el aire acondicionado funcionando a toda potencia.

—Marcus, según las cámaras, usted salió del laboratorio veinte minutos antes de que se dispararan las alarmas. ¿A dónde fue?

—A fumar—responde apresurado. —No puedo hacerlo dentro, así que salí al estacionamiento. Lo hago todo el tiempo. Pregúntele a cualquiera.

—Curioso. Los registros de las cámaras muestran que no volvió hasta cuarenta minutos después. ¿Por qué tardó tanto?

—¡Perdí mi encendedor! —su voz se quiebra. —Lo busqué por todas partes.

Algo no cuadra, pero decido dejarlo por ahora y voy hacia Peter. Él no parece nervioso, pero hay una rigidez en su postura que me llama la atención.

—Peter, según su turno, debía estar monitoreando las cámaras de seguridad. ¿Por qué no vio al intruso?

—Porque no hubo ningún intruso—responde con calma. —Alguien desactivó las cámaras desde dentro. Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde.

—¿Desde dentro? — repito. —¿Quiere decir que fue alguien con acceso al sistema? — asiente.

—Sí. Y no soy yo. No tengo las credenciales para eso. — dejo que el silencio se asiente por un momento, observando cómo cada uno de ellos procesa la información. Luego, me inclino hacia Marcus.

—¿Por qué no nos dices que hablaste por llamada durante esos minutos mientras supuestamente fumabas? — su rostro se pone pálido. Intenta hablar, pero las palabras no salen. — Te vimos en las cámaras. Todo te hace ver como culpable.

—Ellos están en todas partes. — finalmente, se derrumba. Baja la cabeza, las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas. — Tienen a mi familia. La matarían si no les decía exactamente cómo y cuándo robarse el LX-9. Lo siento... No quería hacerlo. Me obligaron. No tuve otra opción.

—¿Dónde está tu familia ahora?

—Dijeron que esta noche, a las 9 en punto fuera al muelle. Allí me la devolverán. — miro a Mario que está a mi lado y asiente, sabe que debe salir en informarle al resto del equipo. Los soldados presentes sacan a los otros dos sospechosos de la sala y me quedo a solas con Marcus. — Debe tener cuidado. Son capaces de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quieren. No puede confiar en nadie. Tienen cómplices en todas partes.

—¿Y cómo sabes que no soy uno de ellos? — quiero saber qué tanto sabe.

—Me obligaron a investigar todo sobre usted. Tienen muchas fotos suyas en sus teléfonos. — mi alma se congela al escucharlo. — Lo saben todo. Si sigue en este caso ellos la matarán. Acabarán con todo lo bueno que la rodea hasta que pierda la cabeza y finalmente ya no sea un obstáculo más para sus planes.

—¿Cuáles son sus planes?

—No lo sé, pero por cómo hablaban y actuaban, parece algo más personal. No solo contra Estados Unidos. Están buscando herir a alguien. Quieren enviar un mensaje. — todo este asunto se vuelve más turbio cada vez. — Pero logré guardar una dosis. Tengo una dosis del LX-9 oculta en el almacén del centro. Con mis datos puede ir y buscarlo. Les servirá para crear un antídoto. Algo derivado que pueda reparar el daño.

—¿Por qué guardaste una dosis?

—Pensé que serviría después. Es compleja, pero puede ser revertida. Busca a alguien de confianza que pueda estudiarla y hacer algo antes de que sea demasiado tarde.

—¿Por qué confías en mí? — aunque le agradezco declararme estas cosas, es confuso. Jamás lo había visto.

—Porque si ellos quieren detenerla es porque saben que puede acabarlos. — sus palabras me honran y hacen que levante más cabeza. Saben que puedo acabarlos y eso me da la fuerza que necesito para seguir adelante con esto. Debo llegar hasta el final.

8pm.

He llegado al almacén, pero no estoy sola. Mario me acompaña a través de los auriculares, guiándome y protegiéndome mientras me vigila por las cámaras del lugar. Me han dado acceso fácilmente después de mostrar mi DNI como detective. Cuando abro, hay muchas cajas y cosas personales de Marcus. Busco y busco entre los objetos hasta que encuentro un pequeño maletín negro donde supongo que debe estar. Exactamente como Marcus me había dicho.

—Lo tengo. — digo en voz baja.

—Bien, ahora sal de ahí. — Mario me indica y lo hago. Camino entre los almacenes con el maletín dentro de la mochila que he traído. — Oh, oh, esto no me gusta.

—¿Qué sucede?

—Dos furgonetas acaban de llegar al almacén. Escóndete, ahora. Están armados. — mierda, debí suponerlo. "Ellos lo escuchan todo", "tienen cómplices en todas partes", las palabras de Marcus se repiten en mi cabeza una y otra vez.

Corro. Mis botas golpean el suelo de concreto, resonando como tambores en el vasto espacio del almacén. El aire es pesado, saturado de polvo y el olor metálico del óxido. La mochila se clava en mis hombros, el peso de su contenido parece duplicarse con cada paso, pero no puedo detenerme. Detrás de mí, escucho sus voces, gritos en un idioma que no entiendo. Afganos, cuatro de ellos, armados hasta los dientes, y yo, con apenas una mochila y mi ingenio.

Doblo una esquina entre estanterías gigantescas llenas de cajas de madera apiladas como bloques de un niño gigante. Trato de no tropezar con los escombros dispersos por el suelo: trozos de plástico roto, herramientas oxidadas, un casco olvidado. Cada respiro quema en mis pulmones, y el sudor corre por mi frente, pero no me atrevo a ralentizar.

Un disparo resuena, seco, desgarrando el aire. Algo impacta cerca, una chispa salta de una viga metálica a mi izquierda. Me lanzo al suelo, rodando detrás de un barril oxidado. Mi corazón late tan fuerte que parece querer escapar de mi pecho. Me asomo apenas, lo suficiente para verlos a través del laberinto de sombras y luces fluorescentes parpadeantes. Están más cerca de lo que pensaba.

El líder, un hombre alto con una barba negra espesa, hace una señal con la mano, y los otros se separan. Intentan rodearme. Mierda. Pienso rápido, mis ojos recorriendo el entorno. A mi derecha, un montacargas abandonado. A mi izquierda, una escalera que sube a una pasarela metálica. Elijo la escalera. Corro hacia ella, los músculos de mis piernas gritando por el esfuerzo. Subo de dos en dos, cada paso cruje bajo mi peso.

La mochila. La información que contiene es más valiosa que mi vida, pero eso no significa que esté lista para perderla. Desde arriba, veo un techo de vidrio roto al final del pasillo. Si puedo llegar allí, podría salir. Respiro hondo. Es ahora o nunca. Continúo corriendo, cada paso en la pasarela retumba como un tambor en mi mente. Los hombres me siguen, pero yo tengo la ventaja de la altura y la desesperación. Al llegar al techo roto, lanzo la mochila primero. Luego salto, sintiendo el vacío abrazarme por un instante eterno antes de caer al suelo de grava afuera del almacén. Me duele todo, pero me levanto. Cojo la mochila y corro hacia la oscuridad, dejando atrás los gritos que se pierden en el eco del almacén.

Mis piernas ya no responden. Corro hasta que tropiezo con una pila de cajas caídas. Caigo al suelo, el impacto me roba el aire y el dolor se clava en mis costillas como un cuchillo. Apenas me incorporo cuando siento que unas manos ásperas me agarran por los hombros. Me giran bruscamente, y antes de que pueda reaccionar, una bofetada me deja un zumbido en el oído y un sabor metálico en la boca. El líder me observa desde arriba, con una sonrisa cruel. Su barba negra se mezcla con la sombra que le cubre el rostro, pero sus ojos brillan con una furia calculada.

Los otros tres están cerca, sus armas colgando de sus manos, listos para disparar si intento algo estúpido. Forcejeo, pateo y araño, pero ellos son más fuertes. Uno de ellos me sujeta por detrás, inmovilizándome mientras otro intenta arrancarme la mochila de los hombros.

—¡Suéltame! —grito, aunque mi voz suena más desesperada de lo que me gustaría.

El líder dice algo en su idioma, algo cortante y definitivo. Uno de los hombres saca un cuchillo, el filo brilla bajo las luces parpadeantes. El tiempo parece ralentizarse. Mi mente corre en círculos, buscando una salida, pero no hay ninguna.

Entonces, suena el primer disparo.

Es como un trueno en el almacén, ensordecedor y repentino. El hombre que está frente a mí, el que sostenía el cuchillo, se desploma, una mancha roja extendiéndose en su cabeza. Los otros se giran, confundidos, gritando órdenes entre ellos.

Aparece una figura entre las sombras, caminando con calma pero con determinación. No puedo distinguir su rostro, pero su silueta es alta, envuelta en una chaqueta oscura. Lleva un arma, y sabe usarla.

—¡Abajo! —grita, su voz grave y autoritaria. Me lo dice a mí. No necesito más indicaciones. Me dejo caer al suelo justo cuando él dispara de nuevo. Uno tras otro, los hombres caen. El eco de los disparos retumba en el almacén, mezclándose con el sonido de cajas rompiéndose y metal golpeando el suelo.

El líder es el último en caer. Intenta disparar, pero la bala del extraño lo alcanza primero, atravesándole el pecho. Su cuerpo cae pesadamente al suelo, y el silencio regresa al almacén, salvo por mis respiraciones agitadas.

El sujeto guarda su arma y se acerca a mí. Sus botas crujen sobre los escombros, y finalmente puedo ver su rostro bajo la luz parpadeante. Es él. Esos ojos azules son difíciles de confundir. Es Bonneville.

—¿Estás bien? —pregunta, extendiéndome una mano para levantarme.

Dudo por un segundo, pero no tengo otra opción. Tomo su mano y me pongo de pie, todavía tambaleándome.

—¿Qué crees que haces aquí sola? — parece enojado. Muy enojado.

—Denny, ¿estás bien? Perdí acceso a todas las cámaras. — suena Mario en mi oído. Bonneville lo nota, saca el auricular y lo destroza bajo sus pies.

—¿Qué haces?

—No, ¿qué crees que haces tu? — me sujeta fuertemente de los hombros para quedarme quieta. — ¿Quieres jugar a la heroína ahora?

—Estoy haciendo mi trabajo.

—¿Sola y desarmada? — me quedo en silencio. Un bajón de azúcar me marea y tambaleo, pero me sujeta con sus brazos fuertes. No sé cuánto tiempo pasa desde que dejamos el almacén. Todo se siente como un borrón: los pasos rápidos, el crujido del suelo bajo nuestras botas, y mi respiración cada vez más entrecortada. El aire frío de la noche me golpea como una bofetada, pero no es suficiente para calmar el calor febril que empieza a trepar por mi cuerpo.

—¿Estás bien? —pregunta él, con la voz baja pero alerta.

—Sí... —respondo automáticamente, aunque ni yo misma lo creo. Mi cabeza late como un tambor, y cada paso se vuelve más difícil. — Me lancé desde esa altura. Me duele todo el cuerpo. — la mochila que antes era solo una carga molesta ahora parece un bloque de cemento sobre mis hombros.

—Estás herida. Debe revisarte un médico. —su tono cambia, más preocupado, casi suave.

—Estoy bien... —intento insistir, pero mi voz suena débil, lejana incluso para mí. La verdad es que no estoy bien. Un mareo me envuelve como una ola, y mi visión se vuelve borrosa. — Solo sácame de aquí. — miro los cuerpos de los hombres que me perseguían, sus armas todavía en el suelo.

Sin decir nada más, él me ayuda a ponerme de pie. Sus brazos son fuertes, seguros, y aunque intento protestar, me lleva consigo, apoyando mi peso contra él. Caminamos un poco más hasta que nos subimos a su coche. Abre la puerta y ayuda a sentarme. Suele ser tan caballero a veces que asusta.

Conduce hasta que llegamos a una cabaña retirada. ¿Por qué me trajo hasta aquí? Dentro, el lugar es pequeño, oscuro y frío, pero tiene lo esencial: un viejo sofá, una mesa de madera astillada y una chimenea que parece funcional. Él me acomoda en el sofá con cuidado, como si temiera que fuera a romperme.

—Quédate aquí. No podemos salir hasta librarnos de la vigilancia del pentágono. — se quita la chaqueta y me la coloca sobre los hombros antes de empezar a buscar algo útil en la cabaña.

Mientras él se mueve, yo cierro los ojos por un momento, pero el mareo empeora. El calor en mi frente me confirma lo que sospechaba: tengo fiebre. No sé si es por el agotamiento, el estrés o algo peor, pero no puedo seguir ignorándolo.

Minutos después, él regresa con una manta raída, una botella de agua medio llena y un par de latas que encontró en un rincón. Se arrodilla frente a mí, inspeccionándome con ojos críticos.

—Tienes fiebre —dice, su tono más bajo esta vez. No es una pregunta.

—Estoy bien... —repito, pero mi voz suena quebrada.

—Deja de decir eso. —abre la botella y me la acerca. —Bebe.

Tomo un sorbo pequeño, sintiendo el agua fría deslizarse por mi garganta, y me doy cuenta de lo sedienta que estoy. Él me observa en silencio, asegurándose de que no me ahogue. Luego, se pone de pie y empieza a preparar un pequeño fuego en la chimenea.

El calor de las llamas llena pronto la habitación, y el sonido del crepitar me calma un poco. Él vuelve a sentarse cerca, apoyándose contra la pared con los brazos cruzados, mirándome de reojo.

—No tenías que ayudarme, ¿sabes? —murmuro, con la voz apenas audible.

Él me mira por un largo momento antes de responder.

—Eres la persona más testaruda que he conocido jamás. — suena harto. — Nos quedaremos aquí 10 minutos. Luego, iremos a la agencia. Allá hay médicos que podrán atenderte. — desvía la mirada. — ¿Qué hay en el maletín? — hay algo en su tono. Una mezcla de dureza y algo más, algo que casi parece... cuidado.

—Una dosis del LX-9.

—¿De qué? — frunce el ceño.

—Así le llamaron al líquido letal en el pentágono. Tengo nueva información para Thompson.

—Thompson. — enfatiza como si fuera un pecado llamarlo por su nombre. — Jamás pensé que firmarías el contrato.

—¿Por qué te sorprende? ¿No era lo que querías? Al final, solo te acercaste a mí por tu jefe. — me acomodo en el sofá y cierro los ojos hasta recuperar mis fuerzas.

—Ya te lo dije. Solo cumplo órdenes.

—¿Salvarme esta noche también fue por una orden? — se queda en silencio.

—Por supuesto. — al fin responde, pero no me sorprende esta vez.

El resto de la noche pasa en silencio. Él se asegura de que beba más agua y me cubre con la manta cuando empiezo a temblar. En algún momento, entre el calor de la chimenea y su presencia firme cerca de mí, el peso en mi pecho se alivia un poco. Cierro los ojos, y esta vez, el sueño me encuentra antes de que la fiebre o el miedo puedan alcanzarme.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro