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5. El contrato.

La puerta del coche cierra con un suave "clic" detrás de mí, y el mundo exterior parece desvanecerse. Aquí dentro, todo es distinto: cálido, silencioso, pero tenso. Su aroma, una mezcla de lavanda, vino y algo ligeramente especiado, llena el espacio. Mis manos tiemblan un poco mientras las apoyo sobre mi regazo, intentando calmarme. Él no dice nada al principio, solo fija su mirada en el camino mientras maniobra con una precisión que parece natural en él.

El motor ruge cuando acelera, y por un momento siento cómo mi cuerpo se hunde en el asiento. Me pregunto si he cometido un error al subir, pero entonces lo escucho:

—No puedes caminar sola a estas horas. — su tono es seco, casi molesto, pero hay algo más ahí. ¿Preocupación?

—¿Y qué esperabas? — respondo, cruzando los brazos mientras miro por la ventana. Las luces de la ciudad pasan rápido, difuminadas, como si fueran parte de un sueño. Él suelta una breve risa, baja, como si mi respuesta lo divirtiera.

—No soy un héroe, pero yo te invité. Eres mi responsabilidad. Al menos esta noche. — dice finalmente, más suave esta vez. Giro mi rostro hacia él, estudiando su perfil iluminado por las luces del tablero. Es una mezcla de dureza y algo que no logro descifrar. Difícil, sí, pero hay algo en él que me hace sentir... segura, aunque no debería.

El resto del camino es un silencio compartido, solo interrumpido por el sonido del motor y el leve crujido de la calefacción. Él conduce con una mano en el volante, la otra descansando sobre la palanca de cambios, su atención completamente en la carretera. No pregunta adónde voy; parece que ya lo sabe. Cuando nos detenemos frente a mi edificio, me quedo un momento sin moverme, mis dedos jugueteando nerviosamente con el borde de mi vestido.

—Gracias—digo al fin, mi voz apenas un susurro. Él gira ligeramente el rostro hacia mí, su mirada atrapando la mía por un segundo más largo de lo necesario.

—No tienes que agradecerme—dice, su tono firme, pero su expresión se suaviza por un instante. — Solo prométeme que lo pensarás antes de aceptar la propuesta del director.

—Será cosa mía. — abro la puerta, el aire frío chocando contra mí como una bofetada. Antes de cerrar, lo miro una última vez. —¿Por qué te importa tanto? ¿Por qué te preocupas por mí? — pregunto, casi sin quererlo.

Él no responde de inmediato, pero sus ojos, parecen contener una respuesta que no se atreve a decir. Finalmente, dice:

—Alguien debe hacerlo. — ¿eso qué significa? Cierro la puerta y camino hacia el interior, sintiendo su mirada fija en mí hasta que entro al vestíbulo. No me atrevo a mirar atrás. Cuando finalmente giro la llave de mi apartamento, el rugido del motor me indica que ya se ha ido, pero su presencia sigue latiendo en mi pecho, como un eco que no desaparece.

Estoy aquí. Sana y salva. Con menos preguntas, pero con más intriga. Mario. Recuerdo que le había prometido quedarme con él. Marco su número y contesta.

—Mario, lo lamento mucho. Tuve que salir a resolver algo de imprevisto. ¿Aun quieres que vaya? — me siento en el sofá.

—Tranquila, estoy bien. Hay dos policías cuidando mi puerta. Azim se volvió loco y no es para menos. ¿Tú estás bien?

—Sí, estoy bien. Pensé mucho en lo que me dijiste y quizás...lo mejor es renunciar al caso. Volver a la normalidad, aunque cueste. Irnos a otra ciudad quizá.

—También lo estuve analizando y sería muy cobarde si lo hacemos. No podemos dejar a los demás atrás. No podemos dejarlos solos cuando más nos necesitan. Aunque eso nos cueste la vida.

—Me alegra escucharte hablar así. Ese es el Mario que necesito.

—Si nos atacan es porque saben que tenemos el poder de desenmascararlos. — a cada segundo que pasa, más me convenzo de aceptar aquella propuesta. Pero mañana todo se determinará.

—Descansa Mario. Nos vemos mañana.

—Nos vemos. — cuelga. Estoy exhausta. Así que me doy una ducha para quitarme la arena de los pies, me coloco la pijama y me acuesto en la cama. Tratando de conciliar el sueño.

10am.

La sala temporal donde nos han instalado tras el incendio es un lugar frío y sin personalidad, apenas un reflejo del caos en el que nos movemos desde hace semanas. Las paredes están desnudas, el techo tiene manchas de humedad, y las mesas son un revoltijo de escritorios viejos que alguien encontró en un almacén olvidado. El ruido de las sillas chirriantes y los murmullos de mis colegas me ponen de los nervios. Todo se siente provisional, como si en cualquier momento alguien pudiera venir a desalojarnos.

Estoy sentada en una de las esquinas, fingiendo revisar los documentos del caso, pero en realidad estoy observando a nuestro nuevo jefe. Azim Robinson. Él está de pie al frente, con su traje impecable y su sonrisa ensayada, explicando las prioridades para la semana. Habla con una seguridad que a muchos les inspira confianza, pero a mí no me engaña. Hay algo en sus ojos, un brillo demasiado calculado, como si cada palabra que saliera de su boca estuviera diseñada para desviar nuestra atención de algo más.

Desde el principio supe que había algo raro en él. No fue solo la forma en que asumió el cargo tan rápido, como si ya estuviera preparado, sino también cómo evita ciertas preguntas. Preguntas que yo misma he lanzado al aire, solo para ver cómo las esquiva con respuestas genéricas o bromas fáciles. Ahora la nota de Bonneville "Abre los ojos", cobra más sentido.

Mis colegas parecen comprarse el espectáculo. Lo escuchan con atención, asienten y hacen sus anotaciones. Pero yo no puedo dejar de pensar en cómo su llegada coincide demasiado con ese fuego que, según los expertos, fue provocado. Y aunque no tengo pruebas todavía, mi instinto me grita que hay una conexión.

Mientras él habla, sus ojos se cruzan con los míos por un segundo. Es un segundo demasiado largo, lo suficiente como para que su sonrisa se quiebre, apenas un milímetro. Sabe que no confío en él. Ya lo sabe. Dejo el bolígrafo sobre la mesa y escucho con atención los nuevos planes y estrategias para avanzar con este caso. Pero ya sé qué hacer al salir de aquí.

7pm.

El mismo chofer de anoche, llega por mí y me lleva a un lugar que desconozco. El vestíbulo de mármol reluce bajo las luces frías que cuelgan del techo. El guardia en la recepción me lanza una mirada rápida, pero no dice nada. Sabe que estoy aquí porque fui invitada. O convocada, más bien. Dentro del ascensor, marca el piso subterráneo con un código. Mi reflejo en las puertas metálicas me devuelve una mirada seria. He trabajado en casos difíciles antes, pero esto... esto es diferente.

Las puertas se abren y me encuentro en un pasillo estrecho y sin ventanas. La alfombra gris amortigua mis pasos ahora. Dos hombres con trajes oscuros y auriculares me esperan al final, junto a una puerta blindada. Uno de ellos me hace un gesto para que levante las manos. Procedo sin protestar mientras me registran.

La puerta se abre con un chasquido metálico y entro a una sala minimalista. Una mesa de cristal en el centro, dos sillas enfrentadas, y detrás de una de ellas, el hombre al que vine a ver: el director. Estamos en un lugar alterno, debajo de la veterinaria.

—Detective Green. —dice con una voz que podría cortar acero. No se molesta en ofrecerme la mano. — Qué placer conocernos finalmente. — me señala la silla frente a él. Me siento, manteniendo la espalda recta. El aire aquí está cargado, como si cada palabra que se dice fuera a quedar registrada para siempre. —Estamos al tanto de su último caso. — continúa, dejando caer un dossier sobre la mesa. El sonido del papel al golpear el cristal es casi ensordecedor en este silencio. — Y creemos que puede ser... útil para nuestros intereses.

Lo miro a los ojos, tratando de leer lo que hay detrás de esa expresión inescrutable. Sé quiénes son ellos, o al menos lo que puedo deducir. Una organización que actúa fuera del radar, eliminando amenazas antes de que se conviertan en problemas. Justicieros encubiertos, algunos los llaman. Asesinos legales, dicen otros.

—¿Intereses como cuáles? —pregunto, manteniendo la voz firme.

El director entrelaza los dedos y se inclina hacia adelante. Su sonrisa es tenue, peligrosa.

—El motivo central no puede ser revelado hasta que sepa que puedo confiar en usted. Pero confórmese con saber que es proteger al país, detective. A cualquier costo. Detrás de este caso hay varias amenazas inminentes y sé que nos puedes ayudar.

—¿Qué ganaría usted con mi contratación?

—Alguien está pagando millones de dólares para eliminar a los afganos que están atormentando a tus amigos. Pero de ellos solo sabemos lo básico. Creemos que, si te unes, con nuestra tecnología y tus habilidades, podemos matar a varios pájaros de un tiro.

—Parece que tiene todo lo necesario desde los recursos hasta el personal para cumplirlo sin complicaciones. — miro todos los lujos que tiene a su alrededor. — ¿Por qué querer hacerme parte de esto? – se queda en silencio, pensando su respuesta.

—La pregunta correcta aquí sería: ¿Por qué no? — habla con mucha seguridad en sí mismo. Parece estar acostumbrado a tener este tipo de reuniones. — Aquí tienes el acuerdo de confidencialidad que debes firmar si aceptas ser parte de esto. Las demás páginas te indican los beneficios, las ventajas, lo que debes y no debes hacer después. — saca un dosier de uno de sus cajones y lo desliza sobre la mesa. — Tienes 12 horas para decidir. Te recomiendo no hablar con nadie sobre esto ni hacer algo que esté fuera de las reglas. Normalmente mi asistente se encarga de estas contrataciones, pero quería hacerlo personalmente. No pareces una detective fácil de convencer.

—Lo leeré detenidamente. ¿Cómo puedo contactarlo para hacérselo saber?

—Encontrarás la forma. — se levanta, me indica la puerta y otros agentes me llevan hasta la salida. Estoy ansiosa por llegar al departamento y leer todo lo que este dosier contiene. Solo espero no equivocarme esta vez.

9pm.

Mi habitación está en penumbras, iluminada únicamente por la cálida luz de una lámpara de escritorio. Su resplandor se refleja en el papel que sostengo entre las manos: un contrato. Lo hojeo con cuidado, dejando que cada palabra se asiente en mi mente. El leve crujir del papel interrumpe el silencio, un sonido casi relajante.

Estoy sentada en mi cama con las piernas cruzadas y un café tibio sobre la mesa a mi lado. El encabezado del documento dice: "Owlwatch: Agente asignada al Departamento de Operaciones Especiales." Un título seco, carente de cualquier emoción, como si no estuviera por cambiar el curso de mi vida.

Respiro hondo antes de continuar. La primera regla es sencilla, casi obvia: "Confidencialidad absoluta." La leo dos veces, porque sé lo que implica. Esto no es solo un trabajo; es un pacto con el silencio, uno que se rompe solo con la muerte. Más abajo, me encuentro con algo que no esperaba: "Acceso exclusivo a tecnología avanzada de seguimiento y análisis." Mi ceja se arquea de forma instintiva. Ventajas, sí, pero a un precio. Esto no es un regalo; es una herramienta que esperan que use para cumplir su agenda.

El contrato está lleno de términos legales enredados, pero entre líneas puedo sentir el peso de lo que se espera de mí: obediencia, lealtad y resultados. Me detengo en un párrafo que menciona a Bonneville: investigación sobre él. Quiere que lo investigue. ¿Por qué? Esto da un giro inesperado. ¿Qué lo llevaría a desconfiar de su agente aparentemente más preciado? Si la agencia desconfía de él tanto como yo, entonces no estoy en el lugar equivocado después de todo.

Un viento nocturno entra por la ventana apenas abierta, y el movimiento de las cortinas me arranca de mis pensamientos. Doy un sorbo al café. Amargo, como la decisión que estoy a punto de tomar. Termino de leer las últimas cláusulas y dejo el contrato sobre la mesa. Miro la pluma que descansa al lado. ¿Firmo? ¿Entro de lleno en un mundo que promete tanto como amenaza?

Me recuesto en el espaldar y dejo que el silencio se asiente una vez más. Aquí, en mi pequeña fortaleza, pienso en todo lo que estoy por ganar... y en todo lo que podría perder.

Las luces de la ciudad parpadean a lo lejos, reflejándose en los cristales empañados de mi ventana. Mi habitación está en penumbra, apenas iluminada por la tenue luz de la lámpara de mi escritorio. Frente a mí, el contrato descansa como un silencioso depredador, cada palabra escrita en él pesando como una losa sobre mi pecho.

Me recuesto en la cama, exhalando lentamente. He repasado cada línea de este documento hasta el cansancio. Cada cláusula, cada promesa, cada condición. Lo entiendo perfectamente: firmar este papel significa declarar una guerra silenciosa contra una agencia tan poderosa como despiadada. Pero también significa algo más: proteger a quienes amo, a quienes confían en mí. Es un acto de sacrificio y de fe.

Miro el bolígrafo entre mis dedos, girándolo lentamente. La punta reluce bajo la luz, un recordatorio de la simplicidad del acto que estoy a punto de cometer. Unas pocas letras escritas con tinta y mi vida cambiará para siempre.

Los ecos de mis pensamientos llenan el cuarto. Recuerdo los rostros de aquellos a los que he jurado proteger. Sus sonrisas, sus miedos, sus esperanzas. Recuerdo también el peligro que se cierne sobre ellos, una sombra que parece extenderse con cada segundo que pasa. No puedo permitirme fallarles. Fuera, el viento gime suavemente, golpeando la ventana con delicadeza, como si la noche misma tratara de advertirme. "No hay marcha atrás", me susurra una voz en mi mente. "Si firmas, estarás cruzando una línea de la que no podrás regresar".

A pesar de todo, mi mano no tiembla cuando tomo el bolígrafo. La tinta negra fluye fácilmente mientras trazo las letras de mi nombre con firmeza. Cada movimiento del bolígrafo es una declaración, una afirmación de mi resolución. Cuando termino, me inclino hacia atrás, dejando que el peso de la decisión se asiente en mí. El contrato está firmado. Mi mente está clara, pero mi corazón late con fuerza, como si supiera que la verdadera batalla apenas comienza.

Apago la lámpara, dejando que la oscuridad invada el cuarto. La noche está más silenciosa que nunca, pero dentro de mí, una tormenta ha comenzado a desatarse. No hay vuelta atrás. Ahora soy parte de algo mucho más grande que yo misma. Y todo por proteger a todos los que me importan a mi alrededor. Sobre todo, a Mario.

...

Llego temprano al nuevo salón para hacer una copia de todas las evidencias y empezar a hacer mi trabajo. Cuando dejo todo organizado en mi cubículo, observo la oficina de Azim. ¿Realmente estaría involucrado con los planes de Afganistán contra este país? ¿Cómo no me di cuenta de su origen antes?

—Detective Green. — su voz suena detrás de mí, haciendo que casi salte del susto. — Llegó muy temprano hoy. ¿Alguna novedad? — intento esconder las copias en mi mano y controlo mi respiración.

—No. Me estoy concentrando en los afganos que nos atacan. Deben salir de alguna parte.

—Seguridad nacional nos está respaldando en esto. Pero hay algo más para nuestra mala suerte. — parece preocupado. — El pentágono perdió la fórmula. Están por declarar el país en alerta roja pero antes harán una reunión a la que acudiremos en tres horas. — y por si no fuera suficiente, ahora pasa esto. Cada día es más estresante que el anterior.

—¿Cómo pudo pasar eso?

—Parece que tienen las caras de algunos de ellos.

—¿Son rusos?

—No, afganos. — escucharlo de su boca, provoca que se repita en mi cabeza durante los siguientes 5 segundos.

—Afganos. — enfatizo. — Usted debe sentirse afectado por todo esto ¿no? — no controlo mi incertidumbre. Él solo frunce el ceño, sin entender. — Digo, usted y la señora Robinson también son afganos. Gracias a Dios que no se unen a la ola de odio contra Estados Unidos y el gobierno los respalda. — finjo amabilidad, pero lo único que quiero es ver su reacción. Saber que tiene que decir al respecto.

—Reza y yo somos incapaz de apoyar una conspiración tan grotesca. Espero que jamás pienses algo como eso.

—¡No! Por supuesto que no. Solo quiero que sepa que le agradecemos su colaboración. Al menos yo. — jamás había sido hipócrita hasta este momento.

—Siempre será un placer. —sonríe. — ¿Vas a alguna parte? — mira el bolso que cuelga de mi hombro.

—Sí. — aclaro mi garganta. — Compraré algunas cosas que necesito para la nueva casa que conseguiré. Planeo mudarme cuanto antes.

—Ok, puedo acompañarte si quieres.

—No, gracias. Se lo agradezco mucho pero...quiero hacer esto sola. Estaré en la reunión puntualmente. Iré con Mario. — digo, deseando que se haga a un lado.

—Comprendo. Cuídate mucho, ten el teléfono a mano siempre y llama si notas algo inusual. El equipo no puede perder a su detective más prestigiosa. — sonríe.

—Gracias. Estaré alerta. — sonrío y camino hasta la salida. Respirando profundamente. Después de saber la verdad sobre él, no he podido verlo igual. Todo lo que hace, dice o tan solo alguno de sus gestos, es una señal de desconfianza para mí. Quizás estoy paranoica, pero hasta que no demuestre que realmente nos apoya, no me fiaré de él. 

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