4. Cena con el enemigo.
Me miro en el espejo de mi habitación, la luz suave resalta mis facciones. El vestido corto y azul se ajusta perfectamente a mi cuerpo, resaltando cada curva. Me lo pongo con cuidado, asegurándome de que se acomode justo como quiero. Me gusta cómo se siente, cómodo pero sofisticado, y sé que es lo que necesito para esta noche. Me dejo caer en la silla frente al espejo para arreglarme el cabello. El sonido de la plancha mientras paso los mechones me relaja. Ya casi está, cada parte de mí está lista, pero mi mente sigue dando vueltas. No es solo una cena. Es una cita con un demente. Un demente que tiene la información que necesito para resolver estoy poner a todos a salvo. Guardo mi glock en el bolso, un arma que nunca había necesitado hasta hoy. Estoy dispuesta a matarlo de ser necesario.
Puedo sentir la tensión, el peligro, pero también la curiosidad. ¿Qué espera de mí esta noche? ¿Qué juego jugaremos? No sé si debería temerle o si esta es solo otra pista para desentrañar el misterio que rodea este caso. Me pongo los tacones, me miro una vez más, y respiro hondo. Estoy lista.
Al salir, el chofer estaba ahí, tal y como dijo, a las nueve en punto. Me abre la puerta amablemente y cuando me acomodo, sube al volante y conduce. Parece un señor bastante decente. ¿Sabrá la verdadera identidad de quien lo envió? ¿Trabaja para él? ¿Sabe sobre todo esto? Intento calmar las voces de mi cabeza y relajo mis nervios.
Algunos minutos después, se detiene. Estamos en la entrada de un callejón muy oscuro. No hay ni un alma por aquí. No me da buena espina.
—Siga el pasillo derecho y doble a la izquierda. Ahí está. — dice el chofer. Sonriéndome antes de desaparecer con su auto. No puedo quedarme aquí fuera así que hago lo que me dice. Estoy en una playa. El sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla llena el aire. La brisa nocturna es cálida, pero refrescante, acariciando mi piel expuesta. El camino hacia la cena está iluminado por faroles de luz cálida, que crean un ambiente íntimo, casi etéreo. Cada paso que doy sobre la arena suave parece arrastrar mis pensamientos hacia el momento que se avecina.
A lo lejos, entre las sombras y la luz tenue, se ve la mesa, elegantemente dispuesta, con velas que parpadean en la brisa. El aroma salado del mar mezcla con el perfume del vino y la comida exquisita que se intuye en el aire. Todo está perfectamente planeado, como si la escena estuviera diseñada para desarmar mis defensas, un contraste entre la belleza y la amenaza latente.
Me acerco, mi corazón late con fuerza, no solo por la tensión de la cena, sino porque sé que él está ahí, esperándome. Su presencia no se ve, pero la siento. La sensación de que cualquier movimiento que haga podría ser parte de un juego mayor. El aire está cargado de una tensión palpable mientras camino hacia la mesa iluminada por las velas. No está aquí. No lo veo por ninguna parte. ¿A qué cree que está jugando?
Antes de que pueda sacar el móvil para llamarlo, veo una sombra acercarse a mí. Puedo sentir la mirada de él en mi espalda, un peso invisible que me persigue, aunque no lo vea. Mi mente se mantiene alerta, observando cada sombra, cada movimiento alrededor. El sonido del mar parece lejano, absorbido por la quietud del lugar, mientras mi respiración se vuelve más profunda, más pesada.
De repente, siento una presencia detrás de mí, tan cercana que mi piel se eriza. Es como si el aire cambiara, como si todo en el ambiente hubiera contenido el aliento por un instante. Antes de que pueda girar, su voz susurra en mi oído, bajo, suave, pero tan clara que siento como si me atravesara:
—Pensé que no llegarías.
El murmullo de sus palabras resuena en mi cabeza, mientras mi cuerpo reacciona al instante, tensándose. No le he escuchado acercarse, y eso me desconcierta. Mi pulso se acelera y, por un momento, el mundo parece detenerse. Sus pasos, ligeros como la brisa, no dejaron rastro. Su sombra se proyecta sobre la arena, pero es él quien ahora se ha adueñado de la oscuridad, haciéndome sentir pequeña, vulnerable.
Permanezco inmóvil, sin girarme, sabiendo que cualquier movimiento podría romper el delicado equilibrio entre el deseo y el peligro que nos rodea. La atmósfera, densa y cargada, parece invadir mis sentidos, haciendo que la distancia entre nosotros se sienta infinita y, al mismo tiempo, inalcanzable. Mi respiración es más rápida ahora, casi imperceptible, pero en mi mente, la pregunta se repite una y otra vez: ¿Cómo lo hace? ¿Cómo es capaz de moverse con tal sigilo, de crear esta tensión sin que me dé cuenta? El miedo se mezcla con la fascinación.
Finalmente, doy el paso que me separa de él y me giro lentamente, encontrándome con su mirada, tan intensa que siento que podría despojarme de toda mi voluntad. Tiene la mirada fija en mí, como si ya estuviera evaluando cada uno de mis pasos, cada gesto, cada palabra que salga de mi boca. La arena bajo mis pies parece más sólida de lo que realmente es, pero sé que es solo una ilusión. Este lugar, como él, tiene muchas capas. Y en este momento, me adentro en un territorio desconocido, donde las reglas no las hago yo.
La distancia entre nosotros se vuelve casi tangible. Su mirada es profunda, calculadora, como si pudiera leer cada pensamiento que cruza mi mente. No dice una palabra, pero sus ojos no se apartan de mí ni un segundo. Puedo sentir la presión de su presencia, como si todo lo que hemos hablado hasta ahora fuera solo una preparación para este instante. Es un juego silencioso, lleno de promesas y amenazas no dichas.
Lo estudio también, buscando algún indicio, alguna pista de sus intenciones. Su rostro es impasible, pero hay una leve sonrisa curvada en sus labios, una que no llega a sus ojos, una que me hace cuestionar si es una sonrisa de bienvenida o de desafío.
Finalmente, él rompe el silencio, su voz grave y serena, pero con un toque de arrogancia que me hace arquear una ceja.
—Esperaba algo más... dramático. — dice, su tono medido, como si estuviera evaluando cada palabra que sale de su boca. Respiro hondo, sintiendo el peso de la tensión. Lo miro directamente a los ojos, con una sonrisa que intento que sea tan enigmática como la suya.
—¿Qué esperabas? —respondo, sin apartar la vista, buscando en sus gestos algún indicio de lo que realmente quiere. — ¿Una pelea? ¿Un desmayo?
Él se acerca un paso, solo uno, pero suficiente para que sienta la amenaza latente de su cercanía. El sonido de sus pasos sobre la arena es suave, casi inaudible, pero para mí, resuena como un tambor en mi pecho.
—No lo sé —dice, su voz baja, casi un susurro. —Pero me gustan los misterios... sobre todo los que tienen un buen final.
El aire entre nosotros se vuelve más denso. La oscuridad de la noche parece cerrarse a nuestro alrededor, mientras las olas siguen su curso, indiferentes a lo que sucede entre nosotros. Nos estudiamos en silencio, cada uno midiendo al otro, buscando debilidades, pero sin dar muestras de ser vulnerables.
—¿Y si este misterio... ya tiene un final, Bonneville? —le contesto, mi tono desafiante, queriendo ver si puede aguantar la presión. Noto la sorpresa en su rostro, pero era más que evidente. Solo me bastó escuchar aquellas aves de fondo en el teléfono para hilarlo con el intenso azul de sus ojos. Tanto el de la veterinaria, como los que vi en la cafetería. Es la misma persona.
Sus ojos destilan curiosidad, pero hay algo más profundo, más peligroso en ellos, como si estuviera saboreando la tensión que se ha formado entre nosotros.
—Entonces... me gustaría saber qué piensas de él. — la conversación parece un duelo, donde cada palabra es una espada que corta el aire, y aunque no hay gritos ni gestos bruscos, ambos sabemos que estamos luchando. Es una batalla de control, y en este momento, ninguno de los dos está dispuesto a ceder.
—No depende de mí. — lo observo detenidamente, cada detalle de su presencia atrapa mi atención, como si no pudiera evitarlo. El primer impacto es su porte: alto, bien erguido, con una presencia que parece dominar el espacio sin esfuerzo. Su camisa, perfectamente entallada, se ajusta a su cuerpo de una manera impecable, resaltando su figura atlética. El traje de tres piezas de corte clásico. El brillo suave de sus zapatos de cuero negro refleja la luz de las velas.
Su rostro. La línea de su mandíbula es fuerte, bien definida, casi dura, como si estuviera esculpido para crear una impresión, pero es su mirada lo que realmente me hace detenerme. Sus ojos, casi tan profundos como la noche misma, con un brillo que podría ser tanto cálido como helado, dependiendo del ángulo en que lo mire. Son los ojos de alguien que ha visto cosas, y que tiene secretos enterrados bajo capas de calma.
Su cabello, oscuro y ligeramente despeinado, cae con naturalidad sobre su frente, pero sin perder la elegancia de su conjunto. Tiene la apariencia de alguien que no necesita esfuerzo para lucir atractivo, pero a medida que lo miro, noto que cada movimiento suyo está cargado de precisión. Los músculos de su cuello se marcan sutilmente bajo la piel, y la forma de sus hombros me habla de entrenamiento y fuerza contenida. Es el tipo de hombre que no se impone con palabras, sino con la presencia que emana de él, una que se siente en el aire como un peso invisible.
Cuando se mueve, lo hace con una calma inquietante, cada paso medido, como si todo a su alrededor estuviera a su servicio. No hay prisas, no hay nervios. Cada gesto es una declaración silenciosa de control absoluto. Mi análisis se detiene en sus labios, que se curvan ligeramente en una sonrisa enigmática, pero esa sonrisa no llega a sus ojos. Es una sonrisa que sabe algo que yo aún no he descubierto, y eso, más que cualquier cosa, me intriga. Hay algo difícil, cautivador en él. Algo que hace que mi pulso se acelere sin quererlo. Y aunque lo observo, sé que él me está mirando con la misma intensidad.
—Necesito que me digas que sí puedo. — frota sus manos con suavidad.
—¿Qué sí puedes qué? — frunzo el ceño.
—Debo asegurarme que solo estamos tú y yo en esta mesa. — sé que se refiere a examinarme para buscar algún micrófono o algo que alguien más esté escuchando. Pero estoy tranquila. Vengo completamente sola. Nadie sabe que estoy aquí, aunque eso tácticamente sea un error. Supongo que estoy desesperada.
Pongo los ojos en blanco.
—Sí puedes. — accedo y esboza una casi invisible sonrisa.
—Date la vuelta. — me ordena y obedezco.
Hay algo en su postura que cambia, se acerca un paso más, y su presencia se vuelve aún más invasiva. Estoy de espaldas a él, la suave brisa acariciando mi piel expuesta mientras escucho el crujir de la arena bajo sus pasos. El aire entre nosotros se tensa aún más cuando siento su cercanía, el roce casi imperceptible de su aliento contra mi cuello.
Me quedo inmóvil, un instinto de alerta recorriéndome. Sé que algo está por ocurrir, aunque no sé exactamente qué. De repente, sus manos se posan con suavidad en mis hombros, tan ligeras como una pluma, pero con una firmeza controlada, como si pudiera deshacerme con un solo movimiento si lo deseara. El toque de sus dedos baja lentamente por mis brazos, rozando mi piel con una delicadeza que roza lo incómodo. Sus manos parecen explorar cada centímetro de mi espalda con cuidado, como si estuviera buscando algo más allá de lo que mis ojos pueden ver.
Con una calma que roza lo inquietante, se agacha ligeramente, y sus dedos recorren con minuciosa atención la línea de mi vestido, deslizándose suavemente hacia el dobladillo. La tela se estira bajo su toque, el roce del material y su piel haciendo que un escalofrío me recorra, aunque no es incomodidad lo que siento, sino una extraña mezcla de vulnerabilidad y expectación.
Mis ojos permanecen fijos al frente, mis respiraciones más profundas y controladas mientras sus manos continúan su viaje hacia mi cintura. Me está examinando, buscando un micrófono oculto, o algún dispositivo de rastreo que haya pasado desapercibido. Su toque es tan deliberado que casi me hace sentir como un objeto en sus manos.
Siento cómo sus dedos presionan levemente contra mi piel, probando, inspeccionando sin prisa, pero con una destreza que me hace dudar de cada capa que él toca. La presión aumenta ligeramente cerca de mi columna, justo por debajo de los omóplatos, como si estuviera a punto de encontrar lo que busca. Pero no es hasta que sus dedos bajan por la curva de mi cintura, sin apresurarse, que siento un leve cambio en su postura.
Él me está escaneando, no solo mi cuerpo, sino mi mente, leyendo cada leve tensión que pueda delatarme. La sensación de sus manos sobre mí, tan cercanas, pero tan calculadas, es una prueba de lo que significa estar bajo su control. Cuando finalmente se aleja, hay una ligera pausa. No ha encontrado nada, pero su mirada, su respiración, me dicen que no se ha rendido.
—Bonito vestido. — susurra en mi oído, como si todo lo que acaba de hacer fuera solo un juego. Cuando finalmente retira la mano, sus ojos vuelven a encontrarse con los míos. No dice nada, pero hay una ligera sonrisa en sus labios, una que no es de satisfacción ni de triunfo, sino de sensatez.
Me hala la silla, esperando que la ocupe. La mesa está sobre una plataforma.
—De saber que sería en una playa, no me habría puesto tacones. — se sienta frente a mí.
—Puedes quitártelos. — todo parece tan simple para él.
—¿Podemos pasar a lo importante?
—Si, cenar también es importante. — me señala todos los platos que hay en la mesa y me rio. — ¿Cuál es el chiste?
—Me sorprende que sepas de dónde vengo, pero no que soy alérgica a los mariscos. — veo la culpa en su mirada. — Pero tranquilo, con estas frutas me bastará. — como de ellas. — Sospechaba de ti desde el primer día. Sabía que no eras un trabajador normal. — sigue en silencio. — ¿Qué sabes de los afganos? ¿Qué sabes del caso?
—Sé mucho más de lo que te puedes imaginar. Pero como comprenderás, no hago nada sin una recompensa.
—¿Quién te da las órdenes?
—Una compañía. Una que no depende de ningún gobierno.
—¿Esta compañía te paga por matar a las personas que quieran?
—Que quieran no, que deban, sí. Llegan muchos perfiles y pasan por un análisis de pros y contras. Si tienes más contras te asesinan. — come con mucho apetito.
—¿No les han pagado para matar a esos afganos? — una parte de mi lo desearía.
—¿Tú quieres pagar por sus cabezas?
—¿Lo harías si te lo pidiera? — quiero saber hasta dónde sería capaz de llegar. Me mira minuciosamente y se limpia la comisura de los labios con su servilleta.
—Así no es como trabajo. — contesta y me decepcionada. Quizás no era lo que esperaba escuchar. — La verdad es que todos ustedes están en la boca del lobo. Estos afganos tienen un propósito y no van a tener piedad. Lo que le pasó al edificio donde trabajas, es solo el 1% de lo que son capaces.
—¿Qué es lo que quieren?
—Quieren recuperar la fórmula que crearon para matar a millones de personas. Hay dos enemigos potenciales aquí: Afganistán y Rusia. Aunque no están aliados entre sí, tienen un mismo objetivo: vengarse del presidente de los Estados Unidos. ¿Y cómo lo logran? Atacando a su gente. Hacer que su hogar ya no sea un lugar seguro para nadie como lo es el de ellos.
—Parece que también se dedican al espionaje.
—Para hacer el trabajo bien, debo informarme.
—Dijiste que no sabía para quienes trabajo en realidad, ¿a qué te referías con eso? — hace una pausa silenciosa.
—Los hermanos Robinson, son afganos. Reza trabaja para el gobierno así que creo que ella fue la excepción del presidente. Pero de Azim, no sabemos nada. Fue despedido del Pentágono, así que motivos para hacer una mala jugada tiene de sobra. — es un dato importante pero aun así, no me sorprende.
Debería sentirme asustada justo ahora, la persona que quería atrapar desde hace días ahora está frente a mí, cumpliendo su palabra y siendo honesto. Quizás no debería sentirme así pero...es agradable aquí.
—¿Siempre eliges lugares tan... aislados para tus cenas? — pregunto, mi tono es casual, pero no puedo evitar que mis palabras lleven un filo de cautela.
Su sonrisa se curva apenas, pero no responde de inmediato. Lleva la copa a sus labios y bebe lentamente, como si estuviera saboreando el momento más que el vino. Finalmente, deja la copa sobre la mesa con un leve sonido y me mira directamente a los ojos.
—El aislamiento tiene sus ventajas. — dice, su voz suave, pero con un tono que se desliza como terciopelo oscuro. —Poca distracción, menos ruido. Y, por supuesto, la privacidad garantiza que podamos hablar sin... interrupciones. — no aparto la mirada, aunque su intensidad me hace querer pestañear, incluso apartar la vista.
—¿Hablar? Pensé que eras más del tipo que prefiere las acciones. — él ríe, un sonido bajo y breve, pero no hay calor en él. Más bien, parece un eco de algo contenido, algo peligroso.
—Las acciones son esenciales, sí. Pero las palabras... tienen su propia forma de seducción, ¿no crees? — tomo un sorbo de mi vino para ganar un momento, dejando que el sabor frutal y ácido me ancle en la realidad. Cada vez que sus ojos se posan en mí, me siento como si estuviera bajo un foco.
—Entonces...— continúo, manteniendo mi tono controlado. — ¿qué es lo que quieres realmente? Porque no me creo que esta cena sea solo para disfrutar de una buena conversación.
—Tan directa como siempre. — dice, inclinándose ligeramente hacia adelante, con los codos apoyados en la mesa. La luz de las velas crea sombras en su rostro, acentuando la dureza de su mandíbula y la profundidad de sus ojos. — Lo que quiero... es simple. Quiero conocerte mejor. ¿Es eso tan difícil de creer? — su mirada no se aparta de la mía, y siento como si el mundo se redujera al pequeño espacio entre nosotros.
—¿Conocerme mejor? — repito, arqueando una ceja. —¿O encontrar algo que puedas usar contra mí?
Él sonríe otra vez, esta vez más abiertamente, pero el gesto sigue siendo enigmático.
—Podría decirte lo mismo. Estar aquí contigo me trae más desventajas que ventajas. Pero estás muy desesperada para aceptar la invitación del que sabes que puede jalar el gatillo.
Su respuesta me deja una sensación de vértigo, como si acabara de mirar por el borde de un abismo. Pero no puedo permitir que lo note. Así que tomo otro sorbo de vino, sonriendo ligeramente.
—Entonces será mejor que no te confíes. A veces, las piezas más pequeñas son las que definen la partida.
Él ríe de nuevo, más genuino esta vez, y levanta su copa hacia mí.
—No podría estar más de acuerdo. — si lo pienso mucho, esto no tiene sentido. Se siente irreal. Hasta que las palabras que temía salen de su boca. — Mi director está interesado en ti. Ha visto tu destreza en el caso y quiere que trabajes para él. — esto está tomando un rumbo que no me gusta. — Si sigues trabajando para ellos, tu vida siempre correrá peligro. Nunca sabrás que esperar.
—No trabajo con asesinos. Lo único que quiero es justicia.
—¿Crees que al momento de enfrentar a los afganos la justicia será suficiente? Algunos años de prisión no significa nada para esta gente. — me quedo en silencio. Ya se me quitó el apetito. — Si te unes, habré terminado mi trabajo y podré largarme de aquí.
—¿Tu trabajo? ¿Acercarte a mí también fue parte de tu trabajo? — algo se rompe dentro de mí y ni siquiera sé por qué me afecta si es lo que supuse desde el principio.
—¿Por qué suenas decepcionada? ¿Esperabas algo más, detective? — usada, así es como me siento ahora. Tomo mi bolso y no resisto estar un segundo más aquí.
—Tengo que...tengo que irme.
—¿Qué? Aun no cerramos la conversación.
—Ya terminó. Escuché suficiente.
—No hago esto para manipularte. Jamás lo pienses. El director puede darte cosas que sé que necesitas. Tú y tu gente. Puedes protegerlos. — paso las manos por mi cabello, sin saber qué hacer.
—¿Intentarán convertirme en una asesina?
—No necesita más, precisa tu rol de detective. Es todo. — recuerdo la muerte de Laura y el incendio de la firma. ¿Quién más tiene que morir? ¿Qué más tiene que pasar? —¿Sabes por qué nunca lograste atraparme hasta ahora? —pregunta, inclinando la cabeza. No espero su respuesta; ya estoy pensando en mil formas de replicar. Pero él no me da tiempo. — Porque estabas destinada a unirte a mí.
Mi risa estalla, corta y amarga. Él no se inmuta.
—¿Unirme a ti? —repito, arqueando una ceja.
—No a mí. — sus dedos tamborilean suavemente sobre la mesa. Entonces se inclina un poco más, su voz baja hasta un susurro conspirativo. —A nosotros.
Me quedo en silencio, evaluando. El sonido de los cubiertos en las mesas vecinas parece distante, como si este momento existiera en un espacio propio.
—Me gustaría hablar con tu director primero. Negociar con él personalmente. Ya que al parecer solo eres un peón. — pregunto al fin, manteniendo el tono casual, pero cada fibra de mi ser está alerta.
—¿Un peón? — su mirada se endurece por primera vez. — Parece que estás enojada conmigo ahora.
—Siempre lo he estado. — miro a la salida. ¿Sabré cómo regresar?
—Organizaré una reunión entre ustedes mañana.
—Gracias, cuanto antes mejor.
—Vamos, te llevaré a casa.
—No hace falta. Puedo regresar sola.
—Ok, inténtalo. — vuelve a sentarse en su silla. Su único trabajo es fastidiarme, eso lo tengo claro. Pero no me conoce lo suficiente. Todavía no.
Es tarde, y el aire helado me envuelve. Mi vestido, tan ligero como una hoja, parece burlarse de mí mientras mis piernas tiemblan, tanto de frío como de nervios. Camino rápido, casi corriendo, mientras mis tacones resuenan en el pavimento húmedo. Las calles están desiertas, apenas iluminadas por unas pocas farolas que titilan como si fueran a apagarse en cualquier momento. Respiro hondo, pero el aire gélido duele en mis pulmones.
De repente, un rugido de motor rompe el silencio. Miro por el rabillo del ojo y veo un BMW negro acercándose lentamente a mi lado. Mi corazón se acelera. El coche se detiene junto a mí, y bajo la ventanilla aparece su rostro. Es él otra vez.
—Eres más terca de lo que pensé. Vamos, sube. —su tono es calmado pero cargado de algo que no logro descifrar.
—No subiré. Así que puedes dar la vuelta. —respondo, tratando de sonar firme mientras mis dedos, entumecidos, se aferran al bolso.
—Sube. —su voz es más grave, como una orden. Niego con la cabeza, dando un paso hacia adelante, pero su coche avanza rápido, colocándose frente a mí y deteniendo mi paso. — No lo repetiré. — insiste, y su mirada ahora no es solo la de alguien acostumbrado a mandar, sino la de alguien que quizás, solo quizás, realmente se preocupa.
Me detengo, indecisa. El frío cala mis huesos, y las sombras parecen crecer a mi alrededor. Mis opciones no son muchas, y él lo sabe. Lo sabe tan bien que no dice nada más, solo abre la puerta del coche desde dentro. Miro la entrada del coche, luego a él. Respiro hondo y, finalmente, decido.
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