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2. El plan.

Llegamos a la morgue.

Le pido que me deje sola no sin antes agradecerle por acompañarme y lo entiende. Sabré cómo regresar desde aquí. El olor metálico y antiséptico de la morgue se clava en mi nariz como una aguja. Camino por el pasillo, ajustándome el abrigo que no logra protegerme del frío que emana de las paredes blancas. Es un frío que cala más allá de la piel, un recordatorio de que aquí la vida ya no tiene cabida.

Cuando llego a la puerta con el letrero de acero que dice "Sala de Autopsias", tomo aire y lo sostengo. Empujo la puerta, y el ruido de mis botas sobre el suelo de baldosas parece ensordecedor en este lugar tan silencioso.

El doctor, un hombre con el cabello gris y unas ojeras perpetuas, me recibe con una mirada cargada de cansancio.

—Doctor Patterson, soy la detective Green. Estoy aquí por el informe de mi compañera, Laura.

—Bienvenida. —dice con su voz grave y pausada— Lamento mucho su pérdida. — asiento sin decir nada. — Aquí lo tiene. — busca entre sus cajones y me da un documento. Lo abro de inmediato y ahí está ella en la fotografía. Sus ojos, esos mismos ojos que alguna vez se cruzaron con los míos decenas de veces ahora están cerrados. Su piel, antes llena de vida, es pálida y sin brillo.

—¿Qué encontraron? —pregunto, con la voz firme.

Patterson suspira y abre una carpeta. Sus dedos se mueven con cuidado, como si manipular esos papeles fuera tan delicado como sostener un cristal fino.

—La caída desde el cuarto piso fue la causa inmediata de la muerte: trauma craneal severo y múltiples fracturas. —comienza, pero algo en su tono me dice que hay más. Algo que no quiere decirme.

—Pero... —lo presiono, cruzándome de brazos. Necesito que lo suelte. Necesito que diga lo que yo ya temo.

Él asiente lentamente y señala un punto en el informe.

—Pero hay lesiones que no son consistentes con una caída. Hematomas en las muñecas, como si hubiera sido sujetada con fuerza. Una contusión en la base del cráneo, que no podría haberse hecho en la caída. Y.... rastros de un sedante en su sistema. Una dosis lo suficientemente alta como para incapacitarla, pero no matarla.

Mis manos se tensan, y siento un calor subir por mi pecho. No fue un suicidio. Lo sabía, lo sabía desde el momento en que la vi en el pavimento, sus ojos abiertos mirando al vacío.

—Entonces, alguien la drogó, la golpeó y luego... —mi voz se rompe antes de terminar la frase. Aprieto los puños y cierro los ojos por un segundo. El peso de la rabia y el dolor amenaza con aplastarme.

—Lo siento, detective. Sé que esto es difícil —dice, y sus palabras son un eco lejano.

—No se preocupe. — intento calmar mi respiración. — Me llevaré esto para adjuntarlo al caso. Muchas gracias doctor Patterson— estrecho mi mano con la suya y salgo de la morgue con una sola idea en mente: encontrar al responsable. Y cuando lo haga, se arrepentirá de cada segundo.

Camino un poco por las calles y cuando me detengo a comprar periódicos viejos, en un pequeño espejo colgado, noto que hay un sujeto vestido de negro mirándome, siguiéndome. O ya estoy paranoica, o ya saben sobre mí. Pago los periódicos y sigo caminando con tranquilidad. Sigo viéndolo detrás de mí con las manos en los bolsillos delantero de su abrigo.

Tomo una llamada entrante de Mario.

—Denny, encontré algo más. — sigo caminando. Buscando con la mirada alguna ruta segura que no esté solitaria. — Rastré los movimientos de Laura desde la última vez y alguien la estaba siguiendo en una Dodge. Parece que intentó pedir ayuda y llamó al 911 dos veces. Las grabaciones muestran cómo salió y entró al edificio asustada por dos ocasiones y... luego su muerte. No hay nada que registre cómo cayó del balcón.

—No se lanzó. Tenía heridas previas al salto. Acabo de hablar con el forense y llevo su autopsia en las manos. — sigo caminando, nerviosa.

—¿Dónde estás? Te oyes muy agitada.

—Estoy en el centro de la ciudad, caminando a toda prisa. Hay alguien siguiéndome.

—¿Qué?

—Rastréame y envía ayuda. Buscaré la manera de perderlo. — digo sin más y cuelgo. Aumento la velocidad de mis pies y miro hacia atrás. Él también. Así que no tengo de otra que empezar a correr. Ya sabe que lo he visto. Ya sabe que sé que me sigue.

El aire helado me corta la garganta mientras corro, cada paso retumbando como un eco ensordecedor en las calles vacías. Mis zapatillas golpean el pavimento mojado, resbalando apenas, pero no puedo detenerme. No debo detenerme. Las luces de los postes parpadean, y las sombras parecen alargarse como dedos tratando de atraparme.

Detrás de mí, escucho sus pisadas. Pesadas, regulares, cada vez más cercanas. Mi corazón late tan rápido que siento que va a estallar. Giro la cabeza apenas para ver su silueta: alta, oscura, avanzando con una calma aterradora, como si supiera que tarde o temprano me alcanzará. Me obligo a mirar hacia adelante. Un callejón a la derecha. Giro bruscamente, casi chocando contra un muro. Mi hombro roza los ladrillos húmedos, pero sigo corriendo.

Mis pulmones arden. Las piernas me tiemblan. ¿Por qué no hay nadie? ¿Dónde están todos? La ciudad parece un laberinto desolado, y cada esquina me lleva más lejos de cualquier esperanza de encontrar ayuda.

Escucho algo caer detrás de mí, un bote de basura que se estrella contra el suelo. Está más cerca. Mi cuerpo se mueve por puro instinto ahora. Salgo del callejón y me encuentro en otra calle iluminada débilmente por un par de lámparas. Un auto pasa, lento, pero no puedo gritar. Mi garganta está cerrada por el miedo, y el sonido de mis jadeos parece lo único en el mundo. ¡Corre más rápido! Me digo, pero mis piernas están al borde de colapsar. Escucho su voz, baja y ronca, llamándome.

—No puedes escapar. — con un acento afgano que logro diferenciar.

Mis ojos buscan desesperadamente un refugio, una puerta abierta, una ventana iluminada. Algo. Entonces, lo veo: una tienda con las luces encendidas al final de la calle. Es mi única oportunidad. Empujo mi cuerpo más allá de su límite, ignorando el dolor, ignorando el terror que amenaza con consumirlo todo. Solo unos metros más.

Mi teléfono suena y ni siquiera me da tiempo de contestar. Tengo que ponerme a salvo primero. No puedo terminar como Laura.

—¡Ayuda! — grito cuando veo a personas salir de la tienda. Cuando unas manos me halan del cabello siento que estoy perdiendo la batalla. Me ha atrapado. Forcejeo, mis manos empujan su pecho, pero es fuerte, demasiado fuerte. Siento cómo sus dedos ásperos intentan inmovilizarme, el cuchillo buscando mi piel. Lo golpeo con mis uñas, mi puño, lo que puedo, pero él apenas retrocede. Su rostro está a centímetros del mío, y el olor metálico del miedo llena mis sentidos.

De repente, un dolor agudo me atraviesa el brazo. Mi grito es instintivo, desgarrador, mientras la sangre caliente empieza a deslizarse por mi piel. La hoja ha rozado mi brazo. Pierdo fuerzas por un momento, tambaleándome, pero mi mente grita: ¡No te rindas! En medio del caos, un sonido seco y potente retumba en el aire. ¡BOOM! El impacto me deja aturdida. Su cuerpo se sacude, tambaleándose hacia atrás como si algo invisible lo hubiese empujado. Su rostro cambia de la rabia a la sorpresa antes de caer pesadamente al suelo, dejando caer el cuchillo que rueda con un eco metálico.

Mi vista está borrosa por las lágrimas y el miedo, pero levanto la mirada hacia el origen del disparo. Un hombre mayor está a unos metros, su escopeta aun apuntando hacia donde él cayó. Lleva una chaqueta vieja y un sombrero desgastado. Su mirada es dura, pero al mismo tiempo, hay algo reconfortante en ella. Es real. Alguien me escuchó.

—¿Estás bien, niña? —pregunta con voz grave, mientras baja el arma y camina hacia mí. Las palabras no me salen. Solo asiento, temblando, sosteniéndome el brazo herido. Él se acerca más, con cuidado, y me examina rápidamente. Luego, sus ojos van hacia el cuerpo inmóvil en el suelo.

—No te preocupes. Ya no podrá hacerte daño. —dice, con una firmeza que hace que mis piernas finalmente cedan. Me apoyo contra la pared, el dolor en mi brazo volviendo más real, pero por primera vez en esta noche infernal, siento un destello de alivio. Estoy viva.

Las sirenas de las patrullas policiales no tardan en escucharse. Están acercándose. Estoy segura de que es la ayuda de Mario. Los oficiales bajan de los coches apuntando con sus armas y revisando el cuerpo del disparado.

—¿Detective Green? ¿Se encuentra bien? — uno de los oficiales se acerca.

—No, está herida. Necesita ir al hospital. — responde el señor por mí.

—¿Usted disparó? — le preguntan.

—Así es, tuve qué.

—Bien, le harán un par de preguntas, pero nada más. Acompáñeme, señorita Green. — camino del lado del oficial no sin antes darle las gracias al señor que me ha salvado. Estaré eternamente agradecida con él.

8pm.

Ha sido un largo día. Llevo una pequeña venda en el brazo donde me ha cortado. El sujeto había quedado con vida, pero cuando empezaron a interrogarlo prefirió suicidarse antes de responder. No tenía la marca del búho en ninguna parte. Era afgano, pero por su acento bien definido ya llevaba tiempo viviendo aquí, exmercenario con cargos en su expediente, pero nada más. Nada que nos diga de dónde vino y para quién trabajaba. ¿Será el mismo sujeto que asesinó a Laura? Definitivamente sí. Portaba la misma Dodge que fue visto siguiéndola hasta su apartamento esa noche. ¿Quién está detrás de todo esto?

Todos se han mostrado preocupados por mi hoy y lo agradezco, pero eso no es lo que necesito ahora. Necesito respuestas. Mi departamento está rodeado de patrullas policiales que me hacen sentir segura, hasta que veo una nota negra encima de mi cama. Miro a mi alrededor, no hay ventanas abiertas ni nadie más aquí. Me acerco y la leo.

"Abre tus ojos"

Es lo que dice, y nada más. La aprieto en mis manos hasta estrujarla completamente. Siento mucha rabia dentro de mí. No dejaré que lo que ha pasado hoy me amedrante, solo será un impulso para volver al caso con más fuerza y valentía mañana.

Mi apartamento, que alguna vez fue un refugio, ahora se siente como un cuartel improvisado. Afuera, las luces de las patrullas parpadean constantemente, proyectando sombras móviles en las paredes. Los agentes asignados a mi protección conversan en voz baja en el pasillo, pero su presencia no me tranquiliza del todo. Sé que estoy en la mira de alguien peligroso.

La mesa del comedor está cubierta de documentos confidenciales, mapas y mi computadora portátil, que ahora muestra un artículo sobre el conflicto entre Estados Unidos y Afganistán. La conexión no es inmediata, pero hay algo aquí, algo que late bajo la superficie de este caso. Me inclino hacia la pantalla, leyendo con atención cada detalle de las intervenciones militares, las tensiones políticas y los intereses económicos que han moldeado esa región durante décadas.

Siento cómo una mezcla de curiosidad y desesperación se agita en mi pecho. Cada línea que leo me acerca más a la verdad, pero también me abre nuevas preguntas. ¿Qué tiene que ver esto con mi caso? ¿Qué papel juegan estas fuerzas internacionales en la red de crimen organizada que estoy investigando?

Reviso un informe de 2020 sobre operaciones encubiertas en Afganistán. Nombres clave, transacciones oscuras, menciones a "intermediarios". Mis dedos tamborilean sobre el teclado mientras busco coincidencias. La conexión es tenue, pero está allí: contratos de reconstrucción inflados, recursos desviados... y nombres de compañías que, curiosamente, también aparecen financiando campañas políticas en Estados Unidos.

Frustrada, paso las manos por mi cabello. Esto no es una simple investigación de asesinato; es un nido de avispas. Si sigo tirando de este hilo, ¿qué encontraré al final? El teléfono vibra sobre el escritorio, una notificación de Mario. Me envía un archivo cifrado. Lo descargo y abro rápidamente. Es un informe de inteligencia sobre tráfico de sustancias desde Estados Unidos hacia Afganistán. Sorprendentemente, hay un nombre que sobresale: Serguei Morozov. El científico ruso que creó el alma letal del que los altos mandos hablan.

Esta no es solo una lucha de poder interna. Es algo más oscuro, una red donde políticos, empresas y criminales internacionales bailan al son de la misma música. Todos quieren esa creación. O eso es lo que parece. Mi corazón late con fuerza. La conexión es aterradora, pero clara: el asesinato del candidato no fue un acto aislado. Fue un movimiento calculado. O querían evitar que Salas se saliera con las suyas para tener el control, o hay otro bando jugando sucio. Todo sigue confuso. Las pruebas que tengo no son suficientes para determinar quién está asesinando y porqué.

La nota. ¿Quién la habrá dejado? ¿Rusos, afganos? ¿Cómo entraron a mi departamento? ¿Cómo saben dónde vivo? Todo esto me hace doler la cabeza.

Recuerdo a Bonneville, el veterinario que interrogué hace unas horas. Había algo en su forma de responder que me puso en alerta. Así que decido buscar más información sobre él. Empiezo por lo básico. Ingreso su apellido en la base de datos policial. Hay muchos resultados, pero ninguno de ellos es él. No hay nada sobre él. Ninguno de los Bonneville que aparecen en mi pantalla coinciden con el rostro que vi en la veterinaria.

El sol sale.

Llego a la firma más decidida que nunca. Sintiendo las miradas de sorpresa y los murmuros a mi pasar. Llego a mi oficina y acomodo todas mis cosas. Incluyendo agregar todas las nuevas pistas a mi pizarrón.

—Denny, ¿qué haces aquí? — Mario se asoma.

—Trabajando.

—¿Trabajando? — entra completamente. — Te dieron tres días de descanso ayer.

—No los necesito. Lo que necesito es avanzar el caso.

—Casi te matan, ¿estás consciente de eso?

—Pero no lo estoy. Sigo viva por una razón. — clavo la fotografía del sujeto de ayer como respuesta debajo de la pregunta "¿Quién asesinó a Laura?" — ¿Salieron los resultados de la laptop de Laura? — me centro en lo importante.

—Sí, nada. Todo estaba limpio, pero realizaron una copia de seguridad. Sea lo que sea que ella descubrió, ellos lo tienen.

—Hay algo dentro de las muchas cosas que aun no entiendo que me hace mucho ruido. ¿Qué tienen que ver los rusos entre el conflicto de Estados Unidos y Afganistán?

—El científico loco es ruso, pero fuera de eso...

—Tenemos el caso. Asesinaron a Salas y hay un responsable. Los afganos no eran una primera opción, el gobierno podría ser, pero ahora entran los rusos a la ecuación.

—Quizás el científico solo representa el apoyo de su país a Afganistán contra Estados Unidos. No lo sé.

—¿Tienes su nombre?

—Sí, se llama Serguei Morozov. Te envié el informe ayer.

—¿Sabes dónde puedo encontrarlo?

—Nadie sabe su paradero. No está en el país. Todo apunta a que el mismo sujeto de anoche es el mismo que asesinó a Salas.

—No. Fueron escenarios totalmente distintos. — estoy más que segura. — Lo de Salas fue más calculado, más frío y más limpio. Dijeron que la bala rebotó para darle más tiempo. Para desconcertar a los presentes. Lo de Laura fue más improvisado. Dejó rastros.

—Tienes razón.

—Parece que hay dos equipos bailando por un premio. ¿Dónde está ese líquido letal que crearon?

—El pentágono y seguridad nacional se encargan de eso. Todo lo que dicen es que lo tienen bajo control.

—¿Y del francotirador, no tenemos nada más que el reflejo en la camioneta?

—Hasta ahora sí. Solo tenemos eso. Calza algunos 11 de zapatos, mide 1'8 metros, cabello negro y cuerpo fornido. Es todo lo que tenemos. No hay registros de sus movimientos ni antes ni después del disparo. Es como un fantasma.

—Sea lo que sea, le dispararon a Salas por una razón. Quizás no sea una razón descabellada después de todo, pero ¿qué pasaría si se decide abrir el hospital de todos modos?

—Eso no es posible. Ese lugar está condenado.

—Lo sé, pero me refiero a un simulacro. Engañarlos. Hacerles creer que matar a Salas no sirvió de nada para hacer que vuelvan a salir.

—Es muy arriesgado Denny. ¿Qué nos asegura que realmente evitar que el hospital abriera es lo que querían?

—Algo es algo. — estoy convencida de que funcionará. — Lo hablaré con Robinson. Ellos tienen los contactos que se necesitan para esto. — si las cosas salen bien esto podría funcionar.

1 día después.

Un día bastó para convencerlos, mover las fichas necesarias y conseguir las autorizaciones para llevar este plan a cabo. Un agente de doble riesgo se haría pasar por el ministro de defensa, del que nadie conoce la cara para llamar la atención. El público presente también eran agentes encubiertos, nadie inocente saldría herido aquí. Mario estaba en dos cuadras desde una furgoneta con soldados monitoreando y comunicándose con nosotros a través de los auriculares. Estaba todo listo. Espero que funcione.

Estoy sentada en la esquina más oscura de esta diminuta cafetería, con una taza de café que ya está fría entre mis manos. El murmullo constante de las conversaciones a mi alrededor es casi un susurro que se funde con el zumbido de la máquina de expreso. Mis ojos, escondidos tras las gafas de sol que no necesito aquí dentro, rastrean a cada persona que entra por la puerta. Sé que morderá el anzuelo.

Llevo días preparándome para este momento. Conozco a los tipos como él, sus patrones, sus obsesiones, cómo disfruta sentirse más listo que cualquiera que lo persiga. Por eso estoy aquí, esperando a que su vanidad lo arrastre directo hacia mí. Mis dedos tamborilean suavemente en la mesa, marcando el ritmo lento de mi paciencia. Ya ha pasado media hora. El falso ministro sube al podio y da su discurso.

Alerta en los edificios. — dice un agente a través de los auriculares.

—Mario, ¿qué tienes? — pregunto en voz baja.

Nada ha cruzado la entrada. Solo estamos nosotros en el radar. — responde, bajándome la esperanza.No vendrá. — está seguro de eso, su tono lo evidencia.

—Linda cafetería. — escucho una voz varonil. Toma asiento en la silla a mi lado sin siquiera pedir permiso. Un escalofrío me recorre la espalda, pero no muevo un músculo. Esto es parte del juego, aunque no de la manera que esperaba. Está aquí.

Desliza una servilleta con algo anotado. "Desconecta tu micrófono y quítate los auriculares". Es lo que dice. Al menos escribe claramente. No pretendo hacerlo hasta que algo frío toca mi cintura. Me está apuntando con su arma. No tengo de otra, así que hago lo que me pide.

—Si volteas a verme o haces cualquier movimiento estúpido, esta bala atravesará tu piel. — me amenaza. — Es un buen truco. Recrear el mismo escenario y contratar a un impostor como ministro casi me provoca dudas. Pero recordé que jamás fallo y que dejar cabos sueltos no es mi estilo. — su voz suena muy relajada. — Es la primera vez que intentan hacerme salir otra vez. Lo lograron, evidentemente. Pero no tienen idea de lo que realmente pasa aquí.

—¿Por qué lo haces? —mi corazón está golpeando contra mis costillas como si quisiera salir corriendo.

—¿Por qué lo hago? ¿No deberían agradecerme? Gracias a mí mucha gente sigue con vida. Estás en el bando equivocado, linda. — su risa es baja, casi musical. Su mano se apoya en la mesa, lo suficientemente cerca de la mía como para que note la ligera tensión en mis dedos. — ¿Realmente pensaste que no lo notaría? Tu pequeña invitación... es demasiado obvia.

—Asesinaste a una persona. A un candidato presidencial. Todo el mundo te busca.

—Sí, me pregunto quién será el siguiente. El ministro de defensa (el real), el presidente o....tú. — mi respiración se mantiene estable, aunque quiero saltar sobre él ahora mismo. No es el momento. No hasta que diga algo que lo condene. Mi reloj inteligente está grabando toda nuestra conversación.

—¿Tú dejaste la nota en mi cama? — pregunto.

—Puede ser, no lo sé. — su voz suena muy británica.

—¿Quieres matarme?

—¿Y cuál sería mi recompensa?

—Te estoy cazando, y no me detendré hasta verte tras las rejas.

—Quizás me gusta sentirme cazado por ti. — siento el filo de su mirada clavándose en mi rostro. Se inclina más hacia mí, y puedo oler el suave aroma de su loción mezclado con un rastro de peligro. — Entonces, ¿qué tal si dejamos de fingir? — no entiendo a lo que se refiere. El peso del arma contra mi costado me hace sentir cada latido del corazón como un tambor en mi pecho. Sus dedos son firmes sobre lo que apunta hacia mí, oculto bajo la tela de su chaqueta. Su calor se filtra a través del aire entre nosotros, demasiado denso, demasiado cargado. — ¿Por qué no admites que quieres entenderme más de lo que quieres arrestarme?

—No sabes lo que dices. No me conoces.

—Yo creo que sí, Mánchester. — ¿Mánchester? ¿Por qué me llama como mi ciudad natal? ¿Cómo lo sabe? — Sé todo lo que necesito saber sobre ti. — mantengo mis ojos fijos en la mesa, en la mancha borrosa de luz que se filtra bajo la puerta. Pero puedo sentir su mirada perforándome, recorriendo cada centímetro de mi rostro, como si quisiera desarmarme.

—¿De qué sirve llegar lejos si no vas a llegar hasta el final? — contesto. Mi voz es firme, pero siento la traición de mis manos sudorosas en las rodillas. Su risa es suave, casi un susurro, y la noto en mi piel antes que en mis oídos.

—Te admiro, ¿sabes? Coraje, determinación... Aunque sea un poco suicida. — la distancia entre nosotros parece desvanecerse con cada palabra. La tela de su pantalón roza contra el mío. Su rodilla, apenas un centímetro de la mía. No puedo evitar la sensación traicionera que se desliza por mi espina dorsal, un destello de adrenalina que no puedo distinguir entre miedo o algo más oscuro, más primitivo.

—Deberías soltar el arma si no tienes intención de disparar. — digo. Mis labios apenas se mueven.

—No lo creo. — su respuesta es casi un ronroneo. — Tú lo llamas "arma". Yo lo llamo... seguridad. No confío en ti, Mánchester. — ahí está otra vez, esa chispa en su voz, un juego peligroso que insiste en jugar mientras yo no tengo más opción que quedarme atrapada en su ritmo. No sé si es el calor de su cercanía o la presión del cañón sobre mi cintura lo que me quema más.

—¿Debería temerme más a mí que a ti? —pregunto, esta vez girando apenas mi rostro hacia él, sin atreverme a alzar la mirada. Él se inclina, su aliento apenas roza la curva de mi mandíbula.

—Eso depende de qué tan buena seas jugando con fuego. — me susurra. La mesa parece más pequeña de repente, el aire más denso. Estoy exactamente donde quería estar, y a la vez, demasiado cerca de un precipicio que no puedo controlar. — Los afganos los están vigilando. Iban a matarlos, pero hice el trabajo por ustedes. Así que acaben con este circo y no sigan provocando fuerzas que aún no entienden. — aleja el arma de mi costado y siento un enorme alivio. Toma un sorbo de mi propio café y se levanta. — Hasta pronto, Mánchester. — se despide y camina hasta la puerta.

Me quito las gafas y lo miro. Quiero ver cómo es.

Giro la cabeza como si me costara, como si estuviera prohibido. Es ahora o nunca, pienso, y me obligo a levantar la mirada, a grabar cada detalle de su rostro en mi memoria antes de que desaparezca. Lleva casi la misma ropa del reflejo en la camioneta. Misma gorra, abrigo, mascarilla oscura, zapatos y pantalones. Sus facciones son afiladas, talladas con precisión. Una mandíbula firme que parece tensarse al sentir mi mirada. Su cabello oscuro cae de manera desordenada, como si no le importara, pero hay algo deliberado en ese descuido. 

Camina hacia la puerta, pero justo antes de cruzarla, lanza una última mirada por encima del hombro. Una mirada que es un desafío, una advertencia, y algo más que no sé nombrar. Y entonces sus ojos. Claros, azules como el mar, se clavan en los míos con una intensidad que me paraliza antes de desaparecer. Por un instante, todo parece detenerse. La habitación, el aire pesado, incluso mi respiración. Me está mirando como si supiera todo de mí, como si hubiera leído cada secreto que jamás quise contar. Mis manos tiemblan en mi regazo, y por primera vez en años, me siento completamente vulnerable. Su figura parece dominar la habitación. Cada movimiento es medido, como si supiera que cada segundo que alarga su despedida me mantiene al borde del colapso.

Cuando la puerta finalmente se cierra tras él, el aire regresa de golpe a mis pulmones, como si solo ahora recordara cómo respirar. Mi corazón late con fuerza contra mis costillas, y las palmas de mis manos están húmedas. Pero incluso en mi miedo, hay algo que no puedo ignorar. Algo en esa mirada que no era solo amenaza. Había algo más. Algo que me perseguirá mucho después de esta noche.

Me coloco rápidamente el micrófono y los auriculares de nuevo.

—¡Está aquí! ¡Cerca de la cafetería en donde estoy! ¡No lo dejen escapar! — grito, poniendo a todos alertas mientras corro hasta la salida detrás de él. Miro a mi alrededor, suelo, direcciones opuestas y techos y nada. Ha desaparecido otra vez. Las patrullas se mueven por toda la zona junto con los drones, esperando encontrarlo finalmente. 

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