14. Días de paz.
Han pasado siete días desde el caos. Una semana desde que la ciudad se convirtió en un campo de batalla y el Pentágono quedó marcado por las huellas de una traición monumental. Pero ahora, la calma regresa lentamente, como un amanecer después de una tormenta interminable.
Las calles que estaban llenas de vehículos militares y barricadas ahora se ven despejadas. Equipos de reconstrucción trabajan incansablemente, reparando edificios dañados, remplazando cristales rotos, y restaurando el orden. El zumbido de las grúas y el constante golpeteo de herramientas se han convertido en un sonido familiar, casi reconfortante, para los ciudadanos.
En el Pentágono, los estragos del ataque son más visibles. Las paredes exteriores aún muestran cicatrices de explosiones, pero la bandera ondea alta, intacta, como un símbolo de resistencia. Los pasillos que una vez estuvieron llenos de pánico ahora son transitados por hombres y mujeres uniformados que, a pesar del cansancio visible en sus rostros, se mueven con determinación renovada.
El caso finalmente cierra. Reza y Azim Robinson, están muertos. Los afganos y los rusos insurgentes, también. Morozov fue dejado por la agencia como un regalo en la puerta de seguridad nacional, siendo capturado y enfrentando múltiples cargos, trasladado a una prisión de máxima seguridad. Los testimonios recopilados, junto con la evidencia contenida en la memoria, aseguraron que cada cómplice involucrado, desde los infiltrados hasta los líderes de las células enemigas, enfrentaran su castigo.
En un tribunal abarrotado, las sentencias cayeron como martillazos. Traición. Conspiración. Asesinato. Los rostros de los culpables, que una vez proyectaban arrogancia, ahora estaban vacíos, derrotados. El Ministro de Defensa, aunque aún bajo el escrutinio público por no haber detectado la infiltración a tiempo, prometió reformas internas para evitar futuras traiciones. Las palabras resonaron como un compromiso solemne, pero para los presentes, la verdadera victoria fue ver que la verdad había prevalecido.
En la ciudad, la vida comienza a avanzar de nuevo. Los parques se llenan de niños jugando, los cafés reabren sus puertas, y las aceras vibran con conversaciones sobre reconstrucción y esperanza. El caos que había dejado una sombra de miedo sobre todos ahora parece una historia lejana, aunque todavía hay cicatrices.
Para mí, las cicatrices son más profundas.
Una tarde, mientras camino por la avenida principal, veo una estatua recién erigida en la plaza central. Está dedicada a los soldados que dieron su vida en la defensa de la ciudad. Los nombres grabados en la base incluyen algunos que conocí brevemente, como Hart. Siento un nudo en la garganta, pero también una extraña paz.
El mundo sigue adelante, pero algo ha cambiado en mí. Esa semana fue más que una prueba de mi entrenamiento y determinación; fue un recordatorio de que incluso cuando la traición golpea en el corazón de lo que protegemos, siempre hay quienes lucharán por la verdad y la justicia.
Me encuentro de pie en el salón principal del Pentágono, rodeada de oficiales de alto rango, analistas, y figuras clave en el sistema de defensa nacional. El ministro de Defensa, en el centro del estrado, sostiene un dossier en una mano mientras su voz grave llena la sala.
—Hoy reconocemos a una mujer cuyo coraje, instinto, y determinación nos salvaron de un desastre inimaginable. La agente Green demostró que la verdad y la justicia pueden prevalecer incluso en las circunstancias más adversas. — siento la mirada de todos sobre mí mientras camino hacia el estrado. La placa en mi pecho brilla bajo las luces del salón, y aunque intento mantener la calma, hay una presión inesperada en mi pecho.
—Ardenny Green — dice el ministro cuando me coloco frente a él. — Tu servicio ha trascendido los límites de tu rango. Has expuesto una conspiración que amenazaba a nuestra nación y has liderado con un nivel de valentía que no pasa desapercibido. Por ello, en nombre del Departamento de Defensa, es un honor ascenderte al rango de Operativa Principal de Seguridad Nacional. — el salón estalla en aplausos, pero todo se siente surrealista. Mientras el ministro me entrega la nueva insignia, apenas puedo procesar lo que significa este momento.
Más tarde, en privado, el ministro me llama a su oficina.
—Sé que has estado considerando dejar la firma de abogados— dice, su tono más cálido. — Después de todo, ya no tiene el propósito que alguna vez tuvo para ti.
—Es verdad— admito. — Los hermanos Robinson usaron esa firma como fachada para algo oscuro. Pero no todo en ella está podrido. Algunos de los abogados aún creen en hacer el bien.
—Entonces, ¿qué piensas hacer con ella? — pregunta.
La decisión ya está tomada en mi mente.
—La firma fue fundada por los Robinson, y aunque su nombre ahora está manchado, creo que los que una vez trabajaron allá tienen derecho de decidir qué hacer con ella. — el ministro asiente, comprensivo.
—Es un gesto honorable, Green. Pero recuerda, lo que construyas a partir de ahora es mucho más importante. Tu papel aquí será crucial en la nueva etapa que enfrentamos como nación.
Ese mismo día, me despido oficialmente de la firma de abogados. Reúno al equipo que queda, incluyendo a Mario, quien había sido una constante durante toda la crisis.
—La firma es suya ahora— les digo. — Lo que hagan con ella dependerá de ustedes, pero espero que honren la verdadera justicia. Si alguna vez necesitan ayuda, saben dónde encontrarme.
Hay algo liberador en cerrar ese capítulo de mi vida. Mientras me retiro del edificio, miro la placa en mi nueva insignia. Operativa Principal. Un título que representa todo por lo que luché, pero también todo lo que sacrifiqué. Sé que este es solo el comienzo de un camino más desafiante, pero estoy lista.
8pm.
La noche comienza con una llamada inesperada. Estoy organizando los últimos archivos del día cuando mi teléfono vibra en la mesa. Mario aparece en la pantalla.
—Denny, estoy tan feliz por ti. Felicidades por el ascenso. Diría: te voy a extrañar un montón pero adivina: también trabajaré en el pentágono como analista de datos. — dice con su tono jovial característico.
—¿Qué? Que gran noticia. El ministro no me lo dijo.
—Quizás quería darte la sorpresa. — estoy muy feliz. — ¿Tienes planes para esta noche?
—Por ahora, dormir. — bromeo, aunque sé que no puedo resistirme a su entusiasmo.
—Nada de eso. Nos vamos a tomar un par de copas para celebrar como se debe. A mi cuenta, por supuesto. —insiste. Y no me puedo negar.
Una hora después, estoy en un bar discreto, el tipo de lugar donde las luces bajas y el jazz suave crean una atmósfera relajante. Mario ya está en una mesa del fondo, con dos copas de vino esperando.
—¿Qué clase de celebración es esta? — pregunto al sentarme. — Esperaba algo más fuerte. — Mario sonríe.
—Estamos celebrando tu ascenso, no hundiéndonos en tus traumas. Además, sé que no eres fanática de las resacas. — reímos, y la conversación fluye fácilmente, como siempre. Mario tiene una habilidad especial para hacer que cualquier tensión se desvanezca, y me encuentro agradecida de tenerlo cerca después de todo lo que ha pasado.
—Entonces, cuéntame— dice después de un par de brindis. — ¿Cómo es trabajar en las grandes ligas? ¿Te están tratando bien o tengo que patear traseros por ti?
—Es diferente, pero me gusta— admito. — Más responsabilidades, más presión, pero también más oportunidades para marcar la diferencia. Aunque... no voy a mentir, a veces extraño las cosas simples, como los días aburridos en la firma. — Mario asiente, comprendiendo.
—¿Y qué tal tu nuevo círculo? Me enteré de que tienes una amistad interesante con Bonneville. ¿Debería estar celoso? — río, aunque el comentario me toma un poco desprevenida.
—Bonneville es... complicado— digo finalmente. — Definitivamente no habría sobrevivido sin su ayuda, pero tiene un misterio que no logro descifrar del todo.
—¿Un misterio? Suena como si te interesara más de lo que quieres admitir— responde Mario, arqueando una ceja con diversión.
—No empieces— digo, aunque no puedo evitar sonreír. — Es un colega, Mario. Solo eso. Por ahora.
—Eso no fue lo que vi en el hospital. Que de hecho, se portó muy bien conmigo.
—Nunca me dijiste qué fue lo que pasó ese día. ¿Cómo te sacó del hospital y cómo pudiste encontrarme?
—Me dijo que estabas en problemas, así que no dudé. Encontrarte fue lo mas sencillo de todo. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para asegurarse de que estuvieras viva. No sé quién es pero lo investigaré hasta el fondo. Pero de una cosa estoy seguro: le importas mucho. — Mario se recarga en el respaldo de su silla, jugueteando con el borde de su copa mientras me observa con esa mirada de cómplice de toda la vida.
—Vamos, Denny. 'Complicado' no es una palabra que uses a la ligera. Bonneville te interesa, ¿verdad? De lo contrario no dejarías que se acercara tanto. — suspiro, sabiendo que no podría evitar la conversación.
—No es tan simple. Él no es como tú o yo. Bonneville parece vivir en un mundo aparte, con reglas propias. Es reservado, casi críptico, pero también increíblemente... eficiente.
Mario se ríe entre dientes.
—¿Eficiente? Esa es una palabra profesionalmente neutral. ¿Y... personalmente? — miro mi copa, evitando su mirada por un momento.
—Es un enigma, Mario. Por un lado, es confiable, alguien que literalmente te cubre las espaldas sin dudarlo. Por otro lado, parece que carga con algo que no comparte con nadie. Es como si todo lo que hace estuviera impulsado por algo más grande, algo que ni siquiera él deja ver del todo.
—¿Algo más grande, como qué? ¿Trauma? ¿Un propósito oculto? ¿O simplemente un ego bien disimulado? — Mario pregunta, su tono burlón pero sin perder la curiosidad.
—No lo sé— admito, dejando la copa en la mesa. — Pero lo que sí sé es que me importa. Más de lo que debería. No solo como colega. Hay algo en él que me atrae, aunque no sé si es admiración, fascinación o algo... más complejo. — Mario se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—¿Y por qué no admitirlo? Digo, no aquí en el bar, a él. Parece que lo piensas mucho, y si es alguien que te ha ayudado tanto, merece saberlo, ¿no crees?
—¿Admitirlo? ¿Así nada más? — río suavemente, aunque no estoy segura si es por la idea o por los nervios. — No creo que sea tan sencillo. Bonneville no es el tipo de persona que baja la guardia fácilmente. Además, todo esto que ha pasado... no es el mejor momento para confundir las cosas. — Mario ladea la cabeza.
—Denny, si esperas el 'mejor momento', lo más probable es que nunca llegue. — la conversación toma un giro más serio, y su tono también cambia. — Mira, sé que no eres de las que se lanzan a lo emocional, pero también sé que si alguien ha logrado atravesar tu barrera, es por algo. Tal vez él sea igual que tú: reservado, precavido. Pero si te importa, ¿por qué no darle una oportunidad? No digo que te le declares con fuegos artificiales y todo, pero podrías empezar con algo más simple, más humano. Tal vez él necesita eso de ti.
Sus palabras me dejan pensando.
—Es fácil decirlo, pero ¿y si algo sale mal? Este mundo no deja mucho espacio para errores, y menos para vulnerabilidades.
—Exacto— interrumpe. — Y, sin embargo, aquí estás, reflexionando sobre él después de todo lo que ha pasado. Si eso no es una señal, querida, no sé qué es.
Sonrío levemente, sintiéndome un poco expuesta pero también agradecida por su honestidad.
—Tal vez tengas razón. Tal vez le deba una conversación más personal. Pero no esperes que vaya corriendo a escribirle poemas, ¿sí? — Mario se ríe con ganas.
—No, no poemas. Aunque no me quejaría si lo intentaras. Pero en serio, solo recuerda: no todo en este trabajo tiene que ser frío y calculado. A veces, los riesgos emocionales son los más valientes que podemos tomar. — la conversación cambia a temas más ligeros después de eso, pero las palabras de Mario quedan resonando en mi mente.
...
Mientras conduzco de regreso a casa esa noche, no puedo evitar preguntarme si Bonneville siente algo similar o si sus misterios lo mantendrán siempre a un paso de distancia. Tal vez es hora de averiguarlo.
El motor de mi coche se apaga, pero no hago el más mínimo movimiento para abrir la puerta. Estoy estacionada frente al edificio, un rascacielos que parece desafiar al cielo con su arquitectura impecable y sus luces brillantes. El penthouse de Bonneville está en el último piso, y aunque siempre me he considerado alguien valiente, en este momento siento que mi corazón late tan fuerte que podría romperme desde dentro.
—Tú puedes, Ardenny. — murmuro para mí misma, tomando aire. — Solo es una conversación. Nada más. — salgo del coche y me dirijo al vestíbulo. El portero me reconoce de inmediato, asintiendo con discreta cortesía mientras presiona el botón del ascensor. El trayecto hasta el último piso se siente eterno, el zumbido del ascensor mezclándose con mis pensamientos acelerados.
Cuando llego a la puerta de Bonneville, levanto la mano para tocar, pero dudo. Esto es más que una conversación. Es la posibilidad de romper una barrera, de exponerme de una forma que no he hecho con nadie más. Finalmente, reúno el coraje y doy tres golpes firmes.
La puerta se abre casi de inmediato, como si él hubiera estado esperando.
Bonneville está ahí, de pie en el umbral, vestido con una camisa negra ajustada que resalta el azul intenso de sus ojos. Su cabello, siempre perfectamente desordenado, cae sobre su frente, y aunque su expresión es tan reservada como siempre, hay algo en su mirada que parece suavizarse al verme.
—Ardenny— dice, su voz baja pero con un matiz de sorpresa. — No esperaba verte esta noche.
—No esperaba venir. —respondo, mi tono más sincero de lo que anticipé. — ¿Puedo pasar?
Él asiente y se hace a un lado para dejarme entrar. El penthouse es exactamente como lo recuerdo: moderno, minimalista, lleno de líneas limpias y colores neutros. Desde el ventanal que ocupa toda una pared, la ciudad se extiende como un océano de luces, pero incluso esa vista espectacular no logra calmar mis nervios.
—¿Vino? ¿Agua? ¿Algo más fuerte? — pregunta mientras se dirige a una barra en la esquina.
—Agua está bien— respondo, aunque no estoy segura de sí podría tragar algo en este momento.
Nos sentamos en el amplio sofá de cuero, dejando un espacio prudente entre nosotros. Él cruza una pierna sobre la otra y me mira con curiosidad, sosteniendo su vaso de whisky.
—¿A qué debo el honor? — pregunta, su tono ligero, pero sus ojos analizando cada movimiento mío.
Tomo aire y lo miro directamente.
—No sé por dónde empezar, pero... necesitaba verte. Hay algo que quiero decirte, y no podía esperar más.
—Adelante— dice, su voz baja y tranquila, como si nada pudiera sorprenderlo.
Mi boca se seca, pero encuentro las palabras.
—Quiero disculparme por todo lo que te dije ese día en la agencia. Estaba desesperada y...dije cosas que quizás pudieron ofenderte. Lo siento. — empiezo, con los nervios a flor de piel.
—Está bien. Dejemos esa parte atrás. — está muy tranquilo.
—Después de todo lo que pasó, no puedo ignorarlo más. Hay algo en ti... algo que me inspira y me desconcierta al mismo tiempo. No sé exactamente cómo llamarlo, pero sé que es importante. Y...quería que lo supieras. — él se queda en silencio por un momento, sus ojos clavados en los míos. La intensidad de su mirada me hace sentir expuesta, como si pudiera leer cada pensamiento que intento ocultar.
—Ardenny...— dice finalmente, su voz suave pero firme. — No esperaba esto, pero tampoco puedo decir que no lo haya pensado. — mi corazón salta. ¿Pensado? — Tú eres inteligente, valiente, y más decidida de lo que la mayoría puede manejar. Pero también llevas tanto sobre tus hombros que apenas dejas que alguien se acerque. Te admiro por eso... y, al mismo tiempo, me frustra.
—¿Te frustra? — pregunto, sintiéndome expuesta pero intrigada.
Bonneville se inclina ligeramente hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Porque me haces querer romper mis propias reglas. Y no estoy seguro de si eso es algo bueno o malo. — el silencio que sigue es denso, pero no incómodo. Es como si ambos estuviéramos intentando procesar lo que significa este momento. Finalmente, rompo el hielo con una leve sonrisa.
—Bonneville, ¿alguna vez has considerado que tal vez romper algunas reglas no sea tan malo? — él sonríe, esa media sonrisa que rara vez muestra, y el peso que sentía en mi pecho comienza a desvanecerse.
—Tal vez tengas razón. Solo tal vez.
El silencio inicial entre nosotros se disuelve lentamente mientras Bonneville se inclina hacia atrás. Sus ojos, siempre analíticos, parecen menos cautelosos ahora, como si estuviera permitiéndome ver una parte de él que usualmente guarda con recelo.
—¿Romper reglas, eh? — dice, su tono ligeramente burlón pero sin perder su suavidad. — Eres la primera persona que me dice algo así en mucho tiempo.
—¿Por qué lo dices? — pregunto, intrigada.
Bonneville toma su vaso de whisky nuevamente, lo gira lentamente en sus manos, como si organizara sus pensamientos antes de hablar.
—Porque este trabajo te enseña a vivir bajo un código, uno que te mantiene funcional pero te aísla. Sigues órdenes, haces lo que debes hacer, y en el proceso, olvidas cómo es realmente conectarte con alguien.
—Eso suena... solitario— digo, sintiendo un nudo en el pecho al imaginarlo. — él asiente lentamente.
—Lo es, pero no me quejo. Es el precio de estar en este mundo. Supongo que por eso admiro a personas como tú.
—¿Personas como yo?
Sus ojos se fijan en los míos, y su expresión se suaviza aún más.
—Tú tienes un equilibrio que yo nunca encontré. Eres ferozmente comprometida con tu deber, pero de alguna manera logras mantener algo humano, algo que te conecta con el mundo fuera de todo esto. Lo vi cuando estabas dispuesta a arriesgarlo todo por la verdad y por Mario, incluso cuando era más fácil rendirte. — sus palabras me tocan profundamente, pero también me desconciertan.
—No soy tan equilibrada como piensas, Bonneville. Hay muchas cosas que dejo de lado, muchas emociones que no sé manejar. — él sonríe levemente, esa sonrisa que raramente muestra.
—Pero lo intentas, al menos. Viniste hasta aquí para abrirte conmigo pero si lo piensas, ni siquiera nos conocemos. — frunzo el ceño. — ¿Sabes cuál es mi nombre? — su pregunta me deja claro a qué se refiere. — Antes de decir cualquier cosa, ¿por qué no me preguntas lo que quieras saber sobre mí y después decides si quieres continuar? — lo dice como si estuviera seguro de que me arrepentiré.
—Ok. Empecemos entonces. — me acomodo en el sofá.
—Hubiera tenido más emoción si me hubieras investigado.
—Lo intenté pero no aparece nada sobre ti. Además, estuve muy ocupada persiguiendo a los hermanos Robinson. — él sonríe. — ¿Cuál es tu nombre?
—Arlington Allen Bonneville. — su nombre es aun mas hermoso que él. Siento una gran responsabilidad y presión al saberlo. — Nadie sabe que tengo un segundo nombre. Eres la primera.
—Mucho gusto Arlington. Soy Ardenny Oliver Green. — le extiendo mi mano y la estrecha con una sonrisa.
—¿Por qué no usas tu primer apellido?
—Nunca tuve una buena relación con mi padre. De hecho, nunca lo conocí. Abandonó a mi madre cuando estaba embarazada de mí. Regresó 2 años después y fue entonces donde me dio su apellido. Mi madre le dio una segunda oportunidad. Una que no aprovechó en lo absoluto. Se metió en problemas y un día lo asesinaron. No uso su apellido en nada a menos que sea necesario.
—Comprendo.
—¿Qué hay de tus padres?
—No tengo. Vengo de un orfanato. — una ola de tristeza y soledad invade mi pecho. — Fui adoptado por una pareja rusa. Una que era falsa. Lo hacían para llevarse a niños sin nada en el mundo y criarlos como sus soldados. Así crecí. Rodeado de armas, peleas, hambre y reglas. — hace una pausa. Como si le doliera hablar del tema. — Nos enviaban a toda clase de enfrentamientos: guerras contra políticos, países y traficantes. En una de esas, un grupo de 4 logramos escapar. No tienes idea de lo que recorrimos hasta llegar a un lugar...seguro.
—Wao. No quiero imaginarme todo lo que tuviste que vivir desde muy pequeño.
—Sí, pero...gracias a eso hoy soy lo que soy. No me arrepiento.
—¿Cómo fue que conociste a Thompson? ¿De qué manera te encontró? — su expresión cambia, como si fuera un tema prohibido. — Si no quieres hablar del tema solo dilo.
—Si, de eso no quiero hablar.
—Entiendo. — lo mas seguro es que su contrato lo dice. Confidencialidad. Él se inclina hacia adelante, cambiando ligeramente de tema. — Bien, siguiente pregunta. ¿Un lugar al que siempre hayas querido ir?
—Toscana. — digo sin pensarlo. — He visto fotos de esos campos interminables y esos pueblos en las colinas. Siempre he soñado con caminar por ahí, lejos del ruido, lejos de todo. — Bonneville asiente lentamente, como si procesara mi respuesta.
—Toscana. Me gusta. Yo diría... Islandia. Quiero ver las auroras boreales en persona.
—¿Islandia? No lo habría imaginado. Pensé que elegirías algo más exótico.
—Exótico no siempre significa paz. — dice, sus ojos encontrándose con los míos. — Y después de tanto caos, creo que ambos sabemos lo valiosa que puede ser. — hay un momento de silencio, cómodo, mientras nuestras respuestas empiezan a pintar un cuadro más claro el uno del otro. Finalmente, soy yo quien hace la siguiente pregunta.
—Si no hubieras terminado en este mundo, ¿qué habrías hecho con tu vida? — Bonneville se ríe suavemente, pero hay algo melancólico en su tono.
—Nunca lo pensé. Tal vez habría sido piloto. Siempre me ha fascinado la idea de volar, de estar por encima de todo, aunque sea por un rato.
—Eso encaja contigo— digo, imaginándolo en una cabina de avión. —Siempre buscando un poco de libertad.
—Si, pero ya ves. Ser veterinario es lo que me queda. — reímos. —¿Y tú? — pregunta.
—Maestra— respondo, sorprendiéndome a mí misma al decirlo. — Siempre me gustó la idea de enseñar, de transmitir algo útil a los demás. Pero luego la vida me llevó por otro camino.
—¿Maestra? Esa es una sorpresa— dice con una sonrisa genuina. — Aunque, pensándolo bien, tiene sentido. Tienes mucho liderazgo.
Continuamos intercambiando preguntas simples pero reveladoras. Finalmente, Bonneville se recuesta de nuevo y me mira fijamente.
—¿Sabes? Creo que nunca había tenido una conversación tan normal en años. Es... refrescante.
—Lo sé —digo, mirándolo a los ojos. — Necesitaba esto. — sus ojos brillan con algo cálido.
—Yo también. Porque, de alguna manera, haces que todo este caos tenga sentido. — es en ese momento, con nuestras barreras completamente bajas, que finalmente lo admitimos en voz alta.
—Arlington —digo, mi voz casi un susurro. — Yo.... — las palabras no me salen. — Siento cosas que no debería por ti. No sé si estoy confundida o...es real, pero...me gusta. Me gusta cómo me siento que estoy cerca de ti. — él sonríe, una sonrisa real, llena de algo que rara vez muestra: felicidad. — ¿No dirás nada? — sonrío también.
—También me siento igual. Lo supe desde la primera llamada. — en ese momento, las palabras ya no son necesarias. Hay una conexión en nuestras miradas, un entendimiento silencioso de que, pase lo que pase, estamos en esto juntos.
—¿Alguna vez has tenido la oportunidad de salir de todo esto? — le pregunto en un momento de pausa. Bonneville se encoge de hombros.
—Lo intenté una vez. Pero este trabajo... siempre te encuentra. Y al final, te acostumbras a la idea de que esto es todo lo que tienes.
—Tal vez no tenga que ser así para siempre. — él me mira, sorprendido pero interesado.
—¿A qué te refieres?
—Estoy diciendo que... tal vez deberías permitirte algo más que misiones y reglas. No tienes que cargar con todo tú solo. Tal vez podrías... dejar a alguien entrar. — el peso de lo que estoy diciendo cuelga en el aire entre nosotros, pero antes de que pueda retractarme o explicarme más, él se inclina hacia adelante, sus ojos clavados en los míos.
—¿Y tú, Mánchester? — pregunta, su voz baja y directa. — ¿Dejarías entrar a alguien en tu vida? — mi corazón late con fuerza mientras lo miro.
—No es fácil para mí— admito en voz baja. — No estoy acostumbrada a confiar, a depender de alguien más. Pero contigo... siento que vale la pena intentarlo. — Bonneville deja su vaso en la mesa y, para mi sorpresa, toma mis mejillas entre sus manos.
—¿Estarías dispuesta a estar con alguien que lleva una vida como la mía?
—Podría intentarlo.
—¿Podrías intentarlo? — siento su respiración cerca de mí. — Tu...mereces un chico normal. Como Lucas. Uno que te desconecte de tu día a día y no te ponga en riesgo.
—Yo no...
—No soy el adecuado para ti, Green. No puedo arrastrarte hasta aquí.
—¿Es una broma? — la sangre comienza a hervirme. — Estoy en la agencia gracias a ti. Si no me hubieras hablado de tu director en primer momento no sabría de la existencia de esta agencia siquiera. — lo aparto de mí.
—Entiende, Ardenny. Me importas demasiado, lo admito. Y es justamente por eso que no puedo ser egoísta y arrastrarte a lo que soy. A lo que me perseguirá por el resto de mi vida.
—Tienes talento, si colaboras puedes trabajar para el ministro. O conseguir algo más. ¿Por qué sigues atado a Thompson? Yo me iré mañana. No me volverás a ver allí jamás. ¿Por qué no lo has hecho tú?
—No es tan simple. Hay cosas que aun no entiendes. — me levanto del sofá y todo lo alegre ha desaparecido de mi rostro.
—¿Sabes qué? Estoy cansada de que me digan eso tantas veces. He venido aquí, dejando toda mi vergüenza detrás para hablarte de mis sentimientos y me dices que no me quieres arrastrar a lo que eres. — se queda en silencio. — Eres mas idiota de lo que pensé. — acomodo el bolso en mi hombro y camino hasta la salida.
La ciudad está tranquila, casi desierta, mientras conduzco por las calles iluminadas por las luces anaranjadas de los postes. Las palabras de Bonneville resuenan en mi mente, repetitivas y crueles, como un eco imposible de ignorar.
No soy el adecuado para ti, Green. No puedo arrastrarte hasta aquí
Aprieto el volante con fuerza, los nudillos blancos bajo la luz tenue del tablero. ¿Cómo puede decir eso después de todo lo que hemos pasado? Después de las miradas, las confesiones, la conexión innegable que compartimos.
El motor ruge suavemente mientras acelero más de lo necesario, tratando de escapar de mis propios pensamientos. Pero no hay escapatoria. Las palabras están ahí, afiladas y persistentes, como un cuchillo girando en mi pecho. Llego al edificio viejo donde he vivido durante años. El lugar parece aún más lúgubre esta noche, como si incluso las paredes grises y los pasillos oscuros supieran que algo está mal.
Apago el auto, pero no salgo. Me quedo ahí, mirando al vacío a través del parabrisas, con la respiración pesada y el corazón apretado.
Me importas demasiado, lo admito. Y es justamente por eso que no puedo ser egoísta y arrastrarte a lo que soy. A lo que me perseguirá por el resto de mi vida.
Esas palabras son las que más me duelen. No porque sean ciertas, sino porque sé que Bonneville realmente cree en ellas. Sé que no es cuestión de falta de sentimientos; es el peso de sus propios demonios, de sus propias inseguridades, lo que lo empuja a alejarse.
Dejo caer la cabeza contra el volante, un grito frustrado ahogado en mi garganta. No quiero llorar, no quiero sentirme débil, pero las lágrimas se acumulan de todos modos. Una parte de mí quiere regresar, golpear su puerta y obligarlo a escucharme. Decirle que no importa si no es "el hombre adecuado", porque lo quiero tal y como es, con sus imperfecciones, con sus muros y todo. Pero no lo hago. Porque sé que es el tipo de hombre que, una vez que toma una decisión, no la cambia fácilmente.
Subo a mi departamento con pasos pesados, dejando que la tristeza y la frustración me sigan como una sombra. El lugar me recibe con su misma monotonía: los muebles desgastados, los papeles apilados en el escritorio, la ausencia de vida en cada rincón. Por primera vez, el departamento me parece demasiado pequeño, demasiado vacío, como si reflejara exactamente cómo me siento por dentro.
Camino hasta la ventana y miro la ciudad desde arriba. Las luces brillan en la distancia, indiferentes a mi tormenta interna. Me abrazo a mí misma, tratando de encontrar consuelo en la soledad. Me permito un momento de vulnerabilidad. Las lágrimas caen libremente ahora, y dejo que lo hagan. Porque aunque me duele admitirlo, sé que no puedo obligarlo a quedarse si él mismo no cree que merece estar aquí.
Pero mientras me quedo ahí, mirando la ciudad y sintiendo cada punzada de dolor, algo comienza a formarse en mi interior. Una chispa pequeña, casi imperceptible, pero que poco a poco gana fuerza. No voy a dejar que esto me rompa. Mañana terminaré el contrato con Thompson y el pentágono será mi único lugar.
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