11. Otro café.
Las puertas automáticas de la agencia se abren con un leve zumbido, dejándome entrar a un mundo de rostros tensos. Camino con paso firme hacia mi mesa, intentando ignorar las miradas que algunos me lanzan de reojo. Hay un murmullo en el aire, como si todos supieran algo que yo no. Ni siquiera alcanzo a sentarme cuando escucho la voz grave del director Thompson resonar por el pasillo.
—Green, en mi oficina. Ahora.
Me detengo en seco, mi mochila colgando de un hombro. Algunos agentes se giran disimuladamente para mirar, pero no les doy el gusto de mostrar duda. Enderezo la espalda, dejo mis cosas sobre la mesa y camino hacia su oficina.
La puerta está abierta, pero él me espera detrás de su escritorio, con los brazos cruzados y una expresión que podría intimidar a cualquiera. Cuando entro, cierra la puerta con un movimiento brusco.
—Siéntate. —ordena, señalando la silla frente a él.
Obedezco, cruzando las piernas y apoyando las manos en mis rodillas. Su mirada me atraviesa como un bisturí, pero no digo nada.
—¿Quieres explicarme qué demonios hiciste ayer? —empieza, su voz contenida pero cargada de irritación.
—Estaba manejando una situación personal. —respondo con calma, aunque sé que esa no será suficiente respuesta para él. Thompson se inclina hacia adelante, sus ojos fijos en los míos.
—No es solo personal cuando afecta tu trabajo. Tenemos protocolos por una razón. Tú firmaste un contrato que exige que informes cualquier anomalía, cualquier amenaza, cualquier detalle que pueda poner en riesgo a este equipo. Y decidiste actuar por tu cuenta.
—Con el debido respeto, señor, no había tiempo para pasar por el protocolo. Mi departamento fue allanado, y los afganos casi matan a mi compañero. Necesitaba priorizar mi seguridad y la de Mario.
—¿Y decidiste ignorar que tenemos un equipo completo que podría haberte respaldado? —golpea la mesa con la palma abierta, haciendo temblar un portapapeles— Estamos tratando de cerrar un caso importante, y tú andas por ahí como un lobo solitario, sin seguir las reglas.
Mi mandíbula se tensa, pero mantengo mi tono firme.
—Si hubiera esperado, Mario no vería este día. — no estoy nada arrepentida. Thompson se reclina en su silla, pasando una mano por su cabello. Su mirada es más cansada que enfurecida ahora, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—Mira, Green, eres una de las mejores, pero esa misma independencia que te hace buena también puede ser un problema. Las reglas existen para cumplirse. Para protegernos a todos.
—Y lo entiendo. —digo, aunque mi voz suena más tensa de lo que debería. — Pero atraparon a los afganos ayer, ¿no? — Thompson me observa en silencio por unos segundos que parecen eternos. Finalmente, asiente, aunque su expresión sigue siendo severa.
—Espero que te adaptes. Porque la próxima vez que decidas actuar por tu cuenta, no habrá segundas oportunidades.
—¿Qué es lo peor que me harían? — me atrevo a preguntar. — ¿Asesinarme como a todos por los que les pagan? ¿O contrataría a otro detective para que me investigue también?
—Escoge bien tus palabras, niña. O me arrepentiré de esto.
—No le tengo miedo. Estoy aquí por beneficio propio, recuérdelo. Descubrimos al infiltrado, cerramos el caso y no nos volveremos a ver. Si no confía en Bonneville, despídalo, pero no le ayudaré con él.
—Si fueras otra persona, ya estuvieras muerta por hablarme así.
—¿Por qué no lo hace entonces? —le lanzo una mirada retadora. Sé más inteligente, Denny. Estás en su campo. Me digo a mí misma como alerta. — Sé que me tiene aquí por dinero. Y que esté consciente de que soy buena en lo que hago me halaga, pero no le ayudaré a hacer daño. Ni a Bonneville ni a nadie. Hágalo por su cuenta.
—Será mejor que regreses a tu mesa ahora.
—Estoy de acuerdo. — asiento y me levanto de la silla. Mientras salgo de su oficina, siento el peso de su mirada en mi espalda. Sé que no me quitó los ojos de encima hasta que cerré la puerta.
Cuando regreso a mi escritorio, los murmullos se han desvanecido. Me dejo caer en la silla y abro el portátil. Las palabras de Thompson siguen resonando en mi cabeza. No habrá segundas oportunidades.
—Parece que alguien tiene un mal día. — Bonneville aparece en el umbral de la puerta. Lleva una linda camisa blanca con una chaqueta de cuero negra. No va vestido formalmente como siempre. Está vez es más casual. — ¿Te desquitarás conmigo ahora? ¿No me hablarás? — se acerca más.
—No me siento bien hoy. Mi sangre hierve. — intento calmarme, pero no lo consigo.
—¿Qué te dijo Thompson? — se sienta en la silla frente a mí.
—Que siga las reglas o estoy muerta.
—¿Te amenazó de muerte? — frunce el ceño, como si fuera imposible.
—A buen entendedor...
—No te lo tomes personal. Se enoja por todo y por nada. Te acostumbrarás.
—Cuando cierre el caso me iré. Lo dice en el contrato. Esto terminará. — revelo. — Será la última vez que nos veremos. — se queda en silencio, asintiendo ligeramente. — ¿No dirás nada?
—¿Qué debo decir? Un contrato es un contrato. — contesta, como si le importara muy poco el hecho de que no nos volvamos a ver.
—¿Puedes salir? Necesito terminar mi reporte para Patrick.
—Cuando termines, quiero que vengas conmigo.
—¿A dónde?
—Me lo agradecerás después. — se levanta de la silla. — Te espero en el estacionamiento. — sale y desaparece de mi vista. Dejándome llena de curiosidad.
El teclado de mi portátil resuena con un ritmo constante mientras termino de adjuntar las evidencias al informe. Los archivos están perfectamente organizados: fotos de la escena de la explosión, copias de los documentos del pentágono, y un registro detallado de cada movimiento que hice desde anoche. El cursor parpadea en la última línea del documento, pero mi mente sigue girando en círculos, buscando patrones, conexiones, algo que me ayude a entender el eje de todo esto.
—Green.
Levanto la vista para encontrar a Patrick de pie junto a mi escritorio. Su expresión seria me hace enderezarme de inmediato.
—¿Qué? —pregunto, cerrando el portátil.
Patrick mira alrededor, asegurándose de que nadie más esté escuchando, y baja la voz.
—Estuve rastreando las comunicaciones de los afganos. Hay un patrón.
—¿Un patrón? —repito, sintiendo cómo la adrenalina comienza a correr por mis venas.
Él asiente y me muestra su tableta, donde hay un mapa digital con puntos conectados por líneas.
—Se han estado comunicando con una misma persona durante todo este tiempo. El tráfico de llamadas es consistente, y las ubicaciones trianguladas sugieren que quien sea está coordinando desde un lugar fijo.
—¿Tienes algo más concreto? ¿Una dirección? —pregunto, inclinándome hacia la pantalla.
Patrick desliza su dedo por la tableta y me muestra un registro con un número de teléfono.
—Logré rastrear el número. Y sí, tengo una dirección.
Me quedo esperando, pero su pausa me dice que está calculando cómo decirlo.
—¿Dónde? —insisto, perdiendo la paciencia.
Patrick respira hondo.
—París.
París. La palabra se siente pesada, casi surrealista, mientras la repito en mi cabeza. Durante semanas hemos asumido que estaban operando desde aquí, desde la ciudad. Todo el caos, las pistas falsas, los ataques... y resulta que el cerebro de todo esto está en otro país.
—¿Estás seguro? —pregunto, aunque ya sé que Patrick no traería esta información si no lo estuviera.
—Completamente. Cruzamos la dirección con registros de propiedad y encontramos algo interesante. El lugar pertenece a una compañía fantasma con vínculos sospechosos, pero no está directamente relacionado con ellos. Es perfecto para ocultarse.
Me recuesto en mi silla, procesando lo que acaba de decirme. París cambia el juego por completo. Esto no es solo un problema local; estamos lidiando con algo mucho más grande de lo que pensamos.
—Necesitamos informar a Thompson —digo finalmente, poniéndome de pie.
Patrick asiente, pero antes de irse, se detiene y me mira con seriedad. —Green, si esta dirección es correcta, el tiempo está en nuestra contra. Si saben que los estamos rastreando, podrían desaparecer antes de que lleguemos a ellos.
—Entonces será mejor que nos movamos rápido. —respondo, agarrando mi portátil y la chaqueta. — Intentaré buscar más información desde el pentágono. Quizás ellos tengan algo más.
—Bien. — asiento y sonrío. — Green. — dice y hace que me detenga. — Lamento hablarte así ayer. Fue desafiante y me asusté. Cada segundo equivale a...
—Lo sé. Puse todo en riesgo por un arranque de ira. Lo reconozco. No volverá a pasar. — lo interrumpo.
—Eres una buena compañera de trabajo. Me hubiera gustado que te quedaras más tiempo.
—El caso aun no cierra. Me tendrás por aquí un par de días más.
—Lo sé, pero estamos en la recta final. Lo siento. — sonreímos.
—Hablaremos luego. Tengo que irme. Dejé el informe en la nube. Si tienes algo nuevo no dudes en notificarme.
—Ok. Entendido. — dice y salgo sin más. El estacionamiento. Recuerdo las palabras de Bonneville. ¿A dónde pensará llevarme ahora? El aire en el estacionamiento está cargado de una humedad fría que se siente pegajosa en la piel.
Él está apoyado contra el frente de su BMW, las manos en los bolsillos, con esa sonrisa que podría desarmar hasta a la mujer más precavida. Sus ojos, tan tenebrosos como una noche sin estrellas, se encuentran con los míos, y siento una mezcla incómoda de curiosidad y desconfianza. Me esfuerzo por mantener el semblante profesional, aunque algo en su actitud me desafía.
—Hasta que al fin llegas. Casi me desintegro esperándote. ¿Estás lista? — pregunta, su voz grave rompiendo el silencio del estacionamiento.
No estoy segura de qué responder, porque no tengo idea de adónde me lleva. Doy un paso más cerca y me detengo frente a él, cruzando los brazos.
—No me has dicho adónde vamos. — le digo, alzando una ceja.
—Si te lo dijera, perdería la magia, ¿no crees? — su sonrisa se amplía, pero hay algo más allá del encanto en su mirada: un rastro de seriedad, como si lo que viene fuese algo que no puede decirse con palabras.
Un instante de duda se asienta en mi pecho, pero lo dejo pasar. Asiento lentamente, y con un movimiento ágil, él abre la puerta del copiloto para mí. Subo al auto, mis sentidos en alerta, y cierro la puerta tras de mí.
Mientras él se acomoda al volante y enciende el motor, no puedo evitar echar un vistazo rápido a su perfil. Parece más animado de lo normal hoy.
—Espero que valga la pena. Tengo otras cosas que hacer. — murmuro más para mí que para él. Mario está en el hospital aún. Debería estar con él. Él sonríe de nuevo, esa sonrisa que parece decir que tiene un secreto.
—Confía en mí. No te arrepentirás.
El motor ruge suavemente mientras salimos del estacionamiento, y siento que estoy dejando algo atrás. Pero una cosa es segura: no estoy acostumbrada a que alguien más lleve el volante, ni siquiera en sentido literal.
El coche se detiene en un camino de tierra, rodeado por una espesura de árboles que parecen vigilar desde las alturas. El aire es más frío aquí, con un aroma a madera y tierra húmeda que llena mis pulmones. Miro por la ventana y veo las montañas alzándose como gigantes, sus sombras extendiéndose por el valle. Es un paisaje impresionante, pero mi atención está en él.
Bonneville baja primero, rodeando el auto con calma, y abre mi puerta antes de que pueda hacerlo yo misma. Siempre tan atento, pero hay algo en su mirada, en la manera en que sus labios se curvan apenas, que me pone alerta.
—Ven, te voy a enseñar algo—dice, sosteniendo un estuche alargado que reconozco al instante: un rifle francotirador. Me lo quedo mirando, cruzando los brazos.
—¿Así que me trajiste a cazar? ¿O esto es parte de alguna especie de juego?
—Llámalo una lección— responde, abriendo el estuche con movimientos meticulosos. Su voz tiene un tono bajo, casi perezoso, como si disfrutara prolongar el momento. Saca el rifle y lo ensambla con la precisión de alguien que ha hecho esto mil veces. —Quiero que sientas lo que es tener el control absoluto.
—¿Control absoluto? — no puedo evitar la risa breve, más sarcástica que divertida. —No me parece que me lleves ventaja en eso. — se detiene, alzando la vista hacia mí. Sus ojos tienen un brillo desafiante que me hace querer tomar un paso atrás, pero no lo hago. Él sonríe.
— Ven, detective. — me acerco, aunque cada fibra de mi cuerpo me grita que no lo haga. Él se agacha y coloca el rifle sobre una roca plana que parece hecha para esto. Me hace un gesto para que me incline junto a él. Lo hago, sintiendo cómo el frío de la roca atraviesa la tela de mi chaqueta.
Bonneville se posiciona detrás de mí, demasiado cerca. Sus manos, grandes y firmes, se posan sobre las mías mientras me guía para tomar el rifle. —Así. Relájate. — su voz es un susurro contra mi oído, y el calor de su aliento contrasta con el aire helado. No puedo evitar tensarme, y estoy segura de que él lo nota.
—Necesitas alinear la mira. Mira hacia allí— dice, señalando algo en la distancia con su barbilla. Estoy demasiado consciente de cómo su cuerpo roza el mío mientras lo hace. Mi pulso se acelera.
—Si estás intentando que confíe en ti, esta no es la forma— digo, aunque mi voz suena menos firme de lo que esperaba.
—¿Dejas dormir en tu habitación a alguien en quien no confías? — suelta una risa burlona al notar mi enfado. Lo odio. Lo odio porque sabe exactamente lo que está haciendo. Sus manos ajustan las mías suavemente sobre el gatillo, y cada fibra de mi ser está dividida entre concentrarme en el arma y en la intensidad de su proximidad.
—Aprieta el gatillo cuando estés lista— dice, su voz cargada de una doble intención que hace que mi piel se erice. Me concentro en la mira, en el objetivo lejano. Pero lo único que puedo sentir es su presencia detrás de mí, como si cada centímetro de su cercanía fuera un desafío silencioso que no estoy segura de querer ganar.
Mientras me inclino sobre la roca fría, Bonneville empieza con una paciencia que no esperaba de él. Intento ignorarlo, enfocándome en sus palabras, pero la proximidad hace que cada instrucción sea un poco más intensa de lo necesario.
—Primero, el agarre. — dice, deslizando sus manos sobre las mías para posicionarlas correctamente. —Tu mano dominante aquí, en la empuñadura. Dedos relajados pero firmes. No te pongas tensa o el disparo será inestable. — su voz es baja y calmada, pero hay algo en su tono que hace que cada palabra parezca cargada de algo más.
—Bien. — murmura cuando logro acomodar la mano como me indica. —Ahora la otra. La pones debajo del guardamanos para sostener el peso. No hagas fuerza; deja que el rifle descanse en tu mano. — sigo sus indicaciones, pero él no se aparta. Sus manos permanecen sobre las mías, guiándolas con una precisión que siento tan innecesaria como efectiva. Mi respiración se acelera un poco, y me esfuerzo por mantener mi atención en el arma y no en la manera en que su cuerpo se alinea con el mío.
—Ahora, ajustemos la mira— dice, inclinándose más cerca para alcanzarla. El movimiento hace que su pecho roce ligeramente mi espalda, y el calor de su cercanía contrasta con el frío de la montaña. Intento no moverme, pero estoy segura de que siente cómo me tenso. —Relájate —murmura, como si leyera mi mente. — Esto no es solo técnica. Necesitas sentirlo.
Suelta la mira y se asegura de que mi ojo dominante esté alineado con el visor. Su aliento roza mi mejilla mientras explica— Mira a través de esto. Encuentra el objetivo. Respira lento. Muy lento. — hago lo que dice, enfocándome en un punto lejano, un árbol solitario en la distancia. A medida que respiro profundamente, su voz baja acompaña cada movimiento.
—Cuando estés lista, ajustas el gatillo. Solo un poco de presión. Como si lo acariciaras. No lo aprietes de golpe, ¿entendido? — no puedo evitar lanzar una mirada por encima del hombro.
—¿Es siempre tan complicado, o te gusta dramatizarlo? — su sonrisa es una mezcla de diversión y algo más peligroso.
—Es complicado si quieres hacerlo bien. Y a ti te gusta hacerlo bien, ¿no?
Odio que tenga razón. Vuelvo a concentrarme, siguiendo sus instrucciones mientras él me guía para ajustar la culata contra mi hombro. Su mano roza mi brazo mientras me corrige la postura, y algo en su cercanía me hace difícil diferenciar si estoy conteniendo la respiración por el rifle o por él.
—Perfecto—dice finalmente, su voz un susurro cerca de mi oído. —Ahora, dispara.
Cierro un ojo, ajusto la mira y acaricio el gatillo como él indicó. El disparo resuena en las montañas, un eco que parece durar más de lo necesario. Acierto el objetivo. Suelto el rifle y me enderezo, girándome hacia él. Su mirada es intensa, como si evaluara algo más que mi puntería.
—¿Qué tal? —pregunto, intentando sonar casual.
Él se cruza de brazos, una sonrisa lenta dibujándose en su rostro.
—Tienes potencial, Mánchester. Más del que imaginaba. — me siento orgullosa de mi misma en este momento. Sigo practicando en los siguientes treinta minutos hasta que ya me considero una experta, pero él sigue subestimándome.
La luz dorada se filtra entre los árboles, iluminando el interior del BMW con un resplandor cálido. El rugido suave del motor llena el silencio entre nosotros, pero no es incómodo. Al contrario, parece que ambos estamos absortos en nuestros propios pensamientos. Yo, tratando de procesar lo que acaba de suceder, y él... bueno, nunca sé qué pasa realmente por su mente.
De repente, su voz interrumpe el silencio.
—¿Cuándo fue la última vez que desayunaste algo decente?
Lo miro de reojo, arqueando una ceja.
—¿Por qué? ¿Estás pensando abrir un restaurante ahora? —él sonríe, esa sonrisa que mezcla burla y genuina preocupación.
—No, pero considerando cómo manejaste el rifle, diría que necesitas más energía. No puedes atrapar a criminales a base de café y cinismo. — cruzo los brazos, intentando no mostrar que tiene razón.
—Estoy perfectamente bien, gracias.
—Claro que lo estás—dice, girando el volante con una mano mientras la otra descansa casualmente sobre la palanca de cambios. No me da opción para protestar.
Minutos después, estamos en la carretera principal, y el paisaje montañoso da paso a edificios que anuncian nuestra llegada a la ciudad. Me pregunto dónde se detendrá, pero no tengo que esperar mucho para averiguarlo. Aparca frente a una pequeña cafetería, la misma en la que me apuntó cuando intenté atraparlo.
Huele a pan recién horneado y a café fuerte incluso desde el auto.
—¿Aquí? —digo, algo divertida.
—Aquí. — responde, abriendo su puerta y rodeando el auto para abrir la mía.
Entramos, y el ambiente es acogedor. El lugar está lleno de mesas de madera gastadas, una jukebox en la esquina y una camarera que parece conocer a Bonneville demasiado bien. Nos guiña un ojo mientras nos deja el menú. Él ni siquiera lo mira.
—Dos desayunos grandes, con extra de tocino y café con leche sin azúcar. — dice sin consultarme. Cuando ella se va, lo miro, cruzando los brazos sobre la mesa.
—Estoy en peligro. — digo, haciendo que frunza el ceño. — Ya sabes cómo me gusta el café. — bromeo en tono serio y él sonríe.
—Soy muy observador. Es un talento. — dice, inclinándose hacia mí con esa sonrisa perezosa. — Y tú necesitas un desayuno de verdad. No me lo discutas.
El desayuno llega, y admito a regañadientes que tiene razón. Los huevos están perfectamente cocidos, el tocino crujiente y el café es lo suficientemente fuerte como para despertarme por completo. Entre bocado y bocado, siento que la tensión de la montaña se disipa, aunque la sensación de estar bajo su escrutinio permanece.
—¿Siempre cuidas así a tus acompañantes? — pregunto finalmente, tratando de sonar casual.
—No siempre. — dice, dejando su taza de café. — Solo cuando creo que lo necesitan. O cuando me importan. — su mirada se encuentra con la mía, y de repente, el aire entre nosotros se siente más denso que el de cualquier montaña. Desvío la vista, enfocándome en mi plato, pero puedo sentir su sonrisa. Bonneville siempre sabe cómo mantener el control, incluso en los momentos más simples.
Se recarga en el respaldo de su silla, observándome de manera más tranquila ahora. Es como si el ritmo de la mañana lo hubiera suavizado un poco, como si, por una vez, no tuviera todas las respuestas. Entonces, su tono cambia. Se vuelve más bajo, más serio.
—¿Cómo está Mario? — pregunta, con una suavidad inesperada en su voz.
Me detengo por un segundo, la cucharilla en mi mano inmóvil. El nombre de Mario cae como una piedra en el agua tranquila de la conversación. La sonrisa que llevaba aún en mi rostro se desvanece lentamente, y no puedo evitar sentir una punzada de dolor al recordar el accidente. Lo primero que pasa por mi mente es su rostro, aún pálido, los ojos cerrados en la cama del hospital. Un suspiro escapa de mis labios, y no me atrevo a mirarlo directamente.
—Se está recuperando. — respondo finalmente, con una voz que no suena como la mía, como si el dolor fuera una sombra que arrastra cada palabra. — La explosión fue...algo que marcó nuestras vidas. Casi lo pierdo, ¿sabes? — el nudo en la garganta casi me ahoga.
Bonneville me observa con una intensidad que rara vez he visto en él. Sus ojos, usualmente tan seguros y calculadores, se suavizan un poco. De alguna manera, esa mirada me desconcierta. Como si quisiera saber más, pero también como si estuviera respetando un límite que no debe cruzar.
—Va a estar bien. — dice, casi como un susurro. — ¿Te importa mucho, verdad?
—Mario es todo lo que tengo. — me paso una mano por el cabello, avergonzada por la vulnerabilidad que estoy mostrando, pero también agradecida por la tranquilidad de su presencia. — Acepté ser parte de la agencia para protegerlo. Cuando Laura murió jamás volví a ser la misma. Solo pensaba cómo eso podía pasarle a él y....perdía el control.
El silencio se instala entre nosotros. Bonneville no habla de inmediato, pero se recuesta en su silla, su mirada fija en la taza de café vacío frente a él. Es como si estuviera procesando, como si las palabras que acababa de escuchar no se ajustaran bien a la imagen que tenía de mí, la detective dura, la que nunca muestra grietas. Y sin embargo, aquí estoy, rompiéndome por dentro mientras trato de mantener la fachada.
—No tienes que hacerlo todo sola, sabes. Aunque... no lo parezca, yo también sé lo que es perder a alguien cercano. Y sé que no se arregla con palabras, pero... a veces no hay que estar solo en esos momentos. — finalmente, rompe el silencio, y su voz se siente más baja, más cercana.
Siento que un nudo se afloja, pero no sé si es alivio o una nueva capa de tristeza lo que empieza a salir de mi pecho. Él no lo sabe, pero esa es una de las razones por la que me cuesta pedir ayuda. La pérdida, las caídas. Mario no es el primero, ni será el último.
—Gracias— digo con la voz más baja de lo que debería. No lo miro, pero la sensación de sus palabras me rodea como un manto.
—No tienes que agradecerme. — responde, pero ahora hay una suavidad en su tono que no me había mostrado antes. Y es extraño, porque entre nosotros nunca ha habido lugar para la ternura. Todo ha sido juego, seducción, tensión, incluso dolor. Pero ahora hay algo más. Algo real, más humano, como si esta conversación hubiera arrancado una capa de la fachada que ambos mantenemos.
Me quedo en silencio, dejándole ese espacio para continuar si lo necesita, pero no parece que tenga más que decir. Ambos sabemos que las palabras no siempre son suficientes. A veces, solo el estar ahí, en silencio, es lo que realmente importa. En algún rincón de mi mente, me pregunto si alguna vez, en medio de todo este caos, podría encontrar algo que se parezca a la paz.
—Ya tengo que regresar al hospital. Gracias por el desayuno. — me levanto y miro el reloj.
—Te llevo. — se pone de pie, deja dinero sobre la mesa y caminamos de regreso a su coche. Parece que hará de mi chofer personal todo el día, ya que he dejado mi auto en el estacionamiento de la agencia, pero no me molesta. Me gusta su compañía.
Llegamos frente a la puerta, y me detengo un momento antes de girar el pomo. Respiro hondo. Bonneville se queda en silencio, dándome el espacio para reunir el valor que necesito.
—¿Seguro que quieres pasar? ¿No te molesta que sepa de ti?
—No, tranquila. — contesta con calma.
Finalmente, abro la puerta. Mario está sentado, algo pálido, pero con los ojos abiertos y una sonrisa que, aunque débil, es genuina. Mis labios se curvan en una sonrisa instantánea, y una ola de alivio me recorre el cuerpo.
—Ya volví. —digo, cruzando la habitación rápidamente. Me inclino para abrazarlo con cuidado, consciente de los cables y el vendaje en él.
—Te lo dije, necesitamos cumplir esas vacaciones soñadas. — bromea, su voz algo raspada pero viva. Río, aliviada de escuchar su tono familiar.
Cuando me separo, noto que sus ojos se deslizan detrás de mí, hacia Bonneville, que se ha quedado junto a la puerta, observando la escena en silencio. Hay una tensión en su postura, como si no estuviera seguro de cómo encajar en este momento. Me doy cuenta de que he sido injusta al no presentarlos aún.
—Mario, quiero que conozcas a Bonneville. — digo, haciendo un gesto para que se acerque. — Es... alguien que ha estado ayudándome últimamente. — Mario levanta una ceja, una expresión entre curiosidad y escrutinio. Bonneville da un par de pasos hacia adelante, su actitud relajada, pero con esa intensidad característica en sus ojos.
—Es un placer. — dice, extendiendo la mano. — He escuchado mucho de ti.
Mario le estrecha la mano.
—¿Sí? ¿Y qué has escuchado exactamente? — Bonneville sonríe, esa sonrisa que siempre parece desarmar a cualquiera.
—Qué eres la persona más importante en la vida de alguien. — me mira. — Y viendo cómo ella corre a verte, diría que es cierto. — Mario se ríe, un sonido ronco pero lleno de vida.
—Bueno, supongo que eso es justo. — mira hacia mí con una chispa de diversión en los ojos. — ¿Y a qué te dedicas? ¿También eres detective? — me siento ligeramente atrapada entre la incomodidad y la necesidad de no revelar demasiado.
—No, soy policía. — Bonneville responde antes de que pueda hacerlo yo. ¿Qué ha dicho?
—¿Policía eh? Ahora entiendo muchas cosas. — Mario sacude la cabeza, claramente disfrutando mi incomodidad. — Bueno, supongo que lo de usar armas y defenderte es lo tuyo. — casi no tiene sentido lo que dice, pero sé que se refiere a aquella noche en el almacén. Ya sospecha que el héroe misterioso, es él.
Bonneville ríe suavemente, pero en su mirada hay algo más, una conexión tácita con Mario que no esperaba. Como si, por primera vez, mostrara una faceta menos reservada. Quizá porque Mario, a pesar de todo, tiene esa habilidad de desarmar a las personas con su franqueza.
La conversación continúa, ligera y llena de bromas, pero no puedo evitar sentir algo diferente en el ambiente. Es como si este momento, tan simple como es, marcara un punto de inflexión. Mario está vivo, recuperándose. Y Bonneville, el hombre que siempre parece mantenerse al margen, ahora está aquí, formando parte de algo que es personal para mí.
Cuando llega el momento de irnos, Bonneville estrecha la mano de Mario una vez más. —Recupérate pronto— dice, con una sinceridad que no esperaba.
Mario asiente, pero su mirada se queda en mí cuando Bonneville sale primero de la habitación.
—Oye —dice en voz baja, con un tono que sé que es serio. — Este chico...me agrada.
—A mí también. — sonrío ligeramente, tocando su mano antes de irme. Pero mientras me reúno con Bonneville en el pasillo, no puedo evitar preguntarme si lo que Mario vio en él es algo que yo también debería considerar.
—¿A dónde la llevo ahora, mi lady? — preguntas mientras caminamos hasta la salida.
—Parece que disfrutas este nuevo trabajo. Ser mi chofer personal.
—Hoy estoy en oferta, debes aprovechar. — bromea y sonrío. — ¿A dónde te llevo?
—Debo ir al pentágono. Pero no es adecuado que vayas conmigo. Tomaré un taxi.
—No importa, puedo dejarte ahí. — está tan despreocupado hoy que me asusta. Antes se escondía, ahora no parece importarle.
—¿Estás loco? Si te ven conmigo te investigarán.
—¿Y qué encontrarán? En la base de datos estoy limpio. Solo soy un simple...veterinario.
—Y le acabas de decir a un analista de datos que eres policía.
—No tuve opción. Gracias a eso dejó de hacer preguntas que nos podrían comprometer. — en parte, tiene razón. — Vamos, sube. — me abre la puerta del coche.
—¿Denny? — una voz conocida suena detrás de nosotros. Antes de que pueda subirme al auto. Me doy la vuelta y es él. Lucas. — Que sorpresa. Que gusto verte. — se acerca con una sonrisa.
—¿Quién es el? — Bonneville pregunta, en voz baja.
—Una corta historia. — me limito a responder.
—¿Cómo has estado?
—Bien, algo ocupada. ¿Qué haces aquí? — estoy nerviosa, pero no por él. Bonneville está escuchando esta conversación.
—Escuché los noticieros y quería ver a Mario. — frunzo el ceño. — Hemos estado en comunicación desde aquella noche. Quiero que sepa que si necesita algo puede contar conmigo.
—Es muy generoso de tu parte.
—¿Crees que podamos hablar un momento? ¿Comer algo juntos, quizá?
—Ya comió. No hace falta. — Bonneville responde antes que yo.
—O.... tomar un café negro juntos. Como quieras.
—Ni siquiera le gusta el café negro. — vuelve a protestar.
—Gracias, Lucas. Pero ahora no puedo. Tengo algo de prisa.
—Está bien. Será después. — sonrío y subo al BMW. Bonneville toma el volante y arranca como loco. Casi pienso que lo atropellará.
La tensión en el aire es casi palpable mientras conduce en silencio, su mirada fija en la carretera. Las manos firmes en el volante y la mandíbula apretada son delatadoras, aunque intenta fingir que todo está bajo control. El motor ronronea bajo, y el paisaje pasa a toda velocidad, pero dentro del auto, la atmósfera es densa.
Me cruzo de brazos, mirándolo de reojo. Es evidente que algo lo molesta, aunque lo niegue con cada fibra de su ser. Lucas, claro. Todo esto empezó después de que él insistiera en hablar conmigo a solas en el estacionamiento del hospital. Bonneville estaba cerca, apoyado contra el auto, observando cada movimiento con esa intensidad que nunca abandona.
—¿Vas a decir algo o vas a seguir triturando el volante con las manos? —pregunto finalmente, rompiendo el incómodo silencio. Mi tono es ligero, pero mis palabras cargan una provocación intencional.
—¿Yo? No tengo nada que decir— responde, su voz calmada, pero con un filo apenas perceptible. Sus ojos permanecen fijos en la carretera, como si mirar hacia mí significara admitir algo que no está dispuesto a aceptar.
Ruedo los ojos.
—Oh, por favor. Has estado así desde que Lucas apareció. No me digas que no estás molesto.
—No estoy molesto. — dice rápidamente, demasiado rápido. — Simplemente me parece interesante cómo algunos tipos no entienden cuándo es suficiente.
Ahí está. Lo sabía. Cruzo las piernas, apoyándome contra el asiento mientras lo observo con una sonrisa que sé que lo irritará aún más.
—¿Ah sí? ¿Y qué es exactamente lo que te parece tan interesante?
—¿De verdad quieres que lo diga? —pregunta, finalmente girando su cabeza hacia mí por un breve instante antes de volver a mirar al frente. Sus ojos destellan algo entre irritación y... ¿algo más?
—Sí, Bonneville. Ilumíname.
Suspira, como si estuviera lidiando con un dilema moral.
—No sé, tal vez deberías escoger mejor con quien pasas tiempo. —finalmente, suelta
—Lo conocí en una disco. Fue una noche. — arqueo una ceja, conteniendo la risa. — ¿Por qué estás tan molesto? No te ha hecho nada. Casi lo atropellas.
—Debí hacerlo. — su tono es casual, pero la forma en que aprieta el volante lo contradice.
—No sabía que te molestaba con quien pasaba el rato, Bonneville. —digo, inclinándome hacia él con una sonrisa que ahora no puedo ocultar.
—Pero está claro que no quieres salir más con él. ¿Por qué sigue buscándote?
—¿Y tú como sabes eso? — él me lanza una mirada rápida, y por un momento creo que va a decir algo contundente, algo que deje en claro lo que realmente siente. Pero en lugar de eso, simplemente sacude la cabeza y suelta una risa seca.
—Olvídalo. No tiene sentido explicarlo.
—Ajá— respondo, pero mi sonrisa se desvanece un poco. Lo observo de nuevo, esta vez sin la intención de provocarlo. Bonneville no es el tipo de hombre que muestra sus cartas fácilmente, pero en este momento, parece que incluso él está luchando por mantener su fachada.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro