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Capitulo Tres: "El vidrio que se desvaneció."















Alicia observaba con detenimiento a los presentes en el Gran Salón, sus ojos recorriendo el lugar con calma. Cada rostro parecía reflejar una mezcla de tensión y expectación. Sabía que sus opciones eran limitadas. No podía elegir a alguien de la primera generación; la noticia reciente había dejado una sombra sobre ellos, y cualquier intervención solo aumentaría las tensiones ya existentes. Por otro lado, la segunda generación ofrecía una mejor alternativa. Alessandra y Bill, con su serenidad característica, destacaban en medio del nerviosismo general. Ambos irradiaban una calma que contrastaba con la inquietud en la sala.

A pesar de su análisis, Alicia tenía una clara necesidad de mantener la tranquilidad en el ambiente. Como si el libro sintiera su deseo, comenzó a flotar lentamente, moviéndose entre varias cabezas pelirrojas hasta llegar a las manos de una joven de cabello oscuro. Alessandra levantó una ceja, sorprendida pero manteniendo su compostura natural.

-El libro te ha escogido -anunció Alicia, acomodándose en un sillón que, con un chasquido suave, se transformó en uno reclinable de color morado. Una manta suave apareció sobre ella, como si estuviera lista para disfrutar de un cuento largo y acogedor. -Te toca leer el siguiente capítulo.

-¿De verdad? ¿No puede ser otro? -replicó Alessandra, su ceño fruncido con una pizca de resignación. Sin embargo, la falta de respuesta de Alicia le dejó claro que no había escapatoria. Con un suspiro, abrió el libro en la página marcada y comenzó a leer: -Bien, el capítulo se llama "El vidrio que se desvaneció".

De inmediato, la atención de todos se centró en ella. Las conversaciones se extinguieron como velas apagadas por un soplo. Los hermanos Weasley, quienes habían estado dispersos, riendo y bromeando, regresaron a sus asientos, esta vez con una seriedad que rara vez mostraban. Incluso la señora Weasley, cuyo rostro todavía mostraba los rastros de preocupación, pareció calmarse levemente, aunque la angustia no desaparecía del todo.

El ambiente en la sala cambió. Los sillones comenzaron a transformarse, reaccionando a la energía que Alessandra emanaba al leer. Las superficies rígidas se suavizaron, convirtiéndose en puffs vibrantes de colores, mientras mantas suaves y acolchadas aparecían en las esquinas. Los presentes, ahora más cómodos, dejaron que la curiosidad tomara las riendas.

-Podría acostumbrarme a estos cambios -murmuró George, con una sonrisa maliciosa en los labios, acomodándose en su nuevo y mullido asiento.

La tensión en la sala disminuyó por un instante. Sin embargo, cuando Alessandra continuó leyendo, todos volvieron a concentrarse.

-Habían pasado aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años.

-Diez años sin un solo cambio en Privet Drive -comentó Alice, acurrucada junto a su esposo. Su voz sonaba apagada, como si la monotonía de esa imagen la deprimiera.

El dolor todavía se veía claramente en su rostro. Sabía que la pérdida de su amiga era inminente, y cada palabra que escuchaba parecía pesar más en su corazón. Había sido fuerte durante tanto tiempo, pero sentía que su vulnerabilidad comenzaba a aflorar.

-Sólo las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes colores, pero Dudley Dursley ya no era un niño pequeño, y en aquel momento las fotos mostraban a un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado por su madre...

-¿Una pelota con gorros de colores? -repitió Mary, sus cejas levantadas en incredulidad. Sus labios se curvaron en una sonrisa divertida. Los murmullos suaves recorrieron la sala, y los merodeadores intercambiaron miradas cómplices, claramente entretenidos por la imagen.

-La habitación no ofrecía señales de que allí viviera otro niño.

La leve alegría que había iluminado los rostros de los presentes se desvaneció de inmediato. El ambiente en la sala se volvió denso, casi sofocante, mientras el peso de las palabras caía sobre ellos como una verdad difícil de aceptar.

Lily llevó una mano temblorosa a su pecho, apretando con fuerza la tela de su blusa, como si con ese gesto pudiera contener el miedo que comenzaba a consumirla. ¿Podría mi hermana realmente ser tan cruel? El pensamiento la asustaba. Una parte de ella se negaba a creerlo. No, Petunia no podría abandonar a un bebé... ¿o sí? Pero otra parte, una más oscura, sabía que cuando se trataba de algo relacionado con ella, Petunia era impredecible, capaz de herir con su indiferencia y frialdad.

Las caricias suaves de James sobre su espalda no fueron suficientes para calmar el torbellino de emociones que la invadía, pero le recordaban que no estaba sola en su miedo. Sentía cómo James se tensaba junto a ella. No necesitaban palabras para saber que compartían el mismo pensamiento, la misma angustia. ¿Cómo es posible que nuestro hijo haya crecido en una casa donde ni siquiera su existencia parece reconocida?

-Sin embargo, Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento, aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su voz chillona era el primer ruido del día.

-¡Arriba! ¡A levantarse! ¡Ahora!

Ambos soltaron un suspiro de alivio. Harry estaba bien, ella no lo había abandonado, a pesar del desprecio que Petunia siempre decía sentir por Lily.

Molly frunció el ceño, sus mejillas encendiéndose de indignación. A su lado, Euphemia apretó su varita con fuerza, como si aquello pudiera liberar parte de la ira que bullía dentro de ella.

-No es manera de despertar a un niño de diez años -susurró Narcissa con suavidad, pero con firmeza. Aunque su tono era bajo, sus palabras resonaron con claridad en la habitación.

Andrómeda arqueó una ceja, incrédula. La inesperada defensa de su hermana la dejó sorprendida, haciéndole cuestionar si realmente estaban en la misma sintonía.

-Rara vez estoy de acuerdo con mi hermana, pero en esto tiene razón -admitió Andrómeda, buscando el abrazo reconfortante de su esposo en medio de tanta tensión.

-Harry se despertó con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.

-¡Arriba! -chilló de nuevo.

-Harry oyó sus pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que volaba. Tenía la curiosa sensación de que había soñado lo mismo anteriormente.

Sirius, con la mirada fija en Harry, no pudo ocultar su curiosidad.

-¿Soñabas con la moto? -preguntó, incrédulo-. Pero apenas tenías un año cuando estuviste con Hagrid. ¿Cómo es posible que lo recuerdes?

-No... no lo sé... -balbuceó Harry, removiéndose incómodo en su asiento y esquivando las miradas inquisitivas que lo rodeaban.

-Quizás solo sea un recuerdo residual -intervino Katie rápidamente, adelantándose a Hermione-. Podría ser una respuesta al trauma de aquella noche.

Harry le agradeció con la mirada.

-Su tía volvió a la puerta.

-¿Ya estás levantado? -quiso saber.

-Casi -respondió Harry.

-Bueno, date prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se queme. Quiero que todo sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.

Marlene bufó, claramente molesta.

-¿Ponen a un niño de diez años a cocinar? ¡Es ridículo! -espetó, cruzándose de brazos. La frustración se reflejaba en cada palabra, y parecía que arrancarle un mechón de cabello a Petunia ya era una idea que rondaba en su cabeza-. ¡Maldita rubia oxigenada!

Peter, con la intención de aliviar la tensión, intervino en tono juguetón.

-Pero tú también eres rubia...

Sin dudarlo, Marlene le lanzó un cojín a la cara, haciéndolo tambalearse.

-No es lo mismo -dijo, aún molesta, aunque una sonrisa traviesa se asomaba en sus labios. Luego, le guiñó un ojo a Lily, lo que provocó una corta risa en su amiga.

Canuto, observando la escena, se acercó a Marlene de manera juguetona. Rodeándola por la cintura, le susurró algo al oído que hizo que la chica se sonrojara mientras sonreía, visiblemente a gusto.

-Harry gimió.

-¿Qué has dicho? -gritó con ira desde el otro lado de la puerta.

-Nada, nada...

-El cumpleaños de Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó lentamente comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par debajo de la cama y, después de sacar una araña de uno, se los puso.

Ron, sentado en el sofá, frunció el ceño al imaginar a Harry sacando una araña de su calcetín. Un escalofrío recorrió su espalda ante la sola idea. Pero de pronto, sintió un cosquilleo extraño, como si algo le caminara por encima. Miró a Hermione con pánico en los ojos.

-Hermione... -la llamó en un susurro nervioso.

Ella seguía inmersa en sus pensamientos, apenas registrando su tono de urgencia. Finalmente, al notar el nerviosismo en su voz, se giró hacia él.

-¿Qué pasa?

Ron intentó responder, pero su mirada quedó fija en algo sobre su hombro. Fue entonces cuando vio con horror unas patas peludas asomándose por el borde de su túnica. Sin poder contenerse, dejó escapar un grito agudo y nada varonil, retrocediendo bruscamente antes de caer desmayado sobre el puff.

Hermione reaccionó de inmediato, atrapándolo antes de que su cuerpo chocara con el suelo.

-¡Por Merlín! -exclamó Hermione, sorprendida, mientras trataba de acomodar a Ron.

La señora Weasley miró hacia su dirección, alarmada por el alboroto.

-¿Qué ha pasado? -preguntó, observando a Ron desplomado, aún en los brazos de Hermione.

Una risa descontrolada rompió el silencio, proveniente del rincón donde Fred y George apenas podían contenerse. Se estaban doblando de la risa, sosteniéndose el estómago.

-¡Fred! ¡George! -los reprendió Molly, con la mirada llena de desaprobación.

-Solo queríamos divertirnos un poco... -balbuceó George entre risas, todavía incapaz de hablar con seriedad.

-¿Divertirse? ¡Le habéis dado un susto de muerte! -protestó Hannah, llevándose una mano al pecho, aún asustada por el grito tan repentino.

-No creo que Ron lo vea tan divertido -dijo Astoria, preocupada, mientras observaba a Harry, que intentaba despertar a su amigo con ligeros golpes en la mejilla.

-Vamos, Ron... despierta -susurraba Harry, con una pequeña sonrisa de simpatía en los labios, sabiendo lo mal que lo pasaba su amigo con las arañas.

Los merodeadores, observando la escena, intercambiaron sonrisas nostálgicas. Les recordaba sus años de travesuras, aunque ahora parecía que los gemelos Weasley habían heredado su legado. Sin embargo, Alessandra permanecía al margen, ensimismada en su lectura, como si todo aquello no fuera más que una breve pausa antes de que el caos volviera a instalarse en la sala.

-Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde dormía.

Sirius dejó escapar un gruñido bajo, profundo, como si todo el dolor y la frustración que había acumulado estuvieran buscando escapar. Sentado rígido, con los músculos tensos, sus manos apretadas en puños, mientras la rabia lo consumía por dentro. ¿Cómo había permitido que Harry viviera algo tan terrible? El desconcierto era abrumador. Mientras su mente luchaba por encontrar respuestas, todo lo que sentía era el deseo ardiente de hacer algo, de haber estado ahí para proteger a su ahijado. Su corazón latía con fuerza, lleno de una angustia que casi no podía soportar. La sensación de impotencia lo carcomía, como un fuego que no podía extinguir.

A su lado, Remus estaba inmóvil, pero su rostro lo decía todo. La palidez de su piel contrastaba con el horror que brillaba en sus ojos. El dolor que sentía lo hacía incapaz de hablar; un nudo se formaba en su garganta. ¿Cómo no habían notado lo que Harry estaba pasando? Sabía que ambos, él y Sirius, compartían la misma culpa, el mismo remordimiento, pero en ese momento las palabras sobraban. Todo lo que podían hacer era enfrentarse a la realidad de su fracaso en proteger a Harry.

Lily, sentada junto a James, se derrumbó por completo al escuchar la cruda realidad que era la vida de su hijo. Un sollozo desgarrador escapó de sus labios antes de que pudiera contenerlo, y se aferró a James con una fuerza desesperada, como si temiera perderse en el abismo de dolor que la invadía. Sus manos, frías y temblorosas, apretaban la tela de su camisa, buscando un ancla en medio de la tormenta emocional que la sacudía. Las lágrimas corrían sin control por su rostro, empapando su cuello y la ropa de James, mientras cada respiración se volvía más pesada, más difícil.

¿Cómo pudo mi hermana hacerle esto a mi hijo? Lily no podía entenderlo. Si las cosas hubieran sido distintas, si ella hubiera criado a Dudley, lo habría amado como si fuera suyo. Pero Petunia... su propia hermana, la había decepcionado de la manera más cruel. Las imágenes de Harry, solo en aquella alacena oscura, invadían su mente. El peso de la culpa y la impotencia la consumía.

James, con los brazos alrededor de ella, la sostenía con toda la fuerza que le quedaba, aunque él también estaba destrozado. Sentía el dolor de Lily como si fuera suyo propio. Mientras ella se aferraba a él, buscando consuelo, él la mantenía cerca, pero por dentro, se sentía completamente impotente. Sus pensamientos estaban inundados de culpa, no solo por lo que había sucedido con Harry, sino por todo lo que había hecho en su juventud. ¿Por qué nuestro hijo tiene que pagar por mis errores?

Las travesuras de su juventud, las bromas con Sirius, Remus, y Peter, todo parecía insignificante ahora. James recordaba con claridad las risas, la emoción de ser jóvenes y despreocupados, pero ahora esas memorias parecían burlarse de él. Harry no tuvo ni una fracción de eso. Todo lo que ha conocido es el dolor. La idea lo atormentaba. Era como si cada broma que había hecho en su juventud se hubiera vuelto en su contra, cobrando una deuda que él nunca había pensado que tendría que pagar.

Pero, mientras sentía el cuerpo de Lily temblar contra el suyo, comprendió algo más profundo: Ella también se está culpando. La conocía mejor que nadie. Podía ver cómo el dolor en su mirada no era solo por Harry, sino también por él. Lily creía que había fallado, que de algún modo todo esto era su culpa, y James no podía soportar ver cómo ese peso la aplastaba. Ella piensa que me ha fallado, que me ha arrastrado a esto.

Con un suspiro tembloroso, James apoyó su frente contra la de Lily, cerrando los ojos por un momento mientras sus respiraciones se entrelazaban. El peso de las emociones se sentía denso, como si cada inhalación fuera un esfuerzo para no ahogarse. No necesitaban palabras; el silencio entre ellos hablaba más que cualquier frase. El simple hecho de estar juntos, compartiendo ese momento, les ofrecía una chispa de consuelo en medio de tanta oscuridad.

Lentamente, James deslizó su mano hasta la nuca de Lily, sus dedos enredándose en su cabello suave y pelirrojo. Con una voz rota por la emoción, le susurró al oído, rozando su piel con sus labios.

-Desahoga todo ese dolor, mi amor. -Su tono era suave, lleno de ternura-. Estoy aquí contigo, y nunca me iré de tu lado.

Lily, con los ojos cerrados y el rostro húmedo por las lágrimas, se aferró a él con más fuerza. Sus dedos se hundieron en la tela de la camisa de James, buscando anclarse en algo, en él. Su cuerpo temblaba por los sollozos que todavía sacudían su pecho, mientras su cabeza descansaba sobre el hombro de James. La cercanía de él era su refugio, su única certeza en medio de la tormenta emocional.

James, sintiendo la fragilidad de Lily en sus brazos, la atrajo aún más hacia sí. Rodeó su cintura con ambos brazos, presionando su cuerpo contra el de ella como si con ese gesto pudiera protegerla de todo el dolor del mundo. Sus propios ojos brillaban con lágrimas no derramadas, pero sabía que no podía permitirse ceder; no ahora.

-Vamos a salir de esto... juntos -murmuró, dejando un leve beso en su sien.

Lily asintió, sin poder articular palabras, su respiración aún entrecortada. Poco a poco, el temblor en su cuerpo comenzó a calmarse, y aunque las lágrimas seguían cayendo, ya no eran tan violentas. Estaban en este dolor juntos, y eso, por mínimo que fuera, les daba fuerzas.

James, con una mano aún en su nuca, empezó a acariciarle la espalda en lentos círculos, reconociendo el esfuerzo que ambos hacían por mantenerse firmes. La sensación de estar allí, sosteniéndose el uno al otro, era lo único que les permitía encontrar un respiro en medio de la tormenta.

A su alrededor, el aire estaba cargado de tensión y tristeza. Marlene y Mary, generalmente tan vivaces, ahora permanecían en silencio, sus rostros reflejaban el agotamiento emocional. Sus ojos, apagados por el dolor, buscaban refugio en los brazos de los hombres que amaban. Marlene, con los labios apretados en una delgada línea, apoyaba su cabeza en el hombro de Canuto, que la sostenía con firmeza, su mano trazando círculos lentos en la espalda de ella, tratando de brindarle algún tipo de consuelo. Sin embargo, sus propios ojos estaban llenos de sombras, su mandíbula tensa, como si también luchara por contener el torrente de emociones.

A su lado, Mary mantenía la mirada baja, el rostro oculto en el pecho de Lunatico, quien la envolvía en un abrazo protector. Con una mano en la cintura de Mary, le acariciaba el cabello suavemente, sus dedos deslizando mechones con una ternura que sólo él podía ofrecer. De vez en cuando, le susurraba palabras tranquilizadoras al oído, intentando calmarla. Aunque sus ojos también delataban el dolor, mantenía una compostura firme, sabiendo que en ese momento, Mary necesitaba de su fortaleza. Pero incluso él, en lo más profundo de su ser, no podía evitar que la misma pregunta lo carcomiera por dentro: ¿Dónde estaba yo?

Peter, a pocos pasos de ellos, no parecía estar presente en la misma habitación. Su rostro estaba pálido, inmóvil, con los ojos muy abiertos, como si todavía intentara procesar lo que había ocurrido. La realidad lo golpeaba con la fuerza de un tren, dejándolo en un estado de shock absoluto. Sus manos temblaban, aferrándose a la tela de sus pantalones, incapaz de articular palabra alguna. Era como si todo a su alrededor ocurriera en una pesadilla de la que no podía despertar.

Mientras tanto, Harry lidiaba con su propio torbellino emocional. Se mantenía apartado, tratando de no cruzar miradas con nadie, especialmente con sus padres o con Sirius. Sentía que las miradas de todos sus compañeros caían sobre él como un peso insoportable, como si cada uno estuviera esperando algo de él.

El nudo en su estómago comenzó a relajarse cuando una suave caricia de Hermione en su brazo lo sacó de sus pensamientos. El toque fue delicado pero suficiente para llamar su atención. Hermione lo miraba con una comprensión tranquila, sin necesidad de decir nada. El simple gesto le hizo saber que no estaba solo, que aquellos días oscuros ya habían quedado atrás. Harry le devolvió una mirada agradecida, sintiendo que la presión en su pecho aflojaba un poco.

Volvieron su atención a Ron, que dormía profundamente en los brazos de Hermione, ajeno a la tormenta emocional que lo rodeaba. Harry y Hermione intercambiaron una pequeña sonrisa, y ella, sin dejar de sostener a Ron, le dio un suave pellizco en la mejilla, intentando despertarlo.

-Ron, despierta... -murmuró Hermione en un tono suave, casi divertido, mientras Harry se inclinaba para darle un pequeño empujón.

Ron gimió en respuesta, removiéndose ligeramente, y ambos se miraron aliviados. En medio de tanto dolor, ese momento de normalidad era un pequeño respiro, una chispa de lo que siempre habían sido, amigos inseparables que se cuidaban mutuamente, incluso en los momentos más oscuros.

-Cuando estuvo vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio, excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto.

La suave voz de Alessandra resonaba en la habitación, cada palabra cayendo como una brisa que disipaba poco a poco la tensión acumulada. James y Lily comenzaron a relajarse, sus expresiones suavizándose a medida que la calma de Alessandra se hacía eco en sus corazones. Harry, sentía el alivio que esas palabras le traían, como si, por un instante, los recuerdos de su infancia con los Dursley se desvanecieran con la melodía de la voz de Alessandra.

-Dudley... -comentó Frank, tratando de inyectar algo de ligereza en la conversación-. Ese niño está mimado hasta la médula, ¿no es así? -Sonrió levemente, aunque el cansancio en su rostro era palpable.

-Ah, claro -dijo Lucius, dejando escapar una risa sarcástica-. Aunque lo que quieres decir es inferiores, por supuesto. -El tono de su voz destilaba arrogancia mientras sus ojos recorrían la habitación con desdén-. Estoy orgulloso de que Draco haya sido educado de la manera correcta, lejos de esas... influencias.
Walburga, sentada a su lado, sonrió con satisfacción, asintiendo lentamente, como si las palabras de su hijo hubieran sido dictadas por la más absoluta verdad.

-La educación lo es todo -dijo con una sonrisa altiva-. Los muggles no tienen ni idea de lo que significa la verdadera grandeza.

-El saco de boxeo favorito de Dudley era Harry, pero no podía atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.

Sirius alzó la mirada; sus ojos, antes sombríos, se suavizaron por un instante. Había orgullo, pero también un remordimiento silencioso. Remus, a su lado, respiraba más frecuentemente, tratando de controlar sus emociones. Ambos merodeadores compartieron una leve sonrisa, un intento casi imperceptible de consuelo hacia Harry, conscientes de que no era suficiente.

Un suave toque en el costado de Remus lo sacó de su ensimismamiento. Era Tonks, quien, con una pequeña sonrisa reconfortante, envolvió a Remus y a Sirius con un brazo, brindándoles un apoyo silencioso pero firme. Sin decir una palabra, ambos parecieron relajarse ante su gesto.

En ese momento, los gemelos Weasley decidieron intervenir con su habitual energía. Fred y George se levantaron de un salto, comenzando a aplaudir ruidosamente.

-¡Harry Potter! ¡El mejor buscador de Quidditch de Hogwarts! -gritó Fred, con una teatralidad exagerada que inmediatamente rompió cualquier rastro de tensión en la sala.

James, contagiado por la euforia, rió con fuerza, sintiendo que su corazón se hinchaba de orgullo al ver la sonrisa tímida de su hijo.

-¡Es cierto! -exclamó George, mientras se acercaba y daba una palmada en el hombro a Harry-. ¡Ese es mi chico!

-No estoy tan seguro... -dijo Charlie, con una sonrisa burlona-. Nunca me he enfrentado a él en un partido verdadero.

-Vamos, Charlie -rió George, dándole un suave golpe en la cabeza-. No te lo tomes tan en serio. Que un niño de once años te haya superado no es para tanto... aunque, claro, debe doler un poco.

Mientras la risa recorría la habitación, Hermione observaba cómo Ron seguía profundamente dormido en sus brazos, completamente ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. Suspiró, visiblemente frustrada.

-Creo que es hora de despertarlo... a la mala -murmuró, sacando su varita con una expresión decidida.

-Déjalo en mis manos, querida -intervino Fred, con un gesto exagerado y dramático que arrancó risas a los presentes-. Les aconsejo que lo dejen en el suelo, porque esto va a ser muy divertido.

Harry y Hermione se miraron con duda, pero finalmente hicieron caso y recostaron a Ron en el suelo con cuidado.

Aguamenti! -dijo Fred, apuntando con su varita hacia Ron. Un chorro de agua fría salió disparado, empapando su cara y sacándolo del sueño de golpe.

-¡¿Qué demonios está pasando?! -gritó Ron, completamente desorientado y empapado, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos.

La habitación estalló en carcajadas, incluso la señora Weasley, que había estado observando con una mezcla de preocupación y enojo, no pudo evitar soltar una risa ante la expresión atónita de su hijo.

-No podíamos dejar que te perdieras la diversión, Ron -se excusó George, riendo mientras su hermano se sacudía el agua de la cara.

Ron, aún empapado, lanzó una mirada fulminante a sus hermanos, pero antes de que pudiera replicar, Hermione intervino rápidamente.

-Tergeo -murmuró, secando a Ron con un hábil movimiento de varita-. Ahora ya no estás mojado, pero sigues siendo un dormilón.

Ron la miró con una mezcla de diversión y resignación, mientras se levantaba y sacudía el cabello aún ligeramente húmedo.

-Gracias, supongo -gruñó, aunque una sonrisa apareció en su rostro.

-Tal vez tenía algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces más grande que él.

-La verdad es pura genética, muchacho -dijo Fleamont, su sonrisa inicial ahora más comedida. El tono afable seguía presente, aunque Harry notó un aire más reflexivo, casi paternal en su voz.

Harry asintió, incómodo. El ambiente parecía relajado, pero una tensión interna lo mantenía alerta.

-Los Potter siempre somos bajos y delgados los primeros años -añadió James, cruzando los brazos y acomodándose en su asiento, con una leve tos que acentuaba su voz grave y algo rasposa-. Pero a los trece, ¡zas! Nos estiramos como juncos y acabamos siendo altos como torres.

James sonrió y Harry, por un momento, se sintió más relajado.

-Y ninguno de ustedes puede ver nada sin sus lentes -intervino Peter, soltando una risita mientras señalaba con el dedo a Fleamont, luego a James y, finalmente, a Harry. Su dedo temblaba ligeramente de emoción por su broma-. ¡Son tres generaciones de cegatos!

Harry se sonrojó un poco y ajustó sus lentes, incómodo con la atención.

-Y por supuesto, no olvidemos la extraña atracción que sienten los Potter por las pelirrojas -dijo Lunatico con una sonrisa cómplice, inclinándose ligeramente hacia adelante, como si compartiera un secreto.

Harry, que ya se sentía incómodo, sintió cómo su rostro ardía. Apartó rápidamente la mirada de Ginny, que estaba al otro lado de la sala, riendo con una naturalidad que iluminaba todo a su alrededor. ¿Una extraña atracción por las pelirrojas? Su mente giraba.

-Pero mi abuela no es pelirroja -intentó distraerse, su voz sonando un poco más alta de lo que pretendía, mientras su corazón latía con más fuerza.

Euphemia, quien había estado observando en silencio, sonrió con dulzura y acarició su cabello, revelando una leve nostalgia.

-Oh, cariño, lo era -dijo en un tono suave-. Cuando conocí a tu abuelo, mi cabello era naturalmente pelirrojo. Con el tiempo decidí teñírmelo de negro.

James se giró hacia su madre, levantando una ceja con curiosidad genuina.

-Nunca pregunté: ¿por qué el cambio, mamá?

-No fue gran cosa -respondió Euphemia, quitándole importancia con un gesto despreocupado-. Pero parece que la tradición de los Potter por las pelirrojas continúa... -añadió, lanzando una mirada significativa a Lily y luego a Ginny.

Lily sonrió tímidamente, bajando la mirada por un instante antes de entrelazar su brazo con el de James. Él, por su parte, soltó una risita suave, mirando a su madre con un brillo travieso en los ojos.

Euphemia, sin perder el ritmo, se volvió hacia Harry con una expresión que parecía leer más de lo que decía.

-¿Y tú, Harry? ¿Hay alguna pelirroja que te guste?

Antes de que Harry pudiera abrir la boca, Ron se adelantó, su rostro algo colorado, pero decidido.

-A Harry le gusta Cho Chang, y es morena -soltó, como si esa fuera la verdad definitiva.

El silencio fue instantáneo. Todos en la sala lo miraron sorprendidos, especialmente Harry, que ahora deseaba que el suelo lo tragara.

-Parece que ese gen saltó una generación con Harry -bromeó George, levantándose del sillón con un movimiento despreocupado, pero calculado. Caminó hacia Ginny con una calma que parecía casual, pero en cuanto llegó a su lado, se dejó caer en el asiento junto a ella, estirando un brazo en el respaldo detrás de su hermana. La pose relajada contrastaba con la mirada vigilante que lanzó a Harry desde su posición.

Ginny, al darse cuenta del gesto protector de George, rodó los ojos con una pequeña sonrisa. Sin embargo, aunque aparentaba estar tranquila, su pulgar jugueteó nerviosamente con el borde de su túnica, revelando que la conversación sobre las pelirrojas había hecho mella en ella, incluso si intentaba no demostrarlo.

-Oh, ya veo -dijo Euphemia, con una risa suave pero significativa. Aunque su sonrisa dejaba entrever que sabía más de lo que decía.

En ese momento, Molly, sentada al fondo de la sala, sonreía radiante. Era obvio que su mente ya estaba tejiendo posibles futuros para su hija y Harry, como si estuviera viendo un cuento de hadas hacerse realidad ante sus ojos.

-Harry tenía un rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva, consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la nariz.

Mientras tanto, Lily exhaló un suspiro largo y cerró los ojos, girando la cabeza ligeramente hacia el suelo como si buscara un respiro del bullicio de la sala. Sus dedos tamborilearon nerviosamente en su regazo, en un gesto sutil de tensión. James, al percibir su incomodidad, deslizó su mano hacia la de Lily, entrelazando sus dedos con los de ella en un gesto de apoyo silencioso.

-La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era aquella pequeña cicatriz en la frente, con la forma de un relámpago. La tenía desde que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a su tía Petunia era cómo se la había hecho.

-No es que me gustara realmente -aclaró Harry con una sonrisa débil- pero era lo único que tenía de especial en aquel entonces.

La mayoría de su generación lo miraba con pena o lástima, pero él los ignoraba constantemente.

-En el accidente de coche donde tus padres murieron -había dicho-. Y no hagas preguntas.

-«No hagas preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se quería vivir una vida tranquila con los Dursley.

El profesor Flitwick miró a Dumbledore con expresión horrorizada, mientras la profesora Sprout trataba de consolarlo, aunque ella misma parecía igualmente consternada. A su lado, McGonagall apretaba los labios en una fina línea, claramente molesta. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía tan frustrada con las decisiones del director.

-Tío Vernon entró a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.

-¡Péinate! -bramó como saludo matinal.

Hermione, cruzada de brazos, soltó un suspiro frustrado.

-Eso es científicamente imposible -dijo, lanzándole a Harry una mirada fulminante-. Intenté todo tipo de hechizos y pociones, pero su cabello sigue igual.

Lily soltó una pequeña risa y miró a Hermione con complicidad.

-Créeme, yo también lo intenté -intervino, su voz llena de nostalgia-. Una vez lo dejé rosa, ¿puedes creerlo?

Harry y James intercambiaron miradas de incredulidad, sus manos automáticamente dirigiéndose hacia sus indomables rizos.

-La única solución... -dijo Euphemia, sonriendo con dulzura-, es aceptar que nunca podrán dominar ese cabello.

-¿Aceptar? -Lily bufó, arqueando una ceja-. ¿Eso es todo?

-Así es -respondió Euphemia, divertida-. El cabello de los Potter tiene voluntad propia. Cuanto más intenten controlarlo, más rebelde se vuelve.

-Entonces, ¿simplemente nos rendimos? -preguntó Hermione, levantando una ceja, claramente no convencida.

-No lo llamaría rendirse -corrigió Euphemia, mirando juguetonamente a Harry y a James-. Es abrazar lo que los hace únicos. Algunas cosas, ni siquiera la magia puede cambiar.

Harry soltó una pequeña risa, sorprendido por lo mucho que estaba aprendiendo sobre su familia en tan poco tiempo.

-Así que nada de más pociones explosivas -añadió Euphemia con una sonrisa divertida-. Dejen que su cabello sea lo que es, y quizás algún día aprendan a amarlo.

-Una vez por semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos, pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella manera, por todos lados.

-Ya lo dije -repitió Euphemia, sonriendo mientras asentía con la cabeza-. Cuanto más insistan, menos lograrán.

-Harry estaba friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre. Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía a menudo que Dudley parecía un angelito.

El comentario provocó una risita amarga en varios presentes, pero fue Canuto quien rompió el silencio.

-Podría pasar por un cerdo con peluca -murmuró con un brillo malicioso en los ojos, recibiendo un rápido codazo en las costillas de Lunatico.

Lunatico alzó las cejas y señaló sutilmente hacia Lily.

-Harry decía a menudo que Dudley parecía un cerdo con peluca.

Canuto se encogió de hombros, sonriendo como un travieso.

-¿Por qué me golpeas? ¡El cachorro piensa lo mismo! -protestó, fingiendo una ofensa que solo hizo que sus ojos brillaran más.

Lunatico suspiró, con los brazos cruzados. Sus ojos encontraron los de Canuto, y por un momento, la sala pareció quedarse en silencio entre ambos, una pequeña chispa de tensión surgiendo entre ellos.

-Me preocupa lo insensible que eres a veces -murmuró Lunatico, aunque había una nota suave en su voz.

Ambos se miraron fijamente por unos largos segundos, hasta que el pelinegro rompió el contacto visual, sonriendo de lado.

-Al menos soy divertido -respondió, desviando la mirada hacia Marlene, como si nada hubiera pasado.

-Harry puso sobre la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos.

-Su cara se ensombreció.

-Treinta y seis -dijo, mirando a su madre y a su padre-. Dos menos que el año pasado.

-Ni siquiera yo, siendo un Malfoy, recibí tantos regalos -murmuró Draco, cruzándose de brazos con una expresión que mezclaba envidia y aburrimiento.

-No es algo de lo que debas enorgullecerte, Draco -intervino Narcissa suavemente, dándole una mirada de advertencia a su hijo, quien se encogió de hombros sin contestar.

-Querido, no has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este grande de mamá y papá.

-Muy bien, treinta y siete entonces -dijo Dudley, poniéndose rojo.

-Harry; que podía ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon lo más rápido posible, por si volcaba la mesa. Tía Petunia también sintió el peligro, porque dijo rápidamente:

-¿Sabes qué pasará ahora? -murmuró Oliver a Percy, que estaba sentado junto a él, escuchando atentamente la lectura.

-O le dan más regalos o se voltea la mesa -respondió Oliver con aire analítico, como si estuviera descifrando un complicado problema de Quidditch.

Percy alzó una ceja, reprimiendo una sonrisa.

-Qué observador, Wood. Deberías dedicarte a la investigación -dijo en un tono entre sarcástico y burlón.

Oliver sabía que, si no fuera porque era su mejor amigo, en ese momento lo mandaría a volar sin pensarlo dos veces.

-Y vamos a comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece, pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?

-Dudley pensó durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por último, dijo lentamente.

-Entonces tendré treinta y... treinta y...

-Treinta y nueve, dulzura -dijo tía Petunia.

-Es normal que el chico sea así si lo consienten tanto -murmuró Molly, cruzando los brazos con indignación-. Cuando no les enseñas lo más básico, ¿qué esperas?

Lily no podía evitar pensar en lo diferente que podrían haber sido sus vidas si Petunia hubiera escogido otro camino. Una vida donde su hermana aceptara la magia en lugar de rechazarla, donde hubiera recibido a Harry con amor y no con desdén. Un universo paralelo que nunca existiría, y eso dolía. Pero más que tristeza, lo que sentía ahora era un vacío, un hueco que había dejado de intentar llenar hacía mucho tiempo.

Era absurdo seguir esperando algo más de Petunia, lo sabía. Lo había intentado durante años, pero ahora solo quedaba resignarse a la realidad. Petunia jamás cambiaría. Tal vez era lo que más dolía: que no había más cartas que jugar, que ese lazo de sangre no significaba nada si solo una de ellas estaba dispuesta a luchar por él.

-Oh -Dudley se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más cercano-. Entonces está bien.

-Tío Vernon rió entre dientes.

-El pequeño tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo, Dudley! -dijo, y revolvió el pelo de su hijo.

Angelina, observando la escena con incredulidad y asombro, no podía entender de ninguna manera cómo Harry había logrado soportar vivir durante tanto tiempo con esas personas. Poco a poco, mientras reflexionaba sobre lo que había presenciado, las decisiones y actitudes de Harry le parecían no solo justificadas, sino también inevitables dadas las circunstancias. Su capacidad para aguantar esas situaciones difíciles parecía digna de admiración; su paciencia debía ser infinita.

-En aquel momento sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada y preocupada a la vez.

-Malas noticias, Vernon -dijo-. La señora Figg se ha fracturado una pierna. No puede cuidarlo. -Volvió la cabeza en dirección a Harry.

-¿Arabella Figg? -intervino Fleamont, alzando las cejas con sorpresa. Harry, intrigado, asintió con la cabeza.

-¿La conoces, abuelo?

-¡Por supuesto! -dijo Fleamont con una sonrisa nostálgica-. Arabella es una vieja amiga de la familia. Cuando tu abuela y yo trabajábamos como aurores, ella se encargaba de cuidar a James.

Harry se quedó mirando a su abuelo, claramente sorprendido.

Euphemia se unió a la conversación con una sonrisa cálida, recordando aquellos tiempos.

-Así es -dijo ella-. Cuando a tu abuelo y a mí nos tocaba salir en misiones peligrosas al mismo tiempo, Arabella siempre estaba dispuesta a cuidarlo. Solía venir a casa, y aunque su devoción por los gatos ya era evidente, no parecía molestarle tener que lidiar con las travesuras de un niño Potter.

-¿Cuidaba a papá cuando era pequeño? -preguntó Harry, aún procesando la conexión.

-Oh, sí -respondió Euphemia con un tono afectuoso-. Aunque te diré que no fue fácil para ella... James era un travieso imparable -añadió, lanzando una mirada divertida a su hijo-. Pobres gatos, me temo que después de algunas visitas, terminaron huyendo de él.

James soltó una pequeña risa, asintiendo.

-Es verdad, yo no era precisamente el niño más tranquilo. Pero Arabella fue muy paciente conmigo. Aunque lo de mostrarme fotos de sus gatos... eso ya lo hacía cuando era pequeño, Harry. Parece que con los años no cambió nada.

Harry no pudo evitar reírse al escuchar la historia. No solo descubría nuevas conexiones familiares, sino que sentía que cada pequeño detalle lo acercaba más a la vida de sus padres, de una manera que nunca había imaginado.

-Y pensar que hasta hace poco yo creía que la señora Figg era solo una vecina extraña -murmuró Harry con una sonrisa, mientras James le daba un leve empujón en el hombro.

-No eras el único que lo pensaba -dijo James, guiñandole un ojo-. Pero la verdad es que Arabella estuvo allí para ayudarnos cuando más lo necesitábamos. No era fácil salir en misiones sabiendo que tenías un niño en casa, pero con ella cuidando de mí, mis padres podían irse un poco más tranquilos.

Euphemia asintió, añadiendo:

-Siempre podíamos confiar en Arabella. Sabíamos que, aunque nuestros trabajos como aurores fueran arriesgados, James estaba en buenas manos.

Harry sonrió, sintiéndose más conectado con la historia de su familia. Jamás había imaginado que la señora Figg, una Squib a la que apenas conocía, había sido tan importante para sus padres.

Fleamont, con una sonrisa melancólica, concluyó:

-Sí, hijo. A veces, las personas que menos esperamos tienen un papel crucial en nuestras vidas. Arabella fue uno de esos pilares silenciosos para nuestra familia.

-La boca de Dudley se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.

James sonrió y le lanzó un guiño cómplice a Harry, como si compartieran un secreto familiar que solo ellos dos entendían. Harry sintió una calidez recorrer su pecho. Era como si, en ese simple gesto, algo se conectara entre ellos, derribando los muros invisibles que lo habían separado de su padre, alguien que, hasta hace poco, había sentido distante y desconocido.

Lily alargó una mano hacia Harry, invitándolo a acercarse sin palabras. En sus ojos brillaba una ternura que Harry reconoció al instante. Todo a su alrededor, las voces, los murmullos, incluso la suave voz de Alessandra al leer, desapareció de su mente. Lo único que importaba era ese instante, ese espacio entre sus padres, donde sabía que siempre tendría un lugar.

Sin pensarlo dos veces, se levantó de su asiento y caminó hacia ellos, sus pasos decididos pero llenos de una urgencia que no podía explicar. James y Lily lo miraron con una mezcla de sorpresa y comprensión. No tardaron en reaccionar. Cuando Harry llegó a su lado, fue envuelto en un abrazo cálido y protector. James le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo más cerca, mientras Lily, con una suavidad que solo una madre podría tener, lo abrazaba desde el otro lado, acariciando suavemente su cabello.

-Sabes que siempre estaremos aquí para ti, ¿verdad? -El tono de su voz era cálido, pero había algo más en sus palabras, una urgencia suave, como si deseara que Harry absorbiera cada sílaba. Se detuvo un segundo y luego añadió, con una sonrisa que escondía algo de tristeza-: Aprovechemos cada segundo juntos, hijo.

Lily, con una sonrisa suave y llena de calma, miró a James por encima de la cabeza de Harry. En ese instante, sus ojos se encontraron, compartiendo un entendimiento silencioso, profundo. Ambos sabían que el día llegaría, inevitablemente, cuando tendrían que separarse de su hijo. El tiempo era implacable, y el futuro incierto. Sin embargo, mientras ese momento no llegara, harían todo lo posible por estar a su lado, llenándolo del amor y el afecto que la vida le había arrebatado.

-¿Y ahora qué hacemos? -preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si él lo hubiera planeado todo.

-Harry sabía que debería sentir pena por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles , Snowy , el Señor Paws o Tufty.

-Y les ponía nombres horribles a esos gatos -murmuró James entre risas, aunque unas lágrimas silenciosas se escapaban de sus ojos. Su comentario hizo que Harry y Lily rieran también, una risa suave que aliviaba el alma.

Después del pequeño momento de alivio, los tres se acomodaron de nuevo en sus asientos, pero sin soltarse por completo. Harry quedó en el centro, con su madre a su izquierda y su padre a su derecha. Lily, con un gesto lleno de ternura, apoyó su cabeza en el hombro de Harry, mientras James hizo lo mismo desde el otro lado. Los dos buscaban consuelo en la cercanía de su hijo, como si su mera presencia pudiese curar las heridas invisibles que todos cargaban.

Harry, envuelto entre los brazos de sus padres, cerró los ojos por un momento. Sintió el calor de sus abrazos, el amor que emanaba de ellos, y, por primera vez en mucho tiempo, una sensación de completa seguridad lo llenó. No había peligro ni preocupación en ese instante, solo la certeza de que, mientras estuvieran juntos, todo estaría bien.

El resto de la sala observaba la escena en silencio, conmovidos por lo que presenciaban. Hermione, con las lágrimas aún en los ojos, se aferraba a Ron, mientras él la sostenía con firmeza, compartiendo su dolor de manera silenciosa. Molly Weasley lloraba abiertamente, y hasta la siempre estoica profesora McGonagall permitía que una lágrima solitaria se deslizara por su mejilla.

-Podemos llamar a Marge -sugirió tío Vernon.

-No seas tonto, Vernon, ella no aguanta al chico.

-Es una persona sumamente desagradable -murmuraron madre e hijo al unísono. Durante unos segundos, se quedaron sorprendidos, pero luego una sonrisa se dibujó en sus rostros, compartiendo un momento de complicidad inesperado.

-Los Dursley hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía entenderlos, algo así como un gusano.

Las caras de desaprobación no tardaron en aparecer; muchos de los presentes observaban al Director con reproche evidente, pero él las ignoraba deliberadamente, incluidas las penetrantes miradas de ambos Sirius. Dumbledore estaba convencido de que, si las miradas fueran como los maleficios asesinos, ya estaría a varios metros bajo tierra, al igual que cualquier desafortunado bajo el efecto de un Avada Kedavra.

-¿Y qué me dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?

-Está de vacaciones en Mallorca -respondió enfadada tía Petunia.

-Podéis dejarme aquí -sugirió esperanzado Harry.

-Podría ver lo que quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta jugaría con el ordenador de Dudley.

Gideon, que había estado observando con una ligera sonrisa, asintió con la cabeza.

-Es un buen plan, Harry -dijo en tono aprobado-. Eres un chico bastante ingenioso.

Fabian, por su parte, sonrió al captar la expresión en el rostro de Harry y añadió:

-Aunque, si te soy sincero, me da la sensación de que tus planes no siempre salen como esperas.

-Tía Petunia lo miró como si se hubiera tragado un limón.

-¿Y volver y encontrar la casa en ruinas? -rezongó.

-No voy a quemar la casa -dijo Harry, pero no le escucharon.

James bufó con exageración, cruzándose de brazos mientras levantaba la barbilla, claramente ofendido.

-¡Por favor! Tiene diez años, no es capaz de incendiar una casa -protestó, seguro de sus palabras, aunque con ese toque dramático característico de él.

Lily lo miró con incredulidad, pero antes de que pudiera replicar, Euphemia intervino con una risa suave.

-James, querido -dijo con tono juguetón-, cuando tú tenías diez años, de alguna manera terminaste en el techo de nuestra casa.

Fleamont, desde su asiento, se unió a la conversación con una risa grave que resonó en la habitación.

-Y cuando tenías ocho, hiciste explotar una olla en la cocina -añadió con una sonrisa divertida.

James abrió los ojos de par en par, sorprendido por la traición de sus propios padres. Levantó las manos en un gesto dramático y exagerado, frunciendo los labios en un puchero ridículo.

-¡Qué falta de confianza en mí! ¡Esto es una conspiración! -exclamó, claramente fingiendo estar ofendido, lo que provocó una ola de risas en la habitación.

Lily soltó una risita, atrayendo a Harry hacia sí con un abrazo más firme, mientras acariciaba suavemente su cabello.

-Si Harry tiene tu energía, definitivamente nos esperan tiempos interesantes -dijo con una sonrisa, echando un vistazo a James.

Harry, aún ruborizado por estar en el centro de la atención, sonrió levemente, sintiéndose cálido.

-Supongo que podemos llevarlo al zoológico -dijo en voz baja tía Petunia-... y dejarlo en el coche...

Aunque el comentario de Petunia dolió, Lily se mantuvo impasible. No iba a permitir que su hermana, con su veneno habitual, le robara ni un segundo más de paz. No haría ninguna mueca, no mostraría que le afectaba. Había decidido que ya no lloraría por personas como ella.

-No pueden caer más bajo, son horribles -murmuró Hannah, claramente molesta por la indiferencia con la que los Dursley trataban a Harry.

-El coche es nuevo, no se quedará allí solo...

-Desgraciadamente, querida amiga, sí pueden -respondió Katie, dejando escapar un suspiro de resignación.

-Dudley comenzó a llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre le daría cualquier cosa que quisiera.

Dorcas frunció el ceño, visiblemente contrariada. Sus ojos estaban cerrados como si intentara bloquear el ruido imaginario de los sollozos fingidos de Dudley. Respiró hondo y soltó un suspiro, casi como un mantra para no perder la calma.

-Estoy tratando con todas mis fuerzas que ese niño no me caiga mal. No es su culpa que lo hayan criado así -murmuró, abriendo los ojos un momento, solo para cerrarlos de nuevo con frustración.

-Vas a necesitar mucha paciencia, Dorcas -comentó Alicia desde su asiento, con los ojos entrecerrados y el rostro serio-. Si te afecta así desde ahora, los siete libros se te van a hacer eternos.

Dorcas dejó caer sus brazos con resignación, aceptando que el reto era más grande de lo que había imaginado.

-Mi pequeñito Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día especial -exclamó, abrazándolo.

-¡Yo... no... quiero... que... él venga! -exclamó Dudley entre fingidos sollozos-. ¡Siempre lo estropea todo! -Le hizo una mueca burlona a Harry, desde los brazos de su madre.

McGonagall levantó una ceja, mostrando una expresión severa. Aunque permanecía en silencio, era evidente su desaprobación hacia la conducta de los Dursley.

-La crianza de ese niño es un claro ejemplo de lo que pasa cuando fallan el sentido común y la educación -dijo con frialdad, dirigiendo una mirada de reprobación a Dumbledore.

-Justo entonces, sonó el timbre de la puerta.

-¡Oh, Dios, ya están aquí! -dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata. Era el que, habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido llanto de inmediato.

Ron, Hermione y Harry intercambiaron miradas desde sus respectivos asientos. Aunque estaban en diferentes partes de la sala sus pensamientos parecían alineados. Era extraño ver a ese hombrecillo encogido, sentado en silencio en el rincón, siendo abrazado por Marlene. Lo recordaban de otra manera: la figura cobarde y traicionera que habían descubierto en su tercer año, que había pasado de ser un recuerdo borroso a la razón por la que Sirius había pasado tantos años en Azkaban. Ahora, Peter parecía un cascarón vacío, casi irreconocible, con los ojos perdidos y la expresión vacía desde que supo que el futuro estaba marcado por la muerte de sus amigos.

A Harry le costaba procesarlo. Era inquietante ver a Peter tan diferente de la rata escurridiza que había tratado de escapar de ellos años atrás, en la Casa de los Gritos. Verlo así, siendo una vez más parte de este grupo, lo hacía preguntarse si ese Peter ya estaba trabajando para Voldemort durante los años en que fingía ser su amigo. ¿Había sido todo una mentira desde el principio? Si ese era el caso, Peter era, sin duda, un maestro del engaño.

Harry desvió la mirada de Peter, incómodo con la tormenta de pensamientos en su cabeza. Sin encontrar respuestas, sus ojos se posaron en Sirius y Remus. Ellos tampoco apartaban la vista de Peter, aunque lo hacían de maneras diferentes: Sirius con un odio apenas contenido, y Remus con un dolor profundo.

Remus observaba con atención, la mandíbula apretada mientras contenía su frustración. Había sido su amigo. Había compartido tantos momentos con él, le había confiado su vida. ¿Cómo podía el hombre sentado frente a ellos ser la misma persona que los había traicionado de la manera más vil posible?

-Es increíble cómo alguien que parece tan... inofensivo puede causar tanto daño -murmuró Remus, con los puños cerrados y la voz cargada de resentimiento.

Sirius, que no apartaba la vista de Peter, asintió. Su mirada era un volcán de emociones contenidas, principalmente ira. Había pasado doce años en Azkaban por culpa de ese hombre, y ahora lo veía acurrucado como si fuera una víctima. En otro tiempo, hubiera saltado sobre él en un ataque de furia, pero ahora, había algo que lo detenía. Quizás era el dolor de ver lo que Peter se había convertido, o tal vez el reconocimiento de que la persona que conocieron nunca existió.

-Media hora más tarde, Harry, que no podía creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.

-¿En serio crees que eso fue suerte? -preguntó Andrómeda, con una expresión de curiosidad en el rostro-. No suena muy afortunado...

-Es un poco de ambas -respondió Harry, sonriendo-. Tener un día fuera era una suerte, pero, al mismo tiempo, estar atrapado con Dudley y su pandilla no era nada divertido.

-Te lo advierto -dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry-. Te estoy avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás en la alacena hasta la Navidad.

Al escuchar esas palabras, la sala entera reaccionó. El aire se llenó de tensión y desaprobación inmediata. Las madres del grupo, en particular, no pudieron ocultar su indignación. Molly soltó un resoplido furioso, mientras se levantaba levemente de su asiento como si estuviera lista para intervenir en cualquier momento. Sus labios se apretaron en una fina línea, luchando por contener su enfado.

-¡Ese hombre es un auténtico tirano! -exclamó Molly, con la voz temblorosa de rabia-. ¡Es inconcebible que alguien pueda tratarte así, Harry!

Mientras tanto, Lily intentaba apaciguar sus propias emociones, deslizando sus dedos de manera reconfortante por el hombro de su hijo. Aunque no decía nada, sus ojos reflejaban el dolor de saber cuánto había sufrido Harry en su ausencia.

-No voy a hacer nada -dijo Harry-. De verdad...

-Pero tío Vernon no le creía. Nadie lo hacía.

En silencio, el azabache se encontró comparando esa situación con su quinto año en Hogwarts, cuando el mundo mágico se negó a creerle sobre el regreso de Voldemort. ¿Qué ganaba con mentir? La carga de sus traumas ya era suficientemente pesada.

-Es increíble cómo la gente se cierra y se niega a escuchar cuando más lo necesitas -murmuró Harry, con una mezcla de amargura y reflexión-. Vernon, el Ministerio... todos cortados con la misma tijera. No comprenden hasta que ya es demasiado tarde.

Lily intercambió una mirada con James. Aunque no lo expresaron en palabras, ambos estaban conmocionados. Su hijo había pasado por cosas que ellos ni siquiera alcanzaban a imaginar.

-El problema era que, a menudo, ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con decir a los Dursley que él no las causaba.

-Es absurdo, Petunia sabe que es magia accidental -intervino Mary, exasperada-. ¡Es de lo más lógico! Ambos padres de Harry eran magos, por Merlín...

-Pero Petunia nunca fue capaz de aceptarlo -añadió Marlene, con evidente desaprobación-. El orgullo y la ignorancia pueden ser más fuertes que la verdad.

-En una ocasión, tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar la horrible cicatriz».

Harry se sonrojó ligeramente al recordar ese momento, lo que provocó que Fred y George soltaran carcajadas, seguidos por Ron. Incluso Draco, desde su rincón, dejó escapar una sonrisa burlona.

-¡Ronald! -regañó Hermione, dándole un codazo a su amigo.

-¡Fred! ¡George! -repitió Molly, intentando mantener una fachada severa mientras trataba de ocultar su risa-. ¡Fabian y Gideon, por favor, un poco de seriedad!

El ambiente se relajó brevemente con las risas, pero la gravedad volvió cuando Alessandra siguió leyendo.

-Dudley se rió como un tonto, burlándose de Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y sus gafas remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le había crecido tan deprisa el pelo.

-Increíble -dijo McGonagall, impresionada-. La magia accidental siempre encuentra la manera de proteger a quien más lo necesita. La fuerza de tu magia es notable, Harry.

Narcissa no pudo evitar sentirse incómoda. Aunque las creencias sobre la pureza de la sangre seguían marcando su visión del mundo, no podía justificar el trato cruel que Harry había recibido. La situación le resultaba indefendible.

-Otra vez, tía Petunia había tratado de meterlo dentro de un repugnante jersey viejo de Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado.

-Ese jersey debía ser espantoso -comentó Astoria, haciendo una mueca-. Pero al menos, tu magia accidental te libró de eso.

-Es impresionante cómo tu magia te protegía sin que siquiera fueras consciente de ello -dijo Alice, con una mezcla de admiración y asombro.

-Por otra parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás, se encontró sentado en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los techos del colegio.

-¿Te apareciste? -preguntó Canuto con los ojos bien abiertos, dibujando una "O" perfecta con los labios. Su tono de sorpresa hacía eco en la sala.

-No seas estúpido, Sirius -respondió Lunatico con una sonrisa, meneando la cabeza-. Es imposible que un niño de diez años se aparezca. Tiene que haber otra explicación.

El mayor de los Black, frunció el ceño y dirigió una mirada cargada de escepticismo hacia su acompañante, para después mirar a Lunático.

-¡Sobrevivió a una maldición asesina! -protestó Canuto, cruzando los brazos y echándose hacia atrás-. Nada es imposible con el cachorro.

-Sí, sobrevivir a la Maldición Asesina no significa que pueda aparecerse a los diez años, Sirius -intervino Lily, sonriendo.

-Pero lo único que trataba de hacer (como le gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena) fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de su salto.

-¿En serio pensabas que el viento te había llevado hasta la chimenea? -preguntó Ginny, con una mezcla de incredulidad y cariño.

Harry sonrió con nerviosismo, rascándose la nuca mientras sus mejillas se encendían.

-Tenía diez años -se defendió, algo avergonzado-. Era inocente en ese entonces.

Las mujeres en la sala, incluida Ginny, intercambiaron sonrisas divertidas. Al notar sus miradas, Harry decidió esconderse discretamente detrás de su madre, intentando desviar la atención.

-No te sientas mal, Harry -comentó Marlene, sonriendo-. A esa edad, todos nos inventábamos historias para explicarnos lo que no entendíamos.

Peter, que hasta ese momento había estado en silencio, sonrió levemente.

-A decir verdad, pensar en el viento tiene más sentido que enfrentar lo que realmente pasó -dijo en tono amable.

-Pero aquel día nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.

-Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y Harry eran algunos de sus temas favoritos.

-¡Vaya lista de prioridades! -dijo Bill con ironía.

-No parece que haya dudas sobre su tema favorito -añadió Percy, sarcástico.

Harry se encogió de hombros, sonriendo resignado.

-Sí, no era precisamente sutil -respondió con un suspiro.

-Aquella mañana le tocó a los motoristas.

-... haciendo ruido como locos esos gamberros -dijo, mientras una moto los adelantaba.

-Tuve un sueño sobre una moto -dijo Harry recordando de pronto-. Estaba volando.

-¿Eres tonto o qué, Potter? -interrumpió Draco desde el fondo, con su tono despectivo habitual.

Harry lo miró, pero no pudo evitar sentir que, en esta ocasión, Draco tenía razón. James, a su lado, soltó una risa nerviosa y lo abrazó por los hombros.

-Bueno, hijo, no fue tu comentario más brillante, ¿no crees? -dijo, intentando calmar las cosas mientras Harry bajaba la mirada, un poco avergonzado.

-Definitivamente no fue de tus mejores momentos -agregó Flitwick, sonriendo desde su esquina.

-Tío Vernon casi chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el asiento y gritó a Harry:

-¡LAS MOTOS NO VUELAN!

-Su rostro era como una gigantesca remolacha con bigotes. Dudley y Piers se rieron disimuladamente.

-Claramente está asustado porque sabe que te mueve algo más que el viento -comentó Remus, mirando a Sirius con una sonrisa.

Katie se inclinó hacia adelante, observando a Harry.

-Tienes una imaginación muy grande -dijo con una sonrisa-. Aunque, con lo que te ha pasado, a veces los sueños parecen reales.

Harry se encogió de hombros, aceptando el comentario.

-Ya sé que no lo hacen -dijo Harry-. Fue sólo un sueño.

-Pero deseó no haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a tener ideas peligrosas.

-Oh, no necesita dibujos animados para eso -bromeó Hermione, cruzando los brazos mientras miraba a Ron.

Ron, entusiasmado, comenzó a enumerar.

-Vamos, Harry. Tenemos a Quirrell, la Cámara de los Secretos, los dementores, el Torneo de los Tres Magos...

-¡Ron! -Hermione lo interrumpió, tapándole la boca, pero ya era tarde.

Lily, que había estado escuchando, se quedó pálida, procesando todo lo que su hijo había vivido.

-¿Qué dijiste? -preguntó, mirando a Harry con incredulidad.

-No es tan malo como suena, mamá -respondió Harry rápidamente, levantando las manos en señal de paz.

-¡No es tan malo! -exclamó Lily, alarmada-. ¡Harry, has estado en peligro constante! ¿Por qué no nos lo dijiste?

James soltó una pequeña risa, que solo sirvió para enfurecer más a Lily.

-Cariño, no es tan sorprendente. Es igual de travieso que yo -dijo, como si eso fuera justificación suficiente.

-¡Ese es el problema! -gritó Lily, exasperada-. ¡Es exactamente como tú, James!

McGonagall soltó un suspiro cansado.

-Oh, no... -murmuró-. Otro Potter igual de problemático. Primero James, ahora Harry... Nunca acaba.

Canuto, entre risas, dio un codazo a Lunatico.

-Y yo pensaba que era el más rebelde -bromeó.

Hermione, tras soltar a Ron, lo fulminó con la mirada. Mientras tanto, Lily seguía abrazando a Harry con fuerza, mientras James observaba con una sonrisa nostálgica.

-Bueno, al menos Harry sigue tus pasos, James -dijo Peter, con una palmadita en la espalda de su amigo.

-Eso es lo que me preocupa -murmuró James, sonriendo de lado.

McGonagall, desde su asiento, se ajustó las gafas y, resignada, murmuró:

-Definitivamente necesito más té.

-Era un sábado muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un polo de limón, que era más barato. Aquello tampoco estaba mal, pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no era rubio.

Neville soltó una risita, sin poder evitar la comparación.

-Es una imagen bastante precisa -dijo con una sonrisa tímida.

-¡Pobre gorila! -exclamó Fred, llevándose dramáticamente una mano al pecho-. No se merece tal ofensa.

-Fue la mejor mañana que Harry había pasado en mucho tiempo. Tuvo cuidado de andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle a él. Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para terminar el primero.

-¿En serio? -dijo, sacudiendo la cabeza-. Dudley es como una aspiradora humana. ¡No tiene fondo!

-Bueno, al menos Harry sacó algo de esa situación -comentó Remus con una sonrisa-. No era mucho, pero algo es algo.

-Eso lo convierte en una pequeña victoria -añadió Alice, inclinándose un poco hacia Harry, que simplemente encogió los hombros, incómodo ante tantas miradas.

-Más tarde, Harry pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para durar.

James soltó una carcajada, dándole un golpecito en la espalda.

-Ah, esa sensación la conozco bien -dijo con diversión-. Es como si supieras que algo va a salir mal justo cuando todo parece ir bien.

-Es la maldición Potter -comentó Fleamont con una sonrisa nostálgica-. Las cosas buenas nunca duran lo suficiente.

Hermione asintió lentamente, aún sorprendida por la casualidad de los eventos.

-Eso explica bastantes cosas.

-Después de comer fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida

Ginny frunció el ceño, disgustada.

-Qué manera de tratar a los animales. No me extraña que la serpiente no quisiera moverse.

-La verdad, no me sorprendería que estuviera ignorando a Dudley a propósito -añadió Bill, cruzando los brazos-. Yo haría lo mismo.

-Dudley permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el brillo de su piel.

-Haz que se mueva -le exigió a su padre.

Severus bufó, claramente molesto.

-De tal palo tal astilla. -dijo con calma, pero su tono estaba cargado de desprecio-. Es una perfecta copia de la vulgar de su madre.

-Tío Vernon golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.

-Hazlo de nuevo -ordenó Dudley.

Arthur soltó una risa suave.

-Es curioso que piensen que los animales obedecerán solo porque ellos lo dicen.

Molly, frunciendo el ceño en respuesta, gruñó con descontento. Arthur, con un gesto delicado, la tomó por las caderas y la acomodó en el sillón, inclinándose hacia ella para liberar su cuello y comenzar a hacerle ligeros masajes, infundiendo calidez y relajación en cada movimiento.

-Tío Vernon golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.

-Esto es aburrido -se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies.

-Harry se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia, llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer el resto de la casa.

Neville se movió incómodo en los brazos de su padre, sintiendo una mezcla de emociones. Su vida había sido casi similar a la de Harry, aunque había algo que lo diferenciaba: en su hogar, al menos podía sentirse libre y seguro, consciente de quiénes eran sus padres. A pesar de sus distintas circunstancias, la vida de él y Harry no era tan diferente después de todo; ambos llevaban el peso de expectativas y sombras.

-De pronto, la serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas. Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos estuvieron al nivel de los de Harry.

-Guiñó un ojo.

El silencio se instaló de inmediato, igual que una chispa lista para encenderse. Algunos, desinteresados, la ignoraron por completo, mientras que otros, como los gemelos, no podían contener las risas y se burlaban abiertamente de Harry.

-¡Una serpiente que guiña! -dijo Fred, golpeando a George en el brazo-. Eso sí que es una buena historia.

-¿Te hiciste amigo de una serpiente en un zoológico? -añadió George, entre risas-. Es de lo más Potter que he escuchado.

-Harry la miró fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.

-La serpiente torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía claramente:

-Me pasa esto constantemente.

Los más jóvenes ya estaban acostumbrados a las rarezas de Harry, pero los adultos mayores seguían sorprendidos.

-¿Una serpiente te dijo eso? -preguntó Euphemia, mirándolo incrédula.

-¡Y tú la entendiste! -exclamó Marlene, claramente asombrada.

-Lo más extraño es que pareciera normal para ti -comentó Lunatico, pensativo.

-Lo sé -murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de que la serpiente pudiera oírlo-. Debe de ser realmente molesto.

Ron no pudo contenerse y soltó una carcajada.

-¿En serio hablaste con una serpiente y no te pareció raro?

Harry se encogió de hombros, con las mejillas ligeramente sonrojadas.

-En ese momento no lo pensé mucho. Solo... conecté con ella.

James soltó una risa nerviosa.

-¡Mi hijo habla con serpientes y lo trata como si fuera cualquier cosa! -exclamó, sacudiendo la cabeza-. Merlín, ¿qué será lo siguiente?

-Es un don, James -respondió Lily con preocupación-. Pero... ¿por qué puede hacerlo?

-La serpiente asintió vigorosamente.

-A propósito, ¿de dónde vienes? -preguntó Harry.

-La serpiente levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del vidrio. Harry miró con curiosidad.

-«Boa Constrictor, Brasil.»

Draco levantó una ceja, claramente divertido.

-¿Así que hablas con una serpiente y, en vez de cuestionarte por qué puedes hacerlo, le preguntas de dónde viene? Muy profundo, Potter -soltó, con sarcasmo afilado.

Antes de que Harry respondiera, Bill intervino.

-En realidad, es una reacción bastante comprensible. Si descubres que puedes hablar con una criatura exótica, lo lógico es querer saber más sobre ella.

-¿Era bonito aquello?

-La boa constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este espécimen fue criado en el zoológico».

-Oh, ya veo. ¿Entonces nunca has estado en Brasil?

-Mientras la serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás de Harry los hizo saltar.

Hermione sacudió la cabeza con desaprobación.

-¿Un grito por una serpiente que se mueve? -dijo, exasperada por la reacción exagerada de los Dursley.

-Típico de Dudley -añadió Ginny, rodando los ojos-. Siempre haciendo un espectáculo de todo.

Ron se rió, imaginando la escena.

-Me encantaría haber visto su cara cuando todo pasó.

-¡DUDLEY! ¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO QUE ESTÁ HACIENDO!

-Dudley se acercó contoneándose, lo más rápido que pudo.

-Quita de en medio -dijo, golpeando a Harry en las costillas.

Ginny entrecerró los ojos, su expresión endureciéndose.

-Ese idiota... -susurró, golpeando suavemente el brazo del sofá con los dedos.

-Cogido por sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió a continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado: Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.

Gideon se echó a reír.

-Espera, ¿tiraste a tu primo en la jaula de una serpiente? -preguntó con incredulidad.

Harry negó con la cabeza, sonriendo.

-No fue exactamente eso...

-Harry se incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el cubículo de la boa constrictor había desaparecido. La descomunal serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.

Los ojos de Tonks se agrandaron y una sonrisa de pura sorpresa se dibujó en su rostro.

-¡Por Merlín, Harry! -exclamó, su tono vibrante-. ¡Una serpiente suelta y tú tan tranquilo! ¿Cómo no te desmayaste de los nervios? Yo habría tropezado con mis propios pies antes de procesar lo que pasaba.

Neville, por otro lado, estaba pálido.

-Nunca me gustaron mucho las serpientes -murmuró-. Pero no puedo culparlas por querer escapar si están encerradas.

-Mientras la serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que una voz baja y sibilante decía:

-Brasil, allá voy... Gracias, amigo.

-El encargado de los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.

-Pero... ¿y el vidrio? -repetía-. ¿Adónde ha ido el vidrio?

Mary frunció el ceño, algo incrédula, mientras procesaba lo que había oído.

-Espera un segundo... -dijo, su voz teñida de sorpresa-. ¿Harry liberó accidentalmente a una serpiente gigante, dejando a su primo atrapado en la jaula también?

Lunático soltó una risa breve, pero sus ojos permanecieron serios.

-Y no olvidemos el detalle importante: nuestro querido cachorro habla Parsel -añadió en tono ligero, pero con una pizca de preocupación-. Ya sabes, esa magia que muchos consideran oscura.

Arthur, pensativo, se inclinó hacia adelante, frunciendo el ceño mientras intentaba conectar los puntos.

-Me parece que el cristal desapareció porque en ese momento tus emociones estaban completamente fuera de control, Harry -dijo con voz calmada-. La magia responde a lo que sentimos, y tú debiste de estar lleno de sorpresa... tal vez miedo o confusión.

Harry asintió lentamente, confirmando las suposiciones de Arthur.

Bill cruzó los brazos con una sonrisa comprensiva.

-Tiene sentido -dijo, mirando a Harry-. En los primeros años, la magia puede desbordarse de maneras impredecibles cuando no tenemos control total sobre ella.

-El director del zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers juraba que había intentado estrangularlo.

Fred y George intercambiaron miradas traviesas, sintiendo que era el momento de levantar el ánimo.

-¡"Me mordió"! -gritó Fred, fingiendo terror mientras se sujetaba la pierna-. ¡Estoy seguro de que iba a devorarme entero!

-¡"Intentó estrangularme"! -añadió George, llevándose dramáticamente las manos al cuello antes de caer teatralmente al suelo.

La sala estalló en carcajadas. Incluso Molly, quien intentaba mantener una expresión severa, no pudo evitar reírse.

Harry, por su parte, estaba agradecido por la manera en que los gemelos siempre lograban aligerar la tensión.

-Pero lo peor, para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:

-Harry le estaba hablando. ¿Verdad, Harry?

Charlie, apoyado contra la pared, levantó una ceja, viendo venir el caos que eso había causado.

-Y ahí es donde todo empezó a desmoronarse, ¿verdad?

Harry asintió, con una mezcla de resignación y tristeza. Sabía lo que vendría a continuación, y aunque ahora podía hablar de ello, revivir esos recuerdos seguía siendo incómodo.

-Tío Vernon esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.

-Ve... alacena... quédate... no hay comida -pudo decir, antes de desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de brandy.

Nuevamente el silencio cayó sobre la sala como una losa pesada. McGonagall apretó los labios en una fina línea. Sus manos temblaban ligeramente mientras las mantenía sobre su regazo.

-¡Qué atrocidad! -exclamó, su tono indignado-. Es inconcebible tratar a un niño así. Deberían haber sido denunciados.

James no pudo contener más su ira. Sus puños se apretaron con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.

-Si esos malditos Dursley estuvieran aquí ahora mismo... -murmuró entre dientes, con la mandíbula tensa por la furia contenida.

Lily, que había permanecido en silencio, puso una mano suavemente sobre el brazo de James, tratando de calmarlo. Aun así, la tensión en la sala era palpable.

Harry, sintiendo la presión del momento, permaneció en silencio. Había aprendido a minimizar su dolor, pero oírlo expresado en voz alta, con las reacciones de los demás, lo hacía sentir mucho más real y doloroso.

-Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura, deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de comer.

-Había vivido con los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían muerto en un accidente de coche. No podía recordar haber estado en el coche cuando sus padres murieron.

Alessandra continuaba leyendo con una voz suave y firme, cada palabra transmitiendo una carga emocional que resonaba con un eco de tristeza en toda la sala. Astoria, atrapada por la intensidad de la lectura, no pudo evitar que una lágrima solitaria cayera lentamente por su mejilla, mientras sus sentimientos se desbordaban.

-Algunas veces, cuando forzaba su memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña visión, un relámpago cegador de luz verde y un dolor como el de una quemadura en su frente. Aquello debía de ser el choque, suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde.

-¿También recordabas la maldición? -murmuró Lily, su voz apenas un susurro. -. Tenías solamente un año... debería haber sido imposible.

James la miró con una mezcla de compasión y enojo. Él sentimiento de impotencia había vuelto con fuerzas, pero intentaba mantenerse fuerte por su familia.

-Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco había fotos de ellos en la casa.

-¿No tienes ninguna foto de nosotros? -preguntó Lily.

Harry asintió, aunque su tono era bajo y resignado.

-En ese tiempo no tenía -admitió-. Pero Hagrid me dio un álbum de fotos... con imágenes de ustedes.

La expresión de Lily se suavizó y soltó un suspiro de alivio. Agradecería a Hagrid y, como muestra de gratitud, le llevaría un pastel.

-Cuando era más pequeño, Harry soñaba una y otra vez que algún pariente desconocido iba a buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió: los Dursley eran su única familia.

El silencio se hizo nuevamente, algo que empezaba a molestar a Harry. Con una mirada suplicante, le pidió a la chica que continuara la lectura.

-Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que lo deseaba) que había personas desconocidas que se comportaban como si lo conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía Petunia y Dudley. Después de preguntarle con ira si conocía al hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar nada.

Lunatico, con el rostro pálido, asintió levemente.

-Magos -murmuró, aunque era más una afirmación que una pregunta.

Dorcas cruzó los brazos, su mirada fija en Harry.

-Es lo más probable -respondió-. Todo el mundo conocía la historia de Harry Potter... menos Harry Potter.

Harry se sonrojó levemente ante el comentario, pero no dijo nada.

-Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de acercarse.

Mary levantó una ceja, intrigada.

-¿Se aparecían? -preguntó, aunque sabía la respuesta.

-Seguramente -respondió Harry, encogiéndose de hombros-. Aunque en ese momento no tenía idea de qué estaba pasando.

-En el colegio, Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.

Ron, mirando a Harry con una sonrisa amable, rompió el silencio.

-Bueno, faltaba poco para que nos conocieras -dijo, dándole un golpecito en el hombro-. Y ya sabes que ahora tienes amigos que no te dejarán solo.

Neville también sonrió, y en ese momento, Harry sintió que él era uno de los pocos que realmente lo comprendía.

-Exactamente. Puedes contar con nosotros, Harry. Siempre.

Hermione, con los ojos aún brillantes por las lágrimas, sonrió y dijo:

-Y ya es tarde para arrepentirte. No tenemos ticket de cambio -bromeó, tratando de aliviar la tensión.

Harry sonrió ante la broma de sus amigos, su mirada viajando de Ron a Neville, antes de asentir con gratitud.

-Ese fue el final del capítulo. -anunció Alessandra, cerrando el libro con cuidado. Con un gesto suave, colocó un marcador mágico con forma de flores de cerezo que apareció antes de terminar la lectura. El libro flotó hacia el centro de la sala, quedando suspendido en el aire.

Alicia miró a los presentes y sonrió.

-¿Algún voluntario para continuar? -preguntó, con un tono ligero. Varias manos se alzaron al instante.

-Parece que esto se está poniendo interesante -dijo con una sonrisa juguetona-. Veamos a quién elige el libro.

••••

Buenos días, queridos lectores.

Sé que prometí tener el capítulo ayer, pero surgió un imprevisto y salí con mi familia, lo que me impidió cumplir. Les pido disculpas por la demora.

Algunos de ustedes ya saben que esta es mi segunda vez escribiendo esta historia y he hecho muchos cambios; en la primera versión, Harry no estaba presente, así que ahora debo considerar cómo reaccionaría ante los eventos que se están revelando.

Intento abordar la historia con seriedad y humor, aunque a veces siento que no lo logro del todo. También busco capturar la personalidad de los personajes y evitar repeticiones; si lo hago demasiado, no duden en dejarme un comentario para mejorar aquello.

Por favor, no sean lectores fantasmas; me harían muy feliz si votan y si desean dejar comentarios sobre qué les pareció, sugerencias o sus expectativas para futuras reacciones.

¡Muchas gracias por leer mi historia! Nos vemos en el próximo capítulo.

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