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Capitulo Dos: "El niño que vivió."


























El ambiente de los sillones del fondo de la sala se encontraban tensos, mientras que los demás se hallaban en sus conversaciones con sus futuros hijos, esperando que Alicia diera comienzo.

Narcissa miró de reojo a Draco, que permanecía callado, con la mirada perdida y una mezcla de
confusión e inseguridad en su expresión.

—¿Draco?— dijo Narcissa con suavidad, tratando de reconectar con su hijo. —¿Está todo bien?

—Solo... estoy pensando— respondió él, encogiéndose de hombros, sin atreverse a mirarla.

Luego, Narcissa se volvió hacia Lucius, que fruncía el ceño, sus manos estaban tan apretadas que los nudillos se le habían puesto blancos.

—Lucius...— empezó, su voz apenas un susurro, cernido de preocupación. —Mírame, por favor.

Él no pareció escucharla, la furia aún reflejándose en sus ojos mientras miraba a la chica en la esquina.

—¡Lucius, necesito que me escuches! Sé que esto es complicado, pero...— suplicó ella.

—¿Complicado? Es un eufemismo— interrumpió él, su voz cargada de frustración. —No puedo creer que tengamos que lidiar con esto, Narcissa.

—Sé lo que sientes, pero no podemos dejarnos llevar por el enojo— replicó ella con firmeza, poniendo una mano sobre su brazo. —Quiero que sepas que estoy aquí contigo.

—¡Nos humilló! ¡Me dejó como un imbécil frente a todos!— gritó, sólo para que ella lo escuchara. —No puedo permitirme semejante estupidez.

—¿Y planeas irte así, sin más?— le reprochó ella, con furia en los ojos. —¡Sabes que no miente y que tiene poder! ¡Nuestro hijo está aquí!

—¡Lo sé!— respondió Lucius con arrogancia, cruzando los brazos. —Pero sería beneficioso que nuestro señor supiera esto. ¿No ves lo que estamos enfrentando?

—¿Eso es lo único que te preocupa, Lucius?— insistió Narcissa, la intensidad de su mirada fija en él. —¡Ella dijo que algo le ocurrirá a Draco! ¡¿No te importa?!

Lucius frunció el ceño, sintiendo el peso de sus palabras. A veces, se dejaba llevar por su papel de Mortífago, olvidando lo que realmente importaba.

—Narcissa, necesito que entiendas— dijo él, intentando calmar la situación. —Siempre he actuado en función de nuestra seguridad.

—Pero no se trata de estrategia esta vez— le insistió ella, con su voz temblando. —Se trata de nuestra familia. ¡Draco es lo más importante!

El miedo en su voz alteró a Lucius. Su mirada se suavizó mientras tomaba la mano de su esposa y le daba un tierno beso en los nudillos.

—Tienes razón, amor— admitió, bajando la voz con sinceridad. — Discúlpame.

Narcissa soltó un suspiro de alivio. Era la única persona capaz de calmar a Lucius Malfoy; con ella, su corazón se llenaba de ternura y devoción. La amaba profundamente, y su amor lo transformaba, haciéndolo más vulnerable y sensible. Por ella, estaría dispuesto a enfrentar cualquier adversidad, a desafiar a quienes se interpusieran en su camino y a sacrificar incluso su propia felicidad, porque su bienestar era lo más importante en su vida.

—No podemos permitir que le pase nada a nuestro hijo. — dijo, aún algo preocupada.

—Por supuesto— afirmó Lucius, firme y decidido. —Averiguaremos qué es lo que le va a ocurrir a Draco, y lo cambiaremos.

—Gracias, Lucius— murmuró ella, dejando escapar todo el aire que estaba conteniendo.

Desde un rincón, Draco observaba la escena, sintiendo una profunda nostalgia. No recordaba a su padre así de cariñoso, y deseaba recuperar ese sentimiento de protección que él le brindaba hasta el año pasado.

En el sillón de enfrente se vivía una escena tensa y casi familiar. Walburga apretaba la mandíbula con fuerza mientras Orion maldecía a Alicia en todos los idiomas que conocía, su frustración se encontraba a un nivel que no sabía que podía llegar.

—¡No podemos permitir esta humillación!— exclamó Walburga, su voz temblando entre la rabia y la impotencia. —¿Desde cuándo permitimos que una sangre sucia nos hable de esa manera? ¡Esto es un ultraje para nuestra familia!

—Querida, hay que aguantar un poco— respondió Orion, intentando calmarla con voz firme. —Cuando salgamos de aquí, le diremos todo al señor Tenebroso. Nos aseguraremos de que gane en esta guerra.

—¿Y nuestros hijos...?— preguntó Walburga, su tono lleno de rabia mientras miraba a las dos versiones de su hijo mayor. — Sirius es un traidor, y Regulus... no sé si podrá resistir la presión.

—Sirius aún puede cambiar de parecer— replicó Orion, con la esperanza reflejada en su mirada. —Si logramos que nos ayude con información valiosa, el señor Tenebroso podría aceptarlo.

—¿Y si no lo hace?— interrumpió Walburga, sus ojos brillando con indignación. —¿Vamos a dejar que su elección arruine el legado de los Black? No quiero que nuestra familia termine en la mísera historia de unos traidores.

—No lo permitiré— afirmó Orion, decidido. —Aún tiene un lugar en esto. A veces los lazos de sangre son más fuertes que cualquier otra cosa.

—¿Los lazos de sangre?— exclamó ella, levantando una ceja. —¿Y qué hay de los lazos de lealtad? ¿No ves que está eligiendo a los Potter por encima de nosotros? No podemos confiar en él.

—Entiendo tu dolor, pero no tenemos más opción que intentarlo— dijo Orion, tomando la mano de su esposa con fuerza. —Nos aseguraremos de proteger el linaje de nuestra familia, cueste lo que cueste.

Los dos adolescentes con los que compartían el sillón escuchaban atentamente a los mayores, aunque sus miradas estaban distraídas. Uno se concentraba en su hermano mayor que provenía del futuro, buscando en él respuestas a su confusión, mientras el otro contemplaba a la que sería su futura hija, sintiendo una mezcla de asombro y confusión.

Severus la observaba con intensidad, sus cejas fruncidas y su rostro impasible. En su interior, una batalla se libraba entre la negación y la aceptación. Era como si se dijera a sí mismo que Alessandra no podía ser su hija, pero la verdad era innegable: ella era un reflejo claro de él, y para su muy mala suerte también lo era de Anastacia.

De repente, un brillo resplandeciente emergió del pequeño libro que apareció mágicamente en las manos de Alicia. La luz era intensa y vibrante, como si una estrella hubiese descendido para iluminar la sala. Los destellos dorados danzaban en el aire, llenando el espacio con una energía palpable que capturó la atención de todos. A medida que la luz se desvanecía lentamente, Alicia permanecía firme, con determinación en su rostro y un brillo en sus ojos.

—Es hora de continuar— declaró, su voz resonando con una mezcla de autoridad y calidez que tranquilizó, aunque también intrigó, a los que la rodeaban.

James miró a la chica emocionado, su entusiasmo palpable, lleno de esa chispa de aventura típica en él, mientras que Lily, animada, mantenía un brillo en sus ojos que reflejaba su curiosidad innata. Por su parte, Harry comenzó a sudar frío, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de él.

Era consciente de lo que se leería en los primeros cinco libros, pero eso no desviaba su nerviosismo. La idea de las reacciones de todos a su alrededor lo hacía temblar, como una tormenta inminente generando un nudo en su estómago. La atención recayó sobre él, y su corazón latía con fuerza mientras se preparaba para enfrentar lo que estaba por venir.

—Este es el primer libro de siete —anunció Alicia, mirando el libro entre sus manos—. Se titula "Harry Potter y la piedra filosofal".

—¿Y qué es la piedra filosofal? —preguntó Mary, acomodándose en el sillón. Se sentó más cerca de Remus, entrelazando su brazo con el de él, mientras Peter se acomodaba en la esquina, observando con curiosidad.

—Eso se responderá a medida que avancemos en la lectura —respondió Dumbledore con una sonrisa.

—Voy a ser yo quien comience la lectura. ¿Alguien tiene alguna objeción? —cuestionó Alicia, mirando a los sillones del fondo. Nadie se atrevió a protestar—. Bien, el primer capítulo se titula "El niño que vivió".

Todos la miraban expectantes, excepto Harry, que no podía calmarse. Se levantó y se sentó junto a su padrino, quien lo abrazó por los hombros, mientras Tonks mantenía a Remus más calmado. A ninguno de los tres hombres le gustaba lo que estaban a punto de leer; era un recordatorio constante de sus errores pasados y, en el caso de Harry, de su propia vida.

Cuando todos estuvieron cómodos, Alicia comenzó a leer.

—El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o misterioso, porque no estaban para tales tonterías.

La sonrisa de Lily se desvaneció, reflejando la confusión del grupo.

—¿Qué tiene que ver mi hermana y su prometido en todo esto? —preguntó la pelirroja, con voz más baja de lo que pretendía, sintiendo un mal presentimiento.

—Tranquila, pelirroja —la tranquilizó James, aunque él también compartía la inquietud—. Tal vez solo sea para explicar un suceso.

—James tiene razón; en la mayoría de los libros, los primeros capítulos son para establecer el contexto —añadió lunático, intentando aliviar la tensión.

Remus no pudo evitar pensar en lo equivocado que estaba su yo adolescente.

—El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros.

—¿Taladrros? ¿Qué es eso? —preguntó un curioso Arthur, abrazando a su mujer, lo que lograba calmar las pataditas de los bebés.

—Taladros, señor Weasley —corrigieron Hermione y Lily al unísono.

Se miraron por un momento, sonrojándose ligeramente antes de sonreírse mutuamente.

—Es un artefacto muggle que perfora distintos materiales —explicó Hermione, tras recibir la palabra de Lily.

—Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos.

—¿Y así quieren que nos juntemos con esa gentuza? —interrumpió Orión, su voz resonando con desdén, ignorando la amenaza que habían recibido momentos antes.

Todos miraron a Alicia, quien simplemente sonrió y continuó leyendo:

—Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.

Lily abrió los ojos, incrédula. ¡Su hermana siempre había dicho que no quería tener hijos!

—Una plaga más en el mundo —gruñó Lucius, recibiendo un codazo de su esposa que lo hizo callar, aunque su expresión seguía mostrando desprecio.

Lily rodó los ojos, sintiéndose abrumada por la sorpresa y sin palabras para defender a su hermana. Una parte de ella sabía que su hermana no merecía que la defendieran.

James, sintiendo la tensión, deslizó su mano entre la túnica de Lily, acariciando suavemente su cintura para calmarla.

—Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.

Los Potter presentes fruncieron el ceño, intrigados por la mención de su apellido. Euphemia estaba ansiosa por entender la relación entre Lily y su hermana, y por qué se relataba su vida en el libro.

Fleamont, a diferencia de el mejor amigo de su hijo, escuchaba atentamente cada palabra de Alicia, observando las reacciones de su futura nuera con interés.

—Lo único que tienen con los Potter es envidia —comentó Canuto, chasqueando la lengua, su tono lleno de indiferencia.

Harry, disimuladamente, miraba a sus padrinos. Decir que eran la misma persona era una mentira; el que estaba con sus padres no se callaba nunca y era mucho más abierto que el Sirius que tenía a su lado.

Su padre era como siempre lo había imaginado: fuerte, decidido y lleno de vida.

—La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana...

Ese desprecio le dolió a Lily. Aunque había estado acostumbrada a ese trato, no esperaba que el odio continuara. Aún guardaba una pequeña esperanza de que las cosas con su hermana pudieran mejorar.

Sintió una presión en el pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se negó a llorar. No ahora, no frente a ellos.

—Lily, tu no tienes la culpa de nada —susurró James, con su voz suave y reconfortante.

Marlene, siempre atenta, tomó la mano de su mejor amiga, apretándola con ternura.

James se acomodó en el sillón, asegurándose de que Lily pudiera estirarse con más comodidad. Canuto hizo lo mismo, dejando que la rubia se recostara en su hombro mientras ella sostenía la mano de Lily con firmeza.

—Es una idiota por lo que se pierde —dijo Mary desde el sillón de enfrente.

—porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.

James frunció el ceño,con una vena palpitando en su frente. Podía ser arrogante, impaciente o incluso irritante, pero jamás permitiría que lo llamaran inútil.

Los padres de James y varios presentes, incluido Harry, se rieron de su expresión, disfrutando del momento.

El único que parecía convencido del comentario era Severus, con su habitual aire de desagrado.

—Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.

Harry escuchaba atentamente, sintiendo que la frase "El karma es una mierda" nunca había tenido tanto sentido. Su tía Petunia había ignorado a su madre, y él había sido criado en su lugar, aunque no con buena voluntad.

Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en toda la región.

—¿Qué tipos de acontecimientos? —preguntó Molly, con una mezcla de curiosidad y ansiedad.

—¿Tiene relación con Quién-tú-sabes? —siguió Ted, abrazando a su esposa con un gesto protector, sin darse cuenta de que Narcisa lo miraba con desdén.

Nadie respondió, creando un aire de expectación.

El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.

—Debió ser algo importante. Ninguna lechuza vuela tan bajo durante el día —comentó Lunático, mirando a su yo adulto con seriedad.

Remus asintió.

—Siempre tan agudo, Moony —reconoció Sirius, sonriendo con picardía.

Remus se sorprendió; hacía años que no escuchaba ese apodo de Sirius.

—¿Será el fin de la guerra? —preguntaron los gemelos Prewett al unísono, sus ojos brillando de emoción.

A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.

—Qué mala crianza. Ninguno de mis hijos me ha hecho algo así —dijo Molly, mirando a sus siete hijos con incredulidad—. ¿Verdad?

—Es verdad, mamá, ninguno de nosotros fue así —aseguró Bill, sonriendo nerviosamente.

—Nymphadora era una niña relativamente tranquila. —añadió Andrómeda, notando cómo el cabello de su hija se tornaba rojo intenso.

—¡Mamá!

—Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.

Las miradas de los cuatro merodeadores se posaron en la profesora McGonagall, sorprendidos.

—¿Qué hacía ahí, Minnie? —preguntó Canuto, con una sonrisa traviesa.

—Señor Black, no vuelva a usar ese apodo en mi presencia —lo reprendió la profesora, su mirada dura como el acero.

—¿Entonces no lo niega? —continuó James, divertido.

—Señor Potter —la mirada que le dedicó fue suficiente para que él levantara los brazos en señal de rendición.

—¿Profesora, usted es animaga? —preguntaron los gemelos Weasley, con sus sonrisas amplias y curiosas.

Ella no respondió, pidiendo con la mirada a Alicia que continuara la lectura.

—Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.

—¿Qué harías tú en esos lugares, Minerva? —preguntó la jefa de la casa de Hufflepuff, con curiosidad.

—No tengo ni la más mínima idea —respondió, encogiéndose de hombros, mientras los merodeadores la observaban con atención.

—Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos).

—Conozco a alguien que sí —canturreó Peter con una sonrisa burlona.

—El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.

—Se escucha aburrido —comentó Astoria, soltando un bostezo y dejando caer su cabeza en el hombro de Alessandra, quien sonrió con ternura.

—Debo serlo, Tori —respondió Alessandra, acomodándose para que su amiga estuviera más cómoda, disfrutando de la cercanía.

Draco observaba la escena con curiosidad; Astoria y Alessandra parecían más hermanas que Astoria y Daphne, lo que le sorprendía. Sabía que la relación entre Astoria y Daphne era tensa y conflictiva, pero no tenía idea de la profunda cercanía que Astoria compartía con la alumna de séptimo. La conexión entre ellas era evidente, y Draco se preguntaba cómo había surgido esa amistad tan fuerte en medio de las rivalidades familiares.

—Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.

Los profesores se miraron entre sí, alarmados.

—Algo importante debió suceder —susurró Dorcas, llena de curiosidad.

—El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda! ¡Qué valor!

—Es una persona de mente cerrada —murmuró el profesor Flitwick, desconcertado por la actitud del hombre.

James intentaba conectar miradas con sus amigos del futuro, pero no lo lograba. Ambos parecían absortos en sus pensamientos, lo que más alarmaba a James.

—Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.

—La palabra estúpido le queda corta —farfulló Draco desde su asiento con una mueca.

—El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra.

No había duda de que algo grave había sucedido; todos buscaban respuestas en los futuristas, pero nadie cedía. Los más jóvenes creían que habían ganado la guerra y estaban libres de todo mal. Sin embargo algunos como James y Lily miraban a su hijo, temiendo que sus peores miedos se hicieran realidad, Canuto lanzaba miradas fugaces a su hermano, mientras Alice abrazaba a su hijo con fuerza, reconfortándolo.

—La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.

—Vaya mañana —se rieron los gemelos Prewett, disfrutando de la ironía de la situación.

—Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.

Justo cuando Alicia pronunció la palabra "comida", la mesa ovalada detrás de ella estalló en un resplandor mágico, como si un hechizo hubiera despertado un festín de ensueño. Al desvanecerse el brillo, la mesa se transformó en un espectáculo deslumbrante: bandejas de pollo frito dorado, crujiente y humeante, ensaladas frescas con colores vibrantes que parecían bailar bajo la luz, frutas jugosas que prometían dulzura, tartas de calabaza humeantes que llenaban el aire con su aroma especiado, y panes recién horneados que desprendían un irresistible olor a mantequilla. Platos apilados y cubiertos relucían a su lado, listos para ser utilizados.

El irresistible aroma atrajo a varios, quienes comenzaron a levantarse de sus asientos, interrumpiendo la lectura. Los cuatro merodeadores se levantaron con energía, como si un resorte los hubiera impulsado, seguidos uno a uno por los hermanos Weasley, que no podían ocultar su entusiasmo.

—¡Esto se ve delicioso! —exclamó Canuto, sus ojos brillando con emoción y su sonrisa amplia, como un niño en una tienda de golosinas.

La mesa se fue llenando rápidamente con los presentes. Frank, siempre atento, sirvió dos platos repletos de las frutas favoritas de su mujer, además de comida para él y su hijo. A su alrededor, Dorcas y Regulus se encontraban en un rincón, la tensión entre ellos palpable, como si el aire estuviera cargado de electricidad.

—Es extraño encontrarte aquí. —dijo Regulus, tomando un pedazo de pollo, su voz cargada de sorpresa y un toque de indiferencia, como si no pudiera creer que ella estuviera en la misma mesa.

—¿Te refieres a la mesa de comida o a que por fin te dignas a mostrarme la cara? —preguntó Dorcas, con una sonrisa divertida que ocultaba un desafío, sus ojos brillando con una mezcla de burla y curiosidad.

—No sé de qué hablas. —replicó él, evitando su mirada, como si el pollo en su plato fuera más interesante que la conversación. Su tono era defensivo, pero su cuerpo delataba una tensión palpable.

—Eres muchas cosas, Regulus, pero no creo que seas tonto. —dijo Dorcas, acercándose un poco más, su mirada fija en él, como si intentara desentrañar sus pensamientos. La atmósfera entre ellos se volvió densa, cargada de palabras no dichas y emociones reprimidas.

—¿Y qué sabes tú de mí? —respondió Regulus, su voz un susurro desafiante, como si intentara mantener su distancia emocional, pero su mirada traicionaba una chispa de interés.

—Sé más de lo que crees. —replicó ella, manteniendo su postura, su voz firme y decidida—. No puedes esconderte detrás de tu fachada.

Regulus soltó un gruñido de frustración, sintiendo cómo la tensión entre ellos crecía, y finalmente volvió a su asiento, resignado, pero no sin lanzar una última mirada hacia ella, como si la batalla aún no hubiera terminado.

Dorcas sonrió satisfecha; había ganado una pequeña batalla, pero la guerra aún estaba lejos de terminar. Con un aire de confianza, regresó a su lugar, pero no sin antes ofrecer su ayuda a Tonks, que luchaba por equilibrar dos platos en sus manos, mientras Harry, a su lado, llevaba otros dos más.

—¿Segura que no quieres ayuda? —insistió Harry, su tono amable y preocupado, pero la chica lo ignoró por completo, concentrada en su tarea.

Afortunadamente, lograron llegar sanos y salvos al sillón, sin un solo plato roto. Harry, con un gesto de camaradería, le ofreció el segundo plato a su padrino, quien lo aceptó con un suspiro resignado. Tonks, con una sonrisa traviesa, le ofreció el segundo plato a Remus, quien le devolvió una sonrisa cálida y agradecida.

En un lapso de diez minutos, casi todos estaban ya con comida en la mano. A los profesores, la comida apareció mágicamente en sus platos, al igual que a Dumbledore, quien observaba la escena con una sonrisa enigmática.

James, siempre el caballero, se acercó a Lily con un plato en la mano, su mirada llena de picardía.

—Aquí tienes, mi dama —dijo, haciendo una reverencia exagerada que provocó risas a su alrededor—. Y he traído un pequeño regalo: Plumas de azúcar, directamente de la tienda de golosinas.

Lily levantó una ceja, intrigada, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.

—¿Cómo las conseguiste? —preguntó, su curiosidad brillando en sus ojos.

—Un mago nunca revela sus secretos, pelirroja —respondió James, guiñandole un ojo con un aire juguetón—. Pero puedo decirte que involucra un poco de ingenio.

—¿Ingenio, dices? —replicó Lily, cruzando los brazos con una sonrisa desafiante que iluminaba su rostro—. Tal vez deberías compartir tus secretos, así podría conseguir más de estas delicias.

Ambos se acomodaron junto a sus amigos, la chispa de complicidad entre ellos palpable, como si el aire a su alrededor se cargara de energía. La risa y el buen humor parecían fluir naturalmente, creando un pequeño refugio de alegría en medio del bullicio.

Sin que Lily lo notara, James le guiñó un ojo a Alicia, quien, con una sonrisa cómplice, disfrutaba del pequeño juego que se desarrollaba ante sus ojos. La atmósfera estaba impregnada de camaradería, y el ambiente se sentía ligero y divertido.

Alicia, sintiendo que la atención comenzaba a dispersarse, carraspeó varias veces, buscando recuperar el foco de la sala. Con un aire de autoridad que contrastaba con la diversión del momento, anunció que iba a proseguir con la lectura. Todos, obedientes y con una mezcla de curiosidad y expectativa, tomaron asiento, listos para escucharla, mientras la chispa entre James y Lily seguía brillando en el aire.

—Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.

—Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...

—Sí, su hijo, Harry...

Las simples palabras de Alicia congelaron la magia en el aire, casi borrándola por completo.

Lily buscó a Harry con la mirada, asegurándose de que estuviera allí y a salvo. La sonrisa de James se desvaneció rápidamente.

—Tranquila, señora Potter, su hijo está vivo —la llamó Hermione, con su tono calmado y reconfortante.

—Esta vivo.—añadió Ron, intentando aliviar la tensión con su habitual torpeza. — A pesar de todo.

—¿A pesar de todo? —preguntó Lily, su voz temblando de nerviosismo.

Harry se cubrió la cara, al igual que Hermione, mientras Ron comía sin darse cuenta de su error.

—El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido.

—Por lo menos se da cuenta. — Repuso Ginny sarcásticamente, sacando una débil sonrisa a Harry.

Molly los miro curiosa, igual que James, pasando la mirada de Ginny a Harry lentamente, analizando la situación.

—Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que tenían un hijo llamado Harry.

—Ciertamente... somos la única familia que se apellida así —comentó Fleamont, riendo.

—Y normalmente siempre tenemos un primogénito... —se encogió de hombros Euphemia, con una expresión de complicidad.

—Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana.

—Hervey Potter. Bonito, ¿no te parece, Fred? —bromeó George, con una sonrisa traviesa, disfrutando de la confusión de Harry.

—¡Hervey Potter! —repitió Fred, riendo—. Suena como un mago de segunda categoría. ¡Imagina su varita!

—Extravagante, George. ¿No te gusta tu nuevo nombre, Harvey? —se burló George, haciendo gestos exagerados como si estuviera presentando a un famoso.

—Ni se les ocurra —amenazó Harry, cubriéndose la cara de vergüenza, aunque no podía evitar sonreír ante la ocurrencia.

—No le queda —continuó Ron, riendo mientras se inclinaba hacia adelante—. No le va a la cara.

—¿Y si mejor Harold? —interrumpió Bill desde el otro lado, con una expresión de diversión—. Mmm... tampoco le queda.

—No, tiene cara de Harry —aseguró Ginny, riendo junto a Hermione, disfrutando de la broma mientras Harry intentaba mantener su dignidad.

—¡Vamos, Harry! —exclamó Fred—. ¡Con un nombre como ese, podrías ser el próximo gran mago!

—O el próximo gran chiste —añadió George, provocando más risas en el grupo mientras Harry se rendía ante la inevitable diversión de sus amigos.

Lily y Molly observaban la escena con ternura.

—Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...! Pero de todos modos, aquella gente de la capa...Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

Mary soltó un suspiro de exasperación, su frustración palpable.

—¡La próxima vez que me cruce con esa morsa, le daré una buena lección! —murmuró, apretando los puños.

—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo.

Harry levantó la cabeza de golpe, asustando a su padrino, quien lo miró con preocupación.

—¿Qué ocurre, cachorro? —preguntó, alarmado, notando la tensión en el aire.

—Nunca lo había escuchado decir "Perdón" en quince años —murmuró Harry, perplejo, sintiendo que la situación se tornaba surrealista.

—Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:

—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!

Un profundo silencio reinó en la sala, como si el tiempo se hubiera detenido.

La incredulidad se apoderó de todos. Nadie podía procesar lo que acababan de escuchar. A los pocos Slytherin presentes, especialmente Regulus y Severus, les cayó como un balde de agua fría. Regulus sintió una picazón en su antebrazo izquierdo bajo la tela de su uniforme.

Molly miraba a su familia con una mezcla de esperanza y asombro, abrazando a su marido con lágrimas de alegría en los ojos.

—¿Es posible? —susurró, su voz temblando de emoción—. ¿Realmente ha sucedido?

Mary, incapaz de contener su alegría, dio un salto y, en un arrebato de felicidad, besó a Remus, quien se quedó paralizado por la sorpresa.

—¡No puedo creerlo! —exclamó, su rostro iluminado—. ¡Es un nuevo comienzo!

Peter, aturdido por la repentina explosión de alegría, se cayó del sillón, su rostro reflejando el asombro colectivo.

—¿Qué está pasando? —preguntó, mirando a su alrededor con incredulidad.

Los profesores se miraban entre sí, buscando una confirmación en su director, quien permanecía en silencio, su expresión seria y contemplativa.

—¡Esto es una mentira! —retumbó la grave y furiosa voz de Orion, resonando en toda la sala—. ¡Nadie puede derrotar al señor Tenebroso!

Lucius, aunque en silencio, apretaba el sillón con tal fuerza que sus nudillos se tornaron blancos, su mandíbula tensa como un arco, reflejando su incredulidad y rabia contenida.

—¿Cree que reuní a todas estas personas solo para decir mentiras, señor Black? —preguntó Alicia, su voz firme y decidida, desafiando la incredulidad que flotaba en el aire.

—Qué conveniente para ustedes —replicó Lucius, su tono cargado de desdén.

—Es verdad, padre. El señor Tenebroso va a caer —habló Draco con voz profunda, su mirada aburrida contrastando con la agitación que lo rodeaba.

Ante esa confirmación, la mayoría estalló en gritos de alegría, abrazos y risas, como si una carga pesada se hubiera levantado de sus hombros. Sin embargo, James, Lily, Alice y Frank permanecieron en un estado de alerta, sus corazones latiendo con desconfianza.

—No puede ser tan simple —murmuró Lily hacia James, su mirada fija en el rostro de Harry—. Algo en mi interior me dice que esto es solo el comienzo de algo mucho más complicado.

Lily no sabía cuánta verdad cargaban sus palabras.

—Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó.

—El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle , no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación). —Continuo leyendo Alicia.

—¿Eso es siquiera posible? —preguntó Hannah, con una mezcla de incredulidad y desdén.

—Sería una gran ventaja para evitar que nos descubran —razonó Katie, dirigiendo una mirada a Angelina, que parecía completamente perdida—. Piénsalo, si nunca han considerado que existe la magia, sería muy poco probable que llegaran a esa conclusión.

—Tienes razón, eso podría funcionar —respondió Hannah, comenzando a captar la idea.

—Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.

—¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta. El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa.

—Bueno, si antes tenía miedo, ahora ya no —se burló Ron, mirando a la profesora con una sonrisa traviesa—. Solo a McGonagall le queda bien mirar con esa severidad en forma de gato.

—Es como si un gato te estuviera dando una lección —murmuró Oliver entre risas, disfrutando del momento.

—La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.

—Parece que ese niño va a ser un verdadero desafío —dijo Ted, abrazando a su esposa con una mezcla de preocupación y cariño.

—Cariño, el niño no tiene la culpa —respondió Andromeda, dándole suaves masajes en los hombros—. Todo depende de la crianza. Si no le pones límites, terminará así. Si le dices a tu hijo que odie algo, lo más probable es que lo haga por el resto de su vida, hasta que alguien le muestre lo contrario.

Lo último lo dijo con una mirada significativa hacia su hermana.

—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso. Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?

—Debe haber un gran revuelo entre los magos —comentó Gideon, totalmente intrigado.

—Hemos estado en guerra durante ocho años, hermano —continuó Fabian, con un tono reflexivo—. Y no sabemos cuántos años han pasado hasta el capítulo que estamos escuchando.

—Si mencionaron a Harry, es porque ya nació; debe ser alrededor de 1980 —intervino Lily, cuestionando la relación de su hijo con todo eso.

—Hasta 1980 son diez años en guerra, si no más —comentó Lunático, pensativo, mientras se cruzaba de brazos.

Los de la primera generación miraron a la lectora con curiosidad, pero ella solo siguió leyendo, inmersa en la historia.

—Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.

—No me sorprendería que, justo el día en que derrotemos a Quien-tú-sabes, los Muggles nos descubran —bufó Minerva, con ironía.

—Es comprensible, profesora —asintió Molly—. Han sido más de diez años de guerra, viviendo escondidos y aterrados. Es un motivo de celebración, pero creo que los fuegos artificiales fueron un poco excesivos.

—Algo me dice que fue Mundungus —resopló Alice, cruzándose de brazos, claramente molesta.

—No, no lo creo —rebatió Frank, abrazando suavemente a su esposa por la cintura—. Tengo la corazonada de que es Dedalus Diggle.

—¿Y qué tiene que ver todo esto? —cuestionó Dorcas, girándose para mirarlo—. Estoy de acuerdo con Alice, lo más probable es que sea Mundungus.

—¿Apuestas? —preguntó él, sonriendo con picardía—. Cinco galones.

—Acepto.

—El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los Potter... La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.

—Vaya, parece que si sabe pensar. —comentó Alessandra, con una sonrisa burlona que no ocultaba su diversión.

—Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?

—Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.

Lily cerró los ojos, sintiéndose un poco herida. Todo sería más fácil si no le importara lo que pensara su hermana.

—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?

—Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro...

—¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley

—Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes... su grupo.

—Se refiere a la gente mágica —explicó Lily, notando la confusión en varios rostros—. Prefiere evitar la palabra "magos".

—La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:

—El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?

—Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.

—¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?

—Cada vez tenemos más nombres curiosos —continuó George, riendo—. Howard Potter suena interesante, ¿no?

—Howard Potter, el niño que... —comenzó Fred, pero no pudo terminar debido a un empujón de Alessandra, quien le lanzó una mirada de advertencia y señaló a Lily.

—¿El niño que, Fred? —preguntó Lily, con voz firme y amenazante, dispuesta a desentrañar cualquier secreto. Detestaba la sensación de que le ocultaran algo.

A George le recordó a su madre, y sintió un escalofrío.

—Nada, señora Potter —respondió el pelirrojo, sonriendo y fingiendo inocencia bajo la atenta mirada de Lily, que lo observaba con desconfianza.

—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.

—Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.

La risa de Draco resonó en el lugar, corta pero burlona, como si disfrutara de la incomodidad ajena.

—Bueno, al menos en algo coincidimos —dijo, esbozando una sonrisa que, aunque burlona, le pareció atractiva a una pelinegra sentada al lado de Alessandra.

—Lo de lindo también lo tiene de idiota —murmuró Alessandra a Astoria, quien asintió con complicidad.

—Es mejor llamarse Harry que Draco, ¿no te parece? —replicó Ron, mirando fijamente a Draco—. O mejor dicho, pequeño Dragón.

Draco se sonrojó intensamente, su rostro ardía mientras evitaba la mirada de los demás, frunciendo el ceño con desagrado.

—No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera esperando algo.

—Debe ser algo muy significativo si has estado ahí todo el día, Minerva —le comentó el profesor de pociones, con un tono de curiosidad.

—Y vaya que paciencia —reconoció la profesora Sprout, admirando la dedicación de su colega.

La profesora McGonagall se encogió de hombros, aunque no podía negar que la curiosidad la consumía por dentro.

—¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de unos... bueno, creía que no podría soportarlo.

—¿Tú también te estás tentando, pelirroja? —susurró James en su oído, provocando que la piel de Lily se erizara ante su cercanía.

Le encantaba que James pudiera adivinar lo que pensaba, como si compartieran un secreto.

—Así es —asintió ella, con una sonrisa traviesa que delataba su complicidad.

—Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...

—¡Qué equivocado estaba!

Harry observaba con atención cómo la expresión de su madre se desfiguraba al escuchar aquellas palabras. Aunque su enfado le resultaba tierno, una punzada de preocupación le atravesaba el pecho; sabía que pronto vendría la parte más complicada. Lo que más deseaba en ese momento era abrazarlos, estar allí como Neville con sus padres, pero también comprendía que había tiempo para eso.

—El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche.

—Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.

—Un mago... ¿Pero quién puede ser?

—Se lee como alguien importante —interrumpió Ted, sin preocuparse por interrumpir a Orion Black, quien lo miraba con odio, como si quisiera asesinarlo con la mirada.

—Puede ser Dumbledore —sugirió Canuto, con esperanza en su voz.

—Es el director Dumbledore —corrigió Lily, mirando al director, quien sonreía con una calma que contrastaba con la tensión del momento—. Y sí, podría ser él.

—¿Por qué vendría el director a ese barrio? —intervino Peter, frunciendo el ceño, su desconfianza evidente.

—Si se callan, tal vez lo descubran —siseó una voz desde el fondo, llena de enojo. Lily lanzó una mirada fulminante hacia Severus, sintiendo que la tensión aumentaba.

—En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.

Albus se tocó la nariz sutilmente y se volvió hacia Minerva con una expresión de confusión.

—¿Se me ve torcida la nariz? —preguntó, su voz llena de incertidumbre. Minerva lo miró fijamente, y tras unos segundos, desvió la mirada, como si no supiera qué decir.

—Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:

—Debería haberlo sabido.

—Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador, hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.

—¿Eso existe? —preguntó Arthur, con los ojos brillantes de curiosidad, mientras los demás merodeadores lo miraban fascinados.

—Así es, señor Weasley.—respondió Dumbledore con una calma serena, una leve sonrisa en su rostro—. Es un invento mío de hace muchos años y ha demostrado ser muy útil en diversas ocasiones.

—¿Podemos verlo? —preguntó Peter, casi saltando de emoción, reflejando la curiosidad de todos en la sala.

Incluso Remus y Sirius, conocidos por su seriedad, mostraban un atisbo de intriga en sus rostros.

—Tal vez en otra ocasión —dijo Dumbledore, con un tono que dejaba entrever que había más sorpresas por venir.

—Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.

—Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.

—¡Si era usted Minnie! —exclamaron James y Canuto al unísono, dando un pequeño brinco y señalando a la profesora con un dedo acusador.

—Pensé que ya era obvio —murmuró Hermione, con una sonrisa divertida, mientras cruzaba los brazos y miraba a sus amigos con complicidad.

—Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.

—¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.

—Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.

Minerva miró al director completamente indignada.

La sala estalló en risas, con algunas excepciones. Los merodeadores soltaron una gran carcajada que resonó en todo el comedor, llenando el ambiente de una alegría contagiosa. En contraste, los demás rieron de manera más contenida. Remus no pudo evitar que una sonrisa se le escapara, y Harry notó cómo la comisura de Sirius se levantaba ligeramente. Sin embargo, estaba seguro de que no sonreía por el chiste; su mirada estaba fija en James y Lily, así como en Marlene, con una intensidad que revelaba un profundo anhelo.

Los ojos de Sirius brillaban con una mezcla de nostalgia y deseo, como si en ese instante estuviera reviviendo recuerdos que lo llenaban de calidez y tristeza a la vez. Harry comprendió que su padrino deseaba, con todo su ser, volver a abrazar a quien había sido su mejor amigo y, más que eso, su hermano. La conexión entre ellos era palpable, un lazo que trascendía el tiempo y la pérdida, y Harry sintió un nudo en la garganta al imaginar el dolor y la alegría que coexistían en el corazón de Sirius en ese momento.

—Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.

—¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.

La profesora McGonagall resopló enfadada.

—Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.

Frank sonrió con satisfacción y extendió su mano hacia Dorcas, quien, con una mueca de resignación, rebuscaba en su bolsillo.

—¿Cómo lo supiste? —preguntó, sorprendida, mientras le pasaba los cinco galeones con un gesto de rendición.

—En la última misión de la Orden, revisé un caso en Kent y allí me lo encontré —respondió Frank, guardando las monedas con una sonrisa triunfante—. No fue difícil unir las piezas; además, él tiene la mala costumbre de actuar sin pensar en las consecuencias.

—Eres un tramposo —refunfuñó Dorcas, cruzando los brazos y mirándolo con una mezcla de reproche y diversión

—No es hacer trampa, es simplemente ser astuto —replicó Frank, guiñandole un ojo con diversión—. A veces hay que jugar con las cartas que te dan.

Alice, que había estado observando la interacción con una sonrisa, se acercó y le dio un ligero beso a su esposo.

—Bien hecho, amor —dijo, su voz llena de cariño y admiración.

Fleamont negaba repetidamente, sin comprender las acciones de su amigo Dedalus, mientras su esposa lo sostenía de los hombros, riendo suavemente.

—No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...

—Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se pone la ropa de los muggles, intercambia rumores...

—Once años de guerra... —balbuceó Gideon, su voz temblando con la carga de los recuerdos.

—¿La guerra se acabó cuando Harry tenía un año? —interrumpió James, su tono firme y decidido, como si estuviera afirmando una verdad innegable.

—Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.

—Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros. Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?

Harry hizo una mueca, sintiendo el peso de las miradas de sus padres, Ron y Hermione, que lo observaban con preocupación.

"Si supieran..." pensó con amargura, evitando las miradas inquisitivas de su generación. La mayoría en la habitación ya creía en él, y algunos nunca dudaron. Sin embargo, aún le molestaba recordar cómo, en su momento, había sido visto como un mentiroso que solo buscaba atención. Fue solo la mirada de Alicia, llena de determinación, la que desvió la atención de todos hacia otro tema.

Alicia volvió su mirada al libro, fingiendo que no había desafiado a nadie con su mirada. Con una inocencia casi palpable, continuó leyendo, sumergiéndose en las páginas como si el mundo a su alrededor no existiera.

—Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer. ¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?

—¿Un qué?

—Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me gusta mucho.

—No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...

—Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien-usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo para temer pronunciar el nombre de Voldemort.

Pocas personas en la sala se espantaron al escuchar el nombre mencionado, entre ellas los cuatro profesores y varias chicas de la segunda generación. Harry solo rodó los ojos, sintiendo la incomodidad en el aire.

—Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.

—Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.

—Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.

—Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.

La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.

—Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?

Todos prestaban atención, incluso los Malfoy, que miraban a Alicia con una mezcla de curiosidad y desdén. Ella hizo una pausa maliciosa para tomar un sorbo de una lata morada que decía "Score", buscando calmar sus propios nervios.

—Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad. Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.

Harry supo que venía la parte difícil cuando Alicia lo miró con comprensión, buscando su permiso para seguir leyendo. Aunque ella podía continuar sin problemas, sabía que podía borrar los recuerdos si Harry no se sentía preparado. Sin embargo, en el fondo, sabía que esto era lo que él quería, así que no le sorprendió cuando él asintió con la cabeza, un gesto tan sutil que solo ella lo vio.

—Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric. Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.

Alicia leyó lentamente, tratando de evitar la parte final, en apenas un susurro.

La expresión de Sirius y Remus se oscureció aún más, mientras los merodeadores más jóvenes quedaron paralizados, como si el tiempo se hubiera detenido en un instante de horror. James detuvo abruptamente las caricias que le daba a la pelirroja, quien, aunque no lloraba, buscaba la mirada de su hijo con una desesperación que le desgarraba el alma.

—No... por favor, dime que no es cierto —la voz rota de Canuto resonó en la sala, un eco de angustia que hizo que todos se giraran hacia él. Se levantó con cuidado para no lastimar a Marlene, su mirada suplicante imploraba a su versión mayor que lo negara—. ¡Dime que mi mejor amigo no está muerto! —gritó al llegar a su lado, agarrándolo del cuello de la camisa con una mezcla de rabia y miedo, como si aferrarse a él pudiera cambiar la realidad.

Sirius no lo miró ni hizo un gesto de defensa, lo que enfureció aún más a su versión menor. Harry y Remus intentaron calmar a Canuto, pero sus esfuerzos eran en vano, como si las palabras se desvanecieran en el aire pesado de la habitación.

—¿¡Dónde estabas tú?! —volvió a gritar, su voz atropellándose mientras las lágrimas comenzaban a caer, cada palabra cargada de dolor y desesperación—. ¡¿Por qué no estuviste con él?!

Sólo unos brazos lograron que soltaran a Sirius, y fue James, quien lo tomó por detrás y lo giró para quedar cara a cara, sosteniéndolo por las mejillas con una firmeza que transmitía amor y preocupación.

—Canuto... eres mi hermano, y pase lo que pase, siempre lo serás —James lo miraba fijamente a los ojos, su voz suave pero intensa, como un ancla en medio de la tormenta—. Si ella está aquí, es para que cambiemos todo, ¿está bien? No me voy a ir, estoy aquí —señaló a Alicia, su mirada llena de determinación, y luego tomó la mano de su mejor amigo, que aún parecía un fantasma—. Nada de lo que haya ocurrido es tu culpa. No lo olvides.

Lo abrazó con fuerza, y Canuto  correspondió el abrazo, pero la mirada de James seguía fija en la versión mayor de su amigo, dejando claro que esas últimas palabras eran para él.

Lily estaba abrazada por Marlene y Mary, sintiendo el calor y la cercanía de sus amigas, pero su mente estaba en otro lugar. A pesar de las lágrimas en los ojos de Alice, su mirada se centraba en su hijo, a quien nunca había tenido cerca. La mezcla de amor y anhelo la invadía, un profundo deseo de protegerlo y abrazarlo, un sentimiento que había estado ausente en la vida de Harry. El primer abrazo que él sintió de ella había sido hace solo unos minutos, y ese pensamiento la estaba atormentando.

Euphemia lloraba en los brazos de su esposo, quien la consolaba sin apartar la mirada de su hijo, su preocupación palpable, como si cada lágrima de su esposa fuera un reflejo de su propio miedo.

Nadie pareció notar la sonrisa de satisfacción de Orion y Walburga, ni la mirada llena de rabia de Severus, que observaba la escena con una mezcla de desprecio y dolor, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor mientras los demás encontraban consuelo en la unión.

—Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.

—Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...

—Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.

—Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.

Muchas cosas sucedieron a la vez; Alicia apenas continuó la lectura cuando un grito la hizo callar. Severus, consumido por la ira, se levantó de un salto y avanzó con determinación hacia los merodeadores, que ya se habían separado del abrazo. Con un movimiento rápido y lleno de rabia, lanzó un puñetazo que derribó a James al suelo. La sorpresa lo tomó desprevenido, y el golpe resonó en la sala, dejando a James aturdido, con el labio roto y sangrando. El dolor físico se sumó a la confusión y el miedo que lo invadían.

—¡Por tu maldita culpa, Lily va a morir! —gritó Severus, su voz cargada de veneno y desesperación, mientras los merodeadores más jóvenes intentaban contenerlo. La rabia lo consumía, y su cuerpo se movía con desesperación, buscando liberarse de su agarre—. ¡No solo me quitaste lo que más amaba, sino que ahora también le vas a arrebatar la vida! ¡Eres un maldito cobarde!

—¡Depulso! —exclamó Alessandra, apuntando hacia su padre. El hechizo lo lanzó hacia atrás, pero fue detenido por un conjuro de Regulus, quien lo atrapó en el aire, evitando que se estrellara contra la pared.

El trío de oro observaba la escena con asombro, incapaces de procesar la intensidad del momento. La tensión en el aire era palpable, un torbellino de emociones que los envolvía.

Lily, con el corazón en un puño, corrió hacia James, las lágrimas brotando de sus ojos. Lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo él escondía su rostro en su cuello, su cuerpo temblando mientras él lloraba en silencio. La culpa lo invadía; la mujer que siempre había amado iba a morir, y lo más probable es que fuera por su imprudencia. Su hijo de un año quedaría huérfano, y por eso parecía tener más conexión con Sirius que con cualquier otra persona en la sala. Él había notado cómo Harry buscaba consuelo en su mirada, cuando podría haber sido él quien lo ofreciera. Y ese pensamiento lo desgarraba por dentro.

Los profesores se levantaron rápidamente, pero la mano de Alicia se alzó, deteniéndolos con firmeza.

—James, si necesitas salir, puedes hacerlo —dijo Alicia con una calma que contrastaba con la tensión del momento. Sin embargo, él negó repetidamente, su mirada llena de conflicto—. Está bien, y muchas gracias, Alessandra.

—Un placer —respondió ella, volviendo a sentarse con una sonrisa comprensiva.

Lily se separó ligeramente de James, uniendo sus frentes con ternura, buscando conectar en medio del caos.

—No es tu culpa, sabes que no es tu culpa —habló ella con voz suave, su mirada llena de amor y comprensión—. Si luchamos por proteger a Harry, también fue decisión mía. Sé que nunca abandonarías a tu familia, y yo tampoco a las personas que amo —susurró cerca de sus labios, su corazón latiendo con fuerza. James la miró con asombro, como si sus palabras fueran un bálsamo para su alma—. Porque te amo, James Potter, con cada célula de mi ser, y no podría estar más feliz con mi decisión de formar una familia contigo. — Se acercó lo suficiente para besarlo; fue un beso delicado, aunque James se quejó ligeramente por el ardor en su labio, mientras Lily sentía el sabor metálico de la sangre.

—Y yo a ti, futura señora Potter —murmuró en un breve instante de separación, sus ojos brillando con devoción antes de volver a besarla, ignorando el ardor.

Al finalizar el beso, Lily lo ayudó a levantarse, y juntos se acercaron a Harry, abrazándolo con todo su amor.

—Te amamos, Harry —dijo Lily con una dulzura maternal, dándole un pequeño beso en la frente.

—¿Te gustaría sentarte con nosotros, cachorro? —preguntó James, su voz llena de calidez.

—Aún no, papá, pero pronto podré —respondió Harry, su rostro iluminado por una sonrisa. Los abrazó nuevamente, sintiendo la calidez de sus padres antes de que ambos regresaran a su lugar. Nunca se cansaría de esos abrazos que lo hacían sentir seguro y amado.

Cuando James y Lily volvían a sus asientos, pasaron junto a los padres de James. Fleamont recibió a la pelirroja con un abrazo paternal, su rostro reflejando orgullo y cariño, mientras que Euphemia acariciaba la cara de James con ternura. Él le dio un beso en la frente, asegurándole que estaba bien, y cuando ella se tranquilizó, volvieron a su lugar, sintiéndose más unidos que nunca.

—La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.

—Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. Pero no pudo. No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.

—Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Un niño de un año venció al señor tenebroso? —exclamó Lucius, incrédulo.

Dorcas miraba a Harry con los ojos como platos, mientras Molly y Arthur intercambiaban miradas de asombro.

—Este chico tiene más sorpresas de las que imaginas —se rió Fabian, dándole palmaditas en la espalda a Harry, quien apenas podía contener las ganas de vomitar.

Ron y Hermione no podían contener la risa.

—¿Cómo es posible que un niño de un año haya derrotado al mago más tenebroso de todos los tiempos? —preguntó Andrómeda, con una mezcla de desconfianza y asombro.

—¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?

—Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo sepamos.

La mirada de Dumbledore transmitía a Remus y Sirius que, mientras disfrutaba de un caramelo de limón, ya conocía la respuesta. Y no eran los únicos que lo sospechaban.

La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas. Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:

—Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?

—Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.

—He venido a entregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le queda ahora.

Harry quería arrancarse los pelos de la frustración y bufó, completamente molesto. ¿En qué cabeza cabía semejante tontería? Al parecer, en la de su director. Irónicamente, Lily estaba casi igual, con una expresión de incredulidad en su rostro.

—Con todo el respeto, profesor —comenzó James, el tono de su voz cauteloso pero firme—, ¿está seguro de que está bien? ¿No hay alguna enfermedad mental que lo haya llevado a tomar una decisión tan absurda?

—¡James Potter! —gritó Euphemia, pero su hijo la ignoró olímpicamente, decidido a defender su punto.

—Además, ¿cómo que la única familia? —continuó James, cruzando los brazos—. Sirius es más que capaz de cuidar a mi hijo. —Desestimó las muecas de ambos Sirius y Lily con un gesto de la mano—. También tenemos a Marlene y Mary, que serían mamás excepcionales. —Las mencionadas sonrieron, animadas por el apoyo—. Y en casos extremos, está Dorcas; puede ser un poco torpe, pero tiene buen corazón. —La chica lo miró ofendida, pero no pudo evitar sonreír—. ¡Incluso a Alice o Frank!

—Y no olvidemos a Remus o Peter —añadió Lily, casi con desesperación, sintiendo que la situación se salía de control.

—Me temo que esa es una decisión de mi yo del futuro, señores —respondió Dumbledore con una calma.

—¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!

—Nunca estuve tan de acuerdo con usted, profesora —intervino Harry, por primera vez, su voz llena de indignación.

—Yo también estoy de acuerdo con mi hijo, Minnie —añadió James, apoyando a Harry con determinación.

A la profesora le dio un escalofrío al notar el parecido entre ambos; tenía la sensación de que Harry era tan revoltoso como James en su infancia.

—Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.

—Sin ofender, señor director —saltó Molly, visiblemente molesta—. ¿De verdad cree que puede explicar todo en una simple carta?

—No lo dudo, señora Weasley —respondió él con una sonrisa que, aunque amable, comenzaba a abrumar a varios.

—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.

—Ahí está la razón, Harry —explicó Hermione, notando el enfado de su mejor amigo—. Sería demasiada fama y presión para un niño que tendría que vivir con eso toda su infancia.

—Preferiría eso a lo otro —respondió él, cortante, sintiendo que su voz se alzaba con frustración.

La chica no dijo nada más, solo sonrió apenada al director, sintiendo la tensión en el aire.

—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?

—La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:

—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.

—Qué ocurrencias, profesora —rió Dumbledore, al igual que varios, pero ella solo bufó, sintiéndose frustrada.

—Hagrid lo traerá.

—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?

—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.

—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?

—Si pasa algo más, me dará un infarto —murmuró Lily, llevándose las manos al pecho, donde sentía latir su corazón con fuerza.

—Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.

—La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.

—Era un bebé bastante tierno —dijo Sirius con su voz ronca, una sonrisa amplia iluminando su rostro mientras recordaba al pequeño Harry. Su tono era juguetón, como si estuviera hablando de un adorable cachorro.

—Y también era muy cachetón —añadió Remus, riendo suavemente. Su mirada era cálida y nostálgica, recordando la época más feliz de su vida.

Ninguno dijo nada más, pero por primera vez desde su llegada, conectaron sus miradas con sus mejores amigos. Harry se sonrojó hasta la raíz del pelo, sintiendo la calidez de la atención.

—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?

—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.

—¿No ha habido problemas por allí?

—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzarán a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.

—¿Voy a tener una moto? —gritó Canuto, emocionado, sin notar las miradas cómplices entre Marlene y James.

—Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.

—¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.

—Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.

—¿No puede hacer nada, Dumbledore?

—Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres. Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.

—Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley.

Fred y George hicieron una mueca de asco.

—¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid. Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.

—¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles !

—Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se limpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles ...

—Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos —susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos. Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto.

El silencio se apoderó de ellos hasta que Alicia decidió romperlo.

—Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.

—Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.

—Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius. Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.

—¿Lo van a dejar ahí solo? —preguntó Molly, con los ojos como platos, acariciándose el vientre mientras miraba preocupada a Harry. Su voz temblaba con la ansiedad de una madre.

—Mamá... —la llamó Bill, pero ella ya estaba llorando—. Harry está bien, tranquila.

Molly se dejó caer en los brazos de su esposo, las hormonas del embarazo la ponían muy sensible.

Lily estaba igual en los brazos de James, con la mirada perdida mientras jugaba con sus dedos, sintiendo el peso de la tristeza.

—Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.

—Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.

—Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.

—Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.

—La iba a necesitar... fueron once años muy largos —murmuró el azabache mientras tapaba su cicatriz con el fleco.

Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo, sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley. No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».

Terminó de leer Alicia, levantando la mirada para observar a todos los presentes.

Lily era abrazada por James, ambos reconfortándose mutuamente, mientras Sirius recargaba su cabeza en las piernas de Marlene, un poco menos hiperactivo que al comienzo. Remus no despegaba la mirada de su versión mayor y Tonks, mientras Peter trataba de consolar a Mary, quien aún parecía afectada por la noticia. Molly lloraba en los brazos de su esposo, rodeada por sus siete hijos, dándoles su cariño. Severus había vuelto a su asiento, totalmente humillado y enojado. Los Black y Malfoy no hablaron en ningún momento, Alessandra conversaba con Astoria, Oliver con Katie y Angelina, mientras que Hannah establecía una conversación con Alice. Dorcas miraba de reojo a Regulus, cruzándose de brazos, mientras el matrimonio Potter hablaba entre ellos y Harry se acercaba a donde estaba Hermione.

Aunque no lo parecía, todos se veían un poco afectados por la lectura.

—Hermione... disculpa por cómo te hablé —se disculpó Harry, sentándose a su lado. Ella le sonrió con ternura, su mirada llena de comprensión.

—No te preocupes, sé que es un tema complicado —reconoció ella, mirando a Ron con sus hermanos—. Solo que a veces no sé cuándo callar...

—Ey, así no serías la gran Hermione Granger —le dio un pequeño golpecito en el brazo, provocando que ella riera suavemente.

—Bien, empecemos con el capítulo dos... —La voz de Alicia resonó con fuerza—. ¿Alguien que quiera leer el capítulo dos? —Nadie levantó la mano—. ¿Nadie? Bien, tendré que decidir yo, el próximo en leer será...

•••
¡Buenas noches, queridos lectores! Aquí están las primeras reacciones, y estoy muy emocionada. Espero que les guste; traté de capturar las reacciones como creo que lo harían. Me encantaría que comenten qué les parece, si sienten que no estoy reflejando la personalidad de los personajes, si es muy serio o necesita humor, o cómo les gustaría que reaccionaran. ¡Hasta la próxima!

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