Capitulo Cuatro: "Las cartas de nadie."
Los minutos avanzaban con una lentitud inquietante. El libro permanecía suspendido en el aire, inmóvil, lo que generaba una creciente tensión entre los presentes.
-¿Es normal que no se mueva? -preguntó Bill, lanzando una mirada curiosa hacia Alicia.
Alicia, que hasta entonces había permanecido con los ojos cerrados, los abrió con serenidad. Una tenue luz destelló en sus pupilas mientras primero observaba a Bill y luego al libro, que vibraba levemente en el centro de la sala, como si aguardara algo.
-Parece que el libro está esperando el momento adecuado -dijo con voz serena-. Quizás ustedes también deberían tomarse un respiro.
Con un leve gesto de su mano, las enormes puertas del salón se abrieron con un suave crujido, revelando el imponente castillo más allá. Las luces cálidas de los candelabros flotantes iluminaban las paredes de piedra, creando una atmósfera a la vez acogedora y misteriosa.
-Tienen media hora -añadió Alicia-. Estiren las piernas, exploren si lo desean. Pero no se preocupen, encontrarán el camino de vuelta sin problemas.
Tonks fue la primera en levantarse, estirando los brazos con una sonrisa juguetona. Sus movimientos ligeros parecían contagiar a los demás, que poco a poco se incorporaban también.
-¡Necesito moverme! -exclamó, mirando a su alrededor antes de fijarse en Remus y Sirius, quienes aún permanecían sentados con los brazos cruzados-. ¿No les gustaría explorar un poco?
Sirius negó con la cabeza; su mirada reflejaba un profundo cansancio.
-No tengo muchas ganas, sobrina -respondió con una media sonrisa cargada de fatiga.
-Quizás en otro momento -añadió Remus, con tono amable pero distraído.
Tonks frunció ligeramente el ceño, pero pronto se encogió de hombros, sonriendo con resignación. Se giró hacia su madre, quien ya se había levantado y observaba el lugar con curiosidad.
Mientras tanto, al otro lado de la sala, James se levantó con rapidez y se posicionó frente a Lily y Harry, quienes lo miraban expectantes.
-Vamos a pasar un rato en familia -dijo con una sonrisa, rodeando la cintura de Lily con un brazo y levantándola con facilidad. Luego, le tendió la mano a Harry-. No hay tiempo que perder.
Harry tomó la mano de su padre, y en un movimiento ágil, James lo alzó en el aire. Juntos, se dirigieron hacia la puerta, seguidos por Ron, Hermione y Ginny.
-¿Vamos, rubia? -preguntó Canuto, inclinándose ligeramente hacia Marlene. Una sonrisa traviesa iluminaba su rostro y sus ojos brillaban con picardía.
-Ve tú -respondió ella con dulzura, jugueteando con un mechón de su cabello-. Tengo algunas cosas que hacer.
Sirius se encogió de hombros con su aire despreocupado, sin soltar a Marlene, rodeándola con un brazo. Ella lo miró divertida, esperando el comentario que sabía que no tardaría en llegar.
-No hagas ninguna imprudencia, rubia -susurró cerca de su oído, su tono bajo pero con un toque de humor. Aunque sus ojos delataban que hablaba en serio.
Marlene sonrió de lado, ladeando la cabeza para mirarlo directamente.
-¿Yo? -respondió con fingida inocencia-. Creí que el imprudente aquí eras tú, Black.
Sirius arqueó una ceja sin soltarla. Con un dedo, trazó pequeños círculos en su espalda, desafiándola en silencio.
-Lo soy, pero siempre cuido de los que me importan -dijo, su voz más suave, aunque sin perder el tono provocador. Entonces, sin darle tiempo a responder, la besó.
El beso fue rápido, pero cargado de intensidad, como si quisiera recordarle lo que ella significaba para él. Marlene correspondió sin dudar, sus manos descansando sobre su pecho, sintiendo el latido acelerado de su corazón. Al separarse, Canuto mordió suavemente su labio inferior, provocando una respuesta inmediata en ella.
Marlene rió suavemente y le dio un leve empujón en el pecho, fingiendo irritación.
-Siempre con tus trucos, Black -dijo, rodando los ojos, aunque la sonrisa seguía presente.
Sirius soltó una ligera carcajada, sin apartar la mirada.
-Solo trato de asegurarme de que me escuches -replicó, soltándola con una chispa de diversión en los ojos.
Marlene negó con la cabeza, pero su sonrisa no desapareció.
-Nos vemos luego, Sirius. Y, por favor, no te metas en problemas -dijo con una mirada desafiante, dándole un último empujón antes de retroceder.
-Lo intentaré, pero no prometo nada -respondió Sirius con su característica media sonrisa, guiñandole un ojo antes de unirse al grupo que ya lo esperaba.
Marlene lo observó marcharse, una sonrisa asomando en sus labios mientras tocaba suavemente el lugar donde aún sentía el mordisco de Sirius. Aunque el aire entre ellos solía ser ligero, había una conexión profunda que no necesitaba ser expresada en palabras.
Poco a poco, la sala se fue vaciando. Los invitados, emocionados por la oportunidad de explorar el castillo, se dispersaron lentamente. Al final, solo quedaron algunos: Charlie, Bill, Molly, Arthur, los Black, los Potter, los Malfoy, Marlene, Mary y los profesores, cada uno sumido en sus pensamientos.
Alicia avanzó con paso firme hacia Dumbledore y los demás profesores, subiendo a la tarima con elegancia. Al llegar, apoyó los brazos en la mesa y recorrió con la mirada a cada uno de los profesores hasta detenerse en el director. Aunque sentía una mirada fija en su espalda, decidió ignorarla, manteniendo la compostura.
-¿Todo bien por aquí? -preguntó con una voz suave, pero segura.
-Perfectamente, señorita -respondió Dumbledore con su enigmática sonrisa-. ¿Y usted? ¿Se encuentra bien?
-Sí, todo está en orden, aún no ha pasado nada importante. Supongo que es muy reciente -dijo, mirando a McGonagall-. ¿Cómo se encuentra, profesora?
McGonagall la observó con cierto recelo, frunciendo el ceño.
-Bien -dijo en tono cortante.
-Sé lo difícil que debe ser para usted -añadió Alicia, suavizando su tono-. Usted cuida de los chicos como si fueran suyos. No es fácil saber lo que les espera.
McGonagall apretó los labios, claramente tensada.
-¿He dicho algo incorrecto?
-¿Por qué hace esto? -preguntó McGonagall, su voz firme, pero con una vulnerabilidad que Alicia percibió.
-Si le dijera cuántos años he vigilado su universo, asegurándome de que todo siga su curso... -Alicia hizo una pausa, pensativa-. Uno acaba encariñándose con los personajes y sus historias.
-¿"Vigilar su universo"? -intervino la profesora Sprout, frunciendo el ceño-. Eso no suena bien. Si tienes que hacer eso, significa que te estás metiendo donde no deberías.
-Tal vez -admitió Alicia con un encogimiento de hombros y una sonrisa despreocupada-, pero a veces meterse donde no te llaman es la única forma de hacer que las cosas cambien. La historia sigue su curso... aunque un pequeño empujón puede hacer maravillas.
Los profesores la miraron con preocupación y curiosidad, pero Alicia no se inmutó. Volvió su atención a Dumbledore, ahora con una postura más seria.
-He estado pensando en traer a algunas personas que podrían ser útiles cuando termine la lectura -anunció-. El ministro de Magia ha sido un problema para Harry, y probablemente seguirá siéndolo. A menos que lo traiga aquí. También he pensado en Pandora Rosier y Luna Lovegood.
El profesor Flitwick dio un pequeño respingo, sus ojos abriéndose con asombro.
-¿Lovegood? -preguntó, incrédulo mientras ajustaba sus gafas-. ¿Xenophilius va a tener una hija?
-Así es -respondió Alicia, sonriendo-. Aunque no será él quien venga, solo la madre y la niña.
-Si lo consideras conveniente -dijo Dumbledore, asintiendo lentamente, con una mirada calculadora.
Alicia también asintió, segura de su decisión. Mientras se alejaba, sentía nuevamente esa mirada fija en su espalda, tan intensa que parecía casi palpable. Mantuvo el paso firme, pero la presión era evidente.
-¿Cuándo dejarás de mirarme como si estuvieras esperando que me desmorone? -soltó de repente, sin volverse.
-Cuando dejes de darme razones para hacerlo -respondió una voz grave a su espalda. Esa voz que conocía tan bien.
Alicia giró sobre sus talones y se encontró con Charlie Weasley a unos pasos de distancia. Su presencia, robusta y firme, siempre la hacía sentirse ante una muralla.
-Creo que ya he respondido suficientes preguntas, Charlie -dijo Alicia con una sonrisa desafiante, retrocediendo un paso como buscando espacio-. Hombres y su manía de ser más altos de lo necesario -murmuró, frunciendo el ceño entre broma y molestia.
Charlie no cambió su expresión. Su mirada seguía siendo intensa, evaluando cada palabra de Alicia.
-¿Por qué nos trajiste aquí? -preguntó, con la misma firmeza que lo caracterizaba, pero su tono sonaba más a un reto.
Alicia sostuvo su mirada antes de cruzarse de brazos.
-Ya te lo he dicho -respondió con calma, ladeando levemente la cabeza-. Quiero salvarlos de un destino horrible. Hemos leído dos capítulos de la vida de Harry. ¿Qué más pruebas necesitas?
Charlie no parecía convencido. Su postura permanecía desafiante.
-Eso no responde la pregunta. ¿Qué es lo que realmente buscas a cambio? Nada es gratis, Alicia.
Alicia suspiró, conteniendo su frustración.
-He sido clara desde el principio. -Dejó caer los brazos, frustrada pero serena-. No puedes seguir desconfiando de mí para siempre.
Charlie soltó un bufido, una risa seca y cargada de incredulidad.
-Fingiré que te creo, por ahora.
Alicia lo fulminó con la mirada, pero decidió dejarlo pasar. Con un suspiro dramático, se apartó y fue hacia un sillón cercano, donde Marlene y Mary observaban en silencio.
Mientras se acomodaba, cruzó las piernas con teatralidad, dejando que su frustración se mostrara más en sus gestos que en sus palabras.
-Es como hablar con una pared... -murmuró en voz alta, lo suficiente para que las chicas la escucharan.
Marlene, con una sonrisa divertida, se inclinó hacia adelante, mirando de reojo hacia donde estaba Charlie.
-¿De qué hablas? -preguntó, intrigada.
-De hombres -dijo Alicia, con sarcasmo-. Específicamente, de hombres que no escuchan.
Mary soltó una risita ahogada, mientras Marlene reía abiertamente.
-Lo entiendo perfectamente -comentó Marlene, cruzando los brazos-. A veces creo que algunos hombres tienen orejas de madera.
Alicia sonrió, disfrutando de la complicidad del momento.
-¿Y ustedes? -preguntó, inclinándose hacia Marlene y Mary con un tono más relajado-. ¿Qué las retiene aquí?
Marlene y Mary intercambiaron miradas; una breve incomodidad flotaba en el aire antes de que Mary se decidiera a hablar.
-Teníamos un plan... -murmuró Mary, su voz apenas un susurro mientras sus ojos se deslizaban hacia los Merodeadores al otro lado de la sala.
Marlene, tomando aire, añadió con firmeza:
-Sí, queríamos hablar con ellos, pero... algo se complicó.
Alicia arqueó una ceja, adivinando que la historia no iba a ser tan sencilla.
-¿Y qué salió mal? -preguntó, con curiosidad.
Marlene soltó una risa divertida, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
-Decidimos que media hora no era suficiente -respondió, gesticulando despreocupadamente-. Algo nos dice que no cooperarán fácilmente con nosotras.
Mary sonrió, aunque aún se percibía cierta tensión en el aire.
-Estamos planeando algo más factible -añadió, compartiendo la risa.
Alicia sonrió levemente, casi con comprensión.
-Tienen razón -dijo, mirando su reloj con un gesto casual-. De hecho, ya ha pasado la media hora. Los demás deberían estar llegando en cualquier momento.
Marlene y Mary se fijaron en su reloj. No era un reloj común. La esfera estaba decorada con pequeñas lunas y estrellas que se movían y brillaban de forma irregular, creando un juego de luces hipnotizante.
-¿Cómo puedes leer la hora con eso? -preguntó Marlene, señalando el objeto con genuina curiosidad.
Alicia bajó la mano, sonriendo con misterio.
-No es un reloj cualquiera -respondió suavemente, como si compartiera un secreto-. Este mide algo más que el tiempo. Marca momentos clave en nuestras vidas, los que realmente importan. No solo las horas, sino los destinos.
Mary frunció el ceño, intrigada.
-¿Destinos? -preguntó, sin saber si Alicia estaba bromeando o hablando en serio.
Alicia asintió lentamente, sus ojos brillando con ese aire enigmático que siempre la rodeaba. Marlene fingió entender, pero desvió la mirada hacia donde estaba la versión mayor de su novio. Para su sorpresa, él también la estaba mirando. Sus miradas se encontraron, y el tiempo pareció detenerse por un instante. Era una mirada intensa, más profunda de lo que estaba acostumbrada, pero no apartó la vista. La observaba con curiosidad, casi como si quisiera conocerla mejor.
Sin embargo, su momento se vio interrumpido cuando él retiró la mirada de golpe, como si las manos frente a él fueran lo más interesante del mundo. Marlene soltó un suave gruñido de frustración.
Alicia observó la escena, pero antes de poder decir algo más, las personas empezaron a llegar, justo como lo había predicho. El primero en entrar fue James, quien traía a Lily en su espalda mientras Ginny hablaba animadamente con ella. Harry los observaba con una sonrisa. A sus espaldas, Ron y Hermione llegaban juntos, claramente irritados, lo que hacía que sus miradas se cruzaran en un rayo de frustración mutua.
Lunático, Peter, Canuto y Frank se acercaban riendo entre ellos, compartiendo alguna broma interna. Alice, alegre, conversaba con Hannah, mientras Neville, sonrojado, intentaba seguir la conversación.
Astoria entró del brazo de Alessandra, quien la miraba con una sonrisa divertida mientras negaba suavemente con la cabeza. La más joven sostenía algo entre sus manos que resplandecía tenuemente en la oscuridad, y su mirada brillaba con una mezcla de intriga y deleite. Ambas se sentaron en sus respectivos lugares mientras el ambiente en la sala comenzaba a tranquilizarse tras el breve descanso.
Con un suave "clic", las puertas se cerraron automáticamente cuando todos estuvieron presentes. Todos tomaron sus asientos, y Alicia, tras observar a los presentes, volvió al sillón. Cediendo el lugar junto a Marlene a Canuto, quien ahora tenía una expresión más seria, algo inusual en él.
-¿Están un poco más calmados? -preguntó Alicia, con una sonrisa suave pero inquisitiva, recorriendo con la mirada a cada uno de los presentes. A excepción de Ron y Hermione, quienes aún mostraban signos de tensión, la atmósfera general era más tranquila.
Fue entonces cuando algo llamó su atención.
-Astoria, cariño -dijo Alicia, enfocando su atención en la joven-. ¿Qué tienes ahí?
Astoria levantó la mirada, sorprendida por la pregunta, como si hubiera olvidado lo que tenía en sus manos.
-Parece ser un gato -contestó con voz tranquila mientras levantaba al pequeño felino plateado, cuyos ojos verdes resplandecían en la penumbra.
-¿Dónde lo encontraste? -inquirió Alicia, frunciendo ligeramente el ceño, interesada.
-No lo encontré yo -respondió Astoria, acariciando el pelaje del gato, que ronroneaba con satisfacción-. Él me encontró a mí. Apareció de la nada mientras paseábamos.
-Y la bola de pelo no deja que nadie más lo toque -agregó Alessandra con una risa suave. El gato, en respuesta, gruñó levemente, y ella rodó los ojos-. Claramente, no soy de su agrado.
Draco, sentado a unos asientos de distancia, sonrió de forma automática al escuchar aquello, aunque no apartaba la vista del gato.
-Interesante... muy interesante -murmuró Alicia, pensativa, mientras desviaba la mirada hacia el centro de la sala, donde el libro aguardaba sobre una mesa.
La expectación flotaba en el aire mientras Alicia dirigía la conversación hacia la tarea principal.
-Bien -dijo al fin-, es hora de continuar con el tercer capítulo.
La atención de todos se centró en el libro. Este comenzó a brillar débilmente, como si estuviera esperando el momento de comenzar. El brillo se intensificó y, para sorpresa de todos, una fina hebra de luz dorada emergió del libro, flotando por la sala.
Los ojos de todos siguieron la luz, curiosos y sorprendidos. La hebra dorada se movió lentamente, como si estuviera buscando a alguien, hasta que finalmente se dirigió hacia la profesora Sprout. La luz tocó suavemente su mano, iluminándola con un destello cálido cuando el libro llegó a ella, y luego desapareció por completo.
La profesora Sprout miró el libro con una sonrisa tenue, casi nostálgica, y alzó la vista hacia Alicia, quien asintió en señal de aprobación.
-Supongo que me toca leer -dijo la profesora Sprout, con un tono tranquilo pero firme. Tomó una respiración profunda y abrió el libro donde descansaba el hermoso marcapáginas. -El capítulo se titula "Las cartas de nadie"
-La fuga de la boa constrictor le acarreó a Harry el castigo más largo de su vida. Cuando le dieron permiso para salir de su alacena ya habían comenzado las vacaciones de verano...
Lily sonrió con ternura mientras acariciaba el cabello de Harry, sus dedos deslizándose entre los mechones desordenados.
-Eso significa que quedaba poco para tu cumpleaños -murmuró, con un brillo cálido en sus ojos.
A Harry aún le costaba creer que verdaderamente era su madre quien le estaba proporcionando esos cariños. Una parte de él temía que fuera un cruel sueño, que pronto lo despertaría para enfrentarse a la fría realidad de los Dursley.
-Lo que también significa que falta poco para que recibas tu carta de Hogwarts -añadió James, con una sonrisa, codeando a su hijo levemente.
Fabian, sentado junto a su gemelo, frunció el ceño en curiosidad, inclinándose hacia adelante.
-¿Por eso el capítulo se llama "Las cartas de nadie"? -preguntó, sus palabras rompiendo el silencio que se había formado, pero nadie respondió.
-Y Dudley había roto su nueva filmadora, conseguido que su avión con control remoto se estrellara y, en la primera salida que hizo con su bicicleta de carreras, había atropellado a la anciana señora Figg cuando cruzaba Privet Drive con sus muletas.
Fleamont sintió lástima por su querida amiga. Se preguntaba por qué había terminado viviendo en aquel lugar con esa gente. Aunque, una parte de él lo agradecía, ya que ella había cuidado de su nieto. Pero ¿por qué nunca le dijo la verdad? ¿Era tan peligrosa la familia de su nuera?
-Harry se alegraba de que el colegio hubiera terminado, pero no había forma de escapar de la banda de Dudley, que visitaba la casa cada día. Piers, Dennis, Malcolm y Gordon eran todos grandes y estúpidos, pero como Dudley era el más grande y el más estúpido de todos, era el jefe.
Los gemelos rieron, al igual que la mayoría de los presentes.
-No encuentro fallas en esa lógica -comentó James, sonriendo orgulloso-. Me encanta cómo piensa Harry.
-Porque piensan igual -bromeó Marlene.
-Es un chico muy inteligente -murmuró Gideon.
-Los demás se sentían muy felices de practicar el deporte favorito de Dudley: cazar a Harry.
-Por esa razón, Harry pasaba tanto tiempo como le resultara posible fuera de la casa, dando vueltas por ahí y pensando en el fin de las vacaciones, cuando podría existir un pequeño rayo de esperanza:
Lily mordió su labio inferior, nerviosa. Su mirada se posó en Harry, llenándose de preocupación.
-No me parece seguro que un niño de diez años ande vagando solo por las calles -habló Molly, su tono reflejando una preocupación maternal. Lily asintió, aliviada de no ser la única con esas inquietudes.
-Es demasiado peligroso -agregó, su voz temblorosa-. Pienso en lo que podría pasarle y me da escalofríos.
-En ese momento era lo mejor, señora Weasley -argumentó Harry, mirando a las dos mujeres con sinceridad-. Me encontraba más seguro afuera que en esa casa.
Harry no se dio cuenta de que esas palabras eran como dagas para el corazón de Lily. Ella apretó los puños en su regazo, intentando mantener la compostura.
-En septiembre estudiaría secundaria y, por primera vez en su vida, no iría a la misma clase que su primo. Dudley tenía una plaza en el antiguo colegio de tío Vernon, Smelting. Piers Polkiss también iría allí. Harry en cambio, iría a la escuela secundaria Stonewall, de la zona.
-Esa es, sin duda, una mala noticia -se lamentó Lily, frunciendo el ceño-. Ambas son pésimas opciones para un niño -dijo con un tono de frustración, mientras miraba a James con un brillo de preocupación en los ojos.
A su lado, James la miró curioso, sin entender.
-La secundaria a la que irá mi sobrino es demasiado costosa, pero aun así, la educación es horriblemente mala. Es prácticamente nula; ningún estudiante que salga de ahí tiene un buen futuro -explicó, apretando los labios, claramente afectada.
-Eso tiene mucho sentido -murmuró Harry en voz baja, sintiendo el peso de las palabras de Lily.
-Mientras que Smelting es una escuela de bajos recursos, que no cumple al 100 % con las necesidades de sus estudiantes -finalizó, apretando los labios-. Agradezco que Harry haya ido a Hogwarts.
-Ya sabemos por qué la morsa es así, entonces -dijo Canuto, soltando una risita-. Un misterio menos.
-Dudley encontraba eso muy divertido.
-Allí, en Stonewall, meten las cabezas de la gente en el inodoro el primer día -dijo a Harry-. ¿Quieres venir arriba y ensayar?
Sirius frunció el ceño, apretando la mandíbula con desagrado.
-Mocoso insolente -farfulló el mayor de los Black, entre dientes, con la mirada oscura fija en el espacio, como si Dudley estuviera frente a él. Remus le dio toquecitos en el brazo para calmarlo.
-No vale la pena, Sirius -dijo con suavidad
-No, gracias -respondió Harry-. Los pobres inodoros nunca han tenido que soportar nada tan horrible como tu cabeza y pueden marearse. -Luego salió corriendo antes de que Dudley pudiera entender lo que le había dicho.
Mary soltó una carcajada alegre.
-¡Eso sí que es rápido de mente! Será una viva imagen de James, pero esa forma de contrastar... solo la conozco de Lily Evans -celebró orgullosa, acercándose lo suficiente para pellizcar una de las mejillas de Harry con cariño.
Harry se quejó, arrugando la nariz, pero no dijo nada, permitiendo el gesto aunque se sintiera incómodo. Algo en la cercanía de Mary le resultaba familiar, pero no lograba ubicarla del todo. ¿Quién es ella? Se preguntaba mientras el leve dolor en su mejilla desaparecía.
No había escuchado mencionar su nombre antes, y aunque su rostro le era vagamente familiar por algunas fotos, jamás pensó que fuera tan cercana a sus padres. ¿Y por qué el profesor Lupin evitaba mirarla la mayor parte del tiempo? Harry observó cómo Remus desviaba la vista cada vez que Mary estaba cerca o decía algún comentario. ¿Qué parte de la historia no sabía?
Sus padres, por su parte, no parecieron notar cómo Harry se perdía en sus pensamientos, demasiado inmersos en los recuerdos que evocaba la lectura
-Un día del mes de julio, tía Petunia llevó a Dudley a Londres para comprarle su uniforme de Smelting, dejando a Harry en casa de la señora Figg. Aquello no resultó tan terrible como de costumbre. La señora Figg se había fracturado la pierna al tropezar con un gato y ya no parecía tan encariñada con ellos como antes.
-Pobre señora Figg -comentó Molly con preocupación-. ¿Cómo alguien tan mayor puede estar sola? No me imagino una fractura a esa edad -se inclinó hacia Harry con ternura-. Al menos no fue tan terrible para ti, ¿verdad, querido?
Harry esbozó una media sonrisa, algo incómodo.
-Sí, bueno... para los estándares de los Dursley, eso era casi una mejora.
-Dejó que Harry viera la televisión y le dio un pedazo de pastel de chocolate que, por el sabor, parecía que había estado guardado desde hacía años.
Harry hizo una mueca de desagrado, mientras Angelina soltaba una leve risa.
-Bueno, al menos lo intentaron, ¿verdad? -comentó en tono suave, tratando de ver el lado positivo.
Hannah sonrió apenas, asintiendo.
-Aunque un pastel así debería estar prohibido -añadió en voz baja.
Ambos Lupin fruncieron el ceño al mismo tiempo, llevándose la mano al bolsillo para sacar una barra de chocolate. Tonks observó la coincidencia y compartió una mirada curiosa con Oliver, quien alzó una ceja, divertido.
-Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con su uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano.
Angelina alzó una ceja, sorprendida, mientras se inclinaba hacia adelante.
-¿Un sombrero de paja y pantalones naranjas? Eso tiene que ser una broma.
Hannah soltó una pequeña carcajada, cubriéndose la boca.
-Es imposible tomarse en serio algo así. ¡Debe haber sido un espectáculo!
Katie se llevó la mano a la frente, sacudiendo la cabeza divertida.
-¿Quién diseñó esos uniformes? Parece algo salido de una pesadilla de moda -añadió con una sonrisa, mientras miraba a Angelina con complicidad.
Oliver se inclinó hacia Katie.
-Definitivamente, no es algo que verías en un partido de quidditch. Al menos en el campo, nos vestimos con dignidad -comentó, con una sonrisa pícara.
Katie lo miró de reojo, aún sonriendo.
-Si llegas a aparecer con algo así, no pienso volver a hablarte -bromeó, fingiendo seriedad.
Oliver se rió, levantando las manos en señal de rendición.
-Prometo mantenerme lejos de los pantalones naranjas -respondió, guiñandole un ojo.
-También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquél era un buen entrenamiento para la vida futura.
La profesora Sprout se interrumpió, frunciendo el ceño.
-¿Qué clase de educación les dan a esos niños? -comentó, exasperada.
-Una muy baja -murmuró McGonagall entre dientes.
Ninguno de los profesores quiso agregar nada más. Ambas mujeres estaban claramente enfadadas, y su enojo imponía respeto.
-Mientras miraba a Dudley con sus nuevos pantalones, tío Vernon dijo con voz ronca que aquél era el momento de mayor orgullo de su vida. Tía Petunia estalló en lágrimas y dijo que no podía creer que aquél fuera su pequeño Dudley, tan apuesto y crecido.
Ginny fingió que le daban escalofríos por la espalda de forma exagerada, su cuerpo temblaba mientras sus ojos se agrandaban teatralmente. Ron se cubría la boca con la mano, fingiendo toser, pero el brillo en sus ojos lo delataba. Fred y George, intercambiaron una rápida mirada cómplice antes de soltar una pequeña risita, intentando que no fuera tan evidente.
-Harry no se atrevía a hablar. Creyó que se le iban a romper las costillas del esfuerzo que hacía por no reírse.
Andrómeda, incapaz de disimular su diversión, mordía su labio inferior para evitar estallar en carcajadas. Sus ojos brillaban con picardía mientras lanzaba una mirada cómplice a Harry.
-Debe ser un trabajo muy difícil -comentó, con una sonrisa divertida que apenas podía contener
-A la mañana siguiente, cuando Harry fue a tomar el desayuno, un olor horrible inundaba toda la cocina. Parecía proceder de un gran cubo de metal que estaba en el fregadero. Se acercó a mirar. El cubo estaba lleno de lo que parecían trapos sucios flotando en agua gris.
-¿Qué es eso? -preguntó a tía Petunia. La mujer frunció los labios, como hacía siempre que Harry se atrevía a preguntar algo.
-Tu nuevo uniforme del colegio -dijo.
Lily apretó los labios con molestia. A su lado, James dejó escapar un gruñido bajo, lleno de indignación. Los semblantes de todos cambiaron, la risa quedando atrás al recordar la crudeza con la que Harry había sido tratado.
-Al menos sabemos que Harry no tendrá que usar eso -dijo Peter, intentando suavizar el ambiente con una sonrisa incómoda.
Lily esbozó una pequeña sonrisa en respuesta, pero sus ojos seguían nublados por una mezcla de tristeza y enojo.
-Harry volvió a mirar en el recipiente.
-Oh -comentó-. No sabía que tenía que estar mojado.
-¡Ese es mi chico! -exclamó James con orgullo, pasando una mano cariñosa por el cabello de Harry-. Toda la inteligencia de su madre, sin duda.
Euphemia y Fleamont rieron suavemente, contagiando a Lily, quien se unió a las risas mientras sacudía la cabeza, intentando dejar a un lado los pensamientos sombríos.
-No seas estúpido -dijo con ira tía Petunia-. Estoy tiñendo de gris algunas cosas viejas de Dudley. Cuando termine, quedará igual que los de los demás.
Bill suspiró profundamente, sus hombros cayendo con resignación. Cada vez entendía más cuán profundas eran las heridas de Harry. Era como un hermano para él, pero ahora se daba cuenta de que había facetas de su dolor que Harry mantenía ocultas, incluso a su familia.
-Fue buena idea que Alicia no decidiera traer a mamá -dijo en voz baja. Molly lo miró sin entender-. De nuestro tiempo, por lo menos -aclaró.
-¿Qué quieres decir? -preguntó Arthur, frunciendo el ceño.
-Harry es muy cercano a nuestra familia -explicó Charlie-. No creo que ella sepa todo lo que nosotros estamos descubriendo ahora.
Bill lanzó una mirada de soslayo a Harry, quien evitó su mirada, bajando la vista.
Lily, con la voz apenas audible, rompió el silencio:
-¿Su madre lo cuida bien?
Ron, quien había estado en silencio hasta ahora, habló con un tono nostálgico.
-Harry se convirtió en parte de nuestra familia desde su primer año en Hogwarts. Mamá lo ha cuidado como a uno de sus propios hijos.
-Muchas gracias, señora Weasley -dijo Lily, con la voz quebrada por la emoción, lágrimas asomando en sus ojos-. No sé cómo agradecerle.
Molly, con su habitual calidez maternal, respondió:
-Sobrevive, querida, y cría a tu hijo junto con James. No me malinterpretes, será un honor cuidar a Harry, pero necesita a sus padres con él.
Lily y James se miraron, tomaron de la mano, y respondieron al unísono:
-Lo haremos.
El ambiente se cargó de emoción, y varias chicas presentes también luchaban por contener las lágrimas, mientras miraban con ternura la escena familiar. Euphemia se acercó a Molly y la abrazó con afecto desde atrás.
-De verdad, te lo agradezco, Molly -dijo Euphemia, con una sonrisa.
-Será un placer, querida. Para eso estamos las amigas, para apoyarnos -respondió Molly, devolviéndole el abrazo-. Si mi yo del futuro supiera cómo ha vivido Harry, te aseguro que no lo habría permitido.
Euphemia rió, sacudiendo la cabeza.
-Seguro habrías ido a gritarle a Dumbledore por dejarlo en esa casa.
Las dos se rieron juntas, compartiendo la complicidad de madres protectoras.
-Harry tenía serias dudas de que fuera así, pero pensó que era mejor no discutir. Se sentó a la mesa y trató de no imaginarse el aspecto que tendría en su primer día de la escuela secundaria Stonewall. Seguramente parecería que llevaba puestos pedazos de piel de un elefante viejo.
-Dudley y tío Vernon entraron, los dos frunciendo la nariz a causa del olor del nuevo uniforme de Harry. Tío Vernon abrió, como siempre, su periódico y Dudley golpeó la mesa con su bastón del colegio, que llevaba a todas partes.
-Todos oyeron el ruido en el buzón y las cartas que caían sobre el felpudo.
Canuto y James saltaron de sus asientos al mismo tiempo, alzando los brazos como si acabaran de ganar un partido de Quidditch.
-¡Es su carta de Hogwarts! ¡Tiene que ser su carta! -chilló Canuto, con una energía desbordante.
James, contagiado por la emoción y sus ojos brillando con la misma intensidad.
-¡Si! Es su carta, seguro -añadió James, emocionado, mientras miraba a McGonagall-. Las cartas llegan por esta época, ¿no, Minnie?
McGonagall, quien normalmente habría puesto los ojos en blanco ante el uso del apodo, dejó que una pequeña sonrisa asomara en su rostro y se balanceara con suavidad.
-Es posible, Potter, es posible -dijo con un tono indulgente.
-Trae la correspondencia, Dudley -dijo tío Vernon, detrás de su periódico.
-Impresionante -dijo James, observando la escena con una risa contenida-, le ha pedido que haga
Canuto, todavía con una sonrisa amplia, miró a su amigo de reojo.
-Pellízcame, James. Creo que estoy soñando
James, con una sonrisa traviesa, le dio un ligero pero preciso pellizco en el brazo.
-¡No era literal! -protestó Canuto, sobándose el brazo, pero sin perder su buen humor.
James se encogió de hombros
-Dijiste que lo hiciera, así que obedecí -replicó James con picardía.
-¿Y desde cuándo haces caso? -refunfuñó Canuto, mirándolo de reojo, pero con una sonrisa de complicidad.
-Que vaya Harry.
-Trae las cartas, Harry.
-Que lo haga Dudley.
-Pégale con tu bastón, Dudley.
-Demasiado bueno para ser verdad -murmuró Frank, con tono incrédulo.
-Harry esquivó el golpe y fue a buscar la correspondencia. Había tres cartas en el felpudo: una postal de Marge, la hermana de tío Vernon, que estaba de vacaciones en la isla de Wight; un sobre color marrón, que parecía una factura, y una carta para Harry.
Muchas más celebraciones y gritos por parte de los merodeadores, y varias sonrisas de la segunda generación. Harry mentalmente se preguntaba cómo iban a reaccionar al escándalo por recibir su carta. Aún le resultaba incómodo que fuera de su vida la que se estuviera relatando, pero no iba a negar que varias reacciones le parecían graciosas.
-Harry la recogió y la miró fijamente, con el corazón vibrando como una gigantesca banda elástica. Nadie, nunca, en toda su vida, le había escrito a él.
-No creo que fuera porque no quisieran -dijo Dorcas, cruzando los brazos con calma mientras se recostaba en el sillón, con la mirada hacia el techo-. Si hubieras vivido entre magos, habrías recibido montones de cartas.
-Yo diría que más de cien al día -añadió Gideon Prewett con una sonrisa.
-¿Quién podía ser? No tenía amigos ni otros parientes. Ni siquiera era socio de la biblioteca, así que nunca había recibido notas que le reclamaran la devolución de libros. Sin embargo, allí estaba, una carta dirigida a él de una manera tan clara que no había equivocación posible.
-Ni siquiera cuando recibí la mía estaba tan ansioso -comentó Oliver, frotándose las manos con emoción
-Señor H. Potter
Alacena Debajo de la Escalera
Privet Drive, 4
Little Whinging
Surrey-
Lily sintió cómo la rabia crecía en su interior como una ola imparable. Y no era la única. Un grito de indignación salió de los labios de Molly, mientras Euphemia se levantaba con el ceño fruncido, claramente furiosa.
- ¿Sabía que mi nieto dormía en una alacena y no hizo absolutamente nada? -dijo Eufemia con una mirada fulminante. Todos sabían que era una leona cuando se trataba de proteger a su familia, y Harry, por supuesto, no era la excepción.
-Señora Potter... -empezó Dumbledore, su voz tranquila, pero sin brillo.
-¡No me vengas con excusas, Albus! -lo interrumpió Euphemia, con una voz firme y cortante, mientras Fleamont, la sujetaba suavemente por la cintura para evitar que avanzara-. ¡Había muchas personas que podían haber cuidado a mi nieto sin hacerle pasar por semejante humillación y sufrimiento!
-Respira, querida... -susurró Fleamont en un intento de calmarla, aunque sabía que sería inútil.
-Señora Potter... -intervino McGonagall, con un tono firme pero respetuoso, logrando que Euphemia centrara su atención en ella-. Créame que tampoco estoy conforme con las condiciones en las que vivió el señor Potter, pero las cartas de Hogwarts no pasan por nuestras manos.
-Es cierto -añadió Dumbledore con un leve suspiro-. Hay una pluma mágica que se encarga de todo, y después las cartas simplemente se envían.
Harry se sintió extraño. Nunca había esperado que alguien lo defendiera, y le había costado acostumbrarse a que la señora Weasley lo hiciera. Pero ahora, su propia abuela defendiéndolo le resultaba todavía más desconcertante.
-El sobre era grueso y pesado, hecho de pergamino amarillento, y la dirección estaba escrita con tinta verde esmeralda. No tenía sello. Con las manos temblorosas, Harry le dio la vuelta al sobre y vio un sello de lacre púrpura con un escudo de armas: un león, un águila, un tejón y una serpiente, que rodeaban una gran letra H.
La profesora Sprout, viendo que Euphemia se calmaba ligeramente, retomó la lectura.
-Es hermosa, ¿no crees? -dijo Peter, refiriéndose a la carta.
-Maravillosa -respondió Lunatico con una sonrisa tenue.
-¡Date prisa, chico! -exclamó tío Vernon desde la cocina-. ¿Qué estás haciendo, comprobando si hay cartas-bomba? -Se rió de su propio chiste.
Los gemelos Weasley fingieron vomitar de manera exagerada, inclinándose dramáticamente hacia adelante con ruidos grotescos, mientras los gemelos Prewett se dejaron caer en el sillón como si hubieran sido fulminados, simulando un desmayo. Todo era un despliegue de humor casi coreografiado, como si estuvieran compitiendo por quién hacía la mayor payasada.
Molly los observaba con una mezcla de incredulidad y diversión, sacudiendo ligeramente la cabeza. Había algo casi enternecedor en ver cómo sus hijos emulaban las mismas payasadas que sus hermanos hacían. ¿Qué tanta influencia habrían tenido Gideon y Fabián sobre los gemelos?
-Creo que quedé sordo después de escuchar un chiste tan malo -se quejó Fabián con una mano en el pecho, dejándose caer al suelo con un dramatismo exagerado.
-Harry volvió a la cocina, todavía contemplando su carta. Entregó a tío Vernon la postal y la factura, se sentó y lentamente comenzó a abrir el sobre amarillo.
-¿No era mejor abrirla en la puerta? -cuestionó Mary con desesperación, agitando las manos como si quisiera acelerar la escena.
Harry lo pensó por un segundo, frunciendo ligeramente el ceño, antes de asentir con calma, como si en ese momento la sugerencia tuviera más sentido.
-Tío Vernon rompió el sobre de la factura, resopló disgustado y echó una mirada a la postal.
-Marge está enferma -informó a tía Petunia-. Al parecer comió algo en mal estado.
-¡Papá! -dijo de pronto Dudley-. ¡Papá, Harry ha recibido algo!
-Qué delator...-murmuró Regulus, casi como para sí mismo. A su lado, Severus no dio señales de haberlo oído, su atención fija en la habitación.
-Harry estaba a punto de desdoblar su carta, que estaba escrita en el mismo pergamino que el sobre, cuando tío Vernon se la arrancó de la mano.
-¿Con qué derecho...? -gruñó Tonks, su cabello cambiando sutilmente de tono mientras apretaba los labios con irritación. Remus, que estaba a su lado, no pudo evitar sonreír con disimulo al verla tan molesta.
-¿Quién te va a escribir a ti? -dijo con tono despectivo tío Vernon, abriendo la carta con una mano y echándole una mirada.
-Muchas más personas que a ti, eso te lo aseguro -intervino Ginny, su voz cargada de desprecio. Sus ojos, brillantes con rabia, estaban fijos en la pared.
Harry, que había intentado no mirar a Ginny, sin darse cuenta desvió la vista hacia ella. Ginny, ajena a su atención, escuchaba algo que Astoria le susurraba al oído, abriendo los ojos con asombro. Mientras tanto, jugaba distraídamente con un mechón de su cabello, sonriendo de lado. Había algo en su actitud, tan segura y natural, que atrapó a Harry más de lo que le habría gustado.
-Su rostro pasó del rojo al verde con la misma velocidad que las luces del semáforo. Y no se detuvo ahí. En segundos adquirió el blanco grisáceo de un plato de avena cocida reseca.
-¿Eso es siquiera posible? -preguntó Angelina, alzando una ceja con incredulidad.
-¡Pe... Pe... Petunia! -bufó. Dudley trató de coger la carta para leerla, pero tío Vernon la mantenía muy alta, fuera de su alcance.
-Tía Petunia la cogió con curiosidad y leyó la primera línea. Durante un momento pareció que iba a desmayarse. Se apretó la garganta y dejó escapar un gemido.
-¡Vernon! ¡Oh, Dios mío... Vernon!
-Con razón llevan tantos años casados... son igual de ridículos -comentó Marlene, bufando con sarcasmo mientras se cruzaba de brazos.
-Par de idiotas -declaró Dorcas desde su silla, levantando finalmente la vista de su libro para encontrarse con los ojos de Lily. Al ver su expresión, añadió rápidamente-. Perdón.
-Tranquila -respondió Lily con una sonrisa comprensiva, restándole importancia.
-Se miraron como si hubieran olvidado que Harry y Dudley todavía estaban allí. Dudley no estaba acostumbrado a que no le hicieran caso. Golpeó a su padre en la cabeza con el bastón de Smelting.
-Ese niño no tiene respeto ni por su propia familia -observó Horace Slughorn, su expresión severa mientras se acomodaba en su asiento.
-Quiero leer esa carta -dijo a gritos.
-Yo soy quien quiere leerla -dijo Harry con rabia-. Es mía.
-Fuera de aquí, los dos -graznó tío Vernon, metiendo la carta en el sobre. Harry no se movió.
-Lo peor que pudo haber hecho -rió Ron, sacudiendo la cabeza-. Con lo bien que Harry sigue las órdenes...
Hermione le dio un codazo, poco disimulado, mientras Harry la miraba con ojos suplicantes, rogándole en silencio que detuviera a Ron antes de que Lily le prestara más atención.
-¡QUIERO MI CARTA! -gritó.
-Carácter de los Potter y los Evans -comentó Frank, sonriendo con conocimiento-. Conozco de primera mano cómo es lidiar con ambos.
-¡Déjame verla! -exigió Dudley
-¡FUERA! -gritó tío Vernon y, cogiendo a Harry y a Dudley por el cogote, los arrojó al recibidor y cerró la puerta de la cocina.
-Harry y Dudley iniciaron una lucha, furiosa pero callada, para ver quién espiaba por el ojo de la cerradura. Ganó Dudley, así que Harry, con las gafas colgando de una oreja, se tiró al suelo para escuchar por la rendija que había entre la puerta y el suelo.
Ron soltó una carcajada, inclinándose hacia atrás en su sillon con una sonrisa despreocupada.
-Harry, ¡siempre tan sutil! -dijo, sacudiendo la cabeza con diversión-. No hay puerta que te detenga, ¿verdad?
Hermione, sin poder evitarlo, puso los ojos en blanco, aunque una leve sonrisa asomaba en sus labios. Sabía que Ron bromeaba, pero también era consciente de que Harry nunca aceptaba un "no" sin luchar.
-A veces me pregunto si deberíamos estar preocupados -murmuró, mirando a Harry con una mezcla de preocupación y cariño.
-Preocuparnos, ¿por qué? -respondió Ron, con un tono ligero-. ¡Es admirable! Si me hubieran tirado al suelo, seguro que también estaría espiando.
Lily, intrigada por la situación, se unió a la conversación, su mirada llena de curiosidad hacia Harry.
-Es... decidido -dijo, sopesando sus palabras mientras intentaba entender su personalidad-. Eso es algo bueno, ¿verdad?
-Definitivamente de tu lado -intervino Lunático con una mirada cómplice hacia Lily-. James siempre decía que el "no rendirse" era su legado, pero todos sabemos que realmente viene de ti.
Harry, sintiéndose un poco incómodo bajo el escrutinio, desvió la mirada hacia el suelo, tratando de ocultar la leve sonrisa que se había formado en sus labios. Sabía que tenían razón, aunque prefería no admitirlo.
-Vernon -decía tía Petunia, con voz temblorosa-, mira el sobre. ¿Cómo es posible que sepan dónde duerme él? No estarán vigilando la casa, ¿verdad?
-Vigilando, espiando... Hasta pueden estar siguiéndonos -murmuró tío Vernon, agitado.
-Por el amor a Merlín, tenemos asuntos más importantes que estar vigilando a unos simples Muggles -espetó Walburga con desdén, cruzándose de brazos.
Andromeda alzó la mirada hacia los demás, como si acabara de recordar la presencia de su tía. Era raro escucharla hablar, pero cuando lo hacía, siempre impregnaba la sala de tensión.
-Pero ¿qué podemos hacer, Vernon? ¿Les contestamos? Les decimos que no queremos...
-Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y viniendo por la cocina.
-No -dijo finalmente-. No, no les haremos caso. Si no reciben una respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
-No lo entiendo -interrumpió Hermione, frunciendo el ceño, mientras se giraba para mirar a Harry-. Odian todo lo relacionado contigo, Harry... o al menos eso es lo que siempre han mostrado. Entonces, ¿por qué no aceptarían una oportunidad para tenerte solo en verano?
Ron la miró sorprendido, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Katie, sentada cerca, se inclinó un poco hacia adelante, intrigada.
-Tienes razón... -dijo Harry, frunciendo el ceño, dándose cuenta de que nunca lo había pensado de esa manera-. Si tanto les molesto, ¿por qué rechazar la oferta?
Lily, observando desde el otro extremo, ladeó la cabeza, su mente procesando las palabras de Hermione. Era extraño. Si conocía bien a su hermana, Petunia debería haber sido la primera en deshacerse de alguien que usara magia.
Un suspiro salió de sus labios. La respuesta le resultaba dolorosamente obvia: Petunia no soportaría tener otra vez a alguien con magia bajo su techo. Sería un recordatorio constante de todo lo que odiaba.
-Odian lo que no pueden controlar -dijo Harry, en voz baja, como si hablara más para sí mismo que para los demás-. Supongo que, cuanto más aprendo magia, más difícil soy de manejar.
Lily asintió levemente, aunque aún perdida en sus pensamientos.
-Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
-¿Dónde está mi carta? -dijo Harry, en el momento en que tío Vernon pasaba con dificultad por la puerta-. ¿Quién me escribió?
-¿Y si cae en la puerta? -se burló Fabian.
-Nadie. Estaba dirigida a ti por error -dijo tío Vernon con tono cortante-. La quemé.
Un jadeo recorrió la sala. Varios estudiantes intercambiaron miradas de indignación, pero el estruendo que vino después los sobresaltó a todos: Fred y George Weasley, con grandes sonrisas en sus rostros, habían sacado un enorme botón rojo con la palabra "NO" escrita en el centro.
-¡Error, error, error! -canturreó Fred, presionando el botón para que el ruido volviera a llenar la habitación.
-Eso es un error, compañero -dijo George, levantando una ceja mientras su gemelo retrocedía unos pasos para evitar la mirada fulminante de Alessandra-. Las cartas de Hogwarts no dejarán de llegar hasta que el pequeño las reciba.
-No era un error -dijo Harry enfadado-. Estaba mi alacena en el sobre.
-¡SILENCIO! -gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo. Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que parecía sentir dolor.
Ron volvió a quejarse; fue el turno de Hermione, quien rodó los ojos.
-Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley.
Euphemia gruñó con molestia, dirigiendo una mirada fulminante al director. Lo único que la calmaba era la visión de su nieto sentado con sus padres, y las atenciones que Fleamont, siempre atento, le brindaba.
Lily, a su lado, se obligaba a respirar profundamente. Imploraba paciencia, tratando de encontrar una manera de comprender por qué su hermana actuaba de esa manera. No quería odiarla... no podía.
Eso no significaba que sus amigas compartieran esa paciencia. Mary y Marlene, sentadas juntas, ya estaban tramando alguna broma para Petunia cuando volvieran a su tiempo, con la ayuda, claro, de Canuto, que parecía encantado con la idea.
-¿Por qué? -dijo Harry.
-¡No hagas preguntas! -exclamó-. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
-La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas que no cabían en aquél.
Lily escuchaba atentamente cada palabra, cada detalle parecía clavarse en su mente como si fuera una daga. Sabía que esos recuerdos no se irían fácilmente. ¿Qué pensarían sus padres si supieran cómo Petunia trataba a Harry? ¿Podrían hacer algo para que su hermana reaccionara? Y lo más inquietante: ¿Qué les habría pasado a sus padres? La confusión en su interior crecía.
-En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino.
Hannah refunfuñó molesta, con una mueca de indignación.
-Imbécil sin cerebro. Los animales son sagrados -murmuró, con el rostro tenso de irritación.
-Y en un rincón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire comprimido,
-Pobre pajarito -se lamentó Katie, moviendo la cabeza con tristeza.
-No creo. Puede que esté más seguro en esa otra casa -dijo Hannah, encogiéndose de hombros.
Angelina levantó una ceja, incrédula.
-¿De verdad crees que el loro está más seguro en una casa donde un niño tiene un rifle de aire comprimido? -preguntó, sarcástica.
Hannah dudó por un momento, antes de responder con cierta inseguridad.
-No sé bien qué es eso... pero sí, seguro que está mejor.
-Que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida, porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Hermione soltó un suspiro de frustración, apretando los labios mientras una chispa de alivio brillaba en sus ojos. Lily compartía su reacción en silencio.
-Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
-No quiero que esté allí... Necesito esa habitación... Échalo...
-No puedo creer que lo consientan tanto -murmuró Ron, con el rostro lleno de desdén, mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa en señal de impaciencia-. En mi casa eso nunca hubiera pasado. Mamá ya lo habría mandado a las colinas con una buena reprimenda.
Hermione exhaló lentamente, enderezando la espalda como si intentara contener su creciente irritación.
-No es solo el consentimiento, Ron, es la completa falta de empatía -añadió con un tono bajo pero cortante-. No puedo imaginar cómo alguien puede ser tan insensible.
-Harry suspiró y se estiró en la cama. El día anterior habría dado cualquier cosa por estar en aquella habitación. Pero en aquel momento prefería volver a su alacena con la carta a estar allí sin ella.
Lily entrecerró los ojos, sintiendo que las palabras de Harry le rompían el corazón. Para ella, la alacena era símbolo de un dolor que jamás habría imaginado para su hijo. James la miró de reojo, colocando una mano reconfortante en su hombro. Era casi imposible no sentir que habían fallado, aunque lo único que deseaban era haber estado allí para él.
-A la mañana siguiente, durante el desayuno, todos estaban muy callados. Dudley se hallaba en estado de conmoción. Había gritado, había pegado a su padre con el bastón de Smelting, se había puesto malo a propósito, le había dado una patada a su madre, arrojado la tortuga por el techo del invernadero, y seguía sin conseguir que le devolvieran su habitación.
-¿Qué tiene con los pobres animales? -chilló Hannah, horrorizada-. ¡Una tortuga esta vez!
-Si le ves el lado positivo, por fin ese niño aprenderá que no puede conseguir todo lo que quiere -comentó Angelina, con aire superior.
Harry ladeó la cabeza, disimulando la sonrisa que se le escapaba.
-Harry estaba pensando en el día anterior, y con amargura pensó que ojalá hubiera abierto la carta en el vestíbulo.
-Estamos todos de acuerdo en eso, Harry -intervino Charlie, asintiendo mientras cortaba una salchicha como si fuera un dragón salvaje.
-Si lo hubiese hecho, no sería Harry -dijo Ron en su defensa, esbozando una sonrisa pícara.
-Tío Vernon y tía Petunia se miraban misteriosamente.
-Cuando llegó el correo, tío Vernon, que parecía hacer esfuerzos por ser amable con Harry, hizo que fuera Dudley. Lo oyeron golpear cosas con su bastón en su camino hasta la puerta. Entonces gritó.
-¡Hay otra más! Señor H. Potter, El Dormitorio Más Pequeño, Privet Drive, 4...
-Ninguno fue lo suficientemente inteligente. Podrían haber abierto la carta en el vestíbulo y nos habríamos ahorrado medio capítulo -dijo Alessandra con una sonrisa burlona, jugueteando con su varita en la mano.
-¿Y cómo sabes que no lo logró esta vez? -preguntó Fred, apareciendo sigilosamente detrás del respaldo del sillón de Alessandra.
-Si evitaron tanto que la leyera la primera vez, no creo que lo dejen ahora -respondió ella con lógica, sin girarse a mirarlo.
Fred, satisfecho, fue a sentarse junto a George, quien esbozaba una sonrisa cómplice.
-Con un grito ahogado, tío Vernon se levantó de su asiento y corrió hacia el vestíbulo, con Harry siguiéndolo. Allí tuvo que forcejear con su hijo para quitarle la carta, lo que le resultaba difícil porque Harry le tiraba del cuello.
James sacudió a Harry por los hombros con orgullo desbordante.
-¡Ese es mi hijo! -exclamó, su voz resonando con tanta emoción como si acabara de ganar un partido de Quidditch para Gryffindor.
-Eres nuestro mayor orgullo, cachorro -añadió Canuto, dándole una palmada en la espalda que casi lo desequilibró-. Podrías haber sido un gran auror, ¿sabes? Ya sabes cómo enfrentar a los Dursley... con estilo.
Harry sonrió satisfecho.
-Después de un minuto de confusa lucha, en la que todos recibieron golpes del bastón, tío Vernon se enderezó con la carta de Harry arrugada en su mano, jadeando para recuperar la respiración.
-Verdaderamente es un inútil si dos niños de once años logran agotarlo de esa manera -comentó Sirius con desdén.
-Harry paseó en círculos por su nueva habitación. Alguien sabía que se había ido de su alacena y también parecía saber que no había recibido su primera carta. ¿Eso significaría que lo intentarían de nuevo? Pues la próxima vez se aseguraría de que no fallaran. Tenía un plan.
-Ay no -soltó Ron, estallando en risas junto con Hermione.
Ambos intentaban contenerse, pero era imposible. Hermione se tapaba la boca para no reír demasiado fuerte, mientras Ron desviaba la mirada para evitar la mirada fulminante de Harry.
-¿Qué pasa? -preguntó Molly, frunciendo el ceño al verlos tan divertidos.
-N-nada, mamá -respondió Ron, tratando de recomponerse.
-Ronald Weasley... -lo reprendió Molly con severidad.
-Lo que pasa... -Hermione tomó aire, intentando calmarse. Evitaba mirar a Harry, que seguía lanzando miradas de desaprobación-, es que los planes de Harry... nunca salen bien.
-No es mi culpa, siempre pasa algo -protestó Harry en un murmullo, cruzándose de brazos.
-Oh, claro que no es tu culpa, cachorro -dijo Canuto, riendo-. Es la mala suerte Potter.
-Es cierto -añadió Lunatico, con una sonrisa tranquila- James es igual. Sus planes siempre fallan cuando todo parece ir bien.
James soltó un grito de indignación.
-¡Eso no es verdad! -replicó, ofendido.
-Harry es igualito -señaló Ron, encogiéndose de hombros.
-No es cierto -protestaron padre e hijo al unísono.
Lily los miró con escepticismo, cruzando los brazos.
-Ajá, claro... -murmuró, divertida.
-El reloj despertador arreglado sonó a las seis de la mañana siguiente. Harry lo apagó rápidamente y se vistió en silencio: no debía despertar a los Dursley. Se deslizó por la escalera sin encender ninguna luz.
-Hasta el momento no se ve que algo pueda salir mal -habló Alice, con un tono optimista.
-Siempre espera lo peor -respondió Fabian, con un ligero suspiro.
-Esperaría al cartero en la esquina de Privet Drive y recogería las cartas para el número 4 antes de que su tío pudiera encontrarlas. El corazón le latía aceleradamente mientras atravesaba el recibidor oscuro hacia la puerta.
-Hay que darle crédito, es un buen plan -lo apoyó Frank, asintiendo con entusiasmo.
-¡AAAUUUGGG!
-Y ahí lo que podía salir mal -observó Ted, levantando las cejas con curiosidad.
-Impresionante. ¿Pero qué fue? -preguntó Andrómeda, con una mezcla de sorpresa y expectación.
-Harry saltó en el aire. Había tropezado con algo grande y fofo que estaba en el felpudo... ¡Algo vivo! Las luces se encendieron y, horrorizado, Harry se dio cuenta de que aquella cosa fofa y grande era la cara de su tío.
-¡Qué asco! -chillaron las chicas, tapándose la boca con las manos.
-¿Tanta es la obsesión por no recibir su carta? -se exasperó Percy, frunciendo el ceño.
-Tío Vernon estaba acostado en la puerta, en un saco de dormir, evidentemente para asegurarse de que Harry no hiciera exactamente lo que intentaba hacer. Gritó a Harry durante media hora y luego le dijo que preparara una taza de té.
-Harry se marchó arrastrando los pies y, cuando regresó de la cocina, el correo había llegado directamente al regazo de tío Vernon. Harry pudo ver tres cartas escritas en tinta verde.
-Quiero... -comenzó, pero tío Vernon estaba rompiendo las cartas en pedacitos ante sus ojos.
-Duele... duele tanto como si un dementor me hubiera dado un beso -exageró Canuto, cayendo dramáticamente en las piernas de Marlene, quien no pudo evitar reír.
Alicia se atragantó con el té que estaba tomando, mientras Sirius levantaba la mirada con sorpresa.
-Qué extraña referencia -murmuró Alicia, tratando de recuperar la compostura mientras se secaba los ojos.
-Aquel día, tío Vernon no fue a trabajar. Se quedó en casa y tapió el buzón.
-¿Te das cuenta? -explicó a tía Petunia, con la boca llena de clavos-. Si no pueden entregarlas, tendrán que dejar de hacerlo.
-Creo que a mi hermana se le olvida que nuestra correspondencia no funciona de la misma manera -comentó Lily, con una sonrisa de satisfacción, disfrutando del momento.
-No dejarán de insistir -continuó Mary, mirando a los demás como si ya lo supieran.
-No estoy segura de que esto resulte, Vernon.
-Oh, la mente de esa gente funciona de manera extraña, Petunia, ellos no son como tú y yo -dijo tío Vernon, tratando de dar golpes a un clavo con el pedazo de pastel de fruta que tía Petunia le acababa de llevar.
-Oh, ella lo sabe -se burló Marlene, con una sonrisa divertida, pasando la lengua por los dientes antes de reír.
-Estúpidamente cree que lo van a lograr -aportó Dorcas, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
-El viernes, no menos de doce cartas llegaron para Harry. Como no las podían echar en el buzón, las habían pasado por debajo de la puerta, por entre las rendijas, y unas pocas por la ventanita del cuarto de baño de abajo.
-Tío Vernon se quedó en casa otra vez. Después de quemar todas las cartas, salió con el martillo y los clavos para asegurar la puerta de atrás y la de delante, para que nadie pudiera salir. Mientras trabajaba, tarareaba De puntillas entre los tulipanes y se sobresaltaba con cualquier ruido.
-Pobre tío Vernon -se burló Ron, haciendo una mueca-. Este tipo no tiene ni idea de lo que le espera.
-Es como si estuviera tratando de proteger su castillo de un asedio -observó James, con una sonrisa traviesa-. Y todo porque no puede soportar la idea de que Harry reciba su carta.
-El único asediado aquí es él mismo -agregó Canuto, riendo-. Apuesto a que lo que más le molesta es que no puede hacer nada para detenerlo.
-El sábado, las cosas comenzaron a descontrolarse. Veinticuatro cartas para Harry entraron en la casa, escondidas entre dos docenas de huevos, que un muy desconcertado lechero entregó a tía Petunia, a través de la ventana del salón. Mientras tío Vernon llamaba a la oficina de correos y a la lechería, tratando de encontrar a alguien para quejarse, tía Petunia trituraba las cartas en la picadora.
-Esto ya es ridículo -se quejó Draco con irritación, tamborileando los dedos en sus piernas. Le lanzó una mirada venenosa a Harry-. ¿Tan inútil eres que ni siquiera pudiste agarrar una carta, Potter?
-No es asunto tuyo, Malfoy -respondió Harry con chispas en los ojos.
-Eh, Malfoy, ¿le estás gritando a mi hijo? -llamó James con la voz ronca y sin sonreír. Draco gruñó y desvió la mirada.
-¿A quién más? -saltó Lucius con frialdad-. Potter, no tienes derecho a dirigirte a mi hijo.
-Entonces dile al tuyo que cuide lo que dice -contraatacó James, con su tono ácido.
Ambos ya se habían puesto de pie, varita en mano, mirándose con furia. Por inercia, los merodeadores y las chicas también se levantaron, mientras Severus y Regulus, junto con los padres de Sirius, hacían lo mismo.
-Señor Potter, señor Malfoy -advirtió Minerva con firmeza.
-Advertí que no toleraría peleas -dijo Alicia con voz suave, pero llena de autoridad. -. Si abro los ojos y los veo con las varitas en la mano... bueno, ya saben lo que pasará. -No abrió los ojos, pero una sonrisa se dibujaba en sus labios mientras permanecía recostada en el sofá.
-Papá, no vale la pena -dijo Harry, mirando a su padre con firmeza.
-No tiene sentido rebajarse a discutir con semejante chusma -añadió Severus, cortante, sujetando con fuerza el brazo izquierdo de Lucius.
Lily rió, escéptica. Podía soportar las humillaciones de su hermana, pero no las de él. Mucho menos las que iban dirigidas a su familia.
-Qué curioso, Severus, viniendo de alguien como tú -replicó Lily con un tono lleno de veneno, sonriendo con satisfacción cuando vio cómo la cara de Severus se contraía.
Todos decidieron sentarse en cuanto Alicia hizo un ligero movimiento, dando indicios de que se iba a levantar. La profesora Sprout carraspeó antes de continuar con la lectura.
-¿Se puede saber quién tiene tanto interés en comunicarse contigo? -preguntaba Dudley a Harry, con asombro.
Harry, aún molesto por las palabras de Draco, cruzó los brazos y apartó la mirada. James, sentado a su lado, le dio un ligero codazo, intentando aliviar la tensión. Le lanzó una sonrisa tranquilizadora, como diciéndole: "Déjalo, no vale la pena." Harry, aunque todavía con el ceño fruncido, asintió con una sonrisa contenida.
Draco soltó un suspiro exagerado, claramente fastidiado por haber perdido el foco de atención. Mientras la profesora continuaba leyendo, no pudo evitar mirar a Harry con desdén. Lucius, sentado a su lado, lo silenció con un leve toque en el brazo, una advertencia silenciosa para que controlara su comportamiento.
-La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
Lily escuchaba con atención, aunque de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo hacia Severus. Aún sentía el eco de su enfrentamiento. Su expresión parecía tranquila, pero había algo en la manera en que apretaba los labios que dejaba claro que no había olvidado lo ocurrido minutos antes.
Severus, por su parte, mantenía la mirada fija en Minerva, pero había una rigidez en su postura. Aunque su rostro no lo mostrara, las palabras de Lily aún lo quemaban por dentro. Respiraba profundo, intentando calmarse, pero no podía evitar sentir el impacto.
-No hay correo los domingos -les recordó alegremente, mientras ponía mermelada en su periódico-. Hoy no llegarán las malditas cartas...
-Tal vez en el mundo Muggle sea así, pero acá, independientemente del día, se entregan las cartas -dijo Gideon, reclinándose hacia adelante.
-Supongo que es algo bueno que usemos lechuzas -comentó Bill, sonriendo.
-Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry saltó en el aire, tratando de atrapar una.
-¿Es un chiste, verdad? -chilló Hermione, mirando a Harry incrédulamente-. Tienes el suelo lleno de cartas, pero saltas para agarrar una.
-Y ese es nuestro mejor buscador -dijeron al unísono Angelina, Fred y Oliver, riendo a carcajadas.
Astoria se reía disimuladamente detrás de su mano, mientras que Alessandra solo lo miraba con una sonrisa burlona.
-Por las barbas de Merlín, ¿es en serio? -comentó Ron, riendo tanto que tuvo que sostenerse de la mesa.
-Es un reflejo de buscador, ¿verdad? -dijo Ginny, guiñándole un ojo a Harry, quien ya estaba sonrojado hasta las orejas.
-Morgana bendita, dame la paciencia que solo una bruja puede soportar -suspiró Lily dramáticamente, llevándose una mano a la frente, imitando a una heroína trágica, lo que provocó una carcajada nerviosa de James, quien intentaba mantenerse serio.
-Oh, Harry... -dijo James, sonriendo mientras agitaba la cabeza-. Sabía que tenías talento, pero esto es insuperable.
Harry, abochornado, intentó esconderse detrás de su silla, mientras todos los demás seguían riendo, ya fuera abiertamente o intentando disimularlo. Incluso McGonagall, dejó escapar una ligera sonrisa.
-¡Fuera! ¡FUERA!
-Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
Sirius apretó los dientes, sintiendo una oleada de rabia. La necesidad de ir a la casa de los Dursley y hacer que Vernon pagara por lo que le había hecho a Harry se intensificaba en él.
-Ya está -dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote-. Quiero que estéis aquí dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin discutir!
Mary frunció el ceño y, sin poder contenerse, comentó:
-Joder, eso me dolió hasta a mí. ¿Qué le pasa a ese hombre?
-Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el vídeo y el ordenador en la bolsa.
Arthur levantó la cabeza unos centímetros, concentrado en la lectura. Con lo poco que habían leído, ya había decidido que ese hombre no le caía bien, y eso intensificó aún más su desagrado. ¿Qué clase de monstruo era aquel? No podía ni siquiera calificarlo de hombre, porque eso le quedaba corto.
-Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a preguntarle adónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y conducía un rato en sentido contrario.
A la mayoría de las mujeres no les pareció raro que Petunia temiera a su esposo, especialmente a las que habían sido criadas en familias de sangre pura. Sin embargo, Lily sabía que la personalidad de su hermana había cambiado mucho a lo largo de los años, hasta el punto de que ni siquiera era capaz de hablar para proteger a su propio hijo.
-Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... -murmuraba cada vez que lo hacía.
-No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de ordenador.
-¡Son niños en pleno crecimiento! ¡No puede dejarlos sin comer un día entero! -exclamó Andromeda, visiblemente alterada, con su instinto maternal aflorando.
-Por Dudley no me preocuparía, con todo lo que come aguanta hasta una semana -opinó Canuto, encogiéndose de hombros-. El que sí me preocupa es mi ahijado.
-¿Para qué preocuparte? -cuestionó Orion con una mirada sombría-. Está tan acostumbrado a que lo dejen sin comer que un día más no haría la diferencia.
Ambos Sirius apretaron los dientes, sintiendo una rabia creciente.
-Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las luces de los coches que pasaban y deseando saber...
-Yo me hubiera vuelto completamente loca -dijo Katie, moviendo la cabeza en señal de desaprobación.
-Y cuanto más se la quiten, más curiosidad le dará a Harry -dijo Angelina, sonriendo levemente-. ¿Verdad, Harry?
El chico asintió, sintiendo el peso de su propia impotencia.
-Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se acercó a la mesa.
-Perdonen, ¿alguno de ustedes es el señor H. Potter? Tengo como cien de éstas en el mostrador de entrada.
-¿Por cuánto más lo van a seguir intentando? -se quejó Oliver, su voz cargada de frustración-. Deberían darse cuenta de lo imposible que es que no le llegue su carta.
-Deberían -apoyó Percy, cruzando los brazos-. Pero ya nos dimos cuenta de que no lo van a hacer.
-Extendió una carta para que pudieran leer la dirección en tinta verde
-Señor H. Potter
Habitación 17
Hotel Railview
Cokeworth
-Harry fue a coger la carta, pero tío Vernon le pegó en la mano. La mujer los miró asombrada.
-Esto es inaceptable -dijo Andrómeda, su voz temblando de indignación-. No pueden tratarlo así.
-No encuentro que sea un maltrato. -habló Walburga sin mirar a su sobrina, con desdén en su voz-. A veces en necesario en la crianza, para que no se desvien.
-Que tú seas una mala madre no significa que todos los niños deban pagar por eso -cortó Andrómeda con brusquedad, sus ojos centelleando de rabia.
-Yo las recogeré -dijo tío Vernon, poniéndose de pie rápidamente y siguiéndola.
-¿No sería mejor volver a casa, querido? -sugirió tía Petunia tímidamente, unas horas más tarde, pero tío Vernon no pareció oírla.
-Qué era lo que buscaba exactamente, nadie lo sabía. Los llevó al centro del bosque, salió, miró alrededor, negó con la cabeza, volvió al coche y otra vez lo puso en marcha. Lo mismo sucedió en medio de un campo arado, en mitad de un puente colgante y en la parte más alta de un aparcamiento de coches.
-Papá se ha vuelto loco, ¿verdad? - preguntó Dudley a tía Petunia aquella tarde. Tío Vernon había aparcado en la costa, los había encerrado y había desaparecido.
-No es ninguna sorpresa que alguien como Vernon Dursley haya perdido el control hace tiempo -dijo Narcisa con desdén, manteniendo su mirada altiva.
-Comenzó a llover. Gruesas gotas golpeaban el techo del coche. Dudley gimoteaba.
-Es lunes -dijo a su madre-. Mi programa favorito es esta noche. Quiero ir a algún lugar donde haya un televisor.
-Lunes. Eso hizo que Harry se acordara de algo. Si era lunes (y habitualmente se podía confiar en que Dudley supiera el día de la semana, por los programas de la televisión), entonces, al día siguiente, martes, era el cumpleaños número once de Harry.
Lily sintió que la situación era irónica en ese momento. En el libro, Harry cumplía recién once años, pero su hijo, que estaba sentado a su lado, ya tenía quince. Para sentir que todo esto era real tomó la mano de Harry entre las suyas.
Pronto se unió James, recargando su cabeza en el hombro de Lily, creando los tres una burbuja que los protegia.
-Claro que sus cumpleaños nunca habían sido exactamente divertidos: el año anterior, por ejemplo, los Dursley le regalaron una percha y un par de calcetines viejos de tío Vernon. Sin embargo, no se cumplían once años todos los días.
-¿Es un chiste, verdad? -habló Lunático, con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas-. No puedo creer que eso sea lo que le dieron.
-Es chistoso cómo pienso que superaron los límites, pero ellos hacen algo más que me hacen odiarlos más -dijo Hannah, mirando a Harry con lástima-. No puedo imaginar cómo debe sentirse.
Ron lo miraba con sorpresa evidente. Harry le había contado cosas, sí, pero parecía que tampoco había compartido toda la verdad.
-Siempre pensé que los Dursley eran raros, pero esto es algo más -murmuró Ron, rascándose la cabeza-. ¿Qué les pasa?
Harry ignoraba a todos; solo se preocupaba de las caricias que su madre le proporcionaba, sintiéndose un poco más seguro en su presencia.
-Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
-¡He encontrado el lugar perfecto! -dijo-. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
-Esto es simplemente cruel. No puedo creer que sigan arrastrándolo por estos lugares.- dijo Hermione, con el ceño fruncido-Harry merece mucho más que este tipo de maltrato."
-Sí, Hermione, seguro ahora lo llevan a un palacio. Estos Dursley son pura elegancia -respondió George con sarcasmo, pero con una sombra de molestia en sus ojos.
-Es triste pero cierto -murmuró Ginny, lanzando una mirada de apoyo a Harry.
-Hacía mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había televisión.
-¡Han anunciado tormenta para esta noche! -anunció alegremente tío Vernon, aplaudiendo-. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su bote!
-Voy a matarlo, definitivamente voy a matarlo -masculló Euphemia, perdiendo la compostura que normalmente la caracterizaba. Había indignación en cada palabra, y cualquiera que la conociera sabía que nunca se dejaba llevar así por la rabia.
-Nunca, pero nunca la había visto tan enojada -murmuró Fleamont a Arthur, con una mirada de tristeza-. Estos Dursley han sobrepasado todos los límites de crueldad.
Arthur asintió, horrorizado por la situación, pero incapaz de encontrar palabras para describir la injusticia.
-Sinceramente, no puedo culparla -dijo Molly, claramente afectada por la escena-. Si fueran mis hijos...
-Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se balanceaba en el agua grisácea.
-Ya he conseguido algo de comida -dijo tío Vernon-. ¡Así que todos a bordo!
-En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta la desvencijada casa.
Harry suspiró y apartó la vista de la profesora por un momento. Sabía que era solo una historia, pero revivir esos recuerdos le resultaba incómodo. Lily notó su incomodidad y, en un gesto de apoyo, le dio un apretón en el brazo. James también se inclinó hacia él, colocando una mano sobre su hombro, dándole a entender que estaban ahí para él.
-No puedo imaginarte pasando por esto, Harry -dijo Hermione en voz baja, sus ojos mostrando una mezcla de empatía y tristeza.
-Ni yo -murmuró Ron, claramente incómodo-. Es peor de lo que nos contó.
-El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda. Sólo había dos habitaciones.
-Ni siquiera es una casa digna -comentó Sirius con voz grave, sus ojos llenos de rabia contenida-. Cualquier lugar es mejor que eso.
-La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías, pero sólo salió humo.
-Cuatro plátanos para toda una familia... -dijo Remus, levantando una ceja incrédulo-. Eso no es comida, es un insulto.
-Ni un perro debería vivir así -dijo Molly, cruzándose de brazos con evidente molestia.
Canuto tosio con disimulo.
-Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? -dijo alegremente
-"¡Alegremente!" -Fred imitó el tono con exageración-. ¡El hombre está completamente loco!
-Es como si se divirtiera haciéndolos sufrir -comentó Angelina.
Harry se recostó en el sillón, tratando de ignorar las miradas compasivas que recibía de sus amigos. Había contado partes de su historia, pero el libro revelaba mucho más de lo que él había querido compartir. Por suerte, las caricias de su madre lo tranquilizaban un poco, mientras James le dirigía una sonrisa reconfortante.
-Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
-Harry nunca ha sido muy optimista -comentó Neville, con una tímida sonrisa y un ligero rubor en sus mejillas.
-Nunca jamás -intervino Hermione, con un tono firme y decidido-. Siempre tiende a ver lo peor en cada situación.
-Con todo lo que ha vivido, ¿quién podría culparlo? -murmuró Ron encogiéndose de hombros, aunque fue interrumpido por un rápido golpe en el brazo de Hermione.
-Ya sabes que tengo razón... -susurró Ron por lo bajo, rodando los ojos, pero sin añadir más.
-Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.
Lily evitó mirar a Harry, sintiéndose avergonzada y mala madre. Otros compartían su angustia; Marlene se preguntaba dónde estaba, Mary se cuestionaba por qué no estaba con Harry, y Alice, al saber que Neville y Harry eran amigos, se preguntaba por qué no ayudó al hijo de una de sus mejores amigas.
-La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir. Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago rugiendo de hambre.
Harry sintió cómo su madre lo apretaba más fuerte contra su pecho, y aunque no dijo una palabra, él sabía lo que pasaba por su mente. El abrazo llevaba consigo una mezcla de culpa, amor y una silenciosa súplica de perdón. Harry no necesitaba leer su mente para entender lo que sentía.
-Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley, colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños, pensando si los Dursley se acordarían y preguntándose dónde estaría en aquel momento el escritor de cartas.
-Cinco minutos. Harry oyó algo que crujía afuera.
Harry sonrió para sus adentros, recordando a Hagrid. Ojalá estuviera aquí ahora, pensó. La presencia de Hagrid siempre le daba una sensación de seguridad. No importaba si era el Hagrid que conoció después de llegar a Hogwarts o uno del tiempo de sus padres, estaba seguro de que ambos le caerían bien a cualquiera en la habitación.
-Esperó que no fuera a caerse el techo, aunque tal vez hiciera más calor si eso ocurría.
-Positividad al máximo -ironizó Alessandra, rodando los ojos con una sonrisa.
-¿Cómo haría más calor si se cae el techo, con una tormenta afuera? -preguntó Astoria, confundida, pero con su tono metódico y pragmático.
-Cuatro minutos. Tal vez la casa de Privet Drive estaría tan llena de cartas, cuando regresaran, que podría robar una.
-Esa es una opción interesante -comentó Ted.
-¿Tú crees que así se enteró de que iría a Hogwarts? -murmuró Marlene, escondiendo su rostro en el cuello de Canuto, sus ojos brillando de duda.
-Tres minutos para la hora. ¿Por qué el mar chocaría con tanta fuerza contra las rocas?
-No sé, pero siento que algo importante está por suceder -dijo Canuto, con una mirada seria.
-Y (faltaban dos minutos) ¿qué era aquel ruido tan raro? ¿Las rocas se estaban desplomando en el mar?
Hannah, que ya se sentía inquieta, notó que la profesora Sprout estaba leyendo deliberadamente más despacio, prolongando cada palabra.
-¿Por qué está leyendo tan lento? -susurró Hannah, nerviosa, mirando a la profesora con las uñas ya entre los dientes.
Sprout, con una sonrisa apenas perceptible, continuó leyendo en ese tono pausado, sabiendo perfectamente que estaba intensificando el suspenso.
-Un minuto y tendría once años. Treinta segundos... veinte... diez... nueve... tal vez despertara a Dudley, sólo para molestarlo.
-Lo que hace el aburrimiento -dijo Gideon, conteniendo una risa.
-Sería curioso verlo en acción -añadió Fabian, compartiendo una mirada cómplice con su hermano.
-tres... dos... uno...
-BUM.
Fred y George hicieron sonar el botón rojo en el momento justo en que la profesora leyó el "BUM", haciendo que todos en la habitación saltaran del susto. Los más concentrados pegaron un respingo, y Peter incluso se cayó del sillón.
-¡Fred y George! -gritó Molly, llevándose las manos al vientre abultado-. ¡No vuelvan a hacer eso! ¡Es peligroso!
Bill, sentado cerca de George, no perdió la oportunidad y le dio un leve golpe en la cabeza. -¿En qué estaban pensando? Mamá está embarazada, no puede recibir sustos así -les reprochó, con tono protector.
-Toda la cabaña se estremeció y Harry se enderezó, mirando fijamente a la puerta. Alguien estaba fuera, llamando.
-¿Quién será? -preguntó Ted, frunciendo el ceño, su tono ahora más serio.
-¿Quién llegaría hasta ahí, en medio de una tormenta? -añadió Marlene, con su lógica habitual, claramente intrigada.
Los murmullos se extendieron por toda la sala, con todos hablando a la vez y dirigiendo miradas inquisitivas a Harry. La profesora Sprout cerró el libro con calma y el libro se fue flotando de nuevo en el centro de la habitación.
-¡Silencio! -ordenó Alicia, y de inmediato todos se callaron-. Gracias.
-¿Podemos continuar? -preguntó Tonks, entusiasta, inclinándose hacia adelante, con una expresión de emoción en el rostro.
-Hay que esperar que el libro decida. - contesto Alicia.
•••
¡
Buenas noches! Lamento la tardanza en este capítulo debido a dos periodos ocupados y mis exámenes finales. Pero aquí está, un poco más largo para compensarlo.
También he subido una nueva historia llamada "Secretos de un pasado", ambientada en la época de los merodeadores, por si les interesa. Pueden seguirme para estar al tanto de nuevos capítulos. No olviden comentar y votar; mientras más apoyo reciba la historia, más rápido serán los capítulos.
¿Les gustaría que incluyera a algún personaje en especial? Nos vemos en la próxima.
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