Diferencias.
Olivia.
Estoy feliz.
Hace unos días que el chico ha vuelto al libro. Su libro de pasta gruesa y blanca, con letras apenas legibles desde el puesto el que me encontraba.
Ahora también lo trae.
Y, nuevamente, está sumergido en él.
Se veía bien, con su mirada despreocupada sobre las hojas, con su cabello castaño rebelde y su camisa desabotonada de las mangas y dobladas hasta los codos.
Apuesto a que salió de trabajar.
Yo también lo hacía.
Pero no por coincidir en eso, me veré igual que él. No.
Estaba segura que me veía terrible. Con los pantalones holgados que había cogido en la mañana por las prisas de haberme quedado dormida.
De seguro, me veía desaliñada.
¡Dios! ¿Qué haría si en algún momento me divisara?
No, estaba segura que eso estaba lejano. Había aprendido que él evadía observar el ajetreo del vagón.
Con la tranquilidad que me brindaba observarlo, recargué mi hombro sobre el cristal.
Estaba a punto de llegar a mi destino.
Y eso ya no me gustaba tanto.
El chico no se bajaba en la misma estación que yo.
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