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Pecaminosos sentimientos

El bello bosque lleno de cerezos estaba más hermoso que nunca, aquellos hermosos cerezos que traían tantos recuerdos a mi mente, aunque había uno de ellos que tenía un cierto significado especial para mí. Me encontraba en el bosque, pensando en mi destino, como de costumbre, aún no había logrado encontrar una respuesta a todas mis preguntas, aún no había tomado una decisión sobre aquello que tanto me atormentaba. En aquel hermoso día de primavera... podía oler el perfume de los cerezos, mientras caminaba entre ellos, manteniendo la mirada fija en el árbol más viejo de todos, aquel árbol era tan alto como esa persona, y tan viejo como el amor que sentía por él. Me senté junto a él, mientras abría una vez más aquel libro que había comenzado a leer pero que por falta de tiempo o de atención no había terminado. Y allí se encontraba, se trataba de una pequeña y marchita flor, seca y arrugada, entre las páginas de mi querido libro. Agarré la flor pensativa; había sido una hermosa margarita la primera vez que la había sostenido en mis manos; mientras mi mente se alejaba del lugar...

Un alto caballero cristiano entraba por la ciudad, seguido de sus compatriotas, camino a ver a su gran majestad. El rey había ordenado un nuevo ataque a la ciudad, pero aquella batalla perdida había sido, pues los moros de Granada de nuevo habían vencido. El pueblo de Castilla a la calle había salido para recibir a las tropas que tanto tenían su alma en vilo. Y allí me encontraba yo, entre la muchedumbre, admirando al caballero que mi corazón había elegido.

... Tras posar de nuevo aquella flor sobre el libro, lo cerré de golpe, incapaz de poder seguir leyendo,  aquel poema me traía tantos recuerdos dolorosos a mi mente. Recodaba la mirada de aquel caballero en incontables ocasiones, aquella mirada que me dejaba desnuda, aquella mirada que me dejaba desprotegida y sin saber que decir o que hacer frente a él. Aquello era una locura, pues yo estaba prometida en secreto a un importante califa musulmán, y aunque lo amaba con todo mí ser, no podía olvidar a aquel caballero que había robado mi corazón y mi razón de ser. ¿Pudiera ser que el amor pudiera darse entre tres? No, aquello era una locura, ¿Cómo podía yo estar enamorada de dos hombres al mismo tiempo? Negué con la cabeza rotundamente mientras imaginaba la cara que pondría  padre si se enterase de todo aquello, si se enterase de que aquel caballero cristiano me pretendía tanto como yo a él. Si hubieras estado junto a mí en aquel entonces, quizás las cosas hubieran sido más fáciles, quizás todo sería diferente ahora...

Bajé la mirada avergonzada por aquellos sentimientos que aquel ecuestre caballero había despertado en mí, y no pude evitar que viniesen a mí de nuevo aquellos recuerdos que tanto había luchado por olvidar...

Caballero cristiano puesta en firme, declarando sus respetos hacia su majestad, nobleza cortesana de pié junto al rey admirando tal caballerosidad.  Una a una iban las jóvenes doncellas a presentarse en sociedad, mientras el joven caballero a todas miraba con enemistad, una bella dama entraba con gran preciosidad, haciéndole ver al caballero su valor magistral. Había sentido aquella mirada como algo colosal, la hermosa dama se alejaba sin dar nada a lugar.

Aquella había sido la primera vez que el ilustrado caballero se había percatado de la presencia de la dama, había sido la primera vez que había quedado sin habla frente a un noble.

Me levanté de la hierba y limpié mi blanco vestido, pero era en vano, ya estaba demasiado tintado de verde y marrón, la tierra y la hierba habían logrado su cometido: manchar mis ropas y delatarme frente a padre. Pues este me había prohibido pasear por el bosque en aquellos días, ya que estábamos en guerra y los bandidos podrían secuestrarme. Pero no podía acatar aquella orden, pues salir era la única manera de despejarme de la realidad, la única manera para encontrar a mi amado en mis pensamientos. Sabía que estaba mal, que debía casarme con Salîm en unos pocos meses, pero por alguna razón no podía evitarlo, aquel hermoso caballero había hechizado mi mente y mis pensamientos.

Entonces un crujido detrás de mí, me hizo girar con temor, pues aquel lugar era mío, y nadie más conocía de su existencia. No parecía haber nadie más que yo en aquella arboleda, pero el miedo que se extendía por cada parte de mi cuerpo, me obligó a correr hacia casa, el lugar donde me sentía segura y a salvo.

Aquel día no solo dejé atrás mis pensamientos hacia el caballero, también había perdido mi libro y con él aquella pecaminosa flor. Pues el miedo de que los rebeldes pudiesen secuestrarme hizo que me olvidase de él.

No había vuelto a la arboleda desde aquel día, temía que los rebeldes pudiesen estar por los alrededores aún, pero necesitaba encontrar mi libro, necesitaba recuperar aquella flor, la flor que había cambiado mi destino...

Una hermosa dama caminaba por los lindes del río arrastrando y manchando sus ropajes al andar, mientras un ardiente caballero miraba hacia ella con sumo esplendor. La gentil damisela no se había percatado de que tenía un mirón, pues seguía moviendo su cuerpo al tono de una canción, cantaba alegremente y sin ton ni son, mientras el perfecto caballero salía de su escondite y le obsequiaba una flor.

Apenas habían pasado unos minutos, desde que me había puesto en marcha hacia la arboleda, miraba de un lado a otro temiendo encontrar a los rebeldes en aquel lugar. Pero por alguna razón no había ni rastro de ellos, al llegar a los cerezos miré preocupada hacia el árbol más anciano de todos, y quedé estupefacta al no hallar el libro junto a él. Pudiera ser que... ¿alguien lo hubiese cogido? Pero... ¿quién se preocuparía de recoger un libro viejo y argado?

Al llegar a casa, ya había oscurecido, padre estaba en el salón esperando para la cena como de costumbre, tras limpiar mis zapatos de barro e hierba me miré en el espejo del recibidor, acicalándome el cabello, para luego entrar en el salón y saludar a padre como era debido: hice una leve reverencia levantando un poco el vestido y agachando la cabeza para luego mirarle y sonreír. Pero padre no parecía muy contento, temí que pudiese haber descubierto que había vuelto a desobedecerle, mi mirada seguía siendo tranquila y sosegada, pues no quería dar motivos para que volviese a regañarme, pero padre no cambió su mirada enfurecida hacia mí...

"No creas que porque hayas limpiado tus zapatos y hayas acicalado tu cabello no podré percatarme de que has estado en el bosque"

Miré a  padre sin comprender como había podido enterarse de aquello, puesto que había sido totalmente sigilosa desde su prohibición.

"Padre... perdóneme mi pecado"

Rogué mientras me tiraba al suelo e imploraba su perdón, pues sabía que los castigos impuestos por él eran demasiado severos para ser soportados por una dama como yo.

"Sabes cuál es tu deber, sabes que a un padre no debe cuestionársele nunca, que las palabras sabias de un padre son la ley"

Y tras decir esto, se levantó impulsivamente mientras dejaba caer al suelo frente a mí un libro, un viejo libro que yo conocía muy bien: era el libro, mi libro, ese que había estado leyendo aquel día. Sabía que no debía preguntar a  padre como había acabado el libro en  casa, pero una necesidad por saber me impedía acatar las normas de padre, aquella necesidad era mucho más grande que mi propia voluntad.

"Padre... le llamé antes de que hubiese abandonado el salón puedo preguntarle ¿Cómo ha llegado el libro a usted? Pregunté a sabiendas de que estaba mal, de que padre podría descargar toda su ira en mí, pues tú no estabas para tranquilizarle, pero la necesidad por saber aquella pregunta era más fuerte que cualquier otra cosa.

Como había esperado padre se tornó a mí enfurecido, dispuesto a golpearme duramente, pero cuando estaba a escasos pasos de mí, bajó su mirada avergonzado al notar el miedo en mis ojos. Para luego darse la vuelta y alejarse de mí, respondiendo a mi pregunta antes de dejarme sola en el salón...

"aquel triste caballero siervo de su majestad el rey, lo encontró en el bosque hace unos días, y lo trajo a casa la pasada noche"

Aquellas palabras no habían calmado mi corazón, al contrario lo había alterado aún más. Ya que si aquel caballero había tenido en su poder el libro, quizás lo hubiese leído y hubiese descubierto algunas anotaciones que había escrito en él sobre mis verdaderos sentimientos hacia aquel caballero. Tras revolver las hojas una a una preocupada, intentando encontrar mi flor, me percaté de que la había perdido, la flor no se encontraba en el libro...

A la mañana siguiente desperté en mi alcoba bastante alterada, no había podido dormir plácidamente en toda la noche, pues temía que el caballero pudiese alejarse de mí si el rey lo mandaba al frente de nuevo...

Toda Castilla salía a los balcones y a las ventanas de sus casas para despedir a las tropas que habían sido enviadas por su majestad el rey contra las tropas musulmanas. Sólo una persona ajena se encontraba, caminaba cabizbaja por el sendero hacia la iglesia.

"oh hija mía, dime cual es el pecado cometido. Pues tan grande ha de ser cuan tu estas en la casa de dios en vez de çir adios"

"Decidme padre, ¿qué es aquello a lo que vos os referís?

"¿pero que me decís hija? ¿Acaso no sabéis que nuestros hijos y  hermanos, nuestros amigos y vecinos han sido enviados por el Rey don Alfonso a territorio musulmán de nuevo?"

 

Ilustre caballero, luce armadura y espada, mientras cabalga en su glorioso caballo junto a sus compañeros. Busca con su mirada una mirada sin igual que haga que su corazón lata con fuerza hasta desaparecer, pero esa mirada no se halla entre la multitud, esa mirada no ha venido a despedirle.

Quizás debió declarar sus sentimientos hacia ella cuando tuvo ocasión, quizás debió rogar a aquella bella dama que fuese la dueña de su corazón, pero el destino ha sido truncado, ¡oh, que tremendo dramón! ahora ya no podrá volver a mirar a su amada ni devolverle aquella mustia flor.

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