Somos vulnerables
La sensación que invadió en la totalidad de su cuerpo, fue la de una calidez inigualable. En los huesos, ya no carcomìa la sensación gélida de la madrugada, ni el dolor de la indiferencia. Sus extremidades, ya no se hallaban adormecidas, ni sus labios, temblorosos y amoratados por los grados bajo cero.
En lugar de todo ello, su cuerpo era arrullado por una exquisita sensación tibia y reconfortante, sobre el suave roce de lo que parecía ser un gran trozo de algodón.
Y Miguel, entonces fue abriendo lentamente sus ojos.
Y ante èl, lo primero que se extendió, fue el techo de su habitación.
Y a lo lejos, se oìa el fuerte sonido de la lluvia, cayendo a cántaros en el exterior.
Miguel entonces, se quedó allí, asimilando lo que ocurrìa.
¿No estaba muerto? O acaso... ¿era un sueño?
Desorientado, moviò un poco los dedos de sus pies, y pudo sentir el suave roce del cobertor tocando en su piel.
Sì; estaba con vida. Aquella sensación inconfundible del arrullo de su cama, era realidad, y por tanto, Miguel supo que su cuerpo y alma, no habían sido víctimas fatales de la gélida noche anterior, en el paso sobre nivel.
Estaba con vida.
—¿Por... por què?
Dijo, en un hálito imperceptible, tan perplejo y cansado, que apenas pudo mover sus labios.
¿Por què aquello estaba pasando? ¿Por què no habìa muerto en medio de la noche? Era ilògico... ¡lo último que èl recordaba, era el cielo en el frìo concreto en el paso sobre nivel! Y peor...
Lo que habìa pasado en la fiesta, con la pantalla gigante, y su anuncio.
El anuncio...
Miguel sintió una fuerte punzada en el pecho, y la amargura de seguir con vida, nuevamente le golpeò fuerte con el choque de realidad.
Miguel dio un profundo suspiro, y despacio, se llevò ambas manos a la cabeza, y quiso llorar.
Pero las làgrimas no salieron.
—E-es mi habitación... —susurrò para sì mismo, volteando su cabeza hacia el costado.
En su habitación, observó que estaba encendida la pequeña lamparita de su velador, la que, con una lucecita muy tenue y tierna, encendía con tono damasco la atmòsfera del lugar. Al otro lado, yacìa el calefactor encendido, propinándole un fuerte calor a su cuerpo. Sobre èl, se ubicaban por lo menos tres cobertores, arrullàndole y brindándole calor.
De la hipotermia, Miguel había pasado a tener muchísimo calor entonces.
—Estoy a salvo... —se dijo, intentando incorporarse, aùn sorprendido por tal escenario.
Cuando se sentó en la cama, entonces se mirò el cuerpo, y notò, que ya no tenía puesto el traje de la noche anterior. En su lugar, tenía puesto su pijama, el que era peludito, y muy abrigadito.
Miguel mirò a su alrededor, y pudo notar, que la puerta de su habitación estaba cerrada. Se quedó por unos minutos en silencio, y en el caos que yacìa en su cabeza, intentò ubicarse en la línea temporal.
Y de pronto, entonces se le vinieron dos imágenes a la mente.
Manuel en medio de la noche, arropándolo con la parte superior de su propio traje, y tomàndole en brazos, en medio de una desesperación que, a Miguel, le calò profundo en el alma.
Y, la otra imagen; Manuel conduciendo el vehículo de Martìn, a toda velocidad, mientras èl —Miguel—, le observaba recostado desde el asiento de copiloto...
¡¿Aquello habìa pasado en serio?! ¡¿No había sido una alucinación?! ¡¿No habìa sido un sueño?!
Miguel entonces, sintió una càlida sensación en el alma...
¿Manuel le habìa salvado la vida?
Manuel... Èl, ¿de verdad lo habìa hecho?
¡¿Despuès de todo lo que habìa pasado en la fiesta?!
No, no; aquello era imposible...
No podría existir un ser humano tan jodidamente bondadoso en la vida.
¿O sì?
Lògico era que Manuel lo dejase abandonado en medio de la noche, tirado como basura en el concreto, siendo presa de la muerte, por haber permitido esa humillación pública frente a sus colegas de la clínica.
Aquello era lo mínimo que merecía. Era lògico que Manuel ahora, lo odiara con toda su alma. Era entendible que Manuel le abandonase; no esperaba otra reacción de èl.
—Meow.
Oyò entonces Miguel de pronto, proveniente desde debajo de su cama. Miguel ladeò un poco su cuerpo, y allí, observó a Eva, su gata.
Miguel contrajo sus pupilas.
—¿E-Eva...?
La gatita dio un salto a la cama, y se posicionò sobre los muslos de Miguel. Allì, ambos se miraron por largos segundos, y en silencio.
Entonces Miguel comprendiò el mensaje.
Eva volvió a maullar.
—¿Dices que Manuel está...?
Miguel contrajo sus pupilas, y negó con la cabeza.
Aquello no era posible...
Y, sin pensarlo demasiado, Miguel se alzò de la cama. En el proceso, sintió un leve mareo, y se apoyò en la pared. Ignorando dicha sensación, se reincorporó, y girò la perilla de la puerta.
Y allí, entonces avanzò hacia el living.
Cuando vio la imagen que ante èl se extendió, Miguel quedó de piedra.
Y sintió que el corazón le iba a estallar.
—Ma-Manuel...
Susurrò, con la voz algo rota.
Manuel estaba allí, en el living de su apartamento.
Èl se hallaba mirando hacia el balcòn, dándole la espalda, y observando a través del vidrio del gran ventanal, el que yacìa cerrado, por la fuerte lluvia que caìa en el exterior.
Y en la mano, Manuel sostenía un cigarrillo, el que se hallaba encendido, y el que humeaba un fuerte aroma.
Y, a pesar de que Manuel pudo percatarse de la nueva presencia de Miguel, no se volteò a observarlo, y, en lugar de hacer aquello, siguió con su vista estàtica e impasible hacia el exterior, observando la lluvia caer.
Hubo un profundo silencio, y solo se oyò el fuerte ruido del agua cayendo.
Y Miguel, avanzò lento.
Conforme Miguel se acercaba a Manuel, fue testigo entonces, de la noche que había transcurrido. A un costado, en la pequeña mesita del equipo, Manuel tenía el cenicero inundado en cigarrillos; allí, Miguel pudo observar por lo menos unos quince ya consumidos y apagados.
Manuel habìa estado fumando toda la noche, y el fuerte olor a tabaco en el apartamento, también era clara señal de ello.
Miguel entonces sintió una fuerte punzada en el estòmago.
A través del reflejo en el ventanal, Miguel pudo ver también el reflejo del rostro de Manuel. Y, cuando pudo con la vista, delinear en la faz de èl, sintió que la culpa le carcomió màs profundo.
Manuel tenía una expresión tan triste, indiferente e inexpresiva, que Miguel entendió que se encontraba profundamente afectado.
Y sintió que el dolor le aprisionò en el alma.
Miguel se quedó entonces parado a pocos metros de Manuel, observándole en silencio. En su lugar, Manuel siguió observando por el vidrio del ventanal, estàtico e inexpresivo.
Y ninguno de los dos se dirigió ni la mirada, ni la palabra por varios minutos.
Hasta que entonces, Manuel hablò.
—Vuelve a la cama... —susurrò, con voz sumamente apagada.
Miguel alzò la mirada, con expresión triste, y al cabo de unos segundos, dijo en voz temblorosa:
—Ma-Manuel, yo...
—Vas a resfriarte —le interrumpiò, inhalando el cigarrillo, y echando el humo contra el vidrio—. Y podrías empeorar. Te salvè de una hipotermia, pero si no te mantienes abrigado, estaràs mal.
Miguel observó por varios segundos, en silencio, y no hizo caso. Y, en lugar de tomar dichos consejos, se quedó observando a Manuel, que aùn le daba la espalda.
Y pudo percatarse, de que Manuel no llevaba la parte superior de su traje. En lugar de ello, Manuel llevaba solo la camisa, y la corbata. Su cabello estaba desordenado, y bajo sus ojos, había unas grandes ojeras, signo de cansancio profundo.
Manuel no habìa pegado una pestaña en toda la noche. Aquello era claro.
Manuel había pasado la noche en vela, pensando en quizá què cosas...
Miguel dio un leve suspiro, y dirigió su vista hacia el exterior, observando entonces, lo sombrìo que se encontraba el dìa. La razón por la que la noche anterior habìa estado tan fría y nublosa, era porque se aproximaba una intensa lluvia. Afuera, el dìa era tan oscuro y deprimente, que fácilmente Miguel pudo haber pensado que eran las seis de la tarde, sino fuese porque, el reloj de su sala, marcaba que eran las nueve de la mañana.
—Ve a abrigarte —volvió a decir Manuel, con voz apagada.
Miguel arqueò los labios, y contestò:
—N-no tengo frìo. Ya estoy...
—Hazlo.
—Pero...
Manuel no volvió a decir palabra alguna. Y, sin mediar interacción entre ambos, Manuel apretò con fuerza el cigarrillo que fumaba, y lo partió en dos.
Miguel observó aquello, y contrajo sus pupilas.
Entendiò entonces, que Manuel no se hallaba de humor.
—Sì, lo harè... —musitò, bajando la mirada, y yendo hacia su habitación.
Allì, buscò una manta, y se la calò en el cuerpo. Al rato, volvió entonces a la sala, y se quedó de nuevo observando a Manuel, que estaba de espalda a èl.
Y hubo un largo silencio entre ambos, en donde una triste fusión de sentimientos, fue evidente.
Miguel bajò la mirada con tristeza, y sintió la indiferencia de Manuel en aquellos instantes.
Joder, como dolía. Dolìa tanto, que sintió de pronto que una làgrima solitaria le rodò por la mejilla.
No estaba acostumbrado a esa distancia de Manuel...
—Martìn me contó lo que vio en la tienda, Miguel —dijo, encendiendo un nuevo cigarrillo, e inhalándolo.
Miguel contrajo las pupilas, y ascendió su vista.
Hubo otro largo silencio, y entonces Manuel, al fin se volteò.
Y ambos se miraron al rostro.
Manuel tenía una terrible apariencia.
Y Miguel no supo què contestar.
—¿Ma-Martìn...?
—Sì, Martìn —volvió a decir Manuel, y esta vez, acortò distancia hacia Miguel. Se quedó frente a èl, y le observó directo a los ojos—. Cuando re cobrè la consciencia, Martìn me contó que querìas hablar algo conmigo. Para desgracia de todos, èl se adelantò, y me contó lo que vio en el cubìculo de la tienda.
Miguel separò los labios, y sintió que el pavor le tomò preso. Sintiò entonces que las palabras no le salieron, y se quedó observando a Manuel, estàtico.
Manuel entonces agachò la mirada, y sintió que la garganta le ardió.
Quiso llorar, pero se retuvo.
—¿Me amas realmente, Miguel?
Las palabras de Manuel dolieron como Miguel jamás imaginò, y sintió que un pedazo de su alma, era arrancado.
¿Manuel estaba marcando el fin de su relación?
—T-te amo, co...como no tienes idea, Manuel...
Miguel entonces no soportò, y la voz se le quebrò. El llanto le brotò de los labios, y nada pudo frenar aquello.
Manuel alzò la mirada, entre làgrimas, y con el ceño fruncido, entonces dijo:
—Entonces... ¿por què? —escupió, herido—. ¿Por què Miguel? ¿Por què mierda me mientes de esta manera? ¿Por què lo haces?
—N-no lo sè, no lo sè...
—¿No lo sabes? —inquirió, mordiéndose los labios—. ¿No entiendes que esto me acaba de romper el alma, Miguel? ¿No lo sabes?
—Y-yo... Ma-Manu, yo...
—¿No sabes cómo me siento ahora mismo, Miguel?
—Manuel...
—¡¿Por què no confías en mì, Miguel?! ¡Por la chucha! ¡¿Què mierda ha estado haciéndote ese hijo de puta de Rigoberto?! ¡¿Por què no me lo dices?! ¡¿Què es lo que tengo que mejorar, para que puedas confiarme tus cosas, Miguel?! ¡¿No ha sido suficiente acaso, con todo lo que te he demostrado?! ¡¿Crees que he sido insuficiente para ti?! ¡¿He estado haciendo mal las cosas?!
Manuel entonces rompió en llanto, y lanzó un bufido, cargado de dolor.
Miguel se quedó entonces de piedra.
Y hubo otro largo silencio.
Era la primera vez, que Miguel veìa llorar a Manuel de esa manera.
Eva, que observaba desde la puerta de la habitación, se hallaba reducida en un rincón, asustada.
Se oyò solamente el ruido de la lluvia, y Manuel mantuvo la mirada agachada.
—Yo sè que, lo que ha pasado en la tienda, ha sido un abuso, Miguel —dijo, con la voz àspera y apagada. Miguel, que yacìa sollozando en silencio, ascendió su mirada—. Martìn me lo contó, porque me vio muy afectado, pero yo sè, que ha sido Rigoberto quien te ha obligado a hacerlo... ¿verdad?
Manuel levantò la mirada, con intenciones de hallar una respuesta en los ojos de Miguel.
Miguel, en su lugar, se mantuvo quieto.
—¿Verdad que sì, Miguel? Contèstame; no te quedes callado...
—Sì... —dijo, en un susurro—. Rigoberto; èl... me ha intentado abusar en la tienda.
Manuel agachò la mirada, y sintió que de pronto un calor le comenzó a subir por el estòmago.
Su respiración se agitò, y como forma de controlar su temperamento, se mordió el labio, y volvió a encender otro cigarrillo.
—Yo... yo iba a decírtelo, Manuel, pero... pero yo... no pude, yo... no...
—¿Y el anuncio? —dijo entonces Manuel, rompiendo su voz nuevamente—. Tù... tù eras el del anuncio. Tù eras la persona de la que todos hablaban en la clínica, y yo nunca... nunca me di cuenta. Por eso todos se reìan cuando yo pasaba. Por eso todos...
Manuel se alzò, y comenzó a caminar por la sala, nervioso. Miguel le siguió con la vista.
—¿Cuànto tiempo has estado ocultando esto de mì? —disparò, con los ojos inundados en làgrimas—. ¿Por què no me lo dijiste?
Miguel negó con la cabeza, y las làgrimas le cedieron.
—Ma-Manu...
Miguel comenzó a temblar, y la voz entonces se le rompió por completo.
—¿No confías en mí, Miguel? ¿No he sido un buen novio contigo acaso, como para merecer esto? Todos sabían lo que pasaba, y yo, era el único que no tenía idea. ¿Crees que realmente yo merecía esto? ¿He sido un mal novio contigo?
Y Miguel, se quebrò ante Manuel, no pudiendo retener màs su angustia.
Y, sin pensarlo, corrió a los brazos de Manuel, y le abrazò, sollozando con fuerza.
—¡Sì, soy yo el del anuncio! ¡Yo soy, Manuel! ¡Yo soy la zorra del que todos hablaban, yo soy! ¡Yo soy!
Miguel entonces confesò todo, sin poder retener màs su desespeaciòn. Y Manuel, que yacìa tan shockeado como nunca, se quedó petrificado, y con las pupilas contrariadas.
Y en un principio, no correspondió al abrazo, hasta que entonces, Miguel sintió unos fuertes brazos rodearles el cuerpo.
Y Manuel le abrazò.
Miguel entonces rompió en llanto, cuando entendió, que probablemente aquella sería la última vez en que sentiría un abrazo de su amado.
Y se quedaron asì, por varios minutos.
—Quiero oírte...
Susurrò entonces Manuel, en un suave hàlito. Miguel, entre làgrimas, levantò su mirada, y se encontró de cerca con el rostro de su amado.
Y se observaron en silencio.
—Cuèntame todo, Miguel... —le dijo, y Miguel sintió que el alma se le reconfortaba de nuevo, cuando pudo ver que la expresión de Manuel, de nuevo se endulzaba, como era de costumbre—. Quiero saber que ha pasado, y quiero oìrlo de tus labios. Quiero saber de ti, y no por medio de otras personas, què es lo que realmente ha pasado. Confíamelo, por favor, incluso si ya es demasiado tarde.
Miguel volvió a abrazarse a Manuel, y se quedó en dicha posición por varios minutos, hundiendo su rostro en el regazo de su amado.
Y tras mucho rato, entonces Miguel se sintió capaz de hablar.
Manuel le estaba dando la oportunidad de explicar y redimir sus errores, y no podía dejar pasar aquello. No después de todos los problemas que había causado.
—Hace cinco años atrás, cuando mi padre me abandonò... —comenzó a hablar, y Manuel comenzó a acariciarle el cabello, despacio—. Yo me sentí asquerosamente repudiado.
De pronto, sus manos comenzaron a aferrarse despacio, en un movimiento que comenzó tìmido, y que luego, se fortaleciò al paso de unos pocos segundos.
—Yo... siempre anhelè una familia, Manuel. Y cuando mi padre me abandonò, me sentí tan perdido y despreciado, que perdí el rumbo de mi vida. Sentìa entonces que debía buscar amor y aprecio, en otros lugares. Pensaba; ¿por què nadie puede amarme? ¿Acaso soy tan malo? Y, quizá por rencor a mi padre, o quizá como una forma de auto-desprecio, yo... comencé a buscar amor en otras personas, y... estas personas, eran hombres mayores.
Manuel asintió despacio, y guardò silencio, entendiendo hacia donde se dirigían las palabras de su amado.
—En algún momento, mi padre me quitò también la mesada, y me vi económicamente acorralado. Hubo dìas en que pasè realmente hambre, y no vi una salida màs ràpida que...
Miguel torció los labios, y nuevamente las làgrimas le cedieron. Manuel entonces, fortaleciò el abrazo.
—¿La prostitución? —susurrò Manuel.
Miguel asintió, avergonzado.
—Ejercì la prostitución durante dos meses, pero... me di cuenta de que no me sentía bien con eso. Yo... me avergüenzo de esto, Manuel. Me da vergüenza admitirlo, recordarlo, y saber que caì hasta tal punto. Me sentía anímicamente tan destruido, tan odiado por mi padre, que... intenté buscar amor en otros hombres, y entonces, cuando me pagaban, me sentía falsamente realizado. El hambre también me empujò a hacerlo, como una medida desesperada, pero luego, entendí que podía ser un Sugar baby, y que aquello podría ser màs digno para mì.
Hubo un silencio entre ambos; Manuel alzò su mano, y acariciò la mejilla a Miguel.
—El anuncio que vimos en la fiesta... —dijo Manuel—. Decìa que tenìas dieciocho años...
Miguel asintió.
—Es un anuncio antiguo —dijo—. Yo... lo borrè al tiempo de haber sido subido, pero...
—¿Por què está en internet entonces? —inquirió Manuel, confuso.
Miguel entonces torció los labios, y bajò la mirada.
—Amor, dìmelo... —suplicò, tomando el rostro de Miguel—. Ya no me ocultes nada, por favor...
Miguel dibujò una triste expresión, y tomò la mano de Manuel.
—Rigoberto... —musitò, y Manuel contrajo las pupilas.
—¿Ri-Rigoberto?
—¿Recuerdas cuando, hace un tiempo atrás, èl te acusò de violación a los medios de prensa? —Manuel asintió, contrariado—. Yo... desmentí dicha noticia, y lo acusè a èl de intentar violarme; se formó un gran alboroto, y tal parece, que provoquè problemas con su esposa. Manuel, èl... nos odia a ambos. Me odia a mì, por exponerlo, y te odia a ti, por dejarlo ciego. Nos odia, y detesta vernos a ambos, estando juntos y felices.
Manuel entonces sintió que de pronto todo se esclareció.
—E-entonces... lo del anuncio en internet...
Miguel asintió, apenado.
—Y... lo de la pantalla gigante, en la fiesta...
Miguel agachò la mirada, y volvió a asentir.
Manuel entonces retrocedió, y se separò de Miguel. Se llevò las manos por detrás del cuello, y se mordió los labios.
Tuvo de pronto un impulso asesino, y su expresión se endureció.
—Ma-Manu —dijo Miguel, caminando hacia èl, y abrazándole por la espalda—. No hagas, nada, por favor; escùcham...
—¿Èl te hizo todo esto? —disparò Manuel, llorando, pero esta vez, de una ira incontenible—. ¡¿Te estuvo acosando todo este tiempo, Miguel?! ¡¿Èl te chantajeó de esta manera?! ¡¿Èl fue?!
Miguel asintió, y cerrò los ojos con fuerza.
Temìa por lo que pasarìa.
—No hagas una locura, por favor —pidió, abrazàndose con màs fuerza a Manuel—. Por favor, por favor...
Manuel echò la cabeza hacia atrás, y dio un profundo suspiro. Cerrò los ojos, e intentò hacer un leve ejercicio de respiración.
Y tras un par de minutos, calmò su peligroso impulso.
No era el momento para salirse de sus casillas, debía mantener la cordura por ahora. Miguel estaba alterado, el episodio en la fiesta habìa sido muy reciente, y debía tomarse las cosas con calma.
Dio un profundo suspiro, y asintió despacio.
Miguel entonces se separò levemente de èl.
Y se observaron en silencio.
—¿Me odias? —susurrò Miguel, con los ojos reteniendo làgrimas.
Manuel sonriò apenado, y negó con la cabeza.
—¿Còmo podría odiarte, Miguel?
Miguel bajò la mirada.
—Y-yo... te hice pasar vergüenza... —susurrò, apenado—. En la fiesta, todos vieron lo que pasó. Te hice daño, y... y por mi culpa, te desmayaste. Y tus colegas, ahora deben pensar que yo soy...
Miguel comenzó a llorar, y Manuel le volvió a abrazar.
—Tranquilo, amor...
—¡Ahora todos piensan que estàs con un prostituto! —exclamò, sintiéndose como una basura—. ¡Y te ocultè cosas! ¡Te mentì! ¡Te hice sentir mal!
—Miguel, escúchame. No fue tu culpa. Solo fuiste víctima de...
—¡Tenìa tanto miedo, tanto tanto miedo! ¡No era capaz de decírtelo! —Miguel estaba tan fuera de sì, que no era capaz de oìr las palabras de Manuel—. ¡Tenìa miedo de que te fueras de mi lado! ¡Tenìa miedo de que me abandonaras, porque... porque tù!
Y Miguel, dijo aquello que hizo sentir a Manuel como una mierda. Y en un impulso, dijo aquello que tenía retenido.
—¡Dijiste que nunca estarìas con alguien que hubiese ejercido la prostituciòn, y yo no quería que me dejaras de amar!
Manuel contrajo sus pupilas, y agachò la mirada.
Era cierto; èl habìa dicho aquella la noche anterior.
Habìa sido un completo imbécil.
Hubo un silencio entre ambos.
—Lo siento... —susurrò, con la voz apagada—. Fui un hijo de puta, Miguel. No pensè bien en mi respuesta, y fui prejuicioso. Todos tienen derecho a cambiar, y yo la caguè. Por mi culpa, no tuviste la confianza en decírmelo. Soy el responsable de esto. Discùlpame, soy una mierda.
Miguel negó con la cabeza, y limpiò sus làgrimas.
—N-no quise hacerte sentir mal... —musitò—. Està bien, después de todo, ¿quièn quiere estar con alguien asì? Soy despreciable...
—Amor; no lo eres...
—No estoy a tu altura, Manu —volvió a decir, un tanto histèrico—. Mìrate; tù... tù eres un médico. ¿Yo que soy? Una maldita zorra, y...
—Miguel —dijo Manuel, con la voz autoritaria—. No digas eso; me haces sentir mal. No eres una zorra. Eres mi novio, y te am...
—¡Pero mìrame! —le gritò, ofuscado; Manuel se exaltò—. ¡Soy una mierda! ¡Cometo muchos errores, y tengo un pasado asqueroso! ¡Y mìrate tù, Manuel! ¡Eres un hombre amado por todos! ¡Eres intachable! ¡No cometes errores! ¡Tienes un pasado limpio, y siempre has sabido cómo hacer las cosas!
Miguel entonces volvió a romper en llanto, y Manuel lo atrajo hacia sì mismo.
Miguel estaba estallando, después de muchos dìas soportando quizá cuànta presión para èl solo.
Y tras el paso de varios minutos, Miguel dejó de sollozar.
—Ven aquí... —le dijo Manuel, y le tomò de los hombros; ambos se echaron en el sofà. Se observaron en silencio—. Escucha lo que voy a decir...
Miguel alzò la mirada, y con expresión triste, le observó.
—No soy un hombre intachable, ni perfecto, ni amado por todos...
Miguel arqueò las cejas.
¿Còmo que no lo era? ¡Sì que lo era! ¡Manuel era, probablemente, el hombre al que Miguel màs admiraba! Y... ¡era admirado en la clínica, y en el Callao! ¡¿Por què él decía eso?!
—¿Còmo que no? Si tù...
—Miguel... —Manuel, tomò las manos de su amado, y las besò con ternura. Miguel mirò descolocado, y Manuel, suspirò con pesar.
Cerrò los ojos, y al paso de unos minutos, tomò valor, y hablò.
—No soy como tù piensas...
Manuel le miraba con tal seriedad, que Miguel no pudo evitar sentir miedo.
Miguel contrajo las pupilas, y separò los labios.
—N-no me digas que... —la imaginación de Miguel, entonces comenzó a volar—. Que tù... realmente en el Callao, eres un narcotraficante...
Manuel echò una risilla, sin quererlo.
—No; eso no...
Miguel entonces observó en silencio, y Manuel, cambió su expresión a una seria.
Y se vio de pronto muy afectado.
—Yo; Miguel... veràs, yo...
Manuel dio un profundo suspiro, y se alzò del sofà. Caminò por la habitación, nervioso, y volvió a tomar un cigarrillo.
Y lo volvió a encender.
Miguel entonces se preocupò. ¿Cuànto habìa fumado Manuel? Se veìa terrible, y probablemente en cualquier momento colapsaría.
Manuel llevaba muchísimo sin dormir.
—Y-yo... la razón por la que no te juzgo, Miguel, y, la razón por la que entiendo tus emociones, y el miedo que sentiste al confiarme tu pasado, e-es porque...
Se detuvo, y volvió a fumar. Se apoyò en la pared, y se quedó en silencio.
Miguel, entonces, entró a preocuparse de verdad.
—¿Què pasa, amor? —musitò, acortando distancia hacia Manuel—. Te ves... mal. ¿Te sientes bien?
Manuel asintió despacio, y guardò silencio. Inhalò el cigarrillo, y suspirò.
Le estaba costando demasiado el dar pie para ello...
—Estoy... bien —mintió, y exhalò con cansancio—. Y-yo... lo que pasa, es que...
De pronto, Manuel sintió que un cuchillo le cruzò las sienes. Lanzò un alarido, y se tomò la cabeza con fuerza.
—¡¿Ma-Manu?!
Manuel se mordió los labios, y cerrò los ojos.
—Lo... lo que has hecho, Miguel, tù... —de pronto, Manuel sintió que las palabras se le enredaban en la lengua—. No es... nada, comparado con lo que yo he hecho.
Miguel se quedó estàtico, y le observó extrañado.
—¿De... de què hablas? Amor, vamos...
—No, escuch...
Y cuando Manuel abrió los ojos, entonces sintió que toda la habitación se le volteò. De nuevo, su presión sanguínea bajò, y Manuel, cayó al suelo.
Miguel lanzó un grito.
—¡¡Amor!! —se echò sobre Manuel, y lo tomò entre sus brazos—. ¡¿Amor?! ¡Amor! ¡Manuel, por favor! ¡¿Llamo a Martìn?!
—N-no es necesario; tra-tranquilo... —le calmò, tomàndose la cabeza, y respirando con dificultad—. E-es solo la presión... me siento un poco mal, pero...
De pronto, Miguel observó el cigarrillo encendido en la mano de Manuel, y se lo arrebatò en un movimiento.
—¡¿Cuàntos cigarrillos has fumado?!
—U-unas dos cajetillas...
—¡Huevòn! —dijo, lanzando el cigarrillo hacia el cenicero—. ¡Tienes que dormir! Vamos, no has dormido en horas, amor...
—N-no es necesario. Estoy...
—¡Vamos!
—No, amor; de verdad...
Miguel tomò el rostro de Manuel, y con expresión asustada, revisò los ojos de su amado; estaban somnolientos, y algo opacos. Manuel, aparte tenía la piel muy pàlida, y la voz muy apagada.
Era evidente de que, las horas sin dormir, las fuertes emociones, el consumo de cigarrillo, y la ansiedad, tenìan a Manuel en malas condiciones.
Y, por lo que Miguel observaba, Manuel se veìa muy afectado en aquellos instantes, en lo que intentaba comunicarle.
—Manu, por favor; debes descansar —Manuel negó con la cabeza—. ¿En cuàntas horas no has dormido? Dìmelo...
—Estoy bien...
—¡Amor!
Manuel cerrò los ojos, y musitò:
—U-unas treinta horas...
Miguel lanzó un alarido.
—Debes descansar, amor. Estàs colapsado. Llevas mucho sin dormir, y ademàs... has pasado por muchas emociones en estas últimas horas. Vamos, te llevare a mi habitación...
Cuando Miguel intentò reincorporar a Manuel —con mucho esfuerzo pues, Manuel era considerablemente màs alto que èl—, entonces Manuel lo tomò con fuerza, y con la voz rota, le dijo:
—N-no... no puedo, Miguel. Tienes que escucharme, y-yo...
Miguel observó descolocado.
—No puedo seguir mintiendo, y-yo... yo no soy una buena persona. T-tù... la razón por la que tenìas tanto miedo de decirme todo, era porque pensabas que yo era una persona intachable, pero no es verdad, Miguel. Todo es mi culpa. T-tus inseguridades conmigo, todo eso lo ocasionè yo, y...
—Amor, vamos. No sabes lo que dices, estàs...
—¡Si sè lo que digo! —exclamò, llenándose de làgrimas sus ojos—. ¡He sido egoìsta, Miguel! ¡Por mi causa, tù has formado todos estos miedos! ¡Tienes que saber quien soy yo realmente! ¡No soy la persona intachable que piensas, ni tengo un pasado limpio!
Manuel entonces, pasó de ser un hombre con templanza, a un hombre vulnerable.
Y Miguel quedó tan perplejo, que le observó estàtico, sin saber què decir.
—Ma-Manu... —susurrò con cierto shock, al ver, que Manuel se mostraba como un pequeño niño asustado hacia èl. Jamàs, hasta dicho momento, Miguel habìa visto tan vulnerable y asustado a Manuel.
¿Asustado? Aquello no existía en Manuel. Miguel, jamás le habìa visto ni asustado, ni vulnerable, ni en medio de un llanto a Manuel.
¿Què estaba pasando? ¿Por què Manuel, de pronto, cambiaba tanto? ¿Què era a lo que tanto miedo tenía?
—N-no puedo permitir que... que tù pienses que yo soy intachable. Soy... soy yo quien no está a tu altura. Yo... he hecho algo horrible, Miguel...
Manuel hablaba con tanto miedo, que Miguel sintió de pronto que ante èl, veìa a un pequeño gatito mojado bajo la lluvia del exterior. Y sintiendo que, el corazón se le rompìa en mil pedazos, Miguel tomò a Manuel, y lo aferrò entre sus brazos.
Dolìa ver a su amado Manuel de esa forma.
No tenía la màs mínima idea de lo que Manuel hablaba, pero no le importaba. Fuera la razón que fuera, a Miguel le dolía ver asì a quien fuere el amor de su vida. Y, sin pedir explicaciones, ni mediar palabra, lo aferrò hacia sì mismo, y comenzó a acariciarle el cabello.
—Ma-Manu, ya no hables... —le pidió, besándole los labios con suavidad—. No sè que quieras decirme, pero... te ves muy afectado. No es momento para que me lo cuentes; estàs colapsado. Tienes que descansar.
Manuel negó con la cabeza, y volvió a llorar.
—Y-yo no merezco que me ames. No soy lo que piensas...
Miguel volvió a besarle los labios, y le observó en silencio por varios minutos.
Manuel entonces agachò la mirada, y rehuyò de la vista de Miguel.
Era clara la señal de que, Manuel, no se sentía digno de Miguel en esos instantes.
Se mostraba vulnerable.
—Necesitas un baño —dijo Miguel, y con dificultad, irguió a Manuel desde el suelo—. Hueles mucho a tabaco, y necesitas estar limpio. Una duchita, y luego a dormir, ¿què te parece?
Manuel asintió despacio, aùn con la expresión triste.
Miguel posó el brazo de Manuel por sobre su espalda, y apoyándole, caminó con èl hacia el baño.
Cuando llegaron, Miguel llenò la tina con agua tibia. Manuel en tanto, se desvistió con lentitud, quedando desnudo ante Miguel.
Y aquella fue la primera vez, en que Miguel vio desnudo a Manuel.
En otras circunstancias, Miguel habrìa sentido excitación sexual al verle desnudo, pues Manuel tenía un muy buen cuerpo, pero, al notar que Manuel llevaba una expresión triste, cabizbaja, y hasta de vergüenza, Miguel sintió que, en aquellos instantes, solo afloraron sus ganas de protegerlo.
Los papeles se invertían. No podía, ni debía, abusar del estado en que Manuel se encontraba.
Lo amaba demasiado, como para sugerirle algo sexual en aquellos instantes. Manuel estaba vulnerable, y Miguel, solo tenía ganas de protegerlo y contenerlo en esos instantes.
—¿Estàs bien? —le susurrò, acercándose a èl, y besándole los labios—. ¿Te ayudo a entrar en la tina?
Manuel, que tenía aùn los ojos revestidos de làgrimas, asintió despacio, sin decir palabra alguna.
—Ven, sujétate —dijo Miguel, apoyando a Manuel en su pequeño cuerpo—. Si te mareas de nuevo, avísame.
Y cuando Manuel estuvo ya dentro de la tina, Miguel comenzó a tallarle la espalda con abundante agua y jabón. Luego, vació una porción de champú en una de sus manos, y comenzó a lavar el cabello de su amado.
Y todo transcurrió en silencio. Manuel, mantenía su mirada fija hacia abajo, sintiéndose patètico.
Miguel en cambio, con gran entusiasmo y ternura, bañaba a su amado.
—Ahora que... te veo de màs cerca —dijo Miguel, sonriente, intentando subir el ànimo a Manuel—. Tienes muchos lunares en la espalda.
Con los dedos, comenzó a delinear el camino de lunares que, en la espalda de Manuel, se formaba. Y grande fue su sorpresa, cuando pudo ver, que en la espalda de Manuel, habìa también lo que parecía ser una marca de nacimiento.
—Y me gusta tu cabello. Es... raro, pero lindo. Es medio liso, y medio ondulado. Y es muy negro. Nunca habìa visto un cabello tan negro. Y lo tienes suavecito —decía, mientras con las manos mojadas, enjuagaba el cabello a Manuel.
Pero Manuel, seguía en silencio, sintiéndose una verdadera mierda.
Miguel entonces, tomò el brazo a Manuel, y comenzó a cepillarlo.
Y se detuvo por unos instantes.
—Tienes un bonito tatuaje —le dijo, fijándose en el gran tatuaje de lobo, que Manuel tenía inmortalizado en su antebrazo derecho—. Ese lobo tiene una expresión como de... querer cazar algo, ¡rawr!
Miguel hizo un divertido ruido, y Manuel, inevitablemente sonriò despacio.
Miguel sonriò también, y se sintió realizado, al hacer un poco màs feliz a su amado.
—Tienes... uno, dos... —Miguel, comenzaba a contar los tatuajes que Manuel tenía en su cuerpo— tres, cuatro...
—Cinco... —musitò Manuel, cabizbajo. Miguel guardò silencio, y le observó atento—. Tengo... cinco. El otro está en mi costilla izquierda.
Miguel abrió los labios, sorprendido; Manuel, volvió entonces a bajar la mirada.
—Tambièn me gustan tus ojos... —le dijo Miguel, y con un pequeño jarro, cogió agua tibia, y la vertió en la cabeza a Manuel; este cerrò los ojos, y dio un pequeño respingo—. Una vez leì que, los ojos azules, son bastante comunes, pero... ¿sabes que ojos son muy poco comunes?
Manuel guardò silencio, y negó despacio.
—Tus ojos, Manuel. Leì que los ojos color verde, son muy escasos en el mundo. En teoría, mis ojos azules son muy comunes, y tus ojos verdes, son muy escasos. Eso quiere decir, que tienes unos ojos muy especiales, y únicos.
Miguel sonriò, y Manuel, se mantuvo en su sitio, inexpresivo.
Miguel entonces sintió dolor por aquello. ¿Què es lo que pasaba por la cabeza de Manuel?
—Manu... —susurrò, con la voz en un hilo—. ¿Què te pasa? Tù... no eres asì. ¿Dònde está mi chico fuck boy? Ese que conocí en el Callao, ese que es extrovertido, divertido, tan centrado, tan calmado, con desplante, y...
Manuel entonces torció los labios. Aquellas palabras dolieron.
Miguel entonces supo que habìa quizá, provocado màs daño.
—Manu...
—Este soy yo... —dijo entonces Manuel, y contrajo su expresiòn—. Este es el verdadero Manuel...
Miguel guardò silencio, y le mirò con tristeza.
—Soy un adulto triste, Miguel. Soy alguien triste, y con un gran sentimiento de culpabilidad. Me avergüenzo de mí mismo. Soy una mala persona...
—No lo eres —dijo Miguel, y volvió a echarle agua tibia—. Eres una bonita persona.
—No lo soy...
—Sì lo eres, Manu...
—No; soy una mierd...
—Que sì lo eres, huevòn —se hartò Miguel, y con menos cuidado, le volvió a echar màs agua encima. Manuel dio un pequeño brinco, y Miguel, se irguió. Caminò en busca de una toalla, y ayudò a Manuel a incorporarse—. Si te vuelves a insultar, te voy a pegar una cachetada, ¿me oìste?
Manuel le mirò perplejo, y asintió algo asustado.
Miguel entonces, echò un suspiro. Y envolvió la toalla a Manuel, en la cintura.
Y le mirò en silencio.
—Te amo... —le dijo, y Manuel sonriò apenado—. No sè què cosa... quieras decirme, Manu, pero... sea lo que sea, tienes que saber que, no eres una mala persona. Dime... ¿quièn carajos hace donaciones de beneficencia a tantas fundaciones? ¿Quièn atiende gratuitamente a las personas del Callao? ¿Quièn es amado por sus amigos, sus colegas, y sus vecinos? ¿Quièn me defendió de ese puto violador el primer dìa en que nos conocimos?
Manuel quiso hablar, pero Miguel, le callò, posando un dedo por sobre sus labios.
—A mì, me has demostrado ser un hombre noble, Manuel. No necesito saber nada màs.
Hubo un profundo silencio, y Manuel asintió.
—De todas maneras... —dijo Manuel, con voz apagada— quiero contarte esto, Miguel. Es justo que lo sepas.
Miguel asintió, y ambos, caminaron hacia la habitación. Allì, Miguel hurgó en sus cajones, buscando ropa que Manuel, tenía guardada para las ocasiones en que se quedaba.
—Dejarè que me lo cuentes —dijo Miguel, y extendiò a su amado, un pijama—, pero después de descansar. Si no duermes ahora, me enojarè contigo.
Manuel sonriò apenado, y asintió. Y se vistió con el pijama.
—Ya, ven —le dijo, y se echò en la cama. Comenzò a dar palmaditas al lado del colchòn, insistiendo a Manuel su pronta presencia. Apago la làmpara, y la habitación quedó a oscuras—. A dormir.
Manuel sonrió, y, sintiéndose como un pequeño niño regañado, se recostó al lado de Miguel. Ambos se fundieron en un tierno abrazo, y se quedaron asì. Miguel, comenzó a acariciar el cabello húmedo a Manuel, y le depositó varios besitos en la frente, intentando demostrarle que, fuera cual fuera la razón de su miedo, no tenía justificación.
No iba a dejarle jamás, porque lo amaba.
Y lo amaba, incluso con la nueva faceta vulnerable que Manuel le mostraba.
Porque Manuel habìa estado en todo momento para èl, y era la oportunidad, para que ahora èl, Miguel, demostrara a su amado que, podía contar con su apoyo y contención; que èl también tenía derecho a sentirse débil y triste a veces.
A los pocos minutos, por causa del relajante ruido de la lluvia en el exterior, por el calor en los brazos de Miguel, y por el terrible agotamiento que tenía, entonces Manuel cayó rendido al instante.
Y se quedó profundamente dormido, en brazos de Miguel.
(...)
Cuando Miguel despertó, vio en el reloj de su habitación, que las agujas marcaban las cinco de la tarde. Agachò la mirada, y en su regazo, vio que Manuel aùn dormía plácidamente, y de vez en cuando, oìa un leve ronquido por parte de èl.
Parecìa un pequeño niño, abrazado al regazo de su madre.
Miguel entonces, sonriò con ternura.
Lo amaba inmensamente, y en un acto tan natural como, por ejemplo, el dormir, Miguel veìa perfección en Manuel.
Y en silencio, cogió su celular, y para no despertar a Manuel, comenzó a revisar su inicio de Facebook, mirando algunos memes, o videos.
De vez en cuando, Miguel se reìa en silencio, por el contenido visto en dicha red social. Y, al paso de una media hora, Manuel se removió en el regazo de Miguel.
Miguel entonces, agachò la mirada, y se encontró de frente con la expresión adormilada de su amado.
—Buenas tardes, bello durmiente —le dijo, sonriendo, y dejando su celular a un lado.
—Hola... —musitò Manuel, bostezando.
—¿Te sientes mejor?
—Mejor... —respondió Manuel, y alzò su mirada. Ambos se observaron en silencio, y se besaron con ternura.
Y se quedaron abrazados por varios minutos, entre caricias, miradas revestidas de amor, y besos tìmidos.
Hasta que Manuel entonces, hablò entre medio de un beso.
—Me siento mejor para hablarlo, amor.
Miguel entonces se quedó en silencio, y algo expectante, asintió.
Se sintió de pronto un poco nervioso.
—¿Quieres hablarlo... ahora?
Manuel dio un largo suspiro, y asintió.
Ambos entonces, se irguieron, y tomaron asiento en la cama.
Hubo un largo silencio.
—¿Es algo muy... grave? —preguntò entonces Miguel, empujado por la curiosidad, al ver que, en el rostro de Manuel, se notaba una gran aflicción.
Manuel asintió, y Miguel se mordió levemente el labio inferior.
—Hablarlo, es muy difícil para mì, Miguel. Y yo sè que, para ti, será también difícil oìrlo. —Manuel bajò la mirada, y comenzó a jugar con sus manos, nervioso—. Probablemente, después de saber esto, toda tu percepción sobre mì, cambiarà. Es probable también, que luego de esto, ya no me sigas amando...
—Manu, no digas tonter...
—Escùchame, por favor... —dijo, en un suave susurro.
Miguel entonces guardò silencio, y asintió.
Manuel entonces, prosiguió.
—Esto... pasó hace seis años atrás.
—Hace seis años... sino me equivoco, ¿estabas en Chile?
Manuel asintió en silencio.
—Yo; Miguel... —Manuel suspirò, sintiéndose un tanto acorralado—. Yo...
Manuel lanzó un jadeo, sintiéndose nervioso.
Miguel entonces le tomò la mano, y la apretò.
—Tranquilo, tòmate tu tiempo...
Manuel asintió, y al cabo de unos minutos, dijo:
—Hace siete años, fui condenado por homicidio.
Miguel quedó entonces perplejo, y las pupilas se le contrajeron.
Por causa de la sorpresa, soltò la mano de Manuel, y la alejò.
Manuel entonces agachò la mirada, y entendió dicha reacción.
Era la reacción de alguien que temìa sostener la mano de un asesino.
Y hubo un silencio absoluto.
Miguel habrìa imaginado cualquier cosa, pero nunca algo como eso.
—¿Co-còmo que homicidio, amor? —disparò, sin pensar demasiado en lo que decìa—. ¿A... a quién mataste?
Aquello sonò tan crudo, que Manuel apretò los labios.
Y hubo otro silencio.
—Ma-Manuel... ¿A quién...?
—A mi hijo...
Susurrò entonces, y Miguel se quedó helado.
No entendió.
—¿Què? —disparò.
—Matè a mi hijo —dijo entonces, y apretò sus manos.
Miguel quedó entonces fuera de sì, y por unos instantes, se sintió extraño. Como que su alma habìa abandonado el cuerpo, y no pudo procesar nada por unos instantes.
Hubo otro silencio entonces, demasiado abrumador.
—¿Còmo que mataste a tu hijo? —dijo Miguel—. ¿C-còmo que tu hijo? ¿Còmo que tienes un hijo? ¿Què estás...?
—La foto que viste en mi casa... —musitò Manuel—. Esa que rompiste...
Miguel pestañeò, extrañado. Abriò los labios, perplejo.
—¿E-esa foto? ¿La del niño? —Manuel asintiò—. Pe-pero... tu dijiste que esa foto...
—Te mentì —susurrò, avergonzado—. N-no es un paciente. Èl es... mi hijo.
Miguel quedó de piedra, y ninguna palabra le brotò de los labios.
Manuel sonriò apenado entonces, recordando.
—Se llamaba Panchito... —una làgrima le rodò, y Manuel sintió que el corazón se le contrajo—. Èl... era un niño muy inteligente. M-mi hijo, èl...
—Pero lo mataste —dijo Miguel, sin pensarlo—, a tu propio hijo.
Y no era que Miguel estuviese actuando con crueldad, era solo que, estaba tan impactado, que no medìa sus palabras.
Y Manuel, sintió que aquello fue una daga en el corazón.
Y asintió en silencio.
Sì, lo habìa matado. Merecìa esas palabras de Miguel; después de todo, era lo que esperaba.
—Ma-mataste a tu propio hijo... Manuel, no entiendo, ¿por què? —Miguel lanzó un suspiro, y las palabras se le enredaron. Estaba demasiado impactado—. ¿Còmo no me lo dijiste antes? Que tenias un hijo, y que... ¿lo mataste?
Manuel sintió entonces, que las làgrimas le asomaron en los ojos, pero guardò silencio.
—¿Acaso eres peor que mi padre, Manuel?
—N-no, no, no Miguel, no digas eso...
—Pero... entonces, ¿còmo puedes matar a tu propio hijo, Manuel? ¡A la sangre de tu sangre! ¡Y era un niño! ¡¿Còmo pudiste?!
—Miguel, escùch...
—No puedo, Manuel. Yo... esperaba otra cosa, pero esto es... no sè, es...
—No soy como tu padre, ni jamás lo sería. A mi hijo yo lo amè, lo amo, y lo amarè por siempre. No me compares con la mierda de tu padre, por fav...
—¡Pero mi padre no me matò, Manuel! ¡Tù sì mataste al tuyo!
—¡¿PUEDES SIQUIERA ESCUCHARME, POR FAVOR?!
Gritò Manuel, ya descolocado. Miguel dio un respingo, y se encogió en su sitio.
Manuel entonces echò un profundo suspiro, y las làgrimas comenzaron a brotarle, en silencio.
Ninguno de los dos, dijo palabra alguna por varios minutos.
—No me hagas pensar que, el decidir confiarte esto, ha sido un error, Miguel... —susurrò, con voz apagada. Con el dorso de su mano, se limpiò las làgrimas—. Dèjame contarte como fueron las cosas, y después de ello, puedes decidir libremente, si me sigues amando, o si me repudias, pero escùchame, por favor.
Y Miguel, asintió, aùn en medio del shock.
Manuel entonces, comenzó a relatar la historia.
Y todo comenzó.
(...)
Subirè el episodio dentro de unos minutos, porque ya lo tengo listo. Allì veremos todo sobre el pasado de Manuel.
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