La Última Promesa
Cinco días pasaron desde aquel entonces, y para Manuel y Miguel, las cosas no cambiaron. Para Manuel, aquello fue signo de lo que tanto temía; las cosas seguirían igual de desoladoras, y quizá cuántos días más, tendría que esperar a recibir una señal de interés por parte de Miguel.
O, si es que llegaba... porque, dentro de sus pensamientos ansiosos, Manuel tenía la posibilidad, de que aquello nunca más volviese a ocurrir.
La incertidumbre le tenía agotado.
En el jardín de su casa, aquella mañana se dedicaba al cuidado de sus plantas y de sus flores. El día lo tenía libre, y en su actual situación, Manuel intentaba de todo para rehuir de aquella ansiedad que ahora rondaba por su cabeza; leer libros, cuidar de sus plantas, e inclusive, retomar aquellas viejas tardes de ejercicio que solía practicar antes.
Pero no ayudaba en mucho. Perdía el hilo de su situación por un instante, pero al llegar a casa, o quedarse en la soledad de su despacho o su jardín, los pensamientos volvían hacia Miguel.
No podía negarlo; sus pensamientos, que volvían siempre hacia Miguel, eran como el río que buscaba su propio cause; Manuel no podía apartarse de ello.
-¡Auch! ¡Puta la weá! ¡Planta culiá! -se quejó a viva voz, enojado. Se pinchó un dedo con una espina; salió un poco de sangre. Con rabia, Manuel pateó la maceta. Siguió insultando al viento-. Ni una weá me sale bien, por la chucha. Agh...
Era uno de esos días, en que las cosas no parecían salir bien. Estaba malhumorado, y ni siquiera una actividad tan relajante para él, como el cuidado de sus plantas, le podían tener tranquilo ahora.
Manuel suspiró con mucho pesar, y se quedó en silencio por varios minutos.
De pronto, sonó una notificación en su celular. Manuel rodó los ojos. No tenía siquiera ganas de atender asuntos de la clínica. ¡Qué era su maldito día libre! ¡¿No lo entendían?!
-¿Quién está webeando? -preguntó, refiriéndose a ello-. Déjenme tranquilo weón, hoy día amanecí amargado. No quiero nada.
De mala gana tomó su celular y desbloqueó la pantalla; observó con expresión molesta. Cuando entonces apareció el remitente del mensaje, Manuel cambió su expresión.
Era su amigo Martín.
-¡Hola Manu! Mirá, vamos con Luciano de paseo a la playa; ¿te nos sumas? Me recomendaron una que se llama ''El silencio'', queda fuera de la ciudad. Nos vamos a quedar a dormir. Cualquier cosa decime si querés sumarte.
Manuel sonrió apenado, y suspiró. Se sintió mal por haber leído el mensaje, pensando en que era alguien con intenciones de molestar. Solo era Martín, su mejor amigo, intentando ser bueno con él.
Manuel sonrió melancólico. Eva, a un costado, de pronto maulló; Manuel la miró.
-Solo era Martín... -susurró a la gata, que le observaba atenta-. Me mandó una foto con Luciano; van en el vehículo. Me invitaron a pasear con ellos, pero me temo que les diré que no; mira... -De pronto, extendió la fotografía hacia Eva; esta observó curiosa-. Están felices, y se ven tan lindos juntos... me alegro por ellos. Es mejor que pasen una velada juntos, yo... estaría de más. Les voy a amargar el paseo. Prefiero que no.
Hubo un largo silencio. Manuel se quedó mirando hacia sus plantas, que, por causa del suave viento, se mecían melódicamente en un vaivén.
-Me da... un poco de celos, ver que están tan felices, iniciando una relación tan bonita, y yo... con Miguel... -susurró cabizbajo, sintiendo vergüenza; lanzó un fuerte suspiro-. Yo y Miguel, ahora somos como dos desconocidos; tan lejanos...
Eva vislumbró un brillo en los ojos esmeraldas de Manuel. No supo si era efecto del tímido sol que se colaba entre las rendijas, o si eran efectivamente lágrimas.
Tal parecía, era lo segundo...
-Hace 5 días que no he vuelto a saber más de él. Yo... sabía que esto iba a pasar. Miguel no me ama lo suficiente como para enfrentar esta situación, y... y no va a hacerlo. No tiene sentido que me quede esperando, porque no va a ocurrir. Miguel no... no me ama, o no lo suficiente. Creo que es momento de que lo suelte; que deje esta ilusión de mierda...
Despacio se alzó desde la banca de su patio. Eva observó melancólica. Manuel tenía lágrimas comprimidas, pero no las dejó salir.
Ya no quería llorar. Estaba cansado de la espera, y de la desilusión.
-Verte a ti, a mi lado... incluso me hace también recordarlo... -musitó Manuel, tomando a la gata entre brazos, y acariciándole el pelaje. Eva, gustosa, comenzó a ronronear por las caricias de Manuel; este sonrió con tristeza-. Puede que Miguel no me ame, pero... tú al menos sí me quieres. O eso creo.
Eva maulló con fuerza. Manuel sonrió.
''¡Él si te ama! ¡Miguel te ama!'', intentó comunicar, pero en su lenguaje gatuno, Manuel no comprendió mucho.
-¿Qué quieres comer? -preguntó Manuel, tomando aquella señal como si fuese hambre.
Eva volvió a maullar. Quiso comunicar lo mismo; ''Que Miguel si te ama. ¡Te ama!''.
-Ya, vamos a comer entonces. Te compré una comida especial ayer; te va a...
De pronto, su celular comenzó a sonar. A diferencia de antes, ya no era una simple notificación, sino que una llamada.
Manuel contrajo las cejas.
El corazón le latió con fuerza... ¡¿Y... y si era Miguel?!
-Qui-quizá sea Miguel... ¡Debe ser Miguel! -Emocionado, y sin mirar siquiera la pantalla, Manuel contestó rápidamente.
Tenía las esperanzas de que fuese Miguel, pero, en lugar de eso...
-Hola, buen día.
Al oír aquella voz al otro lado de la línea, la sonrisa se le borró a Manuel de los labios. Contrajo los ojos, y se puso algo rígido.
Hubo un silencio.
-¡Ho-hola! Buen día... -respondió, algo nervioso. Eva le observó atenta, y Manuel le devolvió el gesto. Despacio, susurró a Eva-: E-es la secretaria de gerencia en la clínica...
-Le estamos llamando desde gerencia de la clínica, señor Manuel -informó la mujer al otro lado de la línea, en tono formal-. Le estamos llamando porque desde gerencia, ha surgido la moción para hacerle un ofrecimiento a usted.
Manuel alzó las cejas. Se quedó curioso.
-¿U-un... un ofrecimiento? ¿Desde gerencia?
Hubo un leve silencio en la línea. Manuel se mostró incrédulo.
-En la ciudad de Arequipa, hemos abierto otra clínica La Luz. Nos interesa que dicha clínica, cuente con los mejores profesionales de nuestro equipo, y... desde gerencia, pensamos en usted. Se me dio la orden de hacerle este ofrecimiento; ¿le interesa trasladarse a la clínica en la ciudad de Arequipa? Sería parte de un nuevo equipo profesional. Con el mismo contrato, y por más dinero. ¿Qué la parece?
Manuel quedó mudo por unos instantes. Su mente quedó en blanco, y tan solo observó en silencio hacia la pared.
Aquel ofrecimiento le había llegado como un balde de agua fría. No lo esperaba.
Hubo un silencio.
-¿Señor Manuel? -Ante el silencio de él, la secretaria volvió a hablar. Manuel pegó un brinco.
-¡A-ah! U-un... ¿me está ofreciendo un traslado? Disculpe, es que... me tomó algo de sorpresa, y...
-Exactamente -corroboró-. Le estamos ofreciendo un traslado hacia otra ciudad, con el doble de su sueldo, y para integrar un equipo médico en nuestra nueva clínica. Le daremos todas las facilidades, para que dicho traslado sea ojalá en el menor tiempo posible. Si lo decide ahora mismo, incluso el traslado podría ser mañana mismo, ¿qué le parece?
Manuel abrió la boca de la impresión. Se quedó rígido.
Hubo otro silencio.
-¿Hola? ¿Señor...?
-¡Pe-perdón! Perdón... es que... es sorpresivo, y...
-Claro, claro... entiendo.
En los pensamientos de Manuel, todo era un revoltijo. ¿Irse de la ciudad de Lima? Aquello era algo que no estaba dentro de sus planes, pero... no parecía tampoco tan malo. Desde gerencia, le hacían un jugoso ofrecimiento; el doble de su sueldo, por un traslado para integrar otro equipo médico, en otra ciudad del Perú. Manuel no tenía razones para negarse, pero...
Miguel.
Pensaba en Miguel, y se aferraba aún a la incierta posibilidad, de que él aún regresase a sus brazos, y le dijera que estaba decidido a seguir con él, volver a ser su prometido, y casarse. Manuel, no tenía seguridad de que aquello pasaría, y, en realidad, sabía que era poco probable, pero...
No soportaba la idea de irse lejos de Miguel. Lo mataba. Le mataba dicha posibilidad, y le asustaba.
Aún lo amaba.
Manuel no supo qué contestar.
-Lo escucho indeciso, señor Manuel.
-La verdad... sí. Mire, no es un mal ofrecimiento, pero me ha llegado de sorpresa. Usted sabe que... bueno, acá tengo mi vida, pero... no es un mal ofrecimiento, para nada, y...
-Podemos darle un tiempo para pensarlo. ¿Le parece?
-Sí, por favor -respondió Manuel, con voz más calmada. Y, la realidad, era que aquel ofrecimiento era muy bueno. Profesionalmente, desde gerencia, consideraban a Manuel una carta fundamental para integrar un nuevo equipo médico de excelencia, y Manuel, tampoco descartó rechazarla de plano. Debía pensarlo-. Yo... pido un par de días para pensarlo. Les llamaré cuando tome mi decisión, pero... sí, necesito pensarlo.
Hubo un silencio en la línea.
-Claro, no hay problema, pero... si toma su decisión antes, por favor no dude en llamar. Si mañana mismo lo decide, moveremos todo para trasladarlo de inmediato, y darle alojamiento en dicha ciudad.
-Claro, lo pensaré. Muchas gracias por este ofrecimiento, lo valoro mucho.
Se despidieron en la línea, y al cabo de unos segundos, cortaron.
Manuel soltó su celular, y este cayó encima de unas plantas. Se sentó en una banquita, y Eva le siguió por detrás. Manuel se quedó mudo, y perplejo. Hubo un profundo silencio, y a los minutos, dijo con voz suave:
-¿Y qué hago con Miguel? Yo... si sigo en este sitio, es tan solo por él, pero... tal parece, que ya dejé de importarle...
Eva bajó sus orejitas, y miró con tristeza. Dio un leve maullido.
(...)
Miguel no supo exactamente, cuántos días habían pasado desde que él, estuvo fuera de aquellas cuatro paredes. Podía saber cuándo llegaba el día o la noche, porque lograba ver algo del cielo por la ventana en lo alto de su habitación, pero incluso así; el encierro, la frustración y el vacío que sentía, en ocasiones lo nublaban y le hacían perder la orientación del tiempo.
Miguel, calculaba quizá tres días, o más. Ya no sabía con exactitud, ni estaba seguro de si quería saberlo.
Cada día que pasaba, era para él un peso más a los hombros. Miguel tenía clara su promesa con Manuel, e impotente se sentía, sabiendo que no podía cumplirla en esas condiciones, y que Manuel, seguramente sufría en la distancia, preguntándose qué habría hecho mal para merecer esa indiferencia.
Y a Miguel, eso le martirizaba. Porque Manuel no merecía pasar por dicha situación, ni él tenía por qué mierda estar encerrado como un puto animal de establo. ¡No merecía indiferencia! Manuel se merecía todo el amor del mundo, y Miguel, sentía impotencia por no poder dárselo.
Miguel... quería escapar.
¡Miguel quería escapar! Sentía que ya nada le importaba. Su padre, claramente, le había demostrado con la conversación de hace cinco días, que era incapaz de comprenderle, y que, por tanto, no tenía sentido que solo Miguel hiciera los esfuerzos por recuperar dicha relación rota de padre e hijo.
Miguel quería mandar todo al carajo. Ya estaba agotado, y ya habían jugado suficiente con su paciencia.
-Ni siquiera puedo escapar por la ventana... -se quejó, caminando hacia ella y poniéndose de puntitas para ver a través de los barrotes. Se sostuvo al metal, e intentó ver si aflojaban, pero fue inútil. Eran barrotes de acero, y estaban bien colocados. Miguel lanzó una maldición al aire-. Puta madre... ni siquiera podría intentar escapar por acá. Es como una cárcel; es imposible...
Se quedó allí por unos instantes, y observó hacia la puerta. Por enésima vez en el día, intentó pensar en una manera para forcejearla, pero no encontraba una respuesta.
La puerta estaba asegurada muy bien. Era imposible idear algo para forcejearla y huir por ella.
-¿Y... si produzco un incendio dentro de la habitación? Quizá así... pueda salir. Tendrán que venir a apagar sí o sí el fuego ¿no? Y podría huir... -pensó por unos instantes, pero a los pocos segundos, desechó la posibilidad-. No... mejor no. Ya usé la técnica del fuego la última vez; sospecharán que lo hago a propósito, y... ¿qué pasa si el fuego no les alerta a tiempo? Podría quemarme, y... de Antonio me espero todo. Quizá hasta me deje morir a propósito, o me asfixie con el humo antes de que se den cuenta...
Miguel se quedó pensativo por varios minutos. Se echó rendido a la cama, y rebotó en el colchón; observó hacia el techo. Entornó sus ojos azules, y divagó en su mente. Su cabeza intentaba idear una serie de posibilidades que le ayudasen a escapar, pero todas le llevaban a un punto muerto: Antonio.
No había manera de escapar, y tan solo atacando algo que a Antonio realmente le afectase, se presentaba la posibilidad de despistarlo por lo menos varias horas. Miguel no encontraba la respuesta en esos momentos.
''¿Tiene sus cañerías tapadas? ¡Pruebe el nuevo producto de excelencia para destapar sus cañerías! ¡Pruebe el nuevo producto de Sapolio!''
Al fondo, y desde la televisión de la habitación, Miguel oía un reclame de productos de limpieza; contrajo las cejas, y molesto, tomó el control y apagó la TV. De nuevo se echó en la cama, e intentó volver a pensar. Se pasó ambas manos por el cabello castaño, y siguió divagando entre posibilidades.
-Cañerías; tsk... ¿qué chucha me importa? No estoy de humor para escuchar huevadas. Lo único que quiero es salir de aquí, y...
De pronto, se oyó la puerta de la habitación abrir. Miguel se puso alerta, y muy tenso, se incorporó en la cama.
Entró Antonio.
Miguel tragó saliva, y aferró las manos a las sábanas.
Aunque el miedo a Antonio, cada vez era menos, siempre había algo de miedo cuando se trataba de él.
-Te traje la comida -anunció a secas, lanzando con desprecio un plato con comida en el velador. Miguel observó contrariado.
Hubo un silencio denso entre ambos.
-No tengo hambre -espetó Miguel, serio-. Llévatelo, te lo agradezco.
Antonio contrajo las cejas, y observó en el velador. Allí, yacía el plato de comida llevado en la mañana; Miguel había comido tan solo un poco; el plato estaba casi intacto.
Le dio rabia.
-No has siquiera tocado la comida que te traje en la mañana -le reclamó, con la voz áspera-. ¿No pensáis comer? Estás cada vez más delgado y descuidado. ¿Crees que me provocáis algo estando así? Cada vez te me haces menos atractivo, ¿sabes? Deberíais tener en cuenta, que, si somos prometidos, deberíais tener al menos la decencia de comer bien, para generarme ganas de tocarte.
Miguel miró hacia otro lado. Intentó ignorarlo, a pesar de sus palabras hirientes. Antonio ya le tenía podrido.
-Tienes que comer, niñato. Dejad de hacer berrinches. Eso no hará que te levante el castigo, ¿me entendiste?
-Ya sé -respondió a secas, sintiéndose asqueado por la presencia de Antonio-. Déjame en paz, huevón. Ya te dije que no tengo hambre.
Antonio contrajo las manos como rocas. Quiso asestarle un golpe a Miguel.
-Deberíais estar agradecido de que al menos tienes el baño aquí dentro de la habitación. Tenéis un gran espacio para moverte, pero para ti nada es suficiente, ¿verdad? Aparte de que te traigo comida, ¿qué más quieres?
Miguel rodó los ojos despacio, e intentó ignorarlo, pero de pronto, entre el cuchicheo de Antonio y su cabeza que pensaba a mil por hora, una idea le cruzó la consciencia.
Miguel contrajo los ojos de golpe; sintió una bombilla encendida sobre su cabeza.
Abrió los labios.
Hubo un silencio.
-Me llevaré la comida entonces. Si te mueres de hambre, luego no me eches la culpa. La próxima vez, te meteré la comida a la fuerza, o si no...
-E-el baño...
Susurró despacio Miguel, y Antonio, observó confundido.
¿El baño? ¿Qué tenía que ver eso? Antonio pestañeó contrariado. Miguel sonrió despacio.
-Antonio, ¿podrías...? -Miguel se alzó lento de la cama, y despacio tomó los platos con comida. Los dejó cerca suyo-. ¿Dejarme ambos platos? De pronto, me dio un hambre que no te imaginas...
Antonio quedó extrañado. Miguel intentó coquetearle.
-Ahora que lo mencionas... tienes razón. Quiero ganar algo de peso, porque... no quiero dejar de ser atractivo para ti, ¿entiendes? Para mí, eso es prioridad. Mi padre tenía razón, yo... he sido mal novio contigo. Debo comportarme.
De forma seductora se abrazó al cuello de Antonio, y lo observó con ojos sugerentes. Le depositó un suave beso en la comisura del labio; Antonio contrajo los ojos.
Miguel quiso escupirle en la cara y pegarle una patada en los huevos, pero se aguantó.
Antonio, en cambio, se emocionó con dicha muestra afectiva. Quiso ir más allá.
-Eh, chaval... ¿quieres coger? Podríamos, tú y yo...
-No, ahora no -le dijo tajante Miguel, separándose de inmediato, y no soportando la sola idea de intimar con Antonio-. Tengo hambre. Déjame comer.
Antonio observó molesto. Torció los labios; se sintió frustrado.
-Nunca quieres hacerlo. Después lloriqueas cuando te obligo a intimar. Eres un...
-Bueno, amor; luego lo haremos. Déjame comer ahora; debo ganar energías.
Miguel le ignoró rotundamente, y tomó ambos platos con comida; se los llevó hacia la cama. Tomó el reciente, y comenzó a comer desesperado. Antonio lo observó incómodo.
Hubo un silencio; solo se oyó comer a Miguel. A Antonio, aquello le pareció muy poco sexy.
Miguel lo hizo a propósito. Quería que Antonio se fuera rápido.
-Bueno... creo que sí tienes hambre. Te dejaré comer.
Miguel observó de reojo, y con las mejillas llenas de comida, similar a un hámster que guarda las semillas de maravilla en su buche. Sonrió internamente.
Cuando Antonio se dio la vuelta entonces para retirarse, Miguel se sintió emocionado.
A los pocos segundos, entonces abandonó la habitación. Miguel se quedó a solas.
Escupió la comida en el plato de inmediato. Observó hacia la puerta, asegurándose de que efectivamente había abandonado el lugar.
Cuando se cercioró de aquello, Miguel se alzó de la cama.
-Caíste redondito... -susurró, sonriendo de forma leve. Tomó ambos platos, y rápido, se encaminó hacia el baño. Se observó la cara en el espejo, y susurró-: Esto tiene que funcionar. Es lo último que se me ocurre. Y es la última carta, que tengo para llegar a brazos de Manuel...
Miguel levantó la tapa del inodoro, y observó el agua en él. Tiró de la cadena, y advirtió qué cantidad de presión tenía el agua.
-Mh... tiene buena presión. Esto debería funcionar. Ruego al cielo, de que esto de verdad funcione.
Tomó los dos platos con comida, y vació todos los alimentos en el inodoro. Tiró de la cadena, y al instante, estos desaparecieron por las cañerías.
Miguel sonrió.
(...)
La idea de Miguel, era el generar un colapso en las cañerías. Para él, era mucho más accesible dicho plan de escape, puesto que, el generar un incendio, era para él ya demasiado peligroso, le ocasionaba miedo, y ya lo había hecho la primera vez; sabía que Antonio y Héctor, se darían cuenta de ello.
Con el pasar de pocos días, entonces su plan fue dando resultados de a poco. Y, aunque vaciaba casi la totalidad de la comida en el inodoro, pronto cayó en cuenta, de que, vertiendo tan solo comida por las cañerías, no le ayudaría a conseguir su objetivo a tiempo.
Y no; no quería ver a Manuel dentro de diez días o una semana más; Miguel quería verlo lo más antes posible, y ojalá, aquella misma noche. No aguantaba otro minuto en cautiverio, ni mucho menos al lado de Antonio.
Antonio ya le producía asco, y sentía, que no podía tolerar otra noche junto a él.
Estaba harto de sus agresiones sexuales, de sus palabras inmundas y su presencia tan indeseable.
A Miguel le daba repulsión.
-¿Y si comienzo a echarle otras cosas? -se preguntó una tarde, observando atento como el agua del inodoro, se llevaba unas papas y un trozo de pollo a la brasa; sintió una estocada en el estómago; era uno de sus platos favoritos-. Tengo que acelerar el colapso de las cañerías. Manuel vale todo esto, incluso... ese pollito a la brasa que se fue por las cañerías.
Desde entonces, Miguel extremó recursos, y, día tras día, fue agregando más y más objetos en el inodoro.
Y se aseguró, de que fuesen cosas que realmente generaran un colapso.
Toallas cortadas en trozos, toallitas desmaquillantes, vaciaba los jabones, echaba grandes bolas de papel higiénico, cartones, trozos de esponja, e incluso, trozos de su propia ropa, cuando quiso acelerar aún más el proceso.
Miguel era un joven astuto, y, muy por contrario de lo que creían su padre y Antonio, Miguel era capaz de idear buenos escapes y cuidar cada detalle en el proceso.
Pero Manuel, obviamente, hacía la mitad del trabajo tan solo existiendo; él era suficiente, para motivar a Miguel a buscar dichas salidas, que, en otras circunstancias, jamás habría pensado.
Porque Miguel, jamás se habría imaginado siendo así de rebelde.
Y para él, todo valía, cuando se trataba de Manuel.
De su amado Manuel...
Una mañana, entonces Miguel vio que su obra casi llegaba a su fin. Aquel día, la presión del agua era muy débil, y aquello, era señal de colapso en las cañerías. Un leve olor a agua estancada, y el leve rugido por debajo del baño, eran clara señal de ello.
Miguel, ese día, despertó feliz.
Pero esperó, hasta horas de la tarde, para dar el golpe final. Y, cuando todos en la casa yacían tranquilos, y muy probablemente cenando en la cocina, Miguel dio el golpe de gracia.
E involucró a todos en ello.
-Magnífico... la presión del agua es casi nula. Solo debo tirar la cadena muchas veces... -se dijo a sí mismo aquella tarde, en la soledad del baño, y observando el agua del inodoro que giraba-. Tengo todo listo. Comenzaré.
El plan de Miguel, era el siguiente: Al estar colapsadas las cañerías del baño, pronto se formaría una inundación. La idea de Miguel, era que el agua saliera tan masivamente, e inundara la habitación, de forma tal que esta se filtrara inclusive al primer piso, y que dejase daños. Aquello, obligaría a Antonio, a que inevitablemente abriese la puerta de la habitación, y se ocupara de sus objetos personales.
Y Miguel, tenía algo importante en donde golpear aún.
Pero aquello, aún lo tenía de sorpresa.
Sonrió triunfante.
-Aquí vamos...
Miguel lanzó la cadena una y otra vez, y, en un punto, el agua ya no pudo generar presión, y en vez de arrastrarse y bajar por el inodoro, el agua comenzó a subir rápidamente.
El plan de Miguel, entonces comenzó.
El agua comenzó a desbordarse, y el piso del baño, pronto comenzó a impregnarse del agua. Miguel se mojó los pies; sintió el agua con desagrado.
-Piensa que es por Manuel; es por Manuel, por Manuel...
Caminó hacia la ducha y el lavamanos. Abrió ambas llaves, y dejó también correr el agua. El proceso de inundación entonces, fue mucho más rápido y caótico.
Miguel, desde la puerta del baño, observaba expectante a su creación. El corazón le latía a mil por hora.
-Yaraza... sí que está lleno de agua...
Pronto, el agua del baño se escurrió hacia la habitación. Miguel sonrió nervioso, cuando la alfombra comenzó a mojarse. Se adentró en ella, y observó los objetos personales de Antonio a un costado.
Lanzó un fuerte suspiro.
-Aquí vamos...
Despacio, le pegó una pequeña patada a un compartimiento que yacía de pie en un costado de la cama. Allí, documentos importantes, y la laptop de Antonio, cayeron al suelo.
Miguel, excitado, observó cómo aquellos terminaron empapados en agua, y posteriormente, sumergidos en ella.
Se sintió pagado.
-Tu karma... será eso, Antonio. En esa misma laptop, vi cómo me fotografiabas semi desnudo mientras yo dormía, según tú ''para complacerte'', porque yo me negaba a tener relaciones contigo. ¡Bueno! Ahora tendrás que complacerte solito, porque... -El agua entonces, inundó también la habitación. La laptop de Antonio se inundó; A Miguel, el agua le llegaba un poco más debajo de los tobillos-. Porque tu querida laptop... ups, se mojó.
Miguel sonrió despacio, y pronto, vio como en la puerta que daba hacia fuera de la habitación, el agua avanzó e inundó.
Era una inundación completa. El plan había funcionado, y había tomado alrededor de otros cinco días llevarlo a cabo.
Miguel suspiró.
-Bien hecho. Ahora... el agua debería filtrarse hacia el primer nivel, y ellos deberían...
-¡¿Qué mierda está pasando?!
Se oyó de pronto desde el primer piso. Un grito desgarrador de Antonio, sacudió la tranquilidad de Miguel.
Se puso tenso.
-¡E-el baño!
Rápido, y moviéndose entre el agua, que cerca de sus tobillos entorpecían un poco sus movimientos, Miguel caminó hacia el baño.
Cerró la llave del lavamanos, y la llave de la ducha. Tan solo, se quedó el inodoro aun rebalsando el agua e inundando.
Pronto, se oyeron fuertes pasos subir por las escaleras. Miguel contrajo las cejas, y sintió que el pecho se le detuvo.
Corrió hacia la habitación, y apagó la luz de la lámpara. Se sacudió los pies mojados, y se subió a la cama. Se caló la frazada hasta la cabeza, y se hizo el dormido y desentendido.
En el breve silencio, antes de la irrupción de Antonio en la habitación, Miguel oyó el sonido del agua escurriendo y rebalsando.
Se sintió realmente valiente.
Entonces, los pasos se oyeron a su lado. Antonio ingresó a la habitación, completamente alertado y dando un fuerte portazo.
Encendió la luz. Lanzó un jadeo sordo.
-¡¿P-pero qué mierda está pasando?! -gritó Antonio, horrorizado, al ver el desastre que había por casi todo el segundo piso, y la habitación.
Miguel, en su sitio, se siguió haciendo el dormido.
-¡E-eh, Miguel! ¡Tío, despierta! ¡Mira este desastre!
Miguel abrió los ojos, y observó extrañado. Miro a la cara de Antonio, con expresión somnolienta, y preguntó con voz suave:
-Mh... ¿qué pasó? Estoy durmiendo desde hace horas. Interrumpiste mi sueño...
-¡¿C-cómo que qué pasó?! ¡¿Eres gilipolla?! ¡Mira este desastre! -despacio, Antonio se adentró en la habitación, arrastrando los pies por el agua-. ¡E-es un desastre, Miguel! ¡¿C-cómo no lo has notado?!
Miguel observó extrañado. Dio un falso bostezo, y se talló unos de sus ojos. Luego, observó hacia el suelo, y vio el agua escurriendo.
Se hizo el sorprendido. Se llevó ambas manos a la boca, e hizo como que no lo creía.
Antonio se tragó aquella actuación barata.
-¡Estábamos en el primer piso cenando, y comenzó a caer agua por las paredes y sobre nuestras cabezas! ¡E-esto es un desastre, y...! -De pronto, se oyeron más pasos por las escaleras. Antonio agachó la cabeza, y al costado de la cama, vio su laptop bajo el agua, y los documentos flotando en ella.
Casi le da un infarto.
-¡Noooo, no, no, no! -gritó, arrastrando los pies, y agachándose en el suelo; quedó empapado con agua de inodoro; abrazó su laptop-. ¡Joder, no! ¡¿Pero qué mierda?! ¡M-mi laptop! ¡No mi laptop!
-¡¿Q-qué está pasando?! -se oyó de pronto una voz cansada en la puerta; Miguel observó. Era Héctor, que, con ayuda de Rebeca, había subido hasta el segundo piso.
Se veía exhausto, y shockeado. Rebeca, a su lado, miraba atónita.
Miguel no se sintió bien al ver a su padre afectado. A pesar de todo, sentía amor por él, y no le era grato hacerle pasar malos momentos.
Pero su padre no comprendía su sentido de la libertad, y de sus ganas de realización personal. Si su padre entonces, no era capaz de comprender eso...
A Miguel, otra salida no le quedaba, por más que le doliera.
-¡Miguel! Contesta, ¡¿qué chucha está...?!
-N-no lo sé, papá. Te juro que no sé... -respondió Miguel, observando nervioso a su alrededor-. Y-yo estaba durmiendo, y... y no me percaté. Te juro que es verdad, yo no...
-Viene desde el baño -mencionó Antonio, con la voz temblorosa a causa de su laptop mojada-. Viene del puto baño... ¡Desde allá suena el agua! ¡¿Pero qué mierda?!
Cuando Antonio entró al baño, entonces se encontró con el escenario del crimen. Lanzó un jadeo sordo, y con dificultad arrastró los pies a través del agua. Observó el inodoro, que, de forma incesante, se rebalsaba.
Lanzó un grito de ayuda.
-¡¡Aquí se está inundando todo!! ¡¡Venid a ayudar, venid!!
Rebeca hizo caso al llamado, y arrastro los pies hasta el baño. Héctor, muy cansado, se arrastró con el bastón. Miguel, por detrás de ellos, se alzó.
Observó por detrás, con una leve sonrisa.
Ellos, en cambio, entraron en pánico.
-¡¿Q-qué vamos a hacer?! ¡Se está rebalsando completo! ¡El agua llegó hasta el primer piso! -gritó Rebeca, intentando buscar la manera de cerrar la llave.
-¡¡Qué esta mierda no se puede apagar!! ¡¡Es como si el agua de las cañerías se devolviese!! ¡¿Qué mierda es esto?! -exclamó Antonio, desesperado.
-¡A- a ver! ¡Intenta apagar la cadena, o algo!
-¡Qué no se puede, tío! -le respondió a Héctor, nervioso-. ¡Qué te estoy diciendo que es agua de las cañerías lo que se está rebalsando! ¡E-es agua con mierda! ¡Hay que llamar a los bomberos, o algo! ¡U-un gasfíter!
Rebeca tomó una jarra, y comenzó a botar el agua por la ducha; aquello fue inútil, pues el agua siguió saliendo y se devolvió. Héctor, a duras penas, intentó agacharse y cerrar la llave de paso. Antonio, a un costado, observaba perplejo como el agua salía.
Miguel, que observaba tenso desde la puerta del baño, entonces dijo:
-Yo puedo llamar a los bomberos.
Todos se giraron, y observaron a Miguel; este sonrió servicial.
-Pero... no tengo celular para llamarlos. Antonio me lo quitó hace días, ¿te recuerdas?
Antonio ladeó la cabeza. Observó molesto.
-Así que... ¿qué tal si salgo a buscarlos? Hay una estación aquí cerca. Los traeré hasta acá, y...
-¡¿E-estás jodiéndome, gilipolla?! ¡Tú no saldrás a ninguna parte, y mucho menos...!
-¡¿Quieres inundarte completo, Antonio?! ¡La casa está repleta de agua! ¡Si no hacemos algo pronto, va a ceder el segundo piso, y es peligroso!
Rebeca, nerviosa, asintió con fuerza. Le dio la razón a Miguel.
-Ti-tiene razón. Es mejor que...
-Tomad mi celular y llama. Está allá abajo en la cocina. Tomadlo, y...
-¡Iré a buscar a los bomberos! ¡Ya vuelvo!
-¡E-eh! ¡¿A dónde te piensas que vas?! ¡Vuelve, gilipolla!
Miguel se volteó rápido, e hizo caso omiso a Antonio. Este intentó seguirlo, pero pronto, una cañería estalló en sus narices, y el agua salió disparada con una presión feroz; sí, las cañerías habían colapsado.
Se formó un alboroto, y Rebeca comenzó a gritar. Héctor, que apenas se mantenía en pie, sentía que pronto perdería la consciencia.
Antonio entonces, se quedó preso en el lugar.
Miguel bajó las escaleras corriendo, y apenas vio la puerta frente a él, salió disparado hacia la calle.
Miguel entonces, volvió a ser libre por otra noche.
Y esta vez, iba decidido a brazos de Manuel.
Ya no iba a dudar más.
(...)
El viaje al Callao fue caótico. Como Miguel estaba empapado de las rodillas hacia abajo, difícil le fue poder tomar transporte hasta dicho lugar. En un inicio, se frustró, pero luego tomó calma, y caminó por varios minutos. Para su fortuna, la dirección del viento estaba a su contra, por lo que la caminata propició a que ello se secara un poco, y un par de metros más allá, Miguel tomó transporte público.
Cuando al paso de más o menos una hora, el paradero le dejó en su lugar de destino, Miguel se bajó allí con muchas otras personas que vivían en El Callao.
Se sintió perdido por un instante, pero luego, se ubicó.
-Ho-hola... ¿me podría decir la hora? -preguntó a una señora que junto a él se había bajado en dicho paradero, pero ante aquella pregunta, ella se mostró asustada. Miguel observó extrañado, pero al instante, captó el por qué-. ¡N-no voy a robarle, señora! ¡No soy un ladrón! De verdad...
La mujer miró desconfiada, pero al instante, pudo observar bien a Miguel; era tan solo un jovencito, y al parecer, ni siquiera era de por el Callao.
De hecho, probablemente, él era una presa para otros ladrones, pero no, no era un ladrón; aquello era seguro.
-Son las... ocho y treinta -respondió la mujer, y sonrió. Miguel contrajo los ojos, e igualmente sonrió.
-¡Gracias!
Cuando la noche entonces, ya estaba ciñéndose sobre sus cabezas, Miguel corrió a toda velocidad por entre la gente y las calles del Callao. Pronto, divisó la casa de Manuel a lo lejos, y su corazón latió de prisa.
Miguel entonces, comenzó a ser feliz desde aquel instante.
-¡Ma-Manuel! ¡Manuel!
Comenzó a jadear entre sonrisas, y mayor fue su alegría, cuando entonces al acercarse, vio las luces encendidas.
Miguel golpeó la puerta. Pasaron dos minutos.
Ante él, entonces apareció Manuel con Eva en brazos.
Miguel sonrió como un niño pequeño. Manuel contrajo los ojos, y sintió que estaba soñando despierto.
Hubo un silencio.
-Buenas noches, mi amor...
(...)
En el sofá de la sala, Miguel yacía arrullado con una gran frazada calientita. En sus piernas, Eva ronroneaba como una niña pequeña, que ve a su padre después de muchos días. Miguel sonrió, y al instante, se sintió protegido y en calor. Le acarició el pelaje a Eva, y la abrazó.
Aquella casa siempre le traía bonitos recuerdos, y aparte, estaba habitada por dos seres hermosos.
Manuel, y Eva.
Miguel sabía, que no había lugar más seguro en el mundo para él, que dicha casa.
-Toma -oyó de pronto Miguel a su costado. Una voz suave le acarició los sentidos.
Era Manuel. Había llegado a su lado. Venía desde la cocina.
-Te metí la ropa húmeda a la lavadora, y luego la colgaré; te traje también estas cosas. -Manuel extendió un chocolate caliente y humeante en la mesita del costado. Extendió ropa seca; era su conjunto de pijama-. No tengo... ropa más pequeña, de tu talla. Solo te puedo prestar mi pijama, hasta que la tuya seque, ¿está bien así? Te va a quedar un poco grande, pero...
Miguel se lanzó sobre Manuel, y le besó los labios. Eva dio un brinco, y Manuel, contrajo los ojos esmeraldas.
Miguel no quería oírlo hablar de cosas sin importancia. Solo quería besarle los labios. Tenía ansias de ello, y extrañaba sentirlo.
Hubo un silencio entre ambos.
Manuel observó contrariado, y con el rostro sonrojado. Miguel se alejó despacio, y sonrió con ternura; le acarició despacio el rostro.
Se miraron en silencio. Manuel agachó la cabeza.
Miguel observó con tristeza.
-¿No... no te gustó? ¿Qué pasa, Manu?
Manuel siguió cabizbajo. No alzó la mirada. Miguel se sintió apenado, y Eva, observó preocupada.
Hubo otro silencio.
-Voy a ir a mi habitación, para que... para que puedas vestirte. Te va a quedar un poco grande, pero es mejor que usar algo húmedo. Te daré tu espacio.
Miguel agachó la cabeza, y asintió. Manuel se alzó despacio, y ante la mirada atónita de Eva, se encaminó hacia su habitación.
Miguel y Eva, quedaron a solas.
A Miguel se le quiso asomar una lágrima. Eva se acercó a él, y le ronroneó.
Miguel no se esperaba esa reacción de Manuel. No al menos una tan indiferente.
-¿Me... me dejó de amar? ¿Q-qué pasó? ¿Por qué...?
Eva maulló en respuesta. Miguel descompuso su expresión.
-O quizá... está dolido.
Miguel había llegado a la respuesta correcta. Aquel beso, claro que había gustado a Manuel, pero evidentemente, le había tomado por sorpresa.
Miguel volvía a dicha casa después de once días. Era evidente, que Manuel estaba dolido, y muy confundido respecto de la nueva dinámica que ellos presentaban.
Manuel se sentía inseguro, y en lo dolido que estaba, esperaba acciones concretas por parte de Miguel.
Ir hasta su casa, y besarle los labios, no eran muestra de acciones concretas.
Miguel lo entendió.
-Ya entiendo... -susurró a Eva, que le miraba con ojos de amor-. Tiene... derecho a sentirse así. En parte es mi culpa...
Despacio se levantó, y se vistió con el pijama de Manuel. Era un pijama de color carmín y rayas negras. Le quedaba grande y holgado, pero era de una tela muy suave y confortable. En el algodón, tenía impregnado el olor del perfume de Manuel; Miguel se abrazó a sí mismo, y respiró profundo.
Miguel suspiró fuertemente, intentando tomar valor para lo que se avecinaba. Observó a la mesita de centro, y vislumbró allí la taza humeante con chocolate.
La tomó, y bebió unos cálidos sorbos. Se re lamió los labios, y volvió a beber. Dejó la taza a un costado, y Eva, atraída por el olor dulce, se acercó a ella; comenzó a beber de la taza.
Miguel entonces, caminó hacia la habitación de Manuel. La puerta estaba entre abierta.
Se adentró despacio. Dio unos golpeteos tímidos en ella.
-Hola... ¿se puede? -susurró con voz suave. Al entrar, vio a Manuel algo nervioso, sentado a la orilla de la cama y apretándose las manos. Alzó su mirada, y se puso de pie ante la presencia de Miguel.
Ambos se observaron en silencio. Manuel sonrió tímido.
Miguel sintió su corazón latir con fuerza. Cuánto extrañaba esa bonita expresión.
-¿Ya... te tomase el chocolate? No soy muy bueno preparándolo, pero... pensé que podías tener frío.
-Estaba rico... -respondió Miguel, y pronto, se acercó más a Manuel. Quedaron frente a frente; se sintió la tensión entre ambos-. A Eva le gustó también. Se está tomando el poco resto que dejé.
Manuel lanzó una risilla enternecido. Miguel sintió que el corazón se le llenó de una sensación cálida.
Qué bonito era volver a estar con Manuel. Qué bonito era respirar su tranquilidad, su ternura, su bondad, y su nobleza.
Qué bonito era verlo, después de once días en el martirio.
Realmente, cuánto lo había extrañado...
-Manu... -susurró, no pudiendo aguantarse más las ganas-. Cuánto te extrañé, Manu... te extrañé tanto, mi amor...
Despacio, Miguel se abrazó al pecho de Manuel. Se aferró con fuerza, y sintió su calor corporal de inmediato; inhaló su embriagador aroma.
Se sintió en paz absoluta.
Hubo un silencio entre ambos. Manuel no correspondió al abrazo de inmediato.
Y, al paso de unos segundos, rodeó a Miguel en un suave abrazo.
Se quedaron así por un tiempo. Miguel se sintió protegido.
-Te amo tanto... no pude parar de pensar en ti, Manu...
Manuel no pudo evitar sonreír enternecido, pero Miguel, no se dio cuenta de ello.
En lugar de eso, Miguel se sintió apenado. ¿Por qué Manuel no respondía a sus palabras? ¿No estaba feliz con su visita? ¿Acaso no lo había extrañado tanto como él si lo había extrañado?
-Manu... -susurró entonces, separándose levemente del pecho de su amado, y alzando la mirada hacia él-. ¿No te sientes feliz con mi visita?
Manuel suspiró suave. Agachó la cabeza.
Hubo un silencio entre ambos.
-Si supieras... cuánta alegría está sintiendo mi corazón en estos momentos... -Miguel contrajo los ojos; Manuel sonrió apenado-. Claro que me hace feliz tu visita, Miguel. Es lo más bonito que me ha pasado en muchos días...
Miguel se sonrojó, y sintió su corazón latir con paz. Manuel volvió a agachar la cabeza.
-Pero...
Hubo un silencio entre ambos. Miguel observó atento.
-Pero me siento muy extraño, Miguel. Siento que no puedo alegrarme completamente. Hay una parte de mí, que aún tiene miedo, y por más que quiera callarla... no puedo.
Miguel entendió la razón por detrás, y asintió despacio. Asumía la culpa, y debía hacer algo al respecto.
No era justo que Manuel, siempre ignorase sus emociones para no hacerle sentir mal. Era momento de zanjar las cosas por definitivo.
Decidió que era momento de hablarlo.
-Entiendo cómo te sientes, Manu, y... es en gran parte, mi culpa todo esto... -Ante aquellas palabras, Manuel observó apenado. Miguel alzó una mano, y despacio, le propinó una tierna caricia en el rostro a su amado-. Vamos a sentarnos. Quiero hablarte de algo.
Ambos entonces, se sentaron a los pies de la cama. Se posicionaron el uno frente al otro, y se cruzaron de piernas. Manuel le tomó las manos a Miguel, y comenzó a acariciárselas de forma tímida.
Miguel suspiró, y sonrió.
-He tomado una decisión, Manuel, y esa decisión... es que sí; abandonaré a Antonio, y abandonaré mi casa.
Ante aquellas palabras, Manuel no pudo digerir al instante. Con expresión consternada, se quedó mirando al rostro de Miguel, esperando a que dijese algo como: ''¡Sonso, es una broma!'', o algo por el estilo.
Pero no pasó, y Manuel, se quedó boquiabierto.
No creyó lo que oía.
-¿Q-qué? -disparó en un jadeo, incrédulo.
Hubo otro silencio. Miguel miró apenado, y sonrió.
Manuel contrajo los ojos, y no reaccionó.
¿De verdad Miguel lo había hecho? ¿De verdad... después de tantos meses, después de tantos días de espera, de tantos sueños rotos, de tantas circunstancias en su contra, ellos...?
¿Volverían a lo de antes?
A Manuel, la conmoción le atracó en el pecho, y una lágrima tímida, le deslizó por el rostro.
Miguel entonces, se volvió un manojo de nostalgia. Se aferró a Manuel.
-Es lo que he decidido, Manu... -susurró, con la voz apretada, y el corazón latiéndole con fuerza. Se abrazó a Manuel, que, con lágrimas en los ojos, aún estaba un tanto shockeado-. Te... te amo, Manu. No quiero estar más lejos de ti. No quiero, y... y yo sé...
-¿Va... vas a abandonar a Antonio? ¿E-en... en serio? ¿Tú...?
Manuel balbuceaba aún incrédulo. Miguel observó apenado.
-Sí, claro que sí, mi amor... yo te amo a ti, y...
-¿A-abandonarás la casa? ¿Tu casa? T-tú... ¿dejarás a tu papá? ¿Lo... lo harás?
Miguel observaba en ojos de Manuel, sorpresa absoluta. Los ojos los tenía inundados en lágrimas, y el corazón le latía con fuerza.
-Manu...
Manuel entonces, no soportó la conmoción. Se llevó ambas manos al rostro, y el llanto le salió por los labios.
Manuel se rompió, porque el oír aquello que tanto esperaba, después de muchísimo tiempo en incertidumbre, era para Manuel un alivio a tanta espera.
Lloró como un niño, y se rompió. Miguel sintió que el corazón se le volcó.
-Mi amor... -susurró, y rápido, se aferró a Manuel en un abrazo contenedor.
Manuel le correspondió, y con fuerza, se aferró a Miguel.
A Miguel, las lágrimas le cedieron también, pero en silencio. En la habitación, fueron solo audibles los sollozos de Manuel.
Se quedaron así por unos instantes, hasta que entonces, Manuel pudo calmarse.
Se separaron levemente. Se observaron a los ojos.
-Mi niño... -susurró Miguel, con los ojos cristalizados, y alzando despacio su mano. Le acarició el rostro a Manuel, y le limpió las lágrimas.
Manuel sonrió entre lágrimas. Suspiró.
-Te amo tanto, Manu... perdóname. Perdóname por todo esto que te he hecho pasar. Esta espera, esta incertidumbre, yo... perdóname. Perdóname...
Esta vez fue Miguel quien se rompió. La culpabilidad le apretaba en el alma, y el ver a Manuel así de consternado, le graficaba como había sufrido en la espera.
Miguel no se perdonaba el haber hecho sufrir así a Manuel. El haber permitido dicha decisión. El haber actuado tan tarde, y haber dado paso a todas aquellas situaciones que le habían distanciado tantos días de a quien tanto amaba.
Le pesaba en los hombros, cada una de las lágrimas de Manuel. Miguel se sentía pésimo.
Manuel entonces, tomó a Miguel por las mejillas, y lo acercó a su rostro. Le beso los labios con suavidad, y le tomó suave por la cintura.
Miguel, entre lágrimas, suspiró. Se dejó llevar por aquel sublime momento, y correspondió a aquel tan ansiado beso.
Ya nada existió. No existió la culpa, ni el dolor. El miedo a Antonio, ni la incertidumbre de tantos días. Quedó, por un instante, atrás el sufrimiento, y el llanto. La desilusión, y el amargo sentimiento de vivir un cáncer ante sus ojos.
Todo se fue, en aquel instante.
Porque en aquel beso, se consumaba de nuevo el amor de ellos.
El amor de Manuel y Miguel.
Eva, desde la puerta de la habitación, observaba avergonzada. El beso de Manuel y Miguel, poco a poco se fue revistiendo de más calor pasional. Manuel se aferró a la cintura de su amado, y Miguel, suspiraba sintiéndose en el cielo.
Mierda; cuánto había esperado sentirse así en brazos de su amado. Era un momento que quería tallarse con fuego en la piel.
No quería dejar de besarlo. Quería desgastarse los labios en aquel momento.
-Ven... ven aquí... -susurró Manuel, con una sonrisa inundada de amor, tras separarse un poco del beso. Miguel observó con expresión somnolienta, causa del enamoramiento. Manuel se aferró a su cintura, y se recostó en la cama. Miguel cayó encima de él, y lanzó un divertido chillido.
Manuel se puso a reír. Miguel sonrió.
-Te extrañé mucho... -susurró Miguel, acomodándose al lado de Manuel, y subiéndose las frazadas. Ambos se entrelazaron, y se miraron a los ojos. Se quedaron así por varios minutos, sin decir más palabras.
Solo se limitaron a observarse. En ellos, era muy usual el lenguaje a través de los ojos.
Se limitaban a que sus propias emociones, hablasen por ellos.
-¿De verdad... has decidido dejar a tu papá, mi amor? Él está enfermo, y...
-Sí... -respondió Miguel, totalmente convencido de su respuesta. Despacio, alzó su mano, y le acarició el labio inferior a Manuel; se sintió suave-. Tú... tenías razón, mi amor. Sí, mi papá está enfermo, y sé que prometí estar a su lado, pero... él debe entender algo importante.
De tanto acariciar el labio inferior a Manuel, Miguel se sintió ansioso. Ladeó despacio su cabeza, y con hambre le volvió a besar los labios. Manuel lanzó una risilla en medio del beso.
-Yo, antes de la llegada de mi papá... tenía una vida ya, Manuel... y esa vida, era a tu lado. Él debe comprender eso. Yo lo seguiré apoyando, y seguirá siendo por siempre mi papá. Yo lo quiero, pero... pero mi vida se está yendo frente a mis ojos, y yo... no puedo soportarlo. No puedo soportar pasar una vida sin ti, Manuel. Yo pertenezco a tu lado.
Manuel sonrió nostálgico. De pronto, las imágenes de antaño, en donde compartían el pequeño apartamento de Miraflores, vino hasta su mente.
¿Aquellos días volverían? Parecía ser real...
Estaba pasando. Miguel volvía a su lado, al fin.
Manuel sonrió sintiéndose al fin en paz.
-Tú eres... tú eres la persona que veo en cada momento de mi vida desde ahora en adelante. Yo quiero que tú seas... que tú seas el padre de nuestros futuros hijos. -Al decir aquello, Manuel contrajo los ojos. Se vislumbraron lágrimas; Miguel sonrió apenado. El tema de los hijos, era para Manuel una ilusión, y un tema que traía nostalgia hacia él-. Bueno... si llegamos a adoptar. Sería bonito, ¿no? Darle una vida llena de amor, a algún niño que... bueno, no ha tenido esa suerte de ser amado, ¿te imagin...?
De pronto, Miguel sintió una emboscada de besos en su rostro. Manuel se le abalanzó, y comenzó a darle mimos como loco y con un tierno frenesí. Miguel se sorprendió en un inicio, pero luego comenzó a reír enternecido.
-¡Ma-Manu! ¡Me haces cosquillas, huevón! -gritó entre risas, y Manuel, no paró en su hazaña.
Y así se mantuvieron por un buen rato. Eva, que estaba parada en la puerta, entonces se adentró y se lanzó a la cama. Mientras en la habitación se concertaron risas y jugueteos, Eva comenzó a saltar sobre ellos.
Era la misma imagen, que meses atrás, se inmortalizaba en un apartamento de Miraflores.
Los días de incertidumbre habían llegado a su fin.
-Te amo, te amo, te amo mucho, mucho... mi peruanito lindo, precioso, hermoso -decía Manuel con una voz melosa, mientras le hacía cosquillas. Miguel ya se quedaba sin aliento de tanto reír. Las mejillas las tenía coloradas.
-¡Y-yaaaa, huevón! ¡Q-que me matas de risa! ¡Yaaaa! ¡Me voy a mear!
Y entre tanto rose de piel, y caricias, al fin se detuvieron. Miguel se quedó respirando cansado, y Manuel, se le acercó al rostro. Le comenzó a dar besos húmedos y suaves en las mejillas, y en la comisura del labio. Lo acarició por un extenso rato. Lo miró con ojos inundados de amor.
Ambos se observaron, y sonrieron.
-Entonces... ¿podemos volver a ser prometidos? -susurró Miguel, con expresión triste. Manuel sonrió apenado-. Yo quiero... quiero casarme contigo, no quiero ir con...
-Nunca dejamos de serlo... -susurró Manuel, y despacio, le dio un beso en los labios a Miguel-. Nos vamos a casar. De eso no tienes que dudar. No me casaría con otra persona, que no fueses tú, Miguel.
Miguel se sonrojó notoriamente, y avergonzado, escondió su rostro en el pecho de Manuel; este sonrió.
-Gracias, muchas gracias. Gracias por existir.
Al cabo de un rato, entre miradas revestidas de nostalgia y amor, ambos se entrelazaron de nuevo en besos incesantes. Eva, que estaba a un lado, entonces comprendió la situación.
Miguel y Manuel, hace meses que no compartían un momento de intimidad así a solas; no debía interrumpir. Removió sus bigotes, y dio un salto de la cama; corrió apresurada hacia la sala.
Miguel y Manuel, entonces se quedaron solos en la habitación.
Y bajo la leve luz de la lamparita del velador, se enfrascaron en besos pasionales y caricias sensuales. Pronto, la habitación se inundó de suspiros y jadeos, y a los minutos, ambos sabían de antemano en qué terminarían.
Y sí, claro que lo deseaban.
-Hazme el amor... -susurró Miguel, sintiendo el ímpetu a flor de piel. Manuel, que le besaba el cuello, fortaleció el agarre por detrás de su nuca, y apretó, con ánimo de dueño; Miguel jadeó extasiado-. Hazme el amor, por favor, ya...
Manuel no respondió a ello con palabras, y en lugar de eso, separó despacio las piernas a Miguel, y se posicionó entre medio de ellas. Presionó despacio con su pelvis.
Miguel, por sobre el pijama, le sintió la erección rosar con la suya. Lanzó un leve jadeo.
Y con cada caricia que las manos y labios de Manuel, extendían sobre su piel morena, Miguel se sentía más y más hundido en un éxtasis que añoraba desde hace meses. Porque para él, ser tocado por Manuel, después de tanto tiempo siendo basureado sexualmente, era un antídoto a todo aquel asco al que se sentía reducido, después de tantos maltratos, palabras groseras, y vejaciones sexuales en la cama, a manos de Antonio.
Con Manuel era distinto, y que él le hiciese el amor después de todo ello, era como borrar aquellas repulsivas huellas anteriores. Necesitaba el cuerpo de Manuel en el suyo. Lo amaba, lo deseaba, y con él quería unirse.
Miguel lo deseaba, y Manuel, lo hacía también con la misma fuerza.
Y cuando la noche cayó sobre sus cabezas, se desplegó el universo frente a sus ojos como una suerte de explosión estelar. El contraste de sus pieles entonces se fusionó, y en la modesta morada de dos amantes, un color blanco como la leche, y un color moreno como la canela, se unieron y formaron un dulce elixir embriagador de pasión.
Manuel y Miguel, entonces hicieron el amor.
Aquella noche, entonces más nada existió para ellos.
En la lejanía, Miguel no recordó a su padre, ni recordó a Antonio. Tan solo él fue el protagonista de su vida, y por primera vez, se priorizó.
Y las musas aquella noche, hicieron su aparición. Y pronto, cuando ya la luna se ciñó sobre ellos, Manuel y Miguel llegaron al éxtasis en medio de un frenesí sexual. Sus cuerpos se complacieron el uno con el otro, y un beso de fuego, finalmente cerró la noche.
En la madrugada, dos amantes entonces se vieron dormir. Uno chileno, y el otro peruano, que, con el cuerpo entumecido después de amarse hasta el hartazgo, descansaron frente al claro de la luna.
Aquella noche, entonces fue el precedente de lo que seguiría para ambos.
(...)
Las horas pasaron, y aunque ellos añoraban la inmortalidad de la noche, así no sucedió. Pronto, el sol se coló entre las rendijas, y ante el claro de su piel, se sintió el leve calor acariciarle.
Manuel despertó primero. Lentamente, abrió sus ojos y dejó al descubierto el esmeralda de ellos. Bostezó despacio, y se quejó por lo bajo. A su lado, sintió una tierna respiración acariciarle los sentidos. Manuel se ladeó, y a su costado, y por sobre su pecho, yacía Miguel, su amado, aferrado a él como si fuese el tesoro más preciado de su vida.
Manuel sonrió.
Con qué hermoso despertar, le había deleitado Dios aquella mañana.
Se sintió afortunado de vivir.
-Mi peruanito lindo... -susurró Manuel, aferrando su mano con más fuerza en la cintura de su amado. Miguel, entre el sueño, suspiró; se abrazó más fuerte al pecho de Manuel, y siguió durmiendo.
Sentir sus latidos, en medio del sueño, era tranquilizador. Dormir entre brazos del hombre al que amaba, y del cual recibía respeto y protección, le hacían sentir en paz.
-Te amo, Miguel... -despacio bajó su mentón, y le depositó un tierno beso en la frente a Miguel; este se quejó por lo bajo-. Gracias por regalarme esta noche. Nunca antes fui más feliz...
Los recuerdos de la noche anterior, sobrevinieron a su mente. Revivir aquello que, en antaño, con Miguel hacía cuando vivían juntos, trajo a Manuel una ola de nostalgia. El cuerpo de su amado, los ojos, su dulce voz en medio del acto carnal, sus palabras, sus gestos, sus caprichos...
Todo le embriagaba de él. Lo amaba inmensamente.
Pero ahora de forma real, porque Manuel sabía, que Miguel era también imperfecto.
-Miguel, si de nuevo tú... llegas a fallarme, yo no podría aguantarlo... -susurró Manuel melancólico, acariciando el rostro a Miguel, que aún yacía dormido-. Esta es la última oportunidad que yo... que yo puedo darte. Mi corazón no podría soportar algo así de nuevo. No lejos de ti.
Le volvió a besar la frente, y se quedó a su lado, observándolo con expresión melancólica y nostálgica. Miguel, al paso de unos minutos, entonces también cedió ante la realidad, y despacio abrió sus ojos.
El azul profundo de sus ojos, chocó de frente con el tierno brillo esmeralda de los de Manuel.
Sonrieron enternecidos.
-Buen día, peruanito lindo...
Miguel lanzó una risilla medio adormilado. Manuel le besó la mejilla.
-Buen día, mi chilenito bonito.
Se enfrascaron en tiernas caricias al despertar. Uno que otro beso aún hambriento de la noche anterior, se dejó ver aquella mañana, pero cuando ya Eva se coló entre ellos en la cama, se vieron en la obligación de parar.
Y también, de palpar la realidad.
Llegar a ello, les llenó nuevamente de incertidumbre.
-¿Qué hora es? -preguntó Miguel, sintiendo tiernas caricias en su cabello. Manuel extendió su brazo, y tomó su celular.
-Son casi las once de la mañana.
Miguel no supo cómo sentirse exactamente. Con el paso de la mañana, y a poco del medio día, debía enfrentar nuevamente la realidad llegando a casa, y aquello, parecía un panorama más preocupante que la vez anterior.
¿La diferencia? Es que ahora Miguel se sentía valiente, y decidido a enfrentar su situación.
Miguel, aquella mañana, cambiaría el rumbo de su historia; estaba seguro de ello.
-Debo volver a casa... -anunció con voz rígida. Despacio, se alzó del pecho de Manuel, y se sentó en la cama. Manuel, a su lado, contrajo los ojos. Se alzó con él, y observó preocupado.
Hubo un fuerte silencio entre ambos.
-Volverás a tu casa... -musitó Manuel, sintiendo la garganta apretada-. Volverás con Antonio, y... tu padre.
-Sí -respondió a secas Miguel-. Volveré a ellos, porque Manuel, mi amor... debo enfrentar esta situación.
Manuel agachó la cabeza, y asintió despacio. Se quedó en silencio, intentando reprimir el miedo que nuevamente le florecía. Se vio tristeza en sus ojos.
Miguel le besó suave los labios. Le acarició con suma ternura.
-Escúchame, Manu... y escúchame bien. No volveré a casa por gusto, volveré para enfrentar esta situación. Hoy mismo mi amor, te juro que hoy mismo...
-¿Ho-hoy mismo? ¿A tu padre...?
-Sí. Debo volver a casa, pero lo haré para decirle a papá, hoy mismo, que renuncio a esa vida. Le diré la verdad, Manuel. Les diré que te amo a ti, que te deseo a ti, que mi vida está a tu lado, y no al lado de Antonio. Voy a enfrentar esto, Manu. Me cansé de huir. Después de pasar esta noche contigo... yo ya no puedo volver atrás. No puedo... mi lado es contigo.
Manuel observó perplejo. Abrió los labios, sin saber qué decir.
No esperaba que Miguel, le fuese a rebelar a su padre aquello hoy mismo.
-Y después de eso, Manu... yo quiero irme contigo. Quiero irme, irme... contigo a dónde sea, pero contigo, Manu...
Manuel sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas. No pensaba que realmente ello ocurriese, pero tal parecía, que así era; Miguel le proponía una nueva vida junto a él, lejos de todo, y de todos.
Iniciar de cero. Volver a Empezar.
-Yo te amo tanto... y no puedo más sin ti. Quiero vivir contigo de nuevo. Por favor, déjame hacerlo, Man...
Manuel le selló los labios con un fuerte beso. Miguel, sorprendido, contrajo los ojos. Sintió una lágrima de Manuel deslizando por su rostro. Miguel cerró los ojos.
Se separaron despacio, y se miraron con lágrimas.
Sonrieron.
-¿Cuántos días necesitas? Dímelo. Dime cuántos días más debo esperarte para entonces irnos juntos, Miguel.
-Tres días.
-Tres días...
-Sí; en tres días más, yo estaré aquí, Manuel. Estaré aquí en tu casa, con mis maletas, con todas mis cosas, y nos iremos. Nos iremos a donde tú quieras, mi amor. Incluso, si quieres irte lejos de este sitio, te seguiré. Pero en tres días, te juro por mi vida, por la vida de mi madre, que yo... yo estaré aquí.
Manuel sollozó despacio, y sonrió. La emoción le golpeaba el alma de forma frenética, y no podía ocultarlo.
Tres días... tan solo tres días, para iniciar de nuevo con Miguel.
Había llegado el momento tan ansiado, después de tanto tiempo.
-¿Te irías a Arequipa conmigo?
Ante aquella pregunta sorpresiva, Miguel sonrió enternecido. Asintió despacio.
-Hasta la luna contigo, si así me lo pidieses.
-En la clínica quieren trasladarme hacia Arequipa. Nos iremos juntos, mi amor. Allá iniciaremos una nueva vida, y... y Eva nos acompañará, ¿verdad Eva? -La gatita observó curiosa, y movió sus orejitas-. En tres días, Miguel, viviremos una nueva vida allá. Dejemos atrás todo esto, y vámonos. Vámonos lejos.
Ambos se abrazaron efusivamente, y se aferraron con esperanzas por el futuro de su relación, que, tras tantas caídas y barreras, se inmortalizaba en ellos como una nueva oportunidad para volver a amarse sin tregua.
La alegría les inundaba el alma.
Y entre besos de celebración, risas y sonrisas puras de emoción, Manuel y Miguel, se alzaron de la cama, y desayunaron.
Pronto, Miguel entonces se cambió de ropa. Y, aunque la alegría inundó por varios minutos la atmósfera entre ellos, al final se formó un silencio vacío.
Miguel yacía ya parado en medio de la sala, dispuesto a retirarse y emprender el desafío, de por primera vez, enfrentar sus miedos y la autoridad de Antonio, y de su padre.
Miguel llenó sus pulmones de aire, y se inundó de valentía. En su alma, una llamarada voraz se encendió, y el fuego de la rebeldía, le empujó a rescatar lo más preciado.
Sus ansias de libertad, de superación, y su relación con Manuel.
-Esta es mi última promesa... -susurró, acariciando a Manuel en el rostro; este sonrió triste-. En tres días, estaré aquí, te lo juro por mi vida, mi amor. Antes de las 10:00 am, aquí estaré.
-Te esperaré listo para entonces. Te esperaré sagradamente. Llamaré a gerencia de la clínica, para que entonces gestionen mi traslado para dentro de tres días más.
Antes de poder separarse, ambos se unieron en un largo beso. Se aferraron el uno al otro, y no fue hasta el paso de unos cinco minutos, que decidieron distanciarse, y separar sus caminos.
Pero dichos caminos, no estarían separados por mucho tiempo. Tan solo tres días, les distanciaban del anhelado sueño; emprender una nueva vida en otro lugar, solo los dos, y comenzar de cero.
Tres días...
Tres días, nada más.
Manuel entonces, cuando vio alejarse a Miguel, sintió que junto a él se iba gran parte de su miedo. Ahora, confiaba en las palabras de Miguel. Esperaba ansioso el paso de tres días, y cuando la espera llegase a su fin, emprenderían el nuevo viaje.
Con ojos llenos de nostalgia, le vio partir. Manuel sintió nuevamente en su fuego la llama de la emoción, y como un niño pequeño, que pone todas sus esperanzas en ello, Manuel esperó.
Ese fue el gran acto de amor por parte de Manuel.
Y el de Miguel, el enfrentar la situación.
Debía partir a enfrentar a su padre.
(...)
Cuando a escasos metros de él, observó la fachada de la casa, Miguel sintió que las manos le temblaron ligeramente. Se quedó parado frente a la puerta, y apretó los labios. Cerró los ojos, y llenó sus pulmones de aire.
No podía mentir; claro que la situación a la que estaba por enfrentarse, le ocasionaba miedo y muchas ansias, pero no podía permitirse rehuir más de la situación.
Ya era insostenible. Vivir con Antonio, lo era. Aguantar dicho martirio, mientras su papá se aferraba a la vida, traía a Miguel un sentimiento amargo de vacío. La vida se le estaba yendo frente a sus ojos, y él, ya no podía permitirlo más.
Quería estar al lado de Manuel. Miguel ya no toleró más dicha situación.
Tenía que dar cara.
Apretó los puños y frunció el entrecejo. Caminó hacia la puerta, y tocó el timbre. Allí, con el cuerpo muy rígido, esperó.
A los minutos, la puerta se abrió, y tras ella, apareció Rebeca.
Miguel no quiso siquiera mirarla, y pasó de largo al lado de ella. Rebeca le observó contrariada, y con el miedo latente.
Cuando Miguel entró, pudo ver un gran desastre. El piso no solo estaba húmedo, sino que también había muchas cosas regadas y rotas por doquier. Tal parecía, que alguien en la casa, había sufrido un ataque de ira y se desquitó con los muebles y objetos alrededor.
Miguel, en su conocimiento, apostó por Antonio. Él era el único con ataques de ira explosivos capaz de llegar a eso.
Miguel tragó saliva. Apretó los puños.
Rebeca, desde la puerta, le observaba consternada. Era como si Miguel, hubiese sido la causa de un terrible desastre.
-¿Quién anda ahí?
De pronto, a lo lejos y proveniente de un pasillo, se oyó una voz carrasposa preguntar. Miguel contrajo los ojos, y temeroso se giró hacia la nueva presencia.
Era Héctor.
-E-es Miguel... -respondió Rebeca, algo asustada y cabizbaja-. Acaba... acaba de llegar.
Se oyeron unos pies arrastrando y el sonido de un bastón. Pronto entonces, ante ellos, apareció la silueta de Héctor.
Venía con muy mala cara. Su enojo era reprimido, pero muy evidente en su expresión densa en odio.
Rebeca torció los labios.
-Ve a tu habitación con Brunito.
-S-sí...
Ante aquella orden dicha con voz muy severa, por el miedo, Rebeca no se atrevió a cuestionarla. A gran velocidad, y cabizbaja, caminó hacia la última habitación, y se encerró con Brunito. Al rato, se comenzó a oír música un tanto fuerte.
Miguel observó contrariado.
Y con miedo reprimido.
Héctor, desde el centro del salón, miraba a Miguel con expresión rencorosa. Hubo un denso silencio entre ellos.
-¡¡Antonio!!
Gritó Héctor con todas sus fuerzas, y luego, comenzó a toser. Miguel contrajo los ojos, y sintió que el corazón se le paralizó.
Desde el segundo piso, se oyeron entonces unos pasos furiosos acercarse. Antonio, desde la habitación, corrió a toda velocidad hacia el primer piso.
Miguel se asustó, y en un movimiento rápido, corrió hacia la cocina, y tomó un cuchillo.
Héctor le siguió por detrás apenas.
-¡¿A dónde crees que vas, Miguel?! ¡Ven Aquí!
Miguel se observó el cuchillo entre las manos. Tembló ligeramente.
No sabía exactamente, por qué había hecho aquello. El miedo que le provocaba la locura de Antonio, le llevaba a poder defenderse con lo que estaba a su alcance.
De pronto, Antonio se hizo presente.
-¡¿Qué pasó?! ¡¿Llegó el gilipolla de Miguel?!
Se oyó su voz potente y carrasposa. Héctor, que observaba enojado, asintió y apuntó hacia la cocina.
Miguel se volteó sobre sí mismo, y miró asustado. Antonio entonces caminó un poco más, y frente a frente, Miguel y Antonio, hicieron contacto visual.
Miguel juró en aquel instante, que ante lo que él se extendía, no era una persona normal y cuerda. Antonio se veía desquiciado; el cabello lo tenía desordenado, y los ojos se le impregnaban de un aura maniaca. Se le veía la cara rígida, y Miguel juró, que Antonio no había pegado siquiera una pestaña en toda la noche.
Y se veía enfermo. Enfermo de violento. Su expresión daba miedo.
Miguel aferró el cuchillo entre sus manos. Los pelos de la nuca se le erizaron.
Antonio lo observó con una ira desquiciada. Se acercó a él a zancadas.
-¡¡Hijo de puta!! ¡¿En dónde estabas?! ¡Te voy a matar!
Miguel contrajo los ojos, y lanzó un jadeo sordo. Héctor, por detrás, observaba serio y no movió un solo dedo.
Miguel, que estaba asustado, intentó rehuir de la cocina, y se coló en la sala. Antonio le siguió, y en un movimiento arrebatado, alcanzó a Miguel por el cabello, y lo jaló con violencia hacia el suelo, azotándolo.
Miguel lanzó un grito de dolor.
-¡¡Su-suéltame, suéltame conchatumare!! ¡¡Suéltame!!
-¡¿En dónde estuviste?! ¡¡Responde pedazo de mierda!! ¡¿En dónde?!
Antonio jaló con tanta fuerza, que, por causa del dolor, Miguel sintió un hormigueo en la cabeza. Creyó, por un instante, que se desvanecería, pero ante de ello, torpemente alzó el cuchillo, y lo sacudió por sobre su cabeza.
Se oyó un grito en la sala. Antonio soltó de golpe a Miguel, y este corrió hacia un rincón lejos de él. Desde allí, con la respiración agitada, los ojos contrariados, y con cuchillo en mano y apuntando hacia Antonio, Miguel observó perplejo.
Antonio, en su sitio, se sostuvo la mano herida. Miró a Miguel con aura asesina.
Hubo un silencio denso.
-Maldita escoria... ¡¡Esto vas a pagarmel...!!
-¡Aléjate! -gritó Miguel, alzando el cuchillo de nuevo, y poniéndose en posición de defensa-. ¡Aléjate, mierda! ¡O voy a volver a hacerlo!
Héctor observó algo asustado. Se interpuso entre Antonio y Miguel, e intentó tranquilizar al último.
-Miguel, baja ese cuchillo, no puedes...
-¡No papá! -contradijo con fuerza-. ¡No voy a soltarlo!
-Puedes matar a alguien con eso, bájalo, es una orden.
-No papá. Lo siento, pero rechazo tu orden.
Hubo otro silencio en la sala. Héctor, sintió que la ira se le subía a la cabeza. ¿Cómo Miguel podía ser tan insolente? ¿Por qué no actuaba conforme al plan que ellos idearon? ¡Que Miguel actuase tan subversivo no era lo habitual!
-¿Qué estás diciendo, Miguel? ¿Vas a desobedecerme a mí, tu padre?
-¡Eres un puto animal salvaje, Miguel! ¡Alguien tiene que corregirte! ¡Me debes respeto a mí, y a tu padre, a nadie m...!
-¡A quién debo respeto es a mí mismo! -Gritó eufórico, con las manos temblando sobre el cuchillo. Antonio y Héctor, observaron perplejos-. ¡Ya está, se acabó! ¡Esto se acabó! ¡Ustedes dos van a escucharme!
-Eres un... -Antonio se le quiso lanzar encima, pero en lugar de eso, Miguel posicionó de nuevo el cuchillo, y Antonio retrocedió-. Eres un... salvaje, Miguel. Baja esa mierda, o si no...
-¿O si no qué? -lanzó, casi al borde del llanto-. ¡¿O si no qué?! ¡¿Vas a pegarme?!
-¡¡Miguel, compórtate mierda!! -gritó Héctor, que poco a poco, comenzaba a sentirse afectado por la situación.
-¡NO ME VOY A COMPORTAR! -gritó hacia su padre, eufórico-. ¡Estoy harto de ser el huevón obediente del que todos pueden aprovecharse! ¡Ya se acabó esta mierda!
Antonio, asustado, observó en los ojos de Miguel una determinación que nunca antes vio. En sus ojos, ya no yacía el miedo. Era como si en su mirar, ahora se impregnara un fuego de valentía, de rebelión, y de amor propio.
Y ante el amor propio que Miguel ahora mostraba, que pequeño se sintió Antonio.
Y... no; ¡Así no debían ser las cosas! Que Miguel se revelase, no era parte del plan. Definitivamente, aquello no debía pasar.
¿En dónde había quedado el chico vacío y cabizbajo que Héctor se había encargado de crear? ¿Ese ser manipulable? Tal parecía que ya no existía, o...
O había sufrido una metamorfosis, pero Miguel, ya no era el mismo.
-Apuesto a que... a que tú fuiste quien hizo esto a propósito, ¿verdad? -escupió Antonio, dedicándole una mirada llena de desprecio a Miguel, y alzando su mano, mostrando lo húmedo de la sala-. Tú fuiste el que tapó las cañerías para huir. ¿Crees que somos idiotas, y...?
-¡Sí! Yo fui. Yo fui, yo fui. Yo fui quién quemo el salón, y yo fui quién tapó las cañerías. ¡¿Tienes algún problema con eso?! -Ante aquella revelación, Héctor apretó los dientes y miró con rabia. Antonio sintió que la ira le consumía-. ¡¿Y sabes por qué lo hice?! ¡Porque te odio! ¡Porque me generas asco! ¡Porque no soporto pasar otro día más de mi vida a tu lado! ¡Preferí mil veces escapar a que estar contigo cerca! ¡Eres un cerdo, un asqueroso, un enfermo de mierda! ¡Un violento, un frustrado, un reprimido!
-¡¡Miguel, ya cállate!! -gritó Héctor ya sobrepasado. A duras penas, se acercó con su bastón hacia su hijo. Miguel retrocedió en sus pasos, pero no alzó el cuchillo-. ¡¿Qué?! ¡¿Me vas a amenazar con el cuchillo también acaso?!
-A ti no te puedo amenazar, papá, porque...
Miguel sintió que las manos le temblaron. Los ojos se le aguaron en lágrimas.
Hubo un silencio.
-Porque... a pesar de todo, papá... yo te quiero. Te quiero mucho porque... porque eres mi único papá...
Miguel bajó el cuchillo, y las lágrimas le cedieron. Por detrás de Héctor, Antonio sonrió triunfante. ¡Era obvio! Miguel seguía igual de manipulable. Mientras él siguiera sintiendo amor por su padre, podrían manipularlo a su antojo. Nada había cambiado.
O eso, creían Héctor y Antonio...
-Oh, mi dulce Miguel... -susurró Héctor, sintiéndose igualmente aliviado que Antonio, creyendo que Miguel volvería hacia él-. Yo también te quiero mucho hijo. Suelta ese cuchillo, y...
-Pero me iré de casa.
Sentenció Miguel, y ante aquello, Héctor y Antonio quedaron shockeados.
No podían creerlo. Con ello, todo el plan se iba al tacho. No se lo esperaban.
-¿Q-qué...? -jadeó Héctor, perplejo-. ¿Qué estás...?
-Me voy de esta casa, papá.
Héctor observó perplejo, no podía articular palabras. Se giró sobre sí mismo, y observó a Antonio, que de igual manera le miraba shockeado.
-N-no puedes irte... eres mi hijo, y... ¿A-acaso no me amas? ¡¿No me amas?! ¡¿No soy acaso tu padre?! ¡¿C-cómo puedes, Miguel?! ¡¡Esto no fue lo que prometiste a tu madre en su tumba!! ¡¡Eres un...!!
-Claro que te amo, pero...
A Miguel le deslizó una lágrima. Bajó el cuchillo, y con voz rota, dijo a su padre:
-También me amo a mí, y... y amo a Manuel. Lo amo a él, papá.
Al oír aquel nombre, Antonio sintió que se volvía un manojo de bestialidad. Apretó sus dientes con fuerza, y una vena le fue visible en la sien.
Héctor se retuvo. Miró con denso odio hacia Miguel.
-¿Ma-Manuel?
-Manuel es mi prometido -reveló Miguel, y ante eso, Antonio no pudo retenerse. Quiso volver hacia Miguel, pero este alzó el cuchillo. Héctor antepuso un brazo, y le impidió el paso a Antonio-. Él es mi prometido, papá. Antes de la llegada de ustedes... yo y Manuel éramos novios, e íbamos a casarnos. Yo lo amo a él, papá. No amo a Antonio, ni jamás lo amaré.
-¡¿Q-qué estás diciendo, gilipolla?! ¡¿Me... me eres infiel con ese hijo de puta?! ¡Lo sabía! ¡Voy a matarte, lo juro, voy a matarlo a él también! ¡Eres un...!
-¡¡Jamás te fui infiel con Manuel!! -gritó furioso Miguel-. ¡¿Y sabes por qué?! ¡Porque jamás te pertenecí, Antonio! ¡Jamás me provocaste nada, solo asco! ¡Jamás dejé de pensar en Manuel! ¡Jamás dejé de amarlo! ¡¿Y sabes qué?! ¡Anoche me hizo el amor! -Antonio sintió una sensación ardiente en el estómago; la rabia le subió peligrosamente-. ¡Tú, en cambio, me violabas! ¡Tú y él jamás podrás compararse! ¡Yo jamás podré amarte, porque me das asco!
Héctor, entre tanto grito y revelación, sintió pronto que la cabeza le dio vueltas. Se tambaleó, y en el sofá se apoyó despacio. Entre los gritos de Miguel y Antonio, Héctor sintió que la cabeza le palpitó.
Comenzó a ver borroso. El corazón le latió de prisa.
-Eres una prostituta, Miguel. De eso trabajabas, ¿o no te recuerdas? ¡Anda Héctor, recuérdale a tu hijo! -gritó hacia Héctor, que a duras penas se mantenía consciente-. ¡Dile que es un bueno para nada, un indigno de mierda, un pedazo de escoria! ¡¿De verdad crees que alguien te tomaría en serio?! ¡Lo que ese hijo de puta de Manuel quiere, es solo usarte en la cama! ¡Y anoche lo hizo! ¡¿No?! ¡Já! ¡¿Escapar?! ¡Lo que él quiere contigo es usarte, porque solo para eso sirves! ¡Yo en cambio voy a darte estabilidad económica! ¡Pero eres un malagradecido Miguel, un salvaje, un...!
-No digas el nombre de Manuel en tu sucia boca, cerdo asqueroso. No sabes cómo es él. No le llegas ni a los talones. Manuel es un hombre hermoso en toda la extensión de la palabra, ¿y tú? Un pedazo de... de mierda, un hombre frustrado. Me cansé, me cansé de todo... ¡¡ME CANSÉ!! ¡Ya no quiero vivir a tu lado, ya no más! Me iré de casa, papá. Eso está decidido. No voy a discutirlo más, y no permitiré más maltratos de Antonio. Papá... esto se acabó. Voy a estudiar por mi cuenta, seré alguien en la vida, pero... pero ya no en esta casa, papá, yo me voy con...
-¡¿Y a dónde piensas irte, ah?! ¡¿A dónde?! ¡Si nadie quiere recibirte, si no tienes a donde ir, pedazo de mierda! ¡¿Ni siquiera eres capaz de pensar en eso?! ¡A todos les das asco, tú...!
-Me iré con Manuel -reveló, y ante ello, Antonio quedó perplejo. Héctor, que escuchó ello también, sintió que quería vomitar. Aquella situación le generaba impacto, y su cuerpo estaba ya cobrando factura.
-¿Q-qué dices, Miguel...? Tú no puedes irte con é-él... -jadeó Héctor, visiblemente afectado.
-Sí puedo -aseveró-. Y eso haré, papá. Dentro de tres días, yo y Manuel nos iremos. Yo... yo te quiero, papá, pero ya no aguanto una vida junto a Antonio...
A Miguel entonces, le cedieron las lágrimas por doquier. Bajó la mano con el cuchillo, y despacio, se acercó hacia su padre. Héctor y Miguel se observaron. Antonio, por detrás, yacía rígido como piedra.
Estaba experimentando un peligroso ataque de ira, pero aún no estallaba.
-Miguel, por favor, no hagas esto...
Héctor, con sus últimas fuerzas, intentaba manipular a Miguel a través del sentimentalismo. Sabía, muy en el fondo, que Miguel no era capaz de abandonarle. Quería seguir estrujando la empatía de Miguel, hasta más no poder.
-Papá, lo siento. Pero amo a Manuel, lo amo, lo amo... lo amo demasiado. No quiero pasar una vida junto a Antonio, papá. Manuel me apoya, él cree que puedo estudiar, incluso... él mismo me pagará esta carrera que quiero. Es un hombre maravilloso, me ama demasiado, y me respeta por sobre todo. Me apoya en lo que decido, y confía en mí. Yo lo amo papá, y soy feliz junto a él...
Ante cada palabra de Miguel, en donde nombraba a Manuel, Antonio sentía que su rabia subía peligrosamente. Pronto iba a estallar, similar a una olla de presión.
-No puedes hacerme esto, Miguel. Además, tú no puedes estudiar, ya lo conversamos, tú no puedes...
-¡Sí, sí puedo! -exclamó Miguel, ya hastiado del mismo trato insensible de su padre-. ¡¡Deja de ser tan insensible, por la mierda!! ¡Mira lo que yo he hecho por ti, papá! ¡Me sometí a una vida infeliz por Antonio, te entregué mis sueños, mi obediencia absoluta, pero ya no puedo, no puedo más! ¡Me tratas de una forma tan insensible, papá! Se acabó... se acabó. Priorizaré mi felicidad desde ahora en adelante, y será con Manuel a mi lado.
-Me vas a abandonar.
-No, no lo haré.
-Es lo que estás haciendo. Si tu madre viese esto, volvería a morir, Miguel.
La culpa. Héctor, intentaba manipular a Miguel ahora desde la culpa, a sabiendas de que Miguel, guardaba remordimiento por actos pasados, y por la muerte de su madre.
-No, no te estoy abandonando. Lo que estoy haciendo, papá, es buscar mi felicidad. Me he abandonado eternamente por todos, y especialmente por ti, pero... pero ya no puedo más. Tú seguirás siendo mi padre, pero lo siento. Prometo venir a verte, y prometo cuidarte en tu enfermedad, prometo llamarte a diario, y socorrerte de inmediato si lo necesitas, pero... ya no más con Antonio. Mi vida será junto a Manuel, papá. Yo lo amo, y debes aceptarlo, aunque no te guste. Antonio es un extraño en mi vida, y Manuel... Manuel es mi futuro esposo. Mi vida es junto a él; jamás fue junto a Antonio, y... y ahora no será junto a ti, papá. Esta familia que formamos, fue una ilusión en la cual creí. Debo aceptar que jamás tuve una familia convencional, pero ahora, la vida me entrega la posibilidad de formar una familia con el hombre al que amo, y créeme papá, que no dejaré pasar esto. Mi vida es junto a Manuel, lo siento mucho. Por favor, déjame ir.
Hubo un profundo silencio en la sala. Por detrás, Antonio sufría una crisis de ira, pero estaba callado y con el cuerpo muy rígido. Héctor, frente a Miguel, observaba con expresión adormilada, por causa del malestar físico que experimentaba.
-Está decidido. Me iré de casa en tres días, y comenzaré una nueva junto a Manuel. Yo... hasta entonces... quiero tener una buena convivencia contigo, por favor. Antonio no me importa; por mi que se vaya ahora mismo. Yo... subiré a arreglar mis cosas, papá. Me llevaré todo.
-No, Miguel, no puedes... por favor... te necesito...
-Lo siento, papá. Ya no hay nada que puedas decir o hacer, para que me quede acá. Me iré con Manuel.
Miguel sonrió apenado, y besó a su padre en la mejilla en forma de despedida. Héctor, que se veía realmente sobrepasado por la inesperada situación, pronto sintió que un líquido caliente le subió por el esófago.
Y antes de que Miguel pudiese girarse para retirarse hacia su habitación, y poder hacer sus maletas, Héctor cayó al suelo, y vomitó sangre.
Miguel observó perplejo.
-¡¿Pa-papá?!
A Héctor todo le dio vueltas en la cabeza. La vista se le nubló. En el suelo entonces, cayó inconsciente. No podía creer que realmente aquello estuviese pasando. La rebelión de Miguel, sus ansias de superación personal, y el inmenso amor que sentía por Manuel, eran cosas que jamás él esperó enfrentar. Ahora se sintió acorralado junto a Antonio, y su tan ansiado plan, se iba al caño sin posibilidad de salvarlo.
Héctor no soportó dicha presión, y ante el estrés mental, su cuerpo debilitado por un cáncer terminal, colapsó, y cayó.
Miguel, preocupado, se arrodilló a su lado, aún con el cuchillo en su mano.
-¡¿Pa-papá?! ¡Papá, levántate! ¡¿Q-qué pasa?!
Aquel lapso, en que Miguel bajó la guardia, fue perfecto entonces para que Antonio, en su desesperación, hiciese lo último para salvar el plan.
Nada, ni nadie, iba a interferir en ello.
Ni la forma en que Miguel florecía en amor propio, ni el amor que sentía hacia Manuel.
Miguel era suyo, completamente suyo. No iba a permitir dicha situación.
NADA, NADA IBA A DESTRUIR SUS PLANES.
NADA.
Y en un arrebato, Antonio extendió rabioso su brazo. Alcanzó la lámpara de metal a un costado del mueble del living, y con todas sus fuerzas, alzó aquello por sobre la cabeza de Miguel, que yacía de espalda a él.
Miguel, frente a su padre, observaba perplejo.
Y, no se dio cuenta de cuánto peligraba, hasta que entonces, sintió un impacto fuertísimo en su nuca.
Y, antes de poder lanzar un jadeo sordo, contrajo los ojos, y sintió un hilo cálido caerle por el rostro.
Y, antes de que sus ojos cerraran por completo, Miguel oyó a lo lejos:
-Buenas noches, Miguel.
(...)
Cuando las horas pasaron, no entendió realmente si estaba vivo, o si estaba muerto. Creyó aquello como un sueño, y se sintió fuera de este mundo.
Despacio abrió sus ojos, y ante él todo se vio borroso y confuso. Los estímulos a su alrededor se le hacían temerosos, y una extraña sensación en la nariz le provocaba un leve ardor.
Todo era oscuro. Tan solo una leve luz nocturna de la calle, se colaba entre una ventana en lo alto, y por las rendijas.
Todo era silencio, y no comprendía nada. La cabeza le punzaba con un intenso dolor en la nuca, y sentía entumecido el cuerpo completo.
Torpemente, y aún tendido en el suelo, extendió sus brazos hacia el costado, intentando palpar objetos para ubicarse en el espacio en el que se hallaba.
Pero no encontró nada. Era un cuarto vacío, extraño, y oscuro. Los dedos los tenía rígidos, y con una sensación extraña de hormigueo.
Cuando Miguel entonces, pudo observar mejor, entre su somnolencia, y su dolor de cabeza, pudo notar en donde estaba.
Aquel parecía ser el antiguo cuarto de Luciano, pero ahora, yacía completamente vacío, y a oscuras.
Miguel estaba allí cautivo, y aparte, sedado.
Cuando Miguel entonces, se arrastró con sus pocas fuerzas hacia la puerta, intentó forcejear.
Fue imposible.
Miguel lanzó un sollozo profundo en el suelo. Sus ojos opacos, por causa de la droga, se llenaron de lágrimas.
En la casa, retumbó entonces un grito desgarrador.
(...)
El reloj sobre la sala de espera, marcaba casi las diez de la noche. Antonio observó inquieto, y volvió a morderse las uñas. Movía su pie insistentemente, causa de la ansiedad que le ocasionaba la espera.
De pronto, por la puerta, apareció entonces el médico.
-¿Familiar de Héctor?
-S-sí, yo soy.
-Pase, adelante.
Cuando Antonio ingresó entonces a la sala de hospitalización, se quedó rígido de la impresión. Héctor, en la cama de hospital, yacía con una apariencia terrible. Tenía la piel amarilla, y los ojos desorbitados. Respiraba entre cortado, y la mano le temblaba.
Antonio tragó saliva.
-Dios mío...
Despacio se acercó a Héctor, y lo observó con miedo y lástima. El médico, por detrás, dijo con voz suave:
-El paciente... está en sus últimos días de vida. El cáncer está ya en su etapa final, y es probable que muera quizá dentro de una semana. Su sistema colapsó, y no hay ya mucho por hacer. Realmente lo siento. Tendrá que pasar estos días en el hospital.
Antonio asintió en silencio, y observó rígido hacia Héctor.
-Me iré por un momento. Si hay algo que pueda hacer por usted, por favor toque el timbre al costado de la cama.
-Sí, señor. Gracias.
Pronto, el médico abandonó la sala. Allí, en la soledad del cuarto de hospital, entonces se quedaron Héctor y Antonio.
Héctor entonces, habló con jadeos.
-An...to...nio...
Antonio contrajo los ojos y observó sorprendido. Se le acercó más.
-¿Pu-puedes hablar? ¿Estás bien?
Héctor miró de soslayo, y negó despacio. Tosió.
-Yo... voy a morir, voy a mo...morir dentro de poco, y... y...
A Héctor le costaba hablar, un tubo de oxígeno le molestaba en la nariz. De un movimiento torpe lo agarró, y se lo arrancó.
Antonio observó con desagrado.
-El plan B, A-Antonio. Hay que hacer el plan B, ya... ya no nos queda tiempo. Usa el plan B.
Antonio contrajo los ojos. Héctor miró con decisión.
-El médico dice que debes quedarte acá hospitalizado.
-No -jadeó Héctor-. No será así. No pasaré mis ú-últimos días acá... yo... el plan B. No podemos... Miguel... yo debo irme de acá...
-¿Entonces qué haremos?
-¿Dó-dónde está Miguel?
-Lo golpee en la cabeza con una lámpara. Lo dejé encerrado en el antiguo cuarto de Luciano.
-¿Le... le diste la droga?
-Sí.
-Está... bien. Perfecto.
Héctor tomó un momento para respirar, y prosiguió.
-E-ese niño inútil... jamás me esperé que saliera con esas. Maldito... es igual a su madre. Las mismas palabras, todo... me asquea.
-Ni yo tampoco, tío. Me quedé shockeado, de verdad.
-Sácame de acá, Antonio. Sácame de este hospital.
-¿Y cómo, tío? El médico no va a dejar que te vayas, él...
-Dale dinero.
-¿C-cómo?
-Saca de mi cuenta, y dale dinero. Lo que pida. Pero sá...sácame de acá... ya...
Antonio observó contrariado. Hacer aquello, era precisamente una locura; Héctor estaba ya colapsado, y sacarlo de allí, asustaba algo a Antonio.
Era encaminarlo hacia un suicidio apresurado.
-Bueno, tío... como quieras. Que todo sea por el bien del plan.
Antonio hizo sonar el timbre del médico. A los minutos, entonces llegó de nuevo. Observó atentó a ambos.
-¿En qué puedo ayudarle?
Antonio observó sugerente, y despacio, sacó de su maletín unos papeles. El médico observó confuso. Ante él, Antonio entonces comenzó a escribir un cheque.
Lo extendió al médico.
-¿Esto es suficiente para poder llevarme al paciente hasta casa, doctor?
El médico observó contrariado el cheque. Lanzó un jadeo sordo, cuando vio el monto de dinero que se le había ofrecido.
Hubo un silencio profundo.
-¿Lle-llevarse al paciente? E-es que... es peligroso, y...
-¿Necesita el doble entonces? Vale.
Le quitó de las manos el cheque al médico, y rápido, duplicó el monto.
El médico quedó boquiabierto, y sin habla.
-¿Está bien con eso? Dale, tío. Es solo llevarme el paciente hasta casa, seguro que podrás darle algún medicamento para que se sienta mejor estando allá, ¿o no?
El médico, que se hallaba completamente perplejo, y con el cheque entre sus manos, observó a la cara de Antonio; este le sonrió. Héctor, en la cama, intentó también sonreír.
-Si... si el paciente está de acuerdo con eso...
-Qui-quiero irme a casa, doctor... -habló Héctor apenas.
El médico volvió a mirar el cheque, y pensó por varios segundos. Lo metió a su bolsillo, y asintió despacio.
-Bueno... le daré el alta al paciente, pero... si llega a empeorar, por favor no demanden al hospital, yo...
-Eso no va a pasar, tranquilo, eh. No haremos eso. -Habló Antonio con una sonrisa. Le posó una mano en la espalda al médico, y sacudió amistosamente.
-Bueno... entonces está bien.
-¿Podría... podría darme algún antídoto, o algo, que haga que no parezca enfermo? A-aunque sea de acá a... a tres días.
-¿A tres días?
Héctor sonrió sugerente.
-S-sí... sí. Tengo medicamentos que son drogas muy fuertes. Se usan para levantar el ánimo a los pacientes en cuidados paliativos. Yo... podría buscar alguno para usted, si es que quiere relajarse, y...
-No quiero relajarme... -respondió en un jadeo-. Quiero parecer sano, q-que me levante el ánimo... a-aunque sea por pocas horas...
El médico tragó saliva; asintió.
-Es que... la ingesta en gran cantidad de ese tipo de drogas, que son altamente peligrosas cuando se suministran en grandes cantidades... podría matarlo en pocos días, señor. Es cierto; al consumir el medicamento, su ánimo va a subir y se sentirá con mayores fuerzas, pero... podría tener un efecto adverso peligroso en su estado, y...
-No me importa. Démelo todo.
El médico observó perplejo hacia Antonio. Este le sonrió sugerente. ¡¿De qué rayos se trataba todo eso?!
-Bu-bueno, como usted desee señor. Ahora prepararé el alta del paciente. Llamaré a una enfermera para que le ayude a retirarse.
Antonio y Héctor asintieron contentos. El médico, aún perplejo por la locura de esos dos, se retiró algo asustado de la sala, y con el cheque en su bolsillo.
Héctor y Antonio se observaron, y rieron.
El plan B, entonces comenzó.
(...)
En su estado actual, tan solo podía mantenerse tendido en el suelo. Miguel no sabía de qué había sido víctima esta vez, pero fuese lo que fuese, le estaba arrebatando los sentidos. Tan solo podía mover los ojos, y aunque intentaba con todas sus fuerzas erguirse, a Miguel poca fuerza le quedaba en las piernas, y en las manos.
Un hormigueo extenso le entumecía el cuerpo, y en la nariz, tenía una sensación extraña.
Miguel estaba drogado, bajo los efectos de un sedante que Antonio, al momento de desmayarse, le había suministrado.
-Ma...nuel...
Sollozó por lo bajo, manteniendo sus ojos entreabiertos entre la espesa oscuridad.
Y pronto, desde fuera de aquella habitación, Miguel pudo oír una nueva presencia.
Agudizó su oído, dentro de lo poco que podía hacer en dichas condiciones.
-¡No te enojes conmigo, tío! Te estoy diciendo que mi casa se inundó, y que mi laptop se mojó entera, chaval. La he tenido que mandar al técnico. No te puedo enviar las fotografías y videos, si es que esta mala la laptop.
Era Antonio, que al parecer hablaba con otra persona por el celular. Miguel tragó saliva.
-Sí... ¡Te estoy diciendo que sí! Te voy a mandar las fotografías de Miguel, sí. -Al oír aquello, Miguel quedó contrariado-. Que le he sacado muchas fotos, tío. Es precioso, una putita de esas que... uf, nada, tienes que verlo para saberlo.
Hubo un silencio en la línea. La otra persona habló.
-Sí, sí... te voy a mandar las fotos de él. Le he sacado durmiendo, o incluso a veces duchándose. Es muy inocente el chaval, y es fácil engatusarlo. Estará perfecto para el negocio que le tengo. ¡Ah, y que lo he grabado también! No se da cuenta, pero cuando me acostaba con él... lo grababa. Va a encantar en la industria. Será un boom. Las páginas de cine de adulto se lo van a pelear. Le voy a sacar buen provecho.
Miguel, bajo los efectos del sedante, se quedó frío. Los ojos se le contrajeron, y unas lágrimas le comenzaron a asomar.
¿De qué mierda hablaba Antonio?
-Mira, mira... me han ofrecido dinero de varios estudios para grabar a Miguel. Ya lo tengo ofrecido allá en España. Vamos a grabar varias cintas para el cine de adultos. Se venderá como pan caliente, a que sí.
Miguel sintió escalofríos. El corazón se le paralizó.
-Me están ofreciendo también para trata de blancas. Mi idea no es deshacerme de él, pero una vez que ya deje de ser famoso en el cine de adultos, pues quizá lo venda. Están entregando buen dinero por un chaval, aparte... puedo venderlo como belleza exótica. Ah, ¿tú estás interesado en comprarlo? Claro tío, te consideraré un cliente preferencial.
A Miguel le cayeron las lágrimas. Sentía miedo absoluto, pero en su estado, solo podía escuchar.
-Mh... sí, también podríamos usarlo para el servicio sexual clandestino. A que sí. Es que a mí me gusta bastante ese mundo, y te lo juro tío, que Miguel está pintado para esto. Es una preciosura. Podemos sacarle buen provecho.
Miguel se sintió repulsivo, asqueroso e indigno. Y sintió miedo, mucho miedo. ¿De qué mierda era capaz Antonio? Finalmente, esas fotografías que había pillado en su laptop... no, claro que no; no eran para su satisfacción personal.
Antonio lo estaba vendiendo en el comercio sexual clandestino, y luego, quería llevarlo hasta España para prostituirlo.
Miguel, iba a ser carnada para el tráfico y la trata de blancas.
No pudo creerlo. Se sintió en un infierno sin salida.
No podía creerlo...
-Dale, tío. Después afinamos esos detalles. Nos vemos, guarda mi número.
Tras la repulsiva conversación fuera de la habitación, Miguel oyó los seguros de la puerta ser quitados. Al instante, entonces se escuchó la puerta abrir; una luz se vio desde el exterior.
Miguel, aún bajo los efectos del sedante, alzó despacio su mirada. A contraluz, se vio la temible silueta de Antonio.
Miguel quiso escapar, pero nada de su cuerpo respondía.
-Ah, pero ahora no te ves muy valiente, ¿verdad, Miguel?
Antonio cerró la puerta con fuerza, y se encaminó hacia Miguel, que yacía en el suelo. Se sentó a su lado, y echó un bolso a un costado. Miguel observaba con ojos inundados en lágrimas, y con una rabia desbordante.
-Te...te... od...odio... te odio...
Antonio sonrió ante aquellas palabras. Miró con expresión maniática.
-Tranquilo, tío. Descansa. Mejor disfruta tus últimos momentos aquí en Perú. Seguro que extrañarás tu patria después, aunque... España no está nada mal, eh. La pasarás increíble allá.
De un movimiento fuerte, Antonio tomó a Miguel por el brazo, y lo arrastró hacia él. Miguel lanzó un leve quejido, e intentó resistirse.
Pero fue inútil. Su cuerpo estaba entumecido. Sus sentidos eran endebles.
-¿C-cómo puedes...? Ha-hacerme esto... eres re-repulsivo, as-asqueroso... mi papá... ¿mi papá sabe... de... de esto? De-déjame... déjame... yo no... soy para lo que quieres, yo... no soy... un prostituto... déjame en paz, mi papá... él...
Antonio se echó a reír explosivamente. Miguel observó somnoliento.
-Tu papá... -susurró Antonio, sonriendo de forma maquiavélica. Posicionó a Miguel en su regazo, y tomó dos objetos de su bolso. Vertió abundante líquido en un pañuelo, y despacio lo frotó. Miguel observó con el cuerpo rendido-. Tu papá es el principal hijo de puta en esto. Es un plato.
-¿Q-qué estás...? N-no es verdad, él... él no permitiría... él no...
-Ssssh, calla. Descansa, Miguel. Descansa...
De un movimiento fuerte, entonces tomó a Miguel por la nuca, y lo aprisionó contra el pañuelo y el líquido. Miguel lanzó un grito desesperado, y con todas sus fuerzas intentó resistirse. Antonio se puso rojo de la rabia, y con más fuerza lo aprisionó contra el pañuelo.
Mientras ello ocurría, Miguel sollozaba apenas.
-¡N-no! No, no... no es verdad. Mi... mi papá... é-él es insensible a ve-veces pero... él nunca haría esto... conmigo... un padre no puede... Ma-Manuel, Manuel... ayuda... no quiero... mamá... Eva... no...
Poco a poco, Miguel fue perdiendo entonces la cordura. Su cuerpo se volvió un pedazo de trapo, y dejó de ejercer la poca fuerza que ejercía. Sus ojos quedaron opacos, y comenzó a divagar, diciendo cosas sin sentido.
Antonio, sobre él, sonrió como un psicópata.
-Listo.
Miguel se quedó en el suelo susurrando por lo bajo. Antonio, pronto sacó de su bolso unos papeles, y ayudado por la leve luz de su celular, comenzó a rellenar algunos documentos.
Cuando al fin de un rato, concluyó lo que hacía, Antonio sonrió.
-El último paso, y estamos listos.
Tomó una mano de Miguel, y embarró un dedo pulgar suyo con tinta negra. Acercó el documento al pulgar, y donde se necesitaba la firma, Antonio estampó la huella dactilar de Miguel.
Cuando al final, observó aquello, Antonio se sintió triunfante.
Comenzó a reír, a vista y paciencia de Miguel, que observaba confuso, desorientado, y con lágrimas en los ojos.
Se sintió en un infierno.
-Nuestra próxima parada; Madrid, España.
Antonio se alzó desde el suelo, y acarició la cabeza a Miguel.
Pronto, se retiró riendo a carcajadas.
Y los pasajes en avión hacia Madrid, entonces fueron comprados.
En cinco días partirían.
En una nueva y tortuosa vida, hacia el viejo continente.
(...)
N/A;
¡Con esto llegamos al final de la historia! Tan solo dos capítulos nos quedan para terminar. Quiero agradecer a todas las personas que leen y han estado demostrando su apoyo, ya sea con una estrellita o un comentario.
Pido disculpas también por la tardanza, la universidad me consumió mucho y recién pude actualizar.
¡Felices fiestas de fin de año! Les dejo un dibujo de Manuel y Miguel en la noche que disfrutaron estando juntos <3 (un regalito de consuelo por si quedaron muy destruidas con el final)
¡Hasta la próxima!~
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