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Ingá

Apenas abrió los ojos, pudo ver a su gata romana durmiendo a su costado. Con su aura tierna, como de costumbre, Eva descansaba acurrucada, y era iluminada por la tenue luz de la mañana que entraba por su ventana.

Miguel se estirò en la cama, y lanzó un quejido que despertó a Eva. Mirò hacia el techo, y sonriò, como si se sintiese mucho màs feliz después de la visita nocturna que Manuel hizo el dìa anterior.

Manuel...

¡Manuel!

Miguel lanzó un alarido, y estiró su mano hacia el velador, buscando su celular.

No estaba.

Se apoyó en sus codos, y abrió los ojos con sorpresa. ¿Dónde estaba su celular?

¡Ah! Claro; ya recordaba...

Su celular estaba tirado en medio de la sala, al lado de la ventana rota. El día anterior, en la pelea telefónica con su padre, Miguel, en un arranque de ira, lanzó su celular contra una ventana.

¿Y si su celular estaba roto ahora también? ¡No, que horror!

Miguel se incorporó de inmediato, echando a Eva hacia un lado. A zancadas, se dirigió a la sala, y rebuscó con cuidado al costado de los cristales rotos; allí estaba su celular.

—Ay, no, no, no... —se quejó, agachándose despacio, y tomando con cuidado el aparato—. Me muero si ya no funciona... ¿Cómo dejé que mi papá me alterara tanto? Funciona, por favor...

Después de un rato intentando, entonces su celular volvió a prender. Miguel ahogó un grito de felicidad.

—¡Bien! —exclamó, y de forma inmediata revisó sus mensajes.

Como de costumbre, abundaban mensajes de viejos pervertidos que, sin vergüenza alguna, le hacían saber a Miguel lo guapo que estaba. Algunos por mensajes escritos, otros por audio y, para infortunio de Miguel, algunas fotos muy patéticas de miembros erectos que, a gusto de Miguel, el tamaño de ellos era más un escenario inspirador de lástima que de excitación sexual.

De hecho, cuando Miguel tenía ganas de reírse, buscaba en sus mensajes aquellas imágenes para burlarse un rato.

—Manuel... —susurrò de pronto, haciendo a un lado todos los mensajes que tenía, ignorándolos—. Quiero un mensaje de Manuel... seguro èl me escribió; sì...

Lo primero que Miguel buscó entonces, fue un mensaje de Manuel, valiéndole pepino el resto de hombres que le escribían.

—N-no hay nada... —dijo, frustrado—. ¡Ese maldito! ¡¿Por qué no me escribe como el resto de babosos?!

Frunció los labios, y lanzó un bufido. Buscó una segunda vez, pero no halló nada. Manuel no le había escrito, ni siquiera para darle los buenos días.

Maldito bellaco... ¿Es que acaso no pensaba en èl? ¡No era justo!

Lanzó un suspiro de frustración, y luego llegó Eva, su gata, a su lado. Le maulló.

—¿Y tù? ¿Què piensas? —le dijo a Eva, resignado—. ¿Espero a que me escriba, o le escribo yo?

Eva removió sus bigotes, se acercó a Miguel, le puse la patita en su pierna, y maulló.

Miguel lanzó un suspiro largo.

—¿Le escribo yo? —dijo, algo inseguro—. Bueno... creo que èl ya ha hecho suficiente por mí, ¿no? Tendré que tomar la iniciativa, supongo... ¡Pero oye! Eso no significa que me esté arrastrando por èl, ¿está bien? Solo será un saludito, y ya...

Eva le golpeó con su cola, como diciendo: ''ya déjate de ser tan orgulloso, niño mimado'', y se retiró, con aires de dignidad.

Miguel entendió dicho acto, e insultó a Eva por lo bajo. Se irguió del suelo, y caminó hasta su habitación. Llegó al velador, y cogió el papel en donde Manuel escribió la noche anterior su número, junto al número del psicólogo del carajo ese.

Miguel se estremeció, cuando pudo percatarse de algo. ¿Por qué rayos le tenía tanto rencor al psicólogo, amigo de Manuel? Ni siquiera lo conocía, pero... pero el hecho de pensar que, probablemente èl compartía mucho màs tiempo con Manuel del que debería, le hacía sentir rencor.

¡Ah! Què molestia, pensó.

—Si no me contesta, lo bloqueo de todos lados al huevòn... —dijo Miguel, y comenzó a guardar el número de Manuel—. Bueno...

Apenas agregó el número al WhatsApp, apareció el contacto de Manuel. Miguel, quedó pasmado cuando entonces, apareció la foto de perfil de Manuel.

Sonrió de forma inconsciente.

—¿E-ese es Manuel...?

Miguel tenía una expresión atontada en la cara. Frente a èl, la imagen de Manuel le dejó un tanto perplejo.

Se veía absolutamente hermoso.

En la imagen, Manuel posaba en su moto, y llevaba una chaqueta negra de cuero. Bajo ella, Manuel llevaba una polera azul marino, y llevaba amarrado al cuello una pañoleta carmín. En sus manos, Manuel traìa guantes negros de cuero. Màs abajo, traía un pantalón negro y muy ajustado, parecido al que llevaba el dìa anterior, en la clínica.

Y, lo que màs sacò de onda a Miguel...

¡En la foto, Manuel traía barba! Estaba muy corta y armónica en su rostro, y...

Dios, se veía demasiado guapo y sexy. La barba le sumaban algunos años de màs, pero no dejaba de verse hermoso.

Miguel tragò saliva, y mirò a Eva de reojo, que otra vez estaba junto a èl.

La gata le maullò.

—¡Ya sè! —exclamò èl—. Ya sè que debo escribirle yo primero...

Esperó un par de minutos, mientras observaba muy ansioso el ''en lìnea'', de la ventana de Manuel.

Y, después de mucho rato, entonces decidió escribir:

—''Hola Manu, ¿còmo estàs?''

Antes de enviarlo, volvió a leer el mensaje. Y lo corrigió, mandando al final:

—''Hola Manuel, ¿què tal?''

Listo. Asì sonaba mucho màs formal, y menos arrastrado, pensó. Ansioso, esperó por varios minutos, pero no obtuvo respuesta.

—¡Roto de mierda! —gritó, iracundo, observando como Manuel al parecer le ignoraba—. ¡¿Què se cree?! ¡Todavìa que me atrevì a escribirle, se hace el difícil! ¡Maldito imbec...!

Y se calló, pues Manuel le respondió.

Sonriò como un niño pequeño.

—''¡Buenos dìas, Miguel! Estoy bien, ¿y tù? Me estuve acordando de ti, pero no pude hablarte. Ayer se me olvidó pedirte tu número, lo siento. ¿Còmo te sientes hoy?''

Miguel, se levantò de la cama, con la vista pegada al celular, y con una sonrisa nerviosa. El rostro se le pigmentó de un fuerte sonrojo, que dejó en evidencia la emoción que sentía.

Se mordió los labios.

Sentía mucha emoción por mensajearse con Manuel, y si hubiese sido por èl, le habría contestado de inmediato, pero obvio, Miguel debía aún guardar algo de dignidad.

Esperó, y no contestó de inmediato, incluso cuando moría por hacerlo.

Eva le miró extrañada.

—¿Qué? —le dijo Miguel, sosteniendo el celular—. No puedo contestarle rápido. Hay que mostrar dignidad, Eva.

Pero la ''dignidad'', no le duró mucho, pues, Miguel demoró solo dos minutos en contestar.

¿A quién engañaba? Manuel hacia flaquear su orgullo.

Maldito Manuel.

''Nah, no te preocupes. Te hablé solo para saber si llegaste bien anoche. Te fuiste muy tarde, y era peligroso. Estoy bien. Gracias por preguntar''.

Joder, què seco se leyó eso. ¿Lo estaba haciendo realmente bien? Miguel, quería mostrarse digno —después del lloriqueo que dio anoche a Manuel—, pero a la vez, incentivar el interés de èl.

¿Manuel sería ese tipo de personas que se enamora de quién le ignora?

Miguel, lo pensó por un momento, pero, al paso de varios minutos, entonces lo dudò.

¡Manuel dejó de contestarle por treinta minutos! Què horror... ¿Y si Manuel hablaba con más personas aparte de èl? ¿Y si Manuel ya estaba conociendo a otra persona, y èl solo era una molestia? ¿Y si èl no significaba nada para Manuel?

Miguel comenzó a llenarse la cabeza de suposiciones muy tóxicas, y de pronto se sintió agobiado.

Caminó hacia la cocina, y se sirvió una taza con café muy cargado, con la ansiedad comiéndole los pensamientos.

Necesitaba distraerse. Sacarse a Manuel por un instante, y seguir su vida normal, como le hacia hasta antes de conocerle.

Con el celular aferrado a una de sus manos —esperando la respuesta de Manuel—, y con la otra sosteniendo el café, camino hasta su equipo de música. Presionó el botón de encendido, y se echó en el sofá.

De pronto, música comenzó a sonar desde el equipo.

Miguel comenzó a oírla, mirando perplejo por la ventana, y bebiendo su café.

Cuando comenzó a darse cuenta de la letra de la canción, Miguel sintió que el corazón comenzó a latirle con màs fuerza.

''Ese abrazo, que nos damos los dos, cuando nos saludamos. Ese beso, que se escapa de mí, cuando nos encontramos. Huele a peligro estar contigo, existe un algo entre los dos, esa manera de sentir, que no es de amigos. Ese rato, cuando hablamos los dos, esquivando miradas...''

Manuel... Manuel, Manuel, Manuel...

Miguel, solo podía pensar en Manuel escuchando dicha canción. El calor comenzó a subirle por el rostro.

''Huele a peligro, el solo hecho de acercarme a conversarte, con el pretexto de que de algo quiero hablarte, un solo paso en falsa y nada, ya nos puede detener''.

Miguel, con la cara absolutamente colorada, entonces se escondió entre los cojines del sofá, y lanzó un grito ahogado.

Jamás una canción de amor le había surtido efecto. Nunca.

—¿Q-què me pasa? —se preguntó, incrédulo—. E-es solo una maldita canción, nada màs...

Y de pronto, el celular sonó. Era una notificación. Manuel había contestado.

Miguel sonrió de forma inconsciente, y olvidándosele el pacto de dignidad que había hecho hace un rato —de no contestar rápido a Manuel—, tomò el celular, y leyó el mensaje.

''Disculpa la tardanza, Miguel. Estaba atendiendo a una paciente, y no pude usar el celular. ¡Gracias por preocuparte! Yo llegué bien a mi casa. Por cierto, Miguel, ¿te molesta si hoy me ducho y me cambio de ropa en tu apartamento, antes de irnos a festejar? Traje mi ropa de cambio, pero volver al callao para hacer eso, me tomaría mucho tiempo. Espero no te moleste''.

Claro, por eso no contestaba... Manuel estaba en su consulta, trabajando. Èl, en cambio, estaba de holgazán en la casa. Obviamente, no todos llevaban una vida tan cómoda como èl.

Cuando Miguel leyó la parte de la ducha, sonrió, y contestó:

—''No me molesta, puedes hacerlo. Solo avísame cuando vengas''.

''¡Gracias, Migue! Te debo una. Cuídate mucho. Nos vemos en la noche''.

Miguel sonriò, y luego, Manuel le envió un sticker de corazón.

Miguel fue feliz entonces por ese pequeño detalle, y lo que restó del día, se dedicó —aunque con bastante vergüenza, y hasta sorpresa—, a oír y a cantar a viva voz música romántica, mientras elegía el outfit con el que saldría aquella noche con Manuel.

—Conocerte fue un disparo al corazón, me atacaste con un beso a sangre fría, y yo sabía, que era tan letal la herida que causó, que este loco aventurero se moría, y ese día comenzó, tanto amor con un disparo al corazón... —cantò en voz alta Miguel.

Y aquella era la primera vez, en que Eva, veía a Miguel tan feliz y ansioso por una cita.

(...)

—Asì está mejor... —susurrò Miguel, sacándose su bata de baño, y metiéndose a la ducha, regulando el agua tibia—. Me queda algo de tiempo hasta que llegue Manuel, asì que lo harè con calma.

Comenzò a jabonarse el cuerpo, y se enjuagó. Luego, cogió una rasuradora, y la mirò un momento; se sintió extraño.

¿De verdad iba a depilarse?

¿Por què lo iba a hacer?

—Bu-bueno... lo he hecho antes, y... —de pronto, observó que Eva estaba en la puerta del baño, mirándole desde el pasillo—. ¿Què haces acà, Eva? ¿No ves que me estoy depilando las nalgas?

La gata Maullò, pero Miguel apenas pudo escucharla, pues el agua que caìa de la llave ensordecía el ambiente.

—Ya, sh —le hizo callar—. Recièn comiste, déjate de tragar. Te pondrás como el poto de la Susy Dìaz; asi de gorda.

La gata volvió a maullar, pero Miguel no hizo caso. Con total concentración, Miguel, en cuclillas, se pasaba la rasuradora por el trasero, retirando despacio algunos vellitos que había en la zona.

—¿Por què chucha estoy haciendo esto? —se preguntò, rièndose—. Bueno, quizá Manuel me mire el poto, no sè...

Se rio solo de su chiste, y Eva volvió a maullar. Miguel la hizo callar de nuevo.

—Soy medio lampiño, asì que es poco lo que saquè. Mh, sì, se me ve un poto de bebè. Bien bonito.

La gata, cansada de que su amo no le hiciera caso, lanzó entonces un maullido fuertísimo.

Miguel la miró con enojo.

—¡Que te call...!

Y a lo lejos, se sintió la voz de Manuel afuera.

Miguel se sobresaltó.

—¡¿Ma-Manuel?! —exclamó, y se salió rápido de la ducha. Se puso su bata, y asomó su cabeza por la puerta del baño, hacia el pasillo.

—¡Miguel!

Pudo oír entonces a lo lejos, y Miguel, caminó rápido hacia la puerta. Eva fue rápidamente con èl hacia allá, y abrió.

Manuel apareció al otro lado de la puerta. Miguel le miró, nervioso y avergonzado por no esperarlo listo.

Ambos se sonrojaron en cuánto se vieron.

—¡Ma-Manuel! —exclamò Miguel, tapándose màs aùn con su bata de baño, con cierto pudor—. Pe-pensè que llegarías mas tarde. Creì que me quedaba tiempo, lo siento...

Manuel sonriò, e hizo un ademàn con la mano, intentando restarle importancia al asunto.

—¿Puedo pasar? —preguntò, y Eva, que apareció por detrás de Miguel, maullò muy contenta a Manuel—. Creo que ella intentò avisarte que estaba esperando aquí fuera. Me oyò tocar el timbre.

Miguel le dio paso a Manuel, y este se inmiscuyó despacio en el apartamento. Soltò su maletín en la mesa, y esta produje un ruido sordo. Se estirò, y lanzó un leve suspiro.

—Realmente lamento haber llegado antes, e interrumpirte. Mi último paciente canceló su cita el dìa de hoy, y me vine un poco más temprano. Te escribí al celular, para avisarte, pero no me contestaste...

Claro, pues, ¿cómo le iba a contestar? Si Miguel, estaba demasiado ocupado depilándose las... las nalgas. Aparte Eva, intentó avisarle, y la pobre solo se llevó un insulto que hacía alusión a su peso.

—Ah, no, tranquilo; está bien —dijo Miguel, volviendo a taparse con su bata. Por primera vez, como nunca antes, sentía bastante pudor por haber abierto así la puerta a Manuel; en ese estado—. Ya estaba por terminar, de hecho, así que no importa.

De pronto, Manuel dirigió su vista a la mano alzada de Miguel, y, extrañado, le preguntó.

—¿Te estabas rasurando?

Miguel, contrajo las pupilas, incrédulo. Y, cuando observó su propia mano sosteniendo la rasuradora, se sonrojó, tan rojo como un tomate.

Manuel sonrió.

—¡Cla-claro que no, huevòn! —le dijo, ocultando la rasuradora por detrás de su espalda, notoriamente avergonzado—. ¡Estaba rasurando a Eva! —no se le ocurrió una mejor excusa.

—¿Eva? —dijo Manuel, extrañado. Eva observó curiosa—. ¿Rasuras a tu gata?

Miguel chasqueó la lengua, y golpeó a Manuel en el hombro. Este último comenzó a reír, divertido.

—¡No es tu asunto! —le dijo, cruzándose de brazos—. Y bueno, como sea... terminaré rápido. Solo me falta lavarme el cabello. Mientras termino, espera aquí. ¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo rápido, para que comas mientras termino de ducharme.

Manuel quedó pensativo un instante, y dijo:

—No es necesario, Miguel. Comì con Martìn antes de salir de la clínica. Fue algo pequeño, pero me quitó el hambre.

Miguel entonces, quedó estático. Observó a Manuel directo a los ojos, con un aura frívola.

Hubo un silencio repentino.

—¿Quién es Martín? —disparó, sin preámbulo y exigiendo una respuesta rápida.

El ambiente de pronto se puso tenso. Eva retrocedió, asustada.

Manuel miró descolocado.

—E-es... es mi amigo, ya sabes... —respondió, sacado de onda—. Es el psicólogo...

Miguel frunció el entrecejo. Desvió la mirada para disimular, en la expresión de su rostro, que la ira se le iba acumulando.

Hubo un largo silencio.

—Bueno, da igual... —susurrò, conteniendo la tensión en sus palabras—. Si ya comiste con el huevòn ese...

—¿Què? —dijo Manuel, no entendiendo lo último.

—¡Nada! —gritò Miguel, un tanto sonrojado, al percatarse de que, lo que sentía, no era nada más, ni nada menos, que celos—. Ya, irè al baño. Quédate un rato aquí, no tardo.

Manuel asintió sonriendo, y Miguel se encaminó hacia el baño.

Apenas Manuel se quedó solo en la sala, se encaminó hacia el sofà, y allí se echò, mientras revisaba su celular.

A su lado, Eva, se acercó y comenzó a darle pequeñas mordidas en el brazo, demandando atención.

Manuel comenzó a reír, enternecido por la actitud de Eva. Le empezó a dar caricias en su pelaje; la gata ronroneaba.

—Oye... ¿tù también viste que denso se puso tu amo? —le preguntó Manuel a Eva, rascándole por detrás de las orejas—. Se puso así cuando le nombré a Martín...

Manuel se calló por un rato, pensativo, y luego dijo:

—¿Será que está...? —lo pensó otro momento, y luego se retractó—. Nah... no debe sentirse celoso, ¿o sí?

Eva le maulló como respuesta. Manuel no supo como tomarlo.

—No hablo gatuno, lo siento —rio—. Bueno, de todas formas... ¿te confieso algo?

Eva movió sus orejitas como respuesta, como señalando que era todo oídos.

—Yo... —Manuel, de pronto, sonrió melancólico; guardo silencio por un instante—. Yo sì me siento un poquito... celoso, supongo.

Eva levantò la cabeza, y observó fijo a Manuel.

—Tu amo es muy recurrido por otros hombres, y no se lo juzgo. No voy a pedirle que deje de hacerlo, porque no quiero coartar su libertad, y porque no tengo ningún derecho sobre èl, pero... nos estamos conociendo, y no puedo evitar sentirme poca cosa.

Hubo un silencio largo.

—No debería sentir celos, no somos nada, pero... ¿Quién querría estar con alguien como yo? Mìrame...

Si Eva pudiese hablar el lenguaje humano, habría dicho: ''yo pues, carajo''.

—Soy un medicucho algo pobre, vivo en el callao, quizá no soy atractivo para Miguel pues, después de todo, èl ya ha conocido a varios hombres; un hombre más, un hombre menos..., seguro ya conoció antes a mejores opciones que yo.

Manuel sonrió melancólico.

—Estoy comenzando un juego que, muy probablemente, voy a perder.

Eva lanzó un maullido algo tristón. Manuel lanzó un suspiro profundo, y luego dijo:

—En fin. Hablemos de ti... ¿por qué te llamas Eva?

Eva sacudió sus bigotes, contenta al ver que Manuel se interesaba por ella, y se irguió del sofá. Caminó hacia el costado de la sala, rebuscó entre unas cosas, y con gran esfuerzo, sacó un gran trozo de cartón.

Lo arrastró hacia Manuel.

—¿Què es eso? —susurrò, y recogiò lo que Eva le llevò—. Eva Ayllon, discografía...

Manuel abrió los ojos, y sonrió de forma tierna al entenderlo. Se alzò del sofà, y caminò hacia el rincón en donde Eva sacò dicho objeto. Allì, para su sorpresa, había màs discos de Eva Ayllon. Al lado, había un equipo de música.

—Asì que te nombrò asì por Eva Ayllòn... —la gata maullò, contenta—. Que lindo detalle. No sabía que Miguel era amante de la música peruana. Lo veìa màs... bueno, más pituco.

De pronto, la música comenzó a sonar. Manuel, se dio la libertad de poner el disco en el equipo, y la voz de Eva Ayllòn comenzó a resonar por la sala.

La canción, ''Regresa'', hizo salir rápidamente a Miguel de la ducha.

Cuando llegó a la sala entonces, vio a Manuel de espalda, moviendo la cabeza al ritmo de la música.

—¿Q-què haces? —preguntò Miguel, descolocado por oír la música tan fuerte—. Esa es...

—Eva Ayllon —le dijo Manuel, sonriendo—. ¿Por què no me dijiste que te gustaba? Es bakàn.

A Miguel le brillaron los ojos.

—¿Te gusta?

—Sì, es buena —respondió Manuel—. Cuando lleguè acà a Perù, comencé a escucharla. Tiene canciones muy lindas.

Miguel sonriò.

—A... a mì me gusta desde pequeño... por eso le puse Eva a mi gatita. A mi mamá también le gustaba mucho. —Manuel notó un dejo de tristeza en la voz de Miguel, al nombrar a su madre—. Ella, mi madre, bailaba el vals precioso... o bueno, eso es lo que cuentan mis tìas...

Hubo un silencio largo, invadido de nostalgia, mientras las notas de la canción sonaban. Manuel, entonces, dijo:

—¿Y tú? ¿Bailas el vals?

Miguel alzó la mirada, y sonrojado, respondió:

—Sé bailar —reveló—. Sé bailar de todo. Es una de las pocas cosas que sè hacer bien.

Manuel sonriò, algo extasiado.

—Bakàn entonces —le dijo—. Hoy iremos, justamente, a un sitio para bailar. ¿Bailaràs conmigo?

Miguel se sonrojò, y frunció los labios.

—¡No! Solo bailo cuando estoy solo, acà en el apartamento... —dijo, con algo de tristeza—. No bailo nunca en público.

Manuel le mirò algo extrañado.

—¿Y por què? ¿Eres algo tìmido? ¡Yo no te veo para nada tìmido!

Miguel negó con la cabeza.

—N-no me gusta que el resto se burle... aparte, mi papà me decía que los hombres que bailan son... maricones —dijo aquello con evidente dolor—. Dice que ya me permitió bastante con haber nacido anormal y maricòn. Lo mínimo que puedo hacer es mantener mi compostura, y no salir a bailar...

Manuel sintió que, de pronto, tenía muchas ganas de conocer al padre de Miguel, y darle un cordial saludo con un puto ladrillo en la cara.

—Medio retrógrado tu papà, ¿no? —Miguel asintió, cabizbajo y avergonzado—. Quizá le haga falta un cigarro en el ojo, como a Rigoberto.

Miguel frunció las cejas.

—¡Oye! —le dijo, golpeándole el hombro—. Es cruel a veces, pero sigue siendo mi padre, y lo amo. Es mi única familia.

Manuel observó, incómodo. Quizá la había cagado.

—Vale, lo siento. No quise ofenderte.

Miguel sonrió apenado. Le restó importancia.

—Bueno... ya, apresúrate —le dijo, empujándole hacia el baño—. Yo me iré a cambiar. Tu dúchate rápido. Se nos hace tarde.

Manuel asintió, pero antes de ir hacia el baño, entonces dijo:

—Vístete bonito. Lo de hoy es una cita.

Miguel se sonrojó, y lo volvió a empujar hacia el baño.

(...)

En el transcurso en que Manuel tomò la ducha, Miguel se alistò para salir. Luego, se echò en el sofà, esperando a que Manuel terminara. Cuando este último estuvo listo, entonces dijo:

—Estoy listo, Miguel.

La voz de Manuel le sorprendió por detrás, y Miguel, se volteò para mirar.

Cuando pudo ver a Manuel allí, parado frente a èl, sonriò de forma inconsciente.

Se veìa tan guapo y varonil como de costumbre, pero, esa noche se veìa especialmente atractivo.

—¿Vamos? Se nos está haciendo tarde.

Manuel llevaba puesta una camisa negra, con manga tres cuartos. Traìa puesto un jean oscuro, y botines negros. El cabello lo traìa peinado hacia el costado, acomodado con algo de gel.

Su presencia desprendía un fresco perfume, que a Miguel le hizo emitir un suspiro muy imperceptible.

Manuel le parecía tan hipnótico en aquel momento.

—Espero que no te importe que haya tomado un poco de gel... —le dijo a Miguel, que aún lo observaba, con cara de atontado desde el sofà—. Mi cabello estaba un poco desordenado...

Miguel siguió observándole con expresión atontada, y luego, sacudió un poco su cabeza. Se alzó del sofá, y le dijo:

—N-no... está bien. No te preocupes.

Y acortò distancia hacia Manuel, y cuando este último vio de cuerpo completo a Miguel, lanzó un silbido sugerente.

Miguel se sonrojò de inmediato.

—Miguel, te ves... —Manuel sonriò, enternecido, y observó a Miguel de pies a cabeza—. Tan lindo...

Aquello lo dijo sin pensar lo suficiente, en un acto impulsivo.

Miguel sintió que la cara le hirvió de pronto.

Miguel llevaba un polo de color carmìn, y con rayas negras. Encima, traìa una chaqueta de jean, que le daba un toque muy jovial y fresco. Abajo, traìa un pantalón negro, y zapatos de cuerina.

Tenìa un aura adorable.

—¿Eso te incomodò? Perdòn, no quise molestart...

—¡Ya, silencio! —gritò Miguel, avergonzado a más no poder, tapándose el sonrojo de su rostro con las mangas de su chaqueta de jean—. Me-mejor sal, rápido.

Empujó a Manuel hasta la puerta, y Eva comenzó a maullar por detrás.

—A ti te dejé comida en la cocina. Adiós.

Y salieron, con rumbo a su lugar de destino.

(...)

El trayecto no fue largo, pues el lugar de destino quedaba en las cercanías de Miraflores. Aparte, a pesar de haber bastante tráfico vehicular, con su moto, Manuel podía avanzar más rápido que los vehículos.

Llegaron en una cuestión de veinte minutos, y llegaron a una zona con mucha bohemia.

Alrededor, se veía un montón de locales, iluminados varios de ellos por luces de neòn, con música ensordecedora, y con mucha afluencia de gente.

—Estacionaré aqui cerca —dijo Manuel en voz alta, intentando que su voz sonara por encima del motor—. El lugar al que quiero llevarte queda por acà —Miguel asintió, abrazado aùn por la espalda de Manuel.

Cuando estacionaron, caminaron un par de minutos, y entonces llegaron. Al entrar, Miguel vio un gran local, inundado de muchas voces que se mezclaban, de música, y luces por doquier. El olor del alcohol y del cigarrillo era bastante notorio.

—Buenas noches —saludo Manuel, apenas entraron. Le hablaba a un señor que estaba en la caja, recibiendo dinero casi a la entrada—. Reservè una mesa. Esta mañana llame para reservarla.

—¿A nombre de...? —dijo el señor, humedeciéndose el dedo índice con saliva, y revisando las hojas de un gran libro.

—De Manuel y Miguel, señor.

''Manuel y Miguel'', qué lindo sonaba, pensó Miguel.

—Sì, claro —dijo el señor—. La mesa 34. Al lado de la pista de baile. Sí, claro, pase, señor.

Manuel agradeció con un ademán, y caminó junto a Miguel hacia el interior del local.

En el interior, había muchísima gente. El local tenía dos pisos, y se dividía en tres secciones; sección de karaoke, de espacio con menos ruido para una grata conversación, y al lado de la pista de baile.

Pero la pista de baile aùn no abrìa, por lo que era un espacio de música aùn.

—Mesa 34, aquí es —dijo Manuel, tomando una de las sillas, y corriéndola para que Miguel se sentara. Le extendió el puesto—. Toma asiento, Miguel.

Miguel, no acostumbrado a tanta cortesía, se sonrojo, y asintió.

Tras èl, Manuel tomò asiento.

De inmediato, llegó un mesero tras ellos, y les tomò la orden. La rapidez de la atención —pensó Miguel—, se debió a que Manuel había pagado una reserva.

En un principio, Miguel fue tímido, no pidiendo cosas de gran valor, consciente de que quizá Manuel no contaba con el mismo poder adquisitivo que sus anteriores citas.

—Miguel —dijo Manuel, llamando la atención del menor, mientras leía la carta—. No tengas vergüenza en pedir. Tú solo pide. Tengo para gastar. Es una ocasión especial.

Miguel, algo nervioso y contrariado —como nunca, pues siempre era muy extrovertido en sus citas—, asintió.

Al paso de un rato, entonces llegó la orden.

—Una botella de Whisky, y una de cerveza —extendió las botellas en la mesa, junto a una porción muy grande de hielo picado—. Y las porciones de papas rùsticas.

—Agréguelo a la cuenta, por favor —dijo Manuel, y el mesero asintió.

—Provecho.

—Muchas gracias. Muy amable.

Y comenzaron a beber, y a comer.

Manuel encendió un cigarrillo. Miguel le observó, tímido.

¿Por qué de pronto se sintió tan avergonzado? ¡Èl no era así! Por lo general, era èl quien hablaba mucho en las citas, pero ahora... ahora estaba callado, y sonrojado.

¿Aún no se le hacia real el hecho de estar con Manuel en una cita?

De pronto, comenzó a sonar en lo alto de los parlantes, Alejandro Sanz, con su canción ''Y solo se me ocurre amarte''.

—Cuèntame un poco màs de ti, Miguel —dijo Manuel, intentando crear conversación, para poder relajar a Miguel que, a leguas, se veìa tenso.

Miguel, pensativo, puso un dedo en sus labios.

¿Què màs podía hablar de èl? No era una persona muy interesante que digamos...

—Lo primero que se te venga a la mente —dijo Manuel, y Miguel, entonces habló.

—Mi mamà era presidenta de un club de baile.

Aquello no era exactamente sobre èl, pero Manuel, al ver que en los ojos de Miguel se posó un tierno brillo de nostalgia, le dejó continuar.

Quería hacer sentir bien a Miguel, y una forma de hacerlo, era dejarle hablar de lo que quisiera.

—¿En serio? ¿Y de què tipo de danza era el club?

—¡De danza folclórica! —exclamó Miguel, sonriendo por primera vez, a causa del recuerdo de su madre—. Ella bailaba hermoso la marinera, el vals peruano, y la música afroperuana...

Miguel sonrió de forma tan radiante, que Manuel sintió que el corazón se le volcó.

Què bonito se veía siendo feliz.

—La recuerdo... —susurró—. Ella era tan dulce. Una vez, mis tías, me contaron que cuando yo aprendí a caminar, mi madre me llevaba a sus presentaciones. Creo que participé en algunas. Fui una celebridad, y no lo supe.

Ambos rieron.

—La extraño...

De pronto, la expresión de Miguel se tornó melancólica. Manuel, de un movimiento suave, posó su mano sobre la de Miguel.

Miguel le miró, sorprendido. Y entonces, procedió:

—Se suicidò cuando yo tenía un poco màs de dos años...

Hubo un silencio absoluto. Incluso Manuel dejó de fumar. El cigarro terminó por consumirse solo.

Manuel no supo qué decir exactamente.

—Lo lamento, Miguel...

Miguel, en un intento por ocultar el gran dolor que dicho tema le causaba, sonriò con tristeza.

—No pasa nada... —mintiò—. Pasò hace mucho tiempo, pero..., no puedo dejar de preguntarme, ¿por què lo hizo?

Hubo otro silencio. En los ojos de Miguel, se vislumbró un brillo, que era augurio de que una lágrima podría aproximarse.

Siempre le atormentó dicho vacío. ¿Por què su madre lo había hecho? ¿Es que acaso no era feliz junto a èl? ¿No lo amaba lo suficiente como para decidir quedarse a su lado? Al final de cuentas...

Al final de cuentas, su madre también le había abandonado, de la misma manera en que su padre le hizo.

Ambos le habían dejado un vacío enorme a Miguel.

—Miguel... —Manuel, en un susurro suave, aferró su mano a la de Miguel, por sobre la mesa, intentando tomar la atención del menor, que se veía angustiado por las dudas que le asaltaban la cabeza en aquel instante.

Miguel, con los ojos brillando por causa de las lágrimas contenidas, alzò la mirada hacia Manuel.

—No te atormentes tratando de entenderlo. A veces, las personas tomamos decisiones equivocadas. Cada mente, es un universo infinito, y muy complejo. Quédate con los buenos recuerdos de ella, que estoy seguro te amó muchísimo.

Manuel, tenía en los labios siempre las palabras indicadas, para momentos dolorosos.

Por eso, Miguel anhelaba su compañía.

—Sì, tienes razón...

Hubo otro silencio. Comenzó a sonar entonces en lo alto de los parlantes, ''Cuando nadie me ve'', de Alejandro Sanz.

—Y bueno, Manuel... —dijo Miguel, decidido a cambiar la conversación, y el ambiente triste que se había formado. Tomò la botella de whisky, y se sirvió un abundante vaso con hielo picado; Manuel copió dicha acción, y volvió a encender otro cigarrillo—. ¿Y tù? Cuéntame... ¿dònde estudiaste medicina?

—En la Universidad de Chile —contestò, y tomò un sorbo del whisky—. Queda en la capital.

—¿Còmo fue tu formación?

Manuel cruzò una pierna, y apoyò su quijada en una de sus manos. Dio otra calada al cigarro, y suspirò.

—Oh, que recuerdos... —dijo, nostàlgico—. Entrè a la universidad con diecisiete años.

—¿Diecisiete años? —se mostró sorprendido Miguel—. Entraste muy joven...

—Mi madre me adelantò un año en mi educación —rio Manuel—. No me quería en la casa. Era muy revoltoso de pequeño.

—¿En serio? —dijo Miguel.

—Oh, sì que lo era. Mi madre, me decía: ''¡¿Por què este niño salió tan revoltoso?!'' —comenzó a imitar la voz de su madre, y Miguel rio—. Pero bueno... lo positivo de haber comenzado antes la universidad, es que me titulè màs joven.

—¿Y te pagaste la universidad?

—Ah, no, claro que no. En Chile, la educación es muy cara, y peor es medicina. Medicina es básicamente, una carrera para niños ricos.

—¿Y cómo pudiste estudiarla entonces?

—Gracias a un profesor, en mi educación media, antes de ingresar a la universidad. Me tomó como su alumno particular por un año, y me reforzó de forma intensiva en biología y química. Gracias a èl, saqué puntaje máximo en la prueba de selección universitaria. Obtuve una beca en dicha universidad, y pude estudiar gratis. Me atrasé un año, y tuve que optar por un crédito universitario. Aùn lo estoy pagando.

Asì que, esa era una de las deudas que Manuel mantenía.

—Entonces, ingresaste con diecisiete años, ¿y cuándo la terminaste?

Manuel alzò una de sus manos, y con sus dedos, comenzó a contar despacio.

—A los veinticinco años me titulé —recordó—. En total, fueron ocho años de estudio.

—Uf, bastante.

—Es una carrera larga —le dijo—. A los veinticinco años ya pude salir entonces a buscar trabajo.

—¿Y què tal te fue?

Manuel se calló, algo incómodo, y dijo después:

—Estuve un año completa intentando conseguir algo, pero no lo logré.

Miguel le miró extrañado.

—Generalmente, los médicos tienen buena empleabilidad —le dijo Miguel.

—Asì es —contestò Manuel—, pero... mi caso fue especial.

—¿Por què?

Manuel comenzaba a mostrarse incómodo.

—Por lo general, son los peruanos quienes emigran a Chile, no los chilenos a Perù... —recordò Miguel—. Si te soy sincero, me sorprendí mucho cuando te vi, Manuel. Serìa lògico que hubieses encontrado trabajo en tu país.

Manuel suspiró. Se echò otro sorbo de whisky.

—Solo... solo fue una situación en especial. Jamás iba a poder trabajar en Chile. Tuve que irme de ahì...

—¿Pero por què? ¿Acaso alguien impedía que te contrataran en todos los lugares a los que te presentabas?

Manuel contrajo sus pupilas. Frunció los labios.

En el clavo. Al parecer Miguel había dado en el clavo, pero ello no le enorgulleció, pues la expresión incómoda de Manuel, pronto le hizo sentir culpable.

—Lo siento, Manu... —le dijo—. Cambiemos de tema; si quieres, podemos hablar de...

—Sufrí una persecución —dijo, y no volvió a hablar más.

Miguel guardó silencio. Su mente comenzó a idear varias ideas. ¿Una persecución? ¿Por qué razón? ¿Acaso Manuel había cometido un delito grave en Chile, y huyó a Perú? ¿Acaso hizo algo muy malo? Y sintió el impulso de preguntar, pero...

Pero la expresión de Manuel era triste, y Miguel, por primera vez, tuvo empatía. Manuel era una persona noble, y sintió que no era correcto presionarle a hablar de algo que le generaba malestar.

—No hablaremos de nada que no quieras hablar —le dijo, y aferró su mano a la de Manuel—. Siento haberte incomodado.

Manuel, acomplejado por la situación, sonrió con cierta tristeza.

—Està bien. No pasa nada.

De pronto, una fuerte voz resonó por el parlante de la sala.

El dj comenzó a hablar.

—¡Bueeeenas noches a todos!

El DJ, obtuvo como respuesta un griterio simultáneo de los clientes en el local. Manuel y Miguel, curiosos, alzaron su vista hacia la tarima en donde yacía el DJ.

—¡Se abrirà de inmediato la pista de baile, para todos aquellos y aquellas que hoy desean mover el cuerpo! —hubo aplausos, y varias personas comenzaron a levantarse de sus asientos, caminando hacia la pista, que estaba justo al lado de Manuel y Miguel—. ¡Hoy, viernes, es temática especial! ¡La temática de hoy, es...! —el DJ hizo sonar un efecto de redoble de tambores—. ¡Noche peruana! Con música tìpica peruana. ¡Los esperamos en la pista! ¡Vamos todos a bailar!

Y la música comenzó a sonar. La pista entonces, comenzó a llenarse. Muchísima gente reía y buscaba a sus parejas de baile.

Manuel sonrió extasiado.

—¡Vamos, Miguel! ¡Ahora podemos ir a bailar! —exclamò Manuel, con la música sonando ensordecedora alrededor. Tomò a Miguel por el brazo, y lo alzò de su puesto.

Miguel, espantado, se zafò de forma violenta.

—¡¿Estàs loco?! —gritò, iracundo—. ¡Yo no voy a bailar! ¡Te lo dije!

—¡Pero Miguel! ¡Te traje aquí para bailar! ¡Vamos, sé mi pareja de baile!

—¡No! —volvió a gritar, avergonzado—. ¡Jamàs he bailado en público, y no lo harè ahora, Manuel!

Manuel le mirò con evidente decepción, y le dijo:

—Pero Miguel, yo quería bailar contigo... —hizo un puchero—. ¡Yo quiero bailar!

—¡Pues ve a bailar tù solo! —le gritó, orgulloso como de costumbre—. ¡Yo no voy a bailar! No lo he hecho jamás en público, y esta no será la excepción. ¿Entiendes, huevòn?

Manuel se cruzò de brazos, y le dedicó una mirada molesta a Miguel.

—Eres cruel... —le dijo—. ¿Me dejaràs bailando solo?

—Sì —respondió Miguel, arrogante.

—Bueno... —respondió Manuel, hastiado de la actitud de Miguel—. ¡No me reclames luego de que no te saquè a bailar!

Y Manuel se alejò, yéndose a la pista de baila, y dejando solo a Miguel en la mesa.

Comenzò a bailar solo.

Y, como si le hubiesen hecho el desprecio y desaire màs grande de toda su vida, Miguel, sorprendido y a la vez, furioso, se sentó en su mesa.

Observò a Manuel con mucho enojo contenido.

—¡Hijo de puta, huevòn! —dijo entre dientes, observando como Manuel bailaba, entre la multitud—. ¿Còmo se atreve a dejarme solo? ¡Tuvo que quedarse conmigo! Maldito...

Y, comenzó a observar a Manuel, con los ojos entrecerrados, y una vena palpitándole en la sien, por causa del enojo.

Odiaba aceptarlo, pero al ver a Manuel, debía decir que no bailaba excelente, pero sabìa defenderse. Al menos se esforzaba.

¡Ah! Què enojo sintió... y se quedó asi por varios minutos. Comenzò a beberse la botella de whisky solo.

Y, al paso de unos minutos, comenzó a sentir que el alcohol le surtió los primeros efectos.

De pronto, comenzó a sonar música afroperuana.

Miguel lanzó un grito ahogado, y los pies se le comenzaron a mover solos por debajo de la mesa.

Amaba con toda su jodida alma la música afroperuana, y el alma, y cuerpo, les exigían guardar su puto orgullo, levantarse, y tomar a Manuel como su pareja de baile.

—¡NO! —exclamò con ira, llamando la atención de la gente que estaba en las mesas màs cercanas—. No irè a bailar, no lo harè..., no después de haber dicho a Manuel que me quedarìa acá sentado.

Su orgullo era màs poderoso; claro que sì. Incluso si ya estaba un poco borracho.

De pronto, de reojo, Miguel es capaz de ver algo que le dejò perplejo.

Manuel estaba bailando con alguien.

¿QUÈ?

No, no, no...

—Ese huevòn... maldito... —susurró, sintiendo como le pitaban los oídos.

La realidad era que, Manuel, no bailaba con nadie. Más bien era que, una bella muchachita, atraída naturalmente por el atractivo físico de Manuel, y al verlo bailando solo, comenzó a bailarle a Manuel, pero este solo se reía agraciado, y notoriamente incómodo por la intromisión de la jovencita.

PERO NO.

A los ojos de Miguel —que era un jodido celoso, y aparte ya estaba medio borracho—, Manuel le estaba engañando con otra pareja de baile.

—Hijo de la reverenda mierda...

Miguel propinó toda clase de insultos a Manuel, por lo bajo. Sentía rabia. Rabia con Manuel, y rabia con la maldita que le bailaba alrededor.

Sus pies comenzaron a temblar.

Tenìa ganas de sacar a esa maldita de ahì, de una sola patada en el culo.

Y peor fue su sensación, cuando pudo ver que la muchachita comenzaba a moverle el trasero a Manuel, y se reía muy coqueta.

—Voy a matarte, perra...

De pronto, alguien interrumpió a Miguel, preguntando:

—Disculpe, ¿me da un cigarrillo?

—¡¿Què quieres?! —gritò Miguel, dedicándole una mirada iracunda, porque interrumpía su sesión de degollamiento a distancia—. ¡Llévate la puta caja, y vete!

El joven, nervioso, asintió, se disculpò, y huyò con la caja.

Y cuando Miguel entonces, volvió a dirigir su vista hacia la pista de baile, sintió que el pecho se le detuvo.

NO PODÌA SER.

Manuel, ya no era rodeado por la simpática y coqueta jovencita, sino que ahora estaba rodeado por, nada màs ni nada menos que tres mujeres.

TRES MUJERES.

Y las tres, reìan divertidas y coquetas, bailando música afroperuana alrededor de Manuel.

Sus caderas se menaban con insistencia, y de pronto cometían la insolencia de tocar a Manuel de forma sugerente, mientras que este se mostraba bastante incómodo.

Miguel entonces, ya no soportó.

Miguel se alzó de su asiento, y se dirigió a zancadas hacia la pista de baile. En lo alto del parlante, comenzó a sonar la canción que a èl le gustaba.

''Ingá'', de Eva Ayllon.

Y apenas llegó al lado de Manuel, Miguel tomò por el brazo a una de las chicas que bailaban a Manuel, y la empujò con fuerza.

Las tres chicas, y Manuel, observaron atónitos.

—¡Fuera de acà, perras! —exclamó, mostrándose como una fiera—. ¡Dejen en paz a mi novio!

A esas alturas, Miguel, estando medio borracho, sentía que la lengua se le movía sola, diciendo lo primero que se le viniera a la mente.

Manuel quedó pasmado.

—¡Aprendan a bailar música afroperuana! —les dijo, desafiándolas; las chicas, descolocadas por la agresividad de Miguel, retrocedieron algo asustadas—. ¡Así es como se baila la música afroperuana!

Y Manuel, logró aquello que nunca jamás alguien había logrado en Miguel.

Miguel comenzó a bailar en público.

Los celos que Manuel le había provocado, le empujaron a ello.

Manuel movía montañas.

—¡¿Mi-Miguel?!

Exclamó Manuel, sonrojado a más no poder, y observando, con una sonrisa muy estúpida en su cara, como Miguel comenzaba a bailar música afroperuana.

Manuel se puso tan tenso, que no supo qué otra cara poner.

Miguel era exquisito.

Sus movimientos comenzaron suaves, pero profundos. Dobló un poco sus rodillas, levantó la cola, y comenzó a mover la cadera, haciendo movimientos circulares e intensos.

La expresión de su rostro cambió de inmediato, de una iracunda, a una expresión coqueta, alegre y absolutamente sexy.

Se sumió en la atmósfera de la música afroperuana, impregnándose el aura seductora de sus notas.

Manuel sonreía, estático por el deleite que sus ojos percibían.

Y de pronto, Miguel se apegó a èl, y comenzó a bailarle pegadito al cuerpo. En una ocasión, Miguel se volteó, y apegó su trasero, haciendo movimientos profundos, en la entrepierna de Manuel.

Manuel, sintió que la entrepierna entonces, le palpitó de forma peligrosa.

Tuvo ganas de pegar un grito, por la sorpresa.

—¡Pe-pensè que no q-q-querìas bailar! —le exclamò a Miguel, mientras este le rodeaba la cintura, y lo seducía con movimientos que Manuel jamás había visto.

—¡Guarda silencio! —le dijo Miguel, posando un dedo en sus labios, y volviendo a rodearlo.

Y Manuel, volvió a sentir una peligrosa sensación en su entrepierna.

Oh, Dios... no. ¿Era lo que pensaba?

Bajò la mirada, con mucho susto, y se vio la tela del pantalón muy estirada y tensa.

Sì, era lo que temìa.

Tenìa una maldita erección, y era demasiado notoria a través de la tela de su pantalòn.

Y Miguel, que no se daba cuenta de dicha situación, solo comenzó a empeorar las cosas, cuando, volvió a posar su trasero cerca de la entrepierna de Manuel, ejecutando movimientos sensuales con su cadera.

Manuel sintió entonces, que la erección le creció aùn màs.

Le comenzó a doler.

Debía retirarse, antes de que Miguel se percatara de lo que había provocado.

—Mi-Miguel, debo... debo irme un momento, disculp...

Pero cuando tratò de alejarse, Miguel le tomò de nuevo. Comenzò a sonar otra canción. Miguel le hizo tomarle por la cintura, y siguió moviendo su cadera.

Le rozò entonces, sin percatarse, la erecciòn a Manuel.

Manuel se mordió los labios, por el dolor.

Miguel le mirò extrañado.

—¿Què fue eso que me rozò? —preguntò, mirando hacia el suelo.

—¡De-debiò ser alguien que te tocò de casualidad! —se excusò, aprovechando que la gente estaba tan amontonada en la pista, que chocaban unos con otros—. Miguel, debo... debo ir al baño —dijo, tapándose su erecciòn con ambas manos—. Vuelvo enseguid...

—¡No te vayas! —le dijo—. Baila conmigo, Manu...

Manuel se sonrojò.

—Sì, claro que sì. Pero déjame ir al baño, vuelvo enseguida. —sonriò nervioso—. Es de suma urgencia...

Y antes de que Miguel pudiese volver a reclamar, Manuel corrió hacia el baño.

Cuando llegó, se metió, acalorado y evidentemente nervioso. Dentro, había varios hombres.

Permitiéndose ser un tanto grosero —por su urgencia—, se pasó por delante, y se metió en un cubículo, cerrando la puerta. De pronto, oyò otros hombres reclamando por fuera; Manuel los ignoró.

—Puta la weàaaaa... —gimió, echando la cabeza hacia atrás, y cerrando los ojos con fuerza; las gotas de sudor le comenzaron a deslizar por el rostro.

Se sostuvo la erección con ambas manos, y comenzó a apretarla, intentando calmarla.

Pero no obtuvo buenos resultados.

—¿Por què, weòn? Agh —se quejó, bajando la mirada, y observándose la tela del pantalón muy tensa.

Le dolía mucho.

Y, de saber que eso le pasaría, Manuel habría elegido un pantalón más ancho, o un bóxer que le acomodara mejor esa parte.

¡Pero jamás pensó que Miguel bailara tan jodidamente sexy!

Se mordió los labios, y se quedó en esa posición, por varios minutos, esperando a que la erección le bajara, para volver hacia la pista de baile.

Pero no se le calmaba.

—Oe' huevòn, ya pues —dijo un borracho por fuera, golpeándole la puerta a Manuel—. ¿Cuànto tiempo llevas ahì, oe'?

Manuel comenzó a maldecir por lo bajo. La única mierda que le faltaba, era lidiar, aparte de su erecciòn, con borrachos.

—Oe' déjalo pues, el pata esta haciendo caca —respondió otro.

Se escuchó una risotada afuera. Manuel rio despacio, dentro del cubículo.

Volviò a apretarse la erección, intentando calmarla.

Pero nada.

Ni siquiera un hombre que, recientemente se había lanzado un sonoro gas en el cubículo de al lado —un pedo—, le ayudó a menguar la sensación de excitación.

Manuel comenzó a frustrarse mucho con el paso de los minutos.

—Agh... —se quejó por el dolor, y entonces, comprendió que no tenía otra salida.

Se mordió los labios.

—Lo siento, Miguel...

Dijo, y se bajó el cierre del pantalón. Al descubierto, quedó entonces su bóxer con el bulto, que también estaba tenso.

Cerró los ojos —sintiéndose una mierda—, y se bajó el bóxer, quedando su miembro erecto al aire.

Se lo mirò por un instante.

—¿Còmo rayos voy a tocarlo? —dijo—. Voy a dejar todo... todo manchado.

Manuel se sentía un tanto indigno por la situación. A èl, le gustaría haber hecho aquello en la intimidad de su casa, en su habitación, y no en el baño de un local nocturno, pero...

Pero todo era culpa de Miguel, y aparte le dolía más que la mierda. Tenía que hacerlo.

Cerrò los ojos, y deslizò su mano, suavemente, hasta tocar su miembro erecto, y rodeò con su mano el cuerpo del mismo.

Comenzò a subir y bajar, de forma lenta, pero màs o menos dura.

Querìa terminar eso rápido.

—A-ah...

Comenzó a gemir despacio, y los músculos se le contrajeron. Echó la cabeza hacia atrás, y de a poco, comenzó cada vez a excitarse más.

Pero le costaba.

Afuera; el bullicio, la música, y la risotada del montón de borrachos en el baño, le distraían un montón, así que, muy en contra de su voluntad, Manuel tuvo que usar su último recurso.

Y pensó en Miguel.

Las imágenes de Miguel moviendo su cadera al son de la música, el de sus glúteos bien marcados y parados, y su cintura bien contorneada, hicieron entrar de lleno a Manuel en una clase de éxtasis.

Y comenzó a ir más rápido en sus movimientos.

Comenzó a gemir un poco más fuerte, y tuvo que subirse la camisa, para morderla, y asi poder ahogar su voz en ella.

La respiración comenzó a agitársele.

Y en medio del éxtasis, Manuel no pudo evitar preguntarse, como luciría Miguel desnudo. Seguro era hermoso, si ya lo era tal y como lo conocía.

Su dulce voz, que le embargaba, seguramente, en un tierno gemido, sería lo más exquisito de escuchar.

Manuel sintió que entonces, pronto llegaría a su límite.

¿Cómo sería tener sexo con Miguel? ¿Cómo se sentiría besar su piel? ¿Acariciarlo? ¿Sentirlo por completo? ¿Besar su cuello?

Y de pronto, una imagen fantasiosa de Miguel, pidiéndole tomarlo, se le vino a la mente.

Y Manuel tuvo un orgasmo, y eyaculó.

Resonó en el cubículo, un gemido ronco, y el de unas gotitas cayendo en el suelo.

Abriò sus labios, despacio, y soltó el borde de su camisa. Comenzó a suspirar despacio.

Se quedó un rato allí, intentando calmar su respiración.

Y pronto, el volumen de su miembro erecto comenzó a descender. El dolor, entonces también lo hizo.

—Maldita sea... —susurró, sintiéndose mal por haber utilizado el recurso de Miguel. De cierta forma, sintió que le faltò el respeto—. Eso fue tan... patético.

De pronto, alguien golpeó la puerta. Manuel se sobresaltó. Abrió los ojos de golpe.

—Ya pues, camarada. Salte, hay más queriendo usar el baño. Hay un huevòn acà, que ya se vomita.

Manuel se irguió despacio, y tomó papel higiénico. Limpió el semen de su mano, y el que goteó también en el suelo. Echó el papel al inodoro, y tiró de la cadena.

Luego, guardó su miembro en el boxer, y subió el cierre del pantalón. Tardó un par de segundos màs, y calmò su respiración, y salió del cubículo.

—Lo siento —dijo, usando el tono más serio posible, y caminó hacia el lavamanos.

Se lavó las manos por un buen rato, y se observó en el espejo.

Estaba hecho un desastre.

Su rostro estaba acalorado, el sudor le surcaba las sienes, y el cabello se le había desordenado.

Comenzó a reír despacio.

—Mira lo que ocasionaste, Miguel... —susurrò—. Eres increíble. 

(...)

N/A;

Tuve que dividir el capìtulo en 2, saliò muy largo. Tiene continuaciòn en la siguiente pàgina. 

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