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El invierno más crudo


El ambiente en la habitación, era desolador. Manuel, en el sofá, estando cabizbajo, y con la mirada agachada hacia el suelo, se mantenía con los ojos cerrados. En su rostro, llevaba una expresión sumamente contrariada, como si dentro de él, una batalla inmensa se desatara.

Martín, por otro lado, presenciaba nervioso todo ello. Despacio, removió la cortina de la ventana, observando tímidamente por el borde, hacia el exterior.

Una expresión de lástima se formó en su cara, cuando pudo ver, por décima vez consecutiva, la misma triste imagen allí fuera en la acera.

Martín suspiró.

-Manu... -susurró débil, con una expresión entristecida-. Miguel... aún está afuera sollozando. Está sentado en la acera. Creo que no va a irse...

Manuel entornó los ojos, y se quedó en silencio.

Hubo una gran tensión en el ambiente.

A Manuel le dio una fuerte punzada en el pecho.

-¿Qué haremos con él? Es de noche, y vos sabes que, a estas horas, acá en el Callao... es peligroso, y...

-Sí, lo sé... -respondió débil Manuel, y despacio, se alzó del sofá. Caminó hacia Martín, y con expresión suplicante, le susurró-. No quiero que le pase nada, Martín...

Martín observó acongojado. En los ojos de Manuel se veían lágrimas retenidas.

-Por favor, llévalo a casa. Viniste en tu vehículo, ¿verdad? -Martín asintió en silencio-. Bien, entonces... ¿puedo pedirte que lo lleves a casa?

Martín suspiró cansado.

-Por favor; es tarde, y allí fuera, a estas horas... podrían atacar a Miguel. No quiero que nada malo le pase. Quiero que llegue sano y salvo a cas...

-Incluso en estas circunstancias... -Martín observó con cierto recelo-. Te seguís preocupando de su bienestar.

Manuel agachó la cabeza, y guardó silencio.

Solo se oyeron los sollozos en la calle, provenientes de Miguel.

-Lo llevaré a casa -sentenció Martín-. Pero vos... ¿podés quedarte solo?

Manuel asintió cabizbajo. Martín suspiró.

-Es hora de que... me quede solo. Necesito estarlo... -Manuel sonrió cansado-. Necesito enfrentar esto... yo solo. Sé y entiendo, que te preocupas por mí, pero... la vida sigue. Tú tienes que volver a tu trabajo, y yo... yo también.

Martín entendió ello. Manuel quería hacer frente a la situación.

-¿Quieres que vuelva a mi casa?

Manuel alzó la mirada, y asintió. Martín lo comprendió.

-Gracias por acompañarme, pero no quiero volverme una molestia.

-Nunca me has sido una molestia -susurró Martín-, pero comprendo lo que sientes. Vos también tenés tu parte de orgullo.

Manuel sonrió con tristeza.

-Bien... me llevaré a Miguel a casa.

-Gracias...

Se despidieron con un abrazo fuerte, y Martín, salió a la calle. Allí, se encontró de espalda a Miguel, que, abrazado a sus piernas, sollozaba desconsolado sentado en la acera.

Había llorado tanto, que los ojos los tenía hinchados. Incluso hipaba. Algunas personas, en los alrededores, observaban curiosas.

Martín sintió mucha lástima.

-Miguel, pibe... -susurró, tomando a Miguel por la espalda-. Vení; vamos a mi vehículo. Te llevaré a casa.

Entre lágrimas, Miguel alzó la mirada hacia Martín. Le observó con expresión desolada. El labio le temblaba.

-Ma-Manu... mi Manu; po-por favor... quiero hablar con él, Martín, por favor... no puede estarme pasando esto, no con mi Manu... yo lo amo, te juro que lo amo, yo nunca podría estar sin él, no sé qué hacer, por favor...

En las palabras de Miguel, se oía tanto dolor, que Martín, a pesar de todo, sintió compasión por él.

-Vení -le repitió, y ayudó a levantarse a Miguel-. Es tarde, Miguel. Debes volver a tu casa. A estas horas, acá es peligroso; vení...

Y entre sollozos, Miguel subió al vehículo. Martín lo echó a andar.

Se aferró al asiento, y con expresión hundida en dolor, observó la casa de Manuel alejarse.

El sueño de algún día, el haber formalizado algo con el hombre de su vida...

Se hacía pedazos.

Miguel sintió el dolor en carne viva.

Y con la voz rota, susurró:

-Mi amor...

El camino a casa fue silencioso. Abatido, Miguel observaba por la ventana, con una expresión vacía, y echado en el asiento del copiloto. Martín, a su lado, conducía con expresión acongojada.

Miguel se sentía terrible. Nunca antes, había experimentado una sensación tan fuerte de vacío.

Al llegar a casa, entonces Martín detuvo el vehículo. Apagó el motor, y despacio, dijo a Miguel:

-Pibe... ya llegamos a tu casa.

Miguel no se movió, y se mantuvo estático, observando con tristeza profunda hacia adelante.

Martín contrajo los labios.

-Tú... Martín... -susurró débil, con las lágrimas asomándose por sus azules ojos-. Manuel... él piensa que yo... que yo le fui infiel...

Disparó, y Martín, contrajo su expresión.

Hubo un silencio fúnebre.

-Y-yo... Miguel; escucha...

-Tú se lo dijiste -musitó Miguel, ladeando su rostro, y observando a Martín con expresión peligrosa-. Manuel me lo dijo; que tú le dijiste que yo... le fui infiel. Que le fui infiel, que lo engañé, y hasta me mandó a cogerme a Antonio...

-Pibe... -susurró Martín, intentando explicarlo-. E-eso... sí, yo se lo dije. Es lo que vi, Miguel. Quise conversarlo con vos, pero nunca se dio el momento para...

-¡¡Entonces nunca debiste decírselo!! ¡¡Debiste conversarlo conmigo primero!!

-¡¿Entonces sí es cierto?! ¡¿Le fuiste infiel?!

-¡¡NOOOOO!!

Miguel gritó con tanta rabia, que Martín se contrajo en su sitio, asustado.

Hubo un silencio terrible.

-¡¡Yo jamás le fui infiel a Manuel, nunca, jamás lo fui!! ¡¡Lo que viste, todo lo que viste, fue un mal entendido!! ¡¡Yo jamás he amado a ningún hombre, que no sea Manuel!! Él fue el primer hombre en mi vida, y en mi corazón... Al primer hombre al que le abrí mi alma, al primero que le permití hacerme el amor, y al primero que le entregué mi vida... ¡¡Y tú le hiciste creer que yo le fui infiel, maldito imbécil!! Baboso de mierda, Martín; chismoso, cojudo...

Martín observó tanta desesperación en los ojos de Miguel, que de pronto, dudó...

¿Y si Miguel tenía razón? ¿Y si él se había equivocado?

Por la forma en que Miguel se expresaba... parecía decir la verdad.

Al parecer, él si se había equivocado...

-Miguel... espera, pibe. Lo siento, de verdad... y-yo, sí, tenés razón; debí hablar antes con vos, tenés todo el derecho de...

-¡¿Y de qué sirven tus putas disculpas, baboso?! -sollozó, quebrantado-. Ma-Manu ahora piensa que soy una puta barata... piensa de mí lo mismo que piensa el resto... ya no es mi Manu... -en sus ojos se vio tanto dolor, que incluso Martín pudo sentirlo-. Y... y de todas formas, nada cambiará... Manuel ya no me ama, no me ama, y... y ya no somos nada. Él piensa lo peor de mí... que le fui infiel, y que me enredé con Antonio de puro gusto... tú no entiendes nada, Martín. Eres un baboso, un huevón, y...

-Pibe, relájate... escúchame; sí, quizá me equivoqué, y te juzgué falsamente con eso que dices, y...

-Ándate a la mierda...

Entre sollozos, Miguel se bajó del vehículo. Martín quedó descolocado. Miguel dio un fuerte portazo, y se echó a correr a la entrada.

Martín se quedó con un terrible sentimiento de culpa.

Miguel, parecía no mentir acerca de ello...

(...)

Cuando sintió la soledad golpearle de pronto, Manuel se echó en la oscuridad de su habitación.

Y miró hacia el techo.

Sentía una fusión extrema de emociones. Entre el dolor, la rabia, el rencor y la desesperación, de no poder apaciguar la intensidad en su interior.

El corazón le latía con fuerza; en parte, por la adrenalina del episodio reciente...

Había puesto fin a la relación con Miguel. Lo había mandado a la mierda.

Había terminado a Miguel...

Lo había hecho, por fin...

Pero no se sintió bien.

Y reventó en llanto.

En su interior, las palabras dichas por él mismo, le hicieron un doloroso eco.

''Me das asco''.

-N-no, no... -sollozó, tomándose el rostro, y jalándose el cabello despacio-. No es cierto, no es cierto, mi amor...

¿Asco? ¿Cómo podría él, sentir asco, por el hombre al que amaba con demasía? ¿Por el primer amor, al que amaba con sinceridad, con toda su alma, y por quién se atrevió por primera vez, a entregar todo de sí?

¿Cómo podría él, sentir asco por Miguel?

Miguel no le provocaba asco. Jamás podría hacerlo.

Porque Miguel, probablemente, había sido el primer gran amor de Manuel.

Y ante aquellas palabras tan venenosas, y dolorosas, disparadas desde su boca, con la rabia, el rencor, y el orgullo roto a flor de piel, generaron un tremendo daño a Miguel.

Y a él mismo también.

Porque las palabras, manejadas desde un corazón roto, desde un hombre herido, y decepcionado, se volvían la más letal arma a disposición de quien, atormentado por una herida interna, juega con la peligrosidad de la retórica.

Manuel había dicho, en aquella pelea, cosas terribles, que realmente no sentía.

Pero su orgullo estaba tan pisoteado, y su rencor hacia Miguel, por haberle fallado de esa forma, era tan poderoso, que Manuel no pensó al momento de hablar.

Pero ahora caía en cuenta de todo; y le dolía.

Las palabras dolían más que cualquier otra cosa...

''¡Porque eres un ególatra! Un apático, un caprichoso, un manipulador... estás seco de adentro, Miguel. No tienes alma''.

Y al recordar aquello, otro fuerte sollozo le sacudió la garganta. Manuel se abrazó a su almohada, y allí, retuvo su llanto.

-M-mi amor, Miguel... Miguel...

¿Qué no tenía alma? Aquello era mentira; una asquerosa mentira...

Miguel sí tenía un alma, y un alma bonita.

Por alguna razón, él se había enamorado tan inmensamente de Miguel...

Y aquella razón, era porque, en la luz de su alma, Manuel encontró en Miguel, el calor de otra alma bonita.

Sí; tenía alma. Y Manuel la amaba, pero ahora...

Ahora solo tenía rabia...

Rabia, dolor, y mucho rencor.

Y el peligroso filo, de sus palabras hirientes.

''¡Tú no amas a nadie, que no sea a ti mismo, Miguel!''

''¡Te amo, te amo, te amo! Esas palabras tuyas son pura mierda, Miguel''.

''Lo que me hiciste, fue peor que lo de Camila''

''Se acabó. Este fue nuestro último beso''.

''Te estoy terminando, Miguel. Desde ahora, eres libre de hacer lo que quieras''.

Aquellas palabras, al hacer eco en su mente, solo ahondaron más en su sufrimiento. Las lágrimas le cedían con facilidad, y ahogaba sus sollozos en la almohada entre sus brazos.

Amaba a Miguel, y le dolía inmensamente, el haberlo terminado.

Pero tenía que hacerlo...

Era lo correcto.

''Si vuelves a aparecerte por acá... vas a conocer mi peor parte, Miguel. Desde ahora, si insistes... me volveré tu peor enemigo''.

-Me-mentira... -sollozó abatido, aferrándose con fuerza a la almohada-. No podría, yo no podría... hacerte un daño, mi amor; no podría...

Y aunque en su interior, se alzaba un fuego que alimentaba su rencor, por otro lado, se hallaba la ambivalencia del amor que, con fuerza, se mantenía por Miguel.

Manuel estaba dolorosamente dividido.

-¿P-por qué me fuiste infiel? -sollozó destruido, al pensar luego en los rumores que, en la clínica, y a sus espaldas, antes oyó-. ¿A-acaso Antonio es mejor? ¿P-por qué, mi amor? ¿Por qué me engañaste con él? ¿Desde cuándo? No puedo soportarlo...

Y, aunque Antonio era ahora, formalmente el prometido de Miguel, Manuel no sabía, que en realidad Miguel, jamás le había sido infiel.

Que todo había sido en realidad, un mal entendido. Sí; era verdad. Ahora, formalmente, Miguel y Antonio estaban unidos, pero Miguel, siempre le había sido fiel a Manuel.

Tanto carnalmente, como emocionalmente.

Para Miguel, Manuel siempre había sido el único hombre.

Pero aquello, Manuel no lo sabía...

Y entre la soledad de su nueva realidad, en la oscuridad de su habitación, la noche pasó lenta y tortuosa para Manuel.

Entre los recuerdos pasados de su historia de amor junto a Miguel, entre el recuerdo de su piel entre sus labios, y sus manos, y el martirio de un engaño.

Y la imposibilidad de volver a amarse...

Y la posibilidad de que Miguel, siguiese su vida sin él...

Manuel se durmió recién llegada la mañana.

La almohada quedó empapada en lágrimas.

(...)

Cuando Miguel llegó a casa, la mesa estaba puesta para la cena. Desde la cocina, Rebeca le saludó calurosamente, llamándole a comer en familia.

Pero Miguel, sumido en tristeza, le ignoró, y pasó de largo a su habitación.

Todos se observaron extrañados. Luciano contrajo las cejas.

-¿Qué la pasará? -musitó Rebeca, descolocada por la actitud de Miguel-. Él... no se veía bien; creo que iba llorando...

Luciano agachó la cabeza. Removió la comida en su plato. Brunito balbuceaba.

-Seguramente está algo... inestable. Miguel siempre fue un niño muy emocional...

Héctor comenzó a reír divertido. Antonio sonrió irónico.

-La gente emocional es muy extraña...

Luciano observó a Antonio con cierto enojo. Ambos se observaron algo tensos.

¿Por qué Antonio se reía de la emocionalidad de Miguel?

-Antonio -rio Héctor-. ¿Por qué no vas a ver a Miguel? Tú eres su prometido. Ve a ver qué le ocurre. Quizá solo esté dramatizando algo muy pequeño...

Antonio sonrió, y se alzó. Lento, subió hacia el segundo piso, y siguió a Miguel.

Miguel, en su habitación, sollozaba con fuerza. Se aferraba a la almohada, como si de ello dependiese su vida.

Antonio, despacio, abrió la puerta. Observó a Miguel, que llevaba un aura muy destruida y desolada.

Antonio sonrió en su interior. Se mordió los labios.

-Oh... cariño, ¿qué ocurre, preciosura? ¿Por qué lloras de esa manera?

Miguel oyó a Antonio, pero le ignoró. Se escondió por debajo del cobertor, y sollozó con fuerza.

Antonio tomó asiento en la cama, y despacio, removió el cobertor, dejando al descubierto la desolación de Miguel.

Eva, a un costado, observó algo asustada; Antonio le hizo una expresión de desprecio.

-Oye, Miguel... chaval, ¿por qué lloras así, como si alguien hubiese muerto? No seas dramático...

Miguel volvió a ignorarle, y con rabia, de las manos, le quitó el cobertor a Antonio. Volvió a taparse.

Antonio suspiró. Miguel no se mostraba amigable con él.

Y es que Miguel, lo que menos deseaba ahora, era la molesta presencia de Antonio.

Lo único que quería era llorar. Llorar, y apagarse. La ruptura con Manuel le dolía como la mísmisima mierda. Se sentía fatal. Era como un piedrazo en la cara. El alma le dolía.

-Chaval, no llores... ¡no tienes razones para llorar! Mira... toda tu familia está contigo; felices... estamos unidos. Tienes una vida perfecta; no llores. ¿Por qué no bajas a cen...?

-¡¿Tú qué carajos sabes cómo me siento?! -gritó Miguel, incorporándose en la cama, entre lágrimas, y observando con rencor a Antonio-. ¡¿Perfecta?! ¡¿Crees que mi vida es perfecta?! ¡Eres un huevón, baboso!

Antonio quedó petrificado. Miguel le observó con absoluta rabia. Eva, asustada, observaba desde un rincón de la habitación.

Nunca había visto así a su amo, en todos los años que había vivido junto a él.

Nunca había visto a Miguel con expresión tan destruida.

-Eh, tío; cálmate, no me faltes el respet...

-¡¿Perfecta?! ¡Mi vida era perfecta hasta antes de tu llegada! ¡Yo vivía con el amor de mi vida, con el hombre al que amo! ¡Yo lo tenía a él, lo tenía todo, todo! ¡¿Y ahora qué?! Ahora llegaste tú, pedazo de... no sé qué mierda eres.

Antonio observó de piedra. Una vena se le hinchó en la sien, de la rabia.

-Y ahora, tengo que aceptar mi compromiso contigo... solo porque no quiero que mi padre muera. Estoy entre la espada y la pared, ¿sabes? Yo a ti, no te amo. No te amo, ni te deseo. A quién amo... es a otro hombre. No a ti, Antonio. Si te he aceptado como mi prometido, es por amor a mi padre, y porque no quiero que muera. Deja de tratarme con tanta cercanía; no me gust...

Una bofetada le voló las palabras a Miguel de los labios. Contrajo las pupilas. Lanzó un chillido.

Antonio observó con expresión asesina.

Eva, de un salto rápido, se subió a la cama. Le mostró los dientes a Antonio, y le lanzó un rasguño, en defensa de Miguel.

Antonio, de un manotazo, la mandó a volar. Eva chocó contra unas cajas.

Miguel se encogió del miedo. Antonio era sumamente agresivo, incluso con un pequeño animalito...

Aparte; Antonio tenía muchísima fuerza, casi tanta como Manuel...

-De esto se va a enterar tu padre... -le dijo, apuntándolo, y mirándolo con furia-. Y lo vas a matar, chaval. Vas a matar a tu padre de la pura rabia. Se lo voy a decir...

Miguel, con la mano temblorosa, se tomó la mejilla herida. Antonio salió de la habitación, y dio un potente portazo. Eva, mareada, maulló adolorida. Miguel se echó a llorar de nuevo.

Tenía miedo; comenzó a temblar. Eva se recostó a su lado. Miguel la abrazó, y sobre su pelaje, comenzó a sollozar. La gata le lamió el rostro, en señal de consuelo...

Miguel entendió entonces, en aquel instante...

Que, a diferencia de Antonio...

Manuel jamás le habría levantado la mano...

(...)

Al paso de las horas, y cuando sintió que no podían salir más lágrimas de sus ojos, Miguel, exhausto, cedió ante el sueño.

Y se quedó dormido, mientras lloraba.

Y, cuando el reloj en su habitación, marcó las tres de la mañana, Miguel abrió los ojos, y volvió a la realidad.

Alzó su cabeza despacio, y observó confundido. Las sienes le palpitaron con dolor; Miguel lanzó un quejido, y cerró los ojos. El llorar demasiado, le tenía con la nariz congestionada, con los ojos hinchados, y con una perra jaqueca de los mil demonios.

Miguel maldijo en un susurro.

Intentó levantarse, y se tambaleó un poco. El no comer, el llorar demasiado, el sentirse anímicamente destruido y, para variar, la fuerte bofetada de Antonio, le tenían corporalmente muy débil.

Miguel se lamentó.

Tomó una manta, y la arrastró hacia el exterior. Bajó las escaleras despacio, y Eva, lo siguió en silencio.

Cuando llegó al primer piso, Miguel se dio cuenta, de que todo estaba a oscuras. Escasamente, desde la calle, entraba la luz blanquecina del alumbrado público, a través de las finas cortinas de la sala.

Miguel suspiró.

Claro... era de madrugada. Todos estaban ya durmiendo. Él era el único, en toda la casa, que ahora estaba despierto.

Y para su infortunio, en la soledad de la noche, cuando el dolor, por la ruptura con Manuel, posiblemente más le podía destrozar.

Miguel sintió una fuerte punzada en el pecho.

-Tengo que comer algo...

Susurró muy débil, sintiéndose asqueado al ver comida.

Miguel no tenía hambre. No tenía apetito. Tenía una fuerte sensación de angustia en la boca del estómago, y la comida le parecía asquerosa.

¿Esa era la sensación de la tristeza máxima?

Miguel solo quería llorar. No quería ni siquiera tomar agua.

-Meow.

Maulló Eva a Miguel, en un intento de decirle: ''come, o bebe algo. Tienes que hacerlo, o caerás enfermo''.

Y sí, Miguel lo sabía; debía al menos hidratarse, después de tantas lágrimas derramadas, o en cualquier momento, el caería muerto, incluso antes que su padre.

Asintió despacio, y puso un poco de agua a hervir. En silencio, esperó a un costado, entre la espesa oscuridad. Miguel, con mirada perdida, e inexpresiva, observaba a la nada.

Los pensamientos le atormentaban en cada segundo, hasta que entonces, el vapor del agua hirviendo, anunció el punto de ebullición.

Miguel entonces, se sirvió una taza de leche caliente.

Con lentitud, caminó hacia el sofá. Allí se echó, y puso la gruesa manta sobre sus piernas. Eva corrió a su lado, y se sentó en su regazo. Miguel tomó la taza con leche caliente, y comenzó a beberla con expresión perdida.

Hubo un profundo silencio. Solo se oyó el resonar de un grillo en el jardín.

Y pronto, en la oscuridad de la sala, se vio también una lágrima.

Y la expresión destruida de Miguel, que, en la soledad de aquel lugar, palpaba el dolor de los recuerdos...

Y Miguel, no pudo evitar pensar en todo ello.

''Espera amigo, ¿por qué no te quedas aquí conmigo? Mira, mira... que bella está la noche. El mar, el viento, las aves... acompáñame. Qué lindas son las noches en Lima. Son más bellas que en mi natal Santiago...''

Al recordar aquella noche, Miguel sonrió con tristeza. Las lágrimas le volvieron a ceder.

El día en que Manuel le salvó de Rigoberto. La primera vez en que se vieron. El día en que se conocieron.

A Miguel se le apretujó el corazón...

¿Quién iba a pensar, que aquel muchacho, que Miguel pensó en un inicio era un narcotraficante, terminaría siendo el amor de su vida?

Y que al tiempo después, lo tendría a él así... con el puto corazón hecho pedazos, y llorando a mares, sintiéndose un pedazo de mierda, en medio la noche, y en una casa desconocida...

La vida cambia demasiado, en muy poco tiempo...

Porque de pronto, estaba en la cima junto a Manuel, amándose en lo más profundo de sus almas, jurándose amor eterno, y construyendo un mágico castillo sobre una hermosa pradera. Armando proyecto de vida juntos, en una playa comprometiéndose, y terminando haciendo el amor en un vehículo que no era de ellos.

El mirarse a los ojos, el besarse, el tocarse, el amarse, el hacer travesuras, los chistes, las risas, los enojos, las tardes de película, las tardes de maquillaje, las noches junto a Eva, conversando sobre el zodiaco, el cocinar juntos...

El tenerse el uno al otro...

Todo aquello lo tuvieron. Lo tuvieron todo.

Y de pronto, ya no había nada.

Y Manuel no estaba.

De tenerlo cerca, a su lado. De haber sido su musa, de haber sido el gran amor de su vida...

De pronto, para Manuel...

Para Manuel, él ya no significaba nada...

Miguel sintió un dolor de mierda muy en su interior. Puta, dolía, dolía mucho...

¿Así se sentía una ruptura? ¿De verdad así se sentía? ¿Era normal sentir tanto dolor en un corazón que, anatómicamente, era un sitio tan pequeño?

¿De verdad podía aguantar tanto dolor?

Qué sensación de mierda...

-Mi amor... -sollozó entonces, lanzando con rabia la taza con leche, y manchándose la alfombra. Miguel se tomó el rostro, y sollozó con profundo dolor-. Mi amor, mi amorcito... cuánto lo siento, perdóname, me duele tanto entender que... que ya no me amarás. Que todo lo que tuvimos, todo se acabó... no puedo soportar esto. El sentirte tan lejano, tan frío, tan distante... el saber que ya no me mirarás con esos ojos llenos de amor, que ya no me pensarás, el saber que ya no volverán esas tardes, esas noches... el ya no ver tus ojitos despertar por las mañanas. El no sentir el calor de tu bonita piel, el calor de tu alma suavecita... el no escuchar tus chistes malos, tu risa tan preciosa. El no probar tu comida extraña, el no sentir tus manos, tus besos... el no tener tu pecho para dormir, y llorar, el no escuchar tus ronquidos, el no poder admirar cada detalle de tus tatuajes, el pasar la tarde aburridos, mirando películas, el no tenerte, mi Manuel, el no tenerte, mi amor... me mata, me mata...

Miguel reventó en llanto. Su voz se quebró estrepitosamente.

Eva observaba entristecida. Jamás había visto a Miguel tan destrozado.

-Mi niño... siempre serás tú el amor de mi vida. Mi Manu... solamente tú, y nadie más. Eres el primer hombre al que amo de esta manera, y sin ti... no puedo, no puedo seguir, no puedo imaginarme la vida junto a alguien más, es imposible... es imposible pensar en mi vida junto a Antonio. Es a ti a quien soñé siempre, junto a ti, junto a ti, mi Manu... perdóname, no sé qué hacer, no sé cómo manejar esto, estoy tan... perdido, tan confuso... ¿qué hago? ¡¿Qué hago?! La vida de mi padre depende de mí... el derecho de que Brunito, mi hermanito, pueda tener a su papito con más años de vida a su lado, el hecho de no ser responsable de la muerte de mi papá... me siento con tanto peso sobre mis hombros, no sé cómo manejar esto, me quiero morir...

Miguel se oía desesperado. Su expresión era de alguien perdido, y desorientado.

-Yo no pedí esto, mamá... -musitó, abrazándose a Eva, que observaba entristecida-. No pedí esto, no lo quería... no pensé que iba a doler así. Cuando quise una familia, no era así... no con él, con Antonio... y no con mi papá a punto de morir... yo no quería cargar con este peso; no lo quería...

Comenzó a hipar entre medio del llanto. Empapó, de nuevo, el pelaje a Eva.

-Yo solo quería... tener paz. Quiero paz... y a mi Manu... a mi Manu... -Eva le lengüeteó el rostro-. Sé que soy tonto, soy tonto... y caprichoso, sí... soy muy estúpido, un niño huevón, y probablemente sí, merezca que me pasen cosas malas, pero yo... yo de verdad quería amar; nunca tuve malas intenciones, juro que no... nunca quise herir al amor de mi vida...

Y entre lágrimas, y en la fría soledad de la noche, Miguel se quedó echado en el sofá, observando por la ventana, con expresión perdida, y muy desorientada...

Y estando absolutamente ensimismado, Miguel no pudo percatarse de una nueva compañía cerca de él.

Hasta que entonces, dicha compañía, estuvo frente a él. Miguel le observó con expresión agotada; tenía los ojos hinchados, y ojerosos...

Luciano le observó estático.

Hubo un profundo silencio entre ambos.

-¿Por qué lloras? -disparó Luciano, algo insensible. Miguel observó agotado-. Déjate de llorar. El único que tiene derecho de hacerlo, es menino Manuel.

Miguel abrió los labios, y despacio, se incorporó en su sitio. Observó a Luciano, sin decir palabra alguna.

Luciano tenía expresión de rabia.

-Menino Manuel era tu prometido... ¿cómo pudiste hacerle eso, Miguel? Él te amaba muchísimo, y lo traicionaste... le rompiste el corazón. ¿Por qué lloras? No tienes derecho a hacerlo...

Miguel contrajo las cejas levemente. Otra lágrima le cayó, y se la limpió rápidamente.

¿Por qué Luciano le hablaba de esa forma? ¿Con qué derecho lo hacía?

-¿Qué quieres, Lú? Déjame en paz, no me siento con ánimos, como para...

-Eres una mierda, Miguel -le dijo, iracundo-. Permitiste que menino Manuel fuese humillado así... a la persona que decías que amabas. ¿Esa es tu forma de amar a alguien? Le hiciste sufrir, a él...; tú no tienes derecho a lamentarte ahora, que Manuel decidió dejarte...

-Cállate, Luciano -dijo Miguel, hastiado-. Ya cállate, imbécil...

-No me voy a callar -respondió, acercándose a Miguel, y dibujando una expresión muy rabiosa-. Cuando los vi esa noche, esa noche de tu cumpleaños, Miguel... tú celaste a Manuel conmigo, ¿no te da vergüenza? Resulta que celaste a Manuel, pero quien era infiel, eras tú... ¿cuánto tiempo llevas acostándote con Antonio? Menino Manuel no merecía est...

-¡¡Cállate!! -gritó Miguel, enrabiado por ser juzgado, por algo que, claramente, no era para nada cierto-. Y-yo jamás... jamás le fui infiel a Manuel. Yo lo amo. Nunca, jamás... ningún hombre, en la vida... podrá igualársele. Yo jamás le fui infiel.

-Já, claro... -rio Luciano, alzando los brazos, en son de burla-. Dices eso, pero esa noche, preferiste a Antonio, por sobre Manuel. Preferiste a ese imbécil, por sobre menino Manuel, que te amaba con toda su alm...

-Tú no entiendes nada, Lú... -Miguel le apuntó, con los ojos llorosos. Sentía rabia-. No entiendes nada... no entiendes mi decisión, porque no estás en mis zapatos. No sabes que me llevó a tomar esa decisión... no fue por Antonio. Él me vale mierda, y no sabes cuánto me duele el haber hecho esto. Hablas desde tu maldita comodidad... ¿y sabes qué, Lú? Esto no te incumbe. No te metas en lo que no te interesa. No entiendo porque tú...

Luciano tomó a Miguel por el brazo, y de un movimiento brusco, lo atrajo hacia sí mismo.

Miguel lanzó un jadeo sordo, y chocó contra el cuerpo de Luciano.

En la oscuridad, ambos se observaron de cerca. Ambos sintieron su aliento de cerca. Luciano, con expresión sería, le susurró entonces:

-Esa noche... cuando vi que ustedes dos eran prometidos, en mi interior... yo me rendí. Supe que ustedes se amaban, y eran felices, y decidí no intervenir... ¿pero sabes qué? Ahora las cosas cambiaron, Miguel...

Miguel contrajo las pupilas. Quedó de piedra.

-Ahora voy a luchar por el amor de menino Manuel, porque claramente... tú no lo valoras. Ya no hay nada que me detenga. Lo siento, Miguel, pero... Manuel ahora será mío. Te estoy declarando la guerra. Manuel me amará a mí...

Miguel quedó en shock. Se quedó de hielo por unos instantes. No pudo mover su cuerpo.

¿Qué mierda estaba diciendo su hermanastro?

Luciano sonrió.

-Desde ahora, haré todo para ganarme el corazón de menino Manuel. Me gusta. Él me gusta mucho, y te juro que lo haré mucho más feliz de lo que tú pudist...

Sin previo aviso, Luciano sintió entonces, unas manos alrededor de su cuello.

Miguel se lanzó contra él, y comenzó a asfixiarlo.

Ambos cayeron al suelo de golpe.

Y a contraluz, Luciano, asustado, pudo ver una expresión asesina en Miguel.

Tenía un aura terrible.

-¡¡A Manuel no me lo vas a tocar, hijo de puta, brazuca de mierda!! -gritó Miguel, iracundo, apretando peligrosamente el cuello de Luciano.

Lú, que desesperado intentaba arrebatar el fuerte agarre de Miguel, observaba petrificado.

Miguel, por primera vez, mostraba una fuerza asesina.

-¡¡No lo toques, conchatumadre!! ¡¡Huevón!! ¡¡Manuel es mío, es mío, mío!! ¡¡Él me ama a mí, no a ti!! Jamás, jamás podrás ganarte su amor... él es mío, ¡¡ES MÍO!! ¡¡No lo toques, te voy a matar, te juro que te voy a matar!!

Y con una fuerza, que Miguel, nunca antes había experimentado, apretó más brutalmente el cuello de Luciano.

Sentía una rabia descomunal...

Pero Luciano, preso también de la rabia, logró zafarse.

Y empujó fuertemente a Miguel.

Ambos comenzaron a pelearse. Se tomaron de la ropa, y se zamarrearon con violencia.

Eva observaba asustada. Corrió a la cocina.

-¡¡Menino Manuel será mío ahora!! -gritó Luciano, enrabiado-. ¡¡Tú le fuiste infiel!! ¡¡Lo traicionaste!! ¡¡Jugaste con su corazón!! ¡¡Me dejaste el camino libre, y me ganaré su amor!!

Miguel le dio un puñetazo. Luciano chocó contra la pared; alzó su mano, y tomó a Miguel del cabello. Lo jaloneó con fuerza. Miguel le mordió el brazo.

-¡¡Te juro que, si tocas a Manuel, te voy a matar, conchatumadre!! ¡¡Con mi flaco no te metas!!

-¡¿Tu flaco?! ¡Te recuerdo que él te terminó! ¡¿No es así?! ¡Por eso hoy llegaste así de triste! ¡Es lo que te merecías! ¡Manuel ya no es de nadie, y yo voy a conquistarlo!

-¡¡NO LO TOQUES, O TE MATO EN SERIO, HIJO DE PERRA!! ¡¡JURO QUE TE HAGO MIERDA, CONCHUDO!!

Miguel gritó con tanta rabia y fuerza, que pronto Rebeca, en pijama, y muy asustada, se hizo presente entre ambos.

El escándalo era fuerte.

-¡¡Chicos, chicos!! ¡¿Qué pasa?! ¡¡Suéltense, noooo, los hermanos no se pelean!! ¡¡Basta!! ¡¡Son hermanos!!

Rebeca, desesperada, intentó separarlos, pero ambos, estaban tan fuera de sí, que se tomaban de la ropa como dos animales presos del instinto. Miguel observaba a Luciano con expresión asesina. Luciano rechinaba los dientes.

-¡¡Héctor, ayúdame!!

Rebeca gritó asustada, intentando meterse entre ambos. A los segundos, se oyeron pasos acercándose. Héctor apareció.

Miguel entonces, se puso rígido.

Héctor se metió entre ambos, y tomó a Miguel con fuerza.

Miguel se sintió presionado. Héctor le miró con rabia.

-Basta -dijo, tajante-. ¡¿Por qué chucha pelean?!

Miguel y Luciano, se observaron enojados. Rebeca se veía confundida.

Miguel sentía rabia... mucha rabia. ¿Por qué Luciano se daba ese derecho sobre Manuel? Sí; era verdad... él y Manuel, ahora habían roto su relación, pero...

Aún había sentimientos de por medio, y, de hecho, ahora, existían más que nunca.

Luciano estaba siendo insensible con la situación. Una ruptura se respetaba.

Y Manuel, también se respetaba... ¡¡MANUEL NO SE TOCABA!!

¡¡NO CON SU FLACO!!

-Vayan a sus habitaciones, todos; ahora. No quiero un escándalo en mi casa -ordenó Héctor, con expresión seria.

Luciano siguió observando a Miguel. Miguel susurraba toda clase de insultos a Luciano.

-Filho da puta... -susurró Luciano, en portugués.

-Pedazo de mierda, conchatumadre... -respondió Miguel, iracundo-. Víbora...

-¡Yaaaaaa! -intervino Héctor, hastiado. Tomó con fuerza a Miguel, y lo giró hacia su cuerpo. Rebeca, asustada, tomó a Luciano, y se lo llevó, regañándolo en portugués.

Todos entonces, fueron por direcciones distintas. Héctor, a la fuerza, arrastró a Miguel a su habitación. Estaba cabizbajo, avergonzado, en parte, por el escándalo.

Ambos se sentaron a la cama. Hubo un silencio incómodo. Héctor le miró con expresión seria.

-Son casi las cuatro de la mañana, Miguel -le dijo, con voz seca-. No puedes hacer un escándalo a estas horas. La gente está durmiendo.

Miguel asintió en silencio, y con la mirada agachada.

Hubo otro momento tenso entre ambos.

-No estás comportándote, Miguel. No estás ayudándome a sanar; me estás enfermando más...

Miguel contrajo las pupilas. El pecho se le encogió. Apretó las manos.

Su papá tenía razón...

De inmediato sintió remordimiento.

-Lo siento, papito... lo siento...

Al instante, experimentó un terrible sentimiento. Volvió a sentirse una mierda.

Héctor guardó silencio; sonrió despacio.

-Sabes que estoy enfermo. Sabes que, de tu comportamiento, depende el cómo mi enfermedad evolucione. Volví a Perú, y dejé mi vida entera atrás, solo para rehacer mi relación contigo, hijo...; no me decepciones así...

Miguel volvió a asentir en silencio. Cerró los ojos, y avergonzado, se quedó quieto.

Héctor entonces, lo abrazó con suavidad; Miguel sintió de nuevo ganas de llorar.

Tenía demasiados sentimientos en el pecho...

-Tranquilo, hijo... tu apartamento era... feo, y chico, pero entiendo que, el hecho de ponerlo en venta, en parte te entristece -dijo Héctor, asumiendo que, el estado de ánimo decaído que Miguel mostraba, era por causa de la venta del apartamento de Miraflores, y el repentino cambio de casa. Miguel torció los labios; su papá no tenía idea de la verdadera razón de su tristeza-. Pero... piénsalo bien, hijo. Esta vida es mucho mejor. Estás aquí... con tu familia, y con tu gata Carlota.

-Eva, papá...

-Sí, eso; Eva..., ahora estamos todos unidos, y aparte... en un mejor distrito. Tenemos una casa hermosa, y pronto, en la otra casa de San Isidro... estarás junto a tu futuro esposo; Antonio...

Al oír aquello, Miguel volvió a bajar su cabeza. Escondió sus lágrimas.

Odiaba esa idea, de que, quien fuese su futuro esposo, no fuese Manuel...

Él quería su vida junto a Manuel. No quería esta situación...

-Y... todo estará bien, hijo; te lo prometo... además, he estado pensando... que necesitas más compañía por las noches. Estás muy solo...

Miguel alzó la mirada, extrañado por las palabras de su padre.

Héctor sonrió agraciado.

-Desde mañana, por la noche... dormirás con Antonio. Te arreglaré una habitación especial para que compartas con él. Es hora de que empiecen a hacer vida de pareja...

Miguel torció los labios. Sintió un terrible rechazo.

En los ojos de Héctor se vio emoción.

Miguel entonces, tuvo que obedecer.

Bajó la cabeza, cerró los ojos, y retuvo el dolor en su pecho.

Sonrió falsamente, entre lágrimas, y asintió.

-Bueno, papá...

(...)

Tres días pasaron desde entonces. Manuel, en la necesidad de distraer su mente, para olvidar rápido el dolor de la ruptura, se vio obligado entonces, a volver al trabajo.

Pero lamentablemente, esa mañana... se despertó tarde. Una hora más tarde.

Otra noche de llanto en vela, de recuerdos dolorosos, y de rencor acumulado, le volvieron a provocar un agotamiento terrible.

-Puta la weá... -se quejó, observando con mirada ojerosa, y agotada, el reloj de su muñeca-. Estoy más atrasado que la chucha...

Se tiró en el colchón, y puso su mano en la frente. Suspiró con pesar.

En otra situación, se habría estado levantando apresurado, y preocupado, pues, como de costumbre, él era muy responsable con su trabajo, pero ahora...

Ahora todo le valía una mierda.

-Otro día como el pico, qué emocionante... -jadeó, y se levantó.

Arrastrando los pies, caminó hacia el baño. Se metió a la ducha, y con movimientos lentos, se talló el cuerpo con jabón; se enjuagó. Salió, nuevamente, arrastrando los pies.

Se miró al espejo. El cabello mojado le goteaba. Sintió vergüenza de sí mismo.

-Estoy hecho mierda...

Tenía los ojos cansados. La expresión adormilada, y, lo que más gracia le hacía a Manuel...

Ahora tenía un poco de barba.

-Tres días que dejo de rasurarme... y me sale pelo -alzó su mano, y se acarició el rostro. Sintió la aspereza del vello-. No tengo ni ganas de rasurarme; no tengo ganas de nada...

Y aparte, el vello en su rostro, le sumaban unos ocho años encima.

-Bueno... al trabajo.

Manuel se apresuró, y se vistió. Tomó sus indumentarias, y se dirigió a la clínica.

(...)

Al llegar a la clínica, no saludó a nadie. Algunos colegas intentaron acercársele, pero Manuel, no dio pie para ello.

No tenía humor para nada. Nunca antes se había sentido tan malhumorado.

-Doctor... -intentó hablarle su secretaria, algo asustada, por la expresión que Manuel llevaba-. Llegó... atrasado, y hay muchos pacientes enojados esperando, dejaron incluso un reclamo en...

-Ya -respondió a secas-. Bueno; gracias.

Y se acercó a su consulta. Los pacientes, que esperaban enojados en la sala de espera, comenzaron a reclamarle en voz alta.

Manuel hizo oídos sordos.

Y se encerró en su consulta.

Lanzó el maletín a su escritorio. Echó maldiciones a viva voz. Tomó la ficha clínica, y con rabia, removió las hojas, revisando.

Y de pronto, se quedó quieto. Miró hacia la camilla.

Se le vino un recuerdo fortuito en la mente.

Cuando él y Miguel se estaban conociendo, y Miguel vino a su consulta...

Y comenzaron a coquetear en la camilla...

Manuel sonrió despacio. Sintió una sensación cálida.

-Miguel... -susurró, con voz suave.

Y al instante, sintió rabia.

¡¿Por qué mierda, todo le recordaba a Miguel?! ¡¡Quería olvidarse!!

Si él había vuelto al trabajo... era, precisamente, para olvidarse de Miguel.

PERO TODO LE RECORDABA A ÉL. TODO.

Quería apagarse.

Y el día, pasó lento para Manuel. El trabajo ya no se le hacía agradable, y, por más que quisiera tomarle el gusto a lo que hacía, simplemente no podía.

Se sentía demasiado nostálgico.

No podía ignorar sus emociones...

(...)

Cuando la noche llegó, Manuel terminó su día de trabajo en la clínica. Observó, con expresión muy cansada, la hoja en el reloj de su muñeca.

Eran las ocho de la noche. Manuel suspiró. Alguien tocó a su puerta, Manuel indicó que pasara.

Apareció Martín.

-Hola -saludó, con una leve sonrisa. Llevaba dos tazas de café humeantes en las manos-. ¿Cómo te sentís?

Manuel sonrió cansado, y extendió su mano. Tomó la taza de café, y comenzó a beberla.

Hubo un profundo silencio.

-No sé... -susurró, empañándose sus lentes, por lo caliente del café-. No sé cómo me siento.

Martín torció los labios. Bebió café también.

-Es normal... -musitó-. Ahora estas soltero. No es fácil acostumbrarse de vuelta a la rutina, menos cuando... convivías con Miguel, y tenías una nueva rutina con él...

Manuel asintió en silencio. La mirada se le perdió en la pared de su consulta. Martín extendió su brazo por detrás de su cuello, y le sobó la espalda.

Manuel sintió un nudo en la garganta, pero no lloró. Estaba cansado de llorar.

Pero las emociones eran fuertes...

-Lo extraño...

Susurró, sintiéndose estúpido por ello. Agachó la mirada, y se quitó los anteojos. Posó sus dedos en su entrecejo, y apretó suave.

Martín miró con tristeza.

-Ya, Manu... ya... -Lo aferró despacio, y Manuel guardó silencio-. Es normal sentirte así. Es normal...

Hubo otro silencio. Se separaron.

-¿Has leído sus mensajes?

-No -respondió en un hilo de voz, reteniendo el nudo en su garganta-. Lo bloquee el primer día. No quiero leer sus mensajes, o voy a... -Tragó saliva-. O voy a volver hacia él...

Manuel conocía sus límites, y sus debilidades, y Miguel... él era una debilidad.

No podía darse el lujo de tenerlo cerca, o de nuevo, simplemente caería ante él.

Martín lo entendió.

-Ya, che... -le dijo, y le sobó la espalda-. Estás muy... cansado. Es mejor que vuelvas a casa.

Manuel asintió.

-Oye, por cierto... con barba te ves... rico, papi. ¿No quieres una chupada de pija exprés?

Manuel escupió el café, y comenzó a reír. Martín rio con él.

-¡Oooh el weón maricón, la cagai!

Le lanzó un manotazo a Martín, y rieron de forma estrepitosa.

Martín se sintió feliz, de haber hecho reír a su amigo, por una vez en el día.

De pronto, se oyeron golpeteos en la puerta. Ambos observaron curiosos.

-Doctor... hay una persona buscándolo. Está esperando afuera...

Manuel arqueó las cejas. Martín abrió la puerta. Tras ella, apareció la secretaria.

-Doctor Manuel... hay un joven esperándole afuera. Le hemos dicho que espere, pero es algo... insistente.

Martín torció los labios. Manuel mostró expresión seria; apretó la taza de café.

Era obvio que se trataba de Miguel.

-Bien, gracias. Bajaré dentro de poco; total ya terminé mi día en la consulta. Dígale, por favor, que ya voy.

La secretaria asintió nerviosa, y se alejó. Martín se volteó hacia Manuel, con semblante algo nervioso.

Si se trataba de Miguel... algún escándalo se armaría allí. Y no precisamente por Miguel, sino que por la reacción de Manuel...

-Che, Manu... es Miguel, ¿verdad?

-Es obvio -dijo a secas-. Solo él viene hasta la clínica para verme, y montar un revuelo...

Hubo un profundo silencio. Martín torció los labios.

-¿Qué vas a hacer...?

-Echarlo -respondió, enojado-. Le dije la última vez, que, si volvía a aparecerse, iba a volverse mi enemigo. Se lo dije. Tiene que ser muy cara de raja, para serme infiel con el culiao de Antonio, hacerme pasar una perra humillación... para que después, venga a verme a la clínica. Él y yo, ya no somos nada. Que se vaya a la chucha. Que se vaya con el conchetumadre de Antonio po, a ese le gusta parece; le encanta ese weón...

Manuel celoso; Martín jamás había visto esa faceta...

-No quiero verlo -Tomó su maletín, y lo ordenó. Se detuvo a secas-. Sí, lo extraño, pero... yo tengo orgullo. Fue demasiado.

Martín sonrió despacio.

-Ya, tranqui... ahora baja, y solo relájate. Te acompaño, total... igual me voy ya. Es tarde.

Ambos asintieron, y Martín, volvió a su despacho. Manuel ordenó sus pertenencias, se sacó la bata blanca, y la dobló en el interior. Apagó las luces de su consulta, y salió al pasillo. Tomó el ascensor para bajar.

En el interior, iba sumido en un montón de emociones. Miguel le esperaba allí abajo...

Manuel tenía una fusión de sentimientos.

Cuando el ascensor entonces, se abrió, Manuel caminó rápido hacia recepción.

Cuando entonces él llegó, Miguel le esperaba de espaldas a él. Manuel apretó los puños. El corazón le latió con fuerza.

Miguel entonces, se volteó hacia él.

Se observaron de frente. Manuel sonrió extrañado.

No; no era Miguel...

Era Luciano.

-Menino Manuel... -musitó, sonriendo con ternura. Un leve brillo se vio en sus ojos castaños; las mejillas se le sonrosaron-. Hola...

Manuel quedó pasmado; no era lo que realmente esperaba encontrar...

Luciano, en un movimiento lento, acostó distancia hacia Manuel, y le besó la mejilla.

La recepcionista observó avergonzada.

Manuel pestañeó curioso.

-Ho-hola, Lú... -respondió, algo descolocado. Sonrió despacio-. Y-yo... esto es extraño. ¿Viniste a ver a Martín? Él está por bajar ya, así que...

-No, no... -susurró Lú, con tono tierno. Tomó la corbata a Manuel, y comenzó a acomodársela. Deslizó sus manos por los hombros de Manuel-. Vine a verte a ti, menino Manuel...

Manuel contrajo un poco las pupilas, y pestañeó extrañado.

-¿A... a mí?

-Ajá...

Luciano sonrió con ternura. Manuel alzó ambas cejas. Se observaron en silencio.

La recepcionista sintió la tensión entre ambos. Se avergonzó, y miró hacia otro lado.

Y de pronto, apareció Martín.

Los vio a ambos, y paró de golpe. Los observó desde la distancia.

Sintió una leve opresión en el pecho...

-Vine porque... quería verte, menino Manuel...

Manuel sonrió despacio, y no por felicidad, sino que, por los nervios. No entendía muy bien la situación.

-Quiero acercarme a ti, Manu. Quiero que seamos buenos... amigos. Y, bueno... traje algo para que podamos compartir... quizá es sorpresivo, lo siento por eso. -Luciano alzó una bolsa que traía en el hombro. En el interior, se vio una botella de vino, y cosas para comer-. Me preguntaba sí... podía acompañarte, y quizá... conversar; no lo sé...

Manuel suspiró despacio. Luciano observó con una sonrisa en el rostro.

-No lo sé, Lú... es un poco tarde. ¿Qué dirá tu familia? Es obvio que les di mala impresión... ¿no tendrás problemas con tu mamá? No creo que sea una buena idea...

-Eso da igual -respondió Lú, haciendo un ademán-. Yo hago mi vida aparte...

Manuel torció los labios. Se rascó la nuca.

No se sentía muy cómodo con esa propuesta, pero...

Pero Luciano se veía emocionado, y con aura muy tierna. Aparte... él había preparado algo para ambos.

A Manuel le dio pena rechazarle.

-¿Por qué no te diviertes un rato? Vamos... será solo conversar, reírnos, no sé... -Le frotó con suavidad el hombro a Manuel-. ¿O estás muy triste por lo de Miguel? Porque... no sé si recuerdas, pero él y Antonio...

Manuel contrajo las pupilas. Se quedó pasmado.

De nuevo; sintió rabia.

Sí... Luciano tenía razón; ¿por qué no podía él divertirse? Total... Miguel y Antonio, se divertían, ¿verdad?

Seguramente estaban cogiendo. Seguramente Miguel la pasaba bien sin él...

¿Por qué él no podía divertirse?

Y no; no es que él fuese a coger con Luciano. No tenía interés en eso. Quería ser responsable con sus acciones.

Pero al menos, entre tanto sufrimiento, él tenía el derecho también, de distraerse.

Total; ahora estaba soltero. Podía re direccionar el rumbo de su vida. Era libre de hacer lo que se le daba en gana.

Y decidió aceptar la invitación de Luciano.

-Ya, bueno -respondió a secas, y Luciano sonrió-. Vamos. Lú.

Lú dio pequeños saltitos, y comenzó a aplaudir.

Manuel observó con tristeza aquello; Luciano tenía reacciones muy parecidas a las de Miguel...

-¡Obrigado, menino Manuel!

-¿Sabes viajar en moto? Tengo una moto, así que ahí nos iremos. Tienes que aferrarte fuerte a mí.

A Luciano le brillaron los ojos.

¡El viajar abrazado a Manuel, arriba de una moto, por la ciudad! Aquello era... sexy.

-¡Síiiii!

-Ya, vamos entonces...

Manuel caminó hacia la salida, y tras él, Luciano le siguió con aura alegre.

Martín, a la distancia, observó eso con tristeza.

Bajó la mirada.

Hubo un profundo silencio.

-¿Por qué me duele ver algo como esto? Qué pelotudez...

(...)

Aquella fue la primera noche, en que Miguel y Antonio, compartían habitación, por orden de Héctor.

Miguel, preso de la situación, no fue capaz de dormirse temprano. Sentía pavor.

El solo hecho de compartir cama con Antonio, le generaba rechazo automático.

Esa noche, Miguel entonces, se encerró en el baño. Desnudo, se quedó bajo la ducha, y sintió el agua tibia caerle en la cabeza. Eva, a su lado, observó con aura nostálgica.

Miguel, como había estado desde la ruptura con Manuel, se veía destruido. No tenía fuerzas para nada.

De partida; Manuel no le contestaba los mensajes. A diario, y a todas horas, Miguel intentaba comunicarse con él, pero... nada ocurría.

Manuel le ignoraba de forma magistral.

Y, por otro lado, Antonio era con él, cada vez más acosador, e insistente...

Y por causa de su padre, Miguel, no podía rechazar directamente a Antonio.

Estaba bajo muchísima presión, por todos lados...

-No quiero acostarme con él... -susurró devastado, abrazándose las piernas, bajo la ducha-. Me da miedo dormir con él. Lo único que quiere, es cogerme...; me siento como un pequeño conejo, que va a dormir con su depredador...

Cerró los ojos, y se quedó abrazado en su sitio. Intentó darse un poco de consuelo.

-No quiero que ningún hombre me toque... ningún hombre que no sea mi Manuel...

Y hubo un profundo silencio. Solo se oyó el resonar de la ducha.

Hasta que entonces, se oyó la voz de Antonio, tras la puerta.

-Tío, apresúrate, ya ven a dormir. Te estoy esperando.

Miguel hizo una mueca de asco. Contrajo su expresión.

-No estoy listo aún. Me estoy duchando.

-¡Llevas ahí dos horas, chaval!

-¡Estaré el tiempo que quiera! ¡¿Oíste?! ¡Déjate de huevadas, y vete a dormir! Saldré de acá cuando yo quiera.

Antonio le dio una fuerte patada a la puerta, y Eva saltó asustada. Miguel se encogió en su sitio.

Antonio echó maldiciones al aire, y pronto, se fue a la cama. Miguel suspiró, aliviado.

Al parecer, no iba a golpearlo de nuevo...

Y pronto, se volvió a abrazar a sí mismo. Se quedó quieto, observando el agua escurrir. La mirada se le tornó confusa, y muy desorientada.

Miguel se sentía vacío...

Y de pronto, y sin quererlo, las lágrimas le escurrieron solas...

Extraña brutalmente a Manuel...

Y le dolía. Se sentía culpable, y responsable por el resultado que ahora ocurría.

Pero lo único que podía hacer... era llorar.

Llorar, y solamente llorar...

Y sentía rabia, porque al llorar, las cosas no cambiaban...

Quería recuperar a Manuel, pero... ¿cómo? ¡¿Cómo podría hacerlo?! Estaba atrapado, en esa jaula...

Estaba preso de las circunstancias que rodeaban su vida. Su padre estaba gravemente enfermo, y cualquier cosa que Miguel, hiciese o no, le perjudicaba directamente a él...

Y Miguel no quería dañar a nadie. No quería hacer daño a nadie...

Ni a Manuel, ni a su padre, ni a su hermanito Brunito...

Quería recuperar la vida pasada junto a Manuel. Quería hacerlo; y lo juraba por el recuerdo de su madre...

Pero no sabía cómo hacerlo. Por dónde comenzar. Cómo actuar para evitar dañar a alguien en el proceso. Él quería cambiar; sabía que tenía errores, que era estúpido en ocasiones, y que tomaba malas elecciones, pero... él quería hacerlo; quería cambiar, y aprender, pero... sentía que solo, él solo... él solo contra todo ello, contra todo ese dolor, contra todas esas circunstancias...

El solo no podía...

Era todo demasiado para él...

Y entonces, reventó en llanto.

Y su primera noche, junto a su prometido, fue la más triste de todas. Miguel, cuando volvió a la cama entonces, vio a Antonio plácidamente dormido.

Esa madrugada, Miguel, volvió a llorar desconsoladamente en la sala de su casa.

Pero en esa fría y triste noche, Luciano no apareció de nuevo para interrumpirlo...

¿Dónde estaba Luciano?

.

.

.

''Me perdí buscando ese lugar, todo por tratar de demostrar, olvidé que, sin tu amor, no valgo nada, y tomé una vuelta equivocada.

Me quedé sin movimiento, sin saber por dónde regresar, lleno de remordimientos, dejándote detrás, fingí ser alguien más.

Y llorar, y llorar, no sirve de nada ahora que te perdí, te quiero recuperar,

Ven sálvame, despiértame, rescátame, del sufrimiento...

Tengo la esperanza que el dolor, cambie y se transforme en tu perdón, navegar en un mar sin fantasmas, y la luz de tu amor, sea mi mapa.

Juro que es verdad no miento, que mi voluntad es en cambiar, pero sola yo no puedo, no sé cómo lograr, mi alma reparar.

Y llorar, y llorar, no sirve de nada ahora que te perdí, te quiero recuperar,

Ven sálvame, despiértame, rescátame del sufrimiento...''

Jesse & Joy.

(...)

Hay doble actualización. Sigue en el siguiente capítulo.

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