Antes del Eclipse
Miguel no fue capaz de reaccionar por alrededor de un minuto. Su padre, con una amplia sonrisa en el rostro, le observaba desde la puerta. Más hacia el fondo, Rebeca, la esposa de su padre, mecía en sus brazos a Brunito, su hermano menor de tres años. Por otro lado, Luciano, su hermanastro, ignoraba el escenario; con los audífonos puestos, y con la vista clavada en la pantalla del celular, parecía vivir en su propio mundo.
Al ver ante él, una imagen como esa, Miguel no se sintió capaz de entenderlo a los pocos segundos. Pestañeó shockeado, y abrió los labios.
Su padre... estaba ahí.
Su papá... su papá... su papá...
Estaba... vivo. ¡Y la familia completa lo acompañaba!
¿Era eso la realidad? ¡¿No era acaso un sueño?!
—Hijo... —musitó entonces Héctor—. ¿Cómo estás? Yo venía a...
Miguel entonces, de pronto se lanzó a los brazos de su padre. Cerró los ojos, y lo abrazó con fuerza. Héctor quedó un tanto descolocado.
Hubo un profundo silencio. Miguel se aguantó el llanto, abrió los labios, y con voz rota, susurró apenas:
—Bi-bienvenido a casa... papá.
(...)
Cuando todos ingresaron al apartamento, Miguel se tornó demasiado nervioso. No estaba acostumbrado a recibir visitas —más que la de Manuel, o, de vez en cuando, la de Martín—, pero, a pesar de su nerviosismo, sentía una alegría absoluta invadirle en el pecho. Los latidos excedían la velocidad de lo habitual, y una sonrisa amplia, se impregnaba en su faz.
Su familia... ¡Su familia estaba en casa! Aquello era maravilloso, e... impensado. Miguel jamás se habría imaginado aquello. Estaba, incluso en ese momento, shockeado aún por lo que ocurría.
—To-tomen asiento, por favor... —balbuceó, con una sonrisa atontada—. Acomódense. Y-yo... ¿Quieren cenar? Preparé lomo salteado, y... y está riquísimo. ¿Les sirvo un café? O... ¡O pisco! Y-yo... estoy muy feliz de que ustedes, uste-tedes...
Miguel sonrió, y la voz le tembló. Suspiró.
—Calma, hijo... —le dijo Héctor, apacible. Acortó distancia hacia Miguel, y le tomó los hombros. Miguel alzó la vista hacia su padre, lo observó admirado. Rebeca, Bruno y Luciano, se acomodaron en la mesa—. Es bueno... verte, hijo. Has... crecido mucho, hijo...
Miguel torció los labios. Los ojos se le aguaron. De nuevo, aguantó las lágrimas.
Su padre también estaba cambiado. Tenía una expresión un tanto más cansada, y era mucho más canoso.
—Pa-papá... —musitó Miguel, no pudiendo quitar su vista del rostro de Héctor. Atrás, Rebeca, Bruno y Luciano, ignoraban la situación que, entre padre e hijo, se desataba—. Y-yo... estoy tan feliz de que tú... hayas venido. E-es la primera vez que... me visitas. No te veía desde hace... casi seis años. Yo... estoy tan feliz de que tú...
Héctor sonrió, y le acarició el cabello a su hijo. Miguel sintió el corazón latirle con fuerza. Su papá, nunca antes le había acariciado así el cabello.
Nunca antes, su papá le había siquiera llamado hijo, con un tono armonioso, como lo hacía ahora.
—Hablaremos dentro de un rato, ¿te parece? —musitó Héctor—. Quisimos pasar a verte, aprovechando que... estábamos por acá cerca. Cambié de celular, porque el mío se rompió —dijo, sacando de su bolsillo el aparato nuevo. Miguel, comprendió entonces, la razón del por qué no contestaba—. Lo siento por venir sin avisar...
—¡N-no! —exclamó Miguel—. Está bien, papá. Amo que estén acá —sonrió—. Por favor, quédense a cenar.
—No queremos molestarte, hijo...
—No son una molestia... —susurró Miguel, tomando las manos de su padre, y apretándolas—. Quédense, por favor.
Hubo un silencio, y ambos se observaron. Héctor entonces, sonrió.
—Bien, nos quedaremos a cenar —Anunció, y Miguel sonrió—. Y... dentro de un rato, hablaremos sobre... bueno, sobre lo del otro día.
Miguel entonces, descompuso su expresión. Claro... ¿cómo no lo recordaba? La alegría y la magia, de tener a su familia en su apartamento, de pronto le hizo olvidar que su padre, había llamado hace días para darle una triste noticia...
—Pero de eso nos ocuparemos luego —dijo Héctor, frotando los hombros de su hijo—. Tú tranquilo, hijo. Ahora... vamos a sentarnos a la mesa. Quiero presentarte a...
—S-sí... —musitó Miguel— pero déjame servirles comida, ¿sí? Quiero tratarlos bien a ustedes... les alcanzo ahora.
Héctor sonrió, y despacio, le besó el cabello a su hijo. Cuando él entonces, se volteó para ir a la mesa, Miguel sintió que el corazón le saltó con fuerza.
Y, cuando vio desde el sofá, como su familia entera estaba en la mesa, riendo y conversando, Miguel sintió que todo era un sueño.
Sonrió, y apresurado, se adentró en la cocina. Allí dentro, Eva le observó, sorprendida.
Extasiado, Miguel entonces comenzó a sacar platos y copas. Sirvió lomo salteado, y con una sonrisa nerviosa, comenzó a servir la cena.
Una lágrima le cayó, y la emoción, no pudo ocultar más.
El corazón le estalló en conmoción.
Las manos le temblaron, y la cuchara con comida, se le cayó al suelo. Las lágrimas le cedieron.
Eva le observó preocupada, y saltó por encima del mesón. Le observó de cerca.
—Dios... —sollozó Miguel—. Deja que alguien como yo, que ha hecho mal las cosas durante su vida... disfrute de una pequeña cena con su familia. No está mal que incluso yo... pueda disfrutar de algo como esto, ¿o sí?
Se quedó unos minutos en silencio, y cuando se sintió listo para volver con su familia, Miguel se limpió las lágrimas.
(...)
Cuando entonces todos estuvieron a la mesa, Miguel observó con mayor tranquilidad todo. Rebeca, la esposa de su padre, parecía ser una mujer muy dulce y carismática. En los brazos de ella, Brunito, su hermano menor, parecía jugar con la comida. Miguel sonrió enternecido; nunca antes había visto de cerca, y en persona a su hermanito.
—Brunito... —dijo despacio Miguel, y el pequeño observó—. E-él es... mi hermano.
Rebeca y Héctor, sonrieron. Rebeca, dijo entonces:
—¿Quieres cargarlo?
Ante dicha pregunta, Miguel se sobresaltó. Abrió los labios, y observó inquieto.
¡¿Cargar a su hermanito?! Aquello era algo, que jamás Miguel habría imaginado.
—S-sí... —dijo dubitativo, y Rebeca, con una gentil sonrisa, le extendió al niño. Miguel lo recibió, y son las mejillas sonrojadas, lo observó. Bruno le sonrió despacio, y le tocó el rostro, con sus pequeñas manos. Miguel quiso volver a llorar—. Ho-hola, Brunito... —musitó, emocionado—. Y-yo soy... Miguel; tu hermano mayor...
Miguel no pudo evitar sentir un fuerte calor en su pecho. Entre sus brazos, sostenía a sangre de su sangre; su propio hermano.
Así que... eso se sentía tener familia. Pertenecer a un sitio. Tener compañía de tu sangre.
—¿Tú has cocinado esto, hijo? —irrumpió de pronto Héctor, probando el lomo salteado. Miguel, sonriente, y con su hermano sentado en su regazo, asintió—. Exquisito. Tienes un gran talento en la cocina.
—¡Gracias, papito! —exclamó.
—Grandioso —dijo por otra parte Rebeca, con un español distinto pues, al ser ella y Luciano de procedencia brasileña, al hablar el español, se les notaba aún la diferencia en la pronunciación—. Cocinas muy bien, Miguel. Tal y como se esperaba de un peruano.
Miguel sonrió, y se sonrojó. Se sintió de pronto, con el corazón lleno de alegría.
Con el paso de los minutos, entonces los tres se desenvolvieron en una grata conversación. Su padre, como nunca, se mostraba muy gentil y amoroso con él. Miguel, no se detuvo a preguntar las razones de aquello, ¿para qué? A él, solo le bastaba con tener a su padre cerca, y no tenía intenciones de matar la magia de dicho momento. Rebeca, por otro lado, parecía ser también una mujer con buenos modales, y muy amable. Brunito, por su parte, balbuceaba, y jugaba con sus carros de juguete. Y... Luciano, su hermanastro...
Él parecía ser algo distinto. Mantenía la mirada clavada en el celular, sin siquiera saludar a Miguel, y comiendo en silencio. No interactuaba con ellos.
Miguel le observó algo extrañado.
—E-Él... él es...
—Luciano —dijo Rebeca algo apenada, intentando presentar a su hijo, que hasta dicho momento, no se mostraba muy atento a su entorno—. Se llama Luciano. Es un poco callado al principio, pero...
—Es tu hermanastro, Miguel —intervino Héctor, sonriendo apacible—. Tiene casi tu misma edad. Podrían llevarse bien.
—O-oh... —Miguel se mostró sorprendido—. ¿En serio? ¿Y qué edad tiene?
Luciano, no oía la conversación entre ellos. Con los audífonos puestos, y con el volumen de la música al máximo, era posible oír incluso desde el exterior, qué clase de música escuchaba.
Parecía ser algo como rock, o metal.
—Eh, Luciano... —dijo Rebeca, un poco molesta—. No seas maleducado, sácate eso. —Extendió una mano, y le quitó un audífono a Luciano.
El muchacho observó molesto.
—¿O que faz? —''¿Qué haces?'', preguntó a su madre, en portugués—.
Não interrompa minha música —''No interrumpas mi música'', dijo irritado.
—No hables en portugués, es de mala educación —le regañó su madre—. Habla en español, y quítate eso. Preséntate con Miguel, al menos.
—¿Quem é o Miguel?
—¡Déjate de hablar en portugués! Sabes perfectamente hablar el español. Hazlo Lú, o me harás enojar.
Luciano rodó los ojos, e irritado, se quitó ambos audífonos. De mala gana, lo metió en un bolsillo de su jeans.
—¿Quién es Miguel? —repitió en español.
Miguel sonrió enérgico, y le saludó, alzando su mano.
Luciano observó inexpresivo.
—Hola, Luciano —dijo Miguel, amigable—. Soy Miguel, y tú y yo... somos hermanastros.
Héctor y Rebeca, sonrieron. Era la primera vez, que ambos hermanastros, tenían una interacción.
—Podrían llevarse bien —dijo entonces Héctor—. Tienen la misma edad. Miguel tiene veintiún años, y Luciano...
—Voy a cumplir veinticuatro, papá —irrumpió Miguel, avergonzado.
—Sí, eso; veinticuatro —se retractó—. Y Luciano tiene veinte.
—Tengo veinticinco —irrumpió Luciano, alzando una ceja.
Héctor se echó a reír.
—¡Mejor aún! Se llevan por un año. Sean buenos hermanos.
—Pueden tener gustos similares. A Lú, le hace falta interactuar con alguien de su edad. —dijo Rebeca.
Miguel sonrió, y asintió.
—Claro, por mí no hay problema. Es más, sería súper chéver...
—Não me interessa —dijo cortante Luciano, y se volvió a poner los audífonos. Rebeca, su madre, le golpeó con el codo. Luciano lanzó un quejido.
—¡No seas tan grosero, Lú! —le regañó su madre.
—Não.
—¡Deja de hablar en portugués! —le volvió a decir.
—Hazle caso a tu madre, Lú —intervino Héctor.
—No te metas tú, Héctor. No eres mi padre; no tienes derecho a decirme nada.
Miguel observó aquello, boquiabierto.
¿Luciano había sido grosero con su padre?
Héctor lanzó un suspiro.
—E-este... ¿traigo café? ¿Alguien quiere un café? —irrumpió Miguel, intentando cortar la discusión.
—Sí, por favor.
—Claro, hijo.
Miguel sonrió, y dejó a Brunito en el suelo. Este comenzó a caminar por el apartamento, sonriendo y balbuceando.
Cuando Miguel entonces estuvo en la cocina, Eva le observó extrañada. Miguel, descolocado, dijo entonces:
—Ese Luciano... es cosa seria —le dijo a Eva—. Si no fuese porque... es mi hermanastro, ya le habría sacado la chucha, Eva. ¡Hasta le fue atrevido a mi papá! O sea, si yo le contestaba así a mi papá, no vivía para contarlo. Le voy a tener paciencia, es mi familia, al fin y al cabo. Quizá esté molesto por ahora...
A los pocos minutos, volvió con tazas, café, y azúcar.
Les extendió el café a todos.
—¿Quieres café, Lú? —preguntó Miguel, extendiéndole una taza a su hermanastro. Luciano alzó la vista, y asintió algo inexpresivo.
Al paso de los minutos, entonces la tensión en el ambiente, volvió a descomprimirse. Rebeca, Miguel y Héctor, volvieron a tener una conversación tranquila. Comenzaron a reír.
Luciano, que volvió a clavar su vista en el celular, entonces se sacó la chaqueta de cuero. Dejó sus brazos desnudos al descubierto.
Llevaba tatuajes.
Miguel observó impávido, hasta que entonces, algo vino a su mente.
Tatuajes...
El corazón se le detuvo.
—¡Ma-Manuel! —exclamó, y dio un brinco.
Luciano le observó extrañado. Su padre, y Rebeca, observaron también descolocados. Miguel sonrió nervioso, y luego dijo:
—Eh... ¿me permiten un momento? Debo hacer algo importante...
—Claro, hijo. Ve, tranquilo.
Miguel rio nervioso, y se alzó de la mesa. Fue corriendo hacia su habitación, y se encerró. Tomó su celular, y marcó de inmediato a Manuel. La línea comenzó a sonar.
Miguel, nervioso, alzó su mirada hacia el reloj. Eran casi las 8:30 pm, y Manuel, volvía del trabajo a las 9:00 pm. Quedaba tan solo media hora.
Si Manuel, aparecía de pronto en el apartamento, seguramente habría problemas.
¿Cómo iba a explicarle a su padre, que convivía con otro hombre, y que todavía ese hombre, era su prometido? Era demasiado pronto para eso...
Y se formaría un ambiente algo incómodo. Miguel debía explicar a su padre eso, pero con tiempo, y tacto.
Al paso de los segundos, entonces en la línea, resonó:
—¿Aló, mi amor?
—Manu, amor —contestó Miguel, y suspiró aliviado. Manuel se preocupó.
—¿Pasa algo, amor? ¿Pasa algo malo?
—N-no, mi amor. Yo... te llamaba para pedirte algo que es... importante —Miguel sonrió nervioso.
—¿Qué ocurre? ¿Quieres que pase a comprar pollito a la brasa? Te pillé... mañosito —Manuel comenzó a reír—. Ya voy saliendo de mi turno. De hecho, ahora misma iba a cas...
—¿Puedes llegar un poquito más tarde? —irrumpió Miguel, y Manuel, quedó descolocado.
Hubo un silencio en la línea.
—¿Qué? —dijo, incrédulo—. ¿Qué llegue más tarde?
—Sí, amor; por favor...
—¿Por qué? —Manuel se mostró extrañado. Por lo general, Miguel le llamaba para pedirle lo contrario; es decir, que llegase más temprano, porque lo extrañaba, pero nunca para llegar más tarde—. Miguel... ¿estás seguro de que no es nada malo? ¿Nadie te está haciendo daño?
—No, amor... —rio Miguel, enternecido por la preocupación de su prometido—. Es complicado de explicar ahora —le dijo—, pero te prometo, que cuando llegues, te lo explicaré todo; todito.
Hubo otro silencio. Manuel suspiró.
—Está bien —le dijo—. ¿A qué hora llego?
—A las diez. Solo una hora más.
—Bueno... —susurró—. ¿Y si me voy al Callao? Quizá, sea mejor que vaya a mi casa, así tú no...
—No seas huevón —le contestó Miguel—. No puedo dormir sin ti. Paso frío en las noches, y me pondré triste sin ti. Eres mi estufita humana.
Manuel rio con ternura. Miguel sonrió enamorado.
—Ya, bueno. A las diez entonces. Me quedaré un rato más. Pasaré con Martín a tomarnos un café.
—Bueno, mi amor. Nos vemos. Juro que cuando llegues, te cuento. Besitos, te amo mucho.
—Besos, mi amor.
Y la línea se colgó. Miguel suspiró aliviado.
No podía contar a su padre, por el momento, el compromiso que tenía con Manuel. Buscaría la circunstancia adecuada, para confiarle aquello. Pero sí; claro que lo haría...
A los minutos, entonces volvió a la sala. Allí, reinició la conversación con su familia, y al paso de los minutos, Luciano —por causa de la mala suerte, pues su celular se había descargado—, se vio obligado a participar de la conversación, aunque no decía nada, pues solo miraba inexpresivo.
—Y bueno, hijo... —dijo de pronto Héctor—. ¿Quién es ''Manuel''?
Miguel observó descolocado. Hubo un silencio.
—Creo que todos acá... oímos que gritaste ese nombre, ¿verdad? —Héctor dirigió su vista hacia Rebeca, y Luciano. La mujer asintió, sonriente, y Luciano rodó los ojos; comenzó a mirarse las uñas. Brunito, por otro lado, tomaba a Eva, y le tiraba los bigotes en el sofá.
—¿E-el de Manuel? —balbuceó Miguel, haciéndose el tonto—. Y-yo... bueno, sí...
—¿Y quién es él? —inquirió Héctor, configurándose en su rostro, de pronto, un aura seria—. No me digas que...
Miguel entonces, vio en el rostro de su padre, una expresión un tanto sombría. Miguel se encogió en su sitio.
—¿Es tu novio?
Miguel quedó de piedra. Bajó la mirada. Rebeca observó algo incómoda.
Hubo un silencio tenso.
Y Héctor, comenzó a reír. Miguel observó descolocado.
—¡Sólo bromeaba! —Rebeca comenzó también a reír, Miguel sonrió, nervioso—. Un amigo... ¿verdad? Tú no estás con alguien... que yo sepa. Tú no le has ocultado eso a tu padre, ¿verdad?
Miguel observó descolocado.
¿Cómo rayos su padre quería que le contase algo como eso? Si hasta hace apenas unas semanas, le había gritado por teléfono, y le había dejado en claro que no quería saber nada más de él. ¿Con qué confianza le iba a contar lo de Manuel?
—¿Verdad, hijo...? —dijo entonces Héctor, utilizando un tono apacible con Miguel. Este, contrajo las pupilas, y sintió su corazón compadecerse del tono de su padre.
Hubo un silencio, y Miguel, dijo entonces:
—E-es un... amigo —y sonrió. Héctor asintió.
—Ah, un amigo...
—S-sí... —dijo Miguel, nervioso. Ladeó su mirada hacia Luciano, y le observó los tatuajes—. Y... y tiene tatuajes, así como Lú.
Luciano contrajo las pupilas, y sonrió. De pronto, se mostró interesado en la conversación.
—Ah, tatuajes... —dijo Héctor, con desagrado—. Esos dibujos que son... típicos de los reos, y de los delincuentes... hijo, ¿en serio? ¿No puedes buscarte otro tipo de amistades? Yo y tu madre, no te dimos ese tipo de educación...
Luciano rodó los ojos, y por lo bajo, dijo:
—Velho tolo... —''viejo tonto'', en portugués. Héctor alcanzó a oírlo, y contrajo el ceño. Hubo un silencio incómodo. Rebeca sonrió, incómoda.
Aquella, era la razón por la cual Luciano y Héctor, no se llevaban bien del todo.
—A-ah, n-no... e-él es mi amigo, papá —volvió a decir. Por debajo, Miguel se mordió la lengua—. Pero es una buena persona, de hecho... él es médico. ¡Sí, es médico! ¡Y es un hombre muy inteligente! —al comenzar a hablar de Manuel, en los ojos de Miguel, fue visible un intenso brillo de ensoñación. Luciano se percató de ello, y observó curioso. ¿Manuel era solo su amigo? Por la forma en que hablaba de él, parecía no ser un simple amigo—. Él es muy inteligente, papá. Y es muy buena persona. Manuel es noble, y... ¡y amable! E-él es...
Miguel no pudo controlarse, al hablar de Manuel. Tanto era que lo amaba, que su lengua, al entonar su nombre, sola se movió. Sus mejillas se sonrosaron, y una sonrisa le brotó de los labios.
—Tienes que conocer a Manuel, papá... te juro que él es...
—Detente.
Cuando Miguel oyó a su padre, entonces se detuvo en seco. Alzó su mirada hacia él, y quedó petrificado. En los ojos de Héctor, fue visible un aura terrible. Miguel entonces, sintió miedo.
Se sintió como cuando era un niño, y su padre, en los rincones de la casa, le observaba con ira, antes de golpearlo, o castigarlo.
Miguel se encogió.
—No sé quién es él, ni me interesa —dijo seco—. No vine a hablar de él, yo vine a pasar el tiempo contigo, hijo mío... —suavizó su aura, y acarició el cabello a Miguel—. Eres tú quien me interesa.
Miguel, nervioso, asintió rápido, y sonrió. Hubo otro silencio.
—Rebeca, Luciano —dijo entonces Héctor, y ambos, observaron curiosos—. Tomen a Brunito, y bajen al vehículo. Nos iremos a casa.
Rebeca asintió, y se irguió. Caminó hacia Brunito, y lo tomó en brazos. Luciano se quedó en su puesto, y con el ceño fruncido, reclamó:
—A mí sí se me hizo interesante Manuel, eh. Hubieses seguido hablando de él. Yo sí te presté atención.
Héctor ladeó su mirada hacia Luciano, y le degolló con la vista. Luciano sonrió, desafiante.
—Vamos, Lú —le dijo Rebeca, desde la puerta—. Gracias por la cena, Miguel. Estaba todo muy rico.
—D-de nada, señora Rebeca... —sonrió Miguel, agraciado—. Vuelvan muy pronto, por fav...
—No será necesario que volvamos —dijo entonces Héctor—. De eso, justamente, quiero hablar contigo.
Miguel se mostró curioso. Rebeca, Luciano y Bruno, entonces salieron del apartamento. En el lugar, quedaron a solas Miguel y Héctor.
Héctor se irguió, y caminó hacia el balcón del apartamento. Miguel le siguió. Observaron la noche desde allí. Hubo un largo silencio.
—¿Qué pasa, papá? Lo... lo siento. Te hice enojar, ¿verdad? Perdón, papito, yo no quería...
—Estoy enfermo, Miguel —irrumpió entonces. Miguel bajó la mirada, y asintió. Hubo otro largo silencio—. Y, si he venido hasta Perú, es porque sé que mi vida pronto va a terminar.
Miguel entendió, que la conversación que había estado esperando, había llegado. El corazón comenzó a encogérsele.
—¿Qué enfermedad es, papá?
—Es un cáncer —dijo, y Miguel observó con tristeza—. Y no sé aún, qué grado de daño me ha ocasionado.
Miguel, esperanzado, le dijo entonces:
—¿Y ya visitaste a otro médico, papá?
—No tiene sentido, hijo. Debo aceptar mi destino, y ese es morir.
—Puede que haya algo que podamos hacer, papá.
—No la hay, hijo.
—¿Y si le digo a Manuel que te revise? —volvió a decir; ante ello, Héctor frunció el entrecejo—. E-Él es médico, papá, y uno excelente. Él trabaja en la clínica, la que está acá cerca. Es tan buen médico, que a él le derivan los casos más críticos. ¡Estoy seguro que él te revisaría gustoso, papá! ¡Él podría salvarte, y...!
—¿Podrías parar, Miguel?
—Tenemos que hacer algo, papá. Él va a ayudarte, por fav...
Héctor frunció el ceño, furioso, y de pronto, comenzó a toser desesperado. Miguel se sobresaltó.
—¡¿Papá?! —tomó a su padre, y le abrazó—. ¡¿Papá?! ¡Re-resiste!
Héctor tosió por varios segundos, y cuando Miguel comenzó a entrar en pánico, Héctor alzó su mano, y le indicó tranquilidad.
Miguel observó asustado. Los ojos se le cristalizaron.
—Pa-papito...
—Estoy muy enfermo, hi-hijo... —le dijo entonces, en un jadeo debil—. No puedo... pasar rabias, ni malos ratos. Incluso mi presión, la tengo muy mal. No puedo... estresarme, ni tener emociones fuertes. Mi vida pende de un hilo ahora mismo.
Miguel contrajo su expresión, y torció los labios. Con fuerza, se abrazó a su padre. Se sintió culpable por alterarlo.
—No quiero que mueras, papito...
Y sollozó con fuerza. Héctor, en un movimiento lento, se abrazó a Miguel. Y, por primera vez, padre e hijo, se abrazaron.
Se mantuvieron así por unos instantes.
—Aún queda una leve esperanza, hijo... —Miguel alzó su vista, y observó sorprendido, con lágrimas en los ojos—. Si todo va bien... mi evolución en los tratamientos, y si tengo tranquilidad... podría haber una leve esperanza. Pero para ello, necesito tranquilidad. Por eso vine a Perú, y dejé los hoteles en Brasil, a cargo de otro socio. Vine a Perú, para pasar mis últimos días en paz, y armonía.
Miguel se mordió los labios, inseguro por lo que volvería a decir.
—Manuel podría revisarte...
—Ya tengo a otro médico de cabecera —dijo irritado Héctor—. Y es uno muy bueno. Por favor, deja de insistir en lo mismo, Miguel. —Miguel agachó la mirada, y asintió con tristeza—. Y, la razón por la que he venido a Perú... es porque me he replanteado mi vida. Al estar tan cerca de la muerte, he entendido que contigo, Miguel, no he sido del todo justo.
Miguel observó sorprendido.
—He sido un pésimo padre contigo.
Al oír aquello, Miguel sintió su corazón encogerse. Los labios le temblaron, y asintió despacio.
Jamás pensó vivir para ello. Jamás pensó vivir para el momento en que, su padre, confesara sus errores.
—Es por eso, hijo, que quiero cambiar las cosas. —Héctor tomó el rostro de su hijo, y lo acarició. Miguel alzó la mirada, sorprendido—. En cuatro días más, es tu cumpleaños, hijo.
Miguel observó, sin entender muy bien las palabras de su padre.
—Lo celebraremos en grande. He pedido reservas en un restaurante muy fino, cerca de San Isidro. Celebraremos en familia, hijo... tal y como siempre lo has merecido, y como nunca antes lo hice contigo.
Miguel no pudo creerlo. Por unos instantes, se quedó de piedra.
¿Su padre le estaba obsequiando una celebración de cumpleaños, por primera vez?
Sintió que las lágrimas le cedieron de nuevo.
—Papá... ¿en serio?
Héctor asintió con una sonrisa. Le acarició el cabello a Miguel, que observaba descolocado.
—¿U-una fiesta de cumpleaños, par-para mí? —sonrió entre lágrimas—. ¡¿Una fiesta de cumpleaños, junto a mi familia?!
Héctor comenzó a reir, enternecido por la reacción de su hijo.
—¡Nu-nunca había tenido una fiesta de cumpleaños! Gra-gracias, papito...
Miguel se volvió a abrazar a Héctor, y este le correspondió.
—Mañana... ven a almorzar con nosotros, hijo —le dijo, y Miguel asintió—. Rebeca preparará algo rico para comer, y... aparte será una ocasión especial, porque... quiero presentarte a alguien especial, e importante.
Miguel contrajo las cejas. ¿Alguien ''especial'' e ''importante?
¿De quién podía tratarse?
—¿Quién, papá?
—Mañana lo descubrirás —le dijo—. Pero por favor, ve con nosotros.
Miguel observó con aura misteriosa.
—S-sí, claro que sí...
Conversaron por otros minutos, hasta que Héctor, entonces decidió despedirse.
—Debo irme, hijo. Seguro Rebeca, Bruno, y Luciano, están ya cansados de esperar.
—Sí, claro, papito... —respondió Miguel, sonriendo—. Y-yo... estoy muy feliz de que estés acá, papá. Nunca lo imaginé...
Héctor sonrió, y le besó el cabello a Miguel. Este sonrió entre lágrimas.
—Mañana pasaré a buscarte, a eso de las once. Me acompañarás a un lugar especial, y después de eso, iremos a casa a almorzar.
Miguel sonrió, y asintió.
—Nos vemos, hijo... —caminó hacia la puerta del apartamento, y una vez allí, se volteó, y con una sonrisa cansada, musitó a Miguel—: Te amo mucho, hijo mío.
Miguel abrió los labios, y Héctor cerró suave la puerta. Cuando Miguel se quedó solo en la sala de su apartamento, sintió que el pecho se le contrajo. Se echó de rodillas al suelo, descolocado, y comenzó a sollozar. Eva, preocupada, se acercó a Miguel, en un ronroneo suave.
—E-eva... —sollozó, llevándose ambas manos al rostro—. E-es la primera vez que... que mi padre, me hace llorar de... de alegría...
Alzó su cabeza, y sonrió entre lágrimas. Con el rostro sonrojado, y con las manos ligeramente temblorosas, susurró:
—Es la primera vez que él... dice que me ama. M-mi familia... al fin volvió a mí.
(...)
Cuando el reloj marcó pasada las diez de la noche, Manuel llegó al apartamento. Apenas entró, Miguel corrió a sus brazos, y se aferró a su pecho. Manuel, descolocado, sonrió despacio.
—Mi amor, ¿qué fue lo que pasó? —dijo, observando los platos sucios sobre la mesa, y percatándose, de que eran demasiados para él solo.
Miguel cerró los ojos, y sonrió en el regazo de su amado. Sus mejillas se sonrojaron, y suspiró.
Manuel soltó su maletín sobre la mesa, y sonrió junto a Miguel.
—Siento que no debo preocuparme... —susurró— porque estás feliz. Y si tú estás feliz, yo también lo estoy.
Miguel alzó su mirada hacia Manuel, y se observaron en silencio. Entre ellos, se configuró una atmósfera muy apacible.
Miguel entonces, le besó los labios a Manuel.
—Vino a verme mi familia, Manu...
Manuel lanzó una risilla nerviosa.
—Ya po', amor... en serio...
—Hablo en serio —repitió Miguel, con una sonrisa—. Vino a verme mi papá.
Manuel entonces, quedó descolocado. Al parecer, Miguel decía la verdad.
—¿T-tú papá?
Miguel asintió, y despacio, tomó a Manuel de una mano. Caminó lento hacia el sofá, y lo atrajo con él hacia el frente de la estufa. Ambos tomaron asiento en el sofá. Miguel se sentó en sus piernas, y le abrazó. Suspiró enamorado.
—Vino mi papá a verme, y... y conocí a Brunito, mi hermano menor —comenzó a relatar. Manuel observó, sorprendido. Miguel comenzó a acariciarle el cabello negro a su amado—. Conocí también a Rebeca, su esposa. Y... a Luciano, mi hermanastro. Mi familia... vino a verme, amor...
Miguel sonreía, y mantenía una expresión atontada. Estaba en un estado de ensoñación, que a Manuel le hacía mucha gracia.
Se veía feliz, y eso alegraba también el corazón de Manuel.
—Estoy muy contento, Manu...
—Y eso me pone contento a mí, mi amor... —dijo entonces Manuel, besándole los labios a Miguel—. D-de verdad... estoy un poco shockeado. Tu papá no contestó en muchos días, y... que de pronto aparezca acá, en tu apartamento, es sorprendente. ¡Y todavía trajo a toda la familia!
—¡Sí, eso es lo mejor! —exclamó Miguel, ensoñado—. Pude conocerlos a ellos, m-mi familia, mi bonita familia...
Miguel suspiró, y Manuel sonrió.
—Me alegra verte feliz, mi vida... de verdad que sí. —suave, posó sus manos en las mejillas a Miguel; este sonrió al tacto, y suspiró—. Amo verte feliz.
Miguel comenzó a reír, y suave, le depositó un tierno beso en los labios a Manuel. Se besaron por unos segundos.
—La razón por la que te pedí que llegaras más tarde... era por ellos. Mi papá no sabe que tú y yo somos prometidos y... si me hubiese visto conviviendo acá, contigo... podría haber hecho un escándalo. Prometo que le diré la verdad; que tú y yo somos novios, pero...
—Tranquilo... —suspiró Manuel, y le tomó las manos—. Tómate tu tiempo, amor. Yo tampoco, le he dicho aún a mi familia, que tú y yo somos novios. Se los diré en cuánto pueda.
Miguel suspiró aliviado.
—No es que me de vergüenza, es que... mi papá es un poco conservador, y... seguramente se habría molestado. Y... y tal parece Manu, que mi papá me ama... ¡Él vino, y dijo que me amaba! ¡Me llamó ''hijo''! ¡¿Te imaginas la alegría que sentí?! Pareciera que él... quiere rectificar sus errores conmigo. Esto es tan... sorprendente. Me siento muy feliz, amor. ¡Incluso, me invitó a comer mañana a la casa en dónde están hospedándose! Un almuerzo familiar...
A Miguel le cedieron las lágrimas, y sonrió. Siento un fuerte calor en el pecho.
Manuel le abrazó.
—Estoy muy emocionado.
—Tienes todo el derecho de estarlo, mi amor. —Miguel sonrió, y se limpió las lágrimas. Hubo un largo silencio entre ambos, y volvieron a besarse—. Amor... bueno, yo quería conversar sobre... tu cumpleaños.
Miguel contrajo las pupilas, y torció levemente los labios.
—Ah, sobre eso... —dijo Miguel, algo descolocado.
—Y-yo tengo pensado, el llevarte a un lugar especial ese día.
—¿Un lugar especial?
Manuel asintió, nervioso.
—Es una sorpresa... la estuve preparando para ti hace muchos días. Quiero llevarte a...
—No puedo, amor... —dijo entonces Miguel, algo apenado. Manuel observó descolocado—. Mi papá me dijo que, para mi cumpleaños, iremos la familia completa a comer a un restaurante...
Manuel observó en silencio, y pestañeó. Torció levemente los labios.
—A-ah... —suspiró, restándole importancia— No importa, está... bien...
—Estás molesto... ¿verdad?
—N-no, claro que no. ¡Está bien! Es tu familia, después de todo. No puedo negarte estar con ellos, y menos a ti. Es solo que... el día de tu cumpleaños, pensé que lo pasaríamos juntos, y...
—Podemos pasarlo juntos —dijo Miguel—. Voy a convencer a mi padre, para que ese día, puedas ir a cenar con nosotros, ¿te parece?
Manuel de pronto se sonrojó. Se tornó nervioso.
—¡¿Co-con ustedes?! ¿Eso no va a incomodar a tu papá? A-además... dijiste que yo era tu amigo, y...
—Intentaré convencerlo... —musitó Miguel, y le acarició la mejilla a su amado—. Además... ese día podría ser perfecto para... presentarte a mi familia. Oficializar nuestra relación ante ellos... para que sepan que, tú y yo, seremos futuros esposos.
Manuel sonrió nervioso, y se sonrojó. Asintió despacio.
—E-eso me pone muy... nervioso. Sería mi primera cena con... mis suegros —comenzó a reír, y Miguel sintió ternura por la reacción de su amado—. Pero... lo haré por ti. Porque es tu cumpleaños, y porque sé qué tan importante, es para ti mi presencia. Por eso lo haré; porque te amo muchísimo, mi vida.
Miguel sonrió, y lento, cruzó sus brazos por alrededor del cuello de Manuel. Por largos segundos, se observaron con aura apacible. Juntaron sus narices, y se acariciaron el uno con el otro, meciendo suave sus cabezas.
Al calor de la estufa, volvieron entonces a besarse con lentitud. Miguel suspiró.
—Jamás pensé que llegaría este día... —susurró Miguel, sonriente—. El tener a mi familia... el tener al hombre que amo a mi lado, estar comprometido, el presentar a mi padre a mi futuro esposo, sentirme amado...
Sonrió con tristeza. Una fina lágrima rodó por su mejilla, y Manuel, en una gentil caricia, se la limpió.
—Hace meses atrás, mi vida era tan vacía, Manu. No te conocía a ti, y mi padre... no me amaba. De pronto, llegaste a mi vida, y... y vi la luz. Manu...
Miguel alzó su mano, y le acarició la mejilla a su amado. Manuel sonrió, con una expresión de ensoñación.
—Tú siempre serás mi ángel, Manuel. Te amo como nunca he amado a nadie, y siento que, sin ti, mi vida ya no tendría un sentido. Te amo inmensamente, mi amor.
Manuel sonrió con lágrimas en los ojos, y con la voz algo rota, susurró entonces:
—Y yo te amo a ti, mi dulce ensoñación. Te amo inmensamente, Miguel.
Ambos rieron —de los cursis que podían llegar a ser—, y se fundieron en un tierno abrazo. Se quedaron así por varios minutos, entrelazados en el calor de sus cuerpos, y frente a la luz de la estufa.
—¿Tu padre te comentó, qué enfermedad es la que lo aqueja? —preguntó Manuel de pronto.
—Sí... —susurró Miguel, con tristeza—. Dice que es cáncer, y que su médico le ha dicho que son pocas las esperanzas.
Hubo un largo silencio.
—Yo puedo revisarlo —dijo Manuel—. No tengo problemas. Puede que haya esperanzas para él, amor.
—Lo mismo le dije —respondió—, pero... se mostró algo negativo ante eso. Dice que ya tiene su médico de cabecera, y que no necesita más.
Manuel se encogió de hombros.
—Bueno... es una lástima. Habrá que confiar en su diagnóstico. De todas maneras, sabes que siempre estoy dispuesto a ayudar. Si cambia de opinión, puede siempre visitar mi consulta.
Miguel asintió, y le besó la mejilla a Manuel.
Volvieron a guardar silencio, y ante el calor de la estufa, se entrelazaron en el grueso cobertor.
—Manu... ¿tienes hambre, amor?
A Manuel le rugió un poco el estómago, y sonrió apenado.
—Estoy muy cagao' de hambre —se lamentó—, pero... hiciste lomito salteado, ¿verdad? Qué rico, muero por com...
—Es que... se terminó —anunció Miguel, y Manuel entristeció—. Les di de cenar a mi familia, y no quedó más... ¡pero si quieres, puedo prepararte más! ¿Sí? Solo déjame ir a...
—Pucha... pero, ¿quedó comida de ayer? —Miguel asintió—. Con eso basta. No te hagai' dramas.
Manuel siempre eran tan jodidamente simple. En parte, Miguel amaba eso de él. No se hacía dramas; era muy práctico.
—Gracias, amor... —Manuel sonrió, e hizo un ademán, restándole importancia—. Esperaste todo el día por tu lomito, y la cagué...
—Tranqui, amor —le dijo—. Más bien... no tengo ganas de comer lomito, ¿sabes qué quiero cenar? Se me antojó todo el día... —susurró, alzando una ceja.
Miguel observó curioso, y negó con la cabeza.
—No, ¿qué quieres cenar?
—Carne de peruanito salteado —dijo, y Miguel sonrió—. Así que... con permiso. —De un movimiento algo brusco, tomó a Miguel por la cintura, y lo alzó con fuerza por sobre su espalda. Miguel lanzó un grito, y comenzó a reír.
—¡Suéltame huevón, nos vamos a caer! —dijo, riendo estrepitosamente.
—¡Hoy día flamea de nuevo la bandera chilena en Lima! —exclamó, caminando hacia la habitación, con Miguel riendo por sobre él.
Aquella noche, fue la mejor noche en la vida de Miguel.
Por una parte, su familia había vuelto a él, y además, aquella noche...
Había tenido el mejor sexo de su vida.
(...)
—Mi papá ya llegó por mí —anunció Miguel, al día siguiente, cuando el reloj marcaba las once de la mañana—. Me está esperando abajo. Nos vemos más tarde, amor.
Manuel, que ejecutaba unos trabajos en la laptop, y desayunaba, le besó los labios a su amado.
—Pásalo lindo, mi amor. Disfruta con tu familia.
—Gracias, amor. Por favor, dale comida a Eva.
Manuel asintió.
—Y tú, intenta caminar más derecho. Podrás decirle a tu padre que soy tu amigo, pero si caminas así, va a sospechar que anoche a su hijo lo empalaron.
Miguel se devolvió, y le pegó en la nuca. Manuel comenzó a reír, y escupió su te.
—Ya, me voy —dijo entre risas Miguel—. Nos vemos; chau, hombre de tres patas.
Manuel siguió riendo, y la puerta del apartamento se cerró. Pasaron otros pocos minutos, y entonces, el timbre resonó. Manuel se alzó, y abrió la puerta.
—Che, ¿ya estás listo?
Manuel asintió enérgico.
—Vamos para allá.
(...)
Apenas Miguel subió al carro de su papá, emprendieron el viaje. Por el espejo retrovisor, Miguel observó una gran corona de flores en el asiento trasero. Curioso, se volteó, y observó descolocado.
¿Por qué había flores?
—¿Y esas flores, papito?
Héctor sonrió despacio, y contestó:
—Calma, hijo; ya verás. Sé paciente.
Miguel pestañeó, y asintió despacio. Durante el trayecto, entonces Miguel esperó ansioso. Cuando al cabo de cuarenta minutos, concluyeron con su viaje, Miguel reconoció el lugar en el que estaban.
Su corazón dio un fuerte brinco.
—E-este lugar es...
''Cementerio Parque del Recuerdo''
Cuando Miguel bajó del vehículo, quedó entonces boquiabierto. Se quedó estático en su lugar, observando la explanada del sitio. Héctor, su padre, cogió el ramo de flores, y acortó distancia hacia Miguel.
—Vamos, hijo; acompáñame...
Miguel ladeó su cabeza, y asintió despacio. Su padre, extendió su antebrazo, y Miguel, le tomó desde allí, y lento, avanzaron hacia el recinto.
Ya en el interior, Miguel sintió revivir viejos recuerdos.
Hace muchísimos años que no iban a ese sitio.
Caminaron por dicho sendero, por alrededor de quince minutos, cuando, en unos de los pasillos, y al final, chocando casi con una pared, se detuvieron.
Miguel sintió un nudo en la garganta. Héctor observó nostálgico.
—La tumba de tu madre está muy vieja... —dijo Héctor, lamentándose—. Limpiémosla, y decorémosla con muchas flores. Ella se pondrá feliz.
Héctor se agachó, y con las manos, comenzó a quitar el polvo. Miguel se quedó estático, y frunció la expresión.
Quiso llorar.
—S-sí, papá...
Ambos, por largos minutos, dedicaron exclusiva atención a la tumba que ante ellos yacía. La limpiaron, sacudieron las macetas, y finalmente, decoraron con muchas flores muy coloridas.
Cuando ante ellos, la tumba quedó entonces más bonita que nunca, ambos guardaron silencio.
Miguel observó con aura triste. La brisa sacudió la rama de los árboles, a su alrededor.
—Todos siempre me decían, que tú saliste idéntico a tu madre —dijo Héctor, sonriendo nostálgico. Miguel sintió una cálida sensación—. Y sí... saliste idéntico. Verte a ti, es ver la viva imagen de tu madre.
Miguel sonrió apacible.
—En cambio... no te pareces en nada a mí. Supongo que, la sangre de tu madre, era mucho más fuerte que la mía.
—Ella era... una mujer muy bonita; lo recuerdo —dijo entonces Miguel—. Tengo pocos recuerdos de ella, pero sí tengo muy claro en mi mente, que siempre ella tenía una sonrisa muy cálida...
Hubo otro largo silencio. La atmósfera, en ese sitio, era muy melancólica.
Héctor entonces, volvió a hablar:
—Hijo... la razón por la que te traje hasta este sitio... es porque aquí, en este lugar, y ante la presencia de tu madre, quiero decirte algo.
Miguel de pronto, sintió un aura muy melancólica viniendo de su padre. Observó inquieto.
—¿Q-qué pasó, papá?
Héctor inhaló profundamente, y algo nervioso, comenzó a entonar:
—Hijo, yo... he sido contigo un pésimo padre. Cuando tu madre murió... yo me desatendí terriblemente de ti. Sí, lo aceptó. Si quieres odiarme, estás en tu derecho, yo...
—Papá, yo no te odio... —intervino Miguel.
—Déjame terminar, hijo, por favor.
Miguel asintió apenado, y guardó silencio.
—Hoy, que sé voy a morir en un tiempo más, quiero remediar el daño que te he hecho, Miguel. —La voz de Héctor, de pronto, se volvió inestable. Fue evidente, el llanto retenido en su garganta—. Quiero recuperar el tiempo perdido, hijo. Quiero que seamos como padre e hijo, y quiero pedirte aquí, ante el alma de tu madre, perdón. Perdón desde lo más profundo de mi corazón, y pedirte, de rodillas... —Con dificultad, Héctor se echó de rodillas al suelo; Miguel contrajo las pupilas, y miró shockeado—. Perdóname, hijo mío. Perdóname por todo lo que he hecho, y he dicho. Te amo, y quiero que, por favor, me concedas la oportunidad, de darte una familia antes de morir. Te negué siempre ese derecho, y hoy, que el tiempo está en mi contra, quiero darte lo mejor. Por favor, hijo mío, permítemelo. Seamos una familia, junto a tu hermanito, junto a tu nueva mamá, y junto a mí. Pe-permíteme, hijo, por fav...
Miguel de pronto, se echó rendido al suelo, cayendo de rodillas. Ante Héctor, Miguel observaba perplejo, con lágrimas en los ojos.
No podía creer lo que ocurría.
—Por favor, hijo... perdóname. Quiero dejar todo atrás; mis empresas, mis hoteles, y mi vieja vida en Brasil. Si vine hasta Perú, es por ti, hijo. Vine por ti. Dejé todo atrás por ti. Quiero que nuestra relación de padre e hijo, renazca. Miguel, por favor, dame la oportunidad, de ser ese padre que jamás fui contigo. Sé que el daño no puedo remediar, pero... —a este punto, Héctor comenzó entonces a sollozar— quiero darte lo mejor, Miguel. Por favor, hij...
Miguel, en un impulso causado por puro dolor y conmoción, abrazó entonces a su padre. Ambos sollozaron en silencio, y se quedaron así por varios minutos.
—Pa-papá... no sabes cuánto esperé este momento... y-yo siempre, siempre... soñé con esto. Me dolía tanto ver, cuando a Brunito decías amarlo, y le celebrabas su cumpleaños. Y-yo... me sentí siempre tan... despreciado. Incluso con la última llamada que me hiciste, sobre los accionistas del hotel, yo...
—Perdóname, perdóname hijo... —sollozó Héctor—. Fui impulsivo, y fui arrogante contigo. El dinero no me interesa ahora. Solo quiero darte un futuro estable, hijo. Y amor, darte amor. Por favor, seamos una familia, Miguel. Acá, frente a tu madre, te lo suplico. Es mi último deseo de vida.
Ambos se separaron, y se observaron en silencio. Miguel se limpió las lágrimas, y despacio, susurró:
—Sí, papito. Sí quiero ser una familia con ustedes. Toda mi vida esperé este momento. Y sí, te perdono. Te perdono, papá.
Héctor sonrió, y se aferró a Miguel. En dicho abrazo, Miguel sonrió.
Y en su corazón, sintió una cálida sensación. De pronto, los recuerdos dolorosos de su infancia, se esfumaron, y ante él, se abrió un nuevo sendero inundado de paz.
Su padre volvía a amarlo.
Y se presentaba ante él, la oportunidad de tener a su familia.
Ya no era un hombre solo, ni un niño desesperado que, en el dolor de la ausencia familiar, repetía una y otra vez su película favorita de infancia —Lilo & Stitch—, intentando llenar el vacío de pertenecer a un sitio.
Miguel, después de muchos años, volvió entonces a sentirse perteneciente a un lugar. Se sintió de nuevo en un nido, y pronto regresaría a él.
Una fina lágrima cayó por su mejilla, y sonrió apacible.
¿Cómo no perdonar a su padre? Sí... claro que le había hecho daño, pero... ahora su padre volvía a Perú, y dejaba atrás una vida llena de lujos, y abandonaba sus empresas en Brasil, solo para volver a él.
Su padre ahora, le rogaba el perdón ante la tumba de su madre, y le pedía como último deseo de vida, el rehacer la familia. El consagrar, ante ojos de Dios, el lazo afectivo y de sangre que les unía.
¿Cómo Miguel podía negarse ante ello?
Y Miguel, impulsado por su noble corazón, por la compasión que Dios le otorgó como característica de su bonita alma, y por el amor infinito a su padre, aceptó.
Aceptó su perdón, y borró todo rastro pasado de rencor, y de dolor.
Y todo, por amor infinito. Porque el corazón de Miguel, era tan grande, que, dentro de sí, ya no podía concebir odio.
En su alma, solo había amor, compasión, y la alegría de al fin pertenecer a un sitio.
(...)
Cuando Manuel y Martín, bajaron del vehículo, tomaron las bolsas, y las indumentarias de limpieza que yacían en el maletero del carro de Martín.
—¿Tenés las llaves? —preguntó Martín, sosteniendo un montón de bolsas.
Manuel asintió, y del bolsillo, sacó la llave. La ubicó en la puerta, y pronto, esta se abrió.
Manuel y Martín, ingresaron entonces a la casa.
Manuel sonrió admirado, y se quedó estático en su sitio.
Sintió el corazón latirle con fuerza.
—Es una casa preciosa... —susurró Martín, admirado.
—Es como Miguel la quería... —dijo Manuel, sonriente.
Y ambos, se quedaron estáticos, admirando la nueva casa en Miraflores que, Manuel, había adquirido para convivir junto a Miguel, para emprender su nuevo proyecto de vida.
—Nunca pensé que iba a llegar este momento... —susurró Manuel, con la voz algo rota. Martín lo oyó, y preocupado, le observó.
Manuel lloraba en silencio, con una gran sonrisa en su rostro.
Martín sintió ternura por ello, y sonrió.
—No llores, pelotudo... —dijo Martín, melancólico—, me harás llorar a mi también.
Ambos rieron.
—Es que... es un sueño, Martín. Trabajé tanto por esto... por conseguir esta casa para mí, y para Miguel. El tener un hogar, para nuestra familia. El darle la oportunidad, de al fin emprender este sueño juntos...
Manuel comenzó a adentrarse en la casa. Ansioso, y con una alegría inconmensurable en el pecho, se inmiscuyó por cada rincón, observando cada detalle de la casa que, en unos días más, sería el hogar definitivo para él, y para Miguel.
—Es tal y como le gusta a Miguel... —musitó Manuel—. La compré en un buen sector, tal y como él lo quería.
—Pero tuviste que abandonar el Callao... —susurró entonces Martín por detrás, y Manuel, agachó la mirada.
Hubo un largo silencio.
—Sí, abandoné el Callao... —dijo, con melancolía—, pero si abandoné mis labores humanitarias en el Callao, si abandoné mi vida austera, y si abandoné en parte mis principios... es porque se viene algo mucho mejor, Martín.
Martín sonrió con tristeza.
—Un hombre, debe soltar parte del pasado, para abrirse a un nuevo futuro. Mi futuro es junto a Miguel, en esta casa... tal y como él lo pidió. Incluso... ¡Mira! —Manuel avanzó hacia la puerta trasera, y la abrió. Ante ellos, se extendió el patio de la casa. Ambos observaron admirados.
La casa tenía un gran patio con césped, y al fondo, había una piscina sin llenar.
—¡La elegí con un gran patio! Es para Eva. Los gatos aman los espacios abiertos. Así, ella podrá jugar, y correr, y trepar ese árbol de allá. —emocionado, alzó una mano, y apuntó un árbol en la esquina—. Incluso, si Miguel me lo pide, podríamos adoptar más gatos, y perros. El patio es grande; hay espacio suficiente.
—Pensaste hasta en la gata de Miguel...
—Nuestra gata —corrigió Manuel, sonriente—. Es como nuestra hija. Ahora yo le compro la comida, y la arena.
Manuel comenzó a reír enternecido, y Martín, sonrió despacio.
Martín no sabía cómo sentirse exactamente. Mientras observaba a Manuel sonreír, y hablar con emoción, Martín sentía muy en su interior, miedo en parte.
Amaba ver a Manuel emocionado, contento y muy ansioso por el futuro que le esperaba junto a su nuevo proyecto de vida, pero...
¿Y si no funcionaba?
Martín amaba a Manuel como a un hermano. Lo protegía como a un hermano pequeño —a pesar de que, la diferencia entre ambos, era muy mínima, pues Manuel solo tenía dos años menos que él—. Tal era el amor hacia él, que incluso le había seguido hasta Perú. Y no, no era un amor romántico, era un amor fraternal, como el que se le tiene a un hermano de sangre, solo que, Manuel...
Era como su hermano de lazo meramente afectivo.
—¡Mira! —Manuel, sonriente, irrumpió en los pensamientos de Martín—. Acá, en este lado, podré plantar mis plantitas. Me traeré las macetas desde el Callao, y acá las pondré. —Manuel se agachó, y comenzó a revisar la tierra de hoja—. Acá haremos jardinería con Miguel, o... bueno, le enseñaré jardinería. Creo que a él no le gusta mucho, pero le voy a enseñar, ¿te imaginai nuestra casa después? Llena de plantas, y muchos gatos. La weá linda, jajaja.
Martín sonrió despacio. Una sensación cálida se posó en su pecho.
Y también el miedo.
No quería hacer malos comentarios, ni quería tampoco matar la emoción de Manuel. Él se veía radiante, contento, y emocionado. Su nuevo proyecto de vida con Miguel, tenía a Manuel como a un niño pequeño que, en la inocencia de su alma, está muy feliz porque tendrá su primer viaje a un lugar especial.
Y Manuel se veía así; como un niño pequeño, que estaba muy feliz.
Martín no se sintió capaz de pisotear esa felicidad de Manuel. Sí, tenía miedo por lo que pasaría sí, en un caso imprevisto, más adelante sus planes con Miguel no funcionasen.
Pero no; incluso así, no se sintió capaz de apagar esa llama de felicidad en Manuel.
Martín, muchas veces actuaba de forma irracional con Manuel. Él, que era un hombre sumamente lógico, en muchas ocasiones, se dejaba llevar por el sentimentalismo de Manuel. Porque Martín era como la tierra, y Manuel, como el agua. Uno muy lógico, y el otro muy sentimental. En parte, Manuel daba a Martín, esa cuota importante de felicidad, y espontaneidad que necesitaba, para no ser un amargado de mierda.
—Dios... —susurró Martín muy despacio, sin Manuel percatarse. Alzó su mirada hacia el cielo—. Si de verdad existes... te pido, por favor, que ayudes a mi hermano. Ayúdalo a que sus planes resulten, porque él está muy emocionado. Y no quiero imaginar el dolor que sentirá, si las cosas no resultan como él lo quiere...
Martín cerró los ojos por unos instantes, y se quedó en silencio. Y mientras ello ocurría, Manuel no paraba de hablar emocionado, mientras revolvía la tierra de hojas.
—Mis plantas de cannabis se verán lindas acá, y crecerán mucho. Ojalá Eva no se las coma no más, o quedará volá', jaja —dijo Manuel, y se volteó hacia Martín. Al verlo, quedó extrañado. Martín tenía los ojos cerrados, y la cabeza hacia atrás—. Martín —disparó Manuel, y Martín abrió los ojos, asustado—. ¿Estai rezando?
—¡N-no! Pelutodo, jaja —respondió, nervioso—. ¿Cómo crees? Ni soy religioso.
Sí, lo estaba haciendo; pero que vergüenza admitirlo.
—Ya weón, mejor... tráete las chelas. Ayúdame a limpiar acá. En unos días más, cuando venga con Miguel, quiero que todo este impecable.
—A tus órdenes, pelotudo.
Ambos comenzaron a reír. Martín se adentró en la casa, y fue a buscar las cervezas. Manuel quedó a solas en el patio.
Y cuando Martín se alejó, Manuel sacó su celular. Inseguro, observó el aparato. Tomó aire profundamente, y cerró los ojos.
—Tengo que hacerlo... —se dijo a sí mismo, y tembloroso, marcó un número.
La línea comenzó a sonar. A Manuel le temblaron las manos ligeramente.
De pronto, Martín llegó por detrás.
—Acá están las cervezas, Man...
Manuel se volteó hacia Martín, y le observó algo perplejo.
Se observaron en silencio.
De pronto, en la línea telefónica, alguien contestó.
—¿Aló?
Manuel se sobresaltó. Martín observó inquieto.
—¡A-ah! Ho-hola...
—¿Manuel?
Hubo otro silencio. Manuel se mordió los labios.
—Hola, señora Maritza... —en sus labios, delineó el nombre de la mamá de Camila.
Sí; estaba llamando a Chile. Y estaba llamando a la madre de Camila.
—¿Qué quieres, Manuel? —contestó ella, con tono irritable—. Estoy ocupada con Camila. Le estoy dando sus medicinas.
Martín alcanzó a oír la conversación. Abrió una lata de cerveza, y comenzó a tomarla. Observó preocupado.
—Lo siento, señora Maritza. Será rápido, yo...
—Rápido, ¿qué quieres? —disparó ella—. A todo esto; este mes aún no has enviado el dinero del psiquiatra para Camila. ¿Hasta cuándo te esperamos?
—No lo enviaré más.
Martín alcanzó a oír aquello, y de la impresión, escupió la cerveza.
Hubo un silencio fúnebre en la línea.
—¿Qué estai' diciendo, Manuel?
—No enviaré más dinero, señora Maritza —volvió a decir, decidido—. Mi presupuesto ya no alcanza para eso. Lo siento mucho.
—¿Cómo puedes hacernos esto, Manuel? —dijo ella, ofendida—. Tú fuiste quién dejo a Camila en estas condiciones. Tú fuiste quien la dejó loca... ¡tú fuiste quién mato a mi nieto! —gritó la mujer, furiosa.
—N-no... yo no fui —dijo Manuel, sintiéndose sobrepasado. Martín se acercó, y apoyó una mano en el hombro de Manuel, en señal de contención—. Yo no maté a nadie. No fui yo.
—¡¡Sí, fuiste tú!!
—No me interesa esta discusión. No enviaré más dinero. Es mi última palabra.
—¡¿En qué mierda te gastas la plata, roto de mierda?!
—Estoy formando mi propia familia —dijo entonces Manuel—. Y necesito cuidar mi dinero desde ahora. No tengo más para Camila. Lo siento, señora Marit...
—¡Claro! Ahora abandonas a Camila, porque quieres hacer otra familia. Y tú no piensas, que Camila jamás podrá hacer su familia, y que jamás pudo tenerla, porque por tu culpa, su hijo murió. Tú culpa, Manuel, todo fue...
—Voy a cortar la llamada, lo siento...
—¡No puedes hacernos esto! —gritó la señora—. A-ahora Samuel, él... —Samuel era el padre de Camila—. Él fue despedido de la gerencia de la clínica en Santiago. Estamos en bancarrota, Manuel. Necesitamos el dinero para el psiquiatra. No puedes abandonarnos ahora, justo cuando más necesitamos el dinero. Manuel, ten compasión con nosotros, por favor...
Hubo un silencio en la línea. A Manuel le tembló el labio inferior. Se sintió acorralado.
—Hazlo, Manu... —susurró Martín por detrás, despacio—. Hazlo. Deslígate de ellos. Ellos jamás tuvieron compasión contigo, cuando te persiguieron, y cuando provocaron que estuviese en la cárcel, y abandonaras Chile.
Manuel sintió que los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Hazlo, Manuel. No tienes que ser empático, con personas que no lo fueron contigo.
Manuel respiró profundamente, y cerró los ojos.
—Lo lamento mucho, pero es mi última palabra. A-adiós.
Y Manuel, cortó la llamada. Lanzó un fuerte jadeo tras ello, y Martín le contuvo.
Para Manuel, aquello era el fin de un ciclo en su vida. El desligarse del recuerdo de Camila, de la carga que, el solo se auto impuso, empujado por la culpa, y la lástima.
Manuel al fin, había soltado ese pasado.
—Cerraste ciclo, Manuel —le dijo Martín, abrazándolo—. No tenías que seguir cargando con ella. No es tu responsabilidad. Si lo hiciste por tantos años, fue por empatía, y porque sos noble, pero jamás te correspondió. Ellos fueron una mierda contigo; te acosaron, te encarcelaron, y te expulsaron de tu país. Ya, Manuel; no hay nada más que hacer. Ahora concéntrate en lo que viene. Ya cerraste un ciclo.
Manuel sollozó en silencio, y asintió.
En parte, le dolía. Manuel era jodidamente sentimental, y solía siempre ponerse en el lugar de todos; tener empatía con todos.
Pero, ¿quiénes se ponían en el lugar de él?
—¿Oíste eso? —dijo de pronto Manuel, separándose del abrazo, y limpiándose las lágrimas—. Ella dijo que Samuel, el padre de Camila... había sido despedido de gerencia. Están en quiebra... eso quiere decir que...
—Que el viejo ya no tiene poder en ninguna institución de salud.
—En ninguna clínica, ni hospital, ni consultorio... —susurró Manuel—. Ojalá esto hubiese pasado antes, y no ahora. Ahora mismo, yo estaría en Chile, trabajando en presencia de mi familia.
Martín sonrió con tristeza. Hubo otro silencio.
—Pero ya, filo —Manuel tomó una cerveza, y la abrió; comenzó a beberla—. No quiero volver a Chile, porque estoy acá, junto a Miguel. Acá volverá a reiniciarse mi vida, junto a él. Acá emprenderemos nuestro proyecto de vida. No quiero volver; ya no me interesa.
Martín sonrió, y le dio unas palmaditas en la espalda.
—Manos a la obra, entonces.
Manuel asintió, y ambos comenzaron a ordenar, y a limpiar.
La tarde se les pasó muy rápida, entre risas, cervezas, y un arduo trabajo de limpieza. Cuando concluyeron, entonces observaron admirados la casa. Todo estaba reluciente, y realmente bello. Manuel sonrió emocionado.
—Me tengo que ir a casa —anunció Martín—. ¿Venís conmigo?
—No, me voy a quedar otro rato —dijo Manuel, limpiándose el sudor de la frente—. Me falta arreglar unos últimos detalles. Me iré a fumar un cigarro al parque de acá, al de la vuelta, y regreso.
Martín asintió.
—Me llevo el carro.
—Me voy en taxi después, tranqui.
—Vale; cualquier cosa, me llamas.
Manuel asintió, se despidieron como siempre solían hacerlo, y cada uno, se fue por su lado.
(...)
Cuando Miguel y Héctor, llegaron a casa, Miguel quedó absolutamente sorprendido. La casa, que quedaba en el distrito de San Isidro, era por fuera muy bella, y lujosa.
No tenía nada que ver con su pequeño, y compacto apartamento. Los alrededores eran bellísimos. Otras casas de bonita apariencia, se ubicaban por alrededor.
Miguel quedó boquiabierto.
—Bajemos, hijo. Seguramente Rebeca, ya tiene todo preparado.
—Sí, papá.
Cuando ambos bajaron del vehículo, entonces ingresaron a la casa. Apenas entró, Miguel pudo ver la belleza y lujosidad del lugar.
—¡Hola, Miguel! —saludó Rebeca enérgica, caminando hacia él, y abrazándolo con fuerza—. Te estábamos esperando, hijo. Ven, pasa.
''Hijo''...
Miguel quedó pasmado. ¿Rebeca le había llamado ''hijo''?
Miguel fue levemente tironeado por Rebeca, y lo sentó a la mesa. En ella, ya estaba dispuesto todo para iniciar el almuerzo. Estaban los cubiertos, los platos, la carne, las ensaladas, y las sodas.
Miguel sonrió, perplejo.
—Mi...guel. Miguel —Oyó de pronto Miguel a un costado. Curioso, observó, y vio a Brunito, su hermano menor, saludarle.
Miguel sonrió enternecido.
—¡¡Brunito!! —exclamó, y tomó al niño en brazos. El niño comenzó a reír, y Miguel sintió una cálida sensación en su pecho.
Familia...
Así que eso, era la familia.
Pronto, todos se sentaron en la mesa. Rebeca comenzó a servir los platos.
Miguel de pronto, se percató de algo. No estaban todos a la mesa. Faltaba alguien.
—Disculpen... ¿Y Luciano?
—Ah, ese muchacho... —respondió Rebeca, desabrochándose el delantal de cocina, y sentándose a la mesa—. Él es un poco raro, Miguel. Es algo asocial. No quiso participar, y se fue a hacer ejercicio. Por ahí debe andar, en la calle.
Miguel asintió, algo decepcionado.
—Si sigue así, no podré nunca ser cercano a él...
—Tranquilo, ya podrán pasar tiempo juntos.
Miguel sonrió. Brunito extendió los brazos a Rebeca, y esta lo tomó. Lo sentó en su sillita especial para bebés.
Comenzaron a comer.
—¿Disfrutas la comida, hijo? —preguntó Héctor.
—Exquisito, papá —respondió él—. Muchas gracias, Rebeca; está muy ric...
—Mamá... —dijo ella, y Miguel observó descolocado—. Dime mamá.
Hubo un profundo silencio, y Miguel se sintió extraño.
''¿Mamá?'', él nunca había llamado así a alguien, desde que tuvo memoria...
—Mamá... —repitió, perplejo.
Rebeca asintió, y sonrió.
Hubo una amena conversación a la mesa, y entre todos, reían alegres. De pronto, se oyó a la puerta alguien tocando el timbre. Miguel pensó de inmediato en Luciano.
—Ha de ser él... —dijo Héctor, alzándose de la mesa.
—Es Luciano, ¿verdad? —preguntó Miguel, algo ansioso—. Quizá ahora podamos acercarnos, y...
—No, no es Luciano —respondió Rebeca—. Tu papá se refiere a alguien especial...
Miguel observó descolocado.
—¿Especial?
Y recordó, cuando el día anterior, su padre le dijo que iba a presentarle a alguien muy especial.
Miguel observó curioso.
—Buenas tarde, familia.
La nueva presencia en la casa, entonces apareció. Rebeca saludó enérgica, y Héctor, apareció por detrás, abrazando a la nueva visita.
Miguel observó, y cuando pudo percatarse de quien era, escupió la soda.
Quedó perplejo.
—Hijo, ven, levántate... —le dijo Héctor, y Miguel, perplejo, se alzó despacio, observando directo a los ojos de la nueva persona que aparecía en casa.
—Hola, Miguel. Tu padre me ha hablado bastante de ti...
Miguel no fue capaz de hablar. Observaba aún perplejo.
—Él es Antonio, hijo —habló Héctor—. Él es un amigo íntimo de la familia, prácticamente, es parte de la familia Prado.
Antonio sonrió apacible, y Miguel, se sintió de pronto muy extraño.
Era el mismo hombre que Miguel, antes, en el supermercado, había visto. Y, probablemente —aunque no estaba del todo seguro—, era el mismo hombre que, meses atrás, le había llamado desde España, para ofrecerle ser su Sugar Daddy.
Miguel quedó petrificado.
—Saluda, Miguel —le instó su padre—. ¿Te has quedado mudo?
—Ho...hola —saludó, rígido.
Antonio, con una gran sonrisa en sus labios, se acercó a Miguel, y lo abrazó.
Héctor y Rebeca, observaron contentos.
Miguel aún estaba perplejo.
—Sentémonos a la mesa. Sírvete, Antonio, por favor. Esta es tu casa.
Y de esa manera era pues, Antonio, estaba alojando con ellos en el mismo sitio.
—Antonio está viviendo aquí también, pero en el piso de arriba —indicó Héctor, y Miguel, sintió que se volvía a atorar—. Él está viviendo en Perú desde hace unas semanas. Está acá con nosotros, hasta que pueda encontrar un lugar que le acomode.
—Aunque, yo me siento muy cómodo acá —intervino Antonio, con su particular acento—. La familia Prado me ha recibido muy bien. Somos grandes amigos.
—Somos familia —dijo Rebeca, sonriente—. Siempre eres bienvenido, Antonio. Es un placer tenerte acá.
Todos reían contentos, y Miguel, observaba descolocado.
¿Por qué Antonio era tan cercano a su familia? ¿Y desde cuándo?
—Antonio tiene grandes propiedades en Europa, ¿no es así, Antonio? —Antonio asintió, y tomó un sorbo de su copa—. Hemos sido socios desde hace tiempo.
—E-eso es... —respondió Miguel, aún descolocado—. Ma-maravilloso; s-sí...
Miguel, en parte, sentía vergüenza. Anteriormente, había sido grosero con Antonio, cuando estaban en el supermercado. ¡Y él, era un amigo muy íntimo de su familia! Miguel se sintió entonces, muy grosero con Antonio; se sintió algo arrepentido.
Si Antonio era parte de la familia Prado, y el hombre de confianza de su padre, entonces seguramente él, era un hombre de confiar.
Antonio observó directo a los ojos de Miguel, y sonrió apacible. Miguel contrajo las pupilas, y agachó la cabeza. Sintió una extraña aura provenir desde él.
Hubo un profundo silencio.
—Ese anillo que llevas en tu dedo anular... —observó Antonio, tocando de pronto la mano a Miguel; este se sobresaltó—. ¿No es un anillo de compromiso?
Héctor se atoró, y comenzó a toser desesperado. Todos se sobresaltaron.
—¡Pa-papá! ¡¿Estás bien?!
—¡Héctor, tranquilo! —dijo Rebeca, asustada.
—Ca-calma... —tosió Héctor, llevándose una mano al pecho—. Estoy bien, calma...
Miguel observó perplejo, y muy asustado. Hubo un profundo silencio.
—Es solo que, estoy muy enfermo; ustedes saben... —Héctor volvió a respirar, y todos se calmaron—. No puedo pasar emociones fuertes, o empeoro. Ustedes lo saben...
A Miguel, aquello le quedó clavado en el alma, como una marca de fuego. Su papá no podía pasar rabias, ni malos ratos, ni grandes impresiones, o su muerte podría acelerarse.
—Y bueno, hijo —volvió a toser Héctor—. Antonio te hizo una pregunta, ¿qué es ese anillo que llevas?
Miguel, perplejo, bajó la mirada hacia su mano.
En su dedo anular, brillaba con aura tierna y reluciente, el anillo de compromiso que Manuel, el hombre de su vida, le había obsequiado.
Miguel se quedó de pronto sin palabras.
—Es una argolla, de hecho —observó Antonio, y volvió a deslizar su mano por sobre la de Miguel—. Sí, parece una de comprom...
—Imposible —rio divertido Héctor—. Miguel no está comprometido. Él ya me lo habría dicho, por favor... ¿verdad, hijo? Aparte, él ya me dijo que está sin compromisos...
Hubo otro largo silencio. Miguel se sintió de pronto, acorralado.
—Habla, Miguel —dijo Héctor, con voz áspera—. Esa argolla no es de compromiso, ¿verdad? Tú no...
La expresión en Miguel, fue desconcertante. Se echó solo al agua.
Héctor frunció el entrecejo, y comenzó a toser con fuerza.
Miguel volvió a asustarse.
—Pa-papá... calma, por favor, estás muy...
—¡¿Qué es esa argolla?! —repitió, entre jadeos.
—¡Me la compré yo mismo! —mintió, acorralado—. E-es... es un auto obsequio. Está bonita, y... quise comprarla. No es de compromiso, papá...
Antonio sonrió, y Héctor, volvió a respirar con calma.
—Ah —dijo, algo seco—. Pésimo gusto, hijo.
—Concuerdo; pésimo gusto —dijo por otro lado Antonio. Rebeca, por otra parte, comía en silencio.
—N-no... es una argolla bonita —dijo Miguel, ofendido, y tomándose el dedo con un toque delicado—. Me gusta mucho, es bonita...
—Se nota que es barata, hijo —le dijo Héctor, y Antonio comenzó a reír—. Deshazte de ella; un miembro de la familia Prado, no puede usar algo de esa calidad...
Miguel se quedó en silencio, y la conversación, volvió a fluir entre todos. Miguel se quedó pensativo, y asintió.
Todos entonces, se enredaron en una grata tarde de compañía.
Y, al paso de los minutos, Miguel se sacó la argolla, y la guardó en su bolsillo.
Prefirió evitar problemas con su familia, y malos entendidos.
(...)
Luciano tomó un taxi, y cuando encontró un parque de su gusto, pidió al conductor detenerse. Cuando allí bajo, se acercó al lugar, y sonriente, respiró aire fresco.
—Natureza bela... —''Bonita naturaleza'', dijo, en su lengua materna—. Acá podré hacer algo de ejercicio.
Comenzó a trotar por los alrededores, mientras con fuerza, resonaba la música en sus audífonos. En aquel instante, escuchaba la canción ''They don't care about is'', de Michael Jackson. Esa era su canción favorita pues, el video musical, había sido grabada en su natal Brasil.
Comenzó a silbar al son de la música, mientras que, a unos pocos metros de unas bancas, comenzaban a hacer elongaciones.
A un par de metros, de aquel lugar, yacía Manuel.
En una banca cercana, fumaba un cigarrillo, y observaba el ambiente con calma. Aquel parque, quedaba muy cercana a la casa que Manuel, en Miraflores, había comprado recientemente.
Y ambos, ignoraban hasta ese punto, la existencia del otro.
Hasta que entonces, se dio el paso para la primera interacción entre ambos.
—Prefiero mil veces estar a solas acá, que quedarme en casa con ellos... son tan... irritantes —musitó Luciano, haciendo elongaciones, hasta que, en un mal movimiento, en una raíz de árbol que sobresalía por sobre el césped, posó su pie izquierdo.
Y se le dobló el tobillo.
Luciano contrajo las pupilas, y cayó al suelo.
Lanzó un fuerte jadeo.
—¡Doi Muito! —''Duele mucho'', exclamó, frunciendo el entrecejo—. ¡Puta madre! Duele, a-agh...
Intentó incorporarse, pero, en el trayecto, el tobillo le dio una fuerte punzada. Volvió a caerse. Esta vez gritó.
—¡Mierda!
A pocos metros de él, Manuel le observó curioso.
¿Qué mierda le pasaba a ese muchacho, y por qué razón se encogía en el césped?
—¡Duele, agh!
Manuel alcanzó a oírlo, y curioso, se alzó.
¿Esa persona necesitaba ayuda? Así parecía ser...
—Disculpa... ¿estás bien? —preguntó Manuel, preocupado—. Te vi desde la banca, y pareces estar...
—Essa merda dói —''Esta mierda duele'', se quejó, con los ojos llorosos—. ¡Ayúdame!
Manuel asintió, y rápido, se sentó a su lado. Luciano se quejaba, y echaba sonoras maldiciones y lisuras en portugués.
—¿Qué fue lo que te pasó?
Preguntó Manuel, posicionándose frente a él, y Luciano, cuando abrió la boca para responder, pudo ver a Manuel con claridad.
Se quedó callado de pronto.
Hubo un silencio absoluto. Manuel observó extrañado.
—Oye... ¿dónde te duel...?
—Tatuajes —disparó Luciano, observando a Manuel con admiración—. Tienes tatuajes, en los brazos.
Manuel sonrió descolocado. Lanzó una divertida risilla.
—S-sí, tengo tatuajes... pero, ¿qué te pasó? ¿En qué te puedo ayud...?
—Yo también tengo tatuajes —irrumpió Luciano, sacándose la chaqueta, y mostrando sus tatuajes en los brazos. Manuel observó curioso—. Me gustan tus tatuajes; tienen buen arte.
Manuel sonrió enérgico.
—Los tuyos están la raja.
—¿La raja?
—A-ah, disculpa... me refería a... geniales. En Chile, ''la raja'', es forma de decir, algo que es muy ''bueno''.
Luciano sonrió.
—Eres chileno.
—Sí, ¿y tú? No pareces ser de...
—Soy do Brasil.
—¡Ah! Sí, lo supuse... tienes ese acento.
Luciano sonrió enérgico, y se quitó los audífonos. Manuel alcanzó a oír la música.
—Michael Jackson —dijo, fijándose en lo que Luciano oía—. ¿Te gusta?
—Es mi cantante favorito —respondió, posándose un pequeño brillo en sus ojos—. ¿Voce gosta?
—Me encanta —respondió Manuel, alzando sus manos—. Tiene tremendos temas. Su calidad interpretativa es maravillosa. Para qué decir la versatilidad de su arte.
—É excelente.
—Así es; es excepcional.
Ambos se observaron, y sonrieron. Manuel entonces, recordó.
—Ah, oye... ¿te duele, o no?
—A-ah, sí... —Luciano, que se hallaba inmerso en el rostro de Manuel, respondió en un balbuceo—. Es el tobillo, creo. Me lo doble acá, en un árbol...
—Podría ser un esguince... —indicó Manuel.
—¿Cómo sabes?
—Soy médico. —dijo, y luego, torció los labios—. No me he presentado debidamente, jaja... me llamo Manuel, ¿y tú?
Luciano observó perplejo, y sonrió.
—Luciano; y, ¿puedes revisarme?
—¿No te incomoda?
—No, claro que no. Si no lo haces, no sabré lo que tengo.
Manuel asintió, y despacio, llevó sus manos al tobillo de Luciano. Comenzó a palpar despacio, y en un punto, hizo tacto profundo.
Luciano se quejó.
—No es esguince —indicó Manuel, seguro de sus palabras—. No hay rotura de ligamento, pero tampoco siento el esguince. Es, probablemente, solo un resentimiento superficial.
Luciano observó admirado.
—Deberías estar bien dentro de unas horas. Solo pon algo de hielo, y reposo. No necesitarás más.
Manuel sonrió, y Luciano, se sintió de pronto muy extraño.
Manuel era bonito.
—¿Te ayudo a levantarte?
Luciano, algo perplejo, asintió.
Manuel le prestó el hombro, y Luciano, se apoyó en él. Saltando en un pie, Luciano avanzó hacia una banca, con ayuda de Manuel. Ambos tomaron asiento.
—Creo que será mejor, que vayas a casa —indicó Manuel—. Debes reposar. Si no lo haces, eso sí podría empeorar, y habría esguince.
Luciano, que observaba estático el rostro de Manuel, asintió en silencio.
Se sentía muy absorbido por él...
Tenía una apariencia ruda, pero tenía una expresión muy noble, y hasta dulce.
Luciano sonrió de forma inconsciente.
—¿Tienes alguien que venga a buscarte?
—A-ah, no, nadie...
Manuel torció los labios, y pensó por unos instantes.
—Mira... no puedo acompañarte, lo siento —dijo Manuel, y Luciano, contrajo su expresión; entristeció—. Estoy... ocupado. Estoy preparando algo para mi prometido, y no puedo ir a dejarte a tu casa, pero, conozco a alguien que podría hacerte ese favor.
Luciano se quedó en silencio, algo triste por la noticia.
El muchacho estaba comprometido... ¡tenía un novio!
—¿Quién podría?
—Un amigo mío. Déjame; lo llamo ahora. Seguro él podrá hacerme el favor.
Luciano observó en silencio el rostro de Manuel.
Manuel, por su parte, desató su charla por celular con Martín. Hubo una pequeña discusión entre ellos, y al fin, Martín cedió.
Luciano sonrió. Manuel observó descolocado.
—Él vendrá a buscarte —indicó Manuel—. Llegará en poco; le indicas tu dirección, e irá a dejarte a casa, ¿vale?
Luciano, con una sonrisa, revestida de aura hipnótica, asintió.
Manuel bajó entonces su mirada, y se topó más de cerca, con un tatuaje de Luciano, que yacía en su brazo.
Manuel sonrió.
—¡Oh, tienes tatuado la trifuerza! El de Zelda Ocarina Of time, ¿o no?
Luciano sonrió extasiado. Alguien, por primera vez, reconocía su tatuaje que, en su brazo, yacía en honor a uno de sus videojuegos favoritos.
Joder, el chico ese era perfecto...
¡¿Quién chucha era su novio?!
—¡Sí! ¡Es la trifuerza! ¡¿Cómo la has reconocido?!
—Es que mi amigo, es fanático de ese videojuego —indicó Manuel, y Luciano, observó curioso—. Ahora no tanto, pero hace años atrás, el weón participaba de eventos a nivel local, y cosas así. Incluso, hace años, participaba en foros del videojuego. Creo que, en el pasado, incluso se hizo buen amigo de alguien. Nunca más volvió a hablar de él, eso sí...
Luciano observó algo perplejo.
—¿Cómo se llama tu amigo?
—Martín.
Luciano torció los labios. Se quedó en silencio por un buen rato.
No era ese Martín... ¿o sí?
—Pero... ¿a ti te gusta el videojuego?
—Sí, claro; es bueno. Aunque, él era más fanático que yo.
Luciano se sonrojó, y sonrió.
Hubo otro largo silencio. Luciano no se sintió capaz de despegar su vista del rostro de Manuel.
—¿Me puedes pasar tu número telefónico? Me has caído bien...
Manuel observó divertido.
—Umh... claro, la verdad es que no tengo problema...
De pronto, sonó un fuerte bocinazo al costado. Ambos dieron un respingo. Martín ya había llegado.
—¡Rápido, pelotudo; tengo cosas que hacer!
Manuel ofreció su hombro a Luciano, y este, se apoyó en él. De nuevo, saltando en un pie, Luciano avanzó con Manuel hacia el vehículo. Martín no los observó, pues estaba ocupado en la pantalla de su celular.
—Ya, Martín; ahí el chiquillo te indica su dirección —dijo Manuel, observando por la ventana del copiloto—. Yo voy a volver a la casa. De ahí me tomo un taxi, y me voy.
—Sí, sí... —susurró Martín, desinteresado—. Nos vemos, pelotudo. Cuídate.
Manuel comenzó a reír, y rápido se despidió.
—Chao, cuídate tú también. Recuerda hacer reposo. —le dijo a Luciano.
—S-sí, oye, pe-pero... dame tu número de teléfono, Ma-Manue...
Para entonces, Manuel ya se había retirado. Luciano, observó entristecido por el espejo retrovisor, y el rastro de Manuel, se le esfumó.
No volvió a verlo.
—Cheeee, este pelotudo, hijo de la re mil puta, viene, y me sube a un desconocido al vehículo —reclamó Martín, aún con la vista pegada a su celular—. Como el pelotudo sabe, que yo nunca me niego a él, hace y deshace conmigo, así no se pued...
Martín alzó su vista, y miró a la persona sentada en el asiento del copiloto. Luciano también le miró, y ambos, guardaron silencio.
Lanzaron un jadeo al unísono.
—¡¿T-tú?!
(...)
El viaje hasta San Isidro, se extendió por al menos una media hora. Luciano, y Martín, viajaban en silencio.
—Estás cambiado, Luciano. En estos años... has cambiado —dijo Martín, y encendió un cigarrillo. Luciano ladeó su vista, y observó en silencio.
—Voce también estás cambiado —respondió Luciano, cruzándose de brazos—. Estás más viejo. Se te nota.
Martín lanzó una risa.
—Pensé que estabas muerto —disparó de pronto Martín—. Como de pronto, nunca más me contestaste, y borraste todas tus redes, pensé que te había tragado la tierra. Es bueno saber, que seguiste viviendo.
Luciano rodó los ojos, molesto.
—No es mi culpa —le contestó—. Mi mamá descubrió que soy gay, y me metió en una escuela católica. Eliminó todas mis redes.
—Claro, sí... se te nota cambiado —dijo Martín, sarcástico, observando la forma atrevida en que Luciano se vestía, y sus tatuajes en el brazo—. Ahora eres hijo del señor Jesucristo. ¿Sos sacerdote, o sos monje tibetano?
Luciano le lanzó un puñetazo en el brazo, y Martín comenzó a reír.
—Después de que mi mamá descubrió mi sexualidad, me castigó por un año. Después me aburrí, y me revelé contra ella. La mandé a la mierda. Cuando entré a la universidad, me volví más gay que nunca. Me tatué. Incluso, en un tiempo, me uní a un grupo de rock. Me valió mierda.
Martín comenzó a reír enérgico; Luciano observó malhumorado.
—Entonces, me imagino, que la relación con tu vieja, sigue como la mierda.
—Sí.
—Maravilloso; hay cosas que nunca cambian.
Anduvieron por otros minutos en silencio, hasta que entonces Martín, en un susurro, dijo:
—Sin embargo, Lú... nada te costaba contactarme, después de eso. Realmente, tu desaparición me dejó desconcertado. Pensé que algo malo te había pasado.
—Já, mientes...
—Éramos amigos.
—Bueno, ¿y eso qué? Total, seguiste haciendo tu vida normal, ¿no?
—Sí —dijo Martín, algo dolido—. Conocí, de hecho, a una mejor persona. Manuel; él si es mi amigo de verdad; mi hermano.
—¿Ves? ¿De qué te quejas? No seas llorón.
—Mh.
—En realidad, dices eso porque, yo te gustaba, ¿verdad? Deja de hacerte el tonto, Martín. Siempre fuiste un homosexual reprimido.
—¿Reprimido? Jaja.
—¿Qué es tan gracioso? —inquirió Luciano, molesto.
—Yo no era reprimido, Lú... y nunca me gustaste, pelotudo. ¿Sabes quién fue el hombre que despertó mi lado homo?
Luciano observó con enojo.
—Manuel; él fue. No, nunca tuvimos nada, pero sí, él llegó a gustarme al principio. No te confundas, Lú; contigo no fue. No te sientas importante.
—¿Aún te gusta?
—No; es como mi hermano. No podría. Lo veo como sangre de mi sangre.
—¿O reprimes tu sexualidad?
Martín se detuvo en un semáforo en rojo. Apretó el freno hasta el fondo, y el auto se detuvo en un golpe. Luciano chocó contra el parabrisas, y se golpeó el rostro.
Lanzó un fuerte quejido.
—Ponte cinturón, pelotudo —rio Martín, haciendo aquello a propósito.
Luciano se acarició la nariz, y le miró con aura asesina.
Martín volvió a avanzar.
—Te sentís muy importante, ¿no? —dijo Martín, irritado—. Ya a estas alturas, me vale mierda que hagas de tu vida. Ya no sos nada para mí, ni mi amigo. No tuviste consideración, incluso cuando yo, te di apoyo psicológico para asumir tu propia sexualidad, con el miedo que tu madre te provocaba.
Luciano se quedó en silencio. Comenzó a ver por la ventana.
—Te volviste arrogante, Lú. Te recordaba de otra manera.
—Las personas cambian.
—Mh, así parece.
Hubo otro largo silencio, hasta que entonces, llegaron a su destino. Estaban en San Isidro.
—Bueno, llegamos. Bájate de mi vehículo, y no vuelvas a hincharme las pelotas.
Luciano sonrió, y se volteó hacia Martín; le miró en silencio. Martín se puso nervioso.
—¿Q-qué no oíste? Bájate, pelotud...
—¿Tienes el número de Manuel? —disparó Luciano, sin tapujos—. Yo sé que lo tienes; eres su amigo, ¿no? Dame su número, por fav...
—¿Sos pelotudo, o tu vieja se cayó en el embarazo? —Luciano contrajo las cejas, ofendido—. No me arriesgaré.
—¿Arriesgarte?
—Ajá. Manuel está comprometido. Él ya tiene novio. No intentes nada con él, ¿entendiste?
—¿O si no qué?
—Te re cagó a palos, pibe.
—Mh, sí... ¿tú y cuántos más?
—El problema no soy yo —disparó, furioso—. Pero créeme, boludo, que no querés conocer la furia de Miguel. Te va a re cagar a palos.
—¿Miguel?
Luciano alzó una ceja, curioso. Miguel era su hermanastro, pero... no podía ser tanta la coincidencia. Había cientos de Migueles en Lima.
—El prometido de Manuel —reveló entonces Martín—. Él... me da un poco de miedo. Es un pibe, pequeño... no tiene gran estatura; es incluso más pequeño que vos, pero... no te metas con Manuel, o te va a sacar la mierda.
Luciano alzó una ceja, soberbio.
—Lú, en serio. No intentes nada con Manuel. Miguel se entera, y te mata. Dejó a un pibe con tres días de licencia médica. No te metas entre ellos dos. Ellos se aman, no vayas a romper las pelotas...
—Me conseguiré su número de todas formas; no puedes impedirlo.
—Lú, pará...
—Me gustó él; es mi tipo... es súper varonil. Tiene tatuajes, y... le gusta la música que yo escucho, y aparte...
Martín, que observaba a Luciano con aspereza, vio de pronto, salir desde la casa en donde Luciano hospedaba, a varias personas salir.
Ya estaba anocheciendo.
Martín entonces, quedó perplejo.
Comenzó a ignorar las palabras de Luciano, y dirigió su atención a la gente que salía desde esa casa.
Miguel...
Miguel salía junto a otro hombre —que parecía ser su padre—, y a su lado, un hombre, posaba una mano en su cintura.
Era Antonio.
Martín observó perplejo.
Miguel se veía algo incómodo, y de un tacto suave, intentaba retirar la mano de aquel hombre, desde su cintura.
Pero aquel hombre insistía en tocarlo, de una manera en que no correspondía.
Martín se quedó petrificado.
—Hey, ¿me estás oyendo? ¡Tómame atención! —reclamó Luciano, irritado.
—Sí, sí, che, sí... —dijo Martín, no desquitando su vista de Miguel, y aquel extraño hombre—. Tenés razón, Lú, toda la razón.
Luciano observó extrañado.
—¿Podés bajarte solo? Necesito irme ya.
Luciano se observó el tobillo, e hizo leve presión con él. Ya no le dolía tanto.
—Sí, creo que puedo caminar.
—Entonces bájate —le dijo Martín, nervioso por lo que observaba entre Miguel, y Antonio—. Debo irme a casa.
Luciano rodó los ojos, y le sacó la lengua a Martín. Este no le hizo mucho caso, pues, estaba demasiado inmerso en la escena que, entre Miguel y Antonio, se desataba.
Luciano bajó del vehículo, y cojeando un poco, se alejó, y se adentró en su casa.
Martín se quedó observando la escena.
—¿Pero qué mierda está pasando? —susurró Martín, descolocado—. ¿Por qué ese pelotudo abraza así a Miguel? Y... ¿por qué Miguel se deja tocar de esa manera?
Martín encendió un cigarrillo. Se quedó observando en silencio desde el vehículo.
De pronto, observó como Miguel, se alejaba junto a aquel hombre. Subieron a un vehículo, y emprendieron marcha.
Martín quedó descolocado.
—No puedes ser lo que estoy pensando.... ¿o sí?
(...)
En el trayecto, Miguel guardó silencio. Estaba algo incómodo por la situación reciente, pero, en presencia de su padre, no podía permitirse tampoco tratar mal a Antonio.
''Recuerda: él es parte importante de la familia'', le dijo aquella tarde su padre. Miguel, no podía faltar el respeto a Antonio.
Asumió eso en silencio, y lo aceptó a su pesar.
—Vives en Miraflores, ¿no? —preguntó Antonio, sonriendo. Miguel asintió en silencio—. Miraflores no es un distrito tan distinguido, como San Isidro.
—N-no, no tanto...
—Yo tengo casi cuarenta años, ¿y tú? Creo que tienes veinticuatro, ¿no?
—Los voy a cumplir dentro de tres días.
—¡Oh! Eso mola mucho. Sí, creo que tu padre lo mencionó. Yo también estoy invitado a esa celebración.
—Ah, chévere...
Miguel siguió observando por la ventana, esperando que el trayecto a su apartamento, fuese rápido.
—El otro día, en el supermercado, no fuiste muy gentil conmigo, tío...
Miguel contrajo las pupilas, y torció los labios.
—Sí, lo sé... —confesó—, y lo siento mucho, Antonio. No sabía que tú... eras parte importante de la familia. Realmente lo siento.
Antonio sonrió, y despacio, extendió una mano por sobre la de Miguel. La apretó con suavidad.
Miguel observó incómodo.
—Somos familia...
—S-sí... —dijo Miguel, y despacio, sacó su mano. Antonio observó con seriedad, y sonriendo, volvió a dirigir su mirada hacia adelante.
Hubo otro largo silencio.
—¿Te molesta que yo sea tan de piel? —inquirió, y Miguel, se sobresaltó—. Te notó incómodo; lo siento, no he querido...
—S-sí, es que... no estoy tan acostumbrado a estos tratos. —Miguel sonrió, nervioso—. Es solo eso...
—Tendrás que acostumbrarte —dijo entonces Antonio—. Somos familia, Miguel. La familia es cariñosa, y a mí, personalmente, me gusta bastante el trato cercano...
—Cla-claro...
Miguel comenzó a reír, y Antonio, que le miraba con expresión sugerente, sonrió.
Hubo otro largo silencio entre ambos, hasta que entonces, llegaron al edificio. Miguel se apresuró a despedirse.
—Yo... tengo que irme. Tengo cosas que hacer. Muy buenas noches, Antonio. Gracias por preocuparte, y traerme hasta casa. Cuídate, ad...
Cuando Miguel se apresuró a abandonar el vehículo, Antonio le tomó del antebrazo. Miguel contrajo las pupilas, y descolocado, se volteó a mirar a Antonio.
Ambos se observaron en silencio.
Antonio, despacio, acercó sus labios al rostro de Miguel, y despacio, le besó la mejilla, muy cerca de los labios.
Miguel quedó perplejo.
—Buenas noches, Miguel.
Miguel torció los labios, y frunció el entrecejo. Se quedó de piedra por unos instantes.
Sí... Antonio era guapo, pero...
Eso no le daba el puto derecho de ser tan atrevido en sus tratos corporales. Y, aunque fuese guapo, a Miguel no le gustaba.
A Miguel le gustaba Manuel.
—A-adiós...
Susurró, sintiéndose incómodo. Se soltó del agarre de Antonio, y se bajó de inmediato. Rápido, se inmiscuyó en el edificio, algo asustado.
Antonio, que se quedó en el interior de su vehículo, se quedó observando con una amplia sonrisa la explanada del edificio.
Miguel, que se ocultaba tras una pared, cerró los ojos, e internamente, deseo que Antonio se fuese rápido.
Al paso de los pocos minutos, entonces Antonio abandonó el lugar. Miguel se volteó sobre sí mismo, y por el borde del muro, observó.
Antonio se había ido; Miguel suspiró aliviado. Se metió la mano al bolsillo, y sacó la argolla. Volvió a ponérsela.
(...)
Cuando Miguel llegó a su apartamento, Manuel le esperaba sentado en el sofá, mientras cepillaba el pelaje a Eva.
—Hola, mi amor... —susurró cansado Miguel, y Manuel, se alzó de inmediato hacia él.
—Bienvenido a casa, mi niño...
Ambos se aferraron con fuerza, y se quedaron así por varios minutos. Miguel sonrió en brazos de Manuel, y suspiró.
En brazos de Manuel, siempre hallaba la paz.
Se miraron en silencio, y se besaron los labios.
—¿Qué tal la cena con tu familia?
Miguel sonrió despacio.
—Bien... Rebeca es muy amable conmigo. Quiere que le llame mamá. Y mi papá... me pidió perdón. Fuimos a visitar a mamá al cementerio. Fue un día lleno de emociones... —Omitió lo de Antonio. No lo creyó necesario, ni relevante—. ¿Y tú, mi vida? ¿Qué tal el día en la clínica?
—Bien, bien... —dijo, ocultando lo de la casa pues, aquello, era un regalo sorpresa para Miguel, que quería entregar para el día de su cumpleaños—. Todo normal, amor. Nada nuevo.
Miguel, con expresión somnolienta, sonrió. Suspiró cansado.
—Estoy súper agotado, amor... ¿podemos ir a descansar?
Manuel asintió, y le besó los labios. De un movimiento enérgico, tomó a Miguel en brazos, similar a como se le haría a una novia recién casada.
Miguel lanzó un grito; se sonrojó.
—A dormir, mi dulce peruanito de canela.
Miguel sonrió enternecido, y se aferró al cuello de su amado. Cuando ambos, llegaron a la cama, se echaron sobre el colchón, y Miguel le observó en silencio.
Se acariciaron la cara, el uno al otro. Manuel llevaba una expresión sumamente enamorada. Miguel sonrió enternecido.
—¿Sabes? No quiero dormir... es que, hoy te ves más precioso que de costumbre... —susurró Miguel, y despacio, le besó los labios a su prometido.
Manuel se sonrojó, y sonrió apenado.
—¿De verdad?
—Shi...
Ambos rieron.
—Tú también, mi amor...
Se mantuvieron en silencio por un buen rato. En la habitación, solo se oyeron los susurros, y el resonar de sus besos húmedos.
Miguel entonces, pidió por lo bajo:
—Hazme el amor...
Manuel, con expresión enamorada, asintió.
Y ambos, se envolvieron en una cándida atmósfera sexual, y revestida de emoción.
—Te amo...
—Y yo a ti, inmensamente, mi amor...
Entrelazaron el calor de sus cuerpos; en suaves besos, caricias, suspiros, y en miradas inundadas de sentimiento.
Aquella noche, fue entonces la última luz que el sol, por sobre sus cabezas, les otorgó.
La última sensación de paz, antes de que la olla a presión, estallara.
El día antes, de la llegada del gran eclipse.
El eclipse, en el cumpleaños de Miguel.
(...)
N/A;
Los próximos dos capítulos, serán el clímax de este fanfic. Esperé mucho por este momento :')
Con ello, el fanfic irá en picada, e iniciamos con el final.
La trama, desde este punto, será densa, y algo difícil de digerir. Advierto.
Si alguien quedó con alguna duda del capítulo, coméntela. Siempre estoy dispuesta a aclarar c:
Gracias a quiénes han seguido esta historia hasta este punto <3 besos.
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