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CAPITULO 12

CAPÍTULO 12

Lágrimas una tras otra se deslizan por mi rostro, como si mi corazón quisiera lavarse de toda la tristeza que lleva dentro. Cada lágrima parece arrastrar consigo un dolor antiguo y una decepción que se ha ido acumulando durante años. Estos últimos cinco años han sido una lucha constante por evitar el amor a toda costa, pero esa chica de mejillas rojas, aquella que llegó a mi vida como un torbellino, ha desmoronado todo mi frágil equilibrio. 

 Me repetía una y otra vez que debía dejarla ir, que debía ignorarla y así nada malo pasaría. Cada uno debería seguir su camino sin cruzarse más. Pero, ¿por qué después de cada rechazo que le daba, mi corazón se apretaba con tanta intensidad, como si tratara de escapar de mi pecho? ¿Por qué me impedía seguir lanzándole palabras hirientes que sabía que ella no merecía? 

Sentía una obligación profunda de protegerla, de cuidarla a toda costa, pero no podía permitir que ella se acercara más a mí. No quería lastimarla, no podía. Ella es como una delicada flor, una linfa en medio de una multitud, brillando con su belleza y su inocencia. Y yo soy como un cactus, lleno de espinas que podrían herirla, no quería que ella sufriera por mi culpa. 

 ¿Pero qué me sucede? ¿Por qué este torbellino de emociones? ¿Acaso no creía en el amor? Cada palabra bonita que intentaba decirle se ahogaba en el miedo y en la tristeza de mi pasado. Cada vez que miraba a sus ojos, recordaba la imagen aterradora de mi padre golpeando a mi madre, su sufrimiento y la muerte que llegó como una sombra al final de su dolor. Esos recuerdos eran mi pesadilla viviente, y me forzaban a alejarme de ella, aunque mi corazón gritaba en su interior por hablarle, por mirarla, por estar cerca.

Lo nuestro simplemente no podía ser.

 Así que, en secreto, sin que ella se diera cuenta, pongo agua en su carpeta, observo desde la distancia si está bien o mal. Estoy dispuesto a cuidarla, pero siempre de lejos. Sólo puedo mirarla y no hablaré. Mi corazón se parte en mil pedazos cada vez que ella se acerca a mí, con sus ojos llenos de lágrimas que me perforan el alma. No quiero hacerle daño, pero siempre termino arruinando todo. Por eso, y por muchas otras razones, el amor parece un lujo que no puedo permitirme. Porque personas como yo, que arrastran un pasado doloroso, siempre terminarán solas. 

 Hannah.

Ese es su nombre, un nombre que evoca recuerdos lejanos de una niña con el mismo nombre que solía reír y jugar en mi infancia.

 Chica de mejillas rojas, ¿qué me has hecho? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti? ¿Por qué sigues atormentando mis noches y torturando mis pensamientos? Taemin, ¿por qué no puedes dejar el pasado atrás y concentrarte en tu presente?

.

Ha pasado ya una semana. Estoy en el campo de básquetbol, con mi equipo, preparándonos para un partido crucial en la universidad. La victoria es nuestra única opción si queremos asegurar un lugar en las olimpiadas universitarias. Este partido es vital, y siento la presión como un peso en mi pecho. 

 Me visto con mi uniforme deportivo, el sudor en mi frente no es solo por el esfuerzo físico, sino por la ansiedad. La multitud está alborotada, gritando y animando. Veo mi nombre en los carteles que sostienen las chicas en las gradas y me pregunto si Hannah estará entre ellas. 

 En este momento decisivo, mis pensamientos se desvían, atormentados por la imagen de ella, preguntándome si me está mirando ahora mismo. El sonido del silbato corta mis pensamientos, y el juego comienza. Me coloco en la posición correcta, como lo hemos practicado, y el primer punto se celebra con entusiasmo, nuestros gritos se mezclan con los de la multitud.

A medida que pasa el tiempo, el juego se vuelve cada vez más difícil. La presión, la necesidad de ganar, el deseo de verla... todo se entremezcla en mi mente. Me cuesta concentrarme, y la preocupación crece en mi interior. 

 —¿Estás bien, bro? —pregunta mi amigo Tom, su voz arrastrando consigo una nota de preocupación—. Estamos perdiendo, ¿qué pasa?  

Sus palabras son como un balde de agua fría. La realidad del partido se despliega frente a mí, pero mi mente sigue atrapada en el tormentoso mar de pensamientos sobre Hannah. Mi corazón late desbocado, y la tensión en mis músculos es palpable.

 En este momento, mientras me esfuerzo por enfocarme en el partido, la duda y la tristeza que siento por ella me nublan el juicio y el rendimiento. Mi mundo interior se desmorona, y me doy cuenta de que este partido es mucho más que un simple juego. Es una batalla con mis propios demonios, y no sé si voy a ganar.

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